Hoy es 1 de marzo, jueves de la I semana de Cuaresma.
La fe es un camino a recorrer, es descubrir que Dios está conmigo, aquí y ahora, es dirigir las preguntas más sinceras a Dios y buscar las respuestas más profundas a través del mismo caminar. Alegrarse y reconocer su presencia. Compartir y sentirse acompañado en la tristeza y en la prueba. Abrirse al otro, especialmente al pobre. Con todos crear comunidad. Y en todo abrirse a una relación personal con Jesús, ahora en este momento de relación, dejo que Dios se haga presente como compañero, como amigo, como maestro.
La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 7, 7-12):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre. Si a alguno de vosotros le pide su hijo pan, ¿le va a dar una piedra?; y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente? Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los que le piden! En resumen: Tratad a los demás como queréis que ellos os traten; en esto consiste la Ley y los profetas.»
En nuestra vida diaria no todo es dejado a la mano de Dios. Pedid, llamad, buscad, son acciones que en el fondo nos ponen en movimiento. Que nos vuelven protagonistas de nuestra propia fe y activan nuestra relación personal con Dios. En este tiempo de Cuaresma, ¿siento que camino acompañado de Dios? ¿Siento que soy yo el que da los pasos hacia él?
Pedir algo a Dios es un ejercicio arriesgado. Saber que él ya conoce nuestras palabras, antes de que lleguen a nuestra boca, que sabe lo que necesitamos antes de que nosotros lo pidamos. Por eso pedir es abrirse con humildad, con las manos abiertas y compartir con Dios lo que realmente está en el fondo del corazón. ¿Qué le puedo pedir hoy a Dios?
Parecemos acostumbrados a esperar que sea Dios quien nos llame y nos diga claro qué es lo que quiere de nosotros. A veces pedimos milagros para poder creer en Dios, pero Dios hoy me pide que sea yo el que me busque. El que llame a la puerta y esperar de él un trato igual de Padre. ¿Qué deseo, qué anhelo, qué realidad de mi vida me lleva a llamar a la puerta de Dios?
Lo que parece complicado, Jesús lo vuelve sencillo. Dios todopoderoso, a veces tan lejano e incomprensible, es mirado como un Padre. Las a menudo difíciles relaciones con los otros, son tratadas como posibilidad de encuentro y reconstrucción de lazos. Vuelvo a leer el texto, prestando atención a la enseñanza de Jesús.
Ahora mi oración se vuelve personal, con mis palabras y mi silencio puedo pedirle a Dios, a corazón abierto, lo que me falta por dentro. Puedo llamarle, hacerle participar en mis búsquedas o compartir dónde, en esta oración, le he podido encontrar.
Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
Amén