Vísperas – Viernes XXXI Tiempo Ordinario

VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: YO HE SENTIDO, SEÑOR, TU VOZ AMANTE

Yo he sentido, Señor, tu voz amante,
en el misterio de las noches bellas,
y en el suave temblor de las estrellas
la armonía gocé de tu semblante.

No me llegó tu acento amenazante
entre el fragor de trueno y de centellas;
al ánima llamaron tus querellas
como el tenue vagido de un infante.

¿Por qué no obedecí cuando te oía?
¿Quién me hizo abandonar tu franca vía
y hundirme en las tinieblas del vacío?

Haz, mi dulce Señor, que en la serena
noche vuelva a escuchar tu cantilena;
¡ya no seré cobarde, Padre mío! Amén.

SALMODIA

Ant 1. El Señor es grande, nuestro dueño más que todos los dioses.

Salmo 134 I – HIMNO A DIOS POR SUS MARAVILLAS

Alabad el nombre del Señor,
alabadlo, siervos del Señor,
que estáis en la casa del Señor,
en los atrios de la casa de nuestro Dios.

Alabad al Señor porque es bueno,
tañed para su nombre, que es amable.
Porque él se escogió a Jacob,
a Israel en posesión suya.

Yo sé que el Señor es grande,
nuestro dueño más que todos los dioses.
El Señor todo lo que quiere lo hace:
en el cielo y en la tierra,
en los mares y en los océanos.

Hace subir las nubes desde el horizonte,
con los relámpagos desata la lluvia,
suelta a los vientos de sus silos.

Él hirió a los primogénitos de Egipto,
desde los hombres hasta los animales.
Envió signos y prodigios
-en medio de ti, Egipto-
contra el Faraón y sus ministros.

Hirió de muerte a pueblos numerosos,
mató a reyes poderosos:
a Sijón, rey de los amorreos;
a Hog, rey de Basán,
y a todos los reyes de Canaán.
Y dio su tierra en heredad,
en heredad a Israel, su pueblo.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Señor es grande, nuestro dueño más que todos los dioses.

Ant 2. Casa de Israel, bendice al Señor; tañed para su nombre, que es amable.

Salmo 134 II.

Señor, tu nombre es eterno;
Señor, tu recuerdo de edad en edad.
Porque el Señor gobierna a su pueblo
y se compadece de sus siervos.

Los ídolos de los gentiles son oro y plata,
hechura de manos humanas:
tienen boca y no hablan,
tienen ojos y no ven,

tienen orejas y no oyen,
no hay aliento en sus bocas.
Sean lo mismo los que los hacen,
cuantos confían en ellos.

Casa de Israel, bendice al Señor;
casa de Aarón, bendice al Señor;
casa de Leví, bendice al Señor;
fieles del Señor, bendecid al Señor.

Bendito en Sión el Señor,
que habita en Jerusalén.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Casa de Israel, bendice al Señor; tañed para su nombre, que es amable.

Ant 3. Vendrán todas las naciones y se postrarán en tu acatamiento, Señor.

Cántico: CANTO DE LOS VENCEDORES – Ap 15, 3-4

Grandes y maravillosas son tus obras,
Señor, Dios omnipotente,
justos y verdaderos tus caminos,
¡oh Rey de los siglos!

¿Quién no temerá, Señor,
y glorificará tu nombre?
Porque tú solo eres santo,
porque vendrán todas las naciones
y se postrarán en tu acatamiento,
porque tus juicios se hicieron manifiestos.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Vendrán todas las naciones y se postrarán en tu acatamiento, Señor.

LECTURA BREVE   St 1, 2-4

Hermanos míos, si estáis sometidos a tentaciones diversas, consideradlo como una alegría, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce constancia. Pero haced que la constancia dé un resultado perfecto, para que seáis perfectos e íntegros, sin defectos en nada.

RESPONSORIO BREVE

V. Cristo nos ama y nos ha absuelto por la virtud de su sangre.
R. Cristo nos ama y nos ha absuelto por la virtud de su sangre.

V. Y ha hecho de nosotros reino y sacerdotes para el Dios y Padre suyo.
R. Por la virtud de su sangre.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Cristo nos ama y nos ha absuelto por la virtud de su sangre.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. El Señor nos auxilia a nosotros, sus siervos, acordándose de su misericordia.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Señor nos auxilia a nosotros, sus siervos, acordándose de su misericordia.

PRECES

Invoquemos al Hijo de Dios, a quien el Padre entregó por nuestras faltas y lo resucitó para nuestra justificación, diciendo:

Señor, ten piedad.

Escucha, Señor, nuestras súplicas, perdona los pecados de los que se confiesen culpables
y en tu bondad otórganos el perdón y la paz.

Tú que, por medio del Apóstol nos has enseñado que donde se multiplicó el pecado sobreabundó mucho más la gracia,
perdona con largueza nuestros muchos pecados.

Hemos pecado mucho, Señor, pero confiamos en tu misericordia infinita;
vuélvete a nosotros para que podamos convertirnos a ti.

Salva a tu pueblo de sus pecados, Señor,
y sé benévolo con nosotros.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que abriste las puertas del paraíso al buen ladrón,
ábrelas también para nuestros hermanos difuntos.

Reconociendo que nuestra fuerza para no caer en la tentación se halla en Dios, digamos confiadamente:

Padre nuestro…

ORACION

Señor, Padre santo, que quisiste que tu Hijo fuese el precio de nuestro rescate, haz que vivamos de tal manera que, tomando parte en los padecimientos de Cristo, nos gocemos también en la revelación de su gloria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén. 

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El discípulo, profeta de esperanza

Lo dice el libro de la Sabiduría: Dios es “el amigo de la vida” (Sab 11,26). Por ser así Dios y por ser así la vida, la vida –y la muerte- no es cuestión de broma. No tuvo que gustarle mucho a Jesús la historieta que le contaban los saduceos. Muy por encima de esas curiosidades, Dios es siempre, en la vida y en la muerte, Dios de vivos. Y para Dios, la vida –“aquí” y “allá”- es sagrada. Por eso el discípulo promueve la vida: la defiende, la cuida y la mejora, la “ensancha” abriéndola a todas sus posibilidades, procurando salud entera hasta superar la frontera de la muerte por amor a la vida. La vocación del discípulo, para sí y para los demás, es vocación de vida en plenitud. La vida permanece.

UN TEXTO:

Profetas de esperanza

«La relación entre la fe y la esperanza es tan estrecha que puede decirse que la fe fecunda la esperanza, pero también puede decirse que la esperanza es supuesto de la fe, porque solo se cree en alguien si se confía en él, si se pone en él la esperanza. En realidad la fe y la esperanza son dos caras de la misma actitud. La fe permite al hombre hallar el fundamento de la propia vida al acoger la Presencia de la que surge. La esperanza ofrece la seguridad de una meta para el anhelo que constituye su vida. Permite al hombre responder a la pregunta “¿Qué me cabe esperar?”. Quien profesa al comienzo del símbolo de la fe: “Creo en Dios Padre, creador…”, puede terminar confesando: “Espero en la vida eterna”. “La esperanza en la vida eterna –decía Karl Barth- es corolario de la fe en Dios”. “Creer, afirma M. García-Baró, en el Dios Padre, creador… y Señor de la naturaleza, de la historia y de cada vida personal es, en su centro mismo, vivir en la esperanza y de la esperanza.. La esperanza, que es la certeza difícil, profundamente dichosa, de que lo mejor tendrá y tiene ya ahora, aunque sea secretamente, la última palabra”

Juan Martín Velasco, Fijos los ojos en Jesús, Ed. PPC, Madrid 2012 

UN POEMA:

La gran sorpresa
Será saber de pronto
que no hemos dejado el mundo en que vivíamos,
que ese mundo nos sigue y acompaña
con sus paisajes y sus cánticos.
Mundo perfectamente realizado
en un tiempo distinto.
La tierra ya segura,
tal como fue, por lo que fue creada.
La escena que olvidamos
acaso por no haberla merecido.
La mirada de odio transformada en amor.
La despedida, hecha retorno inesperado
en la nueva esperanza, ya sin dudas.
El barro hecho jardín.
El golpe hecho caricia, el dulce golpe.
Tal vez en un minuto
se hayan cumplido los tres días de Pascua.
¿Adónde iremos?
No tendremos que ir: nos quedaremos
vivos de otra manera, pero vivos,
en sitios cuyo nombre aún ignoramos,
cuyos límites hoy no conocemos,
pero que serán sitios adorables
donde habíamos estado, sin saberlo.
La gran sorpresa será conocer
que no habíamos muerto.
José María Souvirón 

UN SÍMBOLO: Un montón de arena y una jarra de agua. Si se puede, se va llenando la arena con el agua (regar el desierto…, la vida siempre florece incluso en el aparente desierto)

Comentario al evangelio de hoy (8 de noviembre)

La parábola de hoy sorprende por su tono provocativo y poco edificante. A los predicadores les resulta incómoda la explicación de esta parábola que contradice las más básicas reglas de la moral. ¿Debemos entender que Jesús alaba esa picardía deshonesta, en la que el fin justifica los medios, cualesquiera que estos sean? ¿No estaría esto en flagrante contradicción con la condena sin paliativos hacia el fraude y el engaño defendidos por cualquier manual de ética o de derecho?

No tratemos de encontrar aquí, en absoluto, ningún lapsus o descuido por parte del Maestro en temas morales relativos al séptimo mandamiento. Ni mucho menos pretende esta parábola recordar y advertirnos de que el mal y la trampa suelen acabar triunfando en el mundo de los trajines humanos.

¿Qué quiere enseñarnos Jesús? La parábola parte de un hecho sin calificaciones éticas: un problema administrativo y de falta de honestidad de un funcionario. En base a tal hecho nos enseña una verdad más profunda. El administrador infiel se encuentra en una situación de gran apuro, prácticamente sin salida: pillado en su deshonestidad, no encuentra alternativas válidas para escapar, en el sentido más inmediato de la expresión: ni el trabajo físico ni la mendicidad son salidas válidas para él. De ahí que busque soluciones por medio de la astucia, haciendo que los deudores de su amo se conviertan en deudores suyos, y así poder ganarse su favor futuro.
En la moraleja encontramos la lección: Debemos aprender la astucia de ese administrador. Es una astucia más propia de los hijos de este mundo con su gente que de los hijos de la luz. ¿Y qué es exactamente tal astucia?

No se refiere aquí a aquella capacidad fullera y mentirosa que posibilita conseguir los propios objetivos a través del engaño o de la picaresca. Evoca otra cosa distinta. Se trata de la creatividad, de la imaginación para salir airosos en las situaciones difíciles de la vida sin quedar congelados por la desesperación o por la inútil acusación de que la culpa la tienen otros. Esa sagacidad es aquella habilidad y empeño que nos lleva a encontrar una salida en toda situación complicada que se nos presente, por retorcida y peligrosa que nos pueda parecer. Es una actitud de ojos abiertos, de lucidez. Desde esta perspectiva, esa astucia es un sinónimo de la esperanza activa, que el Señor desea que aprendamos bien.

Juan Carlos Martos, cmf

Viernes XXXI Tiempo Ordinario

Hoy es viernes, 8 de noviembre.

Señor, me invitas una vez más a estar en tu presencia. Quiero que todos mis pensamientos, mis deseos y todas mis acciones, se ordenen totalmente en ti. Quiero escuchar con atención la palabra que hoy me diriges. Quiero que transformes mi vida, así como el alfarero trabaja modelando la arcilla que está en sus manos. Señor, quiero escucharte desde la profundidad de mi corazón. Por eso, Señor, en tus manos pongo mi vida.

La lectura de hoy es de la carta de Pablo a los Romanos (Rom 15, 14-21):

Respecto a vosotros, hermanos, yo personalmente estoy convencido de que rebosáis buena voluntad y de que os sobra saber para aconsejaros unos a otros. A pesar de eso, para traeros a la memoria lo que ya sabéis, os he escrito, a veces propasándome un poco. Me da pie el don recibido de Dios, que me hace ministro de Cristo Jesús para con los gentiles: mi acción sacra consiste en anunciar la buena noticia de Dios, para que la ofrenda de los gentiles, consagrada por el Espíritu Santo, agrade a Dios. Como cristiano, pongo mi orgullo en lo que a Dios se refiere. Sería presunción hablar de algo que no fuera lo que Cristo hace por mi medio para que los gentiles respondan a la fe, con mis palabras y acciones, con la fuerza de señales y prodigios, con la fuerza del Espíritu Santo. Tanto, que en todas direcciones, a partir de Jerusalén y llegando hasta la Iliria, lo he dejado todo lleno del Evangelio de Cristo. Eso sí, para mí es cuestión de amor propio no anunciar el Evangelio más que donde no se ha pronunciado aún el nombre de Cristo; en vez de construir sobre cimiento ajeno, hago lo que dice la Escritura: «Los que no tenían noticia lo verán, los que no habían oído hablar comprenderán.»

Pablo, el apóstol de los gentiles, busca la unidad de la Iglesia universal. Él enseña que para los cristianos no debe importar la raza ni la condición social. En Cristo somos todos libres e igualmente amados por Dios. Pregunto cómo me estoy relacionando yo con otros cristianos, con los que son de otros pueblos y culturas, con los cristianos que son de otros sectores sociales.

Pablo está orgulloso de su trabajo por Dios. Su alegría tiene la raíz en Cristo. Pablo sabe que él es sólo un instrumento en las manos de Dios para predicar el evangelio. Y yo, ¿me siento instrumento? Repaso cómo son las conversaciones que tengo con quienes me encuentro cada día. Pienso si se deja ver en ellas la fe que tengo puesta en Cristo y me pregunto en qué ocasiones transmito a los demás algo de mi verdad más honda.

Hay lugares donde hay que empezar de cero, como hizo Pablo y otras veces en que el apóstol construye sobre tierra ya preparada. Pienso en tantas personas que me han ayudado a crecer en mi fe y a sentirme parte de esta Iglesia. Puedo recordar a mis padres, a mis abuelos, a mi familia, a algún sacerdote o religiosa, algún catequista. ¿A quiénes recuerdo? ¿Quiénes son aquellos a quienes agradezco como importantes en mi vida? Pronuncio sus nombres en mi corazón.

Pablo anunció el evangelio a los gentiles, aunque muchos judíos pensaban que era sólo para ellos. Por eso tuvo que pelear, explicar, insistir en que la buena noticia era para todos. Y como Pablo muchos hombres y mujeres después de él han sido apóstoles. Hoy las fronteras tal vez no son geográficas, son laborales, son culturales, son económicas. Y hay muchos espacios donde la palabra de Dios tiene que escucharse de nuevo.

Ahí estamos los apóstoles de hoy, llamados a seguir anunciando su Voz. En el siglo XXI. En un mundo amplio. Millones de personas necesitan escuchar con oídos nuevos la palabra de Jesús. Y ahí sigue el Señor, llamando a que nuevos apóstoles tomen el relevo y sigan comunicando una buena noticia. Con creatividad e ilusión, con iniciativa y riesgo, con valentía y audacia. Pablo cumplió su misión. Pero hoy sigue habiendo muchos Pablos en nuestro mundo. Muchos testigos, que no podemos callar. Porque si dejamos de hablar, ¿quién anunciará la palabra? ¿Quién proclamará la verdad? ¿Quién cantará un amor infinito y generoso? ¿Quién exigirá la justicia y la misericordia? Tú, y tantos. Apóstoles de hoy, llamados a gritar la buena noticia de siempre.

adaptación de Rm 15, 14-21, por José Mª Rodríguez Olaizola, sj

Al terminar mi oración, siento la llamada que el Señor me hace ha ser su testigo. Escucho su voz. Puedo ver y sentir que el mundo entero está esperando conocer su evangelio y vivir según sus enseñanzas. Señor, escucho tu voz. Deseo que tus palabras sean mis palabras. Dame la fuerza que necesito para anunciarte ante los demás. Mi deseo es que otros, cuando me miren a mí, puedan descubrirte a ti. Señor, deseo conocer mejor tus criterios para que sean mi forma de vivir. Dame la pasión necesaria para hablar de ti ante los hombres y las mujeres con quienes estoy cada día. Señor, enséñame más sobre como es tu mirada. Quiero mirar como tú miras. Cuando necesite tomar alguna decisión, quiero que sea tu espíritu quien me conduce e inspira. Dame Señor la fuerza necesaria que necesito cada día.

Tomad, Señor y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento, y toda mi voluntad. Todo mi haber y poseer. Vos me lo disteis, a vos, Señor, lo torno. Todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad. Dadme vuestro amor y gracia, que esta me basta.

Laudes – Viernes XXXI Tiempo Ordinario

LAUDES
(Oración de la mañana)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza

INVITATORIO

Ant. Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia. 

Salmo 94 INVITACIÓN A LA ALABANZA DIVINA

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

Venid, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras.

Durante cuarenta años
aquella generación me repugnó, y dije:
Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Himno: CREADOR SEMPITERNO DE LAS COSAS.

Creador sempiterno de las cosas,
que gobiernas las noches y los días,
y, alternando la luz y las tinieblas,
alivias el cansancio de la vida.

Pon tus ojos, Señor, en quien vacila,
que a todos corrija tu mirada:
con ella sostendrás a quien tropieza
y harás que pague su delito en lágrimas.

Alumbra con tu luz nuestros sentidos,
desvanece el sopor de nuestras mentes,
y sé el primero a quien, agradecidas,
se eleven nuestras voces cuando suenen.

Glorificado sea el Padre eterno,
así como su Hijo Jesucristo,
y así como el Espíritu Paráclito,
ahora y por los siglos de los siglos. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Contra ti, contra ti solo pequé, Señor; ten misericordia de mí.

Salmo 50 – CONFESIÓN DEL PECADOR ARREPENTIDO

Misericordia, Dios mío, por tu bondad;
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.

Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado:
contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad que aborreces.

En la sentencia tendrás razón,
en el juicio brillará tu rectitud.
Mira, que en la culpa nací,
pecador me concibió mi madre.

Te gusta un corazón sincero,
y en mi interior me inculcas sabiduría.
Rocíame con el hisopo: quedaré limpio;
lávame: quedaré más blanco que la nieve.

Hazme oír el gozo y la alegría,
que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta de mi pecado tu vista,
borra en mí toda culpa.

¡Oh Dios!, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.

Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso:
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti.

Líbrame de la sangre, ¡oh Dios,
Dios, Salvador mío!,
y cantará mi lengua tu justicia.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.

Los sacrificios no te satisfacen;
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado:
un corazón quebrantado y humillado
tú no lo desprecias.

Señor, por tu bondad, favorece a Sión,
reconstruye las murallas de Jerusalén:
entonces aceptarás los sacrificios rituales,
ofrendas y holocaustos,
sobre tu altar se inmolarán novillos.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Contra ti, contra ti solo pequé, Señor; ten misericordia de mí.

Ant 2. Reconocemos, Señor, nuestra impiedad; hemos pecado contra ti.

Cántico: LAMENTACIÓN DEL PUEBLO EN TIEMPO DE HAMBRE Y DE GUERRA – Jr 14,17-21

Mis ojos se deshacen en lágrimas,
día y noche no cesan:
por la terrible desgracia de la doncella de mi pueblo,
una herida de fuertes dolores.

Salgo al campo: muertos a espada;
entro en la ciudad: desfallecidos de hambre;
tanto el profeta como el sacerdote
vagan sin sentido por el país.

¿Por qué has rechazado del todo a Judá?
¿tiene asco tu garganta de Sión?
¿Por que nos has herido sin remedio?
Se espera la paz, y no hay bienestar,
al tiempo de la cura sucede la turbación.

Señor, reconocemos nuestra impiedad,
la culpa de nuestros padres,
porque pecamos contra ti.

No nos rechaces, por tu nombre,
no desprestigies tu trono glorioso;
recuerda y no rompas tu alianza con nosotros.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Reconocemos, Señor, nuestra impiedad; hemos pecado contra ti.

Ant 3. El Señor es Dios y nosotros somos su pueblo y ovejas de su rebaño.

Salmo 99 – ALEGRÍA DE LOS QUE ENTRAN EN EL TEMPLO.

Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.

Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.

Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:

«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Señor es Dios y nosotros somos su pueblo y ovejas de su rebaño.

LECTURA BREVE   2Co 12, 9b-10

Muy a gusto presumo de mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de Cristo. Por eso vivo contento en medio de mis debilidades, de los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.

RESPONSORIO BREVE

V. En la mañana hazme escuchar tu gracia.
R. En la mañana hazme escuchar tu gracia.

V. Indícame el camino que he de seguir.
R. Hazme escuchar tu gracia.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. En la mañana hazme escuchar tu gracia.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. El Señor ha visitado y redimido a su pueblo.

Cántico de Zacarías. EL MESÍAS Y SU PRECURSOR      Lc 1, 68-79

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo.
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas:

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
ha realizado así la misericordia que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abraham.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán Profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tiniebla
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Señor ha visitado y redimido a su pueblo.

PRECES

Invoquemos a Cristo, que nació, murió y resucitó por su pueblo, diciendo:

Salva, Señor, al pueblo que redimiste con tu sangre.

Te bendecimos, Señor, a ti que por nosotros aceptaste el suplicio de la cruz:
mira con bondad a tu familia santa, redimida con tu sangre.

Tú que prometiste a los que en ti creyeran que manarían de su interior torrentes de agua viva,
derrama tu Espíritu sobre todos los hombres.

Tú que enviaste a los discípulos a predicar el Evangelio,
haz que los cristianos anuncien tu palabra con fidelidad.

A los enfermos y a todos los que has asociado a los sufrimientos de tu pasión,
concédeles fortaleza y paciencia.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Llenos del Espíritu de Jesucristo, acudamos a nuestro Padre común, diciendo:

Padre nuestro…

ORACION

Ilumina, Señor, nuestros corazones y fortalece nuestras voluntades, para que sigamos siempre el camino de tus mandatos, reconociéndote como nuestro guía y maestro. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén. 

Oficio de lecturas – Viernes XXXI Tiempo Ordinario

OFICIO DE LECTURA 

Si el Oficio de Lectura es la primera oración del día:

V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza

Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:

Ant. Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.


Si antes del Oficio de lectura se ha rezado ya alguna otra Hora:

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.



Himno: DELANTE DE TUS OJOS

Delante de tus ojos
ya no enrojecemos
a causa del antiguo
pecado de tu pueblo.
Arrancarás de cuajo
el corazón soberbio
y harás un pueblo humilde
de corazón sincero.

En medio de los pueblos
nos guardas como un resto,
para cantar tus obras
y adelantar tu reino.
Seremos raza nueva
para los cielos nuevos;
sacerdotal estirpe,
según tu Primogénito.

Caerán los opresores
y exultarán los siervos;
los hijos del oprobio
serán tus herederos.
Señalarás entonces
el día del regreso
para los que comían
su pan en el destierro.

¡Exulten mis entrañas!
¡Alégrese mi pueblo!
Porque el Señor, que es justo,
revoca sus decretos:
la salvación se anuncia
donde acechó el infierno,
porque el Señor habita
en medio de su pueblo. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Estoy agotado de gritar y de tanto aguardar a mi Dios.

Salmo 68, 2-22. 30-37 I – LAMENTACIÓN Y PLEGARIA DE UN FIEL DESOLADO

Dios mío, sálvame,
que me llega el agua al cuello:
me estoy hundiendo en un cieno profundo
y no puedo hacer pie;
he entrado en la hondura del agua,
me arrastra la corriente.

Estoy agotado de gritar,
tengo ronca la garganta;
se me nublan los ojos
de tanto aguardar a mi Dios.

Más que los cabellos de mi cabeza
son los que me odian sin razón;

más duros que mis huesos,
los que me atacan injustamente.
¿Es que voy a devolver
lo que no he robado?

Dios mío, tú conoces mi ignorancia,
no se te ocultan mis delitos.
Que por mi causa no queden defraudados
los que esperan en ti, Señor de los ejércitos.

Que por mi causa no se avergüencen
los que te buscan, Dios de Israel.
Por ti he aguantado afrentas,
la vergüenza cubrió mi rostro.

Soy un extraño para mis hermanos,
un extranjero para los hijos de mi madre;
porque me devora el celo de tu templo,
y las afrentas con que te afrentan caen sobre mí.

Cuando me aflijo con ayunos, se burlan de mí;
cuando me visto de saco, se ríen de mí;
sentados a la puerta murmuran,
mientras beben vino me cantan burlas.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Estoy agotado de gritar y de tanto aguardar a mi Dios.

Ant 2. En mi comida me echaron hiel, para mi sed me dieron vinagre.

Salmo 68, 2-22. 30-37 II

Pero mi oración se dirige a ti,
Dios mío, el día de tu favor;
que me escuche tu gran bondad,
que tu fidelidad me ayude:

arráncame del cieno, que no me hunda;
líbrame de los que me aborrecen,
y de las aguas sin fondo.

Que no me arrastre la corriente,
que no me trague el torbellino,
que no se cierre la poza sobre mí.

Respóndeme, Señor, con la bondad de tu gracia,
por tu gran compasión vuélvete hacia mí;
no escondas tu rostro a tu siervo:
estoy en peligro, respóndeme en seguida.

Acércate a mí, rescátame,
líbrame de mis enemigos:
estás viendo mi afrenta,
mi vergüenza y mi deshonra;
a tu vista están los que me acosan.

La afrenta me destroza el corazón, y desfallezco.
Espero compasión, y no la hay;
consoladores, y no los encuentro.
En mi comida me echaron hiel,
para mi sed me dieron vinagre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. En mi comida me echaron hiel, para mi sed me dieron vinagre.

Ant 3. Buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.

Salmo 68, 2-22. 30-37 III

Yo soy un pobre malherido;
Dios mío, tu salvación me levante.
Alabaré el nombre de Dios con cantos,
proclamaré su grandeza con acción de gracias;
le agradará a Dios más que un toro,
más que un novillo con cuernos y pezuñas.

Miradlo los humildes, y alegraos,
buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.
Que el Señor escucha a sus pobres,
no desprecia a sus cautivos.
Alábenlo el cielo y la tierra,
las aguas y cuanto bulle en ellas.

El Señor salvará a Sión,
reconstruirá las ciudades de Judá,
y las habitarán en posesión.
La estirpe de sus siervos la heredará,
los que aman su nombre vivirán en ella.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.

V. El Señor nos instruirá en sus caminos.
R. Y marcharemos por sus sendas. 

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Jeremías 42, 1-16; 43, 4-7

SUERTE DE JEREMÍAS Y DEL PUEBLO DESPUÉS DE LA TOMA DE JERUSALÉN

En aquellos días, los capitanes, con Juan, hijo de Qarej, y Yezanías, hijo de Hosaías, y todo el pueblo, desde el menor hasta el mayor, acudieron al profeta Jeremías y le dijeron:

«Acepta nuestra súplica, y ruega al Señor, tu Dios, por nosotros y por todo este resto; porque quedamos bien pocos de la multitud, como lo pueden ver tus ojos. Que el Señor, tu Dios, nos indique el camino que debemos seguir y lo que debemos hacer.»

El profeta Jeremías les respondió:

«De acuerdo, yo rezaré al Señor, vuestro Dios, según me pedís, y todo lo que el Señor, vuestro Dios, me responda os lo comunicaré, sin ocultaros nada.» Ellos dijeron a Jeremías:
«El Señor sea testigo veraz y fiel contra nosotros, si no cumplimos todo lo que el Señor, tu Dios, te mande decirnos: sea favorable o desfavorable, escucharemos la voz del Señor, nuestro Dios, a quien nosotros te enviamos, para que nos vaya bien, escuchando la voz del Señor, nuestro Dios.»

Pasados diez días vino la palabra del Señor a Jeremías. Éste llamó a Juan, hijo de Qarej, a todos sus capitanes y a todo el pueblo, del menor al mayor, y les dijo:

«Así dice el Señor, Dios de Israel, a quien me enviasteis para presentarle vuestras súplicas: «Si os quedáis a vivir en esta tierra, os construiré y no os destruiré, os plantaré y no os arrancaré; porque me pesa del mal que os he hecho. No temáis al rey de Babilonia, a quien ahora teméis; no lo temáis -oráculo del Señor-, porque yo estoy con vosotros para salvaros y libraros de su mano. Le infundiré compasión para que os compadezca y os deje vivir en vuestras tierras. Pero si decís: ‘No habitaremos en esta tierra -desoyendo la voz del Señor, vuestro Dios-, sino que iremos a Egipto, donde no conoceremos la guerra ni oiremos el son de la trompeta ni pasaremos hambre de pan; y allí viviremos’, entonces, resto de Judá, escuchad la palabra del Señor.»

Así dice el Señor de los ejércitos, Dios de Israel: «Si os empeñáis en ir a Egipto, para residir allí, la espada que vosotros teméis os alcanzará en Egipto, y el hambre que os asusta os irá pisando los talones en Egipto, y allí moriréis.»»

Pero ni Juan, hijo de Qarej, ni sus capitanes ni el pueblo escucharon la voz del Señor, que les mandaba quedarse a vivir en tierra de Judá; sino que Juan, hijo de Qarej, y sus capitanes reunieron al resto de Judá, que había vuelto de todos los países de la dispersión para habitar en Judá: hombres, mujeres, niños, las hijas del rey y cuantos Nabusardán, jefe de la guardia, había encomendado a Godolías, hijo de Ajicán, hijo de Safán; y también al profeta Jeremías y a Baruc, hijo de Nerías. Y entraron en Egipto, sin obedecer la voz del Señor, y llegaron a Tafne.

RESPONSORIO    Jr 42, 2; Lm 5, 3

R. Ruega al Señor, tu Dios, por nosotros y por todos los que han sobrevivido, * porque hemos quedado pocos de los muchos que éramos.
V. Hemos quedado como huérfanos sin padre, y nuestras madres son como viudas.
R. Porque hemos quedado pocos de los muchos que éramos.

SEGUNDA LECTURA

De las Disertaciones de san Gregorio de Nacianzo, obispo
(Disertación 7, en honor de su hermano Cesáreo, 23-24: PG 35, 786-787)

SANTA Y PIADOSA ES LA IDEA DE ORAR EN FAVOR DE LOS DIFUNTOS

¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él? Un gran misterio me envuelve y me penetra. Pequeño soy y, al mismo tiempo, grande, exiguo y sublime, mortal e inmortal, terreno y celeste. Con Cristo soy sepultado y con Cristo debo resucitar; estoy llamado a ser coheredero de de Cristo e hijo de Dios; llegaré incluso a ser Dios mismo.

Esto es lo que significa nuestro gran misterio; esto lo que Dios nos ha concedido, y para que nosotros lo alcancemos quiso hacerse hombre; quiso ser pobre, para levantar así la carne postrada y dar la incolumidad al hombre que él mismo había creado a su imagen; así todos nosotros lleguamos a ser uno en Cristo, pues él ha querido que todos nosotros lleguemos a ser aquello mismo que él es con toda perfección; así entre nosotros ya no hay judío ni gentil, no hay esclavo ni libre, no hay varón ni mujer, es decir, no queda ya ningún residuo ni discriminación de la carne, sino que brilla sólo en nosotros la imagen de Dios, por quien y para quien hemos sido creados y a cuya semejanza estamos plasmados y hechos, para que nos reconozcamos siempre como hechura suya.

¡Ojalá alcancemos un día aquello que esperamos de la gran munificencia y benignidad de nuestro Dios! Él pide cosas insignificantes y promete en cambio grandes dones, tanto en este mundo como en el futuro, a quienes lo aman sinceramente. Sufrámoslo, pues, todo por él y aguantémoslo todo esperando en él; démosle gracias por todo (él sabe ciertamente que con frecuencia nuestros sufrimientos son un instrumento de salvación); encomendémosle nuestras vidas y las de aquellos que, habiendo vivido en otro tiempo con nosotros, nos han precedido ya en la morada eterna.

¡Señor y hacedor de todo y especialmente del ser humano! ¡Dios, Padre y guía de los hombres que creaste! ¡Árbitro de la vida y de la muerte! ¡Guardián y bienhechor de nuestras almas! ¡Tú que lo realizas todo en su momento oportuno y, por tu Verbo, vas llevando a su fin todas las cosas según la sublimidad de aquella sabiduría tuya que todo lo sabe y todo lo penetra! Te pedimos que recibas ahora en tu reino a Cesáreo, que como primicia de nuestra comunidad ha ido ya hacia ti.

Dígnate también, Señor, velar por nuestra vida, mientras moramos en este mundo, y, cuando nos llegue el momento de dejarlo, haz que lleguemos a ti preparados por el temor que tuvimos de ofenderte, aunque no ciertamente poseídos de terror. No permitas, Señor, que en la hora de nuestra muerte, desesperados y sin acordarnos de ti, nos sintamos como arrancados y expulsados de este mundo, como suele acontecer con los hombres que viven entregados a los placeres de esta vida, sino que, por el contrario, alegres y bien dispuestos, lleguemos a la vida eterna y feliz, en Cristo Jesús Señor nuestro, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

RESPONSORIO

R. Te rogamos, Señor Dios nuestro, que acojas benignamente a nuestros hermanos difuntos, por quienes derramaste tu sangre; * recuerda que somos polvo, y que el hombre es como el heno y como la flor del campo.
V. ¡Señor misericordioso, clemente y benigno!
R. Recuerda que somos polvo, y que el hombre es como el heno y como la flor del campo.

ORACIÓN.

OREMOS,
Señor de poder y de misericordia, cuyo favor hace digno y agradable el servicio de tus fieles, concédenos caminar sin tropiezos hacia los bienes que nos prometes. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén

CONCLUSIÓN

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.