Vísperas – Jueves III de Adviento

VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: ESCUCHA, CASA DE DAVID

Escucha, casa de David:
La Virgen pura se halla encinta;
Dios la acaricia y la fecunda
y la hace Madre de la vida.

La Virgen grávida nos lleva
en el secreto de su dicha;
la Virgen fiel nos abre ruta
por su obediencia de discípula.

Espera en calma la agraciada,
con ella el mundo se arrodilla;
levanta el pobre la mirada,
con ella pide la venida.

Nacido en tiempos sin aurora,
el Hijo espera con María.
¡Oh Dios de amor, nuestra esperanza,
cambia tu espera en parusía!

¡A ti, Jesús, Hijo esperado,
aparecido en nuestros días,
con santo júbilo cantamos!
¡Ven en tu reino, ven de prisa! Amén.

SALMODIA

Ant 1. A ti, Señor, levanto mi alma; ven y líbrame, Señor, que en ti confío.

Salmo 131 I – PROMESAS A LA CASA DE DAVID.

Señor, tenle en cuenta a David
todos sus afanes:
cómo juró al Señor
e hizo voto al Fuerte de Jacob:

«No entraré bajo el techo de mi casa,
no subiré al lecho de mi descanso,
no daré sueño a mis ojos,
ni reposo a mis párpados,
hasta que encuentre un lugar para el Señor,
una morada para el Fuerte de Jacob.»

Oímos que estaba en Efrata,
la encontramos en el Soto de Jaar:
entremos en su morada,
postrémonos ante el estrado de sus pies.

Levántate, Señor, ven a tu mansión,
ven con el arca de tu poder:
que tus sacerdotes se vistan de gala,
que tus fieles te aclamen.
Por amor a tu siervo David,
no niegues audiencia a tu Ungido.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. A ti, Señor, levanto mi alma; ven y líbrame, Señor, que en ti confío.

Ant 2. Da su paga, Señor, a los que esperan en ti, para que tus profetas sean hallados veraces.

Salmo 131 II.

El Señor ha jurado a David
una promesa que no retractará:
«A uno de tu linaje
pondré sobre tu trono.

Si tus hijos guardan mi alianza
y los mandatos que les enseño,
también sus hijos, por siempre,
se sentarán sobre tu trono.»

Porque el Señor ha elegido a Sión,
ha deseado vivir en ella:
«Ésta es mi mansión por siempre,
aquí viviré, porque la deseo.

Bendeciré sus provisiones,
a sus pobres los saciaré de pan;
vestiré a sus sacerdotes de gala,
y sus fieles aclamarán con vítores.

Haré germinar el vigor de David,
enciendo una lámpara para mi Ungido.
A sus enemigos los vestiré de ignominia,
sobre él brillará mi diadema.»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Da su paga, Señor, a los que esperan en ti, para que tus profetas sean hallados veraces.

Ant 3. Vuélvete, Señor, a nosotros y no tardes más en venir.

Cántico: EL JUICIO DE DIOS Ap. 11, 17-18; 12, 10b-12a

Gracias te damos, Señor Dios omnipotente,
el que eres y el que eras,
porque has asumido el gran poder
y comenzaste a reinar.

Se encolerizaron las naciones,
llegó tu cólera,
y el tiempo de que sean juzgados los muertos,
y de dar el galardón a tus siervos los profetas,
y a los santos y a los que temen tu nombre,
y a los pequeños y a los grandes,
y de arruinar a los que arruinaron la tierra.

Ahora se estableció la salud y el poderío,
y el reinado de nuestro Dios,
y la potestad de su Cristo;
porque fue precipitado
el acusador de nuestros hermanos,
el que los acusaba ante nuestro Dios día y noche.

Ellos le vencieron en virtud de la sangre del Cordero
y por la palabra del testimonio que dieron,
y no amaron tanto su vida que temieran la muerte.
Por esto, estad alegres, cielos,
y los que moráis en sus tiendas.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Vuélvete, Señor, a nosotros y no tardes más en venir.

LECTURA BREVE   Flp 3, 20b-21

Esperamos que venga como salvador Cristo Jesús, el Señor. Él transfigurará nuestro cuerpo de humilde condición en un cuerpo glorioso, semejante al suyo, en virtud del poder que tiene para someter a su imperio todas las cosas.

RESPONSORIO BREVE

V. Ven a salvarnos, Señor Dios de los ejércitos.
R. Ven a salvamos, Señor Dios de los ejércitos.

V. Que brille tu rostro y nos salve.
R. Señor Dios de los ejércitos.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Ven a salvarnos, Señor Dios de los ejércitos.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Oh renuevo del tronco de Jesé, que te alzas como un signo para los pueblos, ante quien los reyes enmudecen y cuyo auxilio imploran las naciones, ven a librarnos, no tardes más.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Oh renuevo del tronco de Jesé, que te alzas como un signo para los pueblos, ante quien los reyes enmudecen y cuyo auxilio imploran las naciones, ven a librarnos, no tardes más.

PRECES

Supliquemos, hermanos, a Cristo, juez de vivos y muertos, y digámosle confiados:

Ven, Señor Jesús.

Haz, Señor, que tu justicia, que pregonan los cielos, la reconozca también el mundo,
para que tu gloria habite en nuestra tierra.

Tú que por nosotros quisiste ser débil en tu humanidad,
fortalece a los hombres con la fuerza de tu divinidad.

Ven, Señor, y con la luz de tu palabra
ilumina a los que viven sumergidos en las tinieblas de la ignorancia.

Tú que con tu humillación borraste nuestros pecados,
por tu glorificación llévanos a la felicidad eterna.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que vendrás a juzgar al mundo con gloria y majestad,
lleva a nuestros hermanos difuntos al reino de los cielos.

Movidos por la fe, invoquemos a Dios Padre con la oración que Cristo nos enseñó:

Padre nuestro…

ORACION

Dios nuestro, que te has dignado revelar al mundo el esplendor de tu gloria por medio del parto de la santísima Virgen María, concédenos venerar con fe íntegra y celebrar con sincero rendimiento el gran misterio de la encarnación de tu Hijo. Que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

Oración de los fieles (Domingo IV de Adviento)

A punto de celebrar la Navidad, el nacimiento de Jesús –Dios-con-nosotros – pedimos al Señor reconocerle como Hijo de Dios y nuestro Salvador:

AUMÉNTANOS, SEÑOR, LA FE EN JESÚS

Que la Iglesia ponga su fuerza y su seguridad sólo en Jesús de Nazaret, débil y vulnerable como nosotros, y no en el poder de la organización ni las estrategias de los fuertes.

Que el mundo, sus instituciones y las personas que lo representan reconozcan que la verdadera humanidad no reside en el poder del dinero y el desarrollo falsamente ilimitado sino en la fuerza de la solidaridad y el servicio a los más débiles y vulnerables.

Que todos nosotros, en estos días de Navidad, acojamos a Jesús, como el mensaje de salvación de Dios a nuestras vidas, como hizo José ante el anuncio del ángel.

Que asumamos nuestra propia vida con todas sus debilidades, sintiéndonos acompañados por Jesús de Nazaret –Dios-con-nosotros- que nació, vivió y murió con nuestra propia humanidad, y la llevó a plenitud en la resurrección.

Que acojamos a Dios en nuestras vidas, abiertos a la sorpresa de lo inesperado, relativizando, en esperanza, todo lo que hoy se nos presenta como imposible o difícil de creer.

Que nos preparemos para la fiesta de la Navidad sabiendo que Dios, en Jesús, es el centro de nuestra vida, llenando así de verdadero contenido el sentido de nuestra alegría.

Señor Jesús, queremos reconocerte como Hijo de Dios y nuestro Salvador. Que la fiesta de Navidad suponga para todos nosotros un verdadero encuentro contigo, el Señor de nuestras vidas. 

Para la homilía

Estamos a las puertas…

El tiempo de Adviento es como un indicador que nos señala en una doble dirección: por una parte, nos prepara para acoger más hondamente la venida de Dios a nuestra historia en Jesús de Nazaret; por otra, alienta nuestra esperanza en su venida plena.

Las lecturas del primer domingo de Adviento se centraban en esa venida definitiva que esperamos para el final de los tiempos y que será también la plenitud de toda la creación y de la historia humana. Pero conforme van pasando las semanas, las lecturas van concentrando nuestra mirada en el acontecimiento que dentro de unos días vamos a celebrar. En este cuarto domingo todo apunta ya al nacimiento de Jesús, a la entrada de Dios en nuestra historia hecho carne, como uno de nosotros, la aparición de la bondad y el amor de Dios a la humanidad (cf. Tt 3,4). Se nos dice quién es el que va a venir. O mejor, quién es el que está ya en medio de nosotros y cómo lo encontramos.

“Enmanuel, que significa Dios-con- nosotros”.

El evangelio de Mateo recoge la profecía de Isaías que hemos escuchado en la primera lectura. Acaz, rey de Judá, está en una situación de extrema debilidad. El reino está amenazado y Acaz prefiere confiar en la protección de un gran imperio militar antes que en la fidelidad de Yahvé que es quien sostiene el futuro de su pueblo. Acaz ha decidido confiar en el poder de los grandes. El signo que el profeta le ofrece de parte de Dios es el de la fuerza de los pequeños. En vez de la seguridad de las armas, la vulnerabilidad de una joven embarazada que va a dar a luz a niño.

Esa profecía, que seguramente se refiere al hijo del propio rey, ha sido releída por la Iglesia como anuncio del nacimiento de Jesús, el verdadero Enmanuel, el Dios-con-nosotros anunciado no sólo en el nombre sino también en el modo. En Jesús, Dios está con nosotros no desde el poder y la fuerza sino haciendo suya, en solidaridad plena, nuestra existencia frágil y vulnerable. Así lo vemos desde el pesebre hasta la cruz, en sus largos años de existencia oculta en Nazaret, como uno de tantos, y en su predicación entre los humildes y despreciados anunciando a un Dios que es Buena Noticia para los que se hacen pobres y pequeños. En Jesús no sólo se nos manifiesta que Dios está con nosotros sino también cómo está Dios entre nosotros. Le podemos descubrir en la vida siempre que miremos hacia los de abajo, siempre que nos situemos desde abajo.

“Le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará al pueblo…”

José recibe del ángel un nombre para el hijo que espera María. En la cultura semita, el nombre indica la identidad y misión de una persona. Jesús significa “Yahvé salva”. De poco nos valdría un Dios solidario con nuestra humanidad si no fuera también un Dios que nos puede “salvar”. Salvación, en cristiano, significa la superación de todo aquello que frustra o limita la existencia y que no permite que se desarrolle plenamente el deseo de Dios, que no es otro que vida en abundancia para sus hijos e hijas. En Jesús, que se hace solidario con nosotros, está la salvación de Dios.

Si acogemos de verdad a este Jesús y le dejamos ser Dios-con-nosotros, si nos decidimos a adentrarnos por los vericuetos de nuestra débil existencia cogidos de su mano, si aceptamos su invitación a caminar desde abajo y en solidaridad con nuestros hermanos… entonces, podremos experimentar su salvación y abrir también espacios de salvación para otros.

Porque este Jesús, Dios humanado, “nacido según la carne de la estirpe de David; constituido según el Espíritu Santo, Hijo de Dios con pleno poder por su resurrección de la muerte” es “Jesucristo, nuestro Señor”, aquel que ha triunfado sobre la muerte con la fuerza del amor y no con el poder. Aquel en quien todo cobra sentid o.

Ana Isabel González Díez 

Comentario al evangelio de hoy (19 de diciembre)

Quien no cree… ¡bloquea los sueños!

La experiencia es, a veces mala consejera. Tener mucha experiencia puede convertirse en un impedimento para creer en lo nuevo, en posibilidades inéditas. A veces, los más ancianos son los que más creen en la esterilidad. ¡Qué pena! Veámoslo en el siguiente evangelio.

Cuando hay algún anuncio de novedad, cuando apunta o asoma algún brote de nueva vida, siempre aparece alguna persona incrédula, o incluso alguien con instintos asesinos, como Herodes, que quiere matar lo que nace. La novedad suele casi siempre tener opositores. A veces se hace en nombre de la experiencia, pero en el fondo, es en nombre de un tremendo orgullo, según el cuál sólo lo que nace de mí es bueno y no lo que nace de los demás.

Zacarías, el viejo sacerdote, fue agraciado con una revelación de Dios que lo implicaba en una admirable novedad. Podía haber sido el mensajero de la noticia más esperada por el pueblo, de una primicia única. El pueblo estaba reunido a las puertas del Templo. Esperaba la salida del Sacerdote. ¡Qué oportunidad tan magnífica para traer la alegría a la gente! Pero todo quedó frustrado. A Zacarías le faltó el riesgo de la fe. Esa fe que muestran muchos de nuestros periodistas a la hora de captar una primicia y transmitirla. Zacarías no creyó al ángel, ni siquiera en el mismo santuario. Se dejó llevar por su biología gastada y por su falta de entusiasmo vital. Su falta de fe lo bloqueó mucho más todavía: perdió el habla y se retiró a su casa. Allá continuó Dios su proyecto. Obviamente Zacarías –tal vez incrédulo- se unió a su mujer y concibió ella. Quizá Zacarías hiciera gala de su incredulidad hasta que pudo ver con sus propios ojos…

Este Zacarías incrédulo tiene muchos seguidores e imitadores. Quienes así son retardan la esperanza, frenan los sueños, bloquean los dinamismos del entusiasmo. No serán capaces de destruir la obra de Dios, pero por desgracia, todo llegará más tarde y después de no haber podido evitar el mal, ni impedido la victoria del bien.

Jueves III de Adviento

Hoy es jueves, 19 de diciembre.

Me adentro en el espacio de intimidad con Dios, como quien acude a un santuario interior. Y me dispongo a dejar que el Señor hable a mi corazón como sólo él sabe hacerlo. Le pido libertad para dejarle ser Señor de mi vida. Para que me ayude a vivir como él sueña la vida de las personas.

La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 1, 5-25):

En tiempos de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote llamado Zacarías, del turno de Abías, casado con una descendiente de Aarón llamada Isabel. Los dos eran justos ante Dios, y caminaban sin falta según los mandamientos y leyes del Señor. No tenían hijos, porque Isabel era estéril, y los dos eran de edad avanzada. Una vez que oficiaba delante de Dios con el grupo de su turno, según el ritual de los sacerdotes, le tocó a él entrar en el santuario del Señor a ofrecer el incienso; la muchedumbre del pueblo estaba fuera rezando durante la ofrenda del incienso. Y se le apareció el ángel del Señor, de pie a la derecha del altar del incienso. Al verlo, Zacarías se sobresaltó y quedó sobrecogido de temor.

Pero el ángel le dijo: «No temas, Zacarías, porque tu ruego ha sido escuchado: tu mujer Isabel te dará un hijo, y le pondrás por nombre Juan. Te llenarás de alegría, y muchos se alegrarán de su nacimiento. Pues será grande a los ojos del Señor: no beberá vino ni licor; se llenará de Espíritu Santo ya en el vientre materno, y convertirá muchos israelitas al Señor, su Dios. Irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, para convertir los corazones de los padres hacía los hijos, y a los desobedientes, a la sensatez de los justos, preparando para el Señor un pueblo bien dispuesto.»

Zacarías replicó al ángel: «¿Cómo estaré seguro de eso? Porque yo soy viejo, y mi mujer es de edad avanzada.»

El ángel le contestó: «Yo soy Gabriel, que sirvo en presencia de Dios; he sido enviado a hablarte para darte esta buena noticia. Pero mira: te quedarás mudo, sin poder hablar, hasta el día en que esto suceda, porque no has dado fe a mis palabras, que se cumplirán en su momento.»

El pueblo estaba aguardando a Zacarías, sorprendido de que tardase tanto en el santuario. Al salir no podía hablarles, y ellos comprendieron que había tenido una visión en el santuario. Él les hablaba por señas, porque seguía mudo. Al cumplirse los días de su servicio en el templo volvió a casa. Días después concibió Isabel, su mujer, y estuvo sin salir cinco meses, diciendo: «Así me ha tratado el Señor cuando se ha dignado quitar mi afrenta ante los hombres.»

Cuántas veces me acerco al Señor honestamente. Deseando vivir con él como centro de mi existencia y casi sin darme cuenta, dictándole lo que entiendo que es su voluntad para mi vida.

Cuántas veces siento que hago lo que puedo y debo a su servicio, casi exigiendo sentir paz y confort por ello. Casi esperando, sin ponerme en duda, la recompensa del justo. Cuántas veces en mi deseo de cambiar, en su nombre, me encuentro pidiéndole garantías o certezas.

Cuántas veces el Señor me invita al silencio, a confiar en él, a enmudecer hasta sentir, internamente, que su palabra me habita. Su fuerza me impulsa y su presencia desbarata mi sensatez.

La experiencia de Zacarías es la de tantos de nosotros, que a veces queremos controlar en lugar de confiar. Dirigir en lugar de servir, asegurar en lugar de arriesgar. Pero el Señor, una y otra vez nos devuelve la palabra justa.

Yo solo ¿qué puedo ser?


Un día escogí ser reflejo sin sol,
agua sin fuente, voz sin garganta
y me perdí en mí. Tú me guardaste,
sol en tus ojos,
agua en tus manos,
voz en tu oído
y me encontré en ti.
Desde entonces,
Tú me iluminas,
Tú me fecundas,
Tú me pronuncias
y te encuentro en mí.
Yo solo, ¿qué puedo ser?
 
Benjamín González

Hablo con el Señor de las veces que le pido seguridades y planes sensatos para mí, sin poder deshacerme de mi propia perspectiva. Le doy gracias por tantas veces que, por haberle permitido ser Señor de mi vida, he experimentado que todo cobra sentido. Le pido coraje para guardar silencio, dejarle hablar en mí y poder ser signo de él para otros. Escucho su voz resonando en mi interior, mirándome, amándome, descubriéndome.

Tomad, Señor y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento, y toda mi voluntad. Todo mi haber y poseer. Vos me lo disteis, a vos, Señor, lo torno. Todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad. Dadme vuestro amor y gracia, que esta me basta.

Laudes – Jueves III de Adviento

LAUDES
(Oración de la mañana)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza

INVITATORIO

Ant. El Señor está cerca, venid adorémosle. 

Salmo 94 INVITACIÓN A LA ALABANZA DIVINA

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

Venid, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras.

Durante cuarenta años
aquella generación me repugnó, y dije:
Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Himno: LA PENA QUE LA TIERRA SOPORTABA

La pena que la tierra soportaba,
a causa del pecado, se ha trocado
en canto que brota jubiloso
en labios de María pronunciado.

El sí de las promesas ha llegado,
la alianza se cumple, poderosa,
el Verbo eterno de los cielos
con nuestra débil carne se desposa.

Misterio que sólo la fe alcanza,
María es nuevo templo de la gloria,
rocío matinal, nube que pasa,
luz nueva en presencia misteriosa.

A Dios sea la gloria eternamente,
al Hijo suyo amado Jesucristo,
que quiso nacer para nosotros
y darnos su Espíritu divino. Amén.

SALMODIA

Ant 1. A ti, Señor, levanto mi alma; ven y líbrame, Señor, que en ti confío.

Salmo 86 – HIMNO A JERUSALÉN, MADRE DE TODOS LOS PUEBLOS.

Él la ha cimentado sobre el monte santo;
y el Señor prefiere las puertas de Sión
a todas las moradas de Jacob.

¡Qué pregón tan glorioso para ti,
ciudad de Dios!
«Contaré a Egipto y a Babilonia
entre mis fieles;
filisteos, tirios y etíopes
han nacido allí.»

Se dirá de Sión: «Uno por uno
todos han nacido en ella;
el Altísimo en persona la ha fundado.»

El Señor escribirá en el registro de los pueblos:
«Éste ha nacido allí.»
Y cantarán mientras danzan:
«Todas mis fuentes están en ti.»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. A ti, Señor, levanto mi alma; ven y líbrame, Señor, que en ti confío.

Ant 2. Da su paga, Señor, a los que esperan en ti, para que tus profetas sean hallados veraces.

Cántico: EL BUEN PASTOR ES EL DIOS ALTISIMO Y SAPIENTÍSIMO – Is 40, 10-17

Mirad, el Señor Dios llega con poder,
y su brazo manda.
Mirad, viene con él su salario
y su recompensa lo precede.

Como un pastor que apacienta el rebaño,
su brazo lo reúne,
toma en brazos los corderos
y hace recostar a las madres.

¿Quién ha medido a puñados el mar
o mensurado a palmos el cielo,
o a cuartillos el polvo de la tierra?

¿Quién ha pesado en la balanza los montes
y en la báscula las colinas?
¿Quién ha medido el aliento del Señor?
¿Quién le ha sugerido su proyecto?

¿Con quién se aconsejó para entenderlo,
para que le enseñara el camino exacto,
para que le enseñara el saber
y le sugiriese el método inteligente?

Mirad, las naciones son gotas de un cubo
y valen lo que el polvillo de balanza.
Mirad, las islas pesan lo que un grano,
el Líbano no basta para leña,
sus fieras no bastan para el holocausto.

En su presencia, las naciones todas,
como si no existieran,
son ante él como nada y vacío.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Da su paga, Señor, a los que esperan en ti, para que tus profetas sean hallados veraces.

Ant 3. Vuélvete, Señor, a nosotros y no tardes más en venir.

Salmo 98 – SANTO ES EL SEÑOR, NUESTRO DIOS.

El Señor reina, tiemblen las naciones;
sentado sobre querubines, vacile la tierra.

El Señor es grande en Sión,
encumbrado sobre todos los pueblos.
Reconozcan tu nombre, grande y terrible:
Él es santo.

Reinas con poder y amas la justicia,
tú has establecido la rectitud;
tú administras la justicia y el derecho,
tú actúas en Jacob.

Ensalzad al Señor, Dios nuestro;
postraos ante el estrado de sus pies:
Él es santo.

Moisés y Aarón con sus sacerdotes,
Samuel con los que invocan su nombre,
invocaban al Señor, y él respondía.
Dios les hablaba desde la columna de nube;
oyeron sus mandatos y la ley que les dio.

Señor, Dios nuestro, tú les respondías,
tú eras para ellos un Dios de perdón
y un Dios vengador de sus maldades.

Ensalzad al Señor, Dios nuestro;
postraos ante su monte santo:
Santo es el Señor, nuestro Dios.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Vuélvete, Señor, a nosotros y no tardes más en venir.

LECTURA BREVE   Is 2, 3

Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob: él nos instruirá en sus caminos, y marcharemos por sus sendas; porque de Sión saldrá la ley, de Jerusalén la palabra del Señor.

RESPONSORIO BREVE

V. Sobre ti, Jerusalén, amanecerá el Señor.
R. Sobre ti, Jerusalén, amanecerá el Señor.

V. Su gloria aparecerá sobre ti.
R. Amanecerá el Señor.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Sobre ti, Jerusalén, amanecerá el Señor.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. El Salvador del mundo aparecerá como el sol naciente y descenderá al seno de la Virgen como la lluvia desciende sobre el césped. Aleluya.

Cántico de Zacarías. EL MESÍAS Y SU PRECURSOR      Lc 1, 68-79

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo.
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas:

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
ha realizado así la misericordia que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abraham.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán Profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tiniebla
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Salvador del mundo aparecerá como el sol naciente y descenderá al seno de la Virgen como la lluvia desciende sobre el césped. Aleluya.

PRECES

Hermanos, oremos a Cristo, el redentor, que viene a librar del poder de la muerte a los que se convierten a él, y digámosle:

Ven, Señor Jesús.

Que al anunciar tu venida, Señor,
nuestro corazón se sienta libre de toda vanidad.

Que la Iglesia que tú fundaste, Señor,
glorifique tu nombre por todo el mundo.

Que tu ley, Señor, sea luz para nuestros ojos
y sirva de protección a los pueblos que confiesan tu nombre.

Tú que por la Iglesia nos anuncias el gozo de tu venida,
concédenos también el deseo de recibirte.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Con el gozo que nos da el saber que Cristo viene para hacernos hijos de Dios, digamos al Padre:

Padre nuestro…

ORACION

Dios nuestro, que te has dignado revelar al mundo el esplendor de tu gloria por medio del parto de la santísima Virgen María, concédenos venerar con fe íntegra y celebrar con sincero rendimiento el gran misterio de la encarnación de tu Hijo. Que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén. 

Oficio de lecturas – Jueves III de Adviento

OFICIO DE LECTURA 

Si el Oficio de Lectura es la primera oración del día:

V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza

Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:

Ant. El Señor está cerca, venid adorémosle.


Si antes del Oficio de lectura se ha rezado ya alguna otra Hora:

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.



Himno: ALEGRÍA DE NIEVE

Alegría de nieve
por los caminos.
Todo espera la gracia
del Bien Nacido.

Miserables los hombres,
dura la tierra.
Cuanta más nieve cae,
más cielo cerca.

La tierra tan dormida
ya se despierta.
Y hasta el hombre más muerto
se despereza.

Ya los montes se allanan
y las colinas,
y el corazón del hombre
vuelve a la vida.

Gloria al Padre y al Hijo,
gloria al Espíritu,
que han mirado a la tierra
compadecidos. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Mira, Señor, y contempla nuestro oprobio.

Salmo 88,39-53 – IV: LAMENTACIÓN POR LA CAÍDA DE LA CASA DE DAVID

Tú, encolerizado con tu Ungido,
lo has rechazado y desechado;
has roto la alianza con tu siervo
y has profanado hasta el suelo su corona;

has derribado sus murallas
y derrocado sus fortalezas;
todo viandante lo saquea,
y es la burla de sus vecinos;

has sostenido la diestra de sus enemigos
y has dado el triunfo a sus adversarios;
pero a él le has embotado la espada
y no lo has confortado en la pelea;

has quebrado su cetro glorioso
y has derribado su trono;
has acortado los días de su juventud
y lo has cubierto de ignominia.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Mira, Señor, y contempla nuestro oprobio.

Ant 2. Yo soy el renuevo y el vástago de David, la estrella luciente de la mañana.

Salmo 88,39-53 – V

¿Hasta cuándo, Señor, estarás escondido
y arderá como un fuego tu cólera?
Recuerda, Señor, lo corta que es mi vida
y lo caducos que has creado a los humanos.

¿Quién vivirá sin ver la muerte?
¿Quién sustraerá su vida a la garra del abismo?
¿Dónde está, Señor, tu antigua misericordia
que por tu fidelidad juraste a David?

Acuérdate, Señor, de la afrenta de tus siervos:
lo que tengo que aguantar de las naciones,
de cómo afrentan, Señor, tus enemigos,
de cómo afrentan las huellas de tu Ungido.

Bendito el Señor por siempre. Amén, amén.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Yo soy el renuevo y el vástago de David, la estrella luciente de la mañana.

Ant 3. Nuestros años se acaban como la hierba, pero tú, Señor, permaneces desde siempre y por siempre.

Salmo 89 – BAJE A NOSOTROS LA BONDAD DEL SEÑOR

Señor, tú has sido nuestro refugio
de generación en generación.
Antes que naciesen los montes
o fuera engendrado el orbe de la tierra,
desde siempre y por siempre tú eres Dios.

Tú reduces el hombre a polvo,
diciendo: «Retornad, hijos de Adán.»
Mil años en tu presencia
son un ayer, que pasó;
una vigilia nocturna.

Los siembras año por año,
como hierba que se renueva:
que florece y se renueva por la mañana,
y por la tarde la siegan y se seca.

¡Cómo nos ha consumido tu cólera
y nos ha trastornado tu indignación!
Pusiste nuestras culpas ante ti,
nuestros secretos ante la luz de tu mirada:
y todos nuestros días pasaron bajo tu cólera,
y nuestros años se acabaron como un suspiro.

Aunque uno viva setenta años,
y el más robusto hasta ochenta,
la mayor parte son fatiga inútil,
porque pasan aprisa y vuelan.

¿Quién conoce la vehemencia de tu ira,
quién ha sentido el peso de tu cólera?
Enséñanos a calcular nuestros años,
para que adquiramos un corazón sensato.

Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo?
Ten compasión de tus siervos;
por la mañana sácianos de tu misericordia,
y toda nuestra vida será alegría y júbilo.

Danos alegría, por los días en que nos afligiste,
por los años en que sufrimos desdichas.
Que tus siervos vean tu acción,
y sus hijos tu gloria.

Baje a nosotros la bondad del Señor
y haga prósperas las obras de nuestras manos.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Nuestros años se acaban como la hierba, pero tú, Señor, permaneces desde siempre y por siempre.

V. Muéstranos, Señor, tu misericordia.
R. y danos tu salvación. 

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 47, 1. 3b-15

LAMENTACIÓN SOBRE BABILONIA

Baja, siéntate en el polvo, joven Babilonia; siéntate en tierra, sin trono, capital de los caldeos, que ya no te volverán a llamar blanda y refinada. Tomaré venganza inexorable. Nuestro Redentor, que se llama el Señor de los ejércitos, el Santo de Israel, dice:

«Siéntate y calla, entra en las tinieblas, capital de los caldeos, que ya no te llamarán «Señora de reinos».

Airado contra mi pueblo, profané mi heredad la entregué en tus manos: no tuviste compasión de ellos, abrumaste con tu yugo a los ancianos, diciéndote: «Seré señora por siempre jamás», sin considerar esto, sin pensar en el desenlace.

Pues ahora escucha esto, lasciva, que reinabas confiada, que te decías: «Yo y nadie más; no me quedaré viuda, no perderé a mis hijos.» Las dos cosas te sucederán, de repente, en un solo día: viuda y sin hijos te verás a la vez, a pesar de tus muchas brujerías y del gran poder de tus sortilegios.

Tú te sentías segura en tu maldad, diciéndote: «Nadie me ve»; tu sabiduría y tu ciencia te han trastornado, mientras pensabas: «Yo y nadie más.» Pues vendrá sobre ti una desgracia que no sabrás conjurar, caerá sobre ti un desastre que no podrás evitar; vendrá sobre ti de repente una catástrofe que no te imaginabas.

Insiste en tus sortilegios, en tus muchas brujerías, que han sido tu tarea desde joven; quizá te aprovechen, quizá lo espantes. Te has cansado con tus muchos consejeros: que se levanten y te salven los que conjuran el cielo, los que observan las estrellas, los que pronostican cada mes lo que va a suceder.

Mira, se han convertido en paja que el fuego consume, no pueden librarse del poder de las llamas: no son brasas para calentarse, ni hogar para sentarse enfrente. En eso han parado tus hechiceros, con quien te atareabas desde joven: cada uno se pierde por su lado, y no hay quien te salve.»

RESPONSORIO    Is 49, 13; 47, 4

R. Exulta, cielo, goce la tierra, romped a cantar, montañas, * porque el Señor se compadecerá de los desamparados.
V. Nuestro Redentor se llama el Señor de los ejércitos, el Santo de Israel.
R. Porque el Señor se compadecerá de los desamparados.

SEGUNDA LECTURA

Del Tratado de san Ireneo, obispo, Contra las herejías
(Libro 3, 20, 2-3: SC 34, 342-344)

EL DESIGNIO DE LA ENCARNACIÓN REDENTORA

La gloria del hombre es Dios. El beneficiario de la actividad de Dios, de toda su sabiduría y poder, es el hombre.

Y de la misma forma que la habilidad del médico se manifiesta en los enfermos, así Dios se manifiesta en los hombres. Por eso dice san Pablo: Dios encerró a todos los hombres en la desobediencia, para usar con todos ellos de misericordia. En estas palabras el Apóstol se refiere al hombre que, por desobedecer a Dios, perdió la inmortalidad, pero que alcanzó luego la misericordia, recibiendo la gracia de adopción por el Hijo de Dios.

El hombre que, sin orgullo ni presunción, piensa rectamente de la verdadera gloria de las creaturas y de la de aquel que las creó -es decir, de Dios todopoderoso que da a todos el ser- y permanece en el amor, en la sumisión y en la acción de gracias a Dios recibirá de él una gran gloria y crecerá en ella en la medida en que se asemeje al que por él murió.

El Hijo de Dios se sometió a una existencia semejante a la de la carne de pecado para condenar el pecado y, una vez condenado, expulsarlo fuera de la carne. Asumió la carne para incitar al hombre a hacerse semejante a él y para proponerle a Dios como modelo a quien imitar. Le impuso la obediencia al Padre para que llegara a ver a Dios, dándole así el poder de alcanzar al Padre. El Verbo de Dios que habitó en el hombre se hizo también Hijo del hombre, para que el hombre se habituara a percibir a Dios y Dios a vivir en el hombre, conforme a la voluntad del Padre.

Por eso, pues, aquel que es la señal de nuestra salvación, el Emmanuel nacido de la Virgen, nos fue dado por el mismo Señor, porque era el mismo Señor quien salvaba a los que por sí mismos no podían alcanzar la salvación; por eso Pablo proclama la debilidad del hombre, diciendo: Ya sé que en mí, es decir, dentro de mi estado puramente natural, no habita lo bueno; así indica que nuestra salvación no proviene de nosotros, sino de Dios. y añade también: ¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Y luego, para aclarar quien lo libra, afirma que esta liberación es obra de la gracia de Jesucristo nuestro Señor.

También Isaías dice lo mismo: Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes; decid a los cobardes de corazón: «Sed fuertes, no temáis.» Mirad a vuestro Dios que trae el desquite, viene en persona y os salvará. Esto lo dice para significar que por nosotros mismos no podemos alcanzar la salvación, sino que ésta es consecuencia de la ayuda de Dios.

RESPONSORIO    Cf. Jr 31, 10; cf. 4-5

R. Escuchad, pueblos, la palabra del Señor, anunciadla hasta los confines de la tierra, * y decid a las islas remotas: «Vendrá nuestro Salvador.»
V. Anunciadlo y haced que se escuche en todas partes; proclamad la nueva, gritadla a plena voz.
R. Y decid a las islas remotas: «Vendrá nuestro Salvador.»

ORACIÓN.

OREMOS,
Dios nuestro, que te has dignado revelar al mundo el esplendor de tu gloria por medio del parto de la santísima Virgen María, concédenos venerar con fe íntegra y celebrar con sincero rendimiento el gran misterio de la encarnación de tu Hijo. Él, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén

CONCLUSIÓN

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.