Viernes III Semana de Cuaresma

Hoy es 8 de marzo, viernes III Semana de Cuaresma.

Aquí estoy, Señor. Vengo esperando escuchar la palabra que hoy tienes preparada para mí, lo que tienes que enseñarme, lo que me ayudará a estar más cerca de ti. Busco la calma y abro mi corazón para encontrarme contigo, desde lo profundo.

La lectura de hoy es del evangelio de Marcos (Mc 12,28b-34):

En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?»

Respondió Jesús: «El primero es: «Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser.» El segundo es éste: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo.» No hay mandamiento mayor que éstos.»

El escriba replicó: «Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.»

Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: «No estás lejos del reino de Dios.»

Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

De vez en cuando me viene bien revisar lo que estoy haciendo y por qué lo hago. Y hoy el evangelio hace una propuesta clara para esta revisión. Para empezar habla del amor a Dios con todo mi ser y con todas mis fuerzas. Dedico unos minutos a ver hasta qué punto rodea mi vida y es el motor de mi día a día. A ver si realmente me estoy moviendo hacia él.

En segundo lugar me habla del prójimo. Dios no se queda en un amor abstracto. Me habla de concretar ese amor en los demás, en mis amigos, en los que piensan como yo, pero también en quien no me resulta tan cercano y me habla de quererlos tanto como a mí mismo. ¡Qué difícil! Le presento al Señor cómo ando en este aspecto y las dificultades que encuentro.

Siempre que abro el corazón, sufro el reconocimiento de metas logradas y también alguna cuesta arriba que aún tengo que atender. Al volver a leer el texto, me puedo fijar en cómo Jesús insiste en que no hay mayor precepto que estos. Gastar mis energías en otros asuntos sólo me distrae de lo importante.

Enamórate, nada puede importar más que encontrar a Dios, es decir, enamorarse de él, de una manera definitiva y absoluta. Aquello de lo que te enamoras atrapa tu imaginación y acaba por ir dejando su huella en todo. Será lo que decida qué es lo que te saca de la cama en la mañana, qué hacer con tus atardeceres, en qué empleas tus fines de semana, lo que lees, lo que conoces, lo que rompe tu corazón y lo que te sobrecoge de alegría y gratitud. Enamórate, permanece en el amor. Todo será de otra manera.

Es el momento de poner en tus manos, Señor, lo que ha surgido en mi corazón. No siempre me gusta enseñarte lo que encuentro, pero tú, nunca me reprochas nada. Sólo me muestras el camino y te ofreces a recorrerlo conmigo. Gracias, una vez más, por dejarme retomar las riendas de mi vida, por ayudarme a no distraerme con brillos que me despistan de lo que de verdad quiero. Gracias, Señor.

Dios te salve María,
llena eres de gracia,
el Señor es contigo.
Bendita tú eres,
entre todas las mujeres
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María,
Madre de Dios,
ruega por nosotros pecadores
ahora y en la hora de nuestra muerte.
Amén.

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