Vísperas – Domingo XXVII Tiempo Ordinario

DOMINGO DE LA SEMANA XXVII
De la Feria. Salterio III

6 de octubre 

II VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: SANTA UNIDAD Y TRINIDAD BEATA.

Santa unidad y Trinidad beata:
con los destellos de tu brillo eterno,
infunde amor en nuestros corazones,
mientras se va alejando el sol de fuego.

Por la mañana te cantamos loas
y por la tarde te elevamos ruegos,
pidiéndote que estemos algún día
entre los que te alaban en el cielo.

Glorificado sean por los siglos
de los siglos el Padre y su Unigénito,
y que glorificado con entrambos
sea por tiempo igual el Paracleto. Amén

SALMODIA

Ant 1. Oráculo del Señor a mi Señor: «Siéntate a mi derecha.» Aleluya.

Salmo 109 – EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»

Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.

En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Oráculo del Señor a mi Señor: «Siéntate a mi derecha.» Aleluya.

Ant 2. El Señor piadoso ha hecho maravillas memorables. Aleluya.

Salmo 110 – GRANDES SON LAS OBRAS DEL SEÑOR

Doy gracias al Señor de todo corazón,
en compañía de los rectos, en la asamblea.
Grandes son las obras del Señor,
dignas de estudio para los que las aman.

Esplendor y belleza son su obra,
su generosidad dura por siempre;
ha hecho maravillas memorables,
el Señor es piadoso y clemente.

Él da alimento a sus fieles,
recordando siempre su alianza;
mostró a su pueblo la fuerza de su poder,
dándoles la heredad de los gentiles.

Justicia y verdad son las obras de sus manos,
todos sus preceptos merecen confianza:
son estables para siempre jamás,
se han de cumplir con verdad y rectitud.

Envió la redención a su pueblo,
ratificó para siempre su alianza,
su nombre es sagrado y temible.

Primicia de la sabiduría es el temor del Señor,
tienen buen juicio los que lo practican;
la alabanza del Señor dura por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Señor piadoso ha hecho maravillas memorables. Aleluya.

Ant 3. Reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo. Aleluya.

Cántico: LAS BODAS DEL CORDERO – Cf. Ap 19,1-2, 5-7

El cántico siguiente se dice con todos los Aleluya intercalados cuando el oficio es cantado. Cuando el Oficio se dice sin canto es suficiente decir el Aleluya sólo al principio y al final de cada estrofa.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios
(R. Aleluya)
porque sus juicios son verdaderos y justos.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Alabad al Señor sus siervos todos.
(R. Aleluya)
Los que le teméis, pequeños y grandes.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo.
(R. Aleluya)
Alegrémonos y gocemos y démosle gracias.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Llegó la boda del cordero.
(R. Aleluya)
Su esposa se ha embellecido.
R. Aleluya, (aleluya).

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo. Aleluya.

LECTURA BREVE   1Pe 1, 3-5

Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para una herencia incorruptible, pura, imperecedera, que os está reservada en el cielo. La fuerza de Dios os custodia en la fe para la salvación que aguarda a manifestarse en el momento final.

RESPONSORIO BREVE

V. Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.
R. Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.

V. Digno de gloria y alabanza por los siglos.
R. En la bóveda del cielo.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Somos solamente tus siervos, Señor; no hemos hecho más que lo que teníamos que hacer.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Somos solamente tus siervos, Señor; no hemos hecho más que lo que teníamos que hacer.

PRECES

Invoquemos a Dios, nuestro Padre, que maravillosamente creó el mundo, lo redimió de forma más admirable aún y no cesa de conservarlo con amor, y digámosle:

Renueva, Señor, las maravillas de tu amor.

Señor, tú que en el universo, obra de tus manos, nos revelas tu poder,
haz que sepamos ver tu providencia en los acontecimientos del mundo.

Tú que por la victoria de tu Hijo en la cruz anunciaste la paz al mundo,
líbranos de todo desaliento y de todo temor.

A todos los que aman la justicia y trabajan por conseguirla,
concédeles que cooperen con sinceridad y concordia en la edificación de un mundo mejor.

Ayuda a los oprimidos, consuela a los afligidos, libra a los cautivos, da pan a los hambrientos
y fortalece a los débiles, para que en todos se manifieste el triunfo de la cruz.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que al tercer día resucitaste a tu Hijo gloriosamente del sepulcro,
haz que nuestros hermanos difuntos lleguen también a la plenitud de la vida.

Concluyamos nuestra súplica con la oración que el mismo Cristo nos enseñó:

Padre nuestro…

ORACION

Dios todopoderoso y eterno, que con la magnificencia de tu amor sobrepasas los méritos y aun los deseos de los que te suplican, derrama sobre nosotros tu misericordia, para que libres nuestra conciencia de toda inquietud y nos concedas aun aquello que no nos atrevemos a pedir. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

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Visionarios

A veces, cuando desde la fe en Cristo Resucitado hablamos de la misión evangelizadora, de la transformación de las personas y del mundo, del futuro posible que Dios quiere… se nos tacha de visionarios. Y esta palabra, según el diccionario, tiene dos significados: la primera acepción es negativa: persona que, por su fantasía exaltada, se figura y cree con facilidad cosas quiméricas. Éste es el significado con el que nos lo dicen, porque nos consideran unos crédulos que nos imaginamos un mundo de fantasía. Pero hay una segunda acepción para visionario: Que se adelanta a su tiempo o tiene visión de futuro. Y en la historia encontramos muchos “visionarios” en este sentido positivo; por ejemplo, Julio Verne, quien predijo con gran precisión en sus novelas la aparición de algunos de los inventos del siglo XX, como la televisión, los submarinos o las naves espaciales.

Hoy la Palabra de Dios nos invita a ser visionarios en este sentido positivo: El Señor me respondió así: Escribe la visión… La visión espera su momento… (1ª lectura). Ten delante la visión que yo te di con mis palabras sensatas (2ª lectura). Y es cierto que una visión puede ser una creación de la fantasía o imaginación, que no tiene realidad y se toma como verdadera; pero la visión a la que se refiere la Palabra de Dios no es creación de nuestra fantasía o imaginación: nos ha sido dada, nos ha sido revelada por alguien “de fiar”: por Jesús. Y precisamente porque Él es “de fiar”, ante esa visión que Él nos propone, nuestra respuesta es la fe, como decía san Pablo: vive con fe y amor cristiano.

Pero no falta quien piensa que la fe es también una ilusión. En su primera encíclica, Lumen fidei (La luz de la fe), el Papa Francisco dice al respecto: al hablar de la fe como luz, podemos oír la objeción de muchos contemporáneos nuestros (…) Esa luz… ya no sirve para los tiempos nuevos, para el hombre adulto (…) La fe se veía como una luz ilusoria (2). La fe se ha visto así como un salto que damos en el vacío, por falta de luz, movidos por un sentimiento ciego (…) pero que no se puede proponer a los demás como luz objetiva y común para alumbrar el camino (3).

Pero frente a estas objeciones, el Papa afirma: Quien cree ve; ve con una luz que ilumina todo el trayecto del camino, porque llega a nosotros desde Cristo resucitado (1). Como decía la 1ª lectura: el justo vivirá por su fe. Por eso hoy debemos hacer nuestra la petición que los Apóstoles dijeron al Señor: Auméntanos la fe. Necesitamos ser “visiona-rios”, hacer nuestra desde la fe la visión de esperanza y amor que Cristo resucitado nos ofrece y ofrecerla a los demás, ofrecer la luz de la fe, porque cuando falta la luz, todo se vuelve confuso, es imposible distinguir el bien del mal, la senda que lleva a la meta de aquella otra que nos hace dar vueltas y vueltas sin una dirección fija (3).

En este tiempo de nueva evangelización, debemos vivir por la fe, sin miedo a que nos tachen de “visionarios” en sentido negativo, porque como decía san Pablo: Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio. No tengas miedo de dar la cara por nuestro Señor.

¿Alguna vez, por mi fe, me han tachado de “visionario” en sentido negativo? ¿Alguna vez he pensado que todo esto son fantasías, ilusiones, quimeras…? ¿Qué respuesta di, o busqué?

El Señor, en la nueva evangelización, nos pide que seamos “visionarios”, que tengamos visión de futuro, de su futuro, porque el hombre ha renunciado a la búsqueda de una luz grande, de una verdad grande, y se ha contentado con pequeñas luces que alumbran el instante fugaz, pero que son incapaces de abrir el camino (3).

Para recorrer nosotros y abrir a otros el camino del Señor, debemos vivir por la fe en Él, que esa fe sea nuestra luz. Y esta fe no es una ilusión: una luz tan potente no puede provenir de nosotros mismos (…) La fe nace del encuentro con el Dios vivo, que nos llama y nos revela su amor, un amor que nos precede y en el que nos podemos apoyar para estar seguros y construir la vida. Transformados por este amor, recibimos ojos nuevos, experimentamos que en él hay una gran promesa de plenitud y se nos abre la mirada al futuro (4).

En la fe (…) reconocemos que se nos ha dado un gran Amor, que se nos ha dirigido una Palabra buena, y que, si acogemos esta Palabra, que es Jesucristo, Palabra encarnada, el Espíritu Santo nos transforma, ilumina nuestro camino hacia el futuro y da alas a nuestra esperanza para recorrerlo con alegría (7).

¿Somos creyentes?

Jesús les había repetido en diversas ocasiones: “¡Qué pequeña es vuestra fe!”. Los discípulos no protestan. Saben que tiene razón. Llevan bastante tiempo junto a él. Lo ven entregado totalmente al Proyecto de Dios; solo piensa en hacer el bien; solo vive para hacer la vida de todos más digna y más humana. ¿Lo podrán seguir hasta el final?

Según Lucas, en un momento determinado, los discípulos le dicen a Jesús: “Auméntanos la fe”. Sienten que su fe es pequeña y débil. Necesitan confiar más en Dios y creer más en Jesús. No le entienden muy bien, pero no le discuten. Hacen justamente lo más importante: pedirle ayuda para que haga crecer su fe.

La crisis religiosa de nuestros días no respeta ni si quiera a los practicantes. Nosotros hablamos de creyentes y no creyentes, como si fueran dos grupos bien definidos: unos tienen fe, otros no. En realidad, no es así. Casi siempre, en el corazón humano hay, a la vez, un creyente y un no creyente. Por eso, también los que nos llamamos “cristianos” nos hemos de preguntar: ¿Somos realmente creyentes? ¿Quién es Dios para nosotros? ¿Lo amamos? ¿Es él quien dirige nuestra vida?

La fe puede debilitarse en nosotros sin que nunca nos haya asaltado una duda. Si no la cuidamos, puede irse diluyendo poco a poco en nuestro interior para quedar reducida sencillamente a una costumbre que no nos atrevemos a abandonar por si acaso. Distraídos por mil cosas, ya no acertamos a comunicarnos con Dios. Vivimos prácticamente sin él.

¿Qué podemos hacer? En realidad, no se necesitan grandes cosas. Es inútil que nos hagamos propósitos extraordinarios pues seguramente no los vamos a cumplir. Lo primero es rezar como aquel desconocido que un día se acercó a Jesús y le dijo: “Creo, Señor, pero ven en ayuda de mi incredulidad”. Es bueno repetirlas con corazón sencillo.

Dios nos entiende. El despertará nuestra fe.

No hemos de hablar con Dios como si estuviera fuera de nosotros. Está dentro. Lo mejor es cerrar los ojos y quedarnos en silencio para sentir y acoger su Presencia. Tampoco nos hemos de entretener en pensar en él, como si estuviera solo en nuestra cabeza. Está en lo íntimo de nuestro ser. Lo hemos de buscar en nuestro corazón.

Lo importante es insistir hasta tener una primera experiencia, aunque sea pobre, aunque solo dure unos instantes. Si un día percibimos que no estamos solos en la vida, si captamos que somos amados por Dios sin merecerlo, todo cambiará. No importa que hayamos vivido olvidados de él. Creer en Dios, es, antes que nada, confiar en el amor que nos tiene.

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio de hoy (6 de octubre)

La fe viva y el servicio a los hermanos

“En algo hay que creer” es una expresión que se repite frecuentemente y que, pese a ser tan imprecisa y desvaída, encierra una gran verdad. Todo ser humano cree de hecho en algo, en el sentido de que tiene su confianza puesta en ese algo que le da orientación y sentido. Incluso los que no creen, esto es, los que carecen de fe religiosa, son a su manera creyentes, creen en “algo”, creen (y son frases que posiblemente todos hemos oído alguna vez) en la libertad, en la justicia, en el progreso o en la ciencia. Porque, de hecho, en la vida humana, es imposible traducirlo todo a evidencias inmediatas y hay que dejar siempre un espacio a la confianza en ese “algo” que no es objeto de certeza actual o experiencia directa, sino de deseo y de esperanza. Hasta los positivistas más acérrimos, que dicen confiar sólo en la ciencia positiva, hacen con ello profesión de una cierta fe, pues confían (sin evidencia) en que la ciencia irá desvelando en el futuro todos los misterios de la naturaleza.

Esta fe como confianza juega un papel capital en la vida humana, porque es ella la que orienta nuestras opciones prácticas, la selección de nuestros valores y, en consecuencia, nuestra acción.

Cuando vivía en Krasnoyarsk asistí a las clases de filosofía de un viejo profesor soviético, que hablaba de la dialéctica de la materia (con la que resolvía todo tipo de problemas filosóficos) con la unción de un verdadero creyente (huelga decir que jamás aportó ni una sola prueba científica al objeto de su fe, que él tenía por ciencia). Y recientemente hemos visto cómo uno de los representantes más activos del ateísmo contemporáneo, Richard Dawkins, negador de todo sentido y de todo valor que trascienda los límites de la biología, ha iniciado una verdadera cruzada contra la religión y contra todas sus expresiones, pues aunque niega que existan el bien y el mal, considera muy malo que haya quienes defienden lo contrario y, al parecer, muy bueno dedicarse a combatirlos. Es decir, también estos descreídos militantes acaban creyendo “en algo”. Sin esa mínima fe no podrían actuar en ningún sentido, ni movilizarse en favor o en contra de nada.

Y es que la fe tiene un sentido humano que es inevitable. La fe es ante todo, hemos dicho, confianza. La confianza es la base de las relaciones humanas, de la amistad, hasta de la economía, no digamos ya del amor. Quien vive en la desconfianza sistemática es incapaz de abrirse a nada ni a nadie y está cerrado a una relación personal auténtica, lo que es, y así lo enseña la experiencia, fuente de sufrimientos indecibles.

Por otro lado, la fe como confianza no es, como suele afirmarse, una actitud ciega. Es verdad que la fe implica aceptar lo que no se ve directamente y, por ello, tiene inevitablemente un componente de riesgo, pero eso no significa que no exista absolutamente ningún modo de garantizar el objeto de la fe. En las relaciones humanas hay todo un sistema de signos (comportamientos, actitudes, expresiones) que nos dicen que tal persona o grupo o institución son o no “dignos de crédito”, por lo que es razonable o no depositar en ellos nuestra confianza. El que otorga su confianza de manera completamente ciega es que es un crédulo, y el mismo uso del lenguaje nos indica que no es lo mismo la credulidad que la fe.

Pues bien, también en el ámbito religioso no cualquier fe, es decir, cualquier objeto de fe y cualquier modo de creencia, son igualmente aceptables. Para que la fe religiosa sea una virtud teologal debe dirigirse a un objeto verdaderamente existente; además debe dirigirse a una objeto que sea digno en sí mismo (y, por eso, digno de fe); finalmente, es preciso relacionarse dignamente con ese objeto digno de fe. Así, depositar la propia fe en objetos de superstición, como el horóscopo o la piedra filosofal que convierte cualquier cosa en oro, es caer en la credulidad ilusa en objetos inexistentes. Puede creerse en objetos reales, pero que no son dignos de una relación de fe: como quienes depositan su confianza en el diablo o, de manera más pedestre, en algún embaucador religioso o político. Finalmente, es posible creer en algo existente y digno de fe, pero hacerlo de manera indigna, como en el caso citado por el apóstol Santiago (2, 19), que dice que los demonios creen en Dios y tiemblan, pues creen de manera indigna (no con alegría y confianza, sino con horror y repugnancia). Así pues, hablando de fe religiosa, “puede considerarse virtud sólo una fe en el Ser supremo, que se dirige a Él con dignidad, que significa con una libre piedad filial” (V. Soloviov, La justificación del Bien, cap. 5, IV ).

La relación que los discípulos de Jesús tenían con él era una relación de fe. No eran sólo aprendices de una doctrina o de una cierta forma de vida, sino que estaban ligados al Maestro por una relación de profunda comunión vital, que implicaba reconocer y confesar en él al Mesías de Dios. Más allá de la evidencia de su realidad humana, sus palabras y sus hechos invitaban a una actitud fiducial: creer que en él se cumplían efectivamente las antiguas promesas contenidas en la ley y los profetas. Los discípulos habían sido testigos en numerosas ocasiones de cómo Jesús alababa la fe de aquellos que le pedían curación, liberación o perdón. Posiblemente sentían que la fe que profesaban por el Maestro se tambaleaba a veces, especialmente cuando experimentaban la enemistad y las amenazas que provenían de gentes dotadas de autoridad y prestigio. Y es que, efectivamente, la fe se pone a prueba ante las dificultades de todo tipo que nos rodean. La primera lectura lo ilustra con fuerza expresiva. Puede tratarse de la evidencia del mal en el mundo, que parece dominar y campar por sus respetos con insolencia; pueden ser dificultades personales y la impresión de que Dios no responde a nuestras peticiones; pueden ser dudas internas que nos asaltan a veces, porque, como hemos dicho, la fe tiene ciertamente un componente de riesgo, y las bases en que se apoya no son demostraciones axiomáticas o evidencias de laboratorio. Los discípulos sentían, por un lado, que Jesús exigía de ellos ante todo una respuesta de fe; por otro, experimentaban las flaquezas propias de la actitud fiducial. De ahí que, con buen criterio, le piden a Jesús que aumente su fe. Una petición que también nosotros podemos hacer hoy. Porque, aunque frecuentemente hablamos de tener o no tener fe, ésta no es un mero objeto de posesión, sino una actitud viva, que puede padecer anemia o raquitismo si no se la alimenta adecuadamente, o crecer y robustecerse hasta dar frutos.

La respuesta de Jesús, de entrada, puede sorprender. Más que concederles el don solicitado parece lanzarles un reto: “Si tuvierais fe como un granito de mostaza…” Parece dar a entender que la fe no es cuestión de cantidad, sino de calidad. Lo importante es que esté viva, como una semilla, y entonces, por pequeña y débil que parezca, es capaz de obrar milagros y hacer cosas imposibles. La alusión a la morera (planta de profundas y ramificadas raíces, difícil de arrancar) hay que entenderla en el sentido metafórico en que decimos nosotros que “la fe mueve montañas”. La fe viva, en efecto, nos pone en movimiento y nos permite realizar cosas que, de otra manera, se nos antojan imposibles.

Ahora bien, ¿qué significa realmente una “fe viva”? No se trata de un poder nuestro para hacer cosas extraordinarias, como si gracias a la fe nos convirtiéramos en una especie de taumaturgos capaces de sorprender a quien se nos ponga por delante. La fe de la que hablamos aquí, la fe en Jesús, es la confianza en su palabra, la acogida de la misma y la disposición a ponerla en práctica. Como realidad viva que es, a imagen de la semilla, requiere ser cultivada y, como dice Pablo en la segunda lectura, reavivada. Ante las dificultades internas y externas, la fe probada se convierte en fidelidad: las últimas palabras de la profecía de Habacuc se traducen a veces de esta manera: “el justo vivirá por su fidelidad”. Y una fe que confía y es fiel es una fe que se enfrenta con valentía a las dificultades, que no se esconde, que da testimonio. El supremo ejemplo lo tenemos en el mismo Jesús, que vive en la plena confianza en su Padre, y fiel a su misión, llega al extremo de entregar su propia vida.

En el texto evangélico podemos tener la impresión de que tras la breve catequesis sobre la fe, Jesús cambia de tercio y se pone a hablar de algo totalmente distinto. Pero, en realidad, existe un profundo vínculo entre las dos enseñanzas. Si, como hemos dicho,  la fe se alimenta de la palabra de Jesús escuchada, acogida y puesta en práctica, la alusión al servicio no es casual. La fe no es una confianza pasiva, sino que nos pone en pie y nos hace vivir activamente, actuar. Y, ¿cuál es el género de acción que, como fruto de la semilla, procede de la fe en Jesucristo? El que cree en Él debe vivir como vivió Él (cf. 1 Jn 2, 6). Si Él vino a servir y a entregar su vida en rescate por muchos (cf. Mt 20, 28), el discípulo de Jesús ha de ser un servidor de Dios y de sus hermanos. Si es un verdadero creyente, éste es el milagro que la fe opera en él: arrancarlo de las raíces del egoísmo y de la seguridad y plantarlo en el mar arriesgado del servicio a los demás. Vivir en actitud de entrega y servicio no es una dimensión sobreañadida a la fe, algo de lo que podamos enorgullecernos o por lo que debamos exigir un salario, sino la consecuencia natural de ese “vivir por la fe”, de ese espíritu de energía, amor y buen juicio; es el fruto de esa semilla de la fe que la palabra de Jesús ha plantado en nuestro interior.

Después del Concilio Vaticano II en pleno proceso de renovación eclesial había un dicho muy significativo sobre el papel y el sentido de la Iglesia en el mundo: “una Iglesia que no sirve, no sirve para nada”. Lo mismo podemos decir nosotros de nuestra fe: una fe que no nos pone en una actitud de servicio es una fe débil y mortecina, si no ya totalmente muerta. Pero también la inversa es verdadera: para fortalecer, reavivar y aumentar nuestra fe, además de pedírselo al Señor en la escucha de su palabra, hemos de ponernos enseguida al servicio de los hermanos.

José María Vegas, cmf

Domingo XXVII Tiempo Ordinario

Hoy es domingo, 6 de octubre.

De vez en cuando necesitamos detenernos. Para alimentar la sed  de infinito y descubrir lo que llevamos dentro. Cada momento de silencio y oración es una oportunidad para comprobar que formamos parte de un todo, con Dios, con lo creado y con los otros. Me hago consciente de esa unidad con todo lo existente, mientras me dispongo para el encuentro con Dios, en este momento de oración. Un encuentro que da la paz al corazón de quien se deja enseñar por Dios.

La lectura de hoy  es del evangelio de Lucas (Lc 17, 5-10):

En aquel tiempo, los apóstoles le pidieron al Señor: «Auméntanos la fe.»

El Señor contestó: «Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: «Arráncate de raíz y plántate en el mar.» Y os obedecería. Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor; cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: «En seguida, ven y ponte a la mesa»? ¿No le diréis: «Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú»? ¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: «Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer.»»

La fe, viene a decir Jesús, es una actitud, una vivencia de Dios. No tiene nada que ver con la cantidad o el tamaño. Por eso, un grano de mostaza, aunque diminuto, contiene vida. Exactamente igual que la mayor de las semillas. ¿Eres consciente de que llevas ya en tu interior esa semilla de Dios capaz de crecer en ti y dar mucho fruto? ¿Cómo se traduce en tu vida?

La fe es capaz de arrancar de raíz cualquier cosa. Una morera o incluso algo más profundo, el pecado. Jesús viene a decir que el mal y el bien no son dos fuerzas iguales. La fuerza del bien es mucho mayor. ¿Qué situaciones de injusticia, en tu entorno y en el mundo, te gustaría arrancar?

Somos siervos, dice Jesús, cumplimos nuestro deber. El Señor nos recuerda que no es mérito nuestro, sino la obra de Dios. El espíritu está vivo y es el que puede obrar maravillas a través de ti. ¿Qué ámbitos te gustaría poner en sus manos para que actúe en ti?

Como los apóstoles, muchos seguidores de Jesús no terminamos de creer que nuestra fe, nuestro modo de vivir, puede cambiar el mundo. La semilla de Dios es capaz de transformar los corazones y la sociedad. Al leer de nuevo el texto, déjate contagiar por la promesa y la fuerza de esa semilla que sigue viva y presente.

En tus ojos
 
Sólo en tus ojos puedo leer
quién soy y lo que valgo,
mientras las demás miradas
me zarandean en el vértigo
del abismo o de las cumbres.
Solo en tus manos crecer
tiene el ritmo justo
del sol en el oriente
o
de la madera en el tronco
bajo la cáscara cómplice,
mientras me quiere absorber
el instante digital
donde el vértigo seduce.
Solo tu presencia,
tus tiempos y tus ritmos,
sin ansia ni porfía,
despiertan mi secreto
de vida interminable,
donde mi futuro
brota de tu misterio
sin deudas y sin ancla.

Benjamín González Buelta, sj.

Señor, auméntanos la fe, para creer que es posible, para no resignarnos a la mediocridad, para aspirar continuamente a ser más hijos. Habla con Jesús, preséntale como los apóstoles, tu petición y tus deseos más profundos. Que esta oración  te pueda acompañar a lo largo de la semana, repitiendo en tu interior, una y otra vez, ese anhelo. Señor, aumenta mi fe….; Señor, aumenta mi fe…

Laudes – Domingo XXVII Tiempo Ordinario

DOMINGO DE LA SEMANA XXVII
De la Feria. Salterio III

6 de octubre 

LAUDES
(Oración de la mañana)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza

INVITATORIO

Ant. Venid, aclamemos al Señor, demos vítores a la Roca que nos salva. Aleluya. 

Salmo 94 INVITACIÓN A LA ALABANZA DIVINA

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

Venid, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras.

Durante cuarenta años
aquella generación me repugnó, y dije:
Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Himno: LAS SOMBRAS OSCURAS HUYEN.

Las sombras oscuras huyen,
ya va pasando la noche;
y el sol, con su luz de fuego,
nos disipa los temores.

Ya se apagan las estrellas
y se han encendido soles;
el rocío cae de los cielos
en el cáliz de las flores.

Las criaturas van vistiendo
sus galas y sus colores,
porque al nacer nuevo día
hacen nuevas las canciones.

¡Lucero, Cristo, del alba,
que paces entre esplendores,
apacienta nuestras vidas
ya sin sombras y sin noches!

¡Hermoso Cristo, el Cordero,
entre collados y montes! Amén.

SALMODIA

Ant 1. El Señor es admirable en el cielo. Aleluya.

Salmo 92 – GLORIA DEL DIOS CREADOR

El Señor reina vestido de majestad,
el Señor, vestido y ceñido de poder:
así está firme el orbe y no vacila.

Tu trono está firme desde siempre,
y tú eres eterno.

Levantan los ríos, Señor,
levantan los ríos su voz,
levantan los ríos su fragor;

pero más que la voz de aguas caudalosas,
más potente que el oleaje del mar,
más potente en el cielo es el Señor.

Tus mandatos son fieles y seguros;
la santidad es el adorno de tu casa,
Señor, por días sin término.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Señor es admirable en el cielo. Aleluya.

Ant 2. Tú, Señor, eres alabado y ensalzado por los siglos. Aleluya.

Cántico: TODA LA CREACIÓN ALABE AL SEÑOR – Dn 3,57-88. 56

Creaturas todas del Señor, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Ángeles del Señor, bendecid al Señor;
cielos, bendecid al Señor.

Aguas del espacio, bendecid al Señor;
ejércitos del Señor, bendecid al Señor.

Sol y luna, bendecid al Señor;
astros del cielo, bendecid al Señor.

Lluvia y rocío, bendecid al Señor;
vientos todos, bendecid al Señor.

Fuego y calor, bendecid al Señor;
fríos y heladas, bendecid al Señor.

Rocíos y nevadas, bendecid al Señor;
témpanos y hielos, bendecid al Señor.

Escarchas y nieves, bendecid al Señor;
noche y día, bendecid al Señor.

Luz y tinieblas, bendecid al Señor;
rayos y nubes, bendecid al Señor.

Bendiga la tierra al Señor,
ensálcelo con himnos por los siglos.

Montes y cumbres, bendecid al Señor;
cuanto germina en la tierra, bendiga al Señor.

Manantiales, bendecid al Señor;
mares y ríos, bendecid al Señor.

Cetáceos y peces, bendecid al Señor;
aves del cielo, bendecid al Señor.

Fieras y ganados, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Hijos de los hombres, bendecid al Señor;
bendiga Israel al Señor.

Sacerdotes del Señor, bendecid al Señor;
siervos del Señor, bendecid al Señor.

Almas y espíritus justos, bendecid al Señor;
santos y humildes de corazón, bendecid al Señor.

Ananías, Azarías y Misael, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Bendigamos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo,
ensalcémoslo con himnos por los siglos.

Bendito el Señor en la bóveda del cielo,
alabado y glorioso y ensalzado por los siglos.

No se dice Gloria al Padre.

Ant. Tú, Señor, eres alabado y ensalzado por los siglos. Aleluya.

Ant 3. Alabad al Señor en el cielo. Aleluya.

Salmo 148 – ALABANZA DEL DIOS CREADOR

Alabad al Señor en el cielo,
alabad al Señor en lo alto.

Alabadlo todos sus ángeles,
alabadlo todos sus ejércitos.

Alabadlo, sol y luna;
alabadlo, estrellas lucientes.

Alabadlo, espacios celestes,
y aguas que cuelgan en el cielo.

Alaben el nombre del Señor,
porque él lo mandó, y existieron.

Les dio consistencia perpetua
y una ley que no pasará.

Alabad al Señor en la tierra,
cetáceos y abismos del mar.

Rayos, granizo, nieve y bruma,
viento huracanado que cumple sus órdenes.

Montes y todas las sierras,
árboles frutales y cedros.

Fieras y animales domésticos,
reptiles y pájaros que vuelan.

Reyes y pueblos del orbe,
príncipes y jefes del mundo.

Los jóvenes y también las doncellas,
los viejos junto con los niños.

Alaben el nombre del Señor,
el único nombre sublime.

Su majestad sobre el cielo y la tierra;
él acrece el vigor de su pueblo.

Alabanza de todos sus fieles,
de Israel, su pueblo escogido.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Alabad al Señor en el cielo. Aleluya.

LECTURA BREVE   Ez 37, 12b-14

Así dice el Señor. «Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío, y os traeré a la tierra de Israel. Y cuando abra vuestros sepulcros y os saque de vuestros sepulcros, pueblo mío, sabréis que yo soy el Señor: os infundiré mi espíritu y viviréis, os colocaré en vuestra tierra y sabréis que yo el Señor lo digo y lo hago.» Oráculo del Señor.

RESPONSORIO BREVE

V. Cristo, Hijo de Dios vivo, ten piedad de nosotros.
R. Cristo, Hijo de Dios vivo, ten piedad de nosotros.

V. Tú que estás sentado a la derecha del Padre.
R. Ten piedad de nosotros.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Cristo, Hijo de Dios vivo, ten piedad de nosotros.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Conserva el precioso depósito de la fe, bajo la acción del Espíritu Santo que mora en nosotros. Aleluya.

Cántico de Zacarías. EL MESÍAS Y SU PRECURSOR      Lc 1, 68-79

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo.
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas:

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
ha realizado así la misericordia que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abraham.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán Profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tiniebla
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Conserva el precioso depósito de la fe, bajo la acción del Espíritu Santo que mora en nosotros. Aleluya.

PRECES

Invoquemos a Dios Padre que envió al Espíritu Santo, para que con su luz santísima penetrara las almas de sus fieles, y digámosle:

Ilumina, Señor, a tu pueblo.

Te bendecimos, Señor, luz nuestra,
porque a gloria de tu nombre nos has hecho llegar a este nuevo día.

Tú que por la resurrección de tu Hijo quisiste iluminar el mundo,
haz que tu Iglesia difunda entre todos los hombres la alegría pascual.

Tú que por el Espíritu de la verdad adoctrinaste a los discípulos de tu Hijo,
envía este mismo Espíritu a tu Iglesia para que permanezca siempre fiel a ti.

Tú que eres luz para todos los hombres, acuérdate de los que viven aún en las tinieblas
y abre los ojos de su mente para que te reconozcan a ti, único Dios verdadero.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Por Jesús hemos sido hechos hijos de Dios; por esto nos atrevemos a decir:

Padre nuestro…

ORACION

Dios todopoderoso y eterno, que con la magnificencia de tu amor sobrepasas los méritos y aun los deseos de los que te suplican, derrama sobre nosotros tu misericordia, para que libres nuestra conciencia de toda inquietud y nos concedas aun aquello que no nos atrevemos a pedir. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

Oficio de lecturas – Domingo XXVII Tiempo Ordinario

DOMINGO DE LA SEMANA XXVII
De la Feria. Salterio III

6 de octubre 

OFICIO DE LECTURA 

Si el Oficio de Lectura es la primera oración del día:

V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza

Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:

Ant. Venid, aclamemos al Señor, demos vítores a la Roca que nos salva. Aleluya.


Si antes del Oficio de lectura se ha rezado ya alguna otra Hora:

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.



Himno: PRIMICIAS SON DEL SOL DE SU PALABRA

Primicias son del sol de su Palabra
las luces fulgurantes de este día;
despierte el corazón, que es Dios quien llama,
y su presencia es la que ilumina.

Jesús es el que viene y el que pasa
en Pascua permanente entre los hombres,
resuena en cada hermano su palabra,
revive en cada vida sus amores.

Abrid el corazón, es él quien llama
con voces apremiantes de ternura;
venid: habla, Señor, que tu palabra
es vida y salvación de quien la escucha.

El día del Señor, eterna Pascua,
que nuestro corazón inquieto espera,
en ágape de amor ya nos alcanza,
solemne memorial en toda fiesta.

Honor y gloria al Padre que nos ama,
y al Hijo que preside esta asamblea,
cenáculo de amor le sea el alma,
su Espíritu por siempre sea en ella. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Día tras día te bendeciré, Señor. Aleluya.

Salmo 144 I – HIMNO A LA GRANDEZA DE DIOS

Te ensalzaré, Dios mío, mi rey;
bendeciré tu nombre por siempre jamás.

Día tras día te bendeciré
y alabaré tu nombre por siempre jamás.

Grande es el Señor, merece toda alabanza,
es incalculable su grandeza;
una generación pondera tus obras a la otra,
y le cuenta tus hazañas.

Alaban ellos la gloria de tu majestad,
y yo repito tus maravillas;
encarecen ellos tus temibles proezas,
y yo narro tus grandes acciones;
difunden la memoria de tu inmensa bondad,
y aclaman tus victorias.

El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad;
el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus creaturas.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Día tras día te bendeciré, Señor. Aleluya.

Ant 2. Tu reinado, Señor, es un reinado perpetuo. Aleluya.

Salmo 144 II

Que todas tus creaturas te den gracias, Señor,
que te bendigan tus fieles;
que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas;

explicando tus proezas a los hombres,
la gloria y majestad de tu reinado.
Tu reinado es un reinado perpetuo,
tu gobierno va de edad en edad.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Tu reinado, Señor, es un reinado perpetuo. Aleluya.

Ant 3. El Señor es fiel a sus palabras, bondadoso en todas sus acciones. Aleluya.

Salmo 144 III

El Señor es fiel a sus palabras,
bondadoso en todas sus acciones.
El Señor sostiene a los que van a caer,
endereza a los que ya se doblan.

Los ojos de todos te están aguardando,
tú les das la comida a su tiempo;
abres tú la mano,
y sacias de favores a todo viviente.

El Señor es justo en todos sus caminos,
es bondadoso en todas sus acciones;
cerca está el Señor de los que lo invocan,
de los que lo invocan sinceramente.

Satisface los deseos de sus fieles,
escucha sus gritos, y los salva.
El Señor guarda a los que lo aman,
pero destruye a los malvados.

Pronuncie mi boca la alabanza del Señor,
todo viviente bendiga su santo nombre
por siempre jamás.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Señor es fiel a sus palabras, bondadoso en todas sus acciones. Aleluya.

V. Hijo mío, haz caso a mis palabras.
R. presta oído a mis consejos. 

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 22, 1-14

ORÁCULO CONTRA LA FALSA SEGURIDAD DEL PUEBLO DE DIOS

Oráculo del Valle de la Visión: Pero ¿qué te pasa que te subes en masa a las azoteas? Llena de ruido, urbe estridente, ciudad divertida. Tus caídos no han caído a espada, no han muerto en combate. Tus jefes desertaron en bloque, sin disparar el arco cayeron prisioneros; tus tropas fueron copadas cuando se alejaban huyendo.

Por eso digo: «Apartaos de mí, lloraré amargamente; no porfiéis en consolarme de la derrota de mi pueblo.» Porque era un día de pánico, de humillación, de desconcierto, que enviaba el Señor de los ejércitos. En el Valle de la Visión socavaban los muros, y subían gritos hacia el monte. Elam se cargaba la aljaba, los jinetes aparejaban los caballos, Quir desnudaba el escudo. Tus valles mejores se llenaban de carros, los soldados cargaban contra la puerta, quedaba al descubierto Judá.

Aquel día, inspeccionasteis el arsenal en la Casa del bosque, y descubristeis cuántas brechas tenía la ciudad de David; recogisteis el agua del aljibe de abajo, hicisteis recuento de las casas de Jerusalén y demolisteis algunas de ellas para reforzar la muralla; entre los dos muros hicisteis un depósito para el agua del aljibe viejo. Pero no volvisteis los ojos al Autor de todo esto, ni mirasteis al que desde antiguo lo formó.

El Señor de los ejércitos os invitaba aquel día al llanto y al luto, a raparos y a ceñiros de saco; mas lo que hubo fue alegría y fiesta, matanza de vacas y degüello de corderos, comer carne y beber vino, según aquello de «a comer y a beber, que mañana moriremos». Entonces el Señor de los ejércitos me reveló esto al oído:

«Juro que no se expiará este pecado hasta que muráis -lo ha dicho el Señor de los ejércitos-.»

RESPONSORIO    Jl 2, 12-13

R. Convertíos a mí de todo corazón con ayuno, con llanto, con luto. * Rasgad vuestros corazones y no vuestras vestiduras.
V. Convertíos al Señor, vuestro Dios, porque es compasivo y misericordioso.
R. Rasgad vuestros corazones y no vuestras vestiduras.

SEGUNDA LECTURA

De la Regla pastoral de san Gregorio Magno, papa
(Libro 2, 4: PL 77, 30-31)

EL PASTOR DEBE SABER GUARDAR SILENCIO CON DISCRECIÓN Y HABLAR CUANDO ES ÚTIL

El pastor debe saber guardar silencio con discreción y hablar cuando es útil, de tal modo que nunca diga lo que se debe callar ni deje de decir aquello que hay que manifestar. Porque así como el hablar indiscreto lleva al error, así el silencio imprudente deja en su error a quienes pudieran haber sido adoctrinados. Porque con frecuencia acontece que hay algunos prelados poco prudentes, que no se atreven a hablar con libertad por miedo de perder la estima de sus súbditos; con ello, como lo dice la Verdad, no cuidan a su grey con el interés de un verdadero pastor, sino a la manera de un mercenario, pues callar y disimular los defectos es lo mismo que huir cuando se acerca el lobo.

Por eso el Señor reprende a estos prelados, llamándoles, por boca del profeta: Perros mudos, incapaces de ladrar. Y también dice de ellos en otro lugar: No acudieron a la brecha ni levantaron cerco en torno a la casa de Israel, para que resistiera en la batalla, en el día del Señor. Acudir a la brecha significa aquí oponerse a los grandes de este mundo, hablando con entera libertad para defender a la grey; y resistir en la batalla en el día del Señor es lo mismo que luchar por amor a la justicia contra los malos que acechan.

¿Y qué otra cosa significa no atreverse el pastor a predicar la verdad, sino huir, volviendo la espalda, cuando se presenta el enemigo? Porque si el pastor sale en defensa de la grey es como si en realidad levantara cerco en torno a la casa de Israel. Por eso, en otro lugar, se dice al pueblo delincuente: Tus profetas te predicaron cosas falsas y vanas, y no revelaron tu culpa para invitarte a penitencia. Pues hay que tener presente que en la Escritura se da algunas veces el nombre de profeta a aquellos que, al recordar al pueblo cuán caducas son las cosas presentes, le anuncian ya las realidades futuras. Aquellos, en cambio, a quienes la palabra de Dios acusa de predicar cosas falsas y vanas son los que, temiendo denunciar los pecados, halagan a los culpables con falsas seguridades y, en lugar de manifestarles sus culpas, enmudecen ante ellos.

Porque la reprensión es la llave con que se abren semejantes postemas: ella hace que se descubran muchas culpas que desconocen a veces incluso los mismos que las cometieron. Por eso san Pablo dice que el obispo debe ser capaz de exhortar y animar con sana instrucción y rebatir a los contradictores. Y, de manera semejante, afirma Malaquías: De la boca del sacerdote se espera instrucción, en sus labios se busca enseñanza, porque es mensajero del Señor. Y también dice el Señor por boca de Isaías: Grita a voz en cuello, sin cejar, alza la voz como una trompeta.

Quienquiera pues que se llega al sacerdocio recibe el oficio de pregonero, para ir dando voces antes de la venida del riguroso juez que ya se acerca. Pero, si el sacerdote no predica, ¿por ventura no será semejante a un pregonero mudo? Por esta razón el Espíritu Santo quiso asentarse, ya desde el principio, en forma de lenguas sobre los pastores; así daba a entender que de inmediato hacía predicadores de sí mismo a aquellos sobre los cuales había descendido.

RESPONSORIO    Sal 50, 15. 16-17

R. Enseñaré a los malvados tus caminos y los pecadores volverán a ti. * Y mi lengua cantará tu justicia.
V. Señor, abrirás mis labios: mi boca proclamará tu alabanza.
R. Y mi lengua cantará tu justicia.

Himno: SEÑOR, DIOS ETERNO

Señor, Dios eterno, alegres te cantamos,
a ti nuestra alabanza,
a ti, Padre del cielo, te aclama la creación.

Postrados ante ti, los ángeles te adoran
y cantan sin cesar:

Santo, santo, santo es el Señor,
Dios del universo;
llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.

A ti, Señor, te alaba el coro celestial de los apóstoles,
la multitud de los profetas te enaltece,
y el ejército glorioso de los mártires te aclama.

A ti la Iglesia santa,
por todos los confines extendida,
con júbilo te adora y canta tu grandeza:

Padre, infinitamente santo,
Hijo eterno, unigénito de Dios,
santo Espíritu de amor y de consuelo.

Oh Cristo, tú eres el Rey de la gloria,
tú el Hijo y Palabra del Padre,
tú el Rey de toda la creación.

Tú, para salvar al hombre,
tomaste la condición de esclavo
en el seno de una virgen.

Tú destruiste la muerte
y abriste a los creyentes las puertas de la gloria.

Tú vives ahora,
inmortal y glorioso, en el reino del Padre.

Tú vendrás algún día,
como juez universal.

Muéstrate, pues, amigo y defensor
de los hombres que salvaste.

Y recíbelos por siempre allá en tu reino,
con tus santos y elegidos.

La parte que sigue puede omitirse, si se cree oportuno.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice a tu heredad.

Sé su pastor,
y guíalos por siempre.

Día tras día te bendeciremos
y alabaremos tu nombre por siempre jamás.

Dígnate, Señor,
guardarnos de pecado en este día.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.

Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

A ti, Señor, me acojo,
no quede yo nunca defraudado. 

ORACIÓN.

OREMOS,
Dios todopoderoso y eterno, que con la magnificencia de tu amor sobrepasas los méritos y aun los deseos de los que te suplican, derrama sobre nosotros tu misericordia, para que libres nuestra conciencia de toda inquietud y nos concedas aun aquello que no nos atrevemos a pedir. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén

CONCLUSIÓN

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.