Miércoles I Semana de Cuaresma

Hoy es 20 de febrero, miércoles I Semana de Cuaresma.

Cada día espero con deseo este rato en el que puedo encontrarme contigo. Solos, en lo más profundo de mi intimidad. Y sentir al mismo tiempo que te busco, que te anhelo, que te encuentro. Y lo hago en compañía de tantos que te buscan, que te anhelan, que te encuentran. Aquí estoy mi Señor. En este tiempo de Cuaresma, quiero pedirte que conviertas mi corazón, mis sentidos. Que latan al ritmo de tu compasión y tu evangelio. Deseo vivirme desde este pequeño rincón, abrirme al mundo, a la humanidad y reconocerte empapándolo todo de tu presencia creadora. Ahora callo, espero, contemplo, escucho.

La lectura de hoy es del libro de Jonás (Jon 3, 1-10):

Vino la palabra del Señor sobre Jonás: «Levántate y vete a Nínive, la gran ciudad, y predícale el mensaje que te digo.»

Se levantó Jonás y fue a Nínive, como mandó el Señor. Nínive era una gran ciudad, tres días hacían falta para recorrerla. Comenzó Jonás a entrar por la ciudad y caminó durante un día, proclamando: «¡Dentro de cuarenta días Nínive será destruida!»

Creyeron en Dios los ninivitas; proclamaron el ayuno y se vistieron de saco, grandes y pequeños.

Llegó el mensaje al rey de Nínive; se levantó del trono, dejó el manto, se cubrió de saco, se sentó en el polvo y mandó al heraldo a proclamar en su nombre a Nínive: «Hombres y animales, vacas y ovejas, no prueben bocado, que no pasten ni beban; vístanse de saco hombres y animales; invoquen fervientemente a Dios, que se convierta cada cual de su mala vida y de la violencia de sus manos; quizá se arrepienta, se compadezca Dios, quizá cese el incendio de su ira, y no pereceremos.»

Y vio Dios sus obras, su conversión de la mala vida; se compadeció y se arrepintió Dios de la catástrofe con que había amenazado a Nínive, y no la ejecutó.

Hay textos en la escritura que a veces nos resultan duros e incluso injustos y quizás sea porque reflejan nuestras propias mediocridades e inseguridades. Nuestra falta de misericordia, aún sabiéndonos profetas y enviados a anunciar la buena noticia.

Nínive, el peor enemigo de Israel, el que le destruyó. A ese pueblo es enviado Jonás por el Señor, para anunciar un castigo. Pero cuando ese mismo pueblo muestre arrepentimiento y se abandone con fe en el Dios de la compasión, aparecerá en toda su grandeza el Dios de la vida y la misericordia.

También yo soy a veces, como ese pueblo enfrentado a su propia mediocridad. Puedo reaccionar con orgullo, negando lo frágil que a veces soy. O puedo mirar con confianza al Señor y poner lo que soy en sus manos.

Al leer de nuevo el texto, déjate impregnar por la misericordia universal del Señor, por su amor a todos que ya se anticipa en el Antiguo Testamento. Un dicho popular afirma que Dios aprieta pero no ahoga. Quizá eso que a veces percibes como que Dios te aprieta, es su forma de llamar tu atención, para provocar en ti el deseo de cambio y conversión que conducen al encuentro con él.

Termina este rato agradeciendo al Señor su presencia, porque nunca se deja ganar en generosidad. Y siempre da más, se vuelca más, se derrocha más contigo, con todos. Cuéntale cómo te sientes, qué deseos han brotado en esa intimidad que le has abierto al comenzar la oración.

Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
Amén.

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