Vísperas – Lunes XIX de Tiempo Ordinario

SANTO DOMINGO, presbítero. (MEMORIA).

VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: FELIZ QUIEN HA ESCUCHADO LA LLAMADA

Feliz quien ha escuchado la llamada
al pleno seguimiento del Maestro,
feliz porque él, con su mirada,
lo eligió como amigo y compañero.

Feliz el que ha abrazado la pobreza
para llenar de Dios su vida toda,
para servirlo a él con fortaleza,
con gozo y con amor a todas horas.

Feliz el mensajero de verdades
que marcha por caminos de la tierra,
predicando bondad contra maldades,
pregonando la paz contra las guerras. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Nuestros ojos están fijos en el Señor, esperando su misericordia.

Salmo 122 – EL SEÑOR, ESPERANZA DEL PUEBLO

A ti levanto mis ojos,
a ti que habitas en el cielo.
Como están los ojos de los esclavos
fijos en las manos de sus señores,

como están los ojos de la esclava
fijos en las manos de su señora,
así están nuestros ojos
en el Señor, Dios nuestro,
esperando su misericordia.

Misericordia, Señor, misericordia,
que estamos saciados de desprecios;
nuestra alma está saciada
del sarcasmo de los satisfechos,
del desprecio de los orgullosos.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Nuestros ojos están fijos en el Señor, esperando su misericordia.

Ant 2. Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra.

Salmo 123 – NUESTRO AUXILIO ES EL NOMBRE DEL SEÑOR

Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte
-que lo diga Israel-,
si el Señor no hubiera estado de nuestra parte,
cuando nos asaltaban los hombres,
nos habrían tragado vivos:
tanto ardía su ira contra nosotros.

Nos habrían arrollado las aguas,
llegándonos el torrente hasta el cuello;
nos habrían llegado hasta el cuello
las aguas espumantes.

Bendito el Señor, que no nos entregó
como presa a sus dientes;
hemos salvado la vida como un pájaro
de la trampa del cazador:
la trampa se rompió y escapamos.

Nuestro auxilio es el nombre del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra.

Ant 3. Dios nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos.

Cántico: EL PLAN DIVINO DE SALVACIÓN – Ef 1, 3-10

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

El nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos consagrados
e irreprochables ante él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo,
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Éste es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
hacer que todas las cosas tuviesen a Cristo por cabeza,
las del cielo y las de la tierra.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Dios nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos.

LECTURA BREVE Rm 8, 28-30

Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio. A los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo, para que él fuera el primogénito de muchos hermanos. A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó.

RESPONSORIO BREVE

V. El Señor es justo y ama la justicia.
R. El Señor es justo y ama la justicia.

V. Los buenos verán su rostro.
R. El Señor es justo y ama la justicia.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. El Señor es justo y ama la justicia.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Vosotros, los que lo habéis dejado todo y me habéis seguido, recibiréis cien veces más y heredaréis la vida eterna.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Vosotros, los que lo habéis dejado todo y me habéis seguido, recibiréis cien veces más y heredaréis la vida eterna.

PRECES

Pidamos a Dios Padre, fuente de toda santidad, que con la intercesión y el ejemplo de los santos nos ayude, y digamos:

Haz que seamos santos, porque tú, Señor, eres santo.

Padre santo, que has querido que nos llamemos y seamos hijos tuyos,
haz que la Iglesia santa, extendida por los confines de la tierra, cante tus grandezas.

Padre santo, que deseas que vivamos de una manera digna, buscando siempre tu beneplácito,
ayúdanos a dar fruto de buenas obras.

Padre santo, que nos reconciliaste contigo por medio de Cristo,
guárdanos en tu nombre para que todos seamos uno.

Padre santo, que nos convocas al banquete de tu reino,
haz que comiendo el pan que ha bajado del cielo alcancemos la perfección del amor.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Padre santo, perdona a los pecadores sus delitos
y admite a los difuntos en tu reino para que puedan contemplar tu rostro.

Porque nos llamamos y somos hijos de Dios, nos atrevemos a decir:

Padre nuestro…

ORACION

Que tu Iglesia, Señor, encuentre siempre luz en las enseñanzas de santo Domingo y protección en sus méritos: que él, que durante su vida fue predicador insigne de la verdad, sea ahora para nosotros un eficaz intercesor ante ti. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

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Lectio Divina (8 de agosto)

Lectio: Lunes, 8 Agosto, 2016

Tiempo Ordinario

1) Oración inicial

Dios todopoderoso y eterno, a quien podemos llamar Padre; aumenta en nuestros corazones el espíritu filial, para que merezcamos alcanzar la herencia prometida. Por nuestro Señor.

2) Lectura del Evangelio

Del Evangelio según Mateo 17,22-27
Yendo un día juntos por Galilea, les dijo Jesús: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; le matarán, y al tercer día resucitará.» Y se entristecieron mucho.
Cuando entraron en Cafarnaún, se acercaron a Pedro los que cobraban las didracmas y le dijeron: «¿No paga vuestro Maestro las didracmas?» Dice él: «Sí.» Y cuando llegó a casa, se anticipó Jesús a decirle: «¿Qué te parece, Simón?; los reyes de la tierra, ¿de quién cobran tasas o tributo, de sus hijos o de los extraños?» Al contestar él: «De los extraños», Jesús le dijo: «Por tanto, libres están los hijos. Sin embargo, para que no les sirvamos de escándalo, vete al mar, echa el anzuelo, y el primer pez que salga, cógelo, ábrele la boca y encontrarás un estáter. Tómalo y dáselo por mí y por ti.»

3) Reflexión

• Los cinco versículos del evangelio de hoy hablan de dos asuntos bien diferentes el uno del otro: (a) Traen el segundo anuncio de la pasión, muerte y resurrección de Jesús (Mt 17,22-23): (b) Informan sobre la conversación de Jesús con Pedro sobre el pago de los impuestos y de las tasas al templo (Mt 17,24-27).
• Mateo 17,22-23: El anuncio de la muerte y resurrección de Jesús. El primer anuncio (Mt 16,21) había provocado una fuerte reacción de parte de Pedro que no quiso saber nada del sufrimiento de la cruz. Jesús había respondido con la misma fuerza: “¡Lejos de mí, satanás!” (Mt 16,23) Aquí, en el segundo anuncio, la reacción de los discípulos es más blanda, menos agresiva. El anuncio provoca tristeza. Parece que empiezan a comprender que la cruz forma parte del camino. La proximidad de la muerte y del sufrimiento pesa en ellos, generando desánimo. Aunque Jesús procurara ayudarlos, la resistencia de siglos contra la idea de un mesías crucificado era mayor. 
• Mateo 17,24-25a: La pregunta a Pedro, de los recaudadores de impuestos. Cuando llegan a Cafarnaún, los recaudadores del impuesto del Templo preguntan a Pedro: «¿No paga vuestro maestro las didracmas?» Pedro responde: “¡Sí!” Desde los tiempos de Nehemías, (Sig V aC), los judíos que habían vuelto de la esclavitud de Babilonia, se comprometieron solemnemente en la asamblea a pagar diversos impuestos y tasas para que el culto en el Templo pudiera seguir funcionando y para cuidar la manutención tanto del servicio sacerdotal como del edificio del Templo (Ne 10,33-40). Por lo que se ve en la respuesta de Pedro, Jesús pagaba este impuesto como lo hacían todos los demás judíos. 
• Mateo 17,25b-26: La pregunta de Jesús a Pedro sobre el impuesto. Es curiosa la conversación entre Jesús y Pedro. Cuando llegan a casa, Jesús pregunta: «Qué te parece, Simón?; los reyes de la tierra, ¿de quién cobran tasas o tributo, de sus hijos o de los extraños?» Pedro respondió: «¡De los extraños!»Entonces Jesús dice: «¡Por tanto, libres están los hijos!” Probablemente, aquí se refleja una discusión entre los judíos cristianos antes de la destrucción del Templo en el año 70. Ellos se preguntaban si debían o no seguir pagando el impuesto del Templo, como hacían antes. Por la respuesta de Jesús, descubren que no hay obligación de pagar ese impuesto: “Libres están los hijos”. Los hijos son los cristianos. Pero aún sin tener obligación, la recomendación de Jesús es pagar para no provocar escándalo. 
• Mateo 17,27: La conclusión de la conversación sobre el pago del impuesto. Más curiosa que la conversación es la solución que Jesús da a la cuestión. Dice a Pedro: “Sin embargo, para que no les sirvamos de escándalo, vete al mar, echa el anzuelo, y el primer pez que salga, cógelo, ábrele la boca y encontrarás un estáter. Tómalo y dáselo por mí y por ti «. ¡Milagro curioso! Tan curioso como aquel de los 2000 puercos que se precipitaron en la mar (Mc 5,13). Cualquiera que sea la interpretación de este hecho milagroso, esta manera de solucionar el problema sugiere que se trata de un asunto que no tiene mucha importancia para Jesús.

4) Para la reflexión personal

• El sufrimiento y la cruz desaniman y entristecen a los discípulos. ¿Ha ocurrido también en tu vida?
• ¿Cómo entiendes el episodio de la moneda encontrada en la boca del pez?

5) Oración final

¡Alabad a Yahvé desde el cielo, alabadlo en las alturas,
alabadlo, todos sus ángeles, todas sus huestes, alabadlo! (Sal 148,1-2)

1Cor 15, 20-27a (2ª Lectura de la Festividad de la Asunción de María)

Además de las consultas sobre los estados de vida y la carne sacrificada a los ídolos, 1Cor acoge una consulta que, por el espacio que ocupa (el largo cap.15), da a entender la importancia que se le atribuía: el tema era el de la resurrección. Desde muy pronto (1Cor puede ser del 56) la propuesta de fe de la comunidad cristiana, el kerigma, ha incluido como núcleo y culminación la fe en la resurrección de Jesús. Es lógico que ésta y sus consecuencias para el creyente sean objeto de pregunta y, con toda seguridad, de debate. 

Lo primero que dice Pablo es que “Cristo resucitó”. Eso está en el centro de la fe cristiana en la resurrección. El impacto causado por Jesús, la fe de quienes lo habían amado “desde el principio” (F. Josefo) y, por supuesto, el amor del Padre derramado en él, llevó, ya desde los inicios, a la comunidad cristiana a sentir y decir que estaba vivo. La primera consecuencia es clara: por este hombre nos vendrá a nosotros también la resurrección. La certeza del valor de su trayectoria histórica culminada en el triunfo resurreccional pasa a ser patrimonio de la humanidad. 

Otra consecuencia es que «todos volverán a la vida» ya que la posesión de la resurrección no es debida a ninguna norma moral o religiosa, sino al querer generoso de Dios. El “orden” que Pablo mantiene pertenece al imaginario religioso de la época y es lo de menos. Lo importante es ver la resurrección como patrimonio de la vida por el amor del Padre entregado a la vida en la generosa donación de Jesús. 

Ese imaginario religioso de Pablo contempla el hecho de un triunfo general, un cosmos orientado no a su destrucción, sino a su logro. «Él tiene que reinar hasta que ponga a sus enemigos bajo sus pies”. No es muy útil este imaginario ya desbordado. Nuestra espiritualidad concibe el triunfo de Jesús no como un “reinado”, sino como el logro de la dicha y del sentido pleno. Y no hay sometimiento de enemigos porque su triunfo consistirá, precisamente, en que no haya enemigos, en que la fraternidad sea evidente y que así se logre el anhelado designio de Dios sobre la historia. 

Cuando dice que «el último enemigo aniquilado será la muerte» está dando una pista de actuación, ya que la fe en la resurrección es, como el todo el Evangelio, de componente histórico: se puede vivir, ya ahora, de algún modo, la fe en la resurrección. ¿Cómo hacerlo? Si la muerte será aniquilada, cuanta más muerte suprimamos, ahora ya, de la historia, cuanto más nos opongamos a cualquier clase de muerte, legal o ilegal, cuanta más vida generemos en cualquiera de los campos humanos afectados hoy de muerte, tanto más viviremos resurreccionalmente. Recordar a María, la resucitada y plena, es también adquirir un compromiso a favor de la vida y contra la muerte. Compromiso de resurrección. 

Fidel Aizpurúa Donázar

Ap 11, 19a; 12, 1. 3-6a. 10ab (1ª Lectura Festividad de la Asunción de María)

La literatura apocalíptica surge en Israel como respuesta a una época de crisis. Teológicamente hablando, la apocalíptica del Antiguo Testamento es heredera de la profecía, si bien las formas literarias distan de ella. Los profetas miran a un futuro de esperanza dentro de la historia; los escritores apocalípticos creen que no es posible la reforma de la historia, pero esperan en una intervención salvadora de Dios; no creen en una destrucción, sino una nueva creación. Los tiempos viejos deben dar paso a uno totalmente nuevo. 

Bajo las imágenes sorprendentes y ricas de la apocalíptica se esconde el anuncio de una buena noticia de Dios. No se trata ni de un lenguaje descriptivo, como algunos siempre están tentados de pensar, ni de un lenguaje esotérico para iniciados que oculta extraños y crípticos mensajes. Por tratarse de «palabra de Dios», la apocalíptica es una palabra reveladora, no ociosa. Nace en el marco de la Antigua Alianza (libro de Daniel), adquiere su desarrollo y madurez posteriormente en el judaísmo, y da paso al libro neotestamentario del Apocalipsis, ya en el marco de la salvación cristiana, donde el revelador y el revelado no es otro sino Cristo. La comunidad del Apocalipsis es con seguridad una iglesia probada, incluso perseguida, que tiene experiencia del mal; necesitan saber que Dios está con ellos. 

El texto de hoy presenta una lucha entre la mujer y el dragón. La mujer engendra la Vida (Cristo) y el dragón quiere destruirla. La «mujer» es la señal que hace referencia al amor de alianza entre YHWH y su pueblo; también es signo de fecundidad, de futuro, pues está de parto. El dragón, símbolo universal de la oposición del mal, intenta impedirlo; pero la victoria última pertenece a Dios, que coloca al niño junto a su trono, indicando gloria y majestad. 

La comunidad eclesial ve en esta figura femenina una imagen de María; en ella, la «nueva Eva», han sido vencidas para siempre las potestades maléficas que atenazan al género humano. El futuro del mundo y de la historia no está sometido al mal, a las potencias violentas, a la injusticia que dice la última palabra. En este contexto de la fiesta de la Asunción de la Virgen María, el Apocalipsis nos pide que elevemos la mirada y que miremos con confianza hacia el futuro. Desde el acontecimiento salvífico hecho realidad en Cristo, la historia puede mirar la realidad con ojos nuevos. 

Pedro Fraile Yécora 

Amoris laetitia – Francisco I

77. Asumiendo la enseñanza bíblica, según la cual todo fue creado por Cristo y para Cristo (cf. Col 1,16), los Padres sinodales recordaron que «el orden de la redención ilumina y cumple el de la creación. El matrimonio natural, por lo tanto, se comprende plenamente a la luz de su cumplimiento sacramental: sólo fijando la mirada en Cristo se conoce profundamente la verdad de las relaciones humanas. “En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado […] Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación” (Gaudium et spes, 22). Resulta particularmente oportuno comprender en clave cristocéntrica […] el bien de los cónyuges (bonum coniugum[75], que incluye la unidad, la apertura a la vida, la fidelidad y la indisolubilidad, y dentro del matrimonio cristiano también la ayuda mutua en el camino hacia la más plena amistad con el Señor. «El discernimiento de la presencia de los semina Verbi en las otras culturas (cf. Ad gentes divinitus, 11) también se puede aplicar a la realidad matrimonial y familiar. Fuera del verdadero matrimonio natural también hay elementos positivos en las formas matrimoniales de otras tradiciones religiosas»[76], aunque tampoco falten las sombras. Podemos decir que «toda persona que quiera traer a este mundo una familia, que enseñe a los niños a alegrarse por cada acción que tenga como propósito vencer el mal —una familia que muestra que el Espíritu está vivo y actuante— encontrará gratitud y estima, no importando el pueblo, o la religión o la región a la que pertenezca»[77].


[75] Relación final 2015, 47.
[76] Ibíd.
[77] Cf. Homilía en la Santa Misa de clausura del VIII Encuentro Mundial de las Familias en Filadelfia (27 septiembre 2015): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 2 de octubre de 2015, p. 20.

Homilía – Domingo XX de Tiempo Ordinario

La paz es una de las necesidades más profundas que experimenta el ser humano. La paz es uno de los dones más preciados y sabrosos en la convivencia humana. “Bienaventurados los pacíficos”. Una persona pacífica y pacificadora, mediadora de conflictos, es un don en la comunidad. 

Las religiones, ¿han traído a la humanidad paz o violencia? El cristianismo, ¿ha contribuido a la paz o a la guerra? (Silencio). Muchas personas culpan a las religiones y, en concreto, al cristianismo de numerosas violencias y guerras que han tenido lugar a lo largo de la historia de la humanidad. Es verdad que en la historia de la Iglesia hay algunos capítulos negros en este sentido. Pero esos momentos desafortunados se han debido a una falsa interpretación de la doctrina de Jesús. De ninguna forma se puede fundamentar la violencia y la guerra en el Evangelio cristiano. Entonces, ¿cómo interpretar el texto evangélico, que suena tan fuerte? 

Jesús es el que «inicia y consuma nuestra fe». A él hay que acudir para responder. Jesús no era un buscapleitos; no buscó el conflicto; no fue enemigo de nadie. Sin embargo, su vida estuvo sembrada de conflictos y le nacieron los enemigos por todas partes. Él mismo fue víctima del conflicto. Jesús no predicó ni practicó la exclusión; todo lo contrario, su propósito fue siempre la inclusión, la creación de comunidad, la promoción de la convivencia. No es extraño que, con esta experiencia, pronunciara las palabras que nos transmite el texto evangélico hoy. Entonces, ¿por qué el conflicto que desencadena su presencia? 

Hay dos clases de conflictos. Hay un conflicto de poder, resultado del ansia de ser más, de tener más poder, de dominar… La mayor parte de los conflictos en la historia y en las comunidades son de esta naturaleza. “A ver quién manda aquí”. Éste no es el conflicto evangélico que Jesús predica. Jesús invita a sus discípulos a ser servidores, no a ser señores. Y hay un conflicto de fidelidad. Tiene lugar cuando una persona o unas personas se mantienen fieles a los valores humanos y evangélicos. Esto no suele suceder sin oposición, sin resistencia. Esto da lugar al conflicto en la familia, en la comunidad, en la sociedad. Esta fidelidad le atrajo a Jesús la oposición de fariseos, escribas, autoridades religiosas y civiles… hasta la muerte. Este fuego de la fidelidad en la justicia, en el amor, en la solidaridad, en el perdón… es el que Jesús vino a traer a la tierra. 

Renunciar a esos valores para eludir el conflicto es entrar en un falso pacifismo, comprar una falsa paz a un alto costo. Y entonces se pretende que el mal y el bien convivan juntos sin hacerse problemas, que la fe cristiana conviva con la injusticia y el odio, que casi todo de lo mismo. Esta neutralidad no es virtud evangélica. No puede dar de sí una paz duradera. En un mundo de pecado, el cristiano está llamado a luchar contra la violencia y la guerra, pero no con la violencia y el odio, sino con la verdad, con la fidelidad, con la justicia, con la solidaridad con los más débiles. 

Felicísimo Martínez Díez, O.P. 

Lc 12, 49-53 (Evangelio Domingo XX de Tiempo Ordinario)

Durante el viaje a Jerusalén, el Jesús de Lucas se dirige a los discípulos en medio del mundo, y con ellos, a la situación que vive la comunidad post-pascual. Refuerza la relación entre Jesús y los suyos, y hace de esta enseñanza una llamada actual y personal a los lectores. En los versículos que leemos este domingo se refleja, sin duda, la situación que vivían las primeras comunidades. Cristo es, para ellos, causa de conflicto y división. 

El tono apocalíptico domina estas palabras de Jesús: las ideas del juicio, evocada por «el fuego que ha venido a traer», y de la división interna, son típicas de esta literatura. Destaca la importancia escatológica de la misión de Jesús: el fuego destinado a la tierra, imagen del juicio, y un bautismo reservado a Jesús, imagen de su muerte. La muerte de Jesús y el juicio del mundo están unidos en su misión. 

La decisión ante la persona de Jesús provoca división en la propia familia, signo apocalíptico de la importancia del tiempo presente. Además, pone de manifiesto que elegir el evangelio, entrar en el seguimiento, trae consigo enfrentamiento y persecución. 

Las imágenes del fuego y el bautismo han de ser leídas en conjunto. Jesús tiene una misión que aún no se ha cumplido: «traer fuego al mundo». El fuego en el Antiguo Testamento tiene significados diversos. Simboliza la palabra de Dios pronunciada por el profeta. Tal vez encontramos una alusión a cómo el mensaje de Jesús, su palabra, es como fuego que provoca división entre los hombres (segunda parte de la presente perícopa). 

Pero el fuego también hace referencia al juicio divino purificador. Jesús ha sido enviado, fundamentalmente, en relación al juicio de Dios. El anuncio de la buena noticia de la salvación realizada por Dios a favor de la humanidad se convierte, a su vez, en una experiencia de tribulación, de juicio, de fuego purificador. 

Se habla, también, de un bautismo, como de un evento que está en relación al propio Jesús. A partir de Mc 10,38, podemos decir que el bautismo al que se refiere alude a su muerte. Jesús mira con angustia y temor su pasión, el sufrimiento de la cruz: ésta es la meta del camino que ha emprendido. Se trata del momento crítico de la entrega, momento cumbre en la historia de la salvación. En este bautismo también ha de sumergirse el discípulo. El bautismo, muerte de Jesús, dará paso al fuego, juicio salvífico sobre el mundo. 

Llama la atención que Jesús presenta su misión como un tiempo de violencia, de enfrentamiento y división. La llegada del Mesías vendría a inaugurar los tiempos nuevos, un tiempo de paz, una nueva relación con Dios y con los demás, «sin llanto, ni luto, ni muerte». Sin embargo, Jesús es consciente de que su mensaje no será acogido por todos y provocará división, enfrentamiento. Las fuerzas del mal, presentes en el mundo, se opondrán a la llegada definitiva del Mesías. Por eso la humanidad se dividirá. 

Se refleja aquí la situación que viven las primeras comunidades. Acoger la palabra de Jesús, entrar en su seguimiento, era motivo de conflicto, de enfrentamiento, de incomprensión y persecución. También dentro de la propia familia. Su palabra no deja indiferente a nadie, obliga a realizar una opción de vida. Las relaciones humanas-familiares rotas, se rehacen en las relaciones de fraternidad que se viven en la comunidad. 

Óscar de la Fuente de la Fuente

Heb 12, 1-4 (2ª Lectura Domingo XX de Tiempo Ordinario)

Hebreos participa del método exhortatorio tan extendido en las páginas del NT. No tiene otra arma, ya que en ningún momento puede recurrir a la coacción de la norma ante una comunidad tentada de desaliento. La galería de personajes del AT que ha ido describiendo en pasajes anteriores como modelos de un tipo de fe activa le sirve de base para esta exhortación.

Por eso habla de una «nube ingente de testigos». El número (más bien escaso en las páginas de Hebreos) no hace tanta fuerza como su interesante trayectoria de fe. Un modo de activar la fe decaída es ahondar en los itinerarios creyentes de los testigos, no tanto en las peripecias en las que se tejió su vida. 

La consecuencia para una comunidad que viva la fe en modos activos es “correr…sin retirarnos”, no solamente apuntarnos, sino “permanecer” en la opción por el Evangelio de maneras cultivadas (algo que Jn 15,7ss pone de relieve). Y el foco de atracción ha de ser el más fuerte de los testigos de la fe, Jesús de Nazaret, el que optó por una vida de entrega («soportó la cruz») y se ha visto acogido por el amor del Padre («ahora está sentado a la derecha del trono de Dios»). Si el testigo Jesús no es capaz de motivar la vivencia de una fe dinámica, ¿qué otra referencia va a ser capaz de animar a la comunidad? Si volver a Jesús y recuperar su proyecto no resulta motivador, ¿a qué otra vivencia apelar? 

Puede ser que el cansancio de la comunidad esté causado «por la oposición de los pecadores», por esa sorda contraofensiva de quienes no comprenden los caminos del Evangelio y los rechazan, quizá, porque van envueltos en un molde religioso que les echa para atrás. Pero ahí es donde se debería probar la adultez conseguida: «no cansarse ni perder el ánimo», sino tener cintura y comprensión suficiente junto con una dosis creciente de resiliencia para salir más fortalecidos de la incomprensión social. 

Llegar «a la sangre» es, mírese como se mire, un fracaso. Así lo ha sido en el caso del mismo Jesús, un fracasado por amor, ya que su entrega fue una inhumanidad, una injusticia y, por ello, un fracaso histórico. Todo martirio es fundamentalmente un fracaso porque indica que los niveles de humanidad en los que debe respetarse la vida del otro no han sido aún logrados. Si la sangre llegara, habría que trabajar más para el logro de la concordia. Eso también habría de entrar en la perspectiva de una comunidad viva. 

Fidel Aizpurúa Donázar

Jer 38, 4-6. 8-10 (1ª Lectura Domingo XX de Tiempo Ordinario)

Cuando leemos la palabra de Dios, esperamos de forma espontánea una exhortación, una reflexión, una sentencia juiciosa, una motivación para nuestra vida humana, moral y espiritual. Buscamos en la Biblia, sin decirlo, una palabra de consuelo y de ánimo. No esperamos la narración de unos hechos «que ni nos van ni nos vienen»; mucho menos que sean violentos. ¿A qué viene esta historia de un personaje que meten en un pozo en el asedio de Jerusalén? ¿Qué puede decirnos eso en nuestra vida? 

La escena que se narra en tercera persona -lo hace un espectador desde fuera- relata la suerte del profeta Jeremías en el asedio de Jerusalén por parte de los babilonios. Un asedio que acabará en tragedia y destrucción, pues la ciudad y el Templo serán arrasados. Estamos en el año 587 a.C. La historia parece acabarse definitivamente para el reino de Judá. 

Jeremías es un verdadero profeta de Dios. Los falsos profetas, contemporáneos suyos, que también actúan en la ciudad, exhortan a la resistencia, pues Dios no va a permitir que la ciudad caiga. Jeremías, curiosamente, que habla en verdad de parte de Dios, les exhorta a la rendición. Los pecados de Judá y de Jerusalén han colmado el vaso y no hay escapatoria. Las autoridades interpretan estas palabras como una llamada a la deserción y le acusan al profeta de desanimar a los combatientes. 

Toda la lectura del libro del profeta Jeremías está atravesada por una palabra de Dios molesta que le complica la vida. La vida del profeta, en realidad, no es fácil, porque cuando Dios habla no lo hace para satisfacer nuestras curiosidades, sino para transmitir un mensaje de salvación que muchas veces no interpretamos o no sabemos vislumbrar. Jeremías tuvo que decir al rey primero, y a sus conciudadanos después, que el plazo dado por Dios ya se había cumplido. La intervención de los ejércitos enemigos, los babilonios, era inminente. Ni el rey ni sus conciudadanos lo querían oír. La solución que toman es, como se dice en castellano, ‘matar al mensajero’. A Jeremías no le llegan a matar sus conciudadanos, pero le encarcelan, le maltratan, le mandan callarse. No es fácil ni agradable la vida del profeta. La voz profética ha sido frecuentemente acallada por los que tienen que tomar las decisiones, por los que creen que gobiernan sensatamente; gobierno que ejercen, con frecuencia, no con Dios, sino al margen de él. 

Pedro Fraile Yécora 

Comentario al evangelio (8 de agosto)

      Los tiempos de Jesús no eran como los nuestros. Al menos, en teoría. Por aquella época los impuestos servían a los reyes para mantenerse, mantener su poder y su ejército. A veces hasta defendían a su pueblo. Pero siempre lo utilizaban para defenderse a sí mismos y a su familia de las amenazas de fuera. Por eso dice Jesús que los impuestos no los pagan los hijos sino los de fuera. 

      Está claro que esa manera de concebir la sociedad no era para nada compatible con el mensaje de Reino que predicó Jesús. Tampoco lo es ahora, aunque algo hemos crecido en estos veinte siglos. Ahora, al menos en la teoría, los impuestos sirven para el bien común: para hacer carreteras, para pagar la educación y la sanidad, para sustentar un ejército y una policía al servicio de las necesidades de todos y no sólo de los que gobiernan. Esa es la teoría. La práctica están, dependiendo de lugares y países, a veces todavía muy lejos de la teoría. Pero, al menos, y no es poco, tenemos la teoría. En tiempos de Jesús, ni siquiera tenían la teoría. 

      Por eso, en tiempos de Jesús, el mensaje del Reino de Dios sonaba todavía más lejano e imposible que hoy. Actualmente, tenemos que reconocer que se ha adelantado mucho. No todo pero sí mucho en hacer un mundo más justo y mejor. No en todos los países pero sí en muchos. La medicina, la educación, el seguro de desempleo, la protección a los trabajadores, la defensa de los derechos humanos y muchas otras cosas son signos de todo eso que se ha avanzado en orden a que nuestra sociedad sea más justa. Ciertamente no en todos los lugares se ha avanzado lo mismo. Queda mucho por hacer. Pero con el paso de los siglos, hemos ido mejorando. 

      Pero como todavía queda mucho por hacer –pero muchísimo–, hay que seguir predicando el Reino. Para que todos nos demos cuenta de que todos somos hijos, de que todos tenemos los mismos derechos –y las mismas obligaciones, claro–, de que la justicia es para todos. Y que nuestros gobernantes no están para servirse a sí mismos sino para servir al pueblo y especialmente a los más marginados, abandonados y necesitados. 

      Santo Domingo de Guzmán, cuya fiesta celebramos hoy, fundador de los dominicos, se dedicó a predicar el Reino de Dios en su tiempo. Hoy los dominicos siguen su estela. Y nosotros deberíamos hacer lo mismo. Predicar y vivir el mensaje del Reino para que este mundo se vaya haciendo cada vez más la casa de todos, la casa de los hijos e hijas de Dios en la que nadie es excluido y todos tienen un puesto a la mesa.

Fernando Torres, cmf