Mt 22, 1-14

Con la “parábola de los invitados a la boda” concluye el ciclo de tres parábolas que Jesús pronuncia, dentro del enfrentamiento y controversia con las autoridades judías. De nuevo recuerda la invitación que Dios hace para acoger su reino y, una vez más, presentará ante los oyentes la posibilidad de acoger o rechazar esta invitación.

Utiliza otra imagen anclada en la tradición ju- día: el banquete, metáfora del reino escatológico de Dios. Se trata, una vez más, de una parábola del reino: «El reino de los cielos se parece a un rey…». Podemos hablar de una parábola en dos partes o de dos parábolas, conectadas por la imagen del banquete.

La primera parábola (22,2-10) está marcada por un triple movimiento: invitación del rey y reacción de los invitados. Todo está preparado para el banquete. Solo faltan los comensales. La primera invitación es rechazada. Los invitados se auto-excluyen del banquete. La forma verbal utilizada por el evangelista implica rechazo y desinterés por la invitación.

El rey vuelve a enviar a sus criados para renovar la invitación. En este caso, se describe con detalle el banquete preparado. El verbo en imperativo («venid a la boda») urge a todos (a los invitados, a la comunidad mateana, a nosotros) a tomar una decisión.

La respuesta vuelve a ser negativa. En este momento descrita con detalle: prefieren ir a otras ocupaciones, diríamos que secundarias. Algunos, como los viñadores homicidas, maltratan y asesinan a los enviados. El desprecio y desinterés es evidente: no quieren participar de la alegría del banquete. La brutal respuesta del rey pone fin al segundo movimiento.

Por tercera vez, el rey envía criados a invitar a la boda. Aunque los primeros invitados no quisieron participar, la fiesta está preparada. El rey no cierra las puertas. Que vayan e inviten a todos los que encuentren por los caminos: a todos, «buenos y malos». No hay límites. El banquete es para todos. Y, finalmente, la sala del banquete se llena.

Dios (el rey) invita a la fiesta de su reino (banquete de bodas). Hay quienes no quieren acoger la invitación. Pero Dios no cierra las puertas a nadie y su invitación sigue abierta. Cualquiera puede entrar y gozar de esta fiesta.

Ante la pregunta del rey, aquel invitado no tiene excusa. Ha acudido a la fiesta pero no muestra verdadero interés y consideración por lo que se celebra. Los demás han respondido a la invitación como se esperaba. Éste, no. Por eso, será expulsado del banquete: él mismo se ha excluido. La fiesta es para quienes quieren participar realmente de la alegría de la boda.

Ahora podemos leer las tres parábolas seguidas. En las tres el centro es la invitación a acoger el reino. Es necesario obedecer a la voluntad de Dios (“los dos hijos”), dar frutos de buenas obras a su debido nunca se acaba.

La segunda parábola (22,11-13) se desarrolla en la sala del banquete. El rey sale a saludar amistosamente, como buen anfitrión, a los comensales. Hay un invitado que no se ha preparado para la ocasión. Al fijar la mirada sólo en él, muestra que el resto sí han acudido con el traje de fiesta.

Ante la pregunta del rey, aquel invitado no tiene excusa. Ha acudido a la fiesta pero no muestra verdadero interés y consideración por lo que se celebra. Los demás han respondido a la invitación como se esperaba. Éste, no. Por eso, será expulsado del banquete: él mismo se ha excluido. La fiesta es para quienes quieren participar realmente de la alegría de la boda.

Ahora podemos leer las tres parábolas seguidas. En las tres el centro es la invitación a acoger el reino. Es necesario obedecer a la voluntad de Dios (“los dos hijos”), dar frutos de buenas obras a su debido tiempo (“los viñadores”), y, definitivamente, estar dispuesto a acoger la invitación y participar de la alegría del reino. Por eso, «muchos son/somos llamados, y pocos son/somos elegidos», los que realmente acogen la invitación. Hay quien decide quedarse fuera de la fiesta. La oferta de Dios, pese al rechazo, sigue abierta. Y nadie es excluido.

Óscar de la Fuente de la Fuente