Vísperas – Miércoles IV de Pascua

VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: DICHOSA TÚ, QUE ENTRE TODAS

Dichosa tú, que, entre todas,
fuiste por Dios sorprendida
con tu lámpara encendida
para el banquete de bodas.

Con el abrazo inocente
de un hondo pacto amoroso,
vienes a unirte al Esposo
por virgen y por prudente.

Enséñanos a vivir,
ayúdenos tu oración,
danos en la tentación
la gracia de resistir.

Honor a la Trinidad
por esta limpia victoria,
y gloria por esta gloria
que alegra a la humanidad. Amén.

SALMODIA

Ant 1. La noche será clara como el día. Aleluya.

Salmo 138 1-18. 23-24 (I) TODO ESTÁ PRESENTE A LOS OJOS DE DIOS.

Señor, tú me sondeas y me conoces;
me conoces cuando me siento o me levanto,
de lejos penetras mis pensamientos;
distingues mi camino y mi descanso,
todas mis sendas te son familiares.

No ha llegado la palabra a mi lengua,
y ya, Señor, te la sabes toda.
Me envuelves por doquier,
me cubres con tu mano.
Tanto saber me sobrepasa,
es sublime, y no lo abarco.

¿Adónde iré lejos de tu aliento,
adónde escaparé de tu mirada?
Si escalo el cielo, allí estás tú;
si me acuesto en el abismo, allí te encuentro;

si vuelo hasta el margen de la aurora,
si emigro hasta el confín del mar,
allí me alcanzará tu izquierda,
tu diestra llegará hasta mí.

Si digo: «Que al menos la tiniebla me encubra,
que la luz se haga noche en torno a mí»,
ni la tiniebla es oscura para ti,
la noche es clara como el día.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. La noche será clara como el día. Aleluya.

Ant 2. Yo conozco mis ovejas y ellas me conocen a mí. Aleluya.

Salmo 138 II

Tú has creado mis entrañas,
me has tejido en el seno materno.
Te doy gracias,
porque me has formado portentosamente,
porque son admirables tus obras;
conocías hasta el fondo de mi alma,
no desconocías mis huesos.

Cuando, en lo oculto, me iba formando,
y entretejiendo en lo profundo de la tierra,
tus ojos veían mis acciones,
se escribían todas en tu libro,
calculados estaban mis días
antes que llegase el primero.

¡Qué incomparables encuentro tus designios,
Dios mío, qué inmenso es su conjunto!
Si me pongo a contarlos, son más que arena;
si los doy por terminados, aún me quedas tú.

Señor, sondéame y conoce mi corazón,
ponme a prueba y conoce mis sentimientos,
mira si mi camino se desvía,
guíame por el camino eterno.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Yo conozco mis ovejas y ellas me conocen a mí. Aleluya.

Ant 3. Su resplandor eclipsa el cielo, la tierra se llena de su alabanza. Aleluya.

Cántico: HIMNO A CRISTO, PRIMOGÉNITO DE TODA CREATURA Y PRIMER RESUCITADO DE ENTRE LOS MUERTOS. Cf. Col 1, 12-20

Damos gracias a Dios Padre,
que nos ha hecho capaces de compartir
la herencia del pueblo santo en la luz.

Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas,
y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido,
por cuya sangre hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.

Él es imagen de Dios invisible,
primogénito de toda creatura;
pues por medio de él fueron creadas todas las cosas:
celestes y terrestres, visibles e invisibles,
Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades;
todo fue creado por él y para él.

Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él.
Él es también la cabeza del cuerpo de la Iglesia.
Él es el principio, el primogénito de entre los muertos,
y así es el primero en todo.

Porque en él quiso Dios que residiera toda plenitud.
Y por él quiso reconciliar consigo todas las cosas:
haciendo la paz por la sangre de su cruz
con todos los seres, así del cielo como de la tierra.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Su resplandor eclipsa el cielo, la tierra se llena de su alabanza. Aleluya.

LECTURA BREVE   1Co 7, 32. 34

El célibe se preocupa de los asuntos del Señor, buscando contentar al Señor; lo mismo, la mujer sin marido y la soltera se preocupan de los asuntos del Señor, consagrándose a ellos en cuerpo y alma.

RESPONSORIO BREVE

V. Llevan ante el Rey el séquito de vírgenes, las traen entre alegría. Aleluya, aleluya.
R. Llevan ante el Rey el séquito de vírgenes, las traen entre alegría. Aleluya, aleluya.

V. Van entrando en el palacio real.
R. Aleluya, aleluya.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Llevan ante el Rey el séquito de vírgenes, las traen entre alegría. Aleluya, aleluya.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Siempre y en todo lugar, santa Catalina buscaba a Dios, y lo encontraba y poseía, uniéndose al Señor por medio de la caridad y del amor. Aleluya.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Siempre y en todo lugar, santa Catalina buscaba a Dios, y lo encontraba y poseía, uniéndose al Señor por medio de la caridad y del amor. Aleluya.

PRECES

Alabemos con gozo a Cristo, que elogió a los que permanecen vírgenes a causa del reino de Dios, y supliquémosle, diciendo:

Jesús, rey de las vírgenes, escúchanos.

Señor Jesucristo, tú que como esposo amante colocaste junto a ti a la Iglesia sin mancha ni arruga,
haz que sea siempre santa e inmaculada.

Señor Jesucristo, a cuyo encuentro salieron las vírgenes santas con sus lámparas encendidas,
no permitas que falte nunca el óleo de la fidelidad en las lámparas de las vírgenes que se han consagrado a ti.

Señor Jesucristo, a quien la Iglesia virgen guardó siempre fidelidad intacta,
concede a todos los cristianos la integridad y la pureza de la fe.

Tú que concedes hoy a tu pueblo alegrarse por la fiesta de santa Catalina de Siena, virgen,
concédele también gozar siempre de su valiosa intercesión.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que recibiste en el banquete de tus bodas a las vírgenes santas,
admite tanbién a nuestros hermanos difuntos en el convite festivo de tu reino.

Oremos con Jesús, diciendo a nuestro Padre:

Padre nuestro…

ORACION

Señor Dios nuestro, que diste a santa Catalina de Siena el don de entregarse con amor a la contemplación de la pasión de Cristo y al servicio de la Iglesia, haz que, por su intercesión, el pueblo cristiano viva siempre unido al misterio de Cristo, para que pueda rebosar de gozo cuando se manifieste su gloria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

en, Espíritu Santo, y derrama sobre nosotros el don de ENTENDIMIENTO”

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Entendimiento

“Ven, Espíritu Santo, y derrama sobre nosotros el don de ENTENDIMIENTO”

Ángel Moreno

 

El don de Entendimiento abre al conocimiento creyente de los Misterios de la Salvación, traspasa la frontera de lo natural y comprende lo que subyace y se encierra en cada una de las verdades de nuestra fe; fortalece el don de la fe.

Sorprende hasta qué extremo es necesario este don del Espíritu. Ni María, la madre de Jesús, ni San José comprendieron la respuesta de Jesús, cuando lo encontraron en el templo, en Jerusalén (Lc 2, 50). 

Constantemente, Jesús se encontraba con que no se comprendían sus palabras. Por ejemplo, ante la pregunta que le hicieron: “«¿Quién eres tú?» Jesús les respondió: «Desde el principio, lo que os estoy diciendo. Mucho podría hablar de vosotros y juzgar pero el que me ha enviado es veraz, y lo que le he oído a él es lo que hablo al mundo». No comprendieron que les hablaba del Padre.” (Jn 8, 25-27).

La adhesión a Jesucristo como Hijo de Dios es por fe, por don del Espíritu. Cuando Jesús preguntó a los suyos: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Replicando, Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos.» (Mt 16, 15-17)

Desde nuestra naturaleza y esfuerzo podemos investigar sobre las verdades reveladas, y llegar a objetivar los datos bíblicos con apoyo arqueológico, filológico o histórico, pero la opción de seguir a Jesucristo como Señor, Hijo de Dios, no es posible sin el don de la fe, sin el don de Entendimiento, por el que se nos da una comprensión distinta, teologal, de la revelación, y por el que se llega a la oblación de la mente, sin dejar de ser coherente con la razón.

Jesús les dijo a los dos discípulos de Emaús: «¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas!» (Lc 24, 25). Y en tantos momentos nos sentiremos nosotros incluidos en la torpeza de querer interpretar las cosas de Dios desde nuestra razón. Y al no comprenderlas, hasta podemos justificar el éxodo de la fe.

“¡Ven, Espíritu Santo, ilumina los corazones de tus fieles con tu luz!” Sólo así podremos gustar lo que trasciende a toda sabiduría humana y permanecer en la certeza de lo que no podemos abarcar, pero sí aceptar y gustar.

El Don del Entendimiento fortalece el don de la fe, le presta la fuerza del testigo. No se arredra, ni se acompleja, porque comprende la verdad que encierran las palabras humanas con las que se explica el misterio divino.

“Ven, Espíritu Santo, y derrama sobre nosotros el don de SABIDURÍA”

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Sabiduría

“Ven, Espíritu Santo, y derrama sobre nosotros el don de SABIDURÍA”

Ángel Moreno

 

“Mientras estaba comiendo con ellos, les mandó que no se ausentasen de Jerusalén, sino que aguardasen la Promesa  del Padre, «que oísteis de mí: Que Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días».” (Act 1, 4-5)

 

Semana de intensa oración, de súplica ecuménica, en comunión con toda la Iglesia, en obediencia al mandato de Jesús, para que sigan sucediendo las maravillas de Pentecostés.

 

La oración continua de estos días la podemos repetir estando en casa y yendo de camino, es muy sencilla y esperanzadora: “Ven, Espíritu Santo”.

 

Pidamos que Él nos dé el don de Sabiduría, que es el afianzamiento en el Amor de caridad, en el amor que Jesús solicitó a Simón Pedro –“¿Me amas?”-, el amor con el que Él nos ha amado, el amor divino.

 

Cuando escuchamos de Jesús que nos ama con el amor con el que Él ha sido amado (Jn 15, 9), nos sentimos sobrepasados. Y cuando nos pide que nos amemos con el mismo amor con el que somos amados (Jn 13, 34), nos sentimos como el apóstol, sin poder igualarnos a quien es el Amor.

 

Sólo con el don de Sabiduría, don del Espíritu Santo, es posible responder adecuadamente al mandamiento de Jesús: “Que os améis los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 15, 12). En esto conocerán que somos cristianos.

 

San Pablo nos anima, desde su propia experiencia: “La esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado.” (Rm 5, 5)

 

Sobrecoge la opción de Dios por el hombre. Era inimaginable que el amor de Dios se manifestara como lo ha hecho, entregando a su Hijo al mundo por amor. Dios es fiel, no se retracta de su promesa. Jesucristo es el testigo fiel, y nos ha prometido el don de su Espíritu.

 

Iconos de Pascua

Semana del Cenáculo

“Ven, Espíritu Santo, y derrama sobre nosotros el don de SABIDURÍA.”

 

“Mientras estaba comiendo con ellos, les mandó que no se ausentasen de Jerusalén, sino que aguardasen la Promesa  del Padre, «que oísteis de mí: Que Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días».” (Act 1, 4-5)

 

Semana de intensa oración, de súplica ecuménica, en comunión con toda la Iglesia, en obediencia al mandato de Jesús, para que sigan sucediendo las maravillas de Pentecostés.

 

La oración continua de estos días la podemos repetir estando en casa y yendo de camino, es muy sencilla y esperanzadora: “Ven, Espíritu Santo”.

 

Pidamos que Él nos dé el don de Sabiduría, que es el afianzamiento en el Amor de caridad, en el amor que Jesús solicitó a Simón Pedro –“¿Me amas?”-, el amor con el que Él nos ha amado, el amor divino.

 

Cuando escuchamos de Jesús que nos ama con el amor con el que Él ha sido amado (Jn 15, 9), nos sentimos sobrepasados. Y cuando nos pide que nos amemos con el mismo amor con el que somos amados (Jn 13, 34), nos sentimos como el apóstol, sin poder igualarnos a quien es el Amor.

 

Sólo con el don de Sabiduría, don del Espíritu Santo, es posible responder adecuadamente al mandamiento de Jesús: “Que os améis los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 15, 12). En esto conocerán que somos cristianos.

 

San Pablo nos anima, desde su propia experiencia: “La esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado.” (Rm 5, 5)

 

Sobrecoge la opción de Dios por el hombre. Era inimaginable que el amor de Dios se manifestara como lo ha hecho, entregando a su Hijo al mundo por amor. Dios es fiel, no se retracta de su promesa. Jesucristo es el testigo fiel, y nos ha prometido el don de su Espíritu.

 

“Estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro.” (Rm 8, 38-39)

 

¡Ven, Espíritu Santo, y enciende en nosotros el fuego de tu Amor!

 

“Estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro.” (Rm 8, 38-39)

 

¡Ven, Espíritu Santo, y enciende en nosotros el fuego de tu Amor!

La cincuentena pascual

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La cincuentena pascual

LA CINCUENTENA PASCUAL

Ángel Moreno

 

En el libro del Levítico ya aparece señalada la fiesta de las Semanas: “Contaréis siete semanas enteras a partir del día siguiente al sábado, desde el día en que habréis llevado la gavilla de la ofrenda mecida; hasta el día siguiente al séptimo sábado, contaréis cincuenta días y entonces ofreceréis al Señor una oblación nueva.” (Lev 23, 15-16).

El libro del Deuteronomio reitera el mandamiento de celebrar el día de la cincuentena: “Contarás siete semanas. Cuando la hoz comience a cortar las espigas comenzarás a contar estas siete semanas. Y celebrarás en honor del Señor tu Dios la fiesta de las Semanas, con la ofrenda voluntaria que haga tu mano, en  la medida en que el Señor tu Dios te haya bendecido.” (Dt 16, 9-10)

Para los cristianos, a los cincuenta días de Pascua es la fiesta de Pentecostés, fiesta que celebra la venida del Espíritu Santo. El día siguiente al séptimo sábado después de la Resurrección de Cristo, día que los Apóstoles se encontraban celebrando en Jerusalén, como buenos judíos, la solemnidad prescrita por Moisés, acontece la efusión del don divino más precioso, el Espíritu de Amor.

Después de los cuarenta días, después de la Ascensión, el tiempo que va hasta Pentecostés, es un tiempo especial para la Iglesia, tiempo de intensa oración, solicitando, de nuevo, las maravillas que realizó el Espíritu Santo en la comunidad reunida con María, la madre de Jesús, en el Cenáculo.

El año litúrgico nos ofrece la posibilidad de avivar el adviento del Espíritu. Semana ecuménica, séptima semana en la que vivir intensamente la promesa de Jesús: “Pedid y se os dará, llamad y se os abrirá”. Pedid la venida del Espíritu Consolador.

Más que nunca necesitamos la visita del don del Resucitado, el Abogado Defensor, que nos libre  de la deserción y de la tristeza, de caer en el pesimismo, y que fortalezca a la Iglesia, Pastores y fieles, e infunda el valor de dar testimonio de la fe, a la manera de aquellos primeros cristianos.

A partir de mañana, celebrada la Ascensión de Jesucristo a los cielos, a la manera de los discípulos de Jesús, reunidos con su Madre – “al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar- (Act 2, 1), invoquemos intensamente los dones del Espíritu Santo.

Dispongámonos a celebrar la gran Pascua del Espíritu. Si para la Navidad nos preparamos con el tiempo de Adviento, y para la Resurrección de Cristo con la Cuaresma, justo es que lo hagamos durante estos últimos días pascuales, a la espera del Espíritu Santo.

Carta apostólica a los consagrados en el año de la vida consagrada

2. Espero que «despertéis al mundo», porque la nota que caracteriza la vida consagrada es la profecía. Como dije a los Superiores Generales, «la radicalidad evangélica no es sólo de los religiosos: se exige a todos. Pero los religiosos siguen al Señor de manera especial, de modo profético». Esta es la prioridad que ahora se nos pide: «Ser profetas como Jesús ha vivido en esta tierra… Un religioso nunca debe renunciar a la profecía» (29 noviembre 2013).

El profeta recibe de Dios la capacidad de observar la historia en la que vive y de interpretar los acontecimientos: es como un centinela que vigila por la noche y sabe cuándo llega el alba (cf. Is 21,11-12). Conoce a Dios y conoce a los hombres y mujeres, sus hermanos y hermanas. Es capaz de discernir, y también de denunciar el mal del pecado y las injusticias, porque es libre, no debe rendir cuentas a más amos que a Dios, no tiene otros intereses sino los de Dios. El profeta está generalmente de parte de los pobres y los indefensos, porque sabe que Dios mismo está de su parte.

Espero, pues, que mantengáis vivas las «utopías», pero que sepáis crear «otros lugares» donde se viva la lógica evangélica del don, de la fraternidad, de la acogida de la diversidad, del amor mutuo. Los monasterios, comunidades, centros de espiritualidad, «ciudades», escuelas, hospitales, casas de acogida y todos esos lugares que la caridad y la creatividad carismática han fundado, y que fundarán con mayor creatividad aún, deben ser cada vez más la levadura para una sociedad inspirada en el Evangelio, la «ciudad sobre un monte» que habla de la verdad y el poder de las palabras de Jesús.

A veces, como sucedió a Elías y Jonás, se puede tener la tentación de huir, de evitar el cometido del profeta, porque es demasiado exigente, porque se está cansado, decepcionado de los resultados. Pero el profeta sabe que nunca está solo. También a nosotros, como a Jeremías, Dios nos asegura: «No tengas miedo, que yo estoy contigo para librarte» (1,8).

Los cuarenta días

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Los cuarenta días

LOS CUARENTA DÍAS

Ángel Moreno

 

Jesús, “después de haber dado instrucciones por medio del Espíritu Santo a los apóstoles que había  elegido, fue llevado al cielo. A estos mismos, después de su pasión, se les presentó dándoles muchas pruebas de que vivía, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca de lo referente al Reino de Dios.” (Act 1, 2-3)

La cuarentena pascual ha llegado a su cumbre. Jesús, desde lo alto del Monte de los Olivos, asciende a los cielos y los discípulos quedan en aparente soledad, pues, después de los cuarenta días, dejó de aparecerse a los suyos. Sin embargo, si tomamos la medida del número cuarenta y la interpretamos desde el contexto bíblico, se puede comprender mejor la promesa que les hizo Jesús a los discípulos, de que no los dejaría huérfanos, sino que permanecería junto a ellos, hasta el fin del mundo. Así termina el Evangelio de Mateo: “Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20).

En el año litúrgico, los cuarenta días de pascua se suman al tiempo que va desde Navidad al 2 de febrero, fiesta de la Presentación de Jesús, antes llamada de la Purificación de María, cuarenta días purificadores, que exigía la ley de Moisés a las mujeres después de su maternidad. Le siguen los cuarenta días penitenciales, que van desde el Miércoles de Ceniza al Domingo de Ramos, tiempo de conversión y seguimiento de Jesús, que culminan con los cuarenta días del tiempo pascual, desde la Resurrección a la Ascensión de Cristo, tiempo luminoso en el que se debe fraguar la unión con Jesús. Se podría decir que, de alguna manera, a través de la Liturgia, se nos proponen la vía de ascesis o purgativa, del seguimiento o de la luz, y, a las tres cuarentenas anteriores, hay que añadir una cuarta, que es la que debería identificarnos, la unitiva. La liturgia la señala con dos fiestas, el 6 de Agosto, fiesta de la Transfiguración o del Salvador, y el 14 de septiembre, solemnidad de la exaltación de la Cruz.

En el tiempo que nos toca vivir, desde la celebración del Misterio Pascual, los cristianos tenemos la posibilidad de transformar la realidad, iluminada por los Misterios gozosos, dolorosos y gloriosos de Cristo, que nos permiten celebrar cada día todos los acontecimientos como Misterios luminosos, no porque sean resueltas las dificultades, sino porque la historia cotidiana se recorre acompañada y trascendida.

El cuarenta significa una generación, la totalidad de una existencia. Quien haya vivido el paso del Señor, su Pascua, ha quedado capacitado para vivir durante toda su vida en la certeza del acompañamiento de Jesucristo resucitado, verdad que le permite interpretar el día a día desde la luz de los iconos de Pascua.

¿En qué cuarentena te encuentras? ¿Has gustado el esplendor de la revelación manifestado a través de Cristo?

Doce apóstoles

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Doce apóstoles

DOCE APÓSTOLES

Ángel Moreno

 

   El número doce es el número más conocido en relación con los Apóstoles y testigos de la resurrección de Jesús, aunque en algunos relatos, por lo acontecido con Judas, se prefiere citar el número once: “Los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Y al verle le adoraron; algunos sin embargo dudaron.” (Mt 28, 16-18). “Estando a la mesa los once discípulos, se les apareció y les echó en cara su incredulidad y su dureza de corazón, por no haber creído a quienes le habían visto resucitado.” (Mc 16, 14) “Regresando del sepulcro, anunciaron todas estas cosas a los Once.” (Lc 24, 9). San Pablo, sin embargo habla de los “doce”: “Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce.” (1 Cor 15, 3-5). Y lo mismo hace Juan: “Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús.” (Jn 20, 24).

   El número doce era emblemático para la cultura y tradición judía; se refiere claramente a la universalidad, a las doce tribus de Israel, a todos los hijos de Jacob, a los patriarcas del Antiguo Testamento. En un significado cabalista, sabemos que el número doce se relaciona con el apostolado. El universo se simboliza con el cuadrado, para indicar el norte, sur, este y oeste. Si el doce resulta de multiplicar por tres el número cósmico, es fácil entender la dimensión universal que alberga el número de los Apóstoles.

   Muy pronto, los once Apóstoles se propusieron incorporar a otro discípulo en el lugar de Judas. “Echaron suertes y la suerte cayó sobre Matías, que fue agregado al número de los doce apóstoles.” (Act 1, 26) Los Doce convocaron la asamblea de los discípulos y dijeron: «No parece bien que nosotros abandonemos la Palabra de Dios por servir a las mesas. (Act 6, 2). El colegio apostólico es referencia de comunión.

   El número de los Apóstoles también se convierte en la medida más representativa y perfecta de la Ciudad Nueva, de la Jerusalén celeste. “La muralla de la ciudad se asienta sobre doce piedras, que llevan los nombres de los doce Apóstoles del Cordero.” (Apc 21, 14) Admira la cita de las doce piedras preciosas para señalar el culmen de la belleza: “Los asientos de la muralla de la ciudad están adornados de toda clase de piedras preciosas: el primer asiento es de jaspe, el segundo de zafiro, el tercero de calcedonia, el cuarto de esmeralda, el quinto de sardónica, el sexto de cornalina, el séptimo de crisólito, el octavo de berilo, el noveno de topacio, el décimo de crisoprasa, el undécimo de jacinto, el duodécimo de amatista. Y las doce puertas son doce perlas, cada una de las puertas hecha de una sola perla; y la plaza de la ciudad es de oro puro, trasparente como el cristal.” (Ap 21, 19-21)

   ¿Te da esperanza saberte sobre los cimientos de la ciudad santa de Jerusalén? ¿Te sientes en comunión y alegre en el recinto de la Iglesia?

Siete discípulos

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Siete discípulos

SIETE DISCÍPULOS

Ángel Moreno

 

Es conocido el simbolismo de número siete como medida perfecta en diversos cánones arquitectónicos, pictóricos y filosóficos. Al repasar las escenas de Pascua, encontramos en el relato del Evangelio de San Juan, el número de siete discípulos en el Lago de Tiberiades: “Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos.” (Jn 21, 2)

Puede pasar desapercibido que el autor sagrado haya completado la lista de los discípulos con nombre propio, con la presencia de otros dos, cuya identidad desconocemos. Sin embargo, con ello se explicita una referencia a la totalidad. Aunque en otros textos se hable de los “once” o de los “doce”, a la hora de aludir a los Apóstoles, en éste, la presencia de siete discípulos de Jesús significa una experiencia colegial de la resurrección de Cristo.

El número siete está remecido de significado. La creación se desarrolla en siete días; siete veces al día ora el salmista (Sal 118, 164), siete semanas dura el tiempo de Pascua.

La orquesta de Nabucodonosor está compuesta por siete instrumentos: “El cuerno, el pífano, la cítara, la sambuca, el salterio, la zampoña y toda clase de música” (Dn 3, 5). La música tiene siete notas. Siete son los colores del arco iris.

Sorprende que los árboles que anuncian los tiempos mesiánicos sean siete: “Pondré en el desierto cedros, acacias, arrayanes y olivares. Pondré en la estepa el enebro, el olmo y el ciprés a una” (Isa 41, 19). Los ángeles del Apocalipsis con sus trompetas, anunciando el final de los tiempos, son siete.

Con siete panes, Jesús dio de comer a la multitud (Mt 15, 34). Siete son las obras de misericordia y los sacramentos. Setenta veces siete deberemos perdonar (Mt 18, 22). «Si tu hermano peca, repréndele; y si se arrepiente, perdónale. Y si peca contra ti siete veces al día, y siete veces se vuelve a ti, diciendo: «Me arrepiento», le perdonarás». Dijeron los apóstoles al Señor: «Auméntanos la fe». (Lc 17, 4-5)

Jesús pronunció siete palabras en la Cruz. Al Cordero degollado se le debe: “poder, riqueza, sabiduría, fuerza, honor, gloria y alabanza (Ap 4, 12). Los dones del Espíritu Santo son siete: “sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios” (Is 11, 1-2).

Estamos llegando al final de Pascua, tiempo colmado de luz, de cánticos de Aleluya, de haber sellado con siete sellos nuestra pertenencia al Señor, de habernos reconciliado y perdonado, de sabernos enteramente de Él, no en vano este tiempo dura cincuenta días, para consolidar nuestra adhesión a Cristo resucitado, nuestra fe en Él.

Las tres veces

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Las tres veces

LAS TRES VECES

Ángel Moreno

 

En las Escrituras es frecuente encontrar la reiteración de una palabra, de algún atributo o escena, con la intención de solemnizar el acontecimiento, para que se grabe más en la memoria, o para darle mayor importancia. Cuando se hace por tres veces adquiere el significado de seguridad, certeza, voluntad consciente. Es emblemática la escena en la que Josué pide a su pueblo que profese su adhesión al Señor, como único Dios, y por tres veces aparece el juramento (Jos 24, 13-27), y la narración de la vocación de Samuel (1 Sam 3, 8).

En las escenas de Pascua es muy significativa la referencia al “tercer día” (1 Cor 15, 4), expresión con doble resonancia, pues el día tercero fue el día más bendito de la creación y el día de la resurrección de Cristo, según su propia profecía. El número tres aparece también cuando el texto señala el dato “por tercera vez”. Así, en el relato de las apariciones: “Esta fue ya la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.” (Jn 21, 14). En el mismo capítulo del cuarto Evangelio, aparece referida la circunstancia “por tres veces”, cuando Jesús le preguntó a Simón Pedro si “lo amaba”, en clara alusión a las tres negaciones.

Los Evangelios puntualizan que Jesús se retiró a orar, en la noche de Getsemaní, por tres veces (Mc 14, 41). Respecto a Pilato, en el proceso contra Jesús, se afirma: “Por tercera vez les dijo: «Pero ¿qué mal ha hecho éste?” (Lc 23, 22). San Pablo también resalta las tres veces que fue a ver a los de Corinto (2 Cor 13, 1).

En el orden de los testigos, las pruebas se afianzan si se pueden aportar tres fuentes de contraste y de información: “Por la palabra de dos o tres testigos se zanjará todo asunto.” (2 Cor 13, 1) “Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, os lo anunciamos.” (1 Jn 1, 1.3). “Pues tres son los que dan testimonio: el Espíritu, el agua y la sangre, y los tres convienen en lo mismo.” (1 Jn 5, 7-8).

Si nos trasladamos a las visiones del Apocalipsis, “los cuatro Vivientes tienen cada uno seis alas, están llenos de ojos todo alrededor y por dentro, y repiten sin descanso día y noche: «Santo, Santo, Santo, Señor, Dios Todopoderoso, «Aquel que era, que es y que va a venir»».” (Apc 4, 8)

Tres veces puede significar reincidencia alevosa, puede manifestar opción con determinada determinación, que diría Santa Teresa de Jesús, testimonio seguro, forma de vida. Pero sobre todo, en la Sagrada Escritura, el número tres hace explícita referencia al misterio de Dios, “Santo, Santo, Santo”, a la Trinidad.

¿En que reiteración te sientes más aludido, en las negaciones, en el testimonio, en la profesión de fe, en la declaración de amor?

Comentario al evangelio de hoy (29 de abril)

El pan de la palabra es de muchas clases, formas y sabores. A veces tiene el sabor de la controversia. Y, además, es un pan duro. El presente texto evangélico representa el final del capítulo 12 de San Juan. Constituye una suerte de resumen de la proclamación de Jesús. Desde  el comienzo nos hace saber que Jesús “grita”. En los versículos anteriores constata el evangelista la incredulidad de los judíos, a pesar de haber realizado Jesús “tan grandes señales delante de ellos”.

Jesús “grita” su identidad y su misión: es el enviado del Padre, es la luz, es el salvador del mundo, habla palabras del Padre, su mandato es vida eterna. Por eso los que le rechazan  a él  y no reciben su palabra serán juzgados por la Palabra en el último día.

La controversia de Jesús es, en realidad, con el “desconfiado y miedoso” que cada uno llevamos dentro. La palabra  quiere convencernos, agarrarnos, cautivarnos. Polemiza con nuestra razón y, sobre todo, con nuestro corazón. Es como espada de doble filo… es como martillo que golpea…es palabra que juzga y hará prevalecer la justicia… Se  dirige directamente a  desarmar al corazón cerrado y desconfiado que llevamos en nosotros; trata de trasformarlo en un corazón dócil, abierto, escuchador; en un corazón que se rinde ante la iniciativa amorosa del Mesías.

La palabra leída, meditada, contemplada, nos descubre hoy nuestras propias resistencias y la dureza de nuestro corazón. ¡Es sorprendente la capacidad que tenemos para “domesticar” la fuerza de la Palabra!  Escuchar hoy la Palabra a través de las palabras del texto  implica dejarnos desvelar las cadenas invisibles que nos esclavizan y no nos dejan recibir al Enviado. ¿Cómo  resisto yo a la palabra? ¿Cómo neutralizo su  vigor?

Bonifacio Fernández,cmf