Jueves III Semana de Tiempo Ordinario

Hoy es jueves 31 de enero.

Un día más buscamos en la oración una luz para nuestro día. Dios nos habla y nos  ayuda a descubrir cómo vivir cada momento. Para nosotros los creyentes nada debe ser ajeno a la fe. Ella es la que da la medida de lo debido y lo querido. Comenzamos la oración invocando: ven, espíritu de Dios, que tu amor encienda fuego en nosotros.

La lectura de hoy es del evangelio de Marcos (Mc 4,21-25):

En aquel tiempo, dijo Jesús a la muchedumbre: «¿Se trae el candil para meterlo debajo del celemín o debajo de la cama, o para ponerlo en el candelero? Si se esconde algo, es para que se descubra; si algo se hace a ocultas, es para que salga a la luz. El que tenga oídos para oír, que oiga.»

Les dijo también: «Atención a lo que estáis oyendo: la medida que uséis la usarán con vosotros, y con creces. Porque al que tiene se le dará y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene.»

Al leer el texto y oír a Jesús dirigiéndose al grupo, no parece que esté hablando de un tema cómodo. No todo en nuestra vida está iluminado y listo para mostrar. Pero Jesús nos recuerda que no existen los secretos para Dios.

Jesús les dice, el que tenga oídos para oír, que oiga. Dios nos ha dado una vida y nos propone una forma de vivirla. Y en ocasiones podemos desviarnos a lo fácil, a lo falso. Y aunque somos conscientes de ellos, vivimos esperando que eso desaparezca o no se note.

Y ahora Jesús me invita a mirar fuera de mí. A ser consciente de cómo miro la vida de los demás. Cómo me siento cuando descubro sus secretos o sus partes ocultas. Puedo ser de juicio fácil, mirar sin cariño, con dureza. Sobre todo si no me sitúo antes en mi propia pobreza.

Aunque en un primer momento, las palabras de Jesús pueden sonar duras, es necesario escucharlas con el transfondo del Dios Abba, que Jesús revela. El Dios que nos exige con ternura. Que nos pide algo y nos entrega todo. El Dios que nos ama, conociendo nuestras sombras y Dios es el que tiene para nosotros una misma medida de misericordia. Porque él nos conoce y sabe el por qué y desde dónde vivimos y nos equivocamos. Pero porque me conoce, puede poner mucha luz en las sombras de mi vida y me anima a ello.

Mira ahora el rostro de Dios Padre que te conoce en lo profundo y ofrécele lo que eres, lo poco o mucho que puedes y las ganas que tienes de hacer algo en su compañía. Dios ya sabe que fallas, que en ocasiones te rindes, que toleras lo que dices rechazar. Pero como Padre bueno, ve en tu corazón y conoce tus deseos de vida junto a él. Se valiente y mira lo ya conseguido y de la mano de Dios contempla también ese espacio oscuro que crece aunque tú no lo mires ni te atrevas a reconocerlo. Pide a Dios que lo ilumine y te ayude a seguir deshaciendo lo que tanto tiempo te ha acompañado como un lastre.

Gloria al Padre,
y al Hijo,
y al Espíritu Santo.
Como era en el principio,
ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

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