Vísperas – Jueves XIX de Tiempo Ordinario

SANTA CLARA, vírgen. (MEMORIA).

VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: CLARA, VIRGEN AMABLE.

Clara, virgen amable,
esposa enamorada,
dulce nos es tu nombre,
muy suave tu fragancia.

El gozo de la cruz
danos, benigna hermana;
danos tu amor castísimo
y la pobreza santa.

Gloria al hijo doliente
en la cruz levantada;
gloria a Jesús excelso
en la paz de la patria. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Que tus fieles, Señor, te aclamen al entrar en tu morada.

Salmo 131 I – PROMESAS A LA CASA DE DAVID.

Señor, tenle en cuenta a David
todos sus afanes:
cómo juró al Señor
e hizo voto al Fuerte de Jacob:

«No entraré bajo el techo de mi casa,
no subiré al lecho de mi descanso,
no daré sueño a mis ojos,
ni reposo a mis párpados,
hasta que encuentre un lugar para el Señor,
una morada para el Fuerte de Jacob.»

Oímos que estaba en Efrata,
la encontramos en el Soto de Jaar:
entremos en su morada,
postrémonos ante el estrado de sus pies.

Levántate, Señor, ven a tu mansión,
ven con el arca de tu poder:
que tus sacerdotes se vistan de gala,
que tus fieles te aclamen.
Por amor a tu siervo David,
no niegues audiencia a tu Ungido.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Que tus fieles, Señor, te aclamen al entrar en tu morada.

Ant 2. El Señor ha elegido a Sión, ha deseado vivir en ella.

Salmo 131 II.

El Señor ha jurado a David
una promesa que no retractará:
«A uno de tu linaje
pondré sobre tu trono.

Si tus hijos guardan mi alianza
y los mandatos que les enseño,
también sus hijos, por siempre,
se sentarán sobre tu trono.»

Porque el Señor ha elegido a Sión,
ha deseado vivir en ella:
«Ésta es mi mansión por siempre,
aquí viviré, porque la deseo.

Bendeciré sus provisiones,
a sus pobres los saciaré de pan;
vestiré a sus sacerdotes de gala,
y sus fieles aclamarán con vítores.

Haré germinar el vigor de David,
enciendo una lámpara para mi Ungido.
A sus enemigos los vestiré de ignominia,
sobre él brillará mi diadema.»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Señor ha elegido a Sión, ha deseado vivir en ella.

Ant 3. El Señor le dio el poder, el honor y el reino, y todos los pueblos le servirán.

Cántico: EL JUICIO DE DIOS Ap 11, 17-18; 12, 10b-12a

Gracias te damos, Señor Dios omnipotente,
el que eres y el que eras,
porque has asumido el gran poder
y comenzaste a reinar.

Se encolerizaron las naciones,
llegó tu cólera,
y el tiempo de que sean juzgados los muertos,
y de dar el galardón a tus siervos los profetas,
y a los santos y a los que temen tu nombre,
y a los pequeños y a los grandes,
y de arruinar a los que arruinaron la tierra.

Ahora se estableció la salud y el poderío,
y el reinado de nuestro Dios,
y la potestad de su Cristo;
porque fue precipitado
el acusador de nuestros hermanos,
el que los acusaba ante nuestro Dios día y noche.

Ellos le vencieron en virtud de la sangre del Cordero
y por la palabra del testimonio que dieron,
y no amaron tanto su vida que temieran la muerte.
Por esto, estad alegres, cielos,
y los que moráis en sus tiendas.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Señor le dio el poder, el honor y el reino, y todos los pueblos le servirán.

LECTURA BREVE 1Co 7, 32. 34

El célibe se preocupa de los asuntos del Señor, buscando contentar al Señor; lo mismo, la mujer sin marido y la soltera se preocupan de los asuntos del Señor, consagrándose a ellos en cuerpo y alma.

RESPONSORIO BREVE

V. Llevan ante el Rey al séquito de vírgenes, las traen entre alegría.
R. Llevan ante el Rey al séquito de vírgenes, las traen entre alegría.

V. Van entrando en el palacio real.
R. Las traen entre alegría.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Llevan ante el Rey al séquito de vírgenes, las traen entre alegría.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Ven, esposa de Cristo, recibe la corona eterna que el Señor te trae preparada.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Ven, esposa de Cristo, recibe la corona eterna que el Señor te trae preparada.

PRECES

Alabemos con gozo a Cristo, que elogió a los que permanecen vírgenes a causa del reino de Dios, y supliquémosle, diciendo:

Jesús, rey de las vírgenes, escúchanos.

Señor Jesucristo, tú que como esposo amante colocaste junto a ti a la Iglesia sin mancha ni arruga,
haz que sea siempre santa e inmaculada.

Señor Jesucristo, a cuyo encuentro salieron las vírgenes santas con sus lámparas encendidas,
no permitas que falte nunca el óleo de la fidelidad en las lámparas de las vírgenes que se han consagrado a ti.

Señor Jesucristo, a quien la Iglesia virgen guardó siempre fidelidad intacta,
concede a todos los cristianos la integridad y la pureza de la fe.

Tú que concedes hoy a tu pueblo alegrarse por la fiesta de santa Clara, virgen,
concédele también gozar siempre de su valiosa intercesión.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que recibiste en el banquete de tus bodas a las vírgenes santas,
admite también a nuestros hermanos difuntos en el convite festivo de tu reino.

Oremos con Jesús, diciendo a nuestro Padre:

Padre nuestro…

ORACION

Señor, Dios nuestro, que concediste a santa Clara un gran amor por la pobreza evangélica, concédenos, por su intercesión, seguir a Cristo en la pobreza del espíritu y llegar a contemplarte en tu glorioso reino. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

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Lectio Divina (11 de agosto)

Lectio: Jueves, 11 Agosto, 2016
Tiempo Ordinario
 
1) Oración inicial 
Dios todopoderoso y eterno, a quien podemos llamar Padre; aumenta en nuestros corazones el espíritu filial, para que merezcamos alcanzar la herencia prometida. Por nuestro Señor.
 
2) Lectura del Evangelio 
Del Evangelio según Mateo 18,21-19,1
Pedro se acercó entonces y le dijo: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?» Dícele Jesús: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.» «Por eso el Reino de los Cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Al empezar a ajustarlas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, ordenó el señor que fuese vendido él, su mujer y sus hijos y todo cuanto tenía, y que se le pagase. Entonces el siervo se echó a sus pies, y postrado le decía: `Ten paciencia conmigo, que todo te lo pagaré.’ Movido a compasión el señor de aquel siervo, le dejó ir y le perdonó la deuda. Al salir de allí aquel siervo se encontró con uno de sus compañeros, que le debía cien denarios; le agarró y, ahogándole, le decía: `Paga lo que debes.’ Su compañero, cayendo a sus pies, le suplicaba: `Ten paciencia conmigo, que ya te pagaré.’ Pero él no quiso, sino que fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase lo que debía. Al ver sus compañeros lo ocurrido, se entristecieron mucho, y fueron a contar a su señor todo lo sucedido. Su señor entonces le mandó llamar y le dijo: `Siervo malvado, yo te perdoné a ti toda aquella deuda porque me lo suplicaste.¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, del mismo modo que yo me compadecí de ti?’ Y encolerizado su señor, le entregó a los verdugos hasta que pagase todo lo que le debía. Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano.»
Y sucedió que, cuando acabó Jesús estos discursos, partió de Galilea y fue a la región de Judea, al otro lado del Jordán.
 
3) Reflexión 
• En el evangelio de ayer oímos las palabras de Jesús sobre la corrección fraterna (Mt 18,15-20). En el evangelio de hoy (Mt 18,21-39) el asunto central es el perdón y la reconciliación.
• Mateo 18,21-22: ¡Perdonar setenta veces siete! Ante las palabras de Jesús sobre la corrección fraterna y la reconciliación, Pedro pregunta: “¿Cuántas veces tengo que perdonar? ¿Siete veces?” Siete es un número que indica una perfección y, en el caso de la propuesta de Pedro, siete es sinónimo de siempre. Pero Jesús va más lejos. Elimina todo y cualquier posible límite para el perdón: «¡No te digo hasta siete, sino hasta setenta veces siete!” Es como si dijera: “¡Siempre, no! Pedro, sino setenta veces siempre!” Pues no hay proporción entre el amor de Dios para con nosotros y nuestro amor para con el hermano. Aquí se evoca el episodio de Lamec del AT. “Dijo, pues, Lamec a sus mujeres Ada y Selía: ‘Escúchenme ustedes, mujeres de Lamec, pongan atención a mis palabras: yo he muerto a un hombre por la herida que me hizo y a un muchacho por un moratón que recibí. Si Caín ha de ser vengado siete veces, Lamec ha de serlo setenta siete veces» (Gén 4,23-24). La tarea de las comunidades es la de invertir el proceso de la espiral de violencia. Para esclarecer su respuesta a Pedro, Jesús cuenta la parábola del perdón sin límite.
• Mateo 18,23-27: La actitud del dueño. Esta parábola es una alegoría, esto es, Jesús habla de un dueño, pero piensa en Dios. Esto explica los contrastes enormes de ésta parábola. Como veremos, a pesar de que se trata de cosas normales y diarias, existe algo en esta historia que no acontece nunca en la vida cotidiana. En la historia que Jesús cuenta, el dueño sigue las normas del derecho de la época. Estaba en su derecho si tomaba a un empleado y a toda su familia y lo ponía en la cárcel hasta que hubiera pagado su deuda por el trabajo como esclavo. Pero ante la petición del empleado endeudado, el dueño perdona la deuda: diez mil talentos. Un talento equivale a 35 kg. Según los cálculos hechos, diez mil talentos equivalen a 350 toneladas de oro. Aunque el deudor junto con su mujer y sus hijos hubiesen trabajado la vida entera, no hubieran sido nunca capaces de reunir 350 toneladas de oro. El cálculo extremo está hecho a propósito. Nuestra deuda ante Dios es incalculable e impagable.  
• Mateo 18,28-31: La actitud el empleado. Al salir de allí, el empleado perdonado encuentra a uno de sus compañeros que le debía cien monedas de plata. Agarrándole, le decía: ‘Paga lo que debes’. La moneda de cien denarios es el salario de cien días de trabajo. Algunos calculan que era de 30 gramos de oro. ¡No existe medio de comparación entre los dos! Ni tampoco nos hace entender la actitud del empleado: Dios le perdona 350 toneladas de oro y él no quiere perdonarle 30 gramos de oro. En vez de perdonar, hace con el compañero lo que el dueño podía haber hecho, pero no hizo. Mandó a la cárcel al compañero, según las normas de la ley, hasta que pagara toda la deuda. Actitud chocante para cualquier ser humano. Choca a los otros compañeros. Al ver sus compañeros lo ocurrido, se entristecieron mucho, y fueron a contar a su señor todo lo sucedido. Nosotros también hubiéramos tenido la misma actitud de desaprobación.  
• Mateo 18,32-35: La actitud de Dios. “Su señor entonces le mandó llamar y le dijo: `Siervo malvado, yo te perdoné a ti toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, del mismo modo que yo me compadecí de ti?’ Y encolerizado su señor, le entregó a los verdugos hasta que pagase todo lo que le debía.” Ante el amor de Dios que perdona gratuitamente nuestra deuda de 350 toneladas de oro, es nada más que justo que perdonemos al hermano una pequeña deuda de 30 gramos de oro. ¡El perdón de Dios es sin límites. El único limite para la gratuidad de misericordia de Dios viene de nosotros mismos, de nuestra incapacidad de perdonar al hermano! (Mt 18,34). Es lo que decimos y pedimos en el Padre Nuestro: “Perdónanos nuestras ofensas, así como nosotros personamos a los que nos ofenden” (Mt 6,12-15).
La comunidad como espacio alternativo de solidaridad y fraternidad. La sociedad del Imperio Romano era dura y sin corazón, sin espacio para los pequeños. Estos buscaban un amparo para el corazón y no lo encontraban. Las sinagogas eran exigentes y no ofrecían un lugar para ellos. En la comunidad cristianas, el rigor de algunos en la observancia de la Ley, llevaba a la convivencia los mismos criterios de la sociedad y de la sinagoga. Así, en la comunidad empezaban a haber divisiones que existían en la sociedad y en la sinagoga entre rico y pobre, dominación y sumisión, hombre y mujer, raza y religión. La comunidad, en vez de ser un espacio de acogida, se volvía un lugar de condena. Juntando las palabras de Jesús, Mateo quiere iluminar la caminada de los seguidores y de las seguidoras de Jesús, para que las comunidades sean un espacio alternativo de solidaridad y de fraternidad. Deben ser una Buena Noticia para los pobres.
 
4) Para la reflexión personal
• Perdonar. Hay gente que dice: “¡Perdono, pero no olvido!” ¿Y yo? ¿Soy capaz de imitar a Dios?
• Jesús nos da el ejemplo. En la hora de su muerte pide perdón pos sus asesinos (Lc 23,34). ¿Soy capaz de imitar a Jesús?
 
5) Oración final
¡De la salida del sol hasta su ocaso,
sea alabado el nombre de Yahvé!
¡Excelso sobre los pueblos Yahvé,
más alta que los cielos su gloria! (Sal 113,3-4)

Para la catequesis: Domingo XIX de Tiempo Ordinario

Asunción de la Virgen María
15 de agosto 2016

Lecturas: Apocalipsis 11: 19ª; 12:1-6ª.10; Salmo 44 ; 1Corintios 15,20-27; Lucas 1, 39-56

María visita a su prima Isabel

En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea, y entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. En cuanto ésta oyó el saludo de María, la creatura saltó en su seno. Entonces Isabel quedó llena del Espíritu Santo, y levantando la voz, exclamó:

«¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor”. Entonces dijo María:

«Mi alma glorifica al Señor
y mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi salvador,
porque puso sus ojos en la humildad de su esclava.
Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones,
porque ha hecho en mí grandes cosas el que todo lo puede.
Santo es su nombre y su misericordia llega de generación
en generación a los que lo temen.
Ha hecho sentir el poder de su brazo:
dispersó a los de corazón altanero,
destronó a los potentados y exaltó a los humildes.
A los hambrientos los colmó de bienes
y a los ricos los despidió sin nada.
Acordándose de su misericordia,
vino en ayuda de Israel, su siervo,
como lo había prometido a nuestros padres,
a Abraham y a su descendencia para siempre».

María permaneció con Isabel unos tres meses, y luego regresó a su casa. (Lucas 1,39-56)

Reflexión

Al aceptar María ser la madre de Jesús tenemos la seguridad de que la promesa de Dios se va a cumplir. A todos los cristianos se nos pide este mismo sí. Cristo promete la resurrección a todos los bautizados. El primer fruto de esta promesa es la Asunción de la Virgen María. En el evangelio vemos a María sirviendo a Isabel y alabando a Dios por todas sus grandezas. ¿De qué maneras pueden servir a otros? ¿Porque cosas están agradecidos? Compartir

Actividad

Representen la escena del encuentro de María con Isabel. Recen con ellos el Magníficat. Luego pídanle que cada uno diga algo por lo que está agradecido por todas las cosas buenas que les ha dado. Terminar rezando el Ángelus.

Oración

Jesús te damos gracias porque en María tenemos la seguridad de que cumples tus promesas y de que, como ella, viviremos contigo para siempre. Enséñanos a ser como María respondiendo con actos de generosidad y servicio para nuestros hermanos. Amen.

Amoris laetitia – Francisco I

Transmisión de la vida y educación de los hijos

80. El matrimonio es en primer lugar una «íntima comunidad conyugal de vida y amor»[80], que constituye un bien para los mismos esposos[81], y la sexualidad «está ordenada al amor conyugal del hombre y la mujer»[82]. Por eso, también «los esposos a los que Dios no ha concedido tener hijos pueden llevar una vida conyugal plena de sentido, humana y cristianamente»[83]. No obstante, esta unión está ordenada a la generación «por su propio carácter natural»[84]. El niño que llega «no viene de fuera a añadirse al amor mutuo de los esposos; brota del corazón mismo de ese don recíproco, del que es fruto y cumplimiento»[85]. No aparece como el final de un proceso, sino que está presente desde el inicio del amor como una característica esencial que no puede ser negada sin mutilar al mismo amor. Desde el comienzo, el amor rechaza todo impulso de cerrarse en sí mismo, y se abre a una fecundidad que lo prolonga más allá de su propia existencia. Entonces, ningún acto genital de los esposos puede negar este significado[86], aunque por diversas razones no siempre pueda de hecho engendrar una nueva vida.


[80] Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 48.
[81] Cf . Código de Derecho Canónico, c. 1055 § 1: « Ad bonum coniugum atque ad prolis generationem et educationem ordinatum».
[83] Ibíd., 1654.
[84] Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 48.
[86] Cf. Pablo VI, Carta enc. Humanae vitae (25 julio 1968), 11-12: AAS 60 (1968), 488-489.

¡Y ojalá estuviera ya ardiendo!

1.- FIELES A LA DOCTRINA. «En aquellos días, los príncipes dijeron al rey: Muera ese Jeremías, porque está desmoralizando a los soldados que quedan en la ciudad » (Jr 38, 4). El profeta proclama con audacia el mensaje que Dios ha puesto en sus labios. Son palabras que maldicen, que hieren. Palabras que anuncian la verdad, palabras que no sonaban bien a los oídos del pueblo, palabras que exigían fidelidad heroica a Dios, palabras que no admitían arreglos ni componendas.            Por eso le atacan con audacia y con rabia, le acosan sin piedad, le acorralan como jauría de perros hambrientos. Le calumnian, mienten sin pudor. Intentan ahogar su voz, taparle la boca, reducirlo violentamente al silencio. Y casi llegan a conseguirlo.

Hoy también sucede lo mismo. Hay voces que caen mal, palabras que no se conforman con las tendencias hedonistas del momento. Profetas que hablan en nombre de Dios, que transmiten el mensaje divino hecho de renuncias a las malas inclinaciones, profetas que condenan con claridad y valentía la cómoda postura de los que quieren facilitar el áspero camino que conduce a la Vida, los que quieren ensanchar la estrecha senda que marcó Cristo con su vida y con sus palabras. Y también hoy se trata de tapar la boca al profeta, se intenta que sus palabras se pierdan en el silencio.

«Ellos cogieron a Jeremías y lo arrojaron en el aljibe de Melquías, príncipe real, en el patio de la guardia, descolgándolo con sogas» (Jr 38, 6). En el aljibe no había agua, sino lodo, y Jeremías se hundió en el lodo. Había sombras densas en el fondo de la cisterna, olor nauseabundo de aguas podridas, barro sucio y luctuoso que pringaba. El profeta está pagando el precio de su audacia, de su atrevimiento en decir la verdad de Dios sin paliativos ni tapujos. No importa la persecución, no importa el no caer bien, el desprecio o la sonrisa burlona. No importa el juicio desfavorable, el ser llamado con los peores apelativos del momento. El verdadero profeta es fiel hasta los peores extremos, hasta la renuncia más dura que darse pueda. Fidelidad a la doctrina católica. Fidelidad a lo que es depósito de la revelación divina, a ese conjunto de verdades que, partiendo del mismo Cristo, ha venido enseñando y defendiendo el Magisterio auténtico de nuestra Santa Madre la Iglesia Católica y Apostólica. Hay que afrontar con gallardía el momento difícil que atravesamos, hay que defender la verdad, la santa doctrina. Cueste lo que cueste, digan lo que digan, duela a quien duela.

2.- EL FUEGO DE DIOS. «He venido a prender fuego en el mundo…» (Lc 12, 49). En ocasiones se puede pensar que el Evangelio es un libro sin aristas, y que las palabras de Jesús fueron siempre suaves y dulces. Sin embargo, no es así. Muchas veces, más de las que creemos, el tono de las intervenciones de Cristo se carga de energía y poderío, las suyas son palabras ardientes y penetrantes, estridentes casi. Por eso pensar que el Evangelio es un libro irenista, o de consenso, es un error de grueso calibre. No, el Evangelio no contiene una doctrina acomodaticia ni fácil, no es tranquilizadora para el hombre, no es el opio del pueblo como decía uno de los santones del comunismo. En el pasaje de esta dominica oímos a Jesús que dice haber traído fuego a la tierra para incendiar al mundo entero. ¡Y ojalá estuviera ya ardiendo!, añade con fuerza. Sí, sus palabras son brasas incandescentes, fuego que devora y purifica, que enardece y enciende a los hombres que lo escuchan sin prejuicios, que ilumina las más oscuras sombras y calienta los rincones más fríos del alma humana. El Evangelio es, sin duda, una doctrina revolucionaria, la enseñanza más atrevida y audaz que jamás se haya predicado. La palabra de Cristo es la fuerza que puede transformar más hondamente al hombre, la energía más poderosa para hacer del mundo algo distinto y formidable.

Nuestro Señor Jesucristo ha prendido el fuego divino, ha iniciado un incendio de siglos, ha quemado de una forma u otra todas las páginas de la historia, desde su nacimiento hasta nuestros días, y hasta siempre, Es verdad que en ocasiones nosotros, los cristianos, ocultamos con nuestro egoísmo y comodidad, con nuestras pasiones y torpezas, la antorcha encendida que Él nos puso en las manos el día de nuestro bautismo. Pero el fuego sigue vivo y hay, gracias a Dios, quienes levantan con valentía el fuego de Dios, el fuego del amor y de la justicia, el fuego de la generosidad y el desinterés, el fuego de una vida casta y abnegada, el fuego de la verdad que no admite componendas. ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz?, nos pregunta Jesús también a nosotros. Quizá tendríamos que responderle que sí, que pensamos que su mensaje es algo muy bello pero algo descabellado y teórico, un mensaje de amor mutuo que se reduce a buenas palabras, que es compatible con una vida aburguesada y comodona. Si eso pensamos, o si vivimos como si eso fuera el Evangelio, estamos totalmente equivocados, hemos convertido en una burda caricatura el rostro de Jesucristo, hemos apagado en lugar de avivarlo el fuego de Dios. Vamos a rectificar, vamos de nuevo a prender nuestros corazones y nuestros entendimientos en ese celo encendido, varonil y recio, que consumía el espíritu del Señor.

Por Antonio García-Moreno

La constancia en la fe

1.- Perseguido por ser consecuente. La vida de Jeremías es toda una tragedia: ama apasionadamente a su pueblo y desea para todos lo mejor, pero tiene que anunciarles lo peor. Sin embargo, Jeremías cumple su misión y anuncia a todos la amarga verdad que le ha sido revelada. Esto le acarrea la persecución de sus paisanos. Sedecías, puesto en el trono por Nabucodonosor, es un rey débil e incapaz de hacerse respetar, entregado a la voluntad de los caciques, y mal aconsejado. El profeta padece en silencio, sin rechistar. Pero con su fidelidad hasta la muerte a la palabra de Dios y la aceptación de su destino, da una lección a todo el pueblo. Israel debería someterse a la voluntad de Dios y aceptar la rendición y hasta el exilio para evitar males mayores. Pero no es eso lo que hace, sino que busca aliados a cualquier precio para alzarse contra Babilonia. Jeremías propone una política que juzga más realista en aquellas circunstancias: confiar en Dios y no en los aliados, aceptar lo inevitable y mantener viva la esperanza hasta que vengan tiempos mejores.

2.- Mantener la fe en las dificultades. La constancia en el combate o en la prueba es una de las cualidades del atleta, imagen frecuente en el Nuevo Testamento. El proceso en el que el creyente está implicado tiene su raíz y su cumplimiento en el mismo Jesús. No es una lucha en solitario, sino motivada y concluida por el espíritu del primero que se lanzó a esta dura batalla. Con Jesús se lanza el creyente al más formidable proceso de liberación que haya existido: llevar a todos y a todo hasta la plenitud. El cristiano sigue los pasos marcados por Jesús y sabe que el hombre es el mejor y único camino para llegar a Dios. Tal vez hay aquí una alusión a lo que puede suponer el martirio en el camino de la fe. Sabemos que la comunidad primitiva amasó su fe con la sangre de los mártires. El autor anima a sus lectores a mantener en la fe en un ambiente de oposición que, por lo demás, ya el mismo Jesús experimentó desde el comienzo de su vida. La prueba acompaña siempre al verdadero creyente, como vemos también en la primera lectura. Hoy muchos cristianos son perseguidos y derraman su sangre por Cristo. En otros lugares nuestra fe es objeto de burla. Hoy más que nunca tenemos que ser constantes en el seguimiento de Cristo.

3.- Fuego de amor. El Señor manifiesta a sus discípulos el celo apostólico que le consume: “He venido a traer fuego a la tierra, y ¿qué quiero sino que yo arda?” San Agustín, comentando este pasaje del Evangelio, enseña: “los hombres que creyeron en Él comenzaron a arder, recibieron la llama de la caridad. Inflamados por el fuego del Espíritu Santo, comenzaron a ir por el mundo y a inflamar a su vez…” Somos nosotros quienes hemos de ir ahora por el mundo con ese fuego de amor y de paz que encienda a otros en el amor a Dios y purifique sus corazones. Hoy es un buen día para considerar en nuestra oración si nosotros propagamos a nuestro alrededor el fuego del amor de Dios. El testimonio del evangelio en medio del mundo se propaga como un incendio. Cada cristiano que viva su fe se convierte en un punto de ignición en medio de los suyos, en el lugar de trabajo, entre sus amigos y conocidos…El evangelio no nos debe dejar indiferentes, transforma nuestra vida. Es esta la violencia interior de la que habla el evangelio de hoy, porque altera nuestra vida acomodada. Puede que seamos incomprendidos y rechazados. Pero el amor a Dios ha de llenar nuestro corazón: entonces nos compadeceremos de todos aquellos que andan alejados del Señor y procuraremos ponernos a su lado para que conozcan al Maestro. Cada encuentro con el Señor lleva esa alegría y a la necesidad de comunicar a los demás ese tesoro. Así propagaremos un incendio de paz y de amor que nadie podrá detener.

Por José María Martín OSA

Predicar los valores del evangelio, aunque esto nos cree problemas y conflictos

1.- ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? Pues no, sino división. Para entender bien un texto siempre fue necesario leerlo en su contexto. En todo el capítulo 12 del evangelio según san Lucas Jesús les dice a sus discípulos que vivan alerta y vigilantes, para que cuando llegue el Señor los encuentre en vela. Vivir alerta y vigilantes supone vivir siempre atentos a la voluntad de Dios, para cumplirla. Lo primero es predicar y vivir el reino de Dios, todo lo demás es secundario. Pero, naturalmente, el predicar y el vivir el reino de Dios nos pone casi siempre en contra de los que predican y viven valores contrarios a la buena nueva, al evangelio, al reino de Dios. En estos casos, se nos dice en el relato evangélico de hoy, tenemos que elegir no la paz con los que predican valores contrarios al evangelio, sino la división. Aunque sean personas de nuestra propia familia, o de nuestros amigos, los que están en contra de nosotros. Lo primero, insistimos, es seguir a Jesús, buscar el reino de Dios, todo lo demás, se nos dice, se nos dará por añadidura. Bien, yo creo que la idea es clara, aunque compleja, lo importante ahora para nosotros es que sepamos llevarla a la práctica en el momento actual en el que vivimos nosotros. Los valores que se predican y se viven en el mundo actual en el que nosotros vivimos son, por lo menos, tan contrarios al evangelio de Jesús, como lo fueron en los tiempos en los que Jesús predicaba. No podemos ser tan ingenuos para pensar que a nosotros nos va a resultar fácil, o complaciente, predicar hoy los valores del evangelio. Ni frente a las autoridades civiles, ni frente a las autoridades religiosas, ni frente a la sociedad en general. Si queremos, pues, ser fieles al evangelio, preparémonos para vivir en división, en lucha, aunque esto también a nosotros nos cree problemas y conflictos. Así vivió Cristo, nuestro Maestro y así vivían las primeras comunidades cristianas, cuando fue escrito este evangelio.

2.- Muera ese Jeremías… Ese hombre no busca el bien del pueblo, sino su desgracia. El profeta Jeremías es también un profeta que sufrió, como Jesús, muchas persecuciones y afrentas por predicar la verdad que Dios le mandaba predicar. Los príncipes del pueblo judío querían hacer la guerra a Babilonia y el profeta Jeremías les decía que eso era una locura y que sería el pueblo el que iba a sufrir unas consecuencias terribles, porque iba a ser exterminado por los ejércitos babilónicos. No sólo no le hicieron caso, sino que intentaron matar al mensajero, como acabamos de leer en esta lectura. Las consecuencias de no obedecer al profeta fueron terribles: la muerte y el destierro de gran parte del pueblo judío. El ejemplo del profeta Jeremías debe servirnos a nosotros para saber que debemos predicar la verdad de Dios siempre, aunque nuestra predicación vaya a contracorriente de la cultura en que vivimos. Decir la verdad a los que no quieren oírla, ni escucharla, casi siempre crea problemas. Pero si los cristianos queremos ser fieles a la verdad y al evangelio de Jesús debemos preferir sufrir persecución, o desprecio, antes que callarnos, o seguir opiniones que sabemos que van contra nuestras creencias y nuestra fe.

3.- Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado. Estas últimas palabras de la Carta a los Hebreos son claras y contundentes: Cristo murió por luchar contra el pecado del mundo, nosotros debemos estar dispuestos a llegar hasta el martirio, antes que sucumbir a la tentación y al pecado. Es la misma idea que venimos repitiendo en los dos puntos anteriores: vivir en la verdad del evangelio, aunque nos vaya la vida en ello. Normalmente, a la mayor parte de nosotros no se nos exige un martirio cruento, llegar a la sangre, por defender nuestra fe, pero no debemos rechazar el sufrimiento de cada día para vivir nuestra fe con valentía e integridad. Sin violencia, por supuesto, pero con ánimo y fortaleza cristianas, siempre.

Por Gabriel González del Estal

Los fuegos

Fuegos que debemos encender
dentro de nosotros:
el desequilibrio dinámico
que nos impulsa a no dormirnos;
el desarrollo de nuestras capacidades;
el fuego de amor concreto
que se traduce en obras;
el conocimiento más profundo de Jesús,
que nos impulse a vivir como Él;
el fuego por la vida…

Fuegos que hay que encender
fuera de nosotros:
el de la cruzada contra el hambre,
la injusticia, y el desamor en el mundo;
el fuego purificador de la corrupción
y la hipocresía;
un fuego que caliente a los abandonados;
el fuego que queme la indiferencia
y el pasotismo…

Escribe aquí los fuegos que tienes que apagar:

y aquí los que tienes que encender:

José Luis Cortés

Comentario al evangelio (11 de agosto)

      ¿Han leído bien el Evangelio de este día? Cada vez estoy más convencido de que el perdón y la reconciliación son las armas más importantes que tenemos que usar para construir el Reino. Y que la no utilización de esas armas es lo que está generando la persistencia de las guerras, de los odios, de las venganzas. Veo en los pueblos y en las familias, en las personas en definitivo, como se quedan enquistadas las historias, lo que el otro me hizo o nos hizo. O no nos hizo. Y eso sigue ahí, generación tras generación. A veces da la impresión de que termina formando parte del ADN, de los genes de las personas. Parece que no se puede sacar ni extraer de ninguna manera. 

      Lo que las personas, y las familias y los pueblos parecen no darse cuenta es que la única forma de superar esas situaciones de conflicto absurdo, motivado las más de las veces por el ansia de seguridad propia y por el temor ante el otro, es a través del perdón y la reconciliación. 

      El Evangelio de hoy nos llama la atención sobre cuántas veces debemos perdonar. Parece que en alguna tradición judía se decía que no más de siete veces. Y a esa tradición se quería agarrar Pedro. ¡Siete veces son ya muchas veces! Hasta demasiadas dirían algunos. Jesús le da con la respuesta en las narices –era posiblemente la respuesta que Pedro no quería oír–. Hay que perdonar hasta setenta veces siete. Dicho en plan matemático, hasta cuatrocientas noventa veces. Pero como hay que suponer que los discípulos no sabrían demasiado de multiplicaciones, seguro que entendieron que hay que perdonar muchísimas veces, que hay que perdonar siempre. Sin límite, Sin medida. 

      Jesús sólo pone un argumento, que es el que se deduce de la parábola. Nuestro Padre del cielo nos ha perdonado todas las veces. Y nos seguirá perdonando. Porque tanto ustedes como el que escribe estas líneas, todos, vamos a seguir metiendo la pata muchas veces mientras que estemos vivos. ¿O alguno se atreve a decir que él no va nunca a…? Y el Padre no es que nos vaya a perdonar. Es que ya nos ha perdonado. Desde antes de… Y ahí está siempre, esperándonos, como el padre del hijo pródigo. 

      Y si esto ha sido lo que hemos recibido, lo que experimentamos día a día, como reconciliados por Dios. Pero no para vivir en una nube de cristal sino para ser ministros de la reconciliación. Para pensar menos en lo que nos ofenden, en lo que nos separa, y más en construir relación, anudar lazos entre las personas, perdonar, dar la mano, unir. Ahí está el camino para hacer de este mundo nuestro un mundo mejor para todos.

Fernando Torres, cmf