I Vísperas – Asunción de María

I VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: EL CIELO SE MARAVILLA

El cielo se maravilla,
Virgen, viendo como a vos
junto a sí os ha dado Dios
la más eminente silla.

Sobre los altos confines
del más levantado cielo
subisteis, Virgen, del suelo
en hombros de serafines.

Y mucho se maravilla
el cielo de ver que a vos
junto a sí os ha dado Dios
la más eminente silla.

¡Oh Dios, quién supiera ahora
significar la alegría
que todo el cielo tendría
con su nueva emperadora!

Ángeles podrán decilla,
Virgen, y lo que con vos
hizo vuestro hijo y Dios
cuando os dio tan alta silla. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Subió Cristo al cielo y preparó una mansión de inmortalidad a su Madre purísima. Aleluya.

Salmo 112 – ALABADO SEA EL NOMBRE DEL SEÑOR

Alabad, siervos del Señor,
alabad el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor,
ahora y por siempre:
de la salida del sol hasta su ocaso,
alabado sea el nombre del Señor.

El Señor se eleva sobre todos los pueblos,
su gloria sobre los cielos.
¿Quién como el Señor Dios nuestro,
que se eleva en su trono
y se abaja para mirar
al cielo y a la tierra?

Levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para sentarlo con los príncipes,
los príncipes de su pueblo;
a la estéril le da un puesto en la casa,
como madre feliz de hijos.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Subió Cristo al cielo y preparó una mansión de inmortalidad a su Madre purísima. Aleluya.

Ant 2. Por Eva se cerraron a los hombres las puertas del paraíso, y por María Virgen han sido abiertas de nuevo. Aleluya.

Salmo 147 – RESTAURACIÓN DE JERUSALÉN.

Glorifica al Señor, Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión:
que ha reforzado los cerrojos de tus puertas
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti;
ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina.

Él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz;
manda la nieve como lana,
esparce la escarcha como ceniza;

hace caer el hielo como migajas
y con el frío congela las aguas;
envía una orden, y se derriten;
sopla su aliento, y corren.

Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Por Eva se cerraron a los hombres las puertas del paraíso, y por María Virgen han sido abiertas de nuevo. Aleluya.

Ant 3. La Virgen María ha sido glorificada por encima de todos los ángeles y santos; venid, pues, y alabemos a Cristo, el rey cuyo reino no tendrá fin.

Cántico: EL PLAN DIVINO DE SALVACIÓN – Ef 1, 3-10

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

El nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos consagrados
e irreprochables ante él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo,
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Éste es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
hacer que todas las cosas tuviesen a Cristo por cabeza,
las del cielo y las de la tierra.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. La Virgen María ha sido glorificada por encima de todos los ángeles y santos; venid, pues, y alabemos a Cristo, el rey cuyo reino no tendrá fin.

LECTURA BREVE Rm 8, 30

A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó.

RESPONSORIO BREVE

V. María ha sido elevada al cielo, los ángeles se alegran.
R. María ha sido elevada al cielo, los ángeles se alegran.

V. Y, llenos de gozo, alaban al Señor.
R. Los ángeles se alegran.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. María ha sido elevada al cielo, los ángeles se alegran.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Me felicitarán todas las generaciones, porque el poderoso ha hecho obras grandes por mí. Aleluya.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Me felicitarán todas las generaciones, porque el poderoso ha hecho obras grandes por mí. Aleluya.

PRECES

Proclamemos las grandezas de Dios Padre todopoderoso, que quiso que todas las generaciones felicitaran a María, la madre de su Hijo, y supliquémosle diciendo:

Mira a la llena de gracia y escúchanos.

Señor, Dios nuestro, admirable siempre en tus obras, que has querido que la inmaculada Virgen María participara en cuerpo y alma de la gloria de Jesucristo,
haz que todos tus hijos deseen y caminen hacia esta misma gloria.

Tú que nos diste a María por Madre, concede por su mediación salud a los enfermos, consuelo a los tristes, perdón a los pecadores,
y a todos abundancia de salud y de paz.

Tú que hiciste de María la llena de gracia,
concede la abundancia de tu gracia a todos los hombres.

Haz, Señor, que tu Iglesia tenga un solo corazón y una sola alma por el amor,
y que todos los fieles perseveren unánimes en la oración con María, la madre de Jesús.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que coronaste a María como reina del cielo,
haz que los difuntos puedan alcanzar con todos los santos la felicidad de tu reino.

Confiando en el Señor que hizo obras grandes en María, pidamos al Padre que colme también de bienes al mundo hambriento:

Padre nuestro…

ORACION

Señor Dios todopoderoso, tú que, mirando complacido la profunda humildad de la siempre Virgen María, la elevaste a la excelsa dignidad de ser madre de tu Hijo hecho hombre y, en este día, la coronaste de gloria y de honor, concédenos, por su intercesión, que, ya que como María tenemos parte en tu redención, alcancemos, también como ella, la gloria del reino de los cielos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

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Lectio Divina (14 de agosto)

Lectio: Domingo, 14 Agosto, 2016

Atención a los acontecimientos.
Jesús enseña a leer los signos de los tiempos
Lucas 12,49-59

Oración inicial

Shadai, Dios de la montaña, 
que haces de nuestra frágil vida 
la roca de tu morada, 
conduce nuestra mente 
a golpear la roca del desierto, 
para que brote el agua para nuestra sed. 
La pobreza de nuestro sentir 
nos cubra como un manto en la obscuridad de la noche 
y abra el corazón, para acoger el eco del Silencio 
y así el alba, 
envolviéndonos en la nueva luz matutina, 
nos lleve con las cenizas consumadas por el fuego de los pastores del Absoluto, 
que han vigilado por nosotros junto al Divino Maestro, 
al sabor de la santa memoria. 

1. LECTIO 

a) El texto:

Lucas 12,49-5949 «He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya hubiera prendido! 50 Con un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué angustiado estoy hasta que se cumpla!
51 «¿Creéis que estoy aquí para poner paz en la tierra? No, os lo aseguro, sino división. 52 Porque desde ahora habrá cinco en una casa y estarán divididos; tres contra dos, y dos contra tres; 53estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre; la madre contra la hija y la hija contra la madre; la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.»
54 Decía también a la gente: «Cuando veis que una nube se levanta por occidente, al momento decís: `Va a llover’, y así sucede. 55 Y cuando sopla el sur, decís: `Viene bochorno’, y así sucede. 56 ¡Hipócritas! Sabéis explorar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no exploráis, pues, este tiempo?
57 «¿Por qué no juzgáis por vosotros mismos lo que es justo? 58Cuando vayas con tu adversario al magistrado, procura en el camino arreglarte con él, no sea que te arrastre ante el juez, el juez te entregue al alguacil y el alguacil te meta en la cárcel. 59Te digo que no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo.»

b ) Momento de silencio:

Dejamos que la voz del Verbo resuene en nosotros. 

2. MEDITATIO 

a) algunas preguntas: 

– He venido a arrojar un fuego sobre la tierrael fuego supone una vehemencia del sentimiento y un centro de vida porque donde hay luz, calor, fuerza, movimiento, hay vida. Y no vida que se acaba, sino vida que alimenta continuamente. ¿Arde en mí el fuego de la vida de Dios?

– ¿Por qué no juzgáis por vosotros mismos lo que es justo? La invitación a discernir personalmente es urgente más que nunca en un mundo en el que las opiniones se contrarrestan y forman “una masa”… ¿En qué modo me dejo condicionar por los juicios y criterios de los demás?

 procura en el camino arreglarte con él… Te diriges a un tribunal porque crees que estás en lo justo, más el adversario nutre la misma certeza. ¿Cómo me siento frente al que es hostil? ¿Me siento seguro de mí mismo, hasta el punto de acabar en un tribunal, o más bien trato de ponerme de acuerdo con él mientras voy de camino?

b) Análisis detallado del texto:

v. 49He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya hubiera prendido! El fuego que no se apaga viene del cielo, es el fuego del Espíritu, que hace de todo lo que existe la expresión luminosa y ardiente de la presencia divina entre nosotros. El bautismo del amor. Nace la luz, nace el pan, nace el agua, ¡nace Dios! La cruz, un nuevo Belén, casa del pan consumido, un nuevo Emaús, casa del Pan partido, una nueva Betania, casa del Pan perfumado ofrecido a los hombres para siempre.

v. 50. Con un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué angustiado estoy hasta que se cumpla! La angustia, síntoma de aquellos miedos que nos aferran desde dentro, nos descomponen y nos dejan sin aliento, la experimentó también Jesús. ¿Qué se puede hacer frente a la angustia? No se puede hacer nada, sino esperar que se cumpla lo que es bueno y que los temores sean inmersos en el mismo acontecimiento. La angustia nos aferra y puede demoler toda posibilidad de movimiento interior. La angustia de quien tiene confianza y acoge la vida, incluso aferrándose a la persona con un mordisco terrible, que no tira por tierra, sino que fortifica y destruye en la espera todas las ilusiones y las esperanzas fáciles.

v. 51. ¿Creéis que estoy aquí para poner paz en la tierra? No, os lo aseguro, sino divisiónEl hombre busca la paz, pero ¿qué paz? La paz del que “no me molestes”, la paz de “no crearnos problemas”, la paz de “todo va bien”, una paz superficial. Esta es la paz terrena. Jesús ha venido a traernos la paz verdadera, la plenitud de los dones de Dios. Esta paz no se llama ya paz, sino que en cuanto que va contra la paz aparente, se llama a los ojos del mundo “división”. Se puede decir mejor que la paz de Cristo elige y en cuanto que elige, discrimina, como un imán que un campo magnético atrae a sí los elementos de la misma “naturaleza”, pero que no realiza ninguna atracción en los que no son de la misma naturaleza.

vv. 52-53. Porque desde ahora habrá cinco en una casa y estarán divididos; tres contra dos, y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre; la madre contra la hija y la hija contra la madre; la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.» Todo lo que divide no viene de Dios, porque en Dios se realiza la unidad. Pero en su nombre es posible ir más allá del mandamiento natural. Honra al padre y a la madre, dice la ley antigua. Y la ley nueva que es aquella del amor sin límites llega a decir: Quien ama al padre y a la madre más que a mí, no es digno de mí. En tal caso, la división se puede entender como prioridad de amor, jerarquía de valores. A Dios, fuente de la vida, corresponde el primer lugar. Al padre y a la madre que han acogido la vida, el segundo lugar… un orden tal está en la naturaleza lógica de la creación. No es honrar al padre y a la madre desobedecer a Dios, o amar menos a Cristo. Porque el amor del padre y de la madre es un amor de respuesta, el amor de Dios es generador.

vv. 54-55. Decía también a la gente: «Cuando veis que una nube se levanta por occidente, al momento decís: `Va a llover’, y así sucede. Y cuando sopla el sur, decís: `Viene bochorno’, y así sucede. Antes de reprender a la gente, Jesús aprecia lo que de bueno pueden hacer. Si una nube llega desde poniente, llega la lluvia. Y esta certeza nace en el hombre al observar los fenómenos naturales hasta llegar a formular leyes. Si el viento es bochornoso, viene el calor. Constatada tal cosa y reflexionando sobre ella, se hacen, como consecuencia, las leyes.

v. 56. ¡Hipócritas! Sabéis explorar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no exploráis, pues, este tiempo¿Por qué no usar los mismos criterios para los acontecimientos del momento presente? La historia habla. ¿Por qué no valorarla sobre la base de la experiencia? La lógica que une premisas y consecuencias, es la misma para los acontecimientos humanos y sobrenaturales. El mundo de las relaciones, el mundo de las convicciones religiosas, el mundo de las expectativas humanas… subyace todo bajo la misma ley. Entonces, si se espera de Cristo desde hace siglos el cumplimiento de las promesas de Dios, y si este Jesús realiza las obras de la fe por el dedo de Dios, ¿por qué dudar que ha llegado el Reino de Dios? Esto es una hipocresía. Es no querer admitir la fidelidad de Dios y emperrarse en esperar el cumplimiento de los propios puntos de vista.

v. 57. ¿Por qué no juzgáis por vosotros mismos lo que es justo? Lo que es justo es siempre, es siempre opinable. No hace falta esperar los juicios de los demás. Y, sin embargo, estamos ligados al criterio y a las palabras de los demás, a lo que ocurre y a lo que se proyecta, a las perspectivas de éxito y a otras mil realizaciones. ¡Fiarse del propio juicio recto es sabio!

v. 58. Cuando vayas con tu adversario al magistrado, procura en el camino arreglarte con él, no sea que te arrastre ante el juez, el juez te entregue al alguacil y el alguacil te meta en la cárcel. La sabiduría y el juicio de Jesús están orientados a algo útil. No espera recibir justicia, porque nadie es tan justo que pueda evitar la condena a la cárcel. ¡Todos somos pecadores! Y, entonces, en vez de apelar a una justicia falsa, aquella por la que uno se siente digno de absolución, se apela a la concordia. Se busca un acuerdo que no nos lleve ante un juez. Juzga tú mismo los hechos y sacas la conclusión, que es siempre mejor que no sentirse amordazado por la culpas. Lo dice san Pablo: Ni siquiera me juzgo a mí mismo… mi juez es el Señor. Él sí…

v. 59. Te digo que no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo. ¿Quién no tiene deudas? ¿Por qué queremos vivir nuestra vida ante un tribunal para determinar constantemente quién es culpable y quién inocente? ¿No será mejor vivir sencillamente, de acuerdo y en armonía con todos, desde el momento en que en todos se busca el bien y se considera en todos, como monedas de cambio, la fragilidad y la debilidad?

c) Reflexión:

¡Ojala pudiésemos también nosotros llevar el fuego a la tierra de nuestro corazón! Un fuego capaz de extenderse sin causar incendios, sino creando lazos de intercambios vivos… El que juega con el fuego se encuentra, ciertamente, con las manos quemadas, pero ¡cuánto beneficio para todos! El fuego divide, crea círculos de encuentros y barreras de tránsito inaccesibles. Como en todas la cosas divinas, también encontramos una alternativa: con Cristo o contra Él. Sí, porque hace falta no olvidar nunca que es un signo de contradicción para cada época, piedra de escándalo para todos los que miran hacia lo alto esperando milagros y prodigios, y piedra angular para el que mira sus manos cansadas y agarra las manos de un carpintero tratando de construir la casa de la esperanza, la Iglesia. Un tiempo de gracia: ¿cómo no reconocerlo? Si pasas al lado de un fuego encendido, sientes el calor. ¡Y Cristo es un fuego encendido! Si atraviesas un torrente caudaloso en un día de verano, sientes la frescura y te sientes atraído por aquel movimiento que se acerca a ti para quitarte la sed y darte momentos de descanso. ¡Y Cristo es el agua que salta hasta la vida eterna! Si escuchas durante la noche el silencio, te sientes tembloroso en la espera de la luz del nuevo día que vendrá. ¡Y Cristo es el sol que surge! Es Palabra que en la noche es silencio y nos orienta hacia sílabas de un nuevo diálogo. ¿Por qué no te das cuenta que es necesario hacer caer cualquier hostilidad y caminar con cualquiera, reconociéndolo como hermano? Si lo ves como enemigo, tratas de buscar justicia… Si lo ves como hermano, te viene a la mente el ayudarlo y hacer juntos un trozo de camino, de compartir con él tus angustias y tus ansias, de escuchar sus preocupaciones. ¿Por qué quieres hacer pagar a toda costa hasta el último céntimo?

3. ORATIO

Salmo 32

¡Dichoso al que perdonan su culpa
y queda cubierto su pecado!
Dichoso el hombre a quien Yahvé
no le imputa delito,
y no hay fraude en su interior.

Guardabasilencio y se consumía mi cuerpo,
cansado de gemir todo el día,
pues descargabas día y noche
tu mano sobre mí;
mi corazón cambiaba como un campo
que sufre los ardores del estío..

Reconocí mi pecado
y no te oculté mi culpa;
me dije: «Confesaré
a Yahvé mis rebeldías».
Y tú absolviste mi culpa,
perdonaste mi pecado..

Por eso, quien te ama te suplica
llegada la hora de la angustia.
Y aunque aguas caudalosas se desborden
jamás le alcanzarán.

Tú eres mi cobijo,
me guardas de la angustia,
me rodeas para salvarme.
«Voy a instruirte, a mostrarte el camino a seguir;

sin quitarte los ojos de encima, seré tu consejero».

No seas lo mismo que caballo o mulo sin sentido,
rienda y freno hacen falta para domar su brío.

Copiosas son las penas del malvado,
mas a quien confía en Yahvé lo protege su amor.
¡Alegraos en Yahvé, justos, exultad,
gritad de gozo los de recto corazón!

4. CONTEMPLATIO

Señor, tú que escudriñas mi corazón y conviertes mis temores en senderos de una nueva creación, como un don, entra en mis angustias. Allí donde desaparece mi esperanza y me devora el temblor, allí donde cada chispa de gracia remueve mis seguridades y hace de mí un cúmulo de cenizas, enciende allí de nuevo el fuego del amor. ¡Dame una mirada capaz de penetrar la realidad y de aferrar tu mirada que me espera más allá del velo de las apariencias! No permitas que se aparte de mí el deseo de comunión. E, incluso, allí donde a causa de tu nombre encontrara oposición, resistencia, aversión, ¡haz que yo pueda entrar en la angustia de la división para mantener viva la llama del encuentro contigo!

Jesús, el fuego purificador

20º Domingo del Tiempo Ordinario

“Fuego he venido a traer a la tierra, y ¿qué he de querer, sino que ya estuviera ardiendo? Con un bautismo he de ser bautizado ¡y cómo me siento urgido hasta que se realice! ¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? Os digo que no, sino división, pues desde ahora se dividirán cinco en una casa: tres contra dos y dos contra tres. Se dividirá el padre contra el hijo y el hijo contra el padre; la madre contra la hija y la hija contra la madre; la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra”.

Lc 12,49-53

Jesús, hoy quiero acoger tu gran deseo. Hoy me dices: “He venido a prender fuego en el mundo y ojalá estuviera ya ardiendo. Tengo ansias de pasar por un bautismo ¡y qué angustia hasta que se cumpla!”. ¡Qué expresiones tan fuertes, Jesús! Tienes el deseo de prender, de dar calor, de dar fuego, de dar fuerza al mundo, de darle el sentido que realmente requiere. Tienes ese deseo, Jesús, y dices: “¡Ojalá estuviera ya ardiendo!”. Pero antes dices: “Tengo que pasar por un bautismo. Tengo que pasar por la cruz, por el sufrimiento, por la muerte”. Éste es el deseo de hoy, ésa es la buena noticia que me dices en este encuentro.

Hoy, Jesús, me dices personalmente a mí en mi interior: “He venido a traerte fuego. He venido a traerte calor. He venido a traerte ilusión, que no tienes. He venido a traerte todo lo que tú deseas. He venido a darte valentía en la fe. He venido a quemar y a retirar todo lo que no está bien en tu vida. He venido a darte la buena noticia de que te quiero, de que soy tu amor, de que soy tu felicidad. Pero ¡qué deseo, qué ansias tengo de que ese fuego prenda!”.

Acojo estas palabras en mi corazón y hoy te pido que me llenes de fuego, que arda en deseos de más amor de ti, que sea radical. Pero este fuego tiene que pasar por un bautismo, un bautismo que tiene que quitar, quemar todo lo que no está bien en mi vida; un bautismo que tiene que prender y aislar y purificar todo lo que no hago bien. ¡Ésta es la buena noticia!

¡Cuántas cosas tengo que quemar! Y muchas veces pienso, Jesús, cómo estoy en mi vida: ¿tengo fuego?, ¿tengo ilusión?, ¿tengo calor? ¿Cómo está mi corazón? Siento que necesito ponerme en tu Corazón, ponerme en el fondo de tu vida y quemarme, que me des calor, que necesito paz, que necesito alegría, que necesito fuerza, que necesito vida. Corta y quema todas estas complicaciones que tengo y dame la alegría, la ilusión y la fuerza del Evangelio de tu Reino. Sólo en ti, sólo en ti quemando todo lo que no es tuyo y llenándome del ardor de tu amor, encontraré la auténtica felicidad y el sentido de mi vida.

Acojo tu deseo, Jesús: “Fuego he venido a traerte, ¿qué haces que no ardes? ¿Qué haces? ¿Por qué te encasillas? ¿Por qué no cambias de actitud? ¿Por qué no cambias tus afanes? ¿Por qué no eres tajante? ¿Por qué no eres radical? ¿Por qué no eres enérgica en tu vida?”. ¡Jesús, dame fuego, préndeme, corta y quema todo lo que veas que no tengo! Y dame esa ilusión, dame esa alegría, dame ese aceite que da fuerza, que da alegría y que da luz a mi vida y a los demás. Entra en la raíz profunda de mi vida y lléname de amor… ¡y lléname de amor! ¡Corta y quema todo lo que no sea de tu puro amor!

Que mi vida se llene de ti, que queme todo lo que distancia a tu Corazón y que me llene del ardor y el calor de tu fuego. Quiero meditar estas palabras tan fuertes: “He venido a traer fuego. He venido a traerte todo en la vida… ¿Lo acoges? Pero antes tienes que pasar por el bautismo, como Yo, antes te tienes que dejar purificar, antes te tengo que complicar la vida, para que entiendas que el amor puro se acrisola en el Corazón mío, en la misericordia, en la alegría y en el perdón. Éste es el estilo de vida que deseo para ti”, me dices, Jesús. Que yo acoja tu deseo.

Y se lo pido a tu Madre —tu Madre, que vivió este fuego, que vivió con esa pureza, con ese calor a tu lado—: ayúdame, Madre mía, a cambiar mi corazón, a meterme en ese fuego purificador del Corazón de tu Hijo y a llenarme de alegría y de amor; que yo pueda sentir esa necesidad y ese deseo. Tengo deseo de cambiar de vida, tengo deseo de quemar a los demás de tu amor y fundirme en el fuego de tu amor. Éste eres Tú, Jesús. Tú eres mi fuego purificador. Corta y quema todo lo que veas en este fuego tuyo. Y me quedo con estas palabras: “Deseo que ardas de amor”.

Jesús, me quedo en tu fuego purificador.

Francisca Sierra Gómez

Tomar partido

En este complicado mundo, siempre que surge un personaje extraordinario que destaca de manera notoria sobre los demás, se produce inevitablemente un fenómeno social que brota de las vísceras más que de la razón: la división. En seguida se forma dos bandos en la sociedad: los entusiastas, y los detractores. Sucede en el mundo del deporte, entre las formaciones políticas, en el campo del espectáculo, en el ámbito de científicos e inventores… y entre quienes opinan acerca de la persona de Jesús de Nazaret. Ya lo dijo él: «Yo voy a ser causa de división».

El motivo de discordia con respecto a Jesús suele situarse en el campo de la fe: los que creemos en él; y los agnósticos, los ateos, o simplemente de los que «pasan» de todo este «rollo»… Los que creemos en Jesús lo hacemos porque hemos sido informados y educados en los principios cristianos emanados del evangelio. Y los agnósticos, o los alejados de la fe, en la mayoría de los casos, obedecen a que no han tenido la oportunidad de conocer el mensaje de Jesús, porque no han respirado cristianismo en su ambiente familiar, o porque, al abandonar las prácticas religiosas, se han ido enfriando e intentan justificarse con argumentos un tanto endebles, que no sé si les convencen a ellos mismos.

Entre la división que tiene lugar en los distintos campos (deporte, política, mundo del espectáculo.. ) y la que surge en torno a la persona de Jesús existen diferencias importantes: en el caso primero, las convicciones son viscerales y excluyentes; a veces incluso se vuelven enemigas acérrimas de cualquier otra opinión, revistiéndose de una intolerancia enfermiza. En tanto que las relaciones entre creyentes y no creyentes no se ven afectadas por las discrepancias existentes entre ellos; acaso se genera una ligera frialdad en ese punto determinado, pero no influyen de manera notoria entre unos y otros… Somos los creyentes quienes estamos obligados a «dar razón de nuestra esperanza»,siendo apóstoles predicadores, con el ejemplo más que con palabras, del maravilloso mensaje de Jesús que llevamos en «vasijas de barro» no exentas de debilidad e infidelidades.

Jesús, en la descripción que hace de la división, alude a que «el padre se enfrentará con el hijo y el hijo con el padre…». Y, pensando en el tema de la fe, digo yo que acaso estemos atravesando esta etapa semi-oscura de alejamiento de nuestros hijos a quienes vemos desviarse de lo que les enseñamos. De ahí la importancia del diálogo entre generaciones dentro del ámbito familiar: con la palabra, pero sobre todo con el ejemplo.

Ante este panorama de la división en el campo de la fe, una cosa queda bien clara: que hemos de tomar partidoO ponemos manos a la obra de evangelizar, entregándonos de lleno a ser testigos del mensaje de Jesús en cualquier ámbito en que nos encontramos, o «tiramos la toalla» y nos entregamos a la mediocridad estéril que no conduce a ninguna parte

Jesús no entiende de «medias tintas» ni de voluntades indecisas y amorfas. No tenemos más remedio que eso: tomar partido.

Pedro Mari Zalbide

Amoris laetitia – Francisco I

Transmisión de la vida y educación de los hijos

80. El matrimonio es en primer lugar una «íntima comunidad conyugal de vida y amor»[80], que constituye un bien para los mismos esposos[81], y la sexualidad «está ordenada al amor conyugal del hombre y la mujer»[82]. Por eso, también «los esposos a los que Dios no ha concedido tener hijos pueden llevar una vida conyugal plena de sentido, humana y cristianamente»[83]. No obstante, esta unión está ordenada a la generación «por su propio carácter natural»[84]. El niño que llega «no viene de fuera a añadirse al amor mutuo de los esposos; brota del corazón mismo de ese don recíproco, del que es fruto y cumplimiento»[85]. No aparece como el final de un proceso, sino que está presente desde el inicio del amor como una característica esencial que no puede ser negada sin mutilar al mismo amor. Desde el comienzo, el amor rechaza todo impulso de cerrarse en sí mismo, y se abre a una fecundidad que lo prolonga más allá de su propia existencia. Entonces, ningún acto genital de los esposos puede negar este significado[86], aunque por diversas razones no siempre pueda de hecho engendrar una nueva vida.


[80] Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 48.
[81] Cf . Código de Derecho Canónico, c. 1055 § 1: « Ad bonum coniugum atque ad prolis generationem et educationem ordinatum».
[83] Ibíd., 1654.
[84] Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 48.
[86] Cf. Pablo VI, Carta enc. Humanae vitae (25 julio 1968), 11-12: AAS 60 (1968), 488-489.

Domingo, Día del Señor

No es posible saber si las imágenes del fuego y del agua, que se utilizan en este evangelio, provienen de Jesús o fueron introducidas por el redactor. En todo caso y sea lo que sea de este problema histórico, el hecho es que Lucas unió las dos imágenes mencionadas con el problema de la división familiar. Por supuesto, son dos imágenes que sugieren fuerza, impulso, vida. Quizá Lucas debió de ver en todo esto una relación que unía estos materiales, tomados de las enseñanzas de Jesús. ¿Qué relación se intuye en estas metáforas con el conjunto del relato?

El fuego es un elemento que puede ser factor de destrucción o de purificación. Según los testimonios del Evangelio de Tomás, de Orígenes y de Dídimo, el fuego se ve aquí como una fuerza positiva de transformación. Y en cuanto al bautismo, si se compara con Mc 10, 38, quiere decir que, para Jesús, «ser bautizado» es igual a «ser crucificado», o sea «sufrir y morir por el pueblo»Por tanto, Jesús dice que él ha traído una fuerza de transformación, que lleva, si es necesario, al conflicto y a la muerteAsí veía Jesús su misión y su vida en este mundo.

Ahora estamos viendo los problemas que plantea el tema de la familia, no solo para las propias familias, sino además en el interior de la misma Iglesia. Y es que una fuerza así, tal como funcionan las instituciones de este mundo, desencadena inevitablemente conflicto y división. Y esto es lo que se palpa en la institución con la que más nos relacionamos desde el momento mismo en que venimos a este mundo: la familia. Como es sabido, la institución familiar está viviendo, en nuestro tiempo, un proceso de cambios muy profundos. Pero pensemos en lo que era la familia tradicional, la llamada «familia patriarcal», toda ella centrada en torno a su eje fundamental, el «pater-familias», padre, patriarca y patrón, que acumulaba todos los derechos y poderes del grupo familiarAquel modelo de familia no estaba organizado sobre la base del amor, sino del poder y la economía. Es decir, la familia era, ante todo, una unidad económica. Lo que creaba unos lazos de dependencia que no eran sanos y transparentes, sino serviles y humillantes. Pues bien, si lo que Jesús quiso, ante todo, fue «humanizar este mundo y a quienes en él vivimos», eso entraña un proceso que lleva consigo inevitablemente la lucha y el conflicto de la libertad. En pocas palabras: el proyecto del Evangelio es el proyecto de la «humanización», basada sobre los dos pilares básicos del amor y de la libertad. Este proyecto cuesta, a veces, sangre, sudor y lágrimas.

José María Castillo

Voz de verbo quemar

…Muera ese Jeremías, porque está desmoralizando a los soldados… En el aljibe no había agua, sino lodo, y Jeremías se hundió en el lodo… (Jer 38,4-6.8-10). 

Una nube ingente de espectadores nos rodea: por tanto, quitémonos lo que nos estorba y el pecado que nos ata, y corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en… Jesús… (Heb 12,1-4).

…He venido a prender fuego en el mundo: ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!… (Lc 12,49-53).

La voz molesta ahogada en el lodo

A Jeremías se le considera un derrotista.

Desde el momento que rechaza asegurar que «todo va bien», se le acusa de querer el «mal».

Porque no se presta al juego deshonesto de alimentar ilusiones, y se obstina en hacer abrir los ojos hacia una realidad para nada entusiasmante, es considerado un hombre peligroso.

Es necesario impedirle que haga mal.

Las cosas caminan hacia un fin malo. Se está al borde del precipicio. Pero ay de quien se atreva a perturbar los coros del consenso organizado. La nota desafinada —aunque es la única justa— se elimina. Sobre la partitura está escrita la música que debe adormecer. Ay de aquel que tenga el descaro de despertar con un motivo no contemplado en el programa.

La palabra profética cuando no asegura el «bienestar», cuando fastidia a los «cuerdos», cuando crea molestias a los jefes, es considerada subversiva y ha de acallarse con todos los medios.

Jeremías es culpable de no doblegarse a decir cosas que la gente quisiera oír.

Por eso se le quita de en medio brutalmente.

Su martirio no tiene nada de heroico.

Al profeta le meten atado con unas cuerdas, en una cisterna cenagosa (primera lectura).

Del lodo no se sale, se hunde uno cada vez más.

En el lodo muere la semilla de la palabra.

El rey Sedecías, aun siendo rehén de los «jefes», logra, por una vez, ser menos obtuso que ellos y escuchar la voz de un consejero inteligente y honesto (siempre hay alguno, aunque no suele merodear en las inmediaciones del trono), y ordena al Etíope que saque al profeta fuera de la cisterna.

La palabra, aunque despreciada, escarnecida, pisoteada, termina por emerger de nuevo, y por sembrar sospechas en las conciencias.

El contagio del fuego

Si el lodo es el lugar en donde la palabra es condenada a morir de un modo ignominioso, el fuego es el medio mediante el cual se difunde la palabra.

«He venido a prender fuego en el mundo: ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!» declara Jesús (evangelio).

El hombre de la palabra debe albergar el fuego en la propia persona.

Los enemigos pueden incluso reducir a cenizas el rollo del libro (como sucedió también a Jeremías). Pero no podrán jamás apagar el fuego de la palabra atizado en un corazón de hombre.

Un inolvidable maestro espiritual mío, del seminario, que llegó después a obispo, y «hecho polvo» pasados sólo dos años, escribió en su diario: «Si la vida es fuego, la leña ha de ser quemada».

El anunciador de la palabra es un «apasionado», devorado por un fuego incontenible.

Cualquier ministerio eclesial se convierte en oficio, si no está sostenido por una gran pasión.

La  causa del evangelio no tiene necesidad de funcionarios diligentes, burócratas grises, ceremonieros inofensivos, secretarios inocuos estirados y conto-neantes, o —según la mordaz definición de A. Paoli— de «intelectuales pálidos en clergyman».

Y tampoco de severos maestros de la ortodoxia o rígidos defensores de fórmulas embalsamadas y modelos disecados.

Una palabra presentada en tono despegado, impersonal, frío, profesoral, sin descubrir la mínima vibración interior, es una palabra traicionada.

Una verdad apagada bajo las cenizas de la impasibilidad y de la rígida compostura oficial es una verdad ofendida.

Hoy, hay que reconocerlo, se ve algún que otro predicador «acalorado». Pero surge la duda de que sean las luces de la televisión más que el fuego interior quienes hagan aparecer aquel rubor sospechoso…

Mucho mejor la piedra tosca que el profeta te echa encima sin excesivas ceremonias, que el trozo de hielo pulido que irreprensibles expertos extraen del libro y tienen la pretensión de hacértelo engullir para nutrir tu fe. Ayudan a crecer más las magulladuras provocadas por el profeta que los ungüentos asépticos producidos en los laboratorios especializados.

El evangelio se difunde por contagio (¡el contagio del fuego!), no a través de permanente lectual o misticoide (típica, a este respecto, la provocada sobre pieles sensibles por el polen caído de las… nubes de oriente).

Jesús ha venido a traer una fe que debe convertirse en incendio.

Y cuando la fe se hace otra cosa, o pretexto para otra cosa, el sueño de Cristo («y ojalá») queda burlado.

También Jesús, lo mismo que Jeremías, es un perturbador, uno que amenaza la tranquilidad pública, la paz familiar, y además provoca divisiones, desgarramientos profundos.

Y él también debe lamentarse de que exista demasiada gente incapaz de entender el «tiempo», de valorar «lo que es, justo».

Consiguientemente el martirio resulta inevitable. Será una cisterna diferente de la de Jeremías, pero será siempre un «bautismo» que le echa encima una angustia mortal.

No hay que extrañarse. Una gran pasión lleva necesariamente a la Pasión. El ser apasionados significa padecer.
 

Necesidad del leño

Y nosotros —como advierte el autor de la Carta a los hebreos (segunda lectura)— debemos precisamente fijar la mirada en Jesús «que inició y completa nuestra fe», o sea, en aquel que ha elegido la «ignominia», que no ha tenido en cuenta la vergüenza, y se ha sometido a la infamia de la cruz.

El creyente no debe cansarse ni «perder el ánimo». Y, animado entre otras cosas por el ejemplo de una «nube ingente de testigos de la fe», se compromete a correr «en la carrera que nos toca, sin retirarnos», liberándose de todos los estorbos y sobre todo de las trabas del pecado. O sea, se trata de superar las pruebas inevitables… corriendo.

Aparecen dos verbos característicos: soportar-perseverar. Dan ganas de comentar: el «peso» que hay que soportar permite resistir.

Hay que liberarse de todos los otros pesos, pero no del de la cruz.

Ese madero sirve, además de para quemar, para… no dejarse apagar.         

A. Pronzato

No podemos callar

Suele ser bastante habitual que en reuniones familiares o de amigos se evite hablar de algunos temas, como política o religión, porque de entrar en ellos es casi seguro que habrá confrontación. Por eso, preferimos callarnos, porque es preferible, como solemos decir, que “tengamos la fiesta en paz”. Sin embargo, hay veces que resulta inevitable que salga el tema de la religión, de la Iglesia… y llega un momento en que ya no podemos seguir callando, y entonces saltan chispas.

Como vimos hace unos domingos, ser cristianos es responder a la llamada del Señor: Sígueme (Domingo XIII), y Él no nos oculta las condiciones del seguimiento, y las dificultades que acarrea: El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y se venga conmigo (Domingo XII). El que quiera ser cristiano debe estar dispuesto a asumir su destino, y eso incluye lo que hoy Jesús nos ha dicho en el Evangelio: ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división.

Son unas palabras que chocan con la imagen que no sólo nosotros, sino la gente en general, tiene de Jesús, y que parecen contradecir su mensaje de amor, paz y reconciliación. Pero no es así.

Jesús nos hace caer en la cuenta de varias cosas a la hora de ser sus discípulos y apóstoles. En primer lugar, que ser cristiano, seguir a Cristo, es una decisión libre, la mejor decisión que podemos tomar; pero como escribió San Pablo: La fe no es de todos (2 Tes 3, 2). No todos aceptan el Evangelio.

En segundo lugar, tenemos que hacernos la reflexión que hizo San Pedro ante el Sanedrín: ¿Puede aprobar Dios que os obedezcamos a vosotros en vez de a él? Juzgadlo vosotros. Nosotros no podemos menos de contar lo que hemos visto y oído (Hch 4, 19-20). A nadie nos gusta ser causa de división y desavenencias, pero como señala el documento “Ser y Misión de la ACG – Llamados y enviados a Evangelizar”: No debemos situarnos en posiciones de permanente condena. Pero tampoco en un cristianismo claudicante, rebajando el mensaje cristiano para que sea digerible por el mundo actual, al mismo tiempo que somos aceptados y así «aliviamos» nuestra tensión. Llega un momento en que, en conciencia, no podemos seguir callando para no generar división.

Y en tercer lugar, hay otro aspecto que debemos recordar, y que indica San Pedro en su primera carta: Estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza… pero con mansedumbre y respeto (1Pe 3, 15-16). No somos polemistas, no buscamos la confrontación; la división, en todo caso, será la consecuencia de nuestro anuncio, que siempre debe realizarse con respeto hacia los demás.

¿En qué ocasiones he optado por callarme cuando entre la familia, amigos, conocidos… ha surgido el tema religioso? ¿Cómo me sentí? ¿Entiendo lo que Jesús quiere decir cuando afirma que ha venido al mundo a traer división? ¿Sé exponer mis argumentos con mansedumbre y respeto?

Como estamos llamados a ser discípulos y apóstoles, y siendo conscientes de que el anuncio del Evangelio es causa de división, puesto que no podemos callarnos y debemos realizarlo al estilo de Jesús tengamos en cuenta las palabras del Papa Francisco en Evangelii Gaudium: La primera motivación para evangelizar es el amor de Jesús que hemos recibido, esa experiencia de ser salvados por Él que nos mueve a amarlo siempre más. Pero ¿qué amor es ese que no siente la necesidad de hablar del ser amado, de mostrarlo, de hacerlo conocer? (264)

También recordar que a veces perdemos el entusiasmo por la misión al olvidar que el Evangelio responde a las necesidades más profundas de las personas, porque todos hemos sido creados para lo que el Evangelio nos propone: la amistad con Jesús y el amor fraterno. Cuando se logra expresar adecuadamente y con belleza el contenido esencial del Evangelio, seguramente ese mensaje hablará a las búsquedas más hondas de los corazones (265).

Y tampoco podemos callar, aunque se genere división, porque estamos convencidos, por experiencia propia, de que no es lo mismo ha-ber conocido a Jesús que no conocerlo, no es lo mismo caminar con Él que caminar a tientas, no es lo mismo poder escucharlo que ignorar su Palabra, no es lo mismo poder contemplarlo, adorarlo, descansar en Él, que no poder hacerlo. No es lo mismo tratar de construir el mundo con su Evangelio que hacerlo sólo con la propia razón. Sabemos bien que la vida con Él se vuelve mucho más plena y que con Él es más fácil encontrarle un sentido a todo. Por eso evangelizamos (266).

Prender fuego

Son bastantes los cristianos que, profundamente arraigados en una situación de bienestar, tienden a considerar el cristianismo como una religión que, invariablemente, debe preocuparse de mantener la ley y el orden establecido.

Por eso, resulta tan extraño escuchar en boca de Jesús dichos que invitan, no al inmovilismo y conservadurismo, sino a la transformación profunda y radical de la sociedad: «He venido a prender fuego en el mundo y ojalá estuviera ya ardiendo… ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división».

No nos resulta fácil ver a Jesús como alguien que trae un fuego destinado a destruir tanta mentira, violencia e injusticia. Un Espíritu capaz de transformar el mundo, de manera radical, aun a costa de enfrentar y dividir a las personas.

El creyente en Jesús no es una persona fatalista que se resigna ante la situación, buscando, por encima de todo, tranquilidad y falsa paz. No es un inmovilista que justifica el actual orden de cosas, sin trabajar con ánimo creador y solidario por un mundo mejor. Tampoco es un rebelde que, movido por el resentimiento, echa abajo todo para asumir él mismo el lugar de aquellos a los que ha derribado.

El que ha entendido a Jesús actúa movido por la pasión y aspiración de colaborar en un cambio total. El verdadero cristiano lleva la «revolución» en su corazón. Una revolución que no es «golpe de estado», cambio cualquiera de gobierno, insurrección o relevo político, sino búsqueda de una sociedad más justa.

El orden que, con frecuencia, defendemos, es todavía un desorden. Porque no hemos logrado dar de comer a todos los hambrientos, ni garantizar sus derechos a toda persona, ni siquiera eliminar las guerras o destruir las armas nucleares.

Necesitamos una revolución más profunda que las revoluciones económicas. Una revolución que transforme las conciencias de los hombres y de los pueblos. H. Marcuse escribía que necesitamos un mundo «en el que la competencia, la lucha de los individuos unos contra otros, el engaño, la crueldad y la masacre ya no tengan razón de ser».

Quien sigue a Jesús, vive buscando ardientemente que el fuego encendido por él arda cada vez más en este mundo. Pero, antes que nada, se exige a sí mismo una transformación radical: «solo se pide a los cristianos que sean auténticos. Esta es verdaderamente la revolución» (E. Mounier).

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio (14 de agosto)

La presencia de Jesús en nuestras vidas, no es algo indiferente para nosotros, ni para los que nos rodean, si lo fuera, tendríamos que dudar de que no sea más que un barniz superficial. Ha venido a traer fuego y el fuego quema, purifica, acrisola. Quiere prenderlo en el mundo, es el ardor por el Reino, por la evangelización, por transmitir el mensaje de Dios. En este sentido nosotros no somos bomberos, somos más bien pirómanos: “¡Ojalá estuviera ya ardiendo!”. El fuego pues, puede ser un elemento de destrucción o de purificación, en el contexto del evangelio de hoy, parece ser una fuerza positiva de transformación.

“Con un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué angustia sufro hasta que se cumpla!”, ser bautizado parece ser para Jesús, ser crucificado, o sea, sufrir y morir por los hombres. Nos lo recuerda toda la segunda lectura de la Carta a los Hebreos:”… Fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús, quien, en lugar del gozo inmediato, soportó la cruz…Recordad al que soportó tal oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo. Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado”. Jesús ha traído un fuego, una misión, que lleva en muchas ocasiones, al conflicto y a la muerte, en esta situación se encuentra Jeremías en la primera lectura.

“¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división”. Nuestro bautismo si tuviera la fuerza de este fuego, (las llamas del Espíritu Santo del Bautismo y la Confirmación), en una sociedad como la nuestra ocasionaría inevitablemente conflictos y división. Pero la mayoría de nosotros estamos mejor instalados, no en la denuncia, sino en la justificación del sistema, votamos a políticos impresentables y a los que sufren la precariedad, la pobreza, el desahucio, les mandamos a Cáritas. Escuchamos en el Evangelio o predicamos en las iglesias una cosa, pero cuando salimos fuera, nos unimos al criterio de la mayoría sobre los extranjeros, los bancos, la corrupción… Mejor no crear división, vivir la paz de los cementerios y llamar a los demás populistas, (no decían algo parecido de Jesús, que soliviantaba al pueblo).
Lucas, todo esto lo traslada a la familia, una de las instituciones básica en la sociedad: “En adelante una familia de cinco estará dividida…”, madres, padres, hijos, hijas, suegras, nueras, lo que llamamos la familia de sangre, que parece que es lo que da más identidad y pertenencia, se dividirá a causa del seguimiento. En el Evangelio, aparecen dos tipos diferentes de familia en muchas ocasiones, la basada en el parentesco, la tradicional, la civil y la familia comunitaria basada en el discipulado, recordemos: “¿Quién son mi madre y mis hermanos?”. Jesús parece dar más importancia a este segundo tipo de relaciones.

En la familia habitual pueden ponerse unos contra otros, a cierto nivel, vemos que en nuestras familias no todos son creyentes, ni van a la Iglesia o vivimos de la misma manera, ni usamos los mismos criterios o prácticas. Hoy la familia está viviendo un momento de cambios profundos y no sólo en el aspecto religioso. La propuesta de Jesús se basa en el riesgo y la libertad, es un proyecto de humanización. Todos sabemos que este camino, cuesta a veces, sangre, sudor y lágrimas, también dentro de nuestras familias, (cuantas insistencias, oraciones, testimonios, palabras y no hay cambios de parecer, más bien parecen oponerse más). Será doloroso, son de los nuestros, pero merece la pena.

Termino con un texto de José Antonio Pagola: “El Fuego traído por Jesús”: “Por los caminos de Galilea Jesús se esforzaba por contagiar el “fuego que ardía en su corazón. En la tradición cristiana han quedado huellas diversas de su deseo. Un evangelio apócrifo recuerda una frase cuyo eco puede ser de Jesús: “el que está cerca de mí, está cerca del fuego. El que está lejos de mí, está lejos del Reino”. Jesús desea que el fuego que lleva dentro prenda de verdad, que no lo apague nadie sino que se extienda por toda la tierra y que el mundo entero se abrase. Quien se aproxima a Jesús con los ojos abiertos y el corazón encendido, va descubriendo que el “fuego” que arde en su interior es la pasión por Dios y la compasión por los que sufren. Esto es lo que le mueva, le motiva y le hace vivir buscando el Reino de Dios y su justicia hasta la muerte”.

PD: Mañana celebramos la Asunción de María, la Virgen de Agosto, ella también conoció el fuego de Pentecostés.

Julio César Rioja, cmf