Vísperas – 4 de septiembre

VÍSPERAS

MARTES, XXII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO

 

Oración de la tarde

 

V. Dios mío, ven en mi auxilio

R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

 

 

HIMNO

 

La noche no interrumpe

tu historia con el hombre;

la noche es tiempo

de salvación.

 

De noche descendía tu escala misteriosa

hasta la misma piedra donde Jacob dormía.

 

La noche es tiempo

de salvación.

 

De noche celebrabas la Pascua con tu pueblo,

mientras en las tinieblas volaba el exterminio.

 

La noche es tiempo

de salvación.

 

Abrahán contaba tribus de estrellas cada noche,

de noche prolongabas la voz de la promesa.

 

La noche es tiempo

de salvación.

 

De noche, por tres veces, oyó Samuel su nombre,

de noche eran los sueños tu lengua más profunda.

 

La noche es tiempo

de salvación.

 

De noche, en un pesebre, nacía tu Palabra,

de noche lo anunciaron el ángel y la estrella.

 

La noche es tiempo

de salvación.

 

La noche fue testigo de Cristo en el sepulcro;

la noche vio la gloria de su resurrección.

 

La noche es tiempo

de salvación.

 

De noche esperaremos tu vuelta repentina,

y encontrarás a punto la luz de nuestra lámpara.

 

La noche es tiempo

de salvación. Amén.

 

 

SALMODIA

 

Ant. 1. No podéis servir a Dios y al dinero

 

Salmo 48 (I)

 

Oíd esto, todas las naciones,

escuchadlo, habitantes del orbe:

plebeyos y nobles, ricos y pobres;

 

mi boca hablará sabiamente,

y serán muy sensatas mis reflexiones;

prestaré oído al proverbio

y propondré mi problema al son de la cítara.

 

¿Por qué habré de temer los días aciagos,

cuando me cerquen y me acechen los malvados,

que confían en su opulencia

y se jactan de sus inmensas riquezas,

si nadie puede salvarse

ni dar a Dios un rescate?

 

Es tan caro el rescate de la vida,

que nunca les bastará

para vivir perpetuamente

sin bajar a la fosa.

 

Mira: los sabios mueren,

lo mismo que perecen los ignorantes y necios,

y legan sus riquezas a extraños.

 

El sepulcro es su morada perpetua

y su casa de edad en edad,

aunque hayan dado nombre a países.

 

El hombre no perdura en la opulencia,

sino que perece como los animales.

 

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.

 

Ant. 1. No podéis servir a Dios y al dinero

 

 

Ant. 2. “Atesorad tesoros en el cielo”, dice el Señor.

 

Salmo 48 (II)

 

Este es el camino de los confiados,

el destino de los hombres satisfechos:

 

son un rebaño para el abismo,

la muerte es su pastor,

y bajan derechos a la tumba;

se desvanece su figura

y el abismo es su casa.

 

Pero a mí, Dios me salva,

me saca de las garras del abismo

y me lleva consigo.

 

No te preocupes si se enriquece un hombre

y aumenta el fasto de su casa:

cuando muera, no se llevará nada,

su fasto no bajará con él.

 

Aunque en vida se felicitaba:

«Ponderan lo bien que los pasas»,

irá a reunirse con sus antepasados,

que no verán nunca la luz.

 

El hombre rico e inconsciente

es como un animal que perece.

 

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.

 

Ant. 2. “Atesorad tesoros en el cielo”, dice el Señor.

 

 

Ant. 3. Digno es el Cordero degollado de recibir el honor y la gloria.

 

Cántico: Ap 4, 11; 5, 9-10.12

 

Eres digno, Señor Dios nuestro,

de recibir la gloria,

el honor y el poder,

porque tú has creado el universo;

porque por tu voluntad lo que no existía fue creado.

 

Eres digno de tomar el libro y abrir sus sellos,

porque fuiste degollado

y por tu sangre compraste para Dios

hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación;

y has hecho de ellos para nuestro Dios

un reino de sacerdotes

y reinan sobre la tierra.

 

Digno es el Cordero degollado

de recibir el poder, la riqueza y la sabiduría,

la fuerza y el honor, la gloria y la alabanza.

 

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.

 

Ant. 3. Digno es el Cordero degollado de recibir el honor y la gloria.

 

 

LECTURA BREVE           Rm 3, 23-25a

 

Todos pecaron y se hallan privados de la gloria de Dios; son justificados gratuitamente, mediante la gracia de Cristo, en virtud de la redención realizada en él, a quien Dios ha propuesto como instrumentos de propiciación.

 

 

RESPONSORIO BREVE

 

V. Me saciarás de gozo en tu presencia, Señor.

R. Me saciarás de gozo en tu presencia, Señor.

 

V. De alegría perpetua a tu derecha.

R. En tu presencia, Señor.

 

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

R. Me saciarás de gozo en tu presencia, Señor.

 

 

CÁNTICO EVANGÉLICO

 

Ant. Haz con nosotros, Señor, obras grandes, porque eres poderoso, y tu nombre es santo.

 

Cántico de María. Lc 1, 46-55

 

Proclama mi alma la grandeza del Señor,

se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;

porque ha mirado la humillación de su esclava.

 

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,

porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:

su nombre es santo,

y su misericordia llega a sus fieles

de generación en generación.

 

El hace proezas con su brazo:

dispersa a los soberbios de corazón,

derriba del trono a los poderosos

y enaltece a los humildes,

a los hambrientos los colma de bienes

y a los ricos los despide vacíos.

 

Auxilia a Israel, su siervo,

acordándose de su misericordia

-como lo había prometido a nuestros padres-

en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

 

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.

 

Ant. Haz con nosotros, Señor, obras grandes, porque eres poderoso, y tu nombre es santo.

 

 

PRECES

 

Alabemos a Cristo, pastor y guardián de nuestras vidas, que vela siempre con amor por su pueblo, y, poniendo en él nuestra esperanza, digámosle suplicantes:

Protege a tu pueblo, Señor

 

Pastor eterno, protege a nuestro obispo,

— y a todos los pastores de la Iglesia.

 

Mira con bondad a los que sufren persecución

— y líbralos de todas sus angustias.

 

Compadécete de los pobres y necesitados

— y da pan a los hambrientos.

 

Ilumina a los cuerpos legislativos de las naciones,

— para que en todo legislen con sabiduría y equidad.

 

No olvides, Señor, a los difuntos redimidos por tu sangre

— y admítelos en el banquete de las bodas eternas.

 

Se pueden añadir algunas intenciones libres.

 

Unidos fraternalmente como hermanos de una misma familia, invoquemos al Padre común de todos:

 

Padre nuestro…

 

 

ORACIÓN

 

Dios todopoderoso y eterno, Señor del día y de la noche, humildemente te pedimos que la luz de Cristo, verdadero sol de justicia, ilumine siempre nuestras vidas, para que así merezcamos gozar un día de aquella luz en la que tú habitas eternamente. Por nuestro Señor Jesucristo.

 

 

CONCLUSIÓN

 

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.

R. Amén.

Comentario al evangelio de hoy (4 de septiembre)

Un cristiano creíble

Cafarnaún no es Nazaret; es más receptiva a la palabra y a los signos de Jesús. Por eso, la reacción de su gente es tan distinta ante la presencia en la sinagoga del profeta de Nazaret. Aquí el asombro y la admiración es permanente; todos resaltan insistentemente la autoridad soberana con que actúa Jesús: “Hablaba con autoridad”, “¿Qué tiene su palabra?”, “Da órdenes con autoridad”. Todo sucede ante la victoria de Jesús sobre las fuerzas del mal de un endemoniado.

La autoridad de Jesús tiene una fuente muy clara. En él se funden la palabra y la obra; decía y curaba; sentía lo que decía y hacía lo que decía. Como que Jesús era la verdad, y con él llegaba el Reino de la verdad y del amor. Todo sonaba a verdadero; nada olía a falso, a hipocresía, a ganas de figurar. No es extraño que el evangelista apunte que las noticias de Jesús llegaban a toda la comarca. La gente sabe captar el buen mensaje. Lo contrario de los fariseos de los que censura el evangelio: “Haced lo que ellos dicen, no hagáis lo que ellos hacen”.

Credibilidad. Acaso sea esta palabra el nombre de la autoridad que la Iglesia, que los cristianos necesitemos en nuestro testimonio. Que aquello que decimos y hacemos resulte creíble. Que en los demás suscite aceptación cordial, aun dentro de las limitaciones. No significa que, de entrada, seamos santos, sino que nos vean en camino. No hace falta que nos presentemos como salvadores pero sí gente que se abre a la salvación.

Que sea una autoridad “moral”. Lo ha dicho Benedicto XVI en Friburgo y lo atestigua la historia reciente. En la medida en que nos despojamos del poder mundano va creciendo (auget-auctoritas) la autoridad interior espiritual. Todavía nos queda eliminar mucha costra poco evangélica que, en el ejercicio de la autoridad, ha dejado el  peso y el paso de la historia. Todo se andará.

Y, por supuesto, la autoridad de un testigo de la Iglesia crece cuando se adivina pronto que ese cristiano es sincero, que es el corazón el que habla, que no se busca a sí mismo sino al que le ha enviado, que siente de veras lo que comunica. Es decir, que Dios habla por él.

Conrado Bueno, cmf

Martes XXII Semana de Tiempo Ordinario

Hoy es 4 de septiembre, martes de la XXII semana de Tiempo Ordinario.

Todo lo que forma parte de nuestra vida, puede ser materia y ocasión de oración. Un momento feliz, un dolor, un éxito, un fracaso, un problema que nos preocupa, algo que no hemos visto. Al hablar con Dios puedo dar gracias, recordar, pedir perdón, a veces hasta dudar y enfadarme. Hoy quiero dedicar otra vez, tiempo al encuentro con Jesús. Me preparo para escuchar, dejo que sus palabras me lleguen. Hoy tengo la oportunidad de poner mi hambre y mi sed, en manos de Dios. Él me conoce.

La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (4, 31-37):

En aquel tiempo, Jesús bajó a Cafarnaún, ciudad de Galilea, y los sábados enseñaba a la gente. Se quedaban asombrados de su doctrina, porque hablaba con autoridad.

Había en la sinagoga un hombre que tenía un demonio inmundo, y se puso a gritar a voces: «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.»

Jesús le intimó: «¡Cierra la boca y sal!»

El demonio tiró al hombre por tierra en medio de la gente, pero salió sin hacerle daño. Todos comentaban estupefactos: «¿Qué tiene su palabra? Da órdenes con autoridad y poder a los espíritus inmundos, y salen.»

Noticias de él iban llegando a todos los lugares de la comarca.

Se quedaban asombrados de su enseñanza, porque hablaba con autoridad. Puede que yo también halla tenido la experiencia de asombrarme con el mensaje de Jesús. ¿Qué hay en sus enseñanzas, en lo que sé de él que me sorprende? ¿Recuerdo alguna frase de Jesús que me llame la atención especialmente?

¿Qué tiene su palabra? Da órdenes con autoridad y poder a los espíritus inmundos y salen. La palabra de Jesús es capaz de vencer al mal, es capaz de hacernos verdaderamente humanos. ¿Hay algo en mi vida que necesita salir? ¿Hay alguna esperanza que necesito reconstruir en mi vida? ¿Hay alguna fidelidad a la que prestar atención?

Vuelvo a leer el texto de hoy. Me detengo en lo que más me ha llamado la atención. Vuelvo a leer la lectura como si presente me hallase, con atención y cariño. Dejo que su autoridad, sus palabras y sus gestos calen en mí.

Ahora para terminar, háblale tú a Jesús. Comparte con él las preguntas, los sentimientos, los deseos que halla despertado en ti su palabra. Con confianza habla con Jesús. Él es quien nos muestra cómo es Jesús.

Tomad, Señor y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento, y toda mi voluntad. Todo mi haber y poseer. Vos me lo disteis, a vos, Señor, lo torno. Todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad. Dadme vuestro amor y gracia, que esta me basta.

Laudes – 4 de septiembre

Descargar Liturgia de las Horas 4 de septiembre

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LITURGIA DE LAS HORAS

MARTES, XXII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO

 

4 de septiembre

 

LAUDES

(Oración de la mañana)

 

INVOCACIÓN INICIAL

 

V. Señor, abre mis labios

R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

 

 

INVITATORIO

 

Ant. Venid, adoremos al Señor, Dios grande.

 

Salmo 94

 

Venid, aclamemos al Señor,

demos vítores a la Roca que nos salva;

entremos a su presencia dándole gracias,

aclamándolo con cantos.

 

Porque el Señor es un Dios grande,

soberano de todos los dioses:

tiene en su mano las simas de la tierra,

son suyas las cumbres de los montes;

suyo es el mar, porque él lo hizo,

la tierra firme que modelaron sus manos.

 

Venid, postrémonos por tierra,

bendiciendo al Señor, creador nuestro.

Porque él es nuestro Dios,

y nosotros su pueblo,

el rebaño que él guía.

 

Ojalá escuchéis hoy su voz:

«No endurezcáis el corazón como en Meribá,

como el día de Masá en el desierto;

cuando vuestros padres me pusieron a prueba

y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras.

 

Durante cuarenta años

aquella generación me repugnó, y dije:

Es un pueblo de corazón extraviado,

que no reconoce mi camino;

por eso he jurado en mi cólera

que no entrarán en mi descanso»

 

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.

 

 

HIMNO

 

Porque, Señor, yo te he visto

y quiero volverte a ver,

quiero creer.

 

Te vi, sí, cuando era niño

y en agua me bauticé,

y, limpio de culpa vieja,

sin velos te pude ver.

 

Devuélveme aquellas puras

transparencias de aire fiel.

Devuélveme aquellas niñas

de aquellos ojos de ayer.

 

Están mis ojos cansados

de tanto ver luz sin ver;

por la oscuridad del mundo,

voy como un ciego que ve.

 

Tú que diste vista al ciego

y a Nicodemo también,

filtra en mis secas pupilas

dos gotas frescas de fe.

 

 

SALMODIA

 

Ant. 1. Envíame, Señor, tu luz y tu verdad.

 

Salmo 42

 

Hazme justicia, ¡oh Dios!,

defiende mi causa

contra gente sin piedad,

sálvame del hombre traidor y malvado.

 

Tú eres mi Dios y protector,

¿Por qué me rechazas?

¿por que voy andando sombrío,

hostigado por mi enemigo?

 

Envía tu luz y tu verdad:

que ellas me guíen

y me conduzcan

hasta tu monte santo,

hasta tu morada.

 

Que yo me acerque al altar de Dios,

al Dios de mi alegría;

que té de gracias al son de la cítara, Señor, Dios mío.

 

¿Por que te acongojas, alma mía,

por que te me turbas?

Espera en Dios, que volverás a alabarlo,

«salud de mi rostro, Dios mío».

 

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.

 

Ant. 1. Envíame, Señor, tu luz y tu verdad.

 

 

Ant. 2. Protégenos, Señor, todos los días de nuestra vida.

 

Cántico: Is 38, 10-14. 17-20

 

Yo pensé: «En medio de mis días

tengo que marchar hacia las puertas del abismo;

me privan del resto de mis años.»

 

Yo pensé: «Ya no veré más al Señor

en la tierra de los vivos,

ya no miraré a los hombres

entre los habitantes del mundo.

 

Levantan y enrollan mi vida,

como una tienda de pastores

devanaba yo mi vida

y me cortan la trama.»

 

Día y noche me estas acabando,

sollozo hasta el amanecer.

Me quiebras los huesos como un león,

día y noche me estas acabando.

 

Estoy piando como una golondrina,

gimo como una paloma.

Mis ojos mirando al cielo se consumen:

Señor, que me oprimen, sal fiador por mí.

 

Me has curado, me has hecho revivir,

la amargura se me volvió paz

cuando detuviste mi alma ante la tumba vacía

y volviste la espalda a todos mis pecados.

 

El abismo no te da gracias,

ni la muerte te alaba,

ni esperan en tu fidelidad

los que bajan a la fosa.

 

Los vivos, los vivos son quienes te alaban: como yo ahora.

El Padre enseña a sus hijos tu fidelidad.

 

Sálvame, Señor, y tocaremos nuestras arpas

todos nuestros días en la casa del Señor.

 

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.

 

Ant. 2. Protégenos, Señor, todos los días de nuestra vida.

 

 

Ant. 3. Oh Dios, tú mereces un himno en Sión.

 

Salmo 64

 

¡Oh Dios!, tu mereces un himno en Sión,

y a ti se te cumplen los votos,

porque tú escuchas las suplicas.

 

A ti acude todo mortal

a causa de sus culpas;

nuestros delitos nos abruman,

pero tú los perdonas.

 

Dichoso el que tu eliges y aceptas

para que viva en tus atrios:

que nos saciemos de los bienes de tu casa,

de los dones sagrados de tu templo.

 

Con portentos de justicia nos respondes,

Dios, salvador nuestro;

tú, esperanza del confín de la tierra

y del océano remoto;

 

tú, que afianzas los montes con tu fuerza, ceñido de poder;

tú, que reprimes el estruendo del mar,

el estruendo de las olas

y el tumulto de los pueblos.

 

Los habitantes del extremo del orbe se sobrecogen ante tus signos,

y a las puertas de la aurora y del ocaso

los llenas de jubilo.

 

Tú cuidas de la tierra, la riegas

y la enriqueces sin medida;

la acequia de Dios va llena de agua

preparas los trigales;

 

riega los surcos, iguala los terrones.

Tu llovizna los deja mullidos,

bendices sus brotes;

coronas el año con tus bienes,

las rodadas de tu carro rezuman abundancia;

 

rezuman los pastos del páramo,

y las colinas se orlan de alegría;

y las praderas se cubren de rebaños,

que claman y cantan.

 

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.

 

Ant. 3. Oh Dios, tú mereces un himno en Sión.

 

 

LECTURA BREVE           1 Ts 5, 4-5

 

No viváis, hermanos, en tinieblas para que el día del Señor no os sorprenda como ladrón; porque todos sois hijos de la luz e hijos del día. No somos de la noche ni de las tinieblas.

 

 

RESPONSORIO BREVE

 

V. Señor, escucha mi voz, he esperado en tus palabras.

R. Señor, escucha mi voz, he esperado en tus palabras.

 

V. Me adelanto a la aurora pidiendo auxilio.

R. He esperado en tu palabra.

 

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

R. Señor, escucha mi voz, he esperado en tus palabras.

 

 

CÁNTICO EVANGÉLICO

 

Ant. De la mano de todos los que nos odian, sálvanos, Señor.

 

Cántico de Zacarías. Lc 1, 68-79

 

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,

porque ha visitado y redimido a su pueblo.

suscitándonos una fuerza de salvación

en la casa de David, su siervo,

según lo había predicho desde antiguo

por boca de sus santos profetas:

 

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos

y de la mano de todos los que nos odian;

ha realizado así la misericordia que tuvo con nuestros padres,

recordando su santa alianza

y el juramento que juró a nuestro padre Abraham.

 

Para concedernos que, libres de temor,

arrancados de la mano de los enemigos,

le sirvamos con santidad y justicia,

en su presencia, todos nuestros días.

 

Y a ti, niño, te llamaran Profeta del Altísimo,

porque irás delante del Señor

a preparar sus caminos,

anunciando a su pueblo la salvación,

el perdón de sus pecados.

 

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,

nos visitará el sol que nace de lo alto,

para iluminar a los que viven en tiniebla

y en sombra de muerte,

para guiar nuestros pasos

por el camino de la paz.

 

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.

 

Ant. De la mano de todos los que nos odian, sálvanos, Señor.

 

 

PRECES

 

Bendigamos a nuestro Salvador, que, con su resurrección, ha iluminado al mundo, y digámosle suplicantes:

Guárdanos, Señor, en tu camino.

 

Señor Jesús, al consagrar nuestra oración matinal a la memoria de tu santa resurrección,

— te pedimos que la esperanza de participar en tu gloria ilumine todo nuestro día.

 

Te ofrecemos, Señor, los deseos y proyectos de nuestra jornada:

— dígnate aceptarlos y bendecirlos como primicias de nuestro día.

 

Concédenos crecer hoy en tu amor,

— a fin de que todo sirva para nuestro bien y el de nuestros hermanos.

 

Haz, Señor, que el ejemplo de nuestra vida resplandezca como una luz ante los hombres.

— para que todos den gloria al Padre que está en los cielos.

 

Se pueden añadir algunas intenciones libres.

 

Porque deseamos que la luz de Cristo alumbre a todos los hombres, pidamos al Padre que su reino llegue a nosotros:

 

Padre nuestro…

 

 

ORACIÓN

 

Señor Jesucristo, luz verdadera que alumbras a todo hombre y le muestras el camino de la salvación, concédenos la abundancia de tu fuerza, para que preparemos delante de ti caminos de justicia y de paz. Tú que vives y reinas.

 

 

CONCLUSIÓN

 

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.

R. Amén.