II Vísperas – Asunción de María

LA ASUNCIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA. (Solemnidad).

II VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: AL CIELO VAIS, SEÑORA

Al cielo vais, Señora,
allá os reciben con alegre canto;
¡oh, quién pudiera ahora
asirse a vuestro manto
para subir con vos al monte santo!

De ángeles sois llevada,
de quien servida sois desde la cuna,
de estrellas coronada,
cual reina habrá ninguna,
pues os calza los pies la blanca luna.

Volved los linces ojos,
ave preciosa, sola humilde y nueva,
al val de los abrojos
que tales flores lleva,
do suspirando están los hijos de Eva.

Que, si con clara vista
miráis las tristes almas de este suelo,
con propiedad no vista
las subiréis de vuelo,
como perfecta piedra imán al cielo. Amén.

SALMODIA

Ant 1. María ha sido elevada al cielo, los ángeles se alegran y, llenos de gozo, alaban al Señor.

Salmo 121 LA CIUDAD SANTA DE JERUSALÉN

¡Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor»!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén.

Jerusalén está fundada
como ciudad bien compacta.
Allá suben las tribus,
las tribus del Señor,

según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia
en el palacio de David.

Desead la paz a Jerusalén:
«Vivan seguros los que te aman,
haya paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios.»

Por mis hermanos y compañeros,
voy a decir: «La paz contigo.»
Por la casa del Señor, nuestro Dios,
te deseo todo bien.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. María ha sido elevada al cielo, los ángeles se alegran y, llenos de gozo, alaban al Señor.

Ant 2. La Virgen María ha sido elevada al tálamo celestial, donde el Rey de reyes tiene un trono adornado con estrellas.

Salmo 126 – EL ESFUERZO HUMANO ES INÚTIL SIN DIOS.

Si el Señor no construye la casa,
en vano se cansan los albañiles;
si el Señor no guarda la ciudad,
en vano vigilan los centinelas.

Es inútil que madruguéis,
que veléis hasta muy tarde,
los que coméis el pan de vuestros sudores:
¡Dios lo da a sus amigos mientras duermen!

La herencia que da el Señor son los hijos;
una recompensa es el fruto de las entrañas:
son saetas en mano de un guerrero
los hijos de la juventud.

Dichoso el hombre que llena
con ellas su aljaba:
no quedará derrotado cuando litigue
con su adversario en la plaza.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. La Virgen María ha sido elevada al tálamo celestial, donde el Rey de reyes tiene un trono adornado con estrellas.

Ant 3. Tú eres la mujer a quien Dios ha bendecido, y por ti hemos recibido el fruto de la vida.

Cántico: EL PLAN DIVINO DE SALVACIÓN – Ef 1, 3-10

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

El nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos consagrados
e irreprochables ante él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo,
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Éste es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
hacer que todas las cosas tuviesen a Cristo por cabeza,
las del cielo y las de la tierra.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Tú eres la mujer a quien Dios ha bendecido, y por ti hemos recibido el fruto de la vida.

LECTURA BREVE 1Co 15, 22-23

Lo mismo que en Adán todos mueren, en Cristo todos serán llamados de nuevo a la vida. Pero cada uno en su puesto: primero, Cristo; después, en su Parusía, los de Cristo.

RESPONSORIO BREVE

V. La Virgen María ha sido glorificada sobre los coros de los ángeles.
R. La Virgen María ha sido glorificada sobre los coros de los ángeles.

V. Bendigamos al Señor que la ha enaltecido.
R. Sobre los coros de los ángeles.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. La Virgen María ha sido glorificada sobre los coros de los ángeles.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Hoy la Virgen María ha subido al cielo; alegrémonos, porque reina ya eternamente con Cristo.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Hoy la Virgen María ha subido al cielo; alegrémonos, porque reina ya eternamente con Cristo.

PRECES

Proclamemos las grandezas de Dios Padre todopoderoso, que quiso que todas las generaciones felicitaran a María, la madre de su Hijo, y supliquémosle diciendo:

Mira a la llena de gracia y escúchanos.

Señor, Dios nuestro, admirable siempre en tus obras, que has querido que la inmaculada Virgen María participara en cuerpo y alma de la gloria de Jesucristo,
haz que todos tus hijos deseen y caminen hacia esta misma gloria.

Tú que nos diste a María por Madre, concede por su mediación salud a los enfermos, consuelo a los tristes, perdón a los pecadores,
y a todos abundancia de salud y de paz.

Tú que hiciste de María la llena de gracia,
concede la abundancia de tu gracia a todos los hombres.

Haz, Señor, que tu Iglesia tenga un solo corazón y una sola alma por el amor,
y que todos los fieles perseveren unánimes en la oración con María, la madre de Jesús.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que coronaste a María como reina del cielo,
haz que los difuntos puedan alcanzar con todos los santos la felicidad de tu reino.

Confiando en el Señor que hizo obras grandes en María, pidamos al Padre que colme también de bienes al mundo hambriento:

Padre nuestro…

ORACION

Dios todopoderoso y eterno, que has elevado en cuerpo y alma a los cielos a la inmaculada Virgen María, madre de tu Hijo, haz que nosotros, ya desde este mundo, tengamos todo nuestro ser totalmente orientado hacia el cielo, para que podamos llegar a participar de su misma gloria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

Anuncio publicitario

Lectio Divina – 15 de agosto

Lectio: Lunes, 15 Agosto, 2016

La visita de María a Isabel
Luca 1,39-56

1. LECTIO

a) Oración inicial:

Espíritu Santo, Espíritu de sabiduría, de ciencia, del entendimiento, de consejo, llénanos, te rogamos, del conocimiento de la Palabra de Dios, llénanos de toda sabiduría e inteligencia espiritual para poderla comprender en profundidad. Haz que bajo tu guía podamos comprender el evangelio de esta solemnidad mariana. Espíritu Santo, tenemos necesidad de ti, el único que continuamente modela en nosotros la figura y la forma de Jesús. Y nos dirigimos a ti, María, Madre de Jesús y de la Iglesia, que has vivido la presencia desbordante del Espíritu Santo, que has experimentado la potencia de su fuerza en ti, que las has visto obrar en tu Hijo Jesús desde el seno materno, abre nuestro corazón y nuestra mente para que seamos dóciles a la escucha de la Palabra de Dios.

b) Lectura del evangelio

Luca 1,39-5639 En aquellos días, se puso en camino María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; 40 entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.41En cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, Isabel quedó llena de Espíritu Santo 42 y exclamó a gritos: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; 43 y ¿de dónde a mí que venga a verme la madre de mi Señor? 44 Porque apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. 45 ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!»
46 Y dijo María:
«Alaba mi alma la grandeza del Señor
47 y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador
48 porque ha puesto los ojos en la pequeñez de su esclava,
por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada,
49 porque ha hecho en mi favor cosas grandes el Poderoso, Santo es su nombre
50 y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen.
51 Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los de corazón altanero.
52 Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes.
53 A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos con las manos vacías.
54 Acogió a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia
55 -como había anunciado a nuestros padres- en favor de Abrahán y de su linaje por los siglos.»
56 María se quedó con ella unos tres meses, y luego se volvió a su casa.

c) Momento de silencio orante

El silencio es una cualidad de quien sabe escuchar a Dios. Esfuérzate por crear en ti una atmósfera de paz y de silenciosa adoración. Si eres capaz de estar en silencio delante de Dios podrás escuchar su respiro que es Vida

2. MEDITATIO

a) Clave de lectura:

Bendita tú entre las mujeres

En la primera parte del evangelio de hoy resuenan las palabras de Isabel, “Bendita tú entre las mujeres”, precedidas por un movimiento espacial. María deja Nazaret, situada al norte de la Palestina, para dirigirse al sur, a casi ciento cincuenta kilómetros, a una localidad que la tradición identifica con la actual Ain Karen, poco lejana de Jerusalén.. El moverse físico muestra la sensibilidad interior de María, que no está cerrada para contemplar de modo privado e intimista el misterio de la divina maternidad que se encierra en ella, sino que es lanzada sobre el sendero de la caridad. Ella se mueve para llevar ayuda a su anciana prima. El dirigirse de María a Isabel es acentuado por el añadido “ de prisa” que San Ambrosio interpreta así: María se puso de prisa en camino hacia la montaña, no porque fuese incrédula a la profecía o incierta del anuncio o dudase de la prueba, sino porque estaba contenta de la promesa y deseosa de cumplir devotamente un servicio, con el ánimo que le venía del íntimo gozo…La gracia del Espíritu Santo no comporta lentitud”. El lector, sin embargo, sabe que el verdadero motivo del viaje no está indicado, pero se lo puede figurar a través de las informaciones tomadas del contexto. El ángel había comunicado a María la preñez de Isabel, ya en el sexto mes (cfr. v.37). Además el hecho de que ella se quedase tres meses (cfr. v.56), justo el tiempo que faltaba para nacer el niño, permite creer que María quería llevar ayuda a su prima. María corre y va a donde le llama la urgencia de una ayuda, de una necesidad, demostrando, así, una finísima sensibilidad y concreta disponibilidad. Junto con María, llevado en su seno, Jesús se mueve con la Madre. De aquí es fácil deducir el valor cristológico del episodio de la visita de María a la prima: la atención cae sobre todo en Jesús. A primera vista parecería una escena concentrada en las dos mujeres, en realidad, lo que importa para el evangelista es el prodigio presente en sus dos respectivas concepciones. La movilización de María, tiende , en el fondo, a que las dos mujeres se encuentren.

Apenas María entra en casa y saluda a Isabel, el pequeño Juan da un salto. Según algunos el salto no es comparable con el acomodarse del feto, experimentado por las mujeres que están encinta. Lucas usa un verbo griego particular que significa propiamente “saltar”. Queriendo interpretar el verbo, un poco más libremente, se le puede traducir por “danzar”, excluyendo así la acepción de un fenómeno sólo físico. Algunos piensan que esta “danza”, se pudiera considerar como una especie de “homenaje” que Juan rinde a Jesús, inaugurando, aunque todavía no nacido, aquel comportamiento de respeto y de subordinación que caracterizará toda su vida: “Después de mí viene uno que es más fuerte que yo y al cuál no soy digno de desatar las correas de sus sandalias” (Mc 1,7). Un día el mismo Juan testimoniará: “Quien tiene a la esposa es el esposo; pero el amigo del esposo que está presente y lo escucha, salta de gozo a la voz del esposo, pues así este mi gozo es cumplido. Él debe crecer y yo por el contrario disminuir” (Jn 3,29-30). Así lo comenta san Ambrosio: “ Isabel oyó antes la voz, pero Juan percibió antes la gracia”. Una confirmación de esta interpretación la encontramos en las mismas palabras de Isabel que, tomando en el v. 44 el mismo verbo ya usado en el v. 41, precisa: “Ha saltado de gozo en mi seno” . Lucas, con estos detalles particulares, ha querido evocar el prodigio verificado en la intimidad de Nazaret. Sólo ahora, gracias al diálogo con una interlocutora, el misterio de la divina maternidad deja su secreto y su dimensión individual, para llegar a convertirse en un hecho conocido, objeto de aprecio y de alabanza. Las palabras de Isabel “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿A qué debo que la madre de mi Señor venga a mí?” (vv. 42-43). Con una expresión semítica que equivale a un superlativo (“entre las mujeres”), el evangelista quiere atraer la atención del lector sobre la función de María: ser la “;Madre del Señor”. Y por tanto a ella se le reserva una bendición (“bendita tú”) y dichosa beatitud. ¿En qué consiste esta última? Expresa la adhesión de María a la voluntad divina. María no es sólo la destinataria de una diseño arcano que la hace bendita, sino persona que sabe aceptar y adherirse a la voluntad de Dios. María es una criatura que cree, porque se ha fiado de una palabra desnuda y que ella la ha revestido con un “sí” de amor. Ahora Isabel le reconoce este servicio de amor, identificándola “bendita como madre y dichosa como creyente”.

Mientras tanto, Juan percibe la presencia de su Señor y salta, expresando con este movimiento interior el gozo que brota de aquel contacto salvífico. De tal suceso se hará intérprete María en el canto del Magnificat.

b) Un canto de amor:

En este canto María se considera parte de los anawim, de los “pobres de Dios”, de aquéllos que ”temen a Dios”, poniendo en Él toda su confianza y esperanza y que en el plano humano no gozan de ningún derecho o prestigio. La espiritualidad de los anawinpuede ser sintetizada por las palabras del salmo 37,79: “Está delante de Dios en silencio y espera en Él”, porque “aquéllos que esperan en el Señor poseerán la tierra”.
En el Salmo 86,6, el orante, dirigiéndose a Dios, dice: “Da a tu siervo tu fuerza”: aquí el término “siervo” expresa el estar sometido, como también el sentimiento de pertenencia a Dios, de sentirse seguro junto a Él.
Los pobres, en el sentido estrictamente bíblico, son aquéllos que ponen en Dios una confianza incondicionada; por esto han de ser considerados como la parte mejor, cualitativa, del pueblo de Israel.
Los orgullosos, por el contrario, son los que ponen toda su confianza en sí mismos.
Ahora, según el Magnificat, los pobres tienen muchísimos motivos para alegrarse, porque Dios glorifica a los anawim (Sal 149,4) y desprecia a los orgullosos. Una imagen del N. T. que traduce muy bien el comportamiento del pobre del A. T. , es la del publicano que con humildad se golpea el pecho, mientras el fariseo complaciéndose de sus méritos se consuma en el orgullo (Lc 18,9-14). En definitiva María celebra todo lo que Dios ha obrado en ella y cuanto obra en el creyente. Gozo y gratitud caracterizan este himno de salvación, que reconoce grande a Dios, pero que también hace grande a quien lo canta.

c) Algunas preguntas para meditar:

– Mi oración ¿es ante todo expresión de un sentimiento o celebración y reconocimiento de la acción de Dios?
– Maria es presentada como la creyente en la Palabra del Señor. ¿Cuánto tiempo dedico a escuchar la Palabra de Dios?
– ¿Tu oración se alimenta de la Biblia, como ha hecho María? ¿O mejor me dedico al devocionismo que produce oraciones incoloras e insípidas? ¿Te convences que volver a la plegaria bíblica es seguridad de encontrar un alimento sólido, escogido por María misma?
– ¿Está en la lógica del Magnificat que exalta el gozo del dar, del perder para encontrar, del acoger, la felicidad de la gratuitidad, de la donación?

3. ORATIO

a) Salmo 44 (45), 10-11; 12; 15b-16

El salmo, en esta segunda parte, glorifica a la reina. En la liturgia de hoy estos versículos son aplicados a María y celebran su belleza y grandeza.

Entre tus predilectas hay hijas de reyes,
la reina a tu derecha, con oro de Ofir.

Escucha, hija, mira, presta oído,
olvida tu pueblo y la casa paterna,
que prendado está el rey de tu belleza.
El es tu señor, ¡póstrate ante él!

La siguen las doncellas, sus amigas,
que avanzan entre risas y alborozo
al entrar en el palacio real.

b) Oración final:

La oración que sigue es una breve meditación sobre el papel materno de María en la vida del creyente: “María, mujer que sabe gozar, que sabe alegrarse, que se deja invadir por la plena consolación del Espíritu Santo, enséñanos a orar para que podamos también nosotros descubrir la fuente del gozo. En la casa de Isabel, tu prima, sintiéndote acogida y comprendida en tu íntimo secreto, prorrumpiste en un himno de alabanza del corazón, hablando de Dios, de ti en relación con Él y de la inaudita aventura ya comenzada de ser madre de Cristo y de todos nosotros, pueblo santo de Dios. Enséñanos a dar un ritmo de esperanza y gritos de gozos a nuestras plegarias, a veces estropeada por amargos lloros y mezcladas de tristeza casi obligatoriamente. El Evangelio nos habla de ti, María, y de Isabel; ambas custodiabais en el corazón algo, que no osabais o no queríais manifestar a nadie. Cada una de vosotras se sintió sin embargo comprendida por la otra en aquel día de la visitación y tuvisteis palabras y plegarias de fiesta. Vuestro encuentro se convirtió en liturgia de acción de gracias y de alabanza al Dios inefable. Tú, mujer del gozo profundo, cantaste el Magnificat, sobrecogida y asombrada por todo lo que el Señor estaba obrando en la humilde sierva. Maginificat es el grito, la explosión de gozo, que resuena dentro de cada uno de nosotros, cuando se siente comprendido y acogido.”

4.CONTEMPLATIO

La Virgen María, templo del Espíritu Santo, ha acogido con fe la Palabra del Señor y se ha entregado completamente al poder del Amor. Por este motivo se ha convertido en imagen de la interioridad, o sea toda recogida bajo la mirada de Dios y abandonada a la potencia del Altísimo. María no habla de sí, para que todo en ella pueda hablar de las maravillas del Señor en su vida.

¡Dichosa eres, María, y bendita entre todas las mujeres!

Querido amigo, celebramos hoy la gran solemnidad de la Asunción de María. Es la corona de todas las fiestas de la Virgen. Jesús goza ya en cuerpo y alma en la gloria del cielo y quiere que junto a Él esté su Madre. ¡Es la fiesta de la alegría, la fiesta del gozo, la fiesta de la alabanza a nuestra Madre María!

Te invito hoy a tener un encuentro de exaltación a la Virgen, de amor a la Virgen, de gloria a la Virgen. María, que es nuestra Madre, es bendita entre todas las mujeres porque de Ella ha nacido el mejor fruto, que es Jesús. Por eso podemos decir “desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada”. Después de la ascensión de Jesús, María vivió bastante tiempo junto a los discípulos y velaba por el crecimiento de la Iglesia y también por el crecimiento del mensaje de Jesús. Pero Ella ya vivía con su espíritu y con su alma en otro mundo, en el cielo. Se consumía en ganas de estar al lado de su Hijo y llegó este momento feliz. María tenía un cuerpo como el nuestro, mortal, y experimentó qué es morir a fin de que nosotros la podamos invocar muchas veces —“ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”—, y para que experimentásemos también el consuelo en este momento y el calor y la mirada y la compañía de una Madre. Su muerte fue tranquila, serena, como un sueño, dicen que como una dormición. Para mí fue una muerte de amor. María está ya junto a Jesús y María está junto a su Hijo, por eso se le llama “asunta”. Y nosotros seguiremos llamándola “Madre” con todo cariño.

Imagino la escena. Querido amigo, te invito a saborear con la imaginación este momento tan bonito: María subiría al cielo acompañada de los ángeles y Jesús saldría a su encuentro y le diría: “Ven, bendita de mi Padre, a poseer el Reino, porque tú lo has cumplido perfectamente, porque tuve hambre y me has dado de comer, tuve sed y me diste de beber. Conmigo has subido al Calvario y conmigo también has sufrido la crucifixión. Si mi corazón fue traspasado por una lanza, el tuyo fue traspasado por una espada de dolor. Y ahora te quiero coronar como Reina de cielo y tierra, como abogada, como auxiliadora, como medianera de todas las gracias”.

Acompañemos a María también en la subida al cielo. ¡Es la gran fiesta del gozo, la gran fiesta de la alegría! Es el momento en este encuentro de rendirle todo el honor a nuestra Madre que ha sabido pasar por la tierra y acompañarnos y subir al cielo para ayudarnos y auxiliarnos.

También este encuentro es una llamada a ver en qué plano está María en nuestro corazón y en nuestra vida: ¿cómo la tenemos? ¿Ella es nuestra compañera de camino? ¿A Ella acudimos? ¿Cuidamos su trato? ¿Nos llenamos de esperanza como Ella en su Asunción? ¿Nos llenamos de alegría porque Ella es nuestro consuelo y nuestro amor? ¿Nos llenamos de fe y fortaleza sabiendo que Ella nunca nos deja y que Ella nos va a acompañar hasta el último momento de nuestra vida?

¡La gran fiesta del gozo y de la alegría! Toda la liturgia se alegra, toda la liturgia se engalana hoy. ¡Dichosa eres, María! —vamos a repetirlo una y mil veces—, ¡dichosa eres, María, porque de ti vino la salvación del mundo y ahora vives en la gloria! Has sido glorificada con todo el coro de los ángeles, has sido bendecida y mereces la alabanza de todos nosotros. Hoy puedes decir: “Desbordo de gozo y me alegro con mi Dios porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo”. Alegrémonos con Ella, digámosle todo lo que nos salga de nuestro corazón. Le pidamos una y mil veces que interceda por nosotras, que no nos deje, que nos eleve y que sepamos también sobrepasar todo lo de este mundo y tener una visión distinta y diferente, una dimensión que sobrepasa lo humano, una dimensión en ti. Hoy le podemos repetir muchas cosas, le podemos cantar, podemos estar con gozo y alegría. ¡Es la fiesta de la alegría! Recitemos todo lo que sepamos para Ella:

Hoy sube al Cielo, María,
que Cristo en honra del suelo
traslada la casa del Cielo
donde en la tierra vivía.

Levantad al Cielo el vuelo
de Dios lo fuisteis
y Dios por no estar en él
sin Vos traslada la casa al Cielo.

Amor con divino modo
os trasplanta,
bella Flor,
y porque prendáis mejor
os llevan con tierra y todo.

A su Hija abraza el Padre,
a su Madre el Redentor
y a su Esposa coronada
el Espíritu de amor.

Un himno precioso que se reza en laudes y que la Iglesia repite año tras año. Querido amigo, es un encuentro de gozo, de acompañar a la Virgen, de sentirnos necesitados de Ella, de aclamarla… y de decirle… y de cantarle. Aún recuerdo aquel canto antiquísimo que se cantaba en esta fiesta:

¿Quién es ésta que hoy se eleva,
Hija de Eva,

hasta el trono del Señor?
Más hermosa y más fragante,
rutilante,

que los lirios del Tabor.

Tiene un montón de estrofas preciosas, pero hay una muy bonita y además muy especial para este día:

Allá, Reina proclamada,
coronada

por la augusta Trinidad,
y cual una sin mancilla siempre brilla

con eterna claridad.

¿Quién es ésta que hoy se eleva,
Hija de Eva,

hasta el trono del Señor?
Más hermosa, más fragante,
rutilante,

que los lirios del Tabor.

¡Llenémonos de alegría, alabemos, proclamemos, ensalcemos hoy a la Virgen, que es nuestra Madre y que merece toda alabanza de nosotros! Como hijos que la queremos un montón, la alabemos y le demos gracias y le pidamos también saber sobrepasar este mundo, tener esperanza, vivir en la tierra, pero nuestra mansión, nuestra mente, nuestro corazón en el cielo. Ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte, amén.

Podíamos terminar con esa oración tan bella de San Bernardo:

Acordaos, oh piadosísima Virgen María,
que jamás se ha oído decir

que ninguno de los que acuden a Vos
haya sido desamparado.
A Vos vengo, delante de Vos me presento
gimiendo: ¡Oh Madre del Verbo,

no desechéis nuestras súplicas,
y en la hora de nuestra muerte
llévanos contigo al Cielo!

Alabanza, gloria… todo lo que nos salga de nuestro corazón. Nos ponemos cara a cara delante de la Virgen y a ver si nuestro corazón vibra y se llena de amor, de cariño, de calor, de honor y de alabanza.

¡Gloria y honor a María Inmaculada, la Reina de cielos y tierra! ¡Gloria y honor a María Inmaculada, la Reina de cielos y tierra!

Francisca Sierra Gómez

María

Se ha dicho que muchos cristianos de hoy vibran menos que los creyentes de otras épocas ante la figura de María. Quizás somos víctimas de bastantes recelos y sospechas ante deformaciones habidas en la piedad mariana. 

Y es que a veces se insistía de manera excesivamente unilateral en la función protectora de María, la Madre que protege a sus hijos de todos los males, sin convertirlos a una vida más de acuerdo con el Espíritu de Jesús. Otras veces, algunos tipos de devoción mariana no han sabido exaltar a María como madre sin crear una dependencia de una madre idealizada y fomentar una inmadurez y un infantilismo religioso. 

Quizás esta misma idealización de María como la “mujer única” ha podido también alimentar un cierto menosprecio a la mujer real y ser un refuerzo más del dominio masculino. Pienso que al menos, no deberíamos desatender ligeramente estos reproches que desde frentes diversos se nos hace a los católicos. 

Y sin embargo sería lamentable que los católicos empobreciéramos nuestra vida religiosa olvidando el regalo que María puede significar para nosotros los creyentes. 

Porque una piedad mariana bien entendida no encierra a nadie en el infantilismo, sino que asegura en nuestra vida de fe la presencia enriquecedora de lo femenino. 

Porque el mismo Dios ha querido encarnarse en el seno de una mujer. Y desde entonces, podemos decir que “lo femenino es camino hacia Dios y camino que viene de Dios”. 

La humanidad necesita siempre de esa riqueza que asociamos a lo femenino porque aunque también se da en el varón, se condensa de una manera especial en la mujer. Es la riqueza de la intimidad, de la acogida, solicitud, cariño, ternura, entrega al misterio, gestación, donación de vida. 

Ciertamente, no manifiestan este aprecio quienes violentan con malos tratos a mujeres, una dramática realidad que preocupa y escandaliza hoy. No sólo por la repugnancia de los hechos, sino por las circunstancias que los rodean.

Pero, además, es claro que la sobreabundancia de estas agresiones domésticas manifiesta una enfermedad, deformación, patología social, de la que todos hemos de declararnos responsables. Porque todo indica que tanto el problema en sí como su ocultación tienen su origen en una grave deformación cultural. El machismo rampante de nuestra sociedad no es un tópico, algo imaginario. 

Hoy también en muchos ambientes la mujer sigue personificando la dependencia, subsidiaridad y la sumisión al hombre y es esa injusta mentalidad la que está en el origen de la humillación y del maltrato. Ahí radica la gran tarea pendiente para todos: la plena equiparación de la mujer con el hombre y su consideración definitiva y consecuente como ser humano en todas las culturas. En definitiva es apreciar lo femenino como uno de los dos elementos esenciales de lo humano. 

Pero es que además, para nosotros los creyentes, siempre que despreciamos lo femenino, nos cerramos a cauces posibles de acercamiento a ese Dios que se nos ha ofrecido en los brazos de una madreSiempre que marginamos a María de nuestra vida, los creyentes empobrecemos nuestra fe

La Virgen siempre nos es una figura querida, que supo actuar con sencillez, con eficacia amable, con constancia sin refunfuñar. Suya es la frase “haced lo que El os diga”. Una buena actitud, sin duda. 

¿Cuál es tu compromiso como cristiano para transformar la sociedad y la Iglesia? 

¿Qué significa la figura de María en tu vida religiosa?

José Antonio Pagola

Amoris laetitia – Francisco I

81. El hijo reclama nacer de ese amor, y no de cualquier manera, ya que él «no es un derecho sino un don»[87], que es «el fruto del acto específico del amor conyugal de sus padres»[88]. Porque «según el orden de la creación, el amor conyugal entre un hombre y una mujer y la transmisión de la vida están ordenados recíprocamente (cf. Gn 1,27-28). De esta manera, el Creador hizo al hombre y a la mujer partícipes de la obra de su creación y, al mismo tiempo, los hizo instrumentos de su amor, confiando a su responsabilidad el futuro de la humanidad a través de la transmisión de la vida humana»[89].


[88] Congregación para la Doctrina de la Fe, Instrucción Donum vitae (22 febrero 1987), II, 8: AAS 80 (1988), 97.
[89] Relación final 2015, 63.

Homilía (Domingo XXI de Tiempo Ordinario)

Aún hay personas que hacen de esta pregunta un asunto de curiosidad: ¿Serán muchos o pocos los que se salven? Otras se hacen la pregunta por escrúpulo, por miedo a la condenación, cual si se pusiera en duda la bondad de Dios. Otras personas la hacen dando por supuesto que los que se van a condenar son otros. Y hasta se llega a aventurar juicios sobre las personas. Nada más lejos del espíritu cristiano. Ni el número de quienes se salven es un asunto de curiosidad ni la comunidad cristiana arriesga el juicio sobre la salvación o condenación de las personas. 

Generalmente, quien hace esa pregunta suele situarse en el grupo de los que se van a salvar, a la vez que excluye a otros muchos. Quizá era ese el tono de la pregunta que hicieron a Jesús. Muchos israelitas consideraban la salvación privilegio de su pueblo. Olvidaban el mensaje profético: la salvación se ofrece a todos los pueblos. Quizá es ese también el tono de la pregunta en algunos cristianos. En el subconsciente puede operar la idea de que ellos serán los salvados y otros serán condenados. También estos cristianos olvidan que la salvación es don gratuito de Dios, de su bondad y misericordia. Nadie tiene derecho a reclamarla, por más méritos que tenga. 

Jesús no contesta directamente a la cuestión. Deja claro que la salvación se ofrece a todos, pero exige ciertas condiciones de parte de la libertad humana. Ni el pueblo, la raza, la sangre o la condición religiosa garantiza la salvación. Se requieren ciertas condiciones: reconocer la gratuidad de la salvación, tomarse en serio las exigencias del seguimiento de Jesús, caminar por la vía del amor, la justicia, el perdón, la solidaridad… A esto llama Jesús entrar por la puerta estrecha. 

Jesús aprovecha la ocasión para hacer una advertencia sobre las sorpresas que puede haber en el juicio definitivo. Esas sorpresas las recoge bien el evangelio de San Mateo: «¿Cuándo te vimos hambriento, sediento, desnudo, enfermo, en prisión…?… Cuantas veces lo hicisteis con estos mis hermanos pequeños conmigo lo hicisteis». Jesús había hecho esta advertencia repetidas veces durante su ministerio: «Vendrán de Oriente y Occidente y os arrebatarán el Reino». Se lo decía a los judíos, que se consideraban raza elegida por ser hijos de Abraham. Se lo dice también hoy a los cristianos que tienen la tentación de garantizar la salvación por el mero hecho de pertenecer a la Iglesia. 

Podemos crearnos una falsa seguridad de estar en el camino de la salvación solo por el hecho de pertenecer a la Iglesia, de ser habituales en las prácticas religiosas, de frecuentar el templo. Si no nos encomendamos a la bondad de Dios y seguimos las huellas de Jesús, puede que el Señor no nos reconozca y nos quedemos fuera. 

Felicísimo Martínez Díez, O.P.

Lc 13, 22-30 (Evangelio Domingo XXI de Tiempo Ordinario)

El camino hacia Jerusalén sigue marcando el itinerario interior que deben realizar aquellos que quieren seguir a Jesús. El horizonte se va acercando, y con él el momento definitivo de la entrega en la cruz. Mientras caminan, Jesús enseña cuáles son los rasgos característicos del discípulo y del estilo de vida de toda la comunidad de seguidores. No va a ser fácil acoger esta invitación. De hecho, cada vez encontrará mayor oposición y hostilidad de parte de las autoridades judías. 

La pregunta de un personaje anónimo («¿serán muchos los que se salven?») introduce una nueva enseñanza (esquema típico lucano). La respuesta apela a la decisión personal de cada uno. Es necesario esforzarse; acceder a la vida eterna es difícil y exigente: hay que entrar por la puerta estrecha. Las parábolas del grano de mostaza y de la levadura han puesto de relieve que el Reino de Dios es un regalo, un don que Dios nos hace. La iniciativa es suya. Aunque no lo veamos crece en medio de nosotros. Pero hay algo más. Dios lo regala gratuitamente, pero también el hombre ha de esforzarse para “hacerse digno” de sentarse al banquete del Reino: «Muchos quieren entrar, pero no lo conseguirán»

Para ilustrar esta enseñanza Jesús utiliza un aforismo de carácter popular y una especie de parábola. La puerta estrecha, símbolo de la entrada al banquete del Reino, reclama la exigencia y dificultad para hacerse acreedor del mismo. Requiere una lucha personal dura y a veces con sufrimiento (el verbo utilizado significa “lucha”, no solo “esfuerzo”). No todos acogen esta exigencia. 

La parábola prolonga la imagen de la puerta estrecha. El señor de la casa cerrará la puerta (una vez dispuesto el banquete) y quienes no se hayan preparado a tiempo no entrarán en él. Estos se excusan: han comido y bebido con él, han escuchado sus enseñanzas. Estas acciones hacen referencia a las que caracterizan la actividad de Jesús. Pero no es suficiente. 

Comer juntos no significa entrar en comunión; escuchar su enseñanza, si no provoca una conversión asumiendo un estilo de vida nuevo, no sirve de nada. Así sucede con sus contemporáneos: conocen a Jesús, están con él, han escuchado sus enseñanzas… pero no le han acogido de verdad. Son considerados «obreros de injusticia», porque no ponen en práctica sus enseñanzas. Por eso, no podrán entrar por la puerta estrecha. Se quedarán fuera, aunque hayan participado con él en la mesa, en la escucha de su palabra. 

La referencia a los patriarcas y profetas de Israel, así como a los paganos que vendrán de los cuatro puntos cardinales, recuerda que no basta con pertenecer al pueblo elegido para entrar en el banquete del Reino. Mientras los judíos rechazan el mensaje de Jesús, los pueblos paganos acogen la predicación, e inician el camino de conversión (entrar por la puerta estrecha). 

Un “proverbio errante” concluye estas enseñanzas. En tono parenético, exhorta a los que escuchan a tomar una decisión personal. El camino de la salvación está abierto para todos; cualquiera puede ser admitido o rechazado. Lo que importa es la conversión y el esfuerzo por salir de la injusticia. Recuperamos aquí la pregunta que abrió la conversación: «¿Serán muchos los que se salven?». Jesús dirá: Serán los que se esfuercen y realicen las obras de la justicia. 

Óscar de la Fuente de la Fuente

Heb 12, 5-7. 11-13 (2ª lectura Domingo XXI de Tiempo Ordinario)

La vieja pedagogía siempre ha insistido en la eficacia del castigo como elemento educativo y una cierta coacción como beneficiosa para el aprendizaje (“la letra con sangre entra”). Es el tipo de pedagogía que vemos en los escritos del AT (incluso en los mismos Evangelios). Por ello hay que comprenderla como un elemento cultural omnipresente, aunque hoy esté cada día más arrumbada ya que se entiende que son mejores y mayores los logros conseguidos por una pedagogía positiva, estimuladora, no coactiva. 

Esto es lo que pasa en pasajes de Hebreos como el que propone la liturgia en este domingo. Efectivamente, apelando a un principio espiritual hebreo (Prov 3,11ss) entiende la corrección por parte de Dios y hasta un cierto castigo como un beneficio evidente en base al principio de pedagogía negativa: «El Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos». Con este tipo de principios quiere el autor animar a la constancia ya que la comunidad se halla desalentada y tentada de tirar la toalla. 

Suaviza un poco el principio con el tema de la enseñanza paterna, pero lo sigue manteniendo: «¿qué padre no corrige a sus hijos?» Si no se nos corrigiera quizá se estaría pensando que no somos hijos de Dios. El argumento sigue en la línea del anterior pero hay que leerlo en modos más actualizados: Dios no corrige con el castigo, sino que enseña con el amor. Creemos que este principio se adapta mucho mejor a la espiritualidad evangélica de la benignidad y del amor. 

Argumenta pormenorizadamente viniendo a decir que las correcciones duelen, pero que, a la larga, producen frutos «de vida honrada y paz». Esto es justamente lo que se pone en duda, porque las correcciones negativas conllevan muchos resquemores y desasosiegos. Podría haber animado el autor a permanecer en la búsqueda cristiana en base al amor fiel del Padre o al acompañamiento desinteresado de Jesús (Mt 5,45; Mt 28,20). Estos valores que están en el Evangelio todavía no hacían parte de la metodología catequética de la época. Hoy resultan ineludibles. 

Hay un pequeño giro en la dirección de la pedagogía positiva para el aliento de la fe cuando se cita a Is 35,5. Ahí se habla de «fortalecer las manos débiles, robustecer rodillas vacilantes, etc.» Eso podrá dar resultados más capaces de alentar a una comunidad que se ve debilitada y como sin resorte. Así «el pie cojo, en vez de torcerse se curará». Es decir, los escasos recursos se acrecentarán y el desaliento no terminará por hundir la frágil fe de la comunidad. Creemos que esta es línea mejor para volver a Jesús y recuperar su proyecto. 

Fidel Aizpurúa Donázar

Is 66, 18-21 (1ª Lectura Domingo XXI de Tiempo Ordinario)

La experiencia del exilio fue crucial para Israel, tanto para entenderse a sí mismos de forma nueva como pueblo de Dios, como para iniciar el proceso de poner por escrito las grandes tradiciones de los antepasados. Los capítulos 55-66 de Isaías se suelen atribuir a esta época conocida como del post-exilio o de la restauración de Israel (finales s. VI-V). El reino de Judá fue al exilio con el sentimiento de la derrota y con la certeza de que Sión y Jerusalén, centro del mundo, habían sido aniquilados. El tercer Isaías, fiel a la teología del profeta del siglo VIII que le da nombre, una vez regresados, retoma los grandes principios teológicos: Sión y Jerusalén como centro espiritual del mundo. La salvación de Dios, que en un primer momento, estaba reducida a Israel, el pueblo de la Alianza, ahora se abre a las naciones de oriente y occidente. El pueblo de Judá llegó a Babilonia humillado y derrotado y salió de ella con nuevos impulsos de renovación, con perspectivas teológicas antes impensables, con un sentido universal de Dios del que antes carecían. 

Asistimos a un cambio de perspectiva en el mismo libro; comienza insistiendo en la Gloria y en la Majestad de YHWH, que se revela en la ciudad y en el Templo. La visión inicial es reducida, pensando sólo en el pueblo de Israel. Sin embargo, después de la dura experiencia del destierro y del esfuerzo sobrehumano que tuvieron que hacer para reconstruir la ciudad y el Templo, la perspectiva cambia. Un grupo con sentido nacionalista refuerza sus vínculos de identidad exclusivista; otro comprende que la acción de Dios es para todos los pueblos. Jerusalén sigue siendo la ciudad santa; es el centro de la peregrinación; hacia ella deben confluir todas las oraciones. Ahora bien, y esto resulta sorprendente, de estos pueblos citados (que no son judíos), Dios mismo escogerá sacerdotes y levitas. 

El lugar del encuentro de todos los pueblos es Jerusalén, con su Templo en medio. La reunión incluye a los pueblos paganos (Grecia), lejanos (Tarsis), los de otra raza (Libia y Etiopia). Todos están convocados a contemplar la fama y la Gloria de Dios. El pueblo de Israel descubrió que la salvación no era sólo para ellos, para el pequeño pueblo judío, sino que Dios era el Creador del mundo y de la humanidad, y que por tanto la salvación se abría a todos. 

Pedro Fraile Yécora 

Comentario al evangelio (15 de agosto)

      Vamos a ponernos el traje de fiesta porque el día lo merece. Podríamos dar una larga explicación teológica del significado del dogma. Pero es mucho mejor centrarnos en el Evangelio que, de una forma muy sencilla nos habla de María más que muchos tratados teológicos de cientos de páginas. 

      El Evangelio nos sitúa en la visita que hace María a su prima Isabel, que está embarazada a pesar de sus muchos años. María también está embarazada. Las dos mujeres están sintiendo dentro de sí que la vida crece. Para las dos esa vida es un signo fuerte de esperanza, como lo son todos los niños. No es fácil explicarlo pero la presencia de un niño en una familia rompe siempre los esquemas. Es como un detonador que hace explotar la ternura que estaba escondida, demasiado escondida a veces, en lo profundo del corazón. 

      Recuerdo hace unos años en una familia cercana. Había nacido el primer hijo. Lo llevaron a que conociese –casi mejor que fuese conocido– a sus bisabuelos. El encuentro fue emotivo y lleno de lágrimas. Se juntaron la vida recién estrenada con unas vidas que estaban ya muy gastadas, las de los bisabuelos, ya en los noventa y con la enfermedad –y la muerte– acechando a la vuelta de la esquina. Fue un momento de recreación de la vida. De celebración profunda. De gozo incontenible. Imagino algo parecido para el encuentro de María e Isabel. Las dos embarazadas y llenas de vida y esperanza. 

      Ahí en ese contexto brota el cántico del Magnificat, que la Iglesia recita todos los días en la oración de la tarde. María se vuelve a Dios, el origen de la vida, de toda vida, y le alaba y le da gracias. Reconoce en la vida incipiente en su seno la presencia de la esperanza, de la vida, de Dios mismo. Esa vida nueva transformará el mundo. Y el origen de esa transformación, de esa revolución, está en el mismo Dios que prolonga el largo brazo de su creación en la vida que crece en ella, en ellas. 

      Si nuestro mundo se conforma como un lugar donde la esperanza es negada a los pobres, la presencia de ese niño en el seno de María representa todo lo contrario. Es el signo claro de la misericordia de Dios que toma de nuevo las riendas de su creación y la orienta hacia la justicia y la fraternidad. Las proezas que hace Dios son “dispersar a los soberbios de corazón, derribar del trono a los poderosos y enaltecer a los humildes; colmar de bienes a los hambrientos y despedir vacíos a los ricos.” 

      Dios no nos deja solos, no nos abandona. Esos niños que crecen en los senos de Isabel y María son el signo, el gran signo, de la misericordia que Dios nos prometió. Por eso, hoy es día de fiesta especial. Hoy celebramos la esperanza: Dios nunca nos deja de su mano.

Fernando Torres, cmf