Lunes VI Semana de Tiempo Ordinario

Hoy es lunes, 13 de febrero.

La oración me invita hoy, y siempre, a ponerme delante de Dios, tal cual soy. La oración también me invita, hoy y siempre, a recibir al Señor tal y como es. Hoy me dispongo a este encuentro sincero y auténtico. Cara a cara, corazón a corazón con Jesús. Quiero abrir mi vida a su presencia de la manera más limpia posible. Y también quiero recibir su palabra para que me instruya, me anime y me llene de vida.

La lectura de hoy es del evangelio de Marcos (Mc 8, 11-13):

En aquel tiempo, se presentaron los fariseos y se pusieron a discutir con Jesús; para ponerlo a prueba, le pidieron un signo del cielo.

Jesús dio un profundo suspiro y dijo: «¿Por qué esta generación reclama un signo? Os aseguro que no se le dará un signo a esta generación.»

Los dejó, se embarcó de nuevo y se fue a la otra orilla.

Cuántas veces me puedo sorprender en la oración como estos fariseos. Discuto, pido, reclamo. Me lleno de palabras y no soy capaz de escuchar ni de acercarme a ti con fe. Quiero ahora detenerme y reconocer delante de ti, Jesús, cómo estoy, cómo me acerco a ti cuando te pido algo, cómo me encuentro hoy que te busco.

Dice el evangelio de este lunes, que Jesús, después de oír la petición de los fariseos, se embarco y se fue a la otra orilla. ¿Siento en ocasiones que mi oración no es escuchada? ¿Qué Jesús se aleja de mis intereses y se va a la otra orilla?

Leo y medito de nuevo el evangelio. La palabra me está invitando a tener una intención recta, limpia y transparente hacia Dios. Me recuerda aquella bienaventuranza: dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Y yo quiero que esa bienaventuranza se haga realidad en mí.

Señor, si acaso dudo,
si no aguanto despierto,
si te niego,
si me puede la prudencia o el miedo,
insiste.

Si te entiendo a medias,
si amo mal,
si esquivo el camino del herido,
si me encierro en mí mismo,
insiste.

Si me subo al carro del Barrabás de turno,
si me lavo las manos en la conciencia para no arriesgar,
insiste.

Insiste Señor,
en sentarnos a tu mesa,
en partir tu pan y tu vida,
en sembrar palabra,
en pedir respuesta,
llegará el día en que aprenda a caminar mejor.
Tú Señor, tenme paciencia.

Me despido del Señor en esta oración. Le pido lo que más necesito. Siempre me gustaría pedir desde su orilla, tenerle cerca como un amigo tiene cerca de su amigo. Como una madre tiene cerca de su hijo.

Dios te salve María,
llena eres de gracia,
el Señor es contigo.
Bendita tú eres,
entre todas las mujeres
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María,
Madre de Dios,
ruega por nosotros pecadores
ahora y en la hora de nuestra muerte.
Amén.

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