Hoy es jueves 7 de febrero.
Me dispongo para hacer mi oración. Me relajo física y mentalmente. Me doy cuenta de que estoy delante del Señor. Puedo reconocer que él desea encontrarse conmigo. Avivo su presencia en mi interior, así como se soplan las brasas de un fuego. Escucho atentamente su palabra. Él me dice: mira que estoy a la puerta llamando.
La lectura de hoy es del evangelio de Marco (Mc 6,7-13):
En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto.
Y añadió: «Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa.»
Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.
En el evangelio de hoy, puedo ver a Jesús llamando y enviando en misión a sus discípulos. Él quiere que otros también vivan la misión del Padre: anunciar la palabra de Dios, liberar a la humanidad de sufrimientos, esclavitudes y enfermedades. Así como Jesús llamó a los doce, hoy también me envía a mí en misión. ¿Hay algo que Jesús me pide hacer hoy? ¿Reconozco dónde tengo que ir? ¿A quienes puedo dar el consuelo de Dios?
Muchos han perdido el camino que lleva hacia Dios. Y Jesús hoy, me recuerda cómo hacer el camino. Sin muchas cosas que impidan vivir lo principal. Me doy cuenta de cuáles son los signos para ir en el camino del Señor. Ni pan, ni alforja, ni dinero en la faja. ¿Siento la llamada a vivir a su manera? Mi vida puede ser siempre más ayuda y más servicio, más atención a los pobres, más consuelo a los que sufren.
Jesús está enviando siempre a sus discípulos en misión. En mi vida, tendré que tomar buenas decisiones que me mantengan en su camino. Para esto me ayudará leer, nuevamente, el evangelio. Le pido a Jesús que su palabra me haga vivir como un verdadero discípulo.
Voy terminando este momento de oración. Le doy gracias a Jesús por estar a mi lado. Si he podido sentir su presencia y su voz, se lo agradezco de todo corazón. Le doy gracias por llamarme a seguir sus pasos. Le digo con mis propias palabras, Señor, todo lo que sé, todo lo que soy, todo lo que tengo, todo es tuyo y acojo, otra vez, su envío, que me conduce al mundo para vivir la misión de Jesús, con la fuerza del espíritu.
Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
Amén.