Hoy es miércoles, 1 de febrero.
Al disponer de este rato de oración, hazte presente al lugar donde vives, tu ciudad, tu pueblo. Este espacio donde ahora se despliega tu vida. Toma conciencia de tu respiración. Hazla cada vez más amplia y reposada. Y conecta con ese lugar de quietud y de presencia que hay dentro de ti. Contempla en el evangelio la frustración de Jesús a no poder compartir lo mejor de sí con la gente de su pueblo, de su propia tierra.
La lectura de hoy es del evangelio de Marcos (Mc 6, 1-6):
En aquel tiempo, fue Jesús a su pueblo en compañía de sus discípulos.
Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: «¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?»
Y esto les resultaba escandaloso.
Jesús les decía: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa.»
No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.
Jesús no pudo hacer nada en Nazaret. Allí le cortaron las alas. Era demasiado conocido para ellos. Demasiado común, demasiado igual. Emociona que la acción sanadora de Jesús no pueda provocarla él mismo. Sino que está a merced de la confianza de aquellos con los que entra en relación. Jesús se extrañó de su falta de fe.
Nos acostumbramos a hacernos una imagen de los otros. Los clasificamos y los encasillamos bajo una apariencia que nos cuesta mucho modificar y con la rutina se nos velan los ojos para la novedad. Caigo en la cuenta de que a Jesús tuvo que dolerle no encontrar eco entre la gente de su pueblo y no poder compartir con ellos sus dones.
Hoy se me invita a trabajar la mirada. ¿Como miro a los demás? ¿Les doy alas o se las corto? ¿Qué me ayudará a ver más allá de las apariencias? Le pido a Jesús que yo también pueda ser dador de alas con aquellos con los que convivo día a día, en la familia, en el trabajo, con los amigos, en la comunidad… Que pueda volver a renovar la confianza después de algún desencuentro y continuar apostando por lo mejor que guarda cada persona.
Lee ahora lo que dice el evangelio al final. Sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. ¿Cómo lo recibiría esta gente? ¿Cómo sería su mirada hacia Jesús, su confianza en que él podía sanarles?
Gracias por tu presencia salvadora, Señor. Y perdona que muchas veces no seamos capaces de reconocerla entre la gente con la que compartimos la vida. Gracias por las personas que a lo largo de la vida me han dado alas y me han incitado a desplegar lo mejor. Personas ante las que he podido reestrenar la vida y que me han abierto horizontes propios que no podía ni imaginar. Es un inmenso regalo recibir esto y provocarlo a otros.
Alma de Cristo, santifícame,
Cuerpo de Cristo, sálvame,
Sangre de Cristo, embriágame,
Agua del costado de Cristo, lávame,
Pasión de Cristo, confórtame.
Oh buen Jesús, óyeme.
Dentro de tus llagas, escóndeme,
no permitas que me aparte de ti,
del maligno enemigo, defiéndeme.
y en la hora de mi muerte, llámame,
y mándame ir a ti, para que con tus santos te alabe
por los siglos de los siglos.
Amén.