Hoy es lunes 14 de enero.
Comienza el Tiempo Ordinario, el tiempo de la rutina, del día a día, cuando parece que no pasa nada especial y sin embargo es aquí donde más necesito encontrarte. Quiero reconocerte en mi cotidianidad, en lo que me ocupa cada día, en los ratos muertos. Encontrarte en los transportes, en los planes hechos, en las sorpresas que no espero, para encontrarte te busco ahora.
La lectura de hoy es del evangelio de Marcos (Mc 1, 14-20):
Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.»
Pasando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban echando el copo en el lago.
Jesús les dijo: «Venid conmigo y os haré pescadores de hombres.»
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. Los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con él.
Dices que el Reino está cerca, y sin embargo cuesta tanto reconocerlo. Ayúdame a afinar la mirada para descubrir esos destellos del reino, que dan luz. Esas briznas de hierba que se abren paso entre el asfalto gris.
Me pides que te siga para ser pescador de hombres. No me propones hacer nada que hallas hecho antes. Conocer en verdad al otro, amar hasta el extremo, contagiar esperanza.
Los discípulos lo dejaron todo inmediatamente y te siguieron. Reconozco en ellos ese primer paso, generoso y necesario, aunque luego sé que seguirte supone volver a dejarlo todo muchas veces. Vaciarme por entero una y otra vez. Fiarme de ti, no poner mi confianza en todo aquellos que se me pega por dentro, pero me oculta quién soy yo, quiénes son mis hermanos, quién eres tú.
Leo el texto y acojo las invitaciones de Jesús. Invitándome a descubrir el reino que ya está cerca, invitándome a seguir sus pasos, a caminar con él y como él. Y lo dejo todo, al menos por este rato. Lo dejo todo y le sigo con todo el deseo del que soy capaz.
Señor, enséñame a seguirte, a no adelantarme, a conocerte más para amarte y seguirte mejor. Ayúdame a dejarlo todo para seguirte. Enséñame a darte y disfrutar de cada cosa, en la medida en que me acerque más a ti. Eso me hará ser más yo mismo, más tuyo y más yo a la vez.
Gloria al Padre,
y al Hijo,
y al Espíritu Santo.
Como era en el principio,
ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.