Que exigente el mensaje de Jesús nos pide que nos despojemos de todas las seguridades y emprendamos la segunda parte del camino. Ya hemos escuchado sus enseñanzas, sus parábolas, hemos presenciado sus milagros, los que realiza en nuestras vidas y en las de muchos hermanos y hermanas. Hemos estado con Él en la intimidad, en la oración, en la liturgia y llega el momento de dar a conocer a todos la oferta de divina de Salvación, de Amor, de libertad …
No hay un modelo práctico igual para todos, pero todos desde nuestra peculiar vocación en la Iglesia podemos vivir esta radicalidad. El verdadero discípulo es una persona desinstalada.
Los religiosos/as se suelen identificar profundamente con este Evangelio, pero también experimentan el contraste entre la radicalidad de la pobreza y la realidad de las formas institucionales de vida.
Los seglares a veces no ven posible el cumplimiento literal de esto. Solamente a través de un proceso de maduración en la fe, aprendemos a distinguir la radicalidad de los consejos concretos de Jesús (ligados a una época) y la radicalidad del estilo de vida que conlleva la vocación cristiana.
Ser llamado a ser discípulo de Jesús, y todo cristiano lo es, desencadena una dinámica de transformación de la vida entera. Esta transformación viene de la exigencia a vivir en radicalidad todos los valores de la existencia: las relaciones interpersonales, el “status social”, lo económico…
Rosa Pérez