II Vísperas – Domingo XVIII de Tiempo Ordinario

II VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: ¿DONDE ESTÁ MUERTE, TU VICTORIA?

¿Dónde está muerte, tu victoria?
¿Dónde está muerte, tu aguijón?
Todo es destello de su gloria,
clara luz, resurrección.

Fiesta es la lucha terminada,
vida es la muerte del Señor,
día la noche engalanada,
gloria eterna de su amor.

Fuente perenne de la vida,
luz siempre viva de su don,
Cristo es ya vida siempre unida
a toda vida en aflicción.

Cuando la noche se avecina,
noche del hombre y su ilusión,
Cristo es ya luz que lo ilumina,
Sol de su vida y corazón.

Demos al Padre la alabanza,
por Jesucristo, Hijo y señor,
denos su espíritu esperanza
viva y eterna de su amor. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Cristo es sacerdote eterno según el rito de Melquisedec. Aleluya.

Salmo 109, 1-5. 7 – EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»

Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.

En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Cristo es sacerdote eterno según el rito de Melquisedec. Aleluya.

Ant 2. Nuestro Dios está en el cielo, y lo que quiere lo hace. Aleluya.

Salmo 113 B – HIMNO AL DIOS VERDADERO.

No a nosotros, Señor, no a nosotros,
sino a tu nombre da la gloria;
por tu bondad, por tu lealtad.
¿Por qué han de decir las naciones:
«Dónde está su Dios»?

Nuestro Dios está en el cielo,
lo que quiere lo hace.
Sus ídolos, en cambio, son plata y oro,
hechura de manos humanas:

tienen boca, y no hablan;
tienen ojos, y no ven;
tienen orejas, y no oyen;
tienen nariz, y no huelen;

tienen manos, y no tocan;
tienen pies, y no andan;
no tiene voz su garganta:
que sean igual los que los hacen,
cuantos confían en ellos.

Israel confía en el Señor:
él es su auxilio y su escudo.
La casa de Aarón confía en el Señor:
él es su auxilio y su escudo.
Los fieles del Señor confían en el Señor:
él es su auxilio y su escudo.

Que el Señor se acuerde de nosotros y nos bendiga,
bendiga a la casa de Israel,
bendiga a la casa de Aarón;
bendiga a los fieles del Señor,
pequeños y grandes.

Que el Señor os acreciente,
a vosotros y a vuestros hijos;
benditos seáis del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
El cielo pertenece al Señor,
la tierra se la ha dado a los hombres.

Los muertos ya no alaban al Señor,
ni los que bajan al silencio.
Nosotros, sí, bendeciremos al Señor
ahora y por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Nuestro Dios está en el cielo, y lo que quiere lo hace. Aleluya.

Ant 3. Alabad al Señor sus siervos todos, pequeños y grandes. Aleluya.

Cántico: LAS BODAS DEL CORDERO – Cf. Ap 19,1-2, 5-7

El cántico siguiente se dice con todos los Aleluya intercalados cuando el oficio es cantado. Cuando el Oficio se dice sin canto es suficiente decir el Aleluya sólo al principio y al final de cada estrofa.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios
(R. Aleluya)
porque sus juicios son verdaderos y justos.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Alabad al Señor sus siervos todos.
(R. Aleluya)
Los que le teméis, pequeños y grandes.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo.
(R. Aleluya)
Alegrémonos y gocemos y démosle gracias.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Llegó la boda del cordero.
(R. Aleluya)
Su esposa se ha embellecido.
R. Aleluya, (aleluya).

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Alabad al Señor sus siervos todos, pequeños y grandes. Aleluya.

LECTURA BREVE 2Ts 2, 13-14

Nosotros debemos dar continuamente gracias a Dios por vosotros, hermanos, a quienes tanto ama el Señor. Dios os eligió desde toda la eternidad para daros la salud por la santificación que obra el Espíritu y por la fe en la verdad. Con tal fin os convocó por medio del mensaje de la salud, anunciado por nosotros, para daros la posesión de la gloria de nuestro Señor Jesucristo.

RESPONSORIO BREVE

V. Nuestro Señor es grande y poderoso.
R. Nuestro Señor es grande y poderoso.

V. Su sabiduría no tiene medida.
R. Nuestro Señor es grande y poderoso.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Nuestro Señor es grande y poderoso.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Si en verdad deseáis llegar a ser ricos, amad las riquezas verdaderas.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Si en verdad deseáis llegar a ser ricos, amad las riquezas verdaderas.

PRECES

Demos gloria y honor a Cristo, que puede salvar definitivamente a los que por medio de él se acercan a Dios, porque vive para interceder en su favor, y digámosle con plena confianza:

Acuérdate, Señor, de tu pueblo.

Señor Jesús, sol de justicia que iluminas nuestras vidas, al llegar al umbral de la noche te pedimos por todos los hombres,
que todos lleguen a gozar eternamente de tu luz.

Guarda, Señor, la alianza sellada con tu sangre
y santifica a tu iglesia para que sea siempre inmaculada y santa.

Acuérdate de esta comunidad aquí reunida,
que tú elegiste como morada de tu gloria.

Que los que están en camino tengan un viaje feliz
y regresen a sus hogares con salud y alegría.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Acoge, Señor, a tus hijos difuntos
y concédeles tu perdón y la vida eterna.

Terminemos nuestras preces con la oración que Cristo nos enseñó:

Padre nuestro…

ORACION

Señor, danos tu misericordia y atiende a las súplicas de tus hijos; concede la tranquilidad y la paz a los que nos gloriamos de tenerte como creador y como guía, y consérvalas en nosotros para siempre. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

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Lectio Divina – 31 de julio

Lectio: Domingo, 31 Julio, 2016

La preocupación por las riquezas
alejan de Dios e impiden servir al prójimo

Lucas 12. 13-21

1. Recojámonos en oración – Statio

Aquí estamos delante de ti, ¡oh Espíritu Santo! Sentimos el peso de nuestras debilidades, pero estamos todos reunidos en tu nombre; ven, asístenos, ven a nuestros corazones; enséñanos tú lo que debemos hacer, muéstranos tú el camino a seguir, realiza en nosotros todo cuanto te pedimos. Tú seas sólo el que nos sugiera y guíe en nuestras decisiones, porque tú sólo con Dios Padre y con su Hijo, tienes un nombre santo y glorioso; no permitas que por nosotros sea dañada la justicia, tú que amas el orden y la paz; no nos desvíe la ignorancia; no nos vuelva parciales la humana simpatía, no seamos influenciados por cargos o personas; tennos sujetos a ti y nunca nos separaremos de la verdad; haz que reunidos en tu santo nombre, sepamos contemplar bondad y ternura juntos, de modo que hagamos todo en armonía contigo, en la esperanza de que por el fiel cumplimiento del deber se nos den los premios eternos . Amén.

2. Lectura orante de la Palabra – Lectio

Del evangelio como lo cuenta Lucas

Lucas 12. 13-2113 Uno de la gente le dijo: «Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo.» 14 Él le respondió: «¡Hombre! ¿Quién me ha constituido juez o repartidor entre vosotros?» 15 Y les dijo: «Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aunque alguien posea abundantes riquezas, éstas no le garantizan la vida.»
16 Les dijo una parábola: «Los campos de cierto hombre rico dieron mucho fruto; 17 y pensaba entre sí, diciendo: `¿Qué haré, pues no tengo dónde almacenar mi cosecha?’ 18 Y dijo: `Voy a hacer esto: Voy a demoler mis graneros, edificaré otros más grandes, reuniré allí todo mi trigo y mis bienes 19 y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea.’ 20Pero Dios le dijo: `¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán?’ 21 Así es el que atesora riquezas para sí y no se enriquece en orden a Dios.»

3. Rumiar la Palabra – Meditatio

3.1. Claves de lectura:

El texto propuesto por la liturgia para este Domingo 18º del tiempo ordinario, forma parte de un discurso bastante largo de Jesús sobre la confianza en Dios que quita todo temor (Lc 12, 6-7) y sobre el abandono en la providencia de Dios (Lc 12, 22-32). El pasaje de hoy en efecto está precisamente en medio de estos dos textos. He aquí algunas enseñanzas dadas por Jesús, antes de que fuese interrumpido por aquel “ uno de la gente” (Lc 12, 13), sobre esta confianza y abandono:

Lc 12, 4-7: «Os digo a vosotros, amigos míos: No temáis a los que matan el cuerpo, y después de esto no pueden hacer más. Os mostraré a quién debéis temer: temed a Aquel que, después de matar, tiene poder para arrojar a la gehenna; sí, os repito: temed a ése.
«¿No se venden cinco pajarillos por dos ases? Pues bien, ni uno de ellos está olvidado ante Dios. Hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis; valéis más que muchos pajarillos.

Lc 12, 11-12: «Cuando os lleven a las sinagogas, ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de cómo o con qué os defenderéis, o qué diréis, porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel mismo momento lo que conviene decir.»

Es exactamente en este punto cuando el hombre interrumpe el discurso de Jesús, mostrando su preocupación sobre cuestiones de herencia (Lc 12,13). Jesús predica que no hay “que tener temor de los que matan el cuerpo y después no pueden hacer nada más” (Lc 12,4), y este hombre no percibe el significado de las palabras de Jesús dirigidas a aquéllos que Él reconoce como “mis amigos” (Lc 12,4). Por el evangelio de Juan sabemos que, amigo de Jesús es aquél que conoce a Jesús. En otras palabras, conoce todo lo que Él ha oído del Padre (Jn 15,15). El amigo de Jesús debería saber que su Maestro está radicado en Dios (Jn 1,1), y que su única preocupación consiste sólo en intentar hacer la voluntad de aquél que lo ha enviado (Jn 4, 34). La amonestación y el ejemplo de Jesús a sus amigos es el de no afanarse por las cosas materiales, porque “ la vida vale más que el alimento y el cuerpo más que el vestido” (Mt 6,25). En un contexto escatológico Jesús aconseja: “Mirad a vosotros mismos, para que vuestros corazones no se emboten con la crápula, la embriaguez y las preocupaciones de esta vida” (Lc 21.34).

Por eso, la pregunta de aquel hombre que pide a Jesús que diga a su “hermano que divida la herencia” (Lc 12,13) es superflua delante del Señor. Jesús rechaza hacer de juez entre las partes (Lc 12, 14), como en el caso de la mujer adúltera (Jn 8, 2-11). Se nota que para Jesús no tiene importancia cuál de los dos tiene razón. Él se mantiene neutral en la cuestión entre los dos hermanos, porque su reino no es de este mundo (Jn 18,36). Este comportamiento de Jesús refleja la imagen que nos da Lucas del Señor manso y humilde. La acumulación de los bienes materiales, la herencia, la fama, el poder, no entra en la escala de valores de Jesús. Él, en efecto, usa el problema de los dos hermanos para subrayar que la “vida no depende de los bienes” (Lc 12,15), aunque sean abundantes.

Según su costumbre, también aquí Jesús enseña por medio de una parábola, en la cuál nos presenta “un hombre rico” (Lc 12,16), nosotros diríamos, un rico inconsciente que no sabe qué hacer de sus bienes tan abundantes (Lc 12,17). Nos recuerda este tal, al rico epulón que todo encerrado en sí mismo no se acuerda de la miseria de Lázaro (Lc 16,1-31). Ciertamente, que a este hombre rico no lo podemos definir como justo. Justo es aquel que, como Job, comparte con los pobres los bienes recibidos de la providencia de Dios: “porque socorría al pobre que pedía ayuda, al huérfano que no tenía a nadie. La bendición del que moría descendía sobre mí y en el corazón de la viuda infundía el gozo” (Job 29, 12-13). El rico de la parábola es un hombre necio (Lc 12,20), que tiene el corazón lleno de los bienes recibidos, sin acordarse de Dios, sumo y único bien. Él, “ acumula tesoros para sí, y no se enriquece ante Dios” (Lc 12,21). En su necedad él no cae en la cuenta que todo le viene dado por la providencia de Dios, no sólo los bienes, sino también la misma vida. Lo hace notar la terminología usada en la parábola: 
La cosecha: “Los campos […] dieron mucho fruto” (Lc 12.16).
La vida: “esta noche te reclamarán el alma” (Lc 12,20).
No es la riqueza en sí misma la que constituye la necedad de este hombre, sino su avaricia que revela su locura. Pues él dice: “Alma mía, tienes a disposición muchos bienes, por muchos años; descansa, come , bebe y date la buena vida” (Lc 12,19).

La conducta del sabio, por el contrario, es muy diferente. Lo vemos por ejemplo encarnado en la persona de Job, que exclama con serenidad: “¡Desnudo salí del seno de mi madre, y desnudo regresaré. El Señor lo ha dado , el Señor lo ha quitado, bendito sea el nombre del Señor!” (Job 1,21). La tradición sapiencial nos trae muchas enseñanzas sobre la conducta del justo ante la riqueza: Prov 27,1; Ecle 11.19; Eclo 2,17-23; 5,17-6,2. También el Nuevo Testamento nos amonesta sobre esto: Mt 6,19-34; 1Cor 15, 32; Sant 4; 13-15; Ap 3, 17-18.

3.2 Preguntas para orientar la meditación y actualización:

● ¿Qué te ha llamado más la atención en este pasaje y en la reflexión?
● ¿Qué te dice el hecho de que Jesús permanezca neutral ante la cuestión del hombre rico?
● ¿Crees que la avaricia tiene algo que ver con la condición social en la que uno se encuentra?
● ¿Crees en la providencia divina?
● ¿Eres consciente de que lo que tienes viene de Dios, o te sientes dueño absoluto de tus bienes?

4. Oratio

1Crónicas 29: 10,19

«¡Bendito tú, oh Yahvé, Dios de nuestro padre Israel, desde siempre hasta siempre! Tuya, oh Yahvé, es la grandeza, la fuerza, la magnificencia, el esplendor y la majestad; pues tuyo es cuanto hay en el cielo y en la tierra. Tuyo, oh Yahvé, es el reino; tú te levantas por encima de todo. De ti proceden las riquezas y la gloria. Tú lo gobiernas todo; en tu mano están el poder y la fortaleza, y es tu mano la que todo lo engrandece y a todo da consistencia. Pues bien, oh Dios nuestro, te celebramos y alabamos tu Nombre magnífico. Pues, ¿quién soy yo y quién es mi pueblo para que podamos ofrecerte estos donativos? Porque todo viene de ti, y de tu mano te lo damos. Porque forasteros y huéspedes somos delante de ti, como todos nuestros padres; como sombras son nuestros días sobre la tierra y no hay esperanza. Yahvé, Dios nuestro, todo este grande acopio que hemos preparado para edificarte un templo para tu santo Nombre viene de tu mano y tuyo es todo. Bien sé, Dios mío, que tú pruebas los corazones y amas la rectitud; por eso te he ofrecido voluntariamente todo esto con rectitud de corazón, y ahora veo con regocijo que tu pueblo, que está aquí, te ofrece espontáneamente sus dones. Oh Yahvé, Dios de nuestros padres Abrahán, Isaac e Israel, conserva esto perpetuamente para formar los pensamientos en el corazón de tu pueblo y dirige tú su corazón hacia ti. Da a mi hijo Salomón un corazón perfecto, para que guarde tus mandamientos, tus instrucciones y tus preceptos, para que todo lo ponga por obra y edifique el alcázar que yo te he preparado.»

5. Contemplatio

Salmo 119:36-37  

Inclina mi corazón a tus dictámenes,
y no a ganancias injustas.
Aparta mis ojos de la vanidad,
hazme vivir por tu palabra.

Domingo XVIII de Tiempo Ordinario

En el dinero hay poder, e incluso puede decirse que el dinero es poder. Y el poder tiende a crear divisiones. En efecto, la riqueza es fuente de jerarquías sociales y de discriminaciones, ya que quien más posee se sitúa por encima de los demás. Por supuesto que quien tiene dinero puede utilizarlo para ayudar a los demás; pero si se convierte alguien en “hombre de dinero”, se convierte en alguien terriblemente solo, alienado, esclavo. El dinero se ha convertido en su cárcel.

 No es, por desgracia, demasiado raro que el reparto de una herencia – sea grande o pequeña – provoque la división en una familia. El hombre que se presenta a Jesús al comienzo del Evangelio que hoy hemos escuchado, le pide que intervenga con poder frente a su hermano. “Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo nuestra herencia”. Pero Jesús no acepta el ejercitar poder semejante. Le da más bien una enseñanza moral y hace bajo forma de una parábola.

 El personaje principal de esta parábola parece no existir más que para si mismo. Habla como si fuera la única persona que existiera en esta tierra. En su breve declaración, todo es dicho en primera persona: “¿Qué voy a hacer? No se dónde colocar mi cosecha… Ya se lo que hacer: voy a demoler misgraneros, construiré otros mayores y en ellos apilaré todo mi trigo y todo cuanto poseo Y entonces me diré a mi mismo… Descansa, come, bebe, goza de tu existencia.” Habla como si nada hubiera recibido de sus progenitores y como si no hubiese llegado a su riqueza por el trabajo de sus criado. Es un hombre horriblemente solo.

 Está solo incluso en la utilización de sus riquezas. Se preocupa tan sólo de acumular cada vez más. Ni siquiera se le ocurre pensar que los pobres y los hambrientos tendrían buena necesidad de esa riqueza acumulada en sus  almacenes.

 Su locura reside en el hecho de ser incapaz de comprender que todos los hombres – y todos los pueblos – son interdependientes. Locura ésta que ha conducido a la humanidad al borde de la catástrofe, toda vez que los países pobres se hacen cada vez más pobres y los países ricos se entregan cada vez con mayor frenesí a un consumo desenfrenado. Y esa misma división se acentúa, menester es decirlo, en el seno de cada país, incluso en el seno de los países pobres.

 Por lo que a nosotros, a quienes aquí nos encontramos, se refiere, no tenemos la posibilidad de acumular posesiones materiales o de controlar imperios económicos. Pero todos y todas tenemos nuestras posesiones. Posiblemente no muchas posesiones materiales, pero sí otro tipo de posesiones: nuestro renombre, nuestra reputación, la idea que de nosotros mismos tenemos y que ofrecemos a los demás, la estima y el afecto de nuestras hermanas y hermanos. No nos señala el mensaje de Jesús que todo eso malo, pero lo que sí nos dice es que si nos apegamos demasiado a todas estas posesiones, estamos sencillamente locos, oda vz que nos mantendrán separados de Dios cuando podrían y habrían de unirnos a Dios y a los demás.

 Si hemos resucitado en verdad a una vida nueva, como nos lo ha dicho Pablo en la segunda lectura que hoy hemos escuchado, nos encontramos en una situación en la que hemos rechazado cuanto podía dividirnos: divisiones raciales, religiosas, culturales. No hemos de preocuparnos del futuro, nos dice Pablo, ya que estamos viviendo en el fin de los tiempos. Ya que hemos resucitado unidos a Cristo, no tenemos que pensar en las cosas del mañana, sino en lo que ya hoy existe y que pertenece al reino en que Cristo se halla sentado a la derecha del Padre.

A. Veilleux

Y los demás ¿qué?

Si hay algo cierto, y universalmente reconocido, es que todos los humanos deseamos ser felices, aspiramos a lograr ese don preciado y misterioso al que llamamos felicidad. Los autores de todos los tiempos se han esforzado en definirla y hablan como de una sensación interna de serenidad, un bienestar agradable y tranquilo con sabor a remanso, fruto de haber conseguido lo que pretendíamos y que inocula en nuestro interior una ración considerable de plenitud. La filosofía nos dirá que la felicidad consiste en la posesión del bien.

Pero la felicidad es siempre algo muy subjetivo porque, como la situamos en la consecución de algo que nos falta y que ansiamos tener, el punto de mira de cada uno de los mortales toma una concreta dirección según sea el objeto que buscamos, necesitamos o deseamos: para unos es el sexo, el bienestar, el ser adulado y reverenciado, el dinero…; para otros es almacenar ciencia, ejercitar un deporte…

La parábola de hoy se refiere a un hombre que tenía fiebre por acumular cosechas a fin de percibir riquezas que le permitirían descansar plácidamente, comer, beber y divertirse; en definitiva, vivir como un marajá… Y cuando creyó haberlo conseguido, Dios le anunció: «¡Estúpido! Vas a morir esta noche». Jesús comentó: «Mirad de no caer en la avaricia, porque la vida del hombre no depende de la abundancia de de las riquezas». Y, refiriéndose al coleccionista de cosechas, , añadió: «Esto es lo que le sucede al que acumula riquezas pensando sólo en sí mismo, pero no se hace rico a los ojos de Dios».

Esto nos conduce a reflexionar acerca de la felicidad, de las riquezas, de la avaricia y de la dimensión social de los bienes. En primer lugar, tiene que quedar claro que ningún bien creado es capaz de reportarnos felicidad, sino que se trata de un ser caduco que, cuando se termina o desaparece, deja en nosotros un poso de soledad, una queja de que nos pareció escaso, y despierta sed y hambre de ello, volviendo a necesitarlo. De ahí lo absurdo de la avaricia: paulatinamente, nos hace insaciables… Y en cuanto a las riquezas que hay en el mundo, hemos de puntualizar que fueron creadas para que todos vivamos felices, y no sólo unos pocos. El Concilio Vaticano II nos decía: «Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos. En consecuencia, los bienes creados deben llegar a todos, bajo el estandarte de la justicia y acompañados de la caridad». Esto nos lleva a una conclusión obligada: la solidaridad. El papa san Juan Pablo II hablaba así a propósito de la solidaridad: «No es un sentimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas o lejanas. Al contrario es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos».

Volviendo al coleccionista de cosechas, pienso que qué acertado estuvo Jesús al llamarle «estúpido». Él pensaba que, abarrotando sus graneros, podría comprar la felicidad, y no se percataba de que el volumen de sus cosechas no estaba capacitado para proporcionársela; como tampoco se sintió, en ningún momento, solidario con los demás. Como señaló Jesús, «acumulaba riquezas pensando sólo en si mismo»… Si yo hubiera estado allí, le habría dicho: «Y los demás, ¿qué?

Pedro Mari Zalbide

Amoris laetitia – Francisco I

68. Luego, «siguiendo las huellas del Concilio Vaticano II, el beato Pablo VI profundizó la doctrina sobre el matrimonio y la familia. En particular, con la Encíclica Humanae vitae, puso de relieve el vínculo íntimo entre amor conyugal y procreación: “El amor conyugal exige a los esposos una conciencia de su misión de paternidad responsable sobre la que hoy tanto se insiste con razón y que hay que comprender exactamente […] El ejercicio responsable de la paternidad exige, por tanto, que los cónyuges reconozcan plenamente sus propios deberes para con Dios, para consigo mismos, para con la familia y la sociedad, en una justa jerarquía de valores” (10). En la Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, el beato Pablo VI evidenció la relación entre la familia y la Iglesia»[60].


[60] Relación final 2015, 43.

Domingo, día del Señor

El evangelio de Lucas insiste, repetidas veces, en la importancia de la oraciónSobre todo, en la necesidad que tenemos de pedirle al Padre lo que vemos que nos hace falta. La oración desempeña un papel central en la experiencia religiosa. Lucas es el que más insiste en la oración del propio Jesús. Es verdad que la forma de orar es lo que más caracteriza a cada religión. Pero todo esto no quiere decir que Jesús fuera el fundador de una religión nueva. Lo que Jesús quiso fue una religiosidad alternativa y marginal, en relación a la religión oficial de su cultura. Jesús se enfrentó al templo, a los sacerdotes, a los cultos, a la ley y a los rituales. Por todo ello, tuvo que soportar el enfrentamiento de los dirigentes religiosos. Pero nadie jamás pudo echarle en cara a Jesús que no orabaLo original de Jesús es que, para orar, no iba ni al templo, ni a la sinagoga. Jesús oraba siempre en sitios solitarios, en el campo, en los montes…

Todo esto se entiende mejor si tenemos presente que «orar» es «expresar un deseo»Un deseo que, lo pensemos o no lo pensemos, llega a Dios, al Trascendente. Por eso se puede afirmar que oramos lo que de verdad deseamos. De ahí que nuestros deseos son la forma y la medida de nuestra religiosidad. La religión insiste en la importancia de las plegarias, los rituales, las fórmulas y las palabras. Jesús insiste en algo más profundo, que es lo que de verdad deseamos, lo que apetecemos, lo que más nos preocupa o lo que más queremos.

Y ese es el sentido que tiene el «Padrenuestro». Que no es una «fórmula religiosa», sino «la expresión y el orden de nuestros deseos». Jesús nos dice así, lo que debemos desear. En definitiva, lo que más debemos apetecer en la vida. Y lo que más nos debe preocupar.

José María Castillo

Voz del verbo contestar

Vaciedad sin sentido, dice el Predicador, vaciedad sin sentido; todo es vaciedad… (Ecl 1,2; 2,21-23).

…Buscad los bienes de allá arriba… Aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra… (Col 3,1-5.9-11).

…Guardaos de toda clase de codicia. Pues aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes… (Lc 12,13-21).


Un libro de ruptura

Alguno, con evidente alivio, ha establecido que se ha terminado el tiempo de la contestación.

Y, sin embargo, la palabra de Dios en este domingo (¡y no solamente hoy!) aparece decididamente contestataria.

Las tres lecturas no hacen otra cosa más que contestar: costumbres, mentalidades, comportamientos, previsiones.

Comienza Qohelet, o Eclesiastés, o Presidente de la asamblea (o también, como prefiero, «uno de la asamblea», «uno que tiene algo que decir en la asamblea»), con su libro de ruptura -quizás un poco injustamente descuidado por la tradición cristiana- escrito alrededor de doscientos cincuenta años antes de Cristo, que nos echa encima puñados de inquietudes, interrogantes angustiosos, críticas radicales.

Es demasiado cómodo liquidar esa lava incandescente como producto de un incurable pesimista.

Con agudeza da en el blanco B. Maggioni cuando ofrece esta interpretación: «Entre la creencia en la justicia sobre la tierra, que es rechazada, y la creencia en la justicia después de la muerte, que no ha sido todavía vislumbrada, la fe pasa a través de una crisis. 

Qohelet es un libro de crisis… un libro de transición…». Y puede convertirse, precisamente a través de la demolición despiadada de cómodas sistematizaciones filosóficas y teológicas, en la denuncia descarnada de todas las contradicciones, en una transición, en un paso obligado hacia una fe auténtica (aunque el autor permanezca como testigo en la vertiente de la negación, de la demolición de las construcciones postizas, y no esté dispuesto a ofrecer una nueva síntesis).

Es necesario tener presente la pregunta de fondo en torno a la cual gira todo el libro: ¿qué sentido tiene la vida?

«Vaciedad» es su respuesta. «Todo es vaciedad», martillea en cada página.

Vaciedad es la primera y la última palabra de este libro contestario. La palabra hebrea hebel (de la que se deriva Abel) indica soplo (soplo que pasa de prisa y se apaga inmediatamente), vapor que se desvanece rápidamente, humo que se disipa.

Consiguientemente una realidad furtiva, pasajera, de escasa consistencia.

Alguno -como Barucq- traduce absurdo (pero peligra caer en una categoría filosófica).

Algún otro -como Maillot- prefiere fragilidad.

No estamos en el campo de la no-realidad. La existencia es real, pero sus construcciones -y antes todavía los proyectos de los hombres y los esfuerzos para realizarlos- no son sólidas, sino frágiles. Viento, precisamente.

La sombra de la muerte planea sobre el libro desde la primera página, y parece una gélida ala que envuelve el universo entero. Entre los otros, Qohelet presenta un ejemplo concreto de vaciedad: un hombre trabaja toda la vida, pasa las noches insomnes, se somete a sacrificios inenarrables, se afana para realizar algo duradero. Frente al vencimiento obligado de la muerte podría consolarse con el pensamiento de dejar algo «sólido», importante, que los otros apreciarán y custodiarán.

Nada de esto. ¿Quién puede prever si el sucesor será cuerdo o estúpido? Existe el riesgo de que un heredero necio, y que no ha puesto ni siquiera una gota de sudor, disipe en poco tiempo lo que se ha acumulado con tanto esfuerzo.
Así, no sólo se olvida inmediatamente lo que uno ha sido, sino que se destruye lo que uno ha hecho.

También el trabajo -realizado con inteligencia, pasión, fantasía, habilidad- está bajo el signo de la vaciedad.

Jesús contestatario

Jesús, en la página de Lucas, contesta en primer lugar la tarea de árbitro que uno quería asignarle en una controversia de herencia (¡he ahí una sorprendente conexión con la inquietud de Qohelet!).

Su misión se coloca en un nivel distinto al de las disputas mezquinas vinculadas a intereses económicos.

Dios -aunque con frecuencia se ha pretendido esto de él- no es el guardián, ni el supra-policía de las cajas fuertes o de los «recintos» que se querrían considerar los más sagrados del templo.

Cristo ha venido para hacernos descubrir que Dios nos ama, para darnos el mandamiento del amor mutuo, no para establecer quién tiene razón y quién sinrazón entre dos hermanos que riñen y se despedazan por un puñado de dinero.
El enseña a compartir, y no puede ser demandado como testigo «neutral» entre gente entrenada en hacer valer los propios derechos. Y tenemos todavía a Jesús contestario severo de los pensamientos y proyectos del «rico necio». El soliloquio complacido de éste es interrumpido bruscamente por un juicio sin apelación: «¡Necio!».

El inventario de su fortuna, los planes de ampliación de los graneros, las consideraciones acerca del «tranquilizador» estado de salud de su hacienda, las rosadas previsiones de un futuro sin problemas, salpicado de comilonas continuas y bebidas regalonas, van a chocar contra un muro: la noche. Es más, «esta noche».

Frente a la muerte, no podrá presentar esos balances. Las cifras de los beneficios ya no son legibles en esa oscuridad total. En todo caso podrán despuntar otras cifras luminosas (las cifras del ser, de la fraternidad, del don, de la alegría regalada, de la amistad desinteresada, del amor fiel…), que desgraciadamente parece que están ausentes en sus libros contables.

«Esta noche te van a exigir la vida…».

Muchos están preparados para presentar registros perfectos (tanto del tener como del saber, e incluso de los éxitos obtenidos). Lo malo es que se «exige» la vida. Es necesario dar cuenta de la vida, no de aquello que uno ha amontonado. O sea, ¿qué has hecho de tu vida? ¿En qué la has empleado? ¿Qué orientación la has dado?

El rico es estúpido no porque muere. Sino porque equivoca la vida de una manera clamorosa. Y aunque la «noche» fuese desplazada a cien años después, continuaría comportándose como un «necio», o sea no-viviendo.

Jesús, en el fondo, le acusa de no ser bastante previsor. No ha logrado pensar «más allá» de la noche. Agranda los silos, pero no logra ampliar los horizontes, se deja aprisionar en el horizonte terrestre, que termina por sofocarlo.

Jesús ni siquiera condena la riqueza. Simplemente censura a quien hace de ella un ídolo, que termina por sustituir al único Señor; suspende a quien «amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios».

El Maestro no enseña el desprecio de las realidades terrestres. Propone la superación.

Además, contesta, especialmente, la mentalidad corriente según la cual la vida del hombre «depende de sus bienes».

La seguridad no viene de lo que uno ha acumulado, sino de los valores sobre los que ha planteado la propia existencia.

La codicia empobrece al hombre, lo hace menos hombre, menos humano, incluso inhumano y, por último, lo convierte en ciego y por consiguiente desprovisto de la única luz capaz de aclarar la «noche» inevitable.

Es necesario contestar al hombre viejo

También Pablo contesta a quien limita la propia mirada a la contemplación de las cosas de aquí abajo, sin explorar las de allá arriba. E invita al cristiano a contestar radicalmente «al hombre viejo». La experiencia pascual del bautismo permite el nacimiento del hombre nuevo, liberado de todas las idolatrías, capaz de dar la muerte a lo que lleva gérmenes de muerte (placeres egoístas, pasiones insanas, malos deseos, apasionamiento del sexo, «avaricia insaciable»), y de descubrir los verdaderos tesoros.

Hay un pasado con el que romper, un presente que vivir con fe y lucidez, y un futuro de gloria -garantizado por Cristo «sentado a la derecha de Dios»- hacia quien dirigir los ojos atravesando el muro de la «noche».

También resulta significativa la advertencia: «No sigáis engañándoos unos a otros».

El hombre nuevo, como signo de que está en él, escondida, la vida de Cristo, manifiesta la sinceridad, la transparencia (¿quién sabe si en la praxis de cada uno y de la comunidad y de las instituciones, existe esta conciencia clara de que la mentira -pequeña o grande es un producto del hombre viejo, y consiguientemente la prueba de que Cristo aún no ha entrado en nuestra existencia? Todavía hoy se continúa pontificando sobre el post-moderno. Quizás fuese mejor verificar si determinados comportamientos y lenguajes no se colocan en el pre-cristiano…).

Y la frase de la Carta a los colosenses, en relación a nuestro tema, pueda constituir una invitación a no engañar a los otros con una vida no verdadera, no auténtica, aparente.

Nuestra sociedad se presenta, en muchas de sus manifestaciones, como una sociedad de mutua ilusión.

El cristiano rechaza participar y prestarse de alguna manera a este juego de los mutuos engaños.

A quien le pregunta por el camino (aunque sea de una manera implícita), el creyente no puede sino sugerir un horizonte que está «más allá». Más allá de la posesión, del goce desenfrenado, del poder, del saber, del aparecer.

En una palabra, «más allá» del mercado y «más allá» del escenario.

Tema: añadir al menos una palabra… Volvamos al principio.

Qohelet sostiene que todo es vaciedad y nada más que vaciedad. Dado el horizonte en que se ha colocado (no por su culpa, entiéndase bien) tiene que llegar a esta conclusión.

Podría haber conocido la parábola de Jesús sobre el rico necio y las frases que lo preceden, podría al menos haber insinuado una sospecha: «Todo es vanidad, excepto quizás…».

De esta manear hebel no hubiera sido la última palabra, sino la penúltima.

El excepto tenemos que ponerlo nosotros. Lo que más cuenta, y cada uno es invitado a añadir algo después de aquel providencial «excepto» (una especie de eje sutil que permite saltar el abismo de la «noche» abierto de par en par).

Nadie puede hacerlo por nosotros.

Así pues, todo es vaciedad, excepto… Animo, completemos la frase.

No es un deber de la escuela. Es el tema de la vida.

A. Pronzato

El «sí» siempre lo tenemos

Cuando hemos querido solicitar algo, a una persona o administración, y tenemos dudas acerca de si nos lo concederán y no nos decidimos a realizar la petición, a menudo personas de nuestro entorno nos han dicho: “Tú pídelo: el «no» siempre lo tienes”. Con esto nos están queriendo decir que no nos demos por vencidos antes de tiempo, que con realizar la petición no perdemos nada, porque si no se nos concede estaremos igual que ahora, pero que si lo pedimos, aunque haya dudas, es posible que sí se nos conceda. Y lo que es seguro es que, si no hacemos la petición nunca conseguiremos lo que solicitamos.

Hoy la Palabra de Dios nos invita a presentarle nuestras peticiones. Muchas veces pedimos, pero no lo hacemos bien, y nos desanimamos cuando no lo recibimos, pero aun así, Él nos invita a seguir haciéndolo. Pero no pensando que no vamos a perder nada con hacerlo ya que “el «no» siempre lo tenemos”, sino todo lo contrario: porque por parte de Dios, el «sí» siempre lo tenemos, aunque lo dudemos.

Lo que necesitamos es aprender a realizar nuestras peticiones, y lo primero es que nuestras peticiones han de hacerse siempre desde la oración, no como si nos dirigiéramos a una administración pública o, menos aún, como una exigencia. Por eso hacemos nuestras las palabras de los discípulos: Señor, enséñanos a orar.

Y Jesús nos dice que, lo primero, es recordar que Dios es Padre: no es un Ser indeterminado, tampoco es un alto funcionario al que dirigimos una instancia…sino que es nuestro Padre.

Y en esa oración, si nos fijamos, de todas las peticiones sólo una se refiere a algo material (danos cada día nuestro pan del mañana), el resto se refieren a la relación con Dios (santificado sea tu nombre, venga tu reino, no nos dejes caer en la tentación) y a los demás (también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo). ¿Qué lugar ocupa lo material en mi oración, respecto a la relación con Dios y los demás?

También nos enseña a no darnos por vencidos en la oración, por nosotros o por los demás, como Abrahán en la 1ª lectura, con humildad pero con audacia: Me he atrevido a hablar a mi Señor, ¿y si…? ¿Pido con humildad? ¿Soy audaz en la oración, “me atrevo a pedir”? ¿Intercedo por los demás?

Y además, orar con confianza, como el amigo de la parábola del Evangelio, que acude a pedir durante la media noche, insistiendo aun a sabiendas de que está siendo importuno, pero confía en que el otro le dará cuanto necesite. ¿Oro con confianza o en el fondo desconfío de alcanzar lo solicitado?

Desde estas características el Señor nos invita a orar: Pedid… buscad… llamad, porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre. Pero como de nuevo inevitablemente alegamos tener la experiencia de pedir y no haber recibido, de buscar y no haber hallado… el Señor nos vuelve a recordar lo primero que nos ha dicho: Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden? Aunque hayamos tenido esa experiencia de “pedir y no recibir”, no debemos olvidar que a quien dirigimos nuestra petición, es a nuestro Padre, y por eso el “sí” siempre lo tenemos, porque Él nos va a dar el Espíritu Santo, que será quien nos hará descubrir la respuesta que Dios, nuestro Padre, da a nuestra oración; una respuesta que, aunque no sea la que esperamos o queremos, siempre será lo mejor para nosotros.

Hagamos una revisión de nuestra oración: ¿Qué características tiene? ¿Es insistente, o sólo cuando necesito algo? ¿Es humilde, audaz, confiada…? ¿Está centrada en aspectos materiales? ¿Es una oración abierta, intercesora, por las necesidades de los demás? ¿Me “conformo” con el Espíritu Santo, o me quedo decepcionado si no recibo lo que he pedido y como lo he pedido?

Por parte de Dios, el “sí” siempre lo tenemos. Y ese “sí” es su Espíritu Santo. En la oración sobre las ofrendas pediremos que estos santos misterios, donde tu Espíritu actúa eficazmente, santifiquen los días de nuestra vida. Necesitamos participar en la Eucaristía y demás Sacramentos porque así el Espíritu actúa en nosotros para que nuestra oración tenga las características adecuadas y podamos pedir, buscar y llamar con la confianza de que el “sí”, por parte de Dios, siempre lo tenemos.

Desenmascarar la insensatez

El protagonista de la pequeña parábola del «rico insensato»es un terrateniente como aquellos que conoció Jesús en Galilea. Hombres poderosos que explotaban sin piedad a los campesinos, pensando sólo en aumentar su bienestar. La gente los temía y envidiaba: sin duda eran los más afortunados. Para Jesús, son los más insensatos.

Sorprendido por una cosecha que desborda sus expectativas, el rico propietario se ve obligado a reflexionar: «¿Qué haré?». Habla consigo mismo. En su horizonte no aparece nadie más. No parece tener esposa, hijos, amigos ni vecinos. No piensa en los campesinos que trabajan sus tierras. Sólo le preocupa su bienestar y su riqueza: mi cosecha, mis graneros, mis bienes, mi vida…

El rico no se da cuenta de que vive encerrado en sí mismo, prisionero de una lógica que lo deshumaniza vaciándolo de toda dignidad. Sólo vive para acumular, almacenar y aumentar su bienestar material: «Construiré graneros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come y date buena vida».

De pronto, de manera inesperada, Jesús le hace intervenir al mismo Dios. Su grito interrumpe los sueños e ilusiones del rico: «Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?». Ésta es la sentencia de Dios: la vida de este rico es un fracaso y una insensatez.

Agranda sus graneros, pero no sabe ensanchar el horizonte de su vida. Acrecienta su riqueza, pero empequeñece y empobrece su vida. Acumula bienes, pero no conoce la amistad, el amor generoso, la alegría ni la solidaridad. No sabe dar ni compartir, sólo acaparar. ¿Qué hay de humano en esta vida?

La crisis económica que estamos sufriendo es una «crisis de ambición»: los países ricos, los grandes bancos, los poderosos de la tierra… hemos querido vivir por encima de nuestras posibilidades, soñando con acumular bienestar sin límite alguno y olvidando cada vez más a los que se hunden en la pobreza y el hambre. Pero, de pronto nuestra seguridad se ha venido abajo. 

Esta crisis no es una más. Es un «signo de los tiempos» que hemos de leer a la luz del evangelio. No es difícil escuchar la voz de Dios en el fondo de nuestras conciencias: «Basta ya de tanta insensatez y tanta insolidaridad cruel». Nunca superaremos nuestras crisis económicas sin luchar por un cambio profundo de nuestro estilo de vida: hemos de vivir de manera más austera; hemos de compartir más nuestro bienestar.

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio (31 de julio)

Parece claro que es la codicia, la que nos ha llevado a esta crisis que estamos padeciendo: “Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes”. Esta crisis ha dejado a miles de personas en el paro, a un montón de trabajadores precarios que aún teniendo trabajo no llegan a fin de mes, a  gente sin casa y familias en la desesperación. Mientras que los mejor situados en el sistema, han visto aumentar sus ingresos y la brecha entre ricos y pobres ha aumentado. Son simplemente datos de Cáritas.

De esto, nos habla la parábola que se nos propone en este domingo y que sin duda, goza de una gran actualidad. Demasiados piensan que lo mejor es almacenar, especular, llenar las arcas, los graneros, asegurar su vida para muchos años, aunque eso implique fastidiar la de otros. Lo importante es descansar, comer, beber, banquetear, disfrutar, aparentar. El dios dinero: “no podéis servir a Dios y al dinero”, se ha convertido en nuestra nueva religión, todos estamos tocados por un ambiente, que nos recuerda, que si no tienes, no eres, estás al margen, descartado, invisible.

La primera lectura del Eclesiastés nos proclama: “¡Vanidad de vanidades; todo es vanidad!”, y Jesús nos dice:”Necio, esta noche te van a reclamar el alma, y ¿de quién será lo que has preparado?”. Somos con frecuencia  necios y vanidosos, preferimos no pensar, que lo que tenemos, no nos garantiza saber si vamos a estar vivos mañana. “Que me quiten lo bailado” decimos, seguimos con el ansia de acumular, todo es poco para sentirnos satisfechos, necesitamos más productividad, más bienestar, más consumo. Esta codicia a la que nos impulsa el sistema neoliberal, es un peligro mortal, la vida de uno no está asegurada por sus bienes.

Quizás a Jesús, le hubiera gustado esta parábola que cuenta Anthony de Mello y que podemos usar en esta homilía: “Un hombre caminaba sosegadamente por un camino en los alrededores de una aldea india. Vestía una túnica simple, llevaba un hatillo a la espalda y calzaba sandalias. De pronto, alguien le alcanzó corriendo por detrás y le dijo entrecortadamente: ¡La piedra, la piedra! ¡Dame la piedra! Tuve un sueño esta noche y la diosa Visnú me dijo que encontraría cerca de esta aldea a un hombre que posee la mayor piedra preciosa del mundo y que yo podría conseguirla.

Te refieres a esta, dijo el otro sacando de su hatillo un enorme diamante, la encontré esta mañana junto al camino. Llévatela si quieres, yo no la necesito. El hombre contemplo deslumbrado el diamante más grande y hermoso que jamás había visto. En sus destellos veía todo lo que podría adquirir gracias a él: se haría rico, cambiaría de casa, tendría sirvientes, compraría el elixir de la eterna juventud… Arrebató el diamante de las manos del caminante y echó a correr. El hombre lo miró alejarse y se sentó a meditar a la sombra de un árbol junto al camino.

Al atardecer vio venir hacia él al hombre que le había arrebatado el diamante por la mañana. Se acercó a él con la piedra preciosa en la mano, se la entregó y le dijo: Dime, a cambio cuál es la fuerza y el secreto que te permite desprenderte con tanta facilidad de este diamante” (Anthony de Mello, “El canto del pájaro”). Seguro que el texto del Evangelio de hoy hubiera terminado igual, con la misma enseñanza: “Así será el que amasa riqueza para sí y no es rico ante Dios”.

Dice San Pablo a los Colosenses: “Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra”. No son tiempos fáciles para abandonar la idolatría del dinero que nos da seguridad, e intentar vivir en sobriedad y sobre todo atentos a las víctimas de la crisis. ¿Cuál es la fuerza y el secreto que nos puede permitir despendernos?: el Reino de Dios, los bienes de allá arriba.

Julio César Rioja