Oración de los fieles (Domingo II Adviento)

El Adviento es el tiempo litúrgico mariano por excelencia. Nos dirigimos hoy a María Inmaculada, acogedora de la vida, para que sea posible lo que Dios ha querido para todas las personas y para nuestra sociedad.

AYÚDANOS A AMAR LA VIDA, SEÑOR

* Que nuestra Iglesia, animada por el papa Francisco, acoja el mensaje de vida plena que Dios nos ha enviado en María para que así lo anuncie a todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

* Que nuestros gobernantes sean capaces de realizar un servicio sin mancha de corrupción, medias verdades o engaños interesados, para vivir en verdad y coherencia con el servicio al que son llamados.

* Que todos los hombres y mujeres descubran dentro de sí el germen de vida plena que Dios ha puesto en todos los corazones y la derramen sobre los demás desterrando todo tipo de violencia y opresión.

* Que sepamos acoger y respetar la dignidad de todos, especialmente de todas las mujeres, cuidadoras de la vida, superando los prejuicios que nos impiden ver un hijo o hija de Dios en todas las personas a quienes la sociedad les ha querido hacer indignos de la vida.

* Que dejemos de vivir para poseer, endiosándonos y haciéndonos difícil vivir nosotros mismos y los demás, y estemos abiertos a recibir y acoger, en vez de dominar, acaparar y acumular.

Ayúdanos, María, a llevar a plenitud la vida que Dios nos ha dado a todos como nuestra vocación más profundamente humana, como tú lo lograste haciéndote la humilde servidora del Señor. 

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Para la homilía

El segundo domingo de Adviento coincide este año con la fiesta de la Inmaculada. María es la compañera y la referencia de la Iglesia en este tiempo especial. Aunque están presentes en la iconografía antigua, son cada vez más frecuentes las representaciones modernas de María del Adviento, María de la Esperanza, como una joven embarazada, símbolo de la acogida de la Vida de Dios en lo más profundo del propio ser, de la espera confiada y atenta a lo que va creciendo, de la sorpresa y el agradecimiento ante lo que se reconoce como un regalo de Dios. Así somos invitados a vivir este tiempo.

En otros momentos de la historia hemos podido pensar que celebrar la Inmaculada Concepción era celebrar uno de esos llamados “privilegios de María”, algo que la distancia y la coloca como por encima del común de los mortales, que no tiene que ver con nosotros sino que sólo le atañe a ella y que nosotros, simplemente, sólo podemos admirar y envidiar. Pero nada más lejos de la realidad. Lo que reconocemos en esta fiesta es que María fue plenamente lo que todos estamos llamados a ser. En María se realiza lo que Dios ha soñado de cada uno de nosotros.

Hay un deseo hondo inscrito en lo más profundo de nosotros mismos: el deseo de vivir en plenitud, de Ser con mayúsculas, de lograr nuestra vida. Esa es la huella y el impulso de Dios en nosotros. Tenemos sed de vivir más plenamente porque estamos hechos para el Infinito. Las lecturas de esta fiesta de la Inmaculada nos muestran que hay dos maneras de querer saciar esa sed, pero solo una nos lleva de verdad a la Fuente.

En el relato del Génesis, Adán y Eva han errado el camino. Como ellos, muchas veces queremos lograr la vida desde la autosuficiencia, apoyados en nuestras propias fuerzas, haciendo de nosotros nuestro propio centro. Queremos creer que no tenemos límites y que nada ni nadie, ni siquiera Dios, puede recortar nuestra autonomía, nuestra capacidad de dirigirnos a nosotros mismos. Nos endiosamos. En el fondo eso nos rompe, porque no estamos hechos para vivir así. Hiere nuestras relaciones e introduce en el mundo una cantidad de dolor que no formaba parte del proyecto original de Dios. Lo experimentamos en nosotros y lo estamos viendo continuamente en la realidad, en el mundo.

Sin embargo, María es otra cosa. Que la Iglesia la llame “Inmaculada” significa que descubre en ella el deseo original de Dios sobre el ser humano “sin mancha ninguna”. Por eso, María Inmaculada nos dice algo sobre nosotros mismos.

Nos dice que la verdadera libertad se realiza en la acogida de Dios como fundamento sobre el que edificar nuestra vida. “Hágase en mi según tu palabra”. La auténtica plenitud humana se va alcanzando en la medida en que nos abrimos radicalmente a la oferta de Dios de vivir en una relación de amistad con Él. “Alégrate, llena de gracia. El Señor está contigo”. Ese vivir haciendo de Dios el propio centro es lo que verdaderamente nos hace fecundos, capaces de desplegar todo lo que Él ha puesto en nosotros para los demás y de ayudar a sanar un mundo herido. En María comenzamos a descubrir lo que encontramos de forma eminente en Jesús: Dios no es el competidor de las posibilidades humanas (tentación de la serpiente), sino que a mayor acogida de la cercanía y presencia de Dios, mayor es nuestra libertad y plenitud.

Pronunciar, como María, “hágase” no significa disolverse a uno mismo en una sumisión ciega a la voluntad de un Dios que nos exige renuncias, sino poseerse totalmente para entregarse, con plena libertad, a Aquel que nos hace crecer en la medida en que nos ponemos al servicio de su proyecto de salvación y vida para toda la humanidad. Que María, en este Adviento, nos ayude a descubrirlo.

Ana Isabel González Díez 

Comentario al evangelio de hoy (5 de diciembre)

En medio de los quehaceres cotidianos, van pasando los días del Adviento. Y aunque sea por un breve espacio de tiempo, en tu encuentro diario con la Palabra de Dios, el Señor quiere recordarte la clave que en este tiempo debemos actualizar en nuestras vidas: la esperanza. No hay nada que no pueda ser levantado de nuevo, nada que no pueda ser restaurado desde sus cenizas. Recuerda que para Dios nada hay imposible. Nada de lo que haya pasado en tu historia personal, por muy dramático que haya sido, tiene el dominio sobre tu corazón; nada, si tú no quieres, puede endurecerte o entristecerte hasta el extremo.

Mira de nuevo al primer protagonista del Adviento que nos acompaña durante su inicio: el profeta Isaías. En el cántico triunfal de hoy, Dios invierte la situación derribando a la ciudad encumbrada y haciendo de los humildes una ciudad fuerte: doblegó a los habitantes de la altura y a la ciudad elevada; la humilló, la humilló hasta el suelo, la arrojó al polvo, y la pisan los pies, los pies del humilde, las pisadas de los pobres. El Señor siempre favorece a los que confían en Él, de ahí les viene su firmeza y su fuerza.

Y por si no lo vemos del todo claro, Jesús nos lo explica con la comparación de la roca y la arena. No importa lo que te suceda si verdaderamente pones tu confianza en el Señor. Digo verdaderamente, porque cuando Jesús utilizó estas palabras eran muy frecuentes en su tiempo los falsos creyentes, los falsos profetas, los falsos doctores. Por eso dice Jesús en el evangelio de Mateo, …No todo el que me dice «Señor, Señor… Al Señor no le interesa la ortodoxia, sino la ortopraxis, es decir, el que verdaderamente  cumple o intenta cumplir: la voluntad de mi Padre. Si confiamos de esta manera, si nos tomamos en serio nuestra fe, ya pueden soplar los vientos más huracanados o temblar la tierra en su máxima escala Richter, que nuestra casa, nuestra integridad, permanecerá en pie porque está bien cimentada. Por esta razón tenemos motivos para la esperanza. Quizá puedo aprovechar este tiempo de Adviento para rellenar las grietas de mis cimientos con el hormigón de la oración, los sacramentos y las buenas obras, porque  antes prefiero ser prudente que necio.

Juan Lozano, cmf

Jueves I de Adviento

Hoy es jueves, 5 de diciembre.

Casi recién comenzado el Adviento, espero tu llegada con la ilusión de que llegues a mi vida. Con la esperanza de que tu palabra sea aire fresco que ventile mis más escondidos rincones. Me voy haciendo consciente de tu presencia aquí hoy. Quiero que tu evangelio vaya calando, poco a poco, y definitivamente en mi interior.

La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 7, 21.24-27):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No todo el que me dice «Señor, Señor» entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo. El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca. El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se hundió totalmente.»

A pesar de los años transcurridos, el evangelio sigue hablando de situaciones cotidianas para mí. El día de hoy es un ejemplo. Se me habla de tempestades, tormentas, de situaciones que me desbordan y de vientos que parecen arrasarlo todo. Intento poner nombre a esas situaciones. Intento identificarlas en mi vida a día de hoy.

Jesús no intenta disfrazar la realidad. Él sabe de mi vida y sabe que no siempre salen las cosas como yo quiero. Sabe de mis bajones y no me promete una vida sin problemas, porque creer en él no hace que estos desaparezcan. Pero tener fe sí me ayuda a afrontar los malos momentos de otro modo, a hacerlos más llevaderos. Intento descubrir cómo me ayuda el Señor en esas ocasiones.

Al volver a leer el texto, me doy cuenta de que Jesús no quiere de que me pierda en lamentos que no solucionan nada y me hundan aún más. Quiere verme en pie, sobre roca firme, intentando superar las dificultades con las pocas o muchas fuerzas que tenga.

Al terminar la oración, Señor, quiero pedirte fuerza para superar los obstáculos en mi vida. Quiero pedirte perdón, Señor. A veces me cuesta apoyarme y confiar en ti, pero sobretodo, quiero darte gracias, porque poco a poco, voy construyendo mi casa. Y ahí estás, Señor. Unas veces te siento más, otras menos, pero siempre ahí.

Tomad, Señor y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento, y toda mi voluntad. Todo mi haber y poseer. Vos me lo disteis, a vos, Señor, lo torno. Todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad. Dadme vuestro amor y gracia, que esta me basta.