Vísperas – Domingo XXX Tiempo Ordinario

DOMINGO DE LA SEMANA XXX
De la Feria. Salterio II

27 de octubre 

II VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: ¿DONDE ESTÁ MUERTE, TU VICTORIA?

¿Dónde está muerte, tu victoria?
¿Dónde está muerte, tu aguijón?
Todo es destello de su gloria,
clara luz, resurrección.

Fiesta es la lucha terminada,
vida es la muerte del Señor,
día la noche engalanada,
gloria eterna de su amor.

Fuente perenne de la vida,
luz siempre viva de su don,
Cristo es ya vida siempre unida
a toda vida en aflicción.

Cuando la noche se avecina,
noche del hombre y su ilusión,
Cristo es ya luz que lo ilumina,
Sol de su vida y corazón.

Demos al Padre la alabanza,
por Jesucristo, Hijo y señor,
dénos su espíritu esperanza
viva y eterna de su amor. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Cristo es sacerdote eterno según el rito de Melquisedec. Aleluya.

Salmo 109, 1-5. 7 – EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»

Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.

En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Cristo es sacerdote eterno según el rito de Melquisedec. Aleluya.

Ant 2. Nuestro Dios está en el cielo, y lo que quiere lo hace. Aleluya.

Salmo 113 B – HIMNO AL DIOS VERDADERO.

No a nosotros, Señor, no a nosotros,
sino a tu nombre da la gloria;
por tu bondad, por tu lealtad.
¿Por qué han de decir las naciones:
«Dónde está su Dios»?

Nuestro Dios está en el cielo,
lo que quiere lo hace.
Sus ídolos, en cambio, son plata y oro,
hechura de manos humanas:

tienen boca, y no hablan;
tienen ojos, y no ven;
tienen orejas, y no oyen;
tienen nariz, y no huelen;

tienen manos, y no tocan;
tienen pies, y no andan;
no tiene voz su garganta:
que sean igual los que los hacen,
cuantos confían en ellos.

Israel confía en el Señor:
él es su auxilio y su escudo.
La casa de Aarón confía en el Señor:
él es su auxilio y su escudo.
Los fieles del Señor confían en el Señor:
él es su auxilio y su escudo.

Que el Señor se acuerde de nosotros y nos bendiga,
bendiga a la casa de Israel,
bendiga a la casa de Aarón;
bendiga a los fieles del Señor,
pequeños y grandes.

Que el Señor os acreciente,
a vosotros y a vuestros hijos;
benditos seáis del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
El cielo pertenece al Señor,
la tierra se la ha dado a los hombres.

Los muertos ya no alaban al Señor,
ni los que bajan al silencio.
Nosotros, sí, bendeciremos al Señor
ahora y por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Nuestro Dios está en el cielo, y lo que quiere lo hace. Aleluya.

Ant 3. Alabad al Señor sus siervos todos, pequeños y grandes. Aleluya.

Cántico: LAS BODAS DEL CORDERO – Cf. Ap 19,1-2, 5-7

El cántico siguiente se dice con todos los Aleluya intercalados cuando el oficio es cantado. Cuando el Oficio se dice sin canto es suficiente decir el Aleluya sólo al principio y al final de cada estrofa.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios
(R. Aleluya)
porque sus juicios son verdaderos y justos.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Alabad al Señor sus siervos todos.
(R. Aleluya)
Los que le teméis, pequeños y grandes.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo.
(R. Aleluya)
Alegrémonos y gocemos y démosle gracias.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Llegó la boda del cordero.
(R. Aleluya)
Su esposa se ha embellecido.
R. Aleluya, (aleluya).

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Alabad al Señor sus siervos todos, pequeños y grandes. Aleluya.

LECTURA BREVE   2Ts 2, 13-14

Nosotros debemos dar continuamente gracias a Dios por vosotros, hermanos, a quienes tanto ama el Señor. Dios os eligió desde toda la eternidad para daros la salud por la santificación que obra el Espíritu y por la fe en la verdad. Con tal fin os convocó por medio del mensaje de la salud, anunciado por nosotros, para daros la posesión de la gloria de nuestro Señor Jesucristo.

RESPONSORIO BREVE

V. Nuestro Señor es grande y poderoso.
R. Nuestro Señor es grande y poderoso.

V. Su sabiduría no tiene medida.
R. Nuestro Señor es grande y poderoso.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Nuestro Señor es grande y poderoso.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. El publicano bajó a su casa justificado, porque todo aquel que se exalta será humillado, y el que se humilla será exaltado.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El publicano bajó a su casa justificado, porque todo aquel que se exalta será humillado, y el que se humilla será exaltado.

PRECES

Demos gloria y honor a Cristo, que puede salvar definitivamente a los que por medio de él se acercan a Dios, porque vive para interceder en su favor, y digámosle con plena confianza:

Acuérdate, Señor, de tu pueblo.

Señor Jesús, sol de justicia que iluminas nuestras vidas, al llegar al umbral de la noche te pedimos por todos los hombres,
que todos lleguen a gozar eternamente de tu luz.

Guarda, Señor, la alianza sellada con tu sangre
y santifica a tu iglesia para que sea siempre inmaculada y santa.

Acuérdate de esta comunidad aquí reunida,
que tú elegiste como morada de tu gloria.

Que los que están en camino tengan un viaje feliz
y regresen a sus hogares con salud y alegría.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Acoge, Señor, a tus hijos difuntos
y concédeles tu perdón y la vida eterna.

Terminemos nuestras preces con la oración que Cristo nos enseñó:

Padre nuestro…

ORACION

Dios todopoderoso y eterno, aumenta en nosotros la fe, la esperanza y la caridad, y para que alcancemos lo que nos prometes haz que amemos lo que nos mandas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

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¿Por quién estamos aquí?

El diccionario define “pobre” como necesitado, que no tiene lo necesario para vivir. Tendemos a identificar al pobre con el que carece de bienes materiales, pero como a menudo nos recuerda Cáritas Española, la pobreza abarca muchos más aspectos: económicos, sociales, políticos, sanitarios, educativos, culturales, espirituales… Y Cáritas también nos habla de “nuevas pobrezas” que afectan a personas y grupos que no carecen de recursos económicos, pero están expuestos a la desesperación del sin sentido de la vida, a la caída en adicciones de diferentes tipos, a la renuncia a cualquier tipo de proyecto de vida, a la búsqueda exclusiva del propio placer e interés… Y además, como la Iglesia hemos dicho en repetidas ocasiones, la mayor pobreza del ser humano es desconocer a Cristo.

La Palabra de Dios de este domingo hace referencia a diferentes tipos de pobreza:

En la 1ª lectura se habla del pobre, del oprimido, del huérfano, de la viuda.

En el Salmo se ha hecho referencia a los afligidos, los atribulados, los abatidos.

En la 2ª lectura san Pablo aparece como pobre porque todos me abandonaron y nadie me asistió.

Y en el Evangelio el publicano se sabe un pobre pecador.

Pero las pobrezas no existen en abstracto: hay personas que las padecen, que las sufren, hay pobres. Por eso, ante tantas pobrezas de diferentes tipos, ante tantos pobres, ante tantos que se sienten necesitados, que no tienen lo necesario para vivir dignamente por un motivo u otro, Dios no permanece indiferente:

1ª lectura: No puede ser parcial… escucha las súplicas… no desoye los gritos…

Salmo: Él lo escucha… está cerca de los atribulados, salva a los abatidos…

2ª lectura: seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo.

Evangelio: éste bajó a su casa justificado.

Ante las diferentes pobrezas, ante los pobres que las sufren, no podemos permanecer indiferentes, como ésos a los que Jesús se dirige, que se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás. Debemos tener presente que nuestro Señor Jesucristo, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza (2Cor 8, 9). Y actuar en consecuencia.

¿Qué tipos de pobreza identifico a mi alrededor? ¿Me siento pobre? ¿Qué tipo de pobreza padezco? ¿Cómo me relaciono con los pobres del tipo que sean?

Si la mayor pobreza es desconocer a Cristo, como Iglesia que somos, ante tantas pobrezas debemos mostrar que todas ellas tienen ahí su raíz, y ofrecer a Cristo a tantos personas que lo desconocen, para que por nuestro testimonio y nuestro compromiso puedan llegar a afirmar lo que hemos repetido en el Salmo: Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha.

Como dijo Mons. Carlos Osoro, arzobispo de Valencia, en una de sus últimas cartas pastorales: ¿Habéis pensado alguna vez que el mayor servicio que se puede hacer a los hombres es entregar de primera mano a Jesucristo? Es lo más positivo, lo más alegre, lo más esperanzador, lo más valioso que se puede dar (14-IX-13).

Y para llevar adelante ese servicio, sólo debemos ofrecer a los demás nuestra propia experiencia de fe, de encuentro con Cristo, como recordó el Papa Francisco en Río de Janeiro citando unas palabras de San Pedro en los Hechos de los Apóstoles (3, 6) que debemos hacer nuestras: No tengo oro ni plata, pero traigo conmigo lo más valioso que se me ha dado: Jesucristo. Vengo en su nombre para alimentar la llama de amor fraterno que arde en todo corazón.

¿Quién soy yo para juzgar?

La parábola del fariseo y el publicano suele despertar en no pocos cristianos un rechazo grande hacia el fariseo que se presenta ante Dios arrogante y seguro de sí mismo, y una simpatía espontánea hacia el publicano que reconoce humildemente su pecado. Paradójicamente, el relato puede despertar en nosotros este sentimiento: “Te doy gracias, Dios mío, porque no soy como este fariseo”.

Para escuchar correctamente el mensaje de la parábola, hemos de tener en cuenta que Jesús no la cuenta para criticar a los sectores fariseos, sino para sacudir la conciencia de “algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás”. Entre estos nos encontramos, ciertamente, no pocos católicos de nuestros días.

La oración del fariseo nos revela su actitud interior: “¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás”. ¿Que clase de oración es esta de creerse mejor que los demás? Hasta un fariseo, fiel cumplidor de la Ley, puede vivir en una actitud pervertida. Este hombre se siente justo ante Dios y, precisamente por eso, se convierte en juez que desprecia y condena a los que no son como él.

El publicano, por el contrario, solo acierta a decir: “¡Oh Dios! Ten compasión de este pecador”. Este hombre reconoce humildemente su pecado. No se puede gloriar de su vida. Se encomienda a la compasión de Dios. No se compara con nadie. No juzga a los demás. Vive en verdad ante sí mismo y ante Dios.

La parábola es una penetrante crítica que desenmascara una actitud religiosa engañosa, que nos permite vivir ante Dios seguros de nuestra inocencia, mientras condenamos desde nuestra supuesta superioridad moral a todo el que no piensa o actúa como nosotros.

Circunstancias históricas y corrientes triunfalistas alejadas del evangelio nos han hecho a los católicos especialmente proclives a esa tentación. Por eso, hemos de leer la parábola cada uno en actitud autocrítica: ¿Por qué nos creemos mejores que los agnósticos? ¿Por qué nos sentimos más cerca de Dios que los no practicantes? ¿Qué hay en el fondo de ciertas oraciones por la conversión de los pecadores? ¿Qué es reparar los pecados de los demás sin vivir convirtiéndonos a Dios?

Recientemente, ante la pregunta de un periodista, el Papa Francisco hizo esta afirmación: “¿Quién soy yo para juzgar a un gay?”. Sus palabras han sorprendido a casi todos. Al parecer, nadie se esperaba una respuesta tan sencilla y evangélica de un Papa católico. Sin embargo, esa es la actitud de quien vive en verdad ante Dios.

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio de hoy (27 de octubre)

Humillarse para ser enaltecido

Si la semana pasada Jesús se dirigía expresamente a sus discípulos, enseñándoles cómo se debe orar, en esta se dirige a “algunos” que se tienen por justos, se sienten muy seguros de sí mismos y, lo que es peor, desprecian a los demás. Esos “algunos” no hay que buscarlos lejos, podemos ser también nosotros, los propios discípulos de Jesús. Por eso, las palabras que nos dirige tenemos que acogerlas como una invitación a revisar cómo nos relacionamos con los demás, especialmente desde el punto de vista moral y religioso.

Esforzarse por ser justo no puede ser, está claro, objeto de crítica o de condena. Tampoco el tratar de alcanzar seguridad en sí mismo, así como un determinado grado de autoestima. Pero la cuestión es a dónde y a quien miramos para alcanzar esa estima y esa seguridad. Existe una tentación fácil, la que critica Jesús, que consiste en autoafirmarse por comparación con los demás. Esto tiene el peligro de que encontremos a gentes mejores que nosotros, fomentando nuestros complejos. Pero podemos dirigir nuestra mirada a aquellos que, según creemos, están en una posición de inferioridad, a los que podemos mirar por encima del hombro, de modo que para darnos precio a nosotros mismos (“apreciarnos”), realizamos la sencilla operación de considerar a otros sin precio, ni valor, esto es, los despreciamos. En ocasiones comprobar que otros están peor que uno (en salud, situación económica, etc.) puede servir de consuelo y ayudar a valorar mejor lo que se tiene. Pero en nuestro caso, la comparación se refiere a cuestiones morales (¿quién es justo?) y religiosas (¿quién está justificado?), que llevan aparejadas un juicio de calidad y, en consecuencia, una desvalorización de los otros, esto es, una actitud de desprecio. De este modo, adquirimos conciencia de nuestra justicia y seguridad en nosotros mismos a costa de los demás: siempre es posible encontrar a gentes peores que nosotros, digamos, “malos oficiales”, que, en la parábola del evangelio, el fariseo designa expresivamente refiriéndose a categorías de comportamientos realmente reprobables (ladrones, injustos, adúlteros) y, finalmente, a un representante de una categoría social objeto del desprecio general en aquella época, “ese publicano”. Cada sociedad tiene sus malos oficiales, a veces, porque encarnan realmente comportamientos reprobables, otras porque son objeto de prejuicios culturales, nacionales, religiosos, etc. La maldad de los otros, real o atribuida, nos ayuda a afirmarnos, a enaltecernos, a tenernos por justos y limpiar nuestra imagen, a sentirnos seguros. Tendremos nuestras cosas, claro, como todo el mundo, pero no somos que “esos otros”, peores que nosotros. Al actuar así, no caemos en la cuenta de que nuestra justicia, nuestra buena imagen y nuestra seguridad son relativas, fruto de una comparación interesada, y ficticias, porque al mirarnos en el espejo de los demás y sus reales o presuntos defectos, hemos evitado mirarnos realmente a nosotros mismos, engañándonos con ello. Basamos nuestra conciencia de justicia y nuestra seguridad en meras apariencias, que nos impiden ver nuestra propia verdad, con sus luces y sus sombras, y nos cierran a los demás (a los que “usamos” como medios para enaltecernos) y, finalmente a Dios, la fuente de nuestro verdadero valor y el único que nos justifica. El fariseo de la parábola está de pie y da gracias, pero no por los dones recibidos, sino por “no ser como los demás” y exhibe, así, sus presuntos méritos. No le debe nada a nadie, parece que hasta Dios está en deuda con él.

Jesús, con su inigualable pedagogía, presenta el fuerte contraste con la actitud del publicano. Desde un punto de vista puramente objetivo hasta podría ser verdad que este hombre era peor que el fariseo. Pero su mérito está en que no se compara con nadie, sino que se mira sólo a sí mismo, reconoce sus pecados y, elevando la mirada a Dios, implora de Él el perdón y la misericordia.

Sin embargo, no sería raro que alguien torciera el gesto ante la actitud del publicano, incluso ante la alabanza que le dirige Jesús. Toda una veta de la filosofía y la cultura contemporánea, con Feuerbach y Nietzsche a la cabeza, vería en esta escena la confirmación de que el cristianismo exige que el hombre se humille y se reconozca nada, para poder así ensalzar a Dios. Sería una religión enemiga del hombre, que fomenta una actitud servil y humillante para el ser humano. Por eso, son muchos los que declaran que para que viva el hombre es preciso prescindir de Dios.

Dejando a un lado lo harto discutible de esta última ecuación (pues, entre otras cosas, el hombre contemporáneo ya ha prescindido en gran medida de Dios y, pese a todos sus logros técnicos, nunca había visto tan crudo su futuro sobre el planeta), lo cierto es que en las palabras de Jesús no hay ninguna pretensión de humillar gratuitamente al hombre, sino, por el contrario, hay una gran profesión de realismo antropológico. En primer lugar, porque subraya la necesidad de que el hombre ante todo se mire a sí mismo, evitando comparaciones humillantes y despectivas para con los demás. Y si el ser humano, para alcanzar la justicia y la seguridad en sí mismo, debe abstenerse de comparaciones y mirarse sólo a sí mismo, es precisamente porque en este asunto cada uno es único e irrepetible, esto es, el valor de cada uno no puede establecerse en una escala de comparación con los demás (no se trata de un valor que cotice en bolsa), sino que reside exclusivamente en cada uno. En una palabra, la mirada crítica del publicano sobre sí mismo presupone el valor incomparable y la dignidad propia de cada uno. Esta conciencia de la propia dignidad, de manera más o menos implícita presente en todas las culturas, pero que se ha revelado plenamente en la antropología bíblica que ve al hombre como imagen de Dios, y se ha extendido gracias a la amplia difusión del cristianismo, ha alcanzado carta de ciudadanía política en las modernas sociedades occidentales y, a través de ellas, más o menos en el mundo entero. Y hoy la palabra de Jesús nos invita a preguntarnos de nuevo, ¿de dónde proceden esa dignidad y ese valor absoluto?, ¿cómo explicarlos? Ya que algunos no quieren mirar a Dios con agradecimiento, habremos que mirarnos, de nuevo, a nosotros mismos. ¿Qué descubrimos? Si somos sinceros, no gran cosa. En el fondo, todos somos, de un modo u otro, unos pobres hombres.

La tentación y la tendencia a mirar a los otros con desprecio, a esos otros que juegan el papel de “malos oficiales”, se entiende con facilidad: es una estrategia para no mirarnos directamente a nosotros mismos, porque nos cuesta enfrentarnos con nuestra propia realidad. Nuestros sentimientos, nuestros pensamientos, nuestras acciones… con mucha frecuencia no están a la altura de esa dignidad que con tanta fuerza proclamamos. No hace falta ir muy lejos a buscar chivos expiatorios, todos tenemos sombras, límites, defectos y pecados de sobra.

Decía santa Teresa de Jesús que “humildad es andar en verdad”. A esa verdad nos llama hoy Jesús. Reconociendo con sinceridad nuestros propios males descubrimos que la dignidad que nos habita es un don que se nos ha dado. Por eso, el reconocimiento humilde de nuestra propia nada no nos hunde, sino que nos cura y levanta. Esta verdad funciona incluso psicológicamente. Cualquiera que se haya interesado mínimamente en problemas como la drogodependencia y el alcoholismo, sabe que el primer paso hacia la curación consiste en dejar de engañarse y decirse crudamente: soy un drogadicto, soy un alcohólico. En las reuniones de Alcohólicos Anónimos los participantes se presentan así: “me llamo Fulano y soy alcohólico”, aunque lleven veinte años sin probar una gota. Ese reconocimiento humilde no los hunde, sino que les ayuda a ponerse en pie y restablecer su propia dignidad. Pues bien, lo que se dice de esas formas especiales de mal, de puede y debe decir de todas las formas de mal moral que nos puedan aquejar. Sólo así somos capaces de pedir ayuda a quien nos puede levantar: en primer lugar a Dios, autor de nuestra dignidad, y del que somos imagen. Y también a los demás, que pueden encarnar el rostro humano de Dios.

Cuando nos miramos a nosotros mismos con realismo y reconocemos nuestro propio mal sobre el fondo de nuestro verdadero valor, aprendemos a mirar a Dios y a los demás con ojos nuevos. A Dios con agradecimiento; a los demás con misericordia. Y así nos vamos haciendo justos, esto es, nos vamos justificando: justos con Dios, fuente y origen de todo valor, al que agradecemos sus dones y pedimos que nos perdone y levante cuando no estamos a la altura; y justos con los demás, a los que aprendemos a no despreciar, y también a no envidiar, pues descubrimos que en cada uno reside en valor exclusivo y único, una riqueza propia, que también me enriquece a mí.

De hecho, la esencia del amor cristiano no privilegia la preferencia hacia los pobres y desgraciados porque considere que esas posiciones sean deseables por sí mismas, sino porque descubre en los prostrados por el sufrimiento, la pobreza o la injusticia una dignidad contra la que estas situaciones atentan; el amor cristiano se inclina sin temor con la intención de levantar al que se encuentra en una situación humillante. Y así ayuda a que cada uno pueda llegar a ser sí mismo y realizar su misión en la vida.

Concluyendo, la Palabra de Dios nos llama hoy a mirarnos a nosotros mismos con realismo, a descubrir y reconocer nuestra pobreza, a implorar de Dios su misericordia (una buena ocasión para acercarse al sacramento de la reconciliación), para así quedar justificados, esto es, hechos justos y, por eso mismo, ajustados en nuestro quicio vital, más plenamente nosotros mismos. Así podremos realizar mejor la misión que la vida, nuestras propias decisiones y, en último término, Dios nos han confiado para bien nuestro y de los demás. Así nos lo enseña la carta a Timoteo, que no es una profesión de orgullo consumado, sino el reconocimiento de que la obra buena que Dios inició en él, el mismo Dios la lleva a término. Y ese término, lo dice también Jesús en el evangelio, y da de ello testimonio Pablo, no es la humillación sino el enaltecimiento del hombre en la plena comunión con Dios.

José María Vegas, cmf

Domingo XXX Tiempo Ordinario

Hoy es domingo, 27 de octubre.

Encuentro hoy, en el fin de semana, este rato de oración. Lo aprovecho para presentarle al Señor lo que tengo y lo que soy. Me siento a sus pies. Dejo que sus manos me acaricien y que su voz me envuelva, haciendo que desaparezca todo lo que me inquieta o me preocupa. En esta posición agachada, humilde, me dispongo a escuchar lo que el Señor quiere decirme. Señor, vengo a estar contigo, contigo que conoces el fondo de mi alma, lo hondo de mi ser.

La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 18, 9-14):

En aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola: «Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: «¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo.» El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: «¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador.» Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»

Contemplo al fariseo. La persona que se ensalza a sí misma, pone las fuerzas en ella, cumple con la ley y quiere que eso sea recompensado. Se compara con otras personas. Juzga a los demás. Los desprecia porque no hacen lo que tienen que hacer y de esta manera se coloca en una posición de superioridad ante los demás. ¿Me reconozco a veces con esta actitud?

Contemplo ahora al publicano. Es consciente de que él solo no puede, que tiene limitaciones y necesita del perdón de los demás y la misericordia del Padre. Y sólo desde ahí abajo se puede abrir de verdad al encuentro. Sólo desde el reconocimiento del que tiene limitaciones y necesita de la gracia de Dios. Y yo ¿siento viva esa necesidad de Dios que sostenga mi vida y mi limitación?

Una vez más la lógica de Jesús me sorprende. Y como en otros pasajes del evangelio, Jesús me invita a no juzgar a los demás. A no tirar la primera piedra, sino a reconocer mis pecados, a sentir que es mi debilidad la que me acerca a Dios. Siento que me invita a confiar plenamente en Dios desde lo que realmente soy y no desde la apariencia del que cumple. ¿Es mi oración una muestra de confianza absoluta en la misericordia del Padre?

A continuación rezo despacio la oración que Jesús nos enseñó, el Padre nuestro. Es de algún modo la oración del publicano, que se sabe necesitado de perdón, de ayuda, de protección. Trato de detenerme en cada frase o en las palabras que más resuenan en mí. Me hago consciente de que necesito pedirle todo cuanto me hace feliz, los dones de cada día, misericordia para mí y para los demás. Que no caiga en la tentación y que se haga su voluntad.

Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.

 

Humíllate conmigo
Tú, Jesús humilde,
nunca me has dicho:
Humíllate ante mí,
dobla la cabeza,
el corazón, la vida,
y esparce sobre tu rostro
luto y ceniza.
Tú me propones:
Levanta la mirada,
y acoge la dignidad de hijo
en toda tu estatura.
Humíllate conmigo
y vive en plenitud.
Bajemos juntos
a la hondura sin sol
de todos los abismos,
para transformar
los fantasmas en presencia
y los espantos en apuesta.
Únete a mi descenso
en el vértigo y el gozo
de perdernos juntos
en el porvenir de todos
sin ser un orgulloso inversor
de éxitos seguros.

Benjamín González Buelta, sj

Jesús, quiero vivir en tu verdad. Quiero sentir la libertad, la paz y el amor que me regalas. Deseo que tu mirada atraviese mi alma y desnudara ante ti cada rincón de mis entrañas. Enséñame a abrazar mi debilidad. Ayúdame a reconocerme en mi pecado y dame la gracia de tener misericordia con los demás. Que esta oración te pueda acompañar a lo largo de la semana, repitiendo en tu interior, una y otra vez, esta petición: Oh Dios, ten piedad de este pecador…; Oh Dios, ten piedad de este pecador…

Laudes – Domingo XXX Tiempo Ordinario

DOMINGO DE LA SEMANA XXX
De la Feria. Salterio II

27 de octubre 

LAUDES
(Oración de la mañana)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza

INVITATORIO

Ant. Pueblo del Señor, rebaño que él guía, bendice a tu Dios. Aleluya. 

Salmo 94 INVITACIÓN A LA ALABANZA DIVINA

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

Venid, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras.

Durante cuarenta años
aquella generación me repugnó, y dije:
Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Himno: CRISTO, EL SEÑOR

Cristo, el Señor,
como la primavera,
como una nueva aurora,
resucitó.

Cristo, nuestra Pascua,
es nuestro rescate,
nuestra salvación.

Es grano en la tierra,
muerto y florecido,
tierno pan de amor.

Se rompió el sepulcro,
se movió la roca,
y el fruto brotó.

Dueño de la muerte,
en el árbol grita
su resurrección.

Humilde en la tierra,
Señor de los cielos,
su cielo nos dio.

Ábranse de gozo
las puertas del Hombre,
que al hombre salvó.

Gloria para siempre
al Cordero humilde
que nos redimió. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Bendito el que viene en nombre del Señor. Aleluya.

Salmo 117 – HIMNO DE ACCIÓN DE GRACIAS DESPUÉS DE LA VICTORIA.

Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.

Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.

Diga la casa de Aarón:
eterna es su misericordia.

Digan los fieles del Señor:
eterna es su misericordia.

En el peligro grité al Señor,
y me escuchó, poniéndome a salvo.

El Señor está conmigo: no temo;
¿qué podrá hacerme el hombre?
El Señor está conmigo y me auxilia,
veré la derrota de mis adversarios.

Mejor es refugiarse en el Señor
que fiarse de los hombres,
mejor es refugiarse en el Señor
que confiar en los magnates.

Todos los pueblos me rodeaban,
en el nombre del Señor los rechacé;
me rodeaban cerrando el cerco,
en el nombre del Señor los rechacé;
me rodeaban como avispas,
ardiendo como fuego en las zarzas,
en el nombre del Señor los rechacé.

Empujaban y empujaban para derribarme,
pero el Señor me ayudó;
el Señor es mi fuerza y mi energía,
él es mi salvación.

Escuchad: hay cantos de victoria
en las tiendas de los justos:
«La diestra del Señor es poderosa,
la diestra del Señor es excelsa,
la diestra del Señor es poderosa.»

No he de morir, viviré
para contar las hazañas del Señor.
Me castigó, me castigó el Señor,
pero no me entregó a la muerte.

Abridme las puertas del triunfo,
y entraré para dar gracias al Señor.

Esta es la puerta del Señor:
los vencedores entrarán por ella.

Te doy gracias porque me escuchaste
y fuiste mi salvación.

La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.

Éste es el día en que actuó el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo.
Señor, danos la salvación;
Señor, danos prosperidad.

Bendito el que viene en nombre del Señor,
os bendecimos desde la casa del Señor;
el Señor es Dios: él nos ilumina.

Ordenad una procesión con ramos
hasta los ángulos del altar.

Tú eres mi Dios, te doy gracias;
Dios mío, yo te ensalzo.

Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Bendito el que viene en nombre del Señor. Aleluya.

Ant 2. Cantemos un himno al Señor nuestro Dios. Aleluya.

Cántico: QUE LA CREACIÓN ENTERA ALABE AL SEÑOR Dn 3, 52-57

Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres:
a ti gloria y alabanza por los siglos.

Bendito tu nombre, Santo y glorioso:
a él gloria y alabanza por los siglos.

Bendito eres en el templo de tu santa gloria:
a ti gloria y alabanza por los siglos.

Bendito eres sobre el trono de tu reino:
a ti gloria y alabanza por los siglos.

Bendito eres tú, que sentado sobre querubines sondeas los abismos:
a ti gloria y alabanza por los siglos.

Bendito eres en la bóveda del cielo:
a ti honor y alabanza por los siglos.

Creaturas todas del Señor, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Cantemos un himno al Señor nuestro Dios. Aleluya.

Ant 3. Alabad al Señor por su inmensa grandeza. Aleluya.

Salmo 150 – ALABAD AL SEÑOR.

Alabad al Señor en su templo,
alabadlo en su augusto firmamento.

Alabadlo por sus obras magníficas,
alabadlo por su inmensa grandeza.

Alabadlo tocando trompetas,
alabadlo con arpas y cítaras,

Alabadlo con tambores y danzas,
alabadlo con trompas y flautas,

alabadlo con platillos sonoros,
alabadlo con platillos vibrantes.

Todo ser que alienta, alabe al Señor.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Alabad al Señor por su inmensa grandeza. Aleluya.

LECTURA BREVE   Ez 36, 25-27

Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará: de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar; y os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Os infundiré mi espíritu, y haré que caminéis según mis preceptos, y que guardéis y cumpláis mis mandatos.

RESPONSORIO BREVE

V. Te damos gracias, ¡oh Dios!, invocando tu nombre.
R. Te damos gracias, ¡oh Dios!, invocando tu nombre.

V. Pregonando tus maravillas.
R. Invocando tu nombre.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Te damos gracias, ¡oh Dios!, invocando tu nombre.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. El publicano, quedándose a cierta distancia y sin levantar los ojos, se daba golpes de pecho e iba repitiendo: «¡Dios mío, ten compasión de mí, que soy un pecador!»

Cántico de Zacarías. EL MESÍAS Y SU PRECURSOR      Lc 1, 68-79

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo.
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas:

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
ha realizado así la misericordia que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abraham.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán Profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tiniebla
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El publicano, quedándose a cierta distancia y sin levantar los ojos, se daba golpes de pecho e iba repitiendo: «¡Dios mío, ten compasión de mí, que soy un pecador!»

PRECES

Invoquemos, hermanos, a nuestro Salvador, que ha venido al mundo para ser «Dios-con-nosotros», y digámosle confiadamente:

Señor Jesús, rey de la gloria, sé tú nuestra luz y nuestro gozo.

Señor Jesús, sol que nace de lo alto y primicia de la humanidad resucitada,
haz que siguiéndote a ti no caminemos nunca en sombras de muerte, sino que tengamos siempre la luz de la vida.

Que sepamos descubrir, Señor, cómo todas las creaturas están llenas de tus perfecciones,
para que así, en todas ellas, sepamos contemplarte a ti.

No permitas, Señor, que hoy nos dejemos vencer por el mal,
antes danos tu fuerza para que venzamos al mal a fuerza del bien.

Tú que, bautizado por Juan en el Jordán, fuiste ungido con el Espíritu Santo,
asístenos durante este día para que actuemos movidos por este mismo Espíritu.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Por Jesús nos llamamos y somos hijos de Dios; por ello nos atrevemos a decir:

Padre nuestro…

ORACION

Dios todopoderoso y eterno, aumenta en nosotros la fe, la esperanza y la caridad, y para que alcancemos lo que nos prometes haz que amemos lo que nos mandas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

Oficio de lecturas – Domingo XXX Tiempo Ordinario

DOMINGO DE LA SEMANA XXX
De la Feria. Salterio II

27 de octubre 

OFICIO DE LECTURA 

Si el Oficio de Lectura es la primera oración del día:

V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza

Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:

Ant. Pueblo del Señor, rebaño que él guía, bendice a tu Dios. Aleluya.


Si antes del Oficio de lectura se ha rezado ya alguna otra Hora:

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.



Himno: QUE DOBLEN LAS CAMPANAS JUBILOSAS

Que doblen las campanas jubilosas,
y proclamen el triunfo del amor,
y llenen nuestras almas de aleluyas,
de gozo y esperanza en el Señor.

Los sellos de la muerte han sido rotos,
la vida para siempre es libertad,
ni la muerte ni el mal son para el hombre
su destino, su última verdad.

Derrotados la muerte y el pecado,
es de Dios toda historia y su final;
esperad con confianza su venida:
no temáis, con vosotros él está.

Volverán encrespadas tempestades
para hundir vuestra fe y vuestra verdad,
es más fuerte que el mal y que su embate
el poder del Señor, que os salvará.

Aleluyas cantemos a Dios Padre,
aleluyas al Hijo salvador,
su Espíritu corone la alegría
que su amor derramó en el corazón. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Señor, Dios mío, te vistes de belleza y majestad, la luz te envuelve como un manto. Aleluya.

Salmo 103 I – HIMNO AL DIOS CREADOR

Bendice, alma mía, al Señor:
¡Dios mío, qué grande eres!
Te vistes de belleza y majestad,
la luz te envuelve como un manto.

Extiendes los cielos como una tienda,
construyes tu morada sobre las aguas;
las nubes te sirven de carroza,
avanzas en las alas del viento;
los vientos te sirven de mensajeros;
el fuego llameante, de ministro.

Asentaste la tierra sobre sus cimientos,
y no vacilará jamás;
la cubriste con el manto del océano,
y las aguas se posaron sobre las montañas;

pero a tu bramido huyeron,
al fragor de tu trueno se precipitaron,
mientras subían los montes y bajaban los valles:
cada cual al puesto asignado.
Trazaste una frontera que no traspasarán,
y no volverán a cubrir la tierra.

De los manantiales sacas los ríos,
para que fluyan entre los montes;
en ellos beben las fieras de los campos,
el asno salvaje apaga su sed;
junto a ellos habitan las aves del cielo,
y entre las frondas se oye su canto.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Señor, Dios mío, te vistes de belleza y majestad, la luz te envuelve como un manto. Aleluya.

Ant 2. El Señor saca pan de los campos y vino para alegrar el corazón del hombre. Aleluya.

Salmo 103 II

Desde tu morada riegas los montes,
y la tierra se sacia de tu acción fecunda;
haces brotar hierba para los ganados,
y forraje para los que sirven al hombre.

Él saca pan de los campos,
y vino que le alegra el corazón;
y aceite que da brillo a su rostro,
y alimento que le da fuerzas.

Se llenan de savia los árboles del Señor,
los cedros del Líbano que él plantó:
allí anidan los pájaros,
en su cima pone casa la cigüeña.
Los riscos son para las cabras,
las peñas son madriguera de erizos.

Hiciste la luna con sus fases,
el sol conoce su ocaso.
Pones las tinieblas y viene la noche
y rondan las fieras de la selva;
los cachorros rugen por la presa,
reclamando a Dios su comida.

Cuando brilla el sol, se retiran,
y se tumban en sus guaridas;
el hombre sale a sus faenas,
a su labranza hasta el atardecer.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Señor saca pan de los campos y vino para alegrar el corazón del hombre. Aleluya.

Ant 3. Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno. Aleluya.

Salmo 103 III

¡Cuántas son tus obras, Señor,
y todas las hiciste con sabiduría!;
la tierra está llena de tus creaturas.

Ahí está el mar: ancho y dilatado,
en él bullen, sin número,
animales pequeños y grandes;
lo surcan las naves, y el Leviatán
que modelaste para que retoce.

Todos ellos aguardan
a que les eches comida a su tiempo:
se la echas, y la atrapan;
abres tu mano, y se sacian de bienes;

escondes tu rostro, y se espantan;
les retiras el aliento, y expiran
y vuelven a ser polvo;
envías tu aliento, y los creas,
y repueblas la faz de la tierra.

Gloria a Dios para siempre,
goce el Señor con sus obras.
Cuando él mira la tierra, ella tiembla;
cuando toca los montes, humean.

Cantaré al Señor mientras viva,
tocaré para mi Dios mientras exista:
que le sea agradable mi poema,
y yo me alegraré con el Señor.

Que se acaben los pecadores en la tierra,
que los malvados no existan más.
¡Bendice, alma mía, al Señor!

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno. Aleluya.

V. Dichosos vuestros ojos porque ven.
R. Y vuestros oídos porque oyen. 

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Jeremías 23, 9-17. 21-29

CONTRA LOS FALSOS PROFETAS

A los profetas:

Se me rompe el corazón en el pecho, se me dislocan todos los huesos; soy como un ebrio, como hombre dominado por el vino, a causa de Señor y de sus santas palabras:

«El país está lleno de adulterios, y por ellos desfallece la tierra, se secan las dehesas de la estepa; porque es su fin la maldad y la injusticia es su fortaleza. Tanto el profeta como el sacerdote son impíos, hasta en mi templo encontré sus maldades -oráculo del Señor-. Su camino es oscuro y resbaladizo: tropezarán y caerán en él; les enviaré la desgracia el año de la cuenta -oráculo del Señor-.

Entre los profetas de Samaria he visto algo desatinado: profetizan por Baal extraviando a Israel, mi pueblo. Entre los profetas de Jerusalén he visto algo estremecedor: adúlteros y embusteros que apoyan a los malvados, para que nadie se convierta de la maldad. Son todos para mí como Sodoma, sus habitantes son como Gomorra.»

Por eso, así dice el Señor de los ejércitos a los profetas:

«Os daré a comer ajenjo y a beber agua envenenada, porque de los profetas de Jerusalén salió la impiedad a toda la tierra.»

Así dice el Señor de los ejércitos:

«No hagáis caso a los profetas que os profetizan, porque os engañan. Cuentan los sueños de su fantasía, no de la boca del Señor. Dicen a los que rechazan la palabra del Señor: «Tendrás paz»; y a los que siguen su corazón obstinado les dicen: «No os pasará nada malo.» Yo no envié a los profetas, y ellos corrían; no les hablé, y ellos profetizaban. Si hubieran asistido a mi consejo, anunciarían mis palabras a mi pueblo, para que se convirtiera de su mala conducta, de la maldad de sus acciones.

¿Soy yo Dios sólo de cerca -oráculo del Señor-, y no soy Dios de lejos? Si uno se esconde en su escondrijo, ¿acaso no lo veo yo? ¿Acaso no lleno yo el cielo y la tierra? -oráculo del Señor-. He oído lo que dicen los profetas que profetizan en mi nombre falsamente, diciendo que han tenido un sueño; ¿hasta cuándo los profetas seguirán profetizando embustes y las fantasías de su mente? Pretenden hacer olvidar mi nombre a mi pueblo, con los sueños que se cuentan uno a otro, como olvidaron sus padres mi nombre, a causa de Baal. El profeta que tenga un sueño, que lo cuente; el que tenga mi palabra, que diga mi palabra auténtica. ¿Qué tiene que ver la paja con el grano? -oráculo del Señor-. ¿No es mi palabra como fuego -oráculo del Señor-, como martillo que tritura la piedra?»

RESPONSORIO    Mt 7, 15; 24, 11. 24

R. Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros disfrazados de ovejas, * pero por dentro son lobos rapaces.
V. Surgirán muchos falsos profetas, que obrarán grandes señales y prodigios y engañarán a muchos.
R. Pero por dentro son lobos rapaces.

SEGUNDA LECTURA

De la carta de san Clemente primero, papa, a los Corintios
(Cap. 19, 2–20, 12: Funk 1, 87-89)

DIOS HA CREADO EL MUNDO CON ORDEN Y SABIDURÍA Y CON SUS DONES LO ENRIQUECE

No perdamos de vista al que es Padre y Creador de todo el mundo, y tengamos puesta nuestra esperanza en la munificencia y exuberancia del don de la paz que nos ofrece. Contemplémoslo con nuestra mente y pongamos los ojos de nuestra alma en la magnitud de sus designios, sopesando cuán bueno se muestra él para con todas sus creaturas.

Los astros del firmamento obedecen en sus movimientos, con exactitud y orden, las reglas que de él han recibido; el día y la noche van haciendo su camino, tal como él lo ha determinado, sin que jamás un día irrumpa sobre otro. El sol, la luna y el coro de los astros siguen las órbitas que él les ha señalado en armonía y sin transgresión alguna. La tierra fecunda, sometiéndose a sus decretos, ofrece, según el orden de las estaciones, la subsistencia tanto a los hombres como a los animales y a todos los seres vivientes que la habitan, sin que jamás desobedezca el orden que Dios le ha fijado.

Los abismos profundos e insondables y las regiones más inescrutables obedecen también a sus leyes. La inmensidad del mar, colocada en la concavidad en la que Dios la puso, nunca traspasa los límites que le fueron impuestos, sino que en todo se atiene a lo que él le ha mandado. Pues al mar dijo el Señor: Hasta aquí llegarás y no pasarás; aquí se romperá la arrogancia de tus olas. Los océanos, que el hombre no puede penetrar, y aquellos otros mundos que están por encima de nosotros obedecen también a las ordenaciones del Señor.

Las diversas estaciones del año, primavera, verano, otoño e invierno, van sucediéndose en orden, una tras otra. El ímpetu de los vientos irrumpe en su propio momento y realiza así su finalidad sin desobedecer nunca; las fuentes, que nunca se olvidan de manar y que Dios creó para el bienestar y la salud de los hombres, hacen brotar siempre de sus pechos el agua necesaria para la vida de los hombres; y aún los más pequeños de los animales, uniéndose en paz y concordia, van reproduciéndose y multiplicando su prole.

Así, en toda la creación, el Dueño y soberano Creador del universo ha querido que reinara la paz y la concordia, pues él desea el bien de todas sus creaturas y se muestra siempre magnánimo y generoso con todos los que recurrimos a su misericordia, por nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y la majestad por los siglos de los siglos. Amén.

RESPONSORIO    Cf. Jdt 9, 17; cf. 6, 15

R. Señor, Dios del cielo y de la tierra, creador de las aguas, rey de toda la creación, * escucha las plegarias de tus hijos.
V. Señor, rey de cielos y tierra, ten misericordia de nuestra debilidad.
R. Escucha las plegarias de tus hijos.

Himno: SEÑOR, DIOS ETERNO

Señor, Dios eterno, alegres te cantamos,
a ti nuestra alabanza,
a ti, Padre del cielo, te aclama la creación.

Postrados ante ti, los ángeles te adoran
y cantan sin cesar:

Santo, santo, santo es el Señor,
Dios del universo;
llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.

A ti, Señor, te alaba el coro celestial de los apóstoles,
la multitud de los profetas te enaltece,
y el ejército glorioso de los mártires te aclama.

A ti la Iglesia santa,
por todos los confines extendida,
con júbilo te adora y canta tu grandeza:

Padre, infinitamente santo,
Hijo eterno, unigénito de Dios,
santo Espíritu de amor y de consuelo.

Oh Cristo, tú eres el Rey de la gloria,
tú el Hijo y Palabra del Padre,
tú el Rey de toda la creación.

Tú, para salvar al hombre,
tomaste la condición de esclavo
en el seno de una virgen.

Tú destruiste la muerte
y abriste a los creyentes las puertas de la gloria.

Tú vives ahora,
inmortal y glorioso, en el reino del Padre.

Tú vendrás algún día,
como juez universal.

Muéstrate, pues, amigo y defensor
de los hombres que salvaste.

Y recíbelos por siempre allá en tu reino,
con tus santos y elegidos.

La parte que sigue puede omitirse, si se cree oportuno.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice a tu heredad.

Sé su pastor,
y guíalos por siempre.

Día tras día te bendeciremos
y alabaremos tu nombre por siempre jamás.

Dígnate, Señor,
guardarnos de pecado en este día.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.

Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

A ti, Señor, me acojo,
no quede yo nunca defraudado. 

ORACIÓN.

OREMOS,
Dios todopoderoso y eterno, aumenta en nosotros la fe, la esperanza y la caridad, y para que alcancemos lo que nos prometes haz que amemos lo que nos mandas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén

CONCLUSIÓN

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.