Vísperas – Miércoles XXX Tiempo Ordinario

VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: SEÑOR, TÚ ERES SANTO: YO ADORO, YO CREO.

Señor, tú eres santo: yo adoro, yo creo;
tu cielo es un libro de páginas bellas,
do en noches tranquilas mi símbolo leo,
que escribe tu mano con signos de estrellas.

En vano con sombras el caos se cierra:
tú miras al caos, la luz nace entonces;
tú mides las aguas que ciñen la tierra,
tú mides los siglos que muerden los bronces.

El mar a la tierra pregunta tu nombre,
la tierra a las aves que tienden su vuelo;
las aves lo ignoran; preguntan al hombre,
y el hombre lo ignora; pregúntanlo al cielo.

EI mar con sus ecos ha siglos que ensaya
formar ese nombre, y el mar no penetra
misterios tan hondos, muriendo en la playa,
sin que oigan los siglos o sílaba o letra.

Señor, tú eres santo: yo te amo, yo espero;
tus dulces bondades cautivan el alma;
mi pecho gastaron con diente de acero
los gustos del mundo, vacíos de calma.

Concede a mis penas la luz de bonanza,
la paz a mis noches, la paz a mis días;
tu amor a mi pecho, tu fe y tu esperanza,
que es bálsamo puro que al ánima envías. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Aguardamos la alegre esperanza, la aparición gloriosa de nuestro salvador.

Salmo 61 – DIOS, ÚNICA ESPERANZA DEL JUSTO.

Sólo en Dios descansa mi alma,
porque de él viene mi salvación;
sólo él es mi roca y mi salvación,
mi alcázar: no vacilaré.

¿Hasta cuándo arremeteréis contra un hombre
todos juntos, para derribarlo
como a una pared que cede
o a una tapia ruinosa?

Sólo piensan en derribarme de mi altura,
y se complacen en la mentira:
con la boca bendicen,
con el corazón maldicen.

Descansa sólo en Dios, alma mía,
porque él es mi esperanza;
sólo él es mi roca y mi salvación,
mi alcázar: no vacilaré.

De Dios viene mi salvación y mi gloria,
él es mi roca firme,
Dios es mi refugio.

Pueblo suyo, confiad en él,
desahogad ante él vuestro corazón,
que Dios es nuestro refugio.

Los hombres no son más que un soplo,
los nobles son apariencia:
todos juntos en la balanza subirían
más leves que un soplo.

No confiéis en la opresión,
no pongáis ilusiones en el robo;
y aunque crezcan vuestras riquezas,
no les deis el corazón.

Dios ha dicho una cosa,
y dos cosas que he escuchado:

«Que Dios tiene el poder
y el Señor tiene la gracia;
que tú pagas a cada uno
según sus obras.»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Aguardamos la alegre esperanza, la aparición gloriosa de nuestro salvador.

Ant 2. Que Dios ilumine su rostro sobre nosotros y nos bendiga.

Salmo 66 – QUE TODOS LOS PUEBLOS ALABEN AL SEÑOR.

El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.

¡Oh Dios!, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.

¡Oh Dios!, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Que Dios ilumine su rostro sobre nosotros y nos bendiga.

Ant 3. Todo fue creado por él y para él.

Cántico: HIMNO A CRISTO, PRIMOGÉNITO DE TODA CREATURA Y PRIMER RESUCITADO DE ENTRE LOS MUERTOS. Cf. Col 1, 12-20

Damos gracias a Dios Padre,
que nos ha hecho capaces de compartir
la herencia del pueblo santo en la luz.

Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas,
y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido,
por cuya sangre hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.

Él es imagen de Dios invisible,
primogénito de toda creatura;
pues por medio de él fueron creadas todas las cosas:
celestes y terrestres, visibles e invisibles,
Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades;
todo fue creado por él y para él.

Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él.
Él es también la cabeza del cuerpo de la Iglesia.
Él es el principio, el primogénito de entre los muertos,
y así es el primero en todo.

Porque en él quiso Dios que residiera toda plenitud.
Y por él quiso reconciliar consigo todas las cosas:
haciendo la paz por la sangre de su cruz
con todos los seres, así del cielo como de la tierra.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Todo fue creado por él y para él.

LECTURA BREVE   1Pe 5, 5b-7

Sed humildes unos con otros, porque Dios resiste a los soberbios, pero da su gracia a los humildes. Inclinaos bajo la poderosa mano de Dios, para que a su tiempo os eleve. Descargad en él todas vuestras preocupaciones, porque él se interesa por vosotros.

RESPONSORIO BREVE

V. Guárdanos, Señor, como a las niñas de tus ojos.
R. Guárdanos, Señor, como a las niñas de tus ojos.

V. A las sombras de tus alas escóndenos.
R. Como a las niñas de tus ojos.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Guárdanos, Señor, como a las niñas de tus ojos.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Haz, Señor, proezas con tu brazo, dispersa a los soberbios y enaltece a los humildes.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Haz, Señor, proezas con tu brazo, dispersa a los soberbios y enaltece a los humildes.

PRECES

Aclamemos, hermanos, a Dios, nuestro salvador, que se complace en enriquecernos con sus dones, y digámosle con fe:

Muéstranos, Señor, tu amor y danos tu paz.

Dios eterno, mil años en tu presencia son como un ayer que pasó;
ayúdanos a recordar siempre que nuestra vida es como una hierba que se renueva por la mañana y se seca por la tarde.

Alimenta a tu pueblo con el maná para que no perezca de hambre
y dale el agua viva para que nunca más tenga sed.

Que tus fieles busquen y saboreen los bienes de arriba
y te glorifiquen también con su descanso.

Concede, Señor, buen tiempo a las cosechas,
para que la tierra de fruto abundante.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Que los difuntos puedan contemplar tu faz
y que nosotros tengamos un día parte en su felicidad.

Confiemos nuestras súplicas a Dios nuestro Padre, terminando nuestra oración con las palabras que Cristo nos enseñó:

Padre nuestro…

ORACION

Dios nuestro, tu nombre es santo y tu misericordia llega a tus fieles de generación en generación; atiende, pues, las súplicas de tu pueblo y haz que pueda cantar eternamente tus alabanzas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

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Para la homilía

Si hay una experiencia que une a los seres humanos en unos mismos sentimientos y emociones, esta es la de la muerte.

En primer lugar la muerte de los nuestros, de los que hemos conocido y amado, de aquellos con los que hemos andado un buen trecho del camino y a los que hemos tenido ya que despedir.

En segundo lugar nuestra propia muerte, que sabemos llegará.

Ambos sentimientos no son ajenos. El recuerdo de nuestros difuntos nos hace también pensar en el significado de nuestra vida mortal: hacia dónde caminamos, qué nos espera, qué hacer para recorrer el camino con acierto.

Los esfuerzos de la ciencia médica han contribuido a una mayor duración de la vida, y también a una mayor calidad de ésta. Pero hay algo más que la longevidad o la salud: un tono en la vida que nace de otra fuente. Lo descubren las sugerentes palabras del libro de la sabiduría: una vida fecunda no se mide por el número de años vividos, sino por la manera en que se han vivido: la prudencia, la limpieza, haber agradado a Dios, son los auténticos frutos de una vida. Vivir en buena medida cuanto hemos recibido de Dios. No se trata tanto de añadir años a la vida como vida a los años, solemos decir. Ciertamente, ya en la vida nos vamos ejercitando en morir. Nadie nos libra de las muertes, menores y mayores que morimos en medio de la vida. Dejamos una etapa para comenzar otra. El proceso de crecimiento nos hace salir de unos momentos para ir a la búsqueda de otros, para explorar nuevos caminos. Perder y ganar, son las “mareas” de toda vida humana. Vamos modificando nuestra conducta, soportamos dolencias y enfermedades; des- pedimos personas, lugares y puestos que llegaron a ser queridos; dejamos actividades profesionales.

Y cómo no hablar de las situaciones de muerte que se dan dentro de las relaciones humanas. Sus nombres son múltiples: desengaño, desconfianza, fracasado. También con ellas decimos adiós a proyectos, amistades e ilusiones.

Comúnmente nadie queda dispensado de estas experiencias tan dolorosas como necesarias. En ellas es importante mirar retrospectivamente al pasado con gratitud y no clavar siempre los ojos en lo que se acaba de perder.

El episodio de la muerte de Jesús, hoy proclamado, nos recuerda que sólo hacemos fecunda nuestra vida cuando la entregamos. Conocemos las palabras de Jesús: “Si el grano de trigo caído en tierra no muere, queda solo; pero si muere da mucho fruto”. El morir forma parte de la vida. Quien únicamente se ocupa de que le vaya bien a Él, malgasta su vida: querría ser feliz a toda costa, pero echa a perder su felicidad. En cambio, si vivimos por algo mayor, por Dios, por la persona de Jesús, si orientamos nuestra vida hacia una meta más grande nos llenamos de vida.

Eso es lo que ha ocurrido en nuestro bautismo. Por él hemos participado del destino de Jesús. Nuestra existencia ha sido transformada. No queremos malgastar nuestra vida. Todo lo que pone trabas a nuestra vida ha sido enterrado en el bautismo a fin de que podamos ser personas nuevas. Cier- tamente, la tendencia a falsear nuestra vida, o a tratar mal a los demás nos puede dominar siempre. Pero en Cristo tenemos la posibilidad de vivir como personas amadas por Dios y, a partir de ahí, como personas capaces de amar a otros. Así entendemos hoy las palabras de Pablo: somos ciudadanos del cielo: vivimos en el mundo, pero el mundo ya no tiene poder sobre nosotros.

En este día de oración por todos los difuntos nuestra meditación sobre la muerte se convierte pues, en un estímulo para la vida. Pensar en la muerte nos hace desprendernos de nuestras rutinas, de nuestro “ir tirando” simplemente. Nos hace dejar lo inauténtico y banal para desplegar en nosotros lo más auténtico. Así podremos experimentar lo que significa estar con Cristo, ser ciudadanos del cielo, podremos experimentar la resurrección ya en esta vida.

Miguel Ángel Vicente Ruiz

Lc 23, 44-49; 24, 1-6

En primer lugar el texto nos ofrece el relato de la muerte de Jesús. Según Lucas, sus últimas palabras son una cita del salmo 31,6: «Padre, en tus manos pongo mi espíritu». Su significado como expresión de confianza filial última se capta más fácilmente que en el caso de Marcos (y Mateo) en el que Jesús grita «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Sal 22,1). También este salmo es una oración de confianza, en concreto de un justo sufriente, pero es necesario ir más allá de la primera impresión que produce el primer versículo y considerarlo en su conjunto. Por tanto, respecto de Marcos, Lucas elimina en primer lugar toda posible duda: Jesús muere serenamente. En el mundo grecorromano al que se dirige Lucas resulta ser un detalle muy significativo pues la actitud en el momento de la muerte es reflejo y resumen de toda la vida.

El pasaje nos presenta a su vez distintas reacciones ante la muerte de Jesús. Las tinieblas entre las doce y las tres de la tarde sugieren que todo el universo se une en duelo, mientras que la rasgadura del velo del templo indica que Dios ha abierto definitivamente el camino entre el cielo y la tierra por la muerte de su Hijo. Supone una crítica el templo de Jerusalén que reducía la presencia de Dios al espacio del santuario. Dios está en todas partes, también colgado en una cruz. Además el evangelista presenta las reacciones de algunas personas: el centurión romano proclama a Jesús como justo proyectando una nueva luz sobre lo ocurrido en el juicio ante el Sanedrín y Pilato y denunciando su falsedad. La muchedumbre, por su parte, expresa su arrepentimiento dándose golpes de pecho, mientras junto a las mujeres todos los conocidos de Jesús contemplan la escena aunque sea a distancia. En conjunto, y de nuevo frente a Marcos, Lucas dulcifica estas reacciones y humaniza las circunstancias de la muerte de Jesús al eliminar la agresividad de la gente y suavizar el abandono por parte de sus discípulos.

A continuación el texto, tras omitir la escena de su sepultura (23,50-56), narra el episodio de la tumba vacía. Las mujeres encuentran dos hombres con vestidos resplandecientes de blanco que les anuncian la resurrección de Jesús: «no está aquí, ha resucitado». Ésa es la explicación a la ausencia del cuerpo de Jesús. Algunos grupos judíos creían en la resurrección. Lo distintivo del cristianismo es que es un individuo quien resucita y no todos los difuntos, y lo hace en el trascurso de la historia humana, no al final.

Pablo Alonso Vicente, sj

Mt 5, 1-12a

Este pasaje es el inicio del primer discurso de Jesús en el evangelio de san Mateo conocido como el Sermón de la montaña. Al situar este primer ejemplo de enseñanza en un monte (5,1), Mateo evoca la idea bíblica de que las montañas son lugares de revelación divina, en particular el Sinaí, donde Dios reveló su voluntad a Israel. El contraste radica en que mientras entonces Moisés recibió la enseñanza, Jesús ahora la da. La audiencia de

Jesús está formada tanto por sus discípulos como por la muchedumbre ve- nida de Galilea, Judea y la Decápolis (4,25).

Las bienaventuranzas que siguen (5,3-12) son ocho bendiciones en la tercera persona del plural y una bendición en segunda persona del plural. Las primeras ocho forman un conjunto: la primera y la octava ofrecen la misma recompensa («suyo es el Reino de los cielos»), mientras que la cuarta y octava mencionan «justicia». La forma literaria de la bienaventuranza es frecuente en la Biblia hebrea, en particular en los escritos sapienciales. El Sal 1 es un ejemplo claro: «dichoso el hombre que no camina en el consejo de los impíos». La tercera persona del plural es la forma más común y cada bienaventuranza afirma que el poseedor de ese rasgo será bendecido por Dios.

La diferencia más llamativa entre las bienaventuranzas de Mateo y las de los escritos del Antiguo Testamento (AT) tiene que ver con el tiempo de la recompensa. En el AT se asume que la virtud y las buenas obras son premiadas en el presente mientras que en el NT se promete la plenitud de la vida en el Reino de Dios. Son escatológicas, aunque puede existir cierta anticipación de la recompensa en el presente en virtud del anuncio futuro. Cuando llegue el Reino, las personas que posean las virtudes listadas en las bienaventuranzas o que vivan lo que éstas enuncian recibirán su recompensa, como afirma literalmente la novena.

En concreto, los «pobres en espíritu» son quienes reconocen el Reino como un don que no puede ser forzado y «los que lloran» se entienden a la luz de Is 61,2-3 que menciona a los que hacen duelo por la destrucción del templo en 587 a.C. Los «mansos» coinciden básicamente con los «pobres en espíritu» mientras la «justicia» de la que se tiene hambre y sed se refiere tanto a la justicia de Dios como a las relaciones humanas. Los «misericordiosos» se parecen a Dios cuyo primer atributo es la misericordia, los «limpios de corazón» son los íntegros y coherentes, y «trabajar por la paz (shalom)» significa buscar la plenitud de los dones de Dios. La promesa del Reino enmarca las ocho primeras bienaventuranzas (5,3.10) y las otras promesas (consuelo, heredar la tierra, ser saciado, obtener misericordia, ver a Dios, «ser llamado hijos de Dios») se refieren al juicio final, la reivindicación de los justos y el establecimiento del Reino. En conjunto las bienaventuranzas nos hablan de las actitudes que la comunidad mateana debía vivir y también aluden al sufrimiento que soportó, en particular la novena formulada en segunda persona del plural (cf. 5,4.10-11).

Pablo Alonso Vicente, sj

Comentario al evangelio de hoy (29 de octubre)

      Hay gente que se pasa tanto tiempo mirando al futuro (que si se van a salvar, que si no…), que se les olvida mirar al presente. Como quieren conseguir aquello, se pasan la vida haciendo cosas y más cosas. Acumulan rosarios, devociones, misas, sacrificios y qué se yo cuántas cosas. Imaginan que con esa acumulación están pagando la entrada en el reino, en la salvación. 

      Tienen que leer el evangelio de hoy. La cosa no es tan fácil como comprar una entrada. O quizá, depende del punto de vista, es más fácil que comprar una entrada. Si leemos la respuesta de Jesús, diríamos que en su primera parte nos lo pone difícil. No basta decir que le conocemos. No basta decir que le hemos escuchado. Jesús dice que hay que esforzarse. Hay que poner toda la carne en el asador. Hay que comprometerse. Viene a decir a los judíos que le han preguntado que la posesión de una entrada no significa que uno tenga derecho a la salvación. 

      Y vamos a la segunda parte de la respuesta. Ahí parece que lo de la salvación está tirado. Porque “vendrán de oriente y de occidente, del norte y del sur y se sentarán a la mesa del reino de Dios.” Parece que estos entrarán sin esfuerzo, sin títulos, sin entradas compradas con mucho sacrificio y trabajo. Da la impresión de que estos entran gratis. 

      ¡Las dos cosas son verdad! La entrada en el banquete del Reino es gratuita. No se compra. Nadie tiene derecho a ese puesto. Es regalo del amor de Dios. Sólo el que acepta con sencillez el don de la salvación, quien experimenta en su corazón el inmenso amor de Dios, entra al banquete. Con todo el gozo del mundo. Lleno de agradecimiento ante don tan grande y hermoso. Compartiendo con alegría lo que ha recibido gratis.

      Se quedarán fuera los engreídos, los que atropellan a los demás blandiendo sus derechos de preeminencia. Se quedarán fuera los que pensaron que el amor de Dios se podía comprar. Y lo intentaron. ¡Se equivocaron! 

      Claro que el amor de Dios es tan grande, que, al final, no sé si será capaz de dejar fuera a alguien. Dios, el Dios de Jesús, si se pasa en algo es en misericordia, comprensión y cariño por nosotros.

Fernando Torres Pérez, cmf

Miércoles XXX del Tiempo Ordinario

Hoy es 29 de octubre, miércoles de la XXX semana de Tiempo Ordinario.

Por un momento voy a aparcar el ajetreo del día. Sus ruidos y sus prisas. Y voy a abrir mi corazón y mis oídos al mensaje de Jesús de Nazaret. Su mensaje me invitará a mirar a los otros con ojos limpios y acercarme a ellos con un corazón nuevo.

La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 13, 22-30):

En aquel tiempo, Jesús, de camino hacia Jerusalén, recorría ciudades y aldeas enseñando.

Uno le preguntó: «Señor, ¿serán pocos los que se salven?»

Jesús les dijo: «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta, diciendo: «Señor, ábrenos»; y él os replicará: «No sé quiénes sois.» Entonces comenzaréis a decir: «Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas.» Pero él os replicará: «No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados.» Entonces será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros os veáis echados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos.»

Jesús sigue caminando hacia Jerusalén. Al paso por las ciudades y aldeas, va ofreciendo la salvación a todos. Uno le pregunta si serán muchos los que se salvarán. Jesús no responde a esa pregunta, sino que señala el camino que hay que seguir para entrar en la fiesta de la salvación, y les pone en guardia y les urge a que se decidan ya a entrar: «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha.” Esto es lo que importa. Lo demás es curiosidad. Y explica que la salvación se asemeja a un banquete que se celebra en una sala cuya puerta es estrecha. Todos están invitados a la fiesta, pero hay quienes no quieren entrar y dilatan la entrada o pretenden entrar sin esfuerzo alguno… Señor, que escuche tu invitación, que me decida a entrar por la puerta estrecha de la conversión que lleva a la salvación, acogiendo tu palabra y viviendo tu evangelio del amor, de la entrega y del servicio, sin miedo a las renuncias que ello conlleva.

Con estas palabras Jesús nos pone en guardia también a nosotros y nos dice que no dilatemos la entrada. Porque puede llegar el momento en que queramos entrar a la sala de la fiesta de su salvación y ya no podamos: “Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán,” pues la puerta ya no sólo será estrecha, sino que estará cerrada. Habremos perdido el “ahora” oportuno. Y pediremos: «Señor, ábrenos.” Y él nos dirá: «No sé de dónde sois.» Y de nada valdrá aducir que somos miembros de la Iglesia, que somos de los suyos, que hemos estado con él, que hemos escuchado muchas homilías y nos hemos sentando con él a la mesa de la eucaristía cada domingo: «Hemos comido y bebido contigo….» Pero la “comunión de la mesa” de poco sirve si no se da la “comunión de vida” con Jesús, si no hemos cumplido la voluntad de Dios que Jesús nos ha revelado. Por eso, nos dirá: «No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados.» Una vez que ha pasado el tiempo de salvación, sólo queda el juicio. Y quien haya rechazado la oferta de salvación y no haya vivido según el mensaje de Jesús no será reconocido por él y quedará fuera de la fiesta. Señor, dame tu gracia; que no dé más largas a mi respuesta, que me convierta. Que no tenga que oír tus palabras de rechazo.

Los judíos que escuchaban estas palabras se creían con todos los derechos a ocupar un puesto en la mesa del banquete del Mesías. Les bastaba ser hijos de Abraham, es decir, miembros del pueblo elegido. Jesús les dice que están equivocados: se salva el que acepta su mensaje y se decide por él y le sigue. Y si ellos no lo aceptan, otros ocuparán su lugar: “Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos.” Lo mismo puede ocurrirnos a nosotros, cristianos, “practicantes”. No bastará la partida de Bautismo para tener segura la salvación, si no obramos las obras de Cristo: amar, entregarnos, servir a los más necesitados… Señor, para entrar por la puerta estrecha de tu seguimiento, cuántas cosas nos hacen gordos y grandes y estorban. Santa Teresa del Niño Jesús decía que el problema no es lo que nos falta, sino lo que nos sobra para ser santos. Y Unamuno oraba: “Agranda la puerta, Padre, /porque no puedo pasar; / la hiciste para los niños, /yo he crecido, a mi pesar. /Si no me agrandas la puerta, / achícame, por piedad, / vuélveme a la edad bendita /en que vivir es soñar.” Señor, “achícame” despojándome de la soberbia, del afán de sobresalir, de la avaricia de acaparar y no compartir, de la tendencia a la comodidad. Sí, Señor, ayúdame a despojarme de tanto estorbo que me impide entrar a la fiesta de tu salvación.

Dios Padre bueno, también hoy corremos el riesgo de creernos mejores que los demás. De pensar que tu reino es patrimonio de unos pocos. También hay hoy, como entonces, quienes pretenden marcar y delimitar las rutas obligadas y hasta los peajes exclusivos para alcanzar la salvación en esta vida y en la otra. Enséñanos Padre, que los límites de tu reino siempre rebasarán los estrechos márgenes de nuestro pobre entendimiento. Enséñanos que tu misericordia quiere acogernos a todos, los del Norte y del Sur, del Este y del Oeste. Para recibirnos en tu casa y conducirnos hasta lo más profundo de tu corazón de Padre. Amén.

Gloria al Padre,
y al Hijo,
y al Espíritu Santo.
Como era en el principio,
ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Laudes – Miércoles XXX Tiempo Ordinario

LAUDES
(Oración de la mañana)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza

INVITATORIO

Ant. Aclama al Señor, tierra entera, servid al Señor con alegría. 

Salmo 94 INVITACIÓN A LA ALABANZA DIVINA

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

Venid, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras.

Durante cuarenta años
aquella generación me repugnó, y dije:
Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Himno: NACIDOS DE LA LUZ, HIJOS DEL DÍA.

Nacidos de la luz, hijos del día,
Vamos hacia el Señor de la mañana.
Su claridad disipa nuestras sombras
y alegra y regocija nuestras almas.

Que nuestro Dios, el Padre de la gloria,
nos libre para siempre del pecado,
y podamos así gozar la herencia
que nos legó en su Hijo muy amado.

Honor y gloria a Dios, Padre celeste,
por medio de su Hijo Jesucristo,
y al Don de toda luz, el Santo Espíritu,
que vive por los siglos de los siglos. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Dios mío, tus caminos son santos: ¿qué dios es grande como nuestro Dios?

Salmo 76 – RECUERDO DEL PASADO GLORIOSO DE ISRAEL.

Alzo mi voz a Dios gritando,
Alzo mi voz a Dios para que me oiga.

En mi angustia te busco, Señor mío;
de noche extiendo las manos sin descanso,
y mi alma rehúsa el consuelo.
Cuando me acuerdo de Dios, gimo,
y meditando me siento desfallecer.

Sujetas los párpados de mis ojos,
y la agitación no me deja hablar.
Repaso los días antiguos,
recuerdo los años remotos;
de noche lo pienso en mis adentros,
y meditándolo me pregunto:

¿Es que el Señor nos rechaza para siempre
y ya no volverá a favorecernos?
¿Se ha agotado ya su misericordia,
se ha terminado para siempre su promesa?
¿Es que Dios se ha olvidado de su bondad,
o la cólera cierra sus entrañas?

Y me digo: ¡Qué pena la mía!
¡Se ha cambiado la diestra del Altísimo!
Recuerdo las proezas del Señor;
sí, recuerdo tus antiguos portentos,
medito todas tus obras
y considero tus hazañas.

Dios mío, tus caminos son santos:
¿qué dios es grande como nuestro Dios?

Tú, ¡oh Dios!, haciendo maravillas,
mostraste tu poder a los pueblos;
con tu brazo rescataste a tu pueblo,
a los hijos de Jacob y de José.

Te vio el mar, ¡oh Dios!,
te vio el mar y tembló,
las olas se estremecieron.

Las nubes descargaban sus aguas,
retumbaban los nubarrones,
tus saetas zigzagueaban.

Rodaba el fragor de tu trueno,
los relámpagos deslumbraban el orbe,
la tierra retembló estremecida.

Tú te abriste camino por las aguas,
un vado por las aguas caudalosas,
y no quedaba rastro de tus huellas:

mientras guiabas a tu pueblo, como a un rebaño,
por la mano de Moisés y de Aarón.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Dios mío, tus caminos son santos: ¿qué dios es grande como nuestro Dios?

Ant 2. Mi corazón se regocija por el Señor, que humilla y enaltece.

Cántico: ALEGRIA DE LOS HUMILDES EN DIOS 1S 2,1-10

Mi corazón se regocija por el Señor,
mi poder se exalta por Dios;
mi boca se ríe de mis enemigos,
porque gozo con tu salvación.
No hay santo como el Señor,
no hay roca como nuestro Dios.

No multipliquéis discursos altivos,
no echéis por la boca arrogancias,
porque el Señor es un Dios que sabe;
él es quien pesa las acciones.

Se rompen los arcos de los valientes,
mientras los cobardes se ciñen de valor;
los hartos se contratan por el pan,
mientras los hambrientos no tienen ya que trabajar;
la mujer estéril da a luz siete hijos,
mientras la madre de muchos se marchita.

El Señor da la muerte y la vida,
hunde en el abismo y levanta;
da la pobreza y la riqueza,
humilla y enaltece.

Él levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para hacer que se siente entre príncipes
y que herede un trono de gloria;
pues del Señor son los pilares de la tierra,
y sobre ellos afianzó el orbe.

Él guarda los pasos de sus amigos,
mientras los malvados perecen en las tinieblas,
porque el hombre no triunfa por su fuerza.

El Señor desbarata a sus contrarios,
el Altísimo truena desde el cielo,
el Señor juzga hasta el confín de la tierra.
él da fuerza a su Rey,
exalta el poder de su Ungido.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Mi corazón se regocija por el Señor, que humilla y enaltece.

Ant 3. El Señor reina, la tierra goza.

Salmo 96 – EL SEÑOR ES UN REY MAYOR QUE TODOS LOS DIOSES.

El Señor reina, la tierra goza,
se alegran las islas innumerables.
Tiniebla y nube lo rodean,
justicia y derecho sostienen su trono.

Delante de él avanza fuego
abrasando en torno a los enemigos;
sus relámpagos deslumbran el orbe,
y, viéndolos, la tierra se estremece.

Los montes se derriten como cera
ante el dueño de toda la tierra;
los cielos pregonan su justicia,
y todos los pueblos contemplan su gloria.

Los que adoran estatuas se sonrojan,
los que ponen su orgullo en los ídolos;
ante él se postran todos los dioses.

Lo oye Sión, y se alegra,
se regocijan las ciudades de Judá
por tus sentencias, Señor;

porque tú eres, Señor,
altísimo sobre toda la tierra,
encumbrado sobre todos los dioses.

El Señor ama al que aborrece el mal,
protege la vida de sus fieles
y los libra de los malvados.

Amanece la luz para el justo,
y la alegría para los rectos de corazón.
Alegraos, justos, con el Señor,
celebrad su santo nombre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Señor reina, la tierra goza.

LECTURA BREVE   Rm 8, 35. 37

¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo? ¿La aflicción? ¿La angustia? ¿La persecución? ¿El hambre? ¿La desnudez? ¿El peligro? ¿La espada? En todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado.

RESPONSORIO BREVE

V. Bendigo al Señor en todo momento.
R. Bendigo al Señor en todo momento.

V. Su alabanza está siempre en mi boca.
R. En todo momento.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Bendigo al Señor en todo momento.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Sirvamos al Señor con santidad todos nuestros días.

Cántico de Zacarías. EL MESÍAS Y SU PRECURSOR      Lc 1, 68-79

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo.
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas:

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
ha realizado así la misericordia que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abraham.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán Profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tiniebla
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Sirvamos al Señor con santidad todos nuestros días.

PRECES

Oremos a nuestro Señor Jesucristo, que prometió estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo, y digámosle confiados:

Escúchanos, Señor.

Quédate con nosotros, Señor, durante todo el día:
que la luz de tu gracia no conozca nunca el anochecer en nuestras vidas.

Que el trabajo de este día sea como una oblación sin defecto,
y que sea agradable a tus ojos.

Que en todas nuestras palabras y acciones seamos hoy luz del mundo
y sal de la tierra para cuantos nos traten.

Que la gracia del Espíritu Santo habite en nuestros corazones y resplandezca en nuestras obras
para que así permanezcamos en tu amor y en tu alabanza.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Terminemos nuestra oración diciendo juntos las palabras del Señor y pidiendo al Padre que nos libre de todo mal:

Padre nuestro…

ORACION

Envía, Señor, a nuestros corazones la abundancia de tu luz, para que, avanzando siempre por el camino de tus mandatos, nos veamos libres de todo error. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

Oficio de lecturas – Miércoles XXX Tiempo Ordinario

OFICIO DE LECTURA 

Si el Oficio de Lectura es la primera oración del día:

V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza

Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:

Ant. Aclama al Señor, tierra entera, servid al Señor con alegría.


Si antes del Oficio de lectura se ha rezado ya alguna otra Hora:

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.



Himno: PUES BUSCO, DEBO ENCONTRAR

Pues busco, debo encontrar;
pues llamo, débenme abrir;
pues pido, me deben dar;
pues amo, débenme amar
aquel que me hizo vivir.

¿Calla? Un día me hablará.
¿Pasa? No lejos irá.
¿Me pone a prueba? Soy fiel.
¿Pasa? No lejos irá:
pues tiene alas mi alma, y va
volando detrás de él.

Es poderoso, mas no
podrá mi amor esquivar;
invisible se volvió,
mas ojos de lince yo
tengo y le habré de mirar.

Alma, sigue hasta el final
en pos del Bien de los bienes,
y consuélate en tu mal
pensando con fe total:
¿Le buscas? ¡Es que lo tienes! Amén

SALMODIA

Ant 1. También nosotros gemimos en nuestro interior, aguardando la redención de nuestro cuerpo.

Salmo 38 I – SÚPLICA DE UN ENFERMO

Yo me dije: vigilaré mi proceder,
para que no se me vaya la lengua;
pondré una mordaza a mi boca
mientras el impío esté presente.

Guardé silencio resignado,
no hablé con ligereza;
pero mi herida empeoró,
y el corazón me ardía por dentro;
pensándolo me requemaba,
hasta que solté la lengua.

Señor, dame a conocer mi fin
y cuál es la medida de mis años,
para que comprenda lo caduco que soy.

Me concediste un palmo de vida,
mis días son nada ante ti;
el hombre no dura más que un soplo,
el hombre pasa como pura sombra,
por un soplo se afana,
atesora sin saber para quién.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. También nosotros gemimos en nuestro interior, aguardando la redención de nuestro cuerpo.

Ant 2. Escucha, Señor, mi oración: no seas sordo a mi llanto.

Salmo 38 II

Y ahora, Señor, ¿qué esperanza me queda?
Tú eres mi confianza.
Líbrame de mis iniquidades,
no me hagas la burla de los necios.

Enmudezco, no abro la boca,
porque eres tú quien lo ha hecho.
Aparta de mí tus golpes,
que el ímpetu de tu mano me acaba.

Escarmientas al hombre
castigando su culpa;
como una polilla roes sus tesoros;
el hombre no es más que un soplo.

Escucha, Señor, mi oración,
haz caso de mis gritos,
no seas sordo a mi llanto;

porque yo soy huésped tuyo,
forastero como todos mis padres.
Aplaca tu ira, dame respiro,
antes de que pase y no exista.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Escucha, Señor, mi oración: no seas sordo a mi llanto.

Ant 3. Yo confío en la misericordia del Señor por siempre jamás.

Salmo 51 – CONTRA LA VIOLENCIA DE LOS CALUMNIADORES

¿Por qué te glorías de la maldad
y te envalentonas contra el piadoso?
Estás todo el día maquinando injusticias,
tu lengua es navaja afilada,
autor de fraudes;

prefieres el mal al bien,
la mentira a la honradez;
prefieres las palabras corrosivas,
lengua embustera.

Pues Dios te destruirá para siempre,
te abatirá y te barrerá de tu tienda;
arrancará tus raíces
del suelo vital.

Lo verán los justos, y temerán,
y se reirán de él:
«Mirad al valiente
que no puso en Dios su apoyo,
confió en sus muchas riquezas,
se insolentó en sus crímenes.»

Pero yo, como verde olivo,
en la casa de Dios,
confío en su misericordia
por siempre jamás.

Te daré siempre gracias
porque has actuado;
proclamaré delante de tus fieles:
«Tu nombre es bueno.»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Yo confío en la misericordia del Señor por siempre jamás.

V. Mi alma espera en el Señor.
R. Espera en su palabra. 

PRIMERA LECTURA

Del libro de la Sabiduría 4, 1-20

LA VERDADERA Y LA FALSA FELICIDAD

Más vale ser virtuoso, aunque sin hijos; la virtud se perpetúa en el recuerdo: la conocen Dios y los hombres. Presente, la imitan; ausente, la añoran; en la eternidad, ceñida la corona, desfila triunfadora, victoriosa en la prueba de trofeos bien limpios.

La familia innumerable de los impíos no prosperará: es retoño bastardo, no arraigará profundamente ni tendrá base firme; aunque por algún tiempo reverdezcan sus ramas, como está mal asentado, lo zarandeará el viento y lo descuajarán los huracanes. Se troncharán sus brotes tiernos, su fruto no servirá: está verde para comerlo, no se aprovecha para nada; pues los hijos que nacen de sueños ilegales son testigos de cargo contra sus padres a la hora del interrogatorio.

El justo, aunque muera prematuramente, tendrá descanso; la vejez venerable no son los muchos días, ni se mide por el número de años; canas del hombre son la prudencia, y edad avanzada, una vida sin tacha. Agradó a Dios, y Dios lo amó; vivía entre pecadores, y Dios se lo llevó; lo arrebató para que la malicia no pervirtiera su conciencia, para que la perfidia no sedujera su alma; la fascinación del vicio ensombrece la virtud, el vértigo de la pasión pervierte una mente sin malicia.

Maduro en pocos años, cumplió mucho tiempo; como su alma era agradable a Dios, se dio prisa en salir de la maldad; la gente lo ve y no lo comprende, no se da cuenta de esto: que Dios quiere a sus elegidos, se apiada de ellos y mira por sus devotos.

El justo fallecido condena a los impíos que aún viven, y una juventud colmada velozmente, a la vejez longeva del perverso; la gente verá el final del sabio y no comprenderá lo que el Señor quería de él, ni por qué lo puso al seguro. Lo mirarán con desprecio, pero el Señor se reirá de ellos; se convertirán en cadáver sin honra, baldón entre los muertos para siempre; pues los derribará cabeza abajo, sin dejarles hablar, los zarandeará desde los cimientos, y los arrasará hasta lo último; vivirán en dolor y su recuerdo perecerá. Comparecerán asustados cuando el recuento de sus pecados, y sus delitos los acusarán a la cara.

RESPONSORIO    Sb 4, 1; St 1, 27

R. Más vale ser virtuoso, aunque sin hijos; * la virtud, la conocen Dios y los hombres.
V. La religión pura ante Dios, nuestro Padre, consiste en esto: en conservarse limpio de toda mancha en este mundo.
R. La virtud, la conocen Dios y los hombres.

SEGUNDA LECTURA

De la carta de san Clemente primero, papa, a los Corintios
(Cap. 30, 3-4; 34, 2–35, 5: Funk 1, 99. 103-105)

SIGAMOS LA SENDA DE LA VERDAD

Revistámonos de concordia, manteniéndonos en la humildad y en la continencia, apartándonos de toda murmuración y de toda crítica y manifestando nuestra justicia más por medio de nuestras obras que con nuestras palabras. Porque está escrito: ¿Va a quedar sin respuesta tal palabrería?, ¿va a tener razón el charlatán?

Es necesario, por tanto, que estemos siempre dispuestos a obrar el bien, pues todo cuanto poseemos nos lo ha dado Dios. Él, en efecto, ya nos ha prevenido diciendo: Mirad, el Señor Dios llega con poder, y con él viene su salario y su recompensa lo precede y paga a cada hombre según sus acciones. De esta forma, pues, nos exhorta a nosotros, que creemos en él con todo nuestro corazón, a que, sin pereza ni desidia, nos entreguemos al ejercicio de las buenas obras. Nuestra gloria y nuestra confianza estén siempre en él; vivamos siempre sumisos a su voluntad y pensemos en la multitud de ángeles que están en su presencia, siempre dispuestos a cumplir sus órdenes. Dice, en efecto, la Escritura: Miles de millares le servían, miríadas de miríadas estaban en pie delante de él y gritaban, diciendo: «¡Santo, santo, santo es el Señor de los ejércitos, llena está la tierra de su gloria!»

Nosotros, pues, también con un solo corazón y con una sola voz, elevemos el canto de nuestra común fidelidad, aclamando sin cesar al Señor, a fin de tener también nuestra parte en sus grandes y maravillosas promesas. Porque él ha dicho: Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre lo que Dios ha preparado para los que lo aman.

¡Qué grandes y maravillosos son, amados hermanos, los dones de Dios! La vida en la inmortalidad, el esplendor en la justicia, la verdad en la libertad, la fe en la confianza, la templanza en la santidad; y todos estos dones son los que están ya desde ahora al alcance de nuestro conocimiento. ¿Y cuáles serán, pues, los bienes que están preparados para los que lo aman? Solamente los conoce el Artífice supremo, el Padre de los siglos; sólo él sabe su número y su belleza.

Nosotros, pues, si deseamos alcanzar estos dones procuremos, con todo ahínco, ser contados entre aquellos que esperan su llegada. ¿Y cómo podremos lograrlo, amados hermanos? Uniendo a Dios nuestra alma con toda nuestra fe, buscando siempre con diligencia lo que es grato y acepto a sus ojos, realizando lo que está de acuerdo con su santa voluntad, siguiendo la senda de la verdad y rechazando de nuestra vida toda injusticia.

RESPONSORIO    Sal 24, 4-5. 16

R. Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que camine con lealtad; * enséñame, por qué tú eres mi Dios y Salvador, y todo el día te estoy esperando.
V. Mírame y ten piedad de mí, que estoy solo y afligido.
R. Enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador, y todo el día te estoy esperando.

ORACIÓN.

OREMOS,
Dios todopoderoso y eterno, aumenta en nosotros la fe, la esperanza y la caridad, y para que alcancemos lo que nos prometes haz que amemos lo que nos mandas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén

CONCLUSIÓN

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.