Comentario al evangelio de hoy (30 de enero)

Esta vez emplea Jesús otro de sus recursos: la parábola, y en concreto esta de la siembra a voleo. Cuando él habla ante la gente, la semilla de palabra que esparce es la misma, e incluso parece tener la misma acogida inicial: todos sienten alegría y todos parecen moverse bajo el mismo primer impulso; luego, a medida que pasa el tiempo, las historias varían, porque no todos los terrenos reúnen las mismas condiciones. El problema está en el terreno, no en la simiente.

Un monje encuentra a otro y le pregunta: “¿Cómo se explica que haya tantos que dejan la vida monástica?” Y el segundo responde: “Sucede en la vida monástica como con un perro que persigue a una liebre: corre tras ella y lanza ladridos mientras corre; muchos otros se le unen y corren todos juntos, pero en cierto momento todos los que no ven la liebre se cansan y uno tras otro se pierden; sólo los que la ven continúan hasta el final”.

Después de una confesión, de unos Ejercicios Espirituales, de unas convivencias, de un encuentro, de una reflexión personal, reanudamos el camino con nuevo impulso. Pero las pruebas y tentaciones nos aguardan: cierta dosis de inconstancia interior, un ambiente hostil, el tirón de los productos del mercado y, sobre todo, el tirón de sus promesas seductoras pueden frenar ese impulso. El encanto de los comienzos se disipa y corremos el riesgo de recaer en la esterilidad. “Principio quieren las cosas” es un bello dicho que hay que completar con otros dos: “continuidad quieren las cosas”, “remate quieren las cosas”.

Fijémonos ahora en el sembrador. Este sabe que todo tiene sus riesgos, pero su esperanza es más grande que sus temores. Al evangelizador se le invita a aceptar de antemano que haya resultados fallidos, pero sobre todo a trabajar con la esperanza de que no faltarán los frutos, el treinta, o el sesenta, o el ciento por uno. ¿Cómo andamos de esperanza? ¿Vencen los desalientos, o tenemos como lema la máxima de que “todo esfuerzo inútil produce melancolía”?

La interpretación que el mismo evangelio ofrece de la parábola nos dice: hay que sumar a la alegría la constancia, a la constancia la resistencia, a la resistencia las renuncias, a las renuncias, el don de un corazón bueno. Y la historia de los monjes concluía con esta moraleja: “sólo el que ha puesto los ojos en la persona de Cristo crucificado puede perseverar hasta el fin”.

Pablo Largo

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