Lunes III Semana de Cuaresma

Hoy es 4 de marzo, lunes III Semana de Cuaresma.

Se acerca cada día más, el tiempo de la Pasión, en el que el mensaje de Jesús se completa y adquiere todo su sentido. Él vino a nosotros y se hizo uno de nosotros para que pudiésemos entender su evangelio. Pero nosotros no le entendimos. Vino a nosotros y nos habló desde el centro mismo de la plaza del pueblo, desde el templo, en el que nos reuníamos cada fiesta. Es uno de nosotros, que se levanta y nos dice la verdad del evangelio. Prepárate a escucharle, vive la escena como si estuvieses allí. Siéntate junto a él en un banco del templo y contempla cómo se pone en pie y te habla.

La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 4,24-30):

En aquel tiempo, dijo Jesús al pueblo en la sinagoga de Nazaret: «Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio.»

Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.

Hay quien, en todas las épocas, habla con palabras de verdad, de evangelio, de misericordia y justicia. Pero no es fácil oír su voz en medio de tantas voces distintas. Me pregunto si soy capaz de distinguir a mi alrededor a los profetas que me traen la palabra de Dios. Me pregunto si soy capaz de escuchar sin esperar sólo lo que quiero oír.

La palabra de Dios es exigente. A menudo desenmascara falsas certidumbres y plantea retos que  uno no está dispuesto a afrontar. Y por eso dan ganas de volverse en su contra. Me pregunto si soy capaz de aceptar la palabra de Dios o soy de los que furiosos, quisieron despeñarlo por el barranco.

Tal vez mi corazón se ha vuelto demasiado estrecho. Tal vez no soy capaz de aceptar que Dios me habla a través de muchas voces. Tal vez no soy capaz de aceptar que todos los pueblos son los pueblos elegidos y quiero que su mensaje me llegue sólo a mí y de la forma que yo quiero oír. Tal vez mi corazón se ha hecho demasiado duro, demasiado seco, demasiado furioso, y ante la palabra contundente de Jesús, sólo quiero sacarlo de la sinagoga, para despeñarlo.

Abre mis ojos Señor mío, y Dios mío. Abre mi corazón y ablándalo. Que sea capaz de escucharte, de reconocerte, de aceptar tu palabra. Vacíame de la furia y de la indignación y dame un corazón humilde, capaz de aceptarte y acogerte. Capaz de recoger tu semilla y multiplicarla. Dame, Dios mío ojos para ver y oídos para escucharte, corazón para amarte y voz para transmitir tu mensaje.

Tomad, Señor y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento, y toda mi voluntad. Todo mi haber y poseer. Vos me lo disteis, a vos, Señor, lo torno. Todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad. Dadme vuestro amor y gracia, que esta me basta.

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