Lo dicen desde muchísimos ámbitos y por mi parte rubrico la afirmación: estamos inmersos en una cultura de muerte. En una cultura asesina, en la que cualquier Caín, por la cochina envidia o por cualquiera otra sinrazón, se levanta contra su hermano Abel y le quita la vida. En muchos lugares del mundo, la vida no vale gran cosa. Cuanto más indefenso y vulnerable está uno, más fácilmente puede ser presa de violento asesinato. Se asesina al humano-hermano con premeditación y alevosía, midiendo los pasos más fríamente calculados. Se mata simple y llanamente, por “razones” de lo más estúpidas, aduciendo y escudándose en que a uno, el otro le ha mirado mal. Se acuchilla o se dispara contra la otra persona, a quien antes se profesaba amor eterno, en la violencia de genero. Se mata y se enseña a matar, en las guerras de alta o baja intensidad, a los “niños de la guerra” y a quienes no son tan niños. Se ejecuta a quienes están en el corredor de la muerte, haciendo de la ejecución un “espectáculo ejemplar”. Ejemplares pretenden ser los ajustes de cuentas entre bandas rivales de maras o entre narcotraficantes. Se mata lentamente por hambre y por la falta de acceso a los bienes de primera necesidad. Se mata con los abortos que se practican en las más elegantes clínicas. Se mata y se enseña a matar físicamente.
Pero hay otras formas de matar que no son físicas precisamente, sino que aparecen, cuando se “mata el ruiseñor” (así se titulaba una película española). Cuando se ma-ta la ilusión y se pierden los proyectos. Cuando no hay más que un presente descorazonador y un futuro rutinario sin mañana y sin creatividad. ¿No es esto lo que viven muchos parados, en una cultura del insolidario y muy neoliberal “sálvese” quien pueda? El paro masivo de los parados ¿no está matando la autoestima, las ilusiones y los proyectos de vida? ¿Si no se pone freno a esta situación, no se estará destruyendo la esperanza de futuro de las generaciones venideras? Desde ahí, nos hemos de preguntar si hay alguna alternativa a esta cultura de muerte.
Nosotros somos discípulos y seguidores de Jesús y apasionados por el Reino. Y lo primero que se nos ha dicho, al iniciar este seguimiento, es que tenemos que amarnos unos a otros, como Él nos amó. Que no podemos amar sólo de palabra, sino que tenemos que amarnos de verdad y de hecho, viviendo una cultura samaritana entre las personas y entre las instituciones. Que el amor no hace nunca daño al hermano. Que quien ama tiene que estar dispuesto a perdonar, sin llevar cuentas del mal, y a dar la vida, dando vida. Que uno tiene que hacer por los demás, lo que a él le gustaría que le hicieran. En una palabra: que amar es ser portador de vida. Es vivir, es dejar vivir y es ayudar a vivir, oponiéndose a cualquier cultura de muerte. De esta oposición, son testigos los mártires de todos los tiempos.
Pepe Vico