Empezamos el tercer mes del año. Pronto, en el hemisferio norte, comenzará la primavera tras un invierno que ha sido duro. Esperemos que nos traiga también una buena dosis de esperanza.
Lo que Ben Sira nos ofrece hoy es –digámoslo con una palabreja muy en boga– una “relectura” de los relatos de la creación que se nos ofrecen en los dos primeros capítulos del Génesis. El mensaje central es este: Dios hizo al hombre a su propia imagen. Por eso, como canta el salmo 102, siente ternura por sus hijos, porque él conoce nuestra masa, se acuerda de que somos de barro. En momentos de plenitud personal cuando nos aupamos sobre la peana de nuestra buena salud, de nuestros éxitos profesionales, de nuestra creatividad, nuestra condición de “imágenes de Dios” tiene algo de decorativo, como si fuera la guinda que ponemos sobre un pastel que hemos preparado con nuestras fuerzas. Pero llega un momento en el que el pastel se va desmoronando. Entonces, lo que parecía decorativo salta al primer plano. Recuerdo la conversación con un anciano que cuando me explicaba que se sentía hijo de Dios no podía contener las lágrimas. ¡Como si hubiera tardado toda una vida en comprender lo que en momentos de plenitud apenas resuena! Esto es sabiduría.
Los discípulos de Jesús aparecen otra vez en el ignominioso papel de guardaespaldas del Maestro. El miércoles pasado estaban empeñados en prohibir que un espontáneo echara demonios porque no es de los nuestros. Hoy dificultan el acercamiento de un grupo de niños a Jesús. El texto de Marcos dice literalmente que los discípulos los regañaban. Ya hemos dicho en varias ocasiones que para la mentalidad judía un niño no es un símbolo de bondad, inocencia y pureza, sino de desvalimiento. No era común esa imagen emocionalmente idealizada que tenemos del niño en nuestras sociedades contemporáneas. Los niños no tenían libre acceso a Jesús porque eran seres que no contaban. Por eso, como el mismo texto indica, fueron presentados. Jesús aprovecha la circunstancia para aclarar que de los que son como ellos es el Reino de Dios. Es decir, de los que no cuentan, de los que son regañados, de los que tienen dificultades de acceso a él, de los que tienen que ser presentados por otros, de los que, en medio de su impotencia, desean ser tocados.
En el relato de hoy Jesús aparece con una personalidad llena de contrastes. Por una parte, se enfada con los discípulos, no quiere que se conviertan en barrera los que están llamados a ser servidores. Por otra, abraza, bendice e impone las manos a los niños. Más allá de las resonancias sacramentales de estos gestos, descubrimos a un Jesús humano, que sabe reaccionar como conveniente en cada momento.
Fernando González, cmf