II Vísperas – Domingo XIX de Tiempo Ordinario

II VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: SANTA UNIDAD Y TRINIDAD BEATA.

Santa unidad y Trinidad beata:
con los destellos de tu brillo eterno,
infunde amor en nuestros corazones,
mientras se va alejando el sol de fuego.

Por la mañana te cantamos loas
y por la tarde te elevamos ruegos,
pidiéndote que estemos algún día
entre los que te alaban en el cielo.

Glorificado sean por los siglos
de los siglos el Padre y su Unigénito,
y que glorificado con entrambos
sea por tiempo igual el Paracleto. Amén

SALMODIA

Ant 1. Oráculo del Señor a mi Señor: «Siéntate a mi derecha.» Aleluya.

Salmo 109, 1-5. 7 – EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»

Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.

En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Oráculo del Señor a mi Señor: «Siéntate a mi derecha.» Aleluya.

Ant 2. El Señor piadoso ha hecho maravillas memorables. Aleluya.

Salmo 110 – GRANDES SON LAS OBRAS DEL SEÑOR

Doy gracias al Señor de todo corazón,
en compañía de los rectos, en la asamblea.
Grandes son las obras del Señor,
dignas de estudio para los que las aman.

Esplendor y belleza son su obra,
su generosidad dura por siempre;
ha hecho maravillas memorables,
el Señor es piadoso y clemente.

Él da alimento a sus fieles,
recordando siempre su alianza;
mostró a su pueblo la fuerza de su poder,
dándoles la heredad de los gentiles.

Justicia y verdad son las obras de sus manos,
todos sus preceptos merecen confianza:
son estables para siempre jamás,
se han de cumplir con verdad y rectitud.

Envió la redención a su pueblo,
ratificó para siempre su alianza,
su nombre es sagrado y temible.

Primicia de la sabiduría es el temor del Señor,
tienen buen juicio los que lo practican;
la alabanza del Señor dura por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Señor piadoso ha hecho maravillas memorables. Aleluya.

Ant 3. Reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo. Aleluya.

Cántico: LAS BODAS DEL CORDERO – Cf. Ap 19,1-2, 5-7

El cántico siguiente se dice con todos los Aleluya intercalados cuando el oficio es cantado. Cuando el Oficio se dice sin canto es suficiente decir el Aleluya sólo al principio y al final de cada estrofa.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios
(R. Aleluya)
porque sus juicios son verdaderos y justos.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Alabad al Señor sus siervos todos.
(R. Aleluya)
Los que le teméis, pequeños y grandes.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo.
(R. Aleluya)
Alegrémonos y gocemos y démosle gracias.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Llegó la boda del cordero.
(R. Aleluya)
Su esposa se ha embellecido.
R. Aleluya, (aleluya).

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo. Aleluya.

LECTURA BREVE 1Pe 1, 3-5

Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para una herencia incorruptible, pura, imperecedera, que os está reservada en el cielo. La fuerza de Dios os custodia en la fe para la salvación que aguarda a manifestarse en el momento final.

RESPONSORIO BREVE

V. Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.
R. Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.

V. Digno de gloria y alabanza por los siglos.
R. En la bóveda del cielo.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Dichosos aquellos siervos, a quienes el amo a su llegada encuentra velando; os aseguro que los hará sentar a la mesa y se prestará a servirles.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Dichosos aquellos siervos, a quienes el amo a su llegada encuentra velando; os aseguro que los hará sentar a la mesa y se prestará a servirles.

PRECES

Invoquemos a Dios, nuestro Padre, que maravillosamente creó el mundo, lo redimió de forma más admirable aún y no cesa de conservarlo con amor, y digámosle:

Renueva, Señor, las maravillas de tu amor.

Señor, tú que en el universo, obra de tus manos, nos revelas tu poder,
haz que sepamos ver tu providencia en los acontecimientos del mundo.

Tú que por la victoria de tu Hijo en la cruz anunciaste la paz al mundo,
líbranos de todo desaliento y de todo temor.

A todos los que aman la justicia y trabajan por conseguirla,
concédeles que cooperen con sinceridad y concordia en la edificación de un mundo mejor.

Ayuda a los oprimidos, consuela a los afligidos, libra a los cautivos, da pan a los hambrientos
y fortalece a los débiles, para que en todos se manifieste el triunfo de la cruz.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que al tercer día resucitaste a tu Hijo gloriosamente del sepulcro,
haz que nuestros hermanos difuntos lleguen también a la plenitud de la vida.

Concluyamos nuestra súplica con la oración que el mismo Cristo nos enseñó:

Padre nuestro…

ORACION

Dios todopoderoso y eterno, a quien confiadamente invocamos con el nombre de Padre, intensifica en nosotros el espíritu de hijos adoptivos tuyos, para que merezcamos entrar en posesión de la herencia que nos tienes prometida. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

Anuncio publicitario

Lectio Divina – 7 de agosto

Lectio: Domingo, 7 Agosto, 2016

Enseñanza de Jesús sobre la vigilancia

Lucas 12, 32-48

Oración inicial

Ven, oh Santo Espíritu, llena los corazones de tus fieles.
Tú que ya has venido para hacernos fieles, 
ven ahora para hacernos dichosos.
Tú que has venido para que, con tu ayuda,
pudiésemos gloriarnos en la esperanza 
de la gloria de los hijos de Dios, 
ven de nuevo para que podamos gloriarnos también de su posesión.
A ti te concierne el confirmar, consolidar
perfeccionar y llevar a cumplimiento.
El Padre nos ha creado, el Hijo nos has redimido: 
cumple pues, lo que a ti te compete.
Ven a introducirnos en toda la verdad, al gozo del Sumo Bien,
a la visión del Padre, a la abundancia de todas las delicias,
al gozo de los gozos. Amén.
(Gualtero de San Victor)

1. Lectio

a) Clave de lectura:

Estamos en un doble contexto: la formación de los discípulos y de las discípulas durante el camino de Jesús a Jerusalén (9,51-19,28) y la reacción de los paganos convertidos, en las comunidades lucanas, después del entusiasmo inicial y el prolongarse la venida del Señor. Los discípulos tienen miedo (9,45) de la nueva perspectiva de la misión de Jesús, que deberá sufrir (9,22.43-44), continúa dominando en ellos la mentalidad de un Mesías glorioso, más seguro. Así también en las nuevas comunidades cristianas (años 80), comienza a retoñar el espíritu pagano. Mejor es esperar antes de convertirse estable y profundamente, poner a un lado el cambio de vida y mentalidad. Jesús asegura a los discípulos y discípulas, con tres pequeñas parábolas les hace reflexionar sobre el significado del encuentro con Dios, sobre el sentido de la vigilancia y de la responsabilidad de cada uno en el momento presente.

b) Una posible división del texto:

12,32-35 introducción
12,36-38 parábola del amo que vuelve de las bodas
12,39 parábola del ladrón que descerraja, horada 
12,40-41 los discípulos llamados en causa
12,42-46 parábola del administrador
12,47-48 conclusión

c) El texto:

32 «No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino.
33 «Vended vuestros bienes y dad limosna. Haceos bolsas que no se deterioran, un tesoro inagotable en los cielos, donde no llega el ladrón, ni la polilla corroe; 34 porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.
Lucas 12, 32-4835 «Tened ceñida la cintura y las lámparas encendidas, 36 y sed como hombres que esperan a que su señor vuelva de la boda, para que, en cuanto llegue y llame, al instante le abran. 37 Dichosos los siervos a quienes el señor, al venir, encuentre despiertos: yo os aseguro que se ceñirá, los hará ponerse a la mesa y, yendo de uno a otro, les servirá. 38 Que venga en la segunda vigilia o en la tercera, si los encuentra así, ¡dichosos ellos! 39 Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora iba a venir el ladrón, no dejaría que le horadasen su casa. 40Estad también vosotros preparados, porque cuando menos lo penséis, vendrá el Hijo del hombre.»
41 Dijo Pedro: «Señor, ¿dices esta parábola para nosotros o para todos?» 42 Respondió el Señor: «¿Quién es, pues, el administrador fiel y prudente a quien el señor pondrá al frente de su servidumbre para darles a su tiempo su ración conveniente? 43 Dichoso aquel siervo a quien su señor, al llegar, encuentre haciéndolo así. 44 De verdad os digo que le pondrá al frente de toda su hacienda.45 Pero si aquel siervo se dice en su corazón: `Mi señor tarda en venir’, y se pone a golpear a los criados y a las criadas, a comer y a beber y a emborracharse, 46 vendrá el señor de aquel siervo el día que no espera y en el momento que no sabe, le castigará severamente y le señalará su suerte entre los infieles.
47 «Aquel siervo que, conociendo la voluntad de su señor, no ha preparado nada ni ha obrado conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes; 48 el que no la conoce y hace cosas que merecen azotes, recibirá pocos; a quien se le dio mucho, se le reclamará mucho; y a quien se confió mucho, se le pedirá más.

2. Un momento de silencio orante

para que la Palabra de Dios pueda entrar en nosotros e iluminar nuestra vida.

a) Algunas preguntas:

– ¿Qué sentimientos ha suscitado en mi la lectura del texto? ¿Miedo, confianza, sorpresa, gozo, esperanza, confusión…?
– La vida cristiana: ¿Cuánto tiene para mi de gozo, cuánto de peso? ¿Cuánto es deber, cuánto es amor?
– El pensamiento de mi muerte imprevista: ¿Qué suscita en mi?
– ¿En qué medida es esperada la comunión con Dios, en qué medida se posee de mi?
– La mentalidad pagana del “carpe diem”, contraria a los valores evangélicos: ¿Cómo se manifiesta hoy?
– Ser vigilantes, fieles, trabajadores por el Reino, preparados: ¿Qué comporta a mi vida?

b) Comentario:

Pensemos en una catequesis sobre la vuelta del Señor.

12,32 No hay motivo para tener miedo.
No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino. Aseguración de Jesús de frente al miedo de los discípulos a través de la metáfora del rebaño (Jn 10; 21,15-17) y del buen pastor. Se necesita temer a los falsos profetas (Mt 7,15). El Padre quiere que no se pierda ninguno (Mt 18,12-16), Él nos proporcionará todo (Rom 8,28-32). Un puesto nos ha preparado desde la fundación del mundo (Mt 25,34), somos herederos con el Hijo (1Pt 1,3-5).

12,33-34 Acojamos hoy la riqueza del poseer a Dios, único bien. ¡Sólo Dios basta!
Vended vuestros bienes y dad limosna. Haceos bolsas que no se deterioran, un tesoro inagotable en los cielos, donde no llega el ladrón, ni la polilla corroe; porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.
Jesús ya había dicho lo de no acumular bienes (Mt 6,20-21). La comunidad cristiana había entendido el sentido de la libertad de bienes y la del compartir (At 4,34) porque el tiempo se ha hecho breve (1Cor 7,29-31). La vida nueva en Cristo se convierte en el criterio para la posesión de cualquier bien.

12,35 Empeñémonos en lo cotidiano
Tened ceñida la cintura y las lámparas encendidas;
Porque al Padre le ha agradado daros el Reino, es necesario estar preparados para poseerlo, después de haber dejado todo impedimento. Los judíos se ceñían sus largos vestidos a los lomos para poder trabajar mejor. Elías se ciñe para correr (1Re 18,46). La conducta que Jesús recomienda a los que esperan su venida es la de ponerse a la obra, de no caer en la mediocridad (1Ts 5,6-8; 1Pet 5,8; 1,13). La vigilancia es fundamental para el cristiano. Más que una conducta moral es la condición de vida, una vez revestido de Cristo y dedicado a su Reino.

12,37-38 El encuentro con Dios será maravilloso
Dichosos los siervos a quienes el señor, al venir, encuentre despiertos: yo os aseguro que se ceñirá, los hará poner a la mesa y yendo de uno a otro les servirá. Que venga en la segunda vigilia o en la tercera, si los encuentra así ¡dichosos ellos!
¡Es sorprendente el gesto del señor que se pone a servirlos! Es lo que ha hecho Jesús lavando los pies a los discípulos (Jn 13,4-5). La noche dividida en partes (Mc 13,35) según el uso romano, se convierte cada vez más empeñativa para el que vigila. El futuro está garantizado por la fidelidad creativa al Señor.

12.39 No perdamos el tiempo (¡y dinero!) para proveer el futuro
Entendedlo bien: si el dueño da casa supiese a qué hora iba a venir el ladrón, no dejaría que le horadasen su casa.
Un argumento para la vigilancia es el hecho de que no se sabe cuando vendrá el Señor (Mt. 24,42-51). Tanto el día del juicio final como el de la muerte individual son desconocidos. Su venida no puede ser prevista (Ap 3,3). Esto impresionó mucho a los discípulos (1Ts 2,1-2: 2Pt 3,10).

12,40-41 El amor y no la pertenencia formal debe ser nuestra fuerza.
Estad también vosotros preparados, porque cuando menos lo penséis, vendrá el Hijo del hombre. Dijo Pedro: “Señor, ¿dices esta parábola para nosotros o para todos?”
Pedro, su hombre viejo, todavía piensa en cualquier privilegio, habiendo abandonado todo por seguir a Jesús (Mt 19,27). Jesús ayuda a madurar la conciencia de Pedro, respondiendo indirectamente con la parábola del buen administrador.
La conversión es un proceso que dura toda la vida, incluso para los que se sienten cercanos al Señor.

12,42-44 Conjugar la vigilancia con la fidelidad al servicio que se nos ha confiado.
Respondió el Señor: “¿Quién es, pues, el administrador fiel y prudente a quien el señor pondrá al frente de su servidumbre para darles a su tiempo su ración conveniente? Dichoso aquel siervo a quien su señor, al llegar, encuentre haciéndolo así. De verdad os digo que le pondrá al frente de toda su hacienda.
Lucas usa “administrador” en vez de “siervo” (Mt 24,45) casi dejando entender la pregunta en boca de Pedro. Los jefes, en particular, deben ser fieles en el servicio.

12,45-46 Sin dejar nuestra conversión para un mañana impreciso.
Pero si aquel siervo dijese en su corazón: «Mi señor tarda en venir» y se pone a golpear a los criados y a las criadas, a comer y beber y a emborracharse, vendrá el señor de aquel siervo el día que no espera y en el momento que no sabe, le castigará severamente y le señalará su suerte entre los infieles.
Hay algunos que han acogido con entusiasmo el anuncio evangélico, pero ahora, de frente a las dificultades presentes y a los empeños consiguientes, comienzan a retomar las viejas costumbres: violencia, intemperancia, abandono a los instintos. Todos los valores contrarios al evangelio.

12,47 Dando según la medida que hemos recibido.
Aquel siervo, que, conociendo la voluntad de su señor, no ha preparado nada ni ha obrado conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes; el que no la conoce y hace cosas que merecen azotes, recibirá pocos.
El Señor dará a cada uno según sus acciones (Mt 16,27) y según la gracia recibida (Rom 11,11-24. Judíos, paganos, convertidos o fieles a la propia religión serán juzgados según su propia conciencia.

12,48 Porque grande será la comunión eterna con Dios
A quien se le dio mucho, se le reclamará mucho; y a quien se confió mucho, se le pedirá más.
Al final de la vida, según San Juan de la Cruz, seremos juzgados por el amor. Ver también Mt 25,15-16.

3. Salmo 33, 1-5; 13-15; 18-22

¡Aclamad con júbilo, justos, a Yahvé,
que la alabanza es propia de hombres rectos!
¡Dad gracias a Yahvé con la cítara,
tocad con el arpa de diez cuerdas;
cantadle un cántico nuevo,
acompañad la música con aclamaciones!
Pues recta es la palabra de Yahvé,
su obra toda fundada en la verdad;
él ama la justicia y el derecho,
del amor de Yahvé está llena la tierra.

Yahvé observa de lo alto del cielo,
ve a todos los seres humanos;
desde el lugar de su trono mira
a todos los habitantes de la tierra;
él, que modela el corazón de cada uno,
y repara en todas sus acciones.

Los ojos de Yahvé sobre sus adeptos,
sobre los que esperan en su amor,
para librar su vida de la muerte
y mantenerlos en tiempo de penuria.
Esperamos anhelantes a Yahvé,
él es nuestra ayuda y nuestro escudo;
en él nos alegramos de corazón
y en su santo nombre confiamos.
Que tu amor, Yahvé, nos acompañe,
tal como lo esperamos de ti.

4. Oración final

Arda en nuestros corazones, oh Padre, la misma fe que empujó a Abrahám a vivir sobre la tierra como peregrino, y no se apague nuestra lámpara, para que vigilantes en espera de tu hora seamos conducidos por ti a la patria eterna (Colecta del domingo 19 C).

Domingo XIX de Tiempo Ordinario

La historia, vista con ojos humanos, tiene casi siempre mucho de pesadilla. Lo cual es hoy verdadero, como era verdadero en la época de los profetas y en la época de Jesús. Siempre hemos tenido que padecer más escándalos, más opresión y agresión, más guerra y limpiezas étnicas de lo que podemos imaginarnos.

Es menester, no obstante, que  redituemos todo esto en un contexto más amplio, en relación con el pasado, verdad es, pero ante todo en relación con el futuro.. En efecto, si verdad es que el pasado puede ayudarnos a comprender lo que hoy vivimos, es ante el futuro el que da su sentido a lo que estamos hoy viviendo. De ahí que nos invite Jesús a estar dispuestos para el día del encuentro final con nuestro Dios. Y eso lo podemos aprender de nuestros antepasados en la fe, del Pueblo de Israel.

Dios, cual lo concebía el Pueblo de Israel, era el Dios del Éxodo, del Destierro, de la Promesa. La concepción pagana de dios era la de una presencia inmediata y conducía a una religión de ídolos. Israel no tenía ídolos, Israel adoraba el nombre del Dios de la Promesa, y esta religión creaba una historia – una historia sagrada que era no tanto la experiencia de un cambio continuo cuanto la espera de una  realización.

Vivían siempre en el presente, pero lo que ellos vivían recibía su sentido de lo que les había sido prometido para el futuro; y su esperanza para ese futuro se hallaba fundamentada en el amor que les había manifestado Dios en el pasado.

La primera lectura que hemos escuchado hoy, tomada del libro de la Sabiduría, nos habla de la noche santa del Éxodo, noche duran la cual fue conducido el Pueblo de Israel por Yahwe fuera de Egipto.. La lectura del Evangelio, que hemos escuchado a continuación alude a la Gran Noche de la Resurrección de Cristo de entre los muertos. Ninguna de estas dos noches constituyó el fin de un proceso histórico. La Resurrección no fue el fin de nada. El sepulcro vacío no fue, como lo pensaba Hegel, el recuerdo de la nostalgia. La resurrección de Cristo, lo mismo que fue el Éxodo de Egipto, fue un acontecimiento que se abría al futuro, que afirmaba una vez más y confirmaba la promesa de Dios.

No hay que buscar el sentido de nuestra existencia en los sucesos pasados del Pueblo de Israel, que salió de Egipto hace unos tres mil años, o de Jesús, que salió del sepulcro hace unos dos mil años Ese sentido último se halla en la resurrección de toda la humanidad, en la liberación total de todos los seres humanos de la esclavitud del pecado, de la opresión, de la guerra. De ahí que la llamada de Jesús a mostrarnos prestos y vigilantes no sea en manera alguna una llamada a la pasividad. Es una llamada a mostrarnos activamente atentos, una llamada a trabajar personalmente y con toda lucidez en la realización de la Promesa.

No tenemos que entrar en la historia andando hacia atrás, mirando al pasado. Estamos llamados más bien a construir un futuro que haga más cercana la liberación final y total, viviendo de manera auténtica y responsable nuestro presente.

No sabemos con exactitud cual ha de ser el futuro de nuestra sociedad, de nuestra Iglesia, de nuestra comunidad. Pero, en nuestra Fe creemos que hay un futuro, y sabemos asimismo que este futuro se halla en las manos de Dios y que será llevado a término con nuestra cooperación. Y  esta Fe nuestra se fundamenta en que sabemos  qué ha sido Dios para nosotros en el pasado.

No pocos de nuestros planes no han funcionado; muchas de nuestras expectativas no han logrado realizarse.. Como los discípulos de Emaús que iban juntos de camino, enumeramos no pocas veces las esperanzas habidas que no han llegado a realizarse. La fe en el Extraño que camina junto a nosotros nos ofrece la seguridad de que ha resucitado en verdad y que, más pronto o tarde, con nuestra participación, tendrá un día lugar la resurrección final de toda la humanidad.

Queremos celebrar este nuestra Fe en la Eucaristía que proseguimos a continuación.

A. Veilleux

Ojo avizor

Doña Rosa es una señora joven, que no sé si llega a los treinta calendarios; lo de «doña» le viene de que es farmacéutica. Se quedó viuda hace seis meses y tiene un hijo de cuatro años, Luisito, que es el rey de la casa y la niña de los ojos de su madre… Este año han ido a veranear a un pueblo costero de Alicante y se han instalado en un hotel confortable y tranquilo, cuya piscina está siempre poblada de tumbonas y de gente que se broncea en postura de cúbito supino… Doña Rosa le había dicho a Luisito el primer día: «Mira hijo, ahora esta es nuestra casa». Y he aquí que, ayer, el niño, al ver tanta gente desconocida, preguntó a la madre: «Mamá, ¿no decías que esta es ahora nuestra casa?, ¿por qué hay tanta gente que no conozco?». La pobre mujer se las arregló como pudo para resolver la duda, haciéndole ver que en realidad no eran dueños, sino inquilinos temporales… Total, que el niño quedó conforme.

Hoy, me da la impresión de que se está sobrevalorando excesivamente el concepto de libertad omnímoda, que no es otra cosa que fabricarnos una patente de corso que nos permita hacer, pensar y decir lo que nos apetezca. Libertad de expresión, libertad en el obrar, libertad de pensamiento. Y eso sí, que nadie nos moleste porque ello significa una injerencia en nuestra intimidad… En el fondo subyace la idea de que somos dueños de nosotros mismos y no administradores.

Jesús, en el evangelio, nos compara con el criado a quien su amo, al ausentarse, encomienda la administración de su hacienda y del que exige que, al volver del viaje, esté todo bien dispuesto, dándose la circunstancia de que el criado desconoce el día y la hora en que regresará su amo. Por eso declara Jesús: «Feliz aquel criado a quien el amo, al llegar. lo encuentre cumpliendo con su deber». Y por todo ello nos pone sobre aviso: «Felices aquellos a quienes el amo, al llegar, los encuentre despiertos».

En definitiva, que al criado, administrador de los bienes del amo, se le exigen tres condiciones obligadas: Debe ser honrado, no aprovechándose de los bienes de su amo, de los que él es un mero administradorDebe ser cumplidor, buscando siempre la mejora de la hacienda de su señor, sin escatimar esfuerzos, sin dar paso a la desidia, a la flojera.Debe ser vigilante, estando permanentemente despierto y con ojo avizor, ya que no sabe en qué momento vendrá su amo… El cumplimiento de estas tres condiciones nos hará acreedores de la felicitación de nuestro Amo, que nos llamará «felices» y nos premiará haciéndonos partícipes de esa Hacienda que no se acaba nunca.

Se me ocurre improvisar un «test de urgencia» al que podríamos someternos con absoluta sinceridad. Dice así: 

Primera pregunta: ¿Administro adecuadamente mis capacidades, a fin de ser útil a la sociedad? 

Segunda cuestión: ¿Soy honrado con el dinero a la hora de ganarlo, y solidario a la hora de utilizarlo, consciente de que éste, el dinero, posee una función social? 

Y por último: ¿Estoy preparado para que, en cualquier momento, de día o de noche, venga mi Amo a pedirme cuentas de mi vida, de la que no soy dueño, sino administrador?…

Si superamos la prueba, no dudo de que Dios nos premiará haciéndonos gozar para siempre de una estancia en el Gran Hotel del cielo, donde descansaremos para siempre en las tumbonas de su piscina y donde, a buen seguro, nos encontraremos con Luisito, el hijo de doña Rosa; entonces podremos decir al niño, con toda verdad, que «estamos en nuestra casa».

Pedro Mari Zalbide

Amoris laetitia – Francisco I

Semillas del Verbo y situaciones imperfectas

76. «El Evangelio de la familia alimenta también estas semillas que todavía esperan madurar, y tiene que hacerse cargo de los árboles que han perdido vitalidad y necesitan que no se les descuide»[73], de manera que, partiendo del don de Cristo en el sacramento, «sean conducidos pacientemente más allá hasta llegar a un conocimiento más rico y a una integración más plena de este misterio en su vida»[74].


[73] Relatio synodi 2014, 23.
[74] Juan Pablo II, Exhort. ap. Familiaris consortio (22 noviembre 1981), 9: AAS 74 (1982), 90.

Domingo, día del Señor

Lo primero que recomienda Jesús, en esta larga exhortación, está muy claro: No tengáis miedoJesús destaca, ante todo, esta exhortación porque la experiencia del miedo suele brotar con frecuencia en las personas que tienen y mantienen experiencias religiosas. Por otra parte, los predicadores de la religión suelen utilizar el argumento del miedo para fomentar entre los fieles la obediencia y hasta el sometimiento a los dirigentes religiosos y a las Jerarquías de la religión. Esto es cierto hasta tal punto, que son abundantes las personas que se mantienen fieles a las creencias religiosas por motivos basados en el miedo. Es conocido el gran estudio del historiador Jean Delumaeu, «El pecado y el miedo». Un minucioso análisis sobre el contenido central de los sermones, libros de piedad y catequesis sobre la confesión de los pecados, desde el s. XIII al s. XVIII. Lo que se le decía al pueblo machaconamente es insistir en las consecuencias del pecado y los argumentos para tener miedo a la mala conciencia, a la muerte, al juicio de Dios, a las enfermedades que nos pueden proporcionar nuestros pecados.

Sin embargo, Jesús no tolera el miedo, ni quiere que sus discípulos sientan la amenaza del miedo. O sea, quienes pretenden creer en Jesús tienen que ser gente sin miedo. ¿Por qué? Muy sencillo: porque el Reino no es una promesa, es una posesión que ya es de quienes buscan y quieren creer en Jesús. Y sí, hablar del Reino es hablar de Dios («El Reino de Dios es Dios»). En efecto, la expresión «Reino de Dios» es una forma de designar a Dios mismo. Por tanto, lo que en realidad afirma Jesús es enorme: Dios es vuestro. Es decir, Dios se ha entregado, lo tenéis a vuestra disposiciónEl don de Dios a sus creyentes es Dios mismo. Se nos ha dado¿Qué miedo puede caber, si eso es así?

Supuesto lo dicho, todo lo demás no necesita explicación. Fluye por sí solo. El que vive así, vive vigilante. Contagia felicidad. Es buena persona y buen ciudadano. Es la realización concreta del Evangelio.

José María Castillo

Voz del verbo esperar

Aquella noche se les anunció de antemano a nuestros padres para que tuvieran ánimo al conocer con certeza la promesa de que se fiaban… (Sab 18,6-9).

La fe es seguridad de lo que se espera, y prueba de lo que no se ve… (Heb 11,1-2.8-19).

…Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas… (Lc 12,32-48).

 

¿De qué parte está Dios?

Una noche atravesada por un haz de luz, que lleva a Israel a la liberación (primera lectura).

Una noche dominada por la espera de la venida del Señor (evangelio).

En los dos casos se trata de esperar un acontecimiento extraordinario.

En la sugestiva interpretación sapiencial de los hechos del Exodo -si bien con algún anacronismo, dado el género literario- se pone en evidencia la intervención de Dios como protagonista incontrovertible de la liberación de su pueblo.

La «columna de fuego» se encarga de hacer de guía en aquel viaje arriesgado a lo largo de las inciertas pistas del desierto.

Incluso el sol abrasador de aquellas zonas áridas se hace «inocuo». Cuando se camina hacia la libertad, incluso una migración indudablemente fatigosa, y que impone sacrificios y privaciones innumerables, se transforma en un viaje «glorioso».

El poder de Dios se experimenta como fuerza de salvación para los «suyos», y como terrible punición para aquellos que obstaculizan el proyecto.

Es verdad que no todas las empresas de liberación se desarrollan de una manera tan triunfal (no olvidemos que se trata de una relectura sucesiva): se necesitan tiempos largos, hacen falta intentos no siempre coronados por el éxito, y se imponen costos humanos horribles, y con frecuencia parece que los egipcios de turno y sus faraones -capaces incluso de arrancar alguna «bendición» equívoca y descaradamente oportunista en ciertas áreas religiosas- tienen las de ganar con el favor del «cielo» (del que se han gloriado abusivamente).

Pero Dios está de parte de los débiles, de las víctimas, de los oprimidos, de aquellos que tienden hacia la justicia (o, al menos, hacia injusticias menos escandalosas), de aquellos que reivindican el derecho a vivir como hombres.

Todos estos deben conocer «la promesa de que se fiaban». Las promesas en que se pueden apoyar son aquellas en que se empeña un Dios liberador.

Los «himnos de alabanza» finales no han de confundirse con los Tedéum entonados con excesiva frecuencia por los tiranos. La luz de la Pascua y la consiguiente alegría estalla solamente cuando ya ningún hombre es pisoteado, en su dignidad y en su libertad «sagradas», por otro hombre.

He ahí por qué el texto de la Sabiduría, además de ser «memoria» de un pasado, se lee como anuncio de un futuro posible.

 

El deber de la vigilancia

La página de Lucas exhorta al «pequeño rebaño» -que no tiene motivos para temer, porque su debilidad en el plano humano está compensada por el favor y la protección del Padre celestial -a mirar hacia adelante.

Por eso, es necesario no apegarse a las riquezas (de las que es necesario «aligerarse» a través de la limosna, para emprender un viaje más expedito), elegir lo esencial, y saber discernir cuáles son los valores, cuya validez no «caduca».

Estos bienes «inagotables» a los que es lícito, e incluso justo, apegar el corazón, pertenecen al campo del ver y no al del tener, al del amor que se da y no al de la posesión egoísta.

Están después las tres breves parábolas, cuyo motivo dominante es la espera vigilante, dinámica (los criados que esperan en la noche la vuelta del amo; la irrupción inesperada del ladrón en la casa para desvalijarla; el administrador inteligente y diligente, siempre dispuesto a presentar los libros al día cuando el amo le llame a dar cuenta). La vigilancia, especialmente cuando la noche parece que nunca va a terminar, se sostiene por la esperanza y comporta:

-Una mentalidad de gente en viaje («tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas»).

-La conciencia clara de los peligros que nos amenazan. Basta un momento de distracción, de decaimiento, y hay quien se aprovecha para robarnos los valores más preciosos. O también: según la lección central de la segunda parábola: si uno se deja seducir, desviar; incluso ocasionalmente, por otras perspectivas, peligra de faltar a la cita decisiva con el Reino, que llega de improviso.

-Una fidelidad constante y una gran cordura (el texto griego dice «sensatez», que indica el comportamiento del hombre que sabe adoptar la postura más adaptada a la diversidad de las circunstancias: situaciones nuevas exigen que se inventen posturas apropiadas. El sentido de responsabilidad no se manifiesta sólo en el custodiar, sino en el interpretar los cambios y en el consiguiente coraje de dar respuestas nuevas a problemas y exigencias que ya no son las de ayer).

El tender hacia lo eterno no autoriza a pasar por encima del hoy. Y la apertura hacia el futuro ciertamente no se expresa con la aburrida reedición del pasado.

El pasado es importante, pero como estímulo, como apremio hacia adelante, no como retorno hacia atrás. Conservar la memoria no significa necesariamente «reproducir» las mismas cosas.

Las tres parábolas representan la condena de un estilo cristiano somnoliento, distraído, apagado, cansinamente repetitivo, sabido. Y constituyen una invitación (de la que no están excluidos los responsables de la Iglesia) a un compromiso inteligente, a un servicio diligente, a una apertura hacia lo imprevisible, a insertar en el cuadro de un orden razonable el elemento sorpresa, a dejar brotar de la costra rugosa de la prudencia y del miedo la flor de la esperanza.

«Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá, al que mucho se le confió, más se le exigirá».

Las cuentas finales no salen, sea porque hemos perdido el tesoro precioso que se nos confió, sea porque nos hemos limitado a «conservarlo».

Se nos ha «dado» en abundancia para ser osados, para tener coraje, no para congelar todo en el miedo.

Cuando nos preocupamos únicamente de conservar, se termina por empobrecer.

Cuando se llena la espera que se está prolongando con maniobras formales y desfiles fastuosos y costosos (acaso bajo la amenaza de los «azotes»), se corre el riesgo de no caer en la cuenta de que el Huésped ya ha llegado, pero ha pasado de largo porque esas cosas no le interesan…

Esos creyentes…

El tema de la esperanza se entrelaza, en la estupenda página de la Carta a los hebreos (segunda lectura), con el de la fe.

El creyente, según el retrato que ahí se bosqueja, se puede definir como uno que ve lo invisible.

Posee lo que no tiene. Apuesta sobre lo imposible. Hereda aceptando perder. Conserva la memoria, o sea, es un incurable nostálgico del futuro. Habita en la inseguridad.

Se siente asegurado por lo provisional.

Abrahán, a quien hace tres domingos le hemos encontrado intercesor, no lejos de Hebrón, en «la colina del amigo», que dicen los árabes, aquí es presentado como el que, obedeciendo a una orden perentoria del Amigo, emprende una peregrinación interminable.

Es sorprendente observar cómo los patriarcas, depositarios de la fe en el Dios verdadero, han «custodiado» esta fe viajando. No vivían en las ciudades (¡las habían abandonado!), sino que llevaban una existencia nómada.

La fe no se encuentra segura en el palacio, ni en los libros con sello de garantía. La fe está como en casa en el campamento, bajó la tienda.

Esta raza de creyentes, con su peregrinación incesante, trasmite un mensaje fundamental: no tienen aquí abajo morada permanente. Se contentan con las cosas que no ven, o que apenas entreven, y que «saludan desde lejos».

Dios se convierte en «su Dios» sólo cuando dejan de pensar en volver hacia atrás para recuperar lo que han dejado (y tenían esta posibilidad), y tienden hacia la ciudad preparada por Dios para ellos. Podrían haber sido unos «llegados».

Pero han elegido «estar a la búsqueda de una patria».

A la «instalación», han preferido la espera que comporta continuas e incómodas salidas para viajes duros.

No se consideraban depositarios y guardianes de los pensamientos de Dios o de una «doctrina sobre Dios», pero se sentían tocados por sus promesas.

Por eso, en el campamento bajo las tiendas, no se preocupaban dé instruirse o adoctrinarse.

…Se limitaban a contar.

A. Pronzato

Solo la «F» y la «E»

Como consiliario diocesano de Acción Católica General, y como acompañante de Equipos, para señalar la necesidad de la formación, he citado en muchas ocasiones el texto de 1Pe 3, 15: estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere. Como discípulos y apóstoles, necesitamos descubrir las razones para creer en Dios, y así después poder ofrecerlas a los demás, de modo que la fe no aparezca como algo irracional, sino razonable. Manteniendo esto, desde hace unos meses señalo que a veces esas razones que apoyaban nuestra fe parece que se desvanecen, o nos resultan insuficientes, y nos quedamos sólo con la “f” y con la “e”, es decir, con un puro y seco “me fío de Dios”, aunque no se encuentre ninguna razón para apoyar el asentimiento de fe, incluso aunque las circunstancias personales o sociales parece que desdicen esa fe.

Es lo que afirmaba el autor de la Carta a los Hebreos: la fe es seguridad de lo que se espera, y prueba de lo que no se ve. Aunque todavía no tengamos lo que esperamos, aunque no “veamos”, por la fe tenemos no sólo la seguridad de alcanzarlo, sino que podemos actuar como si ya lo tuviéramos delante y lo estuviéramos viendo. Y como decíamos antes, no es una fe irracional; nos fiamos de Dios, y por mucho que las circunstancias parezcan negarlo, por lo que hemos llegado a conocerlo sabemos que está ahí y no nos dejará en la estacada.

Nuestra fe, aunque sea una fe desnuda, es fe “en Dios”, y por eso, por Él, se convierte en el motor de nuestra existencia, como hemos escuchado en la 2ª lectura: por fe obedeció Abrahán a la llamada… salió sin saber adónde iba… y lo mismo Isaac y Jacob… Por fe también Sara obtuvo fuerza para fundar un linaje… Ellos se fían de Dios y de su promesa, y siguen adelante confiando en Él en las circunstancias favorables y en las circunstancias adversas, incluso en situaciones incomprensibles: Por fe Abrahán, puesto a prueba, ofreció a Isaac: y era su hijo único lo que ofrecía, el destinatario de la promesa.

Y para que no nos queden dudas, el autor señala: Con fe murieron todos éstos, sin haber recibido la tierra prometida; pero viéndola y saludándola de lejos. No pudieron ver realizada la promesa, pero eso no les impidió seguir fiándose de Dios, sabiéndose eslabones de la cadena que lleva a ese cumplimiento.

La promesa de Dios se mantuvo para el pueblo de Israel, como hemos escuchado en la 1ª lectura: aquella noche se les anunció de antemano a nuestros padres, para que tuvieran ánimo al conocer con certeza la promesa de que se fiaban. Y esa promesa sigue vigente para nosotros, como el propio Jesús nos ha recordado en el Evangelio: No temas, pequeño rebaño: porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino.

Somos herederos de la promesa de Dios, Jesús nos lo ha dicho. ¿Nos fiamos de Él? Pues aunque sólo sea por Él, porque nos lo ha prometido, también nosotros debemos actuar en consecuencia.

El mismo Jesús nos dice cómo actuar: Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos… un tesoro en el cielo (como decíamos la semana pasada), estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda… estad preparados… Por la fe en Jesús, tenemos que sabernos eslabones de la cadena que lleva al cumplimiento de la promesa de Dios. Cada uno tenemos que ver cómo concretar en nuestra vida estas indicaciones, aunque en algunos momentos sólo sintamos que tenemos la “f” y la “e”, aunque no “veamos”, aunque no entendamos, aunque no experimentemos… pero fiándonos del Señor.

¿Cuáles son mis razones para creer en Dios? ¿Sabría dar razón de ellas a otros? ¿En alguna ocasión he experimentado que esas razones me resultaban insuficientes, que sólo tenía la “f” y la “e”? ¿Me he seguido fiando de Dios, como los personajes de la 2ª lectura, aunque no “viera”, aunque las circunstancias fueran adversas e incomprensibles? ¿Me siento heredero de la promesa de Dios, eslabón de la cadena que lleva a su cumplimiento definitivo? ¿Cómo se concreta eso en mi vida?

Decía Jesús en el Evangelio una frase que personalmente me interpela: Al que mucho se le dio mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá. Tengamos la promesa de Jesús: No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino. Él nos ha dado su palabra, nos ha confiado ser sus testigos. Aunque no sea fácil vivir por la fe, aunque en ocasiones sea una fe desnuda, sigamos adelante porque el que os ha llamado es fiel y cumplirá sus promesas (1Tes 5, 24).

Los necesitamos más que nunca

Las primeras generaciones cristianas se vieron muy pronto obligadas a plantearse una cuestión decisiva. La venida de Cristo resucitado se retrasaba más de lo que habían pensado en un comienzo. La espera se les hacía larga. ¿Cómo mantener viva la esperanza? ¿Cómo no caer en la frustración, el cansancio o el desaliento?

En los evangelios encontramos diversas exhortaciones, parábolas y llamadas que sólo tienen un objetivo: mantener viva la responsabilidad de las comunidades cristianas. Una de las llamadas más conocidas dice así: «Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas». ¿Qué sentido pueden tener estas palabras para nosotros, después de veinte siglos de cristianismo?

Las dos imágenes son muy expresivas. Indican la actitud que han de tener los criados que están esperando de noche a que regrese su señor, para abrirle el portón de la casa en cuanto llame. Han de estar con «la cintura ceñida», es decir, con la túnica arremangada para poder moverse y actuar con agilidad. Han de estar con «las lámparas encendidas» para tener la casa iluminada y mantenerse despiertos.

Estas palabras de Jesús son también hoy una llamada a vivir con lucidez y responsabilidad, sin caer en la pasividad o el letargo. En la historia de la Iglesia hay momentos en que se hace de noche. Sin embargo, no es la hora de apagar las luces y echarnos a dormir. Es la hora de reaccionar, despertar nuestra fe y seguir caminando hacia el futuro, incluso en una Iglesia vieja y cansada.

Uno de los obstáculos más importantes para impulsar la transformación que necesita hoy la Iglesia es la pasividad generalizada de los cristianos. Desgraciadamente, durante muchos siglos los hemos educado, sobre todo, para la sumisión y la pasividad. Todavía hoy, a veces parece que no los necesitamos para pensar, proyectar y promover caminos nuevos de fidelidad hacia Jesucristo.

Por eso, hemos de valorar, cuidar y agradecer tanto el despertar de una nueva conciencia en muchos laicos y laicas que viven hoy su adhesión a Cristo y su pertenencia a la Iglesia de un modo lúcido y responsable. Es, sin duda, uno de los frutos más valiosos del Vaticano II, primer concilio que se ha ocupado directa y explícitamente de ellos.

Estos creyentes pueden ser hoy el fermento de unas parroquias y comunidades renovadas en torno al seguimiento fiel a Jesús. Son el mayor potencial del cristianismo. Los necesitamos más que nunca para construir una Iglesia abierta a los problemas del mundo actual, y cercana a los hombres y mujeres de hoy.

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio (7 de agosto)

“Dijo Jesús a sus discípulos: No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino”. El Reino es una posesión, es de ellos, el Padre se lo ha dado, por eso no hay temor, no hay miedo. Si el Reino es de ellos, nuestro, la consecuencia es lógica, lo que hay que hacer, es: “Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos talegas que no se echen a perder, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está vuestro tesoro allí estará también vuestro corazón”.

El Reino no se puede confundir, con la acumulación de bienes materiales, pues sería tan débil, que sucumbiría tanto a la codicia ajena, a los ladrones, como a la polilla. El Reino pide hacer justicia con los pobres: vended vuestros bienes, dad limosna. Pero a su vez nos supera, no se puede controlar, por eso: estad vigilantes, con las lámparas encendidas, no sabemos ni el día ni la hora. Es “todavía no” y “ya con urgencia”, la tarea que tenemos que hacer es irrenunciable y centro de la propuesta cristiana.

Pedro pregunta: “Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o por todos?”. Sólo somos administradores, no poseedores de los bienes y del Reino, sino servidores. Como diría Oscar Romero: “Somos los sirvientes en espera del Señor que ha de venir. ¡Ojalá no lo olvidara nadie!, ni aquellos que se han sentido dueños del mundo, porque tienen en sus manos los poderes. También ellos, son los criados del Señor que ha de venir. Y el evangelio termina terriblemente: aquel al que se le ha dado más, mayores responsabilidades, será juzgado con mayor severidad, aquel que pudo hacer feliz al mundo con sus bienes, y solamente vivió de sus egoísmos. Están soñando. Vendrá el día, los despertará; y se encontrarán frente al dueño de las cosas, al dueño de los pueblos, frente al Señor de la historia”.

Nuestro mundo está mal administrado, los bienes de la tierra están en manos de unos pocos, podríamos señalar  a los culpables, pero de alguna manera estamos todos implicados. Es claro, que los que poseen los bienes de la tierra, destinados por Dios para todos, (la Doctrina Social de la Iglesia (DSI), nos habla del destino universal de los bienes), no reparten “su ración a sus horas” y se olvidan de que el amo ha de venir. Por eso: “empiezan a pegarle a los mozos y a las muchachas, a comer y beber y emborracharse”, a ensañarse en ocasiones, con los más pobres.

Se nos ha dado el Reino, sabiendo que: “Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá”. Cerrar los ojos a la realidad no es muy cristiano, es preciso denunciar, se nos exige, trabajar por construir un mundo mejor, más justo, más fraterno y en paz, eso es hacer presente el Reino. Para eso, tendremos que recorrer caminos de conversión personal y comunitaria, denunciar y oponerse con nuestra vida, acción y palabra, a cuanto contradice al hombre y su dignidad, al plan de Dios sobre la vida y la convivencia humana.

La primera lectura del libro de la Sabiduría nos recuerda: “Tu pueblo esperaba ya la salvación de los inocentes y la perdición de los culpables, pues en una misma acción castigabas a los enemigos y nos honrabas, llamándonos a ti”. Dios ha puesto su Reino y sus bienes en nuestras manos, para que lleguen a todos en justicia y caridad. Dichoso el administrador fiel, a quién su Señor encuentre en vela: “os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo”. Estemos atentos y tengamos claro, que: “donde este nuestro tesoro allí también estará nuestro corazón”. ¿Será nuestro tesoro, nuestra vocación, nuestra posesión…: El Reino?

Julio César Rioja, cmf