II Vísperas – Domingo XXI de Tiempo Ordinario

II VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: DIOS DE LA LUZ, PRESENCIA ARDIENTE.

Dios de la luz, presencia ardiente
sin meridiano ni frontera:
vuelves la noche mediodía,
ciegas al sol con tu derecha.

Como columna de la aurora,
iba en la noche tu grandeza;
te vio el desierto, y destellaron
luz de tu gloria las arenas.

Cerró la noche sobre Egipto
como cilicio de tinieblas;
para tu pueblo amanecías
bajo los techos de las tiendas.

Eres la luz, pero en tu rayo
lanzas el día o la tiniebla:
ciegas los ojos del soberbio,
curas al pobre su ceguera.

Cristo Jesús, tú que trajiste
fuego a la entraña de la tierra,
guarda encendida nuestra lámpara
hasta la aurora de tu vuelta. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Desde Sión extenderá el Señor el poder de su cetro, y reinará eternamente. Aleluya.

Salmo 109, 1-5. 7 – EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»

Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.

En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Desde Sión extenderá el Señor el poder de su cetro, y reinará eternamente. Aleluya.

Ant 2. En presencia del Señor se estremece la tierra. Aleluya.

Salmo 113 A – ISRAEL LIBRADO DE EGIPTO; LAS MARAVILLAS DEL ÉXODO.

Cuando Israel salió de Egipto,
los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente,
Judá fue su santuario,
Israel fue su dominio.

El mar, al verlos, huyó,
el Jordán se echó atrás;
los montes saltaron como carneros;
las colinas, como corderos.

¿Qué te pasa, mar, que huyes,
y a ti, Jordán, que te echas atrás?
¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros;
colinas, que saltáis como corderos?

En presencia del Señor se estremece la tierra,
en presencia del Dios de Jacob;
que transforma las peñas en estanques,
el pedernal en manantiales de agua.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. En presencia del Señor se estremece la tierra. Aleluya.

Ant 3. Reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo. Aleluya.

Cántico: LAS BODAS DEL CORDERO – Cf. Ap 19,1-2, 5-7

El cántico siguiente se dice con todos los Aleluya intercalados cuando el oficio es cantado. Cuando el Oficio se dice sin canto es suficiente decir el Aleluya sólo al principio y al final de cada estrofa.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios
(R. Aleluya)
porque sus juicios son verdaderos y justos.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Alabad al Señor sus siervos todos.
(R. Aleluya)
Los que le teméis, pequeños y grandes.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo.
(R. Aleluya)
Alegrémonos y gocemos y démosle gracias.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Llegó la boda del cordero.
(R. Aleluya)
Su esposa se ha embellecido.
R. Aleluya, (aleluya).

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo. Aleluya.

LECTURA BREVE 2Co 1, 3-4

Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordia y Dios de todo consuelo; él nos consuela en todas nuestras luchas, para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios.

RESPONSORIO BREVE

V. Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.
R. Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.

V. Digno de gloria y alabanza por los siglos.
R. En la bóveda del cielo.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Vendrán muchos del oriente y del occidente a sentarse con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Vendrán muchos del oriente y del occidente a sentarse con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos.

PRECES

Adoremos a Cristo, Señor nuestro y cabeza de la Iglesia, y digámosle confiadamente:

Venga a nosotros tu reino, Señor.

Señor, amigo de los hombres, haz de tu Iglesia instrumento de concordia y unidad entre ellos
y signo de salvación para todos los pueblos.

Protege con tu brazo poderoso al Papa y a todos los obispos
y concédeles trabajar en unidad, amor y paz.

A los cristianos concédenos vivir íntimamente unidos a ti, nuestro Maestro,
y dar testimonio en nuestras vidas de la llegada de tu reino.

Concede, Señor, al mundo el don de la paz
y haz que en todos los pueblos reine la justicia y el bienestar.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Otorga, a los que han muerto, una resurrección gloriosa
y haz que los que aún vivimos en este mundo gocemos un día con ellos de la felicidad eterna.

Terminemos nuestra oración con las palabras del Señor:

Padre nuestro…

ORACION

Señor Dios, que unes en un mismo sentir los corazones de los que te aman, impulsa a tu pueblo a amar lo que pides y a desear lo que prometes, para que, en medio de la inestabilidad de las cosas humanas, estén firmemente anclados nuestros corazones en el deseo de la verdadera felicidad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

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Lectio Divina – 21 de agosto

Lectio: Domingo, 21 Agosto, 2016

La puerta estrecha y
el anuncio de la conversión de los paganos

Lucas 13,22-30 

1. LECTIO
a) Oración inicial:

Estamos delante de ti, oh Padre, y no sabiendo como dialogar contigo nos ayudamos con las palabras que tu Hijo Jesús ha pronunciado por nosotros. Concédenos escuchar la resonancia comprometedora de esta palabra: “Esforzaos por entrar por la puerta estrecha, porque muchos, os digo, tratarán de entrar y no lo conseguirán”. Es una palabra que dices Tú a cada hombre y mujer que oyen el evangelio de tu Hijo. Concédenos comprenderla. Para poder leer tu Escritura y gustarla, sentirla arder como un fuego dentro de mi, te suplicamos, oh Padre: danos tu Espíritu. Y Tú, María, Madre de la contemplación, que has conservado por tanto tiempo en el corazón las palabras los acontecimientos y los gestos de Jesús, concédenos contemplar la Palabra, escucharla, y dejarla penetrar en el corazón.

b) Lectura del texto:

Lucas 13,22-3022 Atravesaba ciudades y pueblos enseñando, mientras caminaba hacia Jerusalén. 23Uno le dijo: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?» Él les dijo: 24 «Luchad por entrar por la puerta estrecha, porque, os digo, muchos pretenderán entrar y no podrán.
25 «Cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, os pondréis los que estéis fuera a llamar a la puerta, diciendo: `¡Señor, ábrenos!’ Y os responderá: `No sé de dónde sois.’ 26 Entonces empezaréis a decir: `Hemos comido y bebido contigo y has enseñado en nuestras plazas’. 27Pero os volverá a decir: `No sé de dónde sois. ¡Retiraos de mí, todos los malhechores!’
28 «Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras a vosotros os echan fuera. 29 Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se pondrán a la mesa en el Reino de Dios.
30 «Pues hay últimos que serán primeros y hay primeros que serán últimos.»

c) Momentos de silencio orante:

Para ponernos en “religiosa escucha” de la voz de Dios es necesario un clima de silencio, de calma interior. Es necesario crear en el propio corazón “ un rincón tranquilo en el que poder tener un contacto con Dios “ (E. Stein) es poder realizar una comunicación profunda entre tú y la Palabra. Si no estás en silencio delante de Dios, en silencio para interrogar su Rostro, abriréis, sí, los labios, pero para decir nada.

2. MEDITATIO

a) Clave de lectura:

El pasaje de la liturgia de este domingo está inserto en la segunda parte del evangelio de Lucas y donde la ciudad de Jerusalén, meta del camino existencial y teológico de Jesús, se menciona varias veces, de las que tres forman parte del itinerario litúrgico post-pascual: Lc 9,51 (13º domingo ordinario “C”), Lc 13,22-30 (21º domingo ordinario “C”), y Lc 17,11 (28º domingo ordinario “C”). La noticia del viaje, colocada al principio del texto evangélico, ayuda al lector a pensar que está en camino con Jesús hacia Jerusalén. El camino hacia la ciudad santa es el hilo rojo que atraviesa toda la segunda parte del evangelio (Lc 9,51-19,46) y la mayor parte de las narraciones comienzan con verbos de movimiento que presentan a Jesús y a sus discípulos como peregrinos o itinerantes. El camino de Jesús hacia la ciudad santa no es en sentido estricto un itinerario geográfico, sino que corresponde a un viaje teológico, espiritual. Tal recorrido compromete también al discípulo y al lector del evangelio: el “estar” en viaje con Jesús los configura como itinerantes en su mandato de anunciar el evangelio.

A través de este viaje se asoma la polémica con el mundo judaico que en Lc 13,10-30 se cuenta en tres episodios: 13,10-17 (la curación de la mujer encorvada), 18-21 (las parábolas del grano de mostaza y la levadura) y en 22-30 (el discurso de la puerta estrecha). Este último es el texto propuesto por la liturgia de la Palabra de este domingo y está así articulado. Ante todo una noticia de viaje que crea el fondo al discurso de Jesús que viene presentado mientras “pasaba por ciudades y aldeas, enseñando” (v.22). Es una característica lucana contradistinguir el ministerio de Jesús como viaje.

Ahora, en una etapa de este itinerario hacia Jerusalén alguien interpela a Jesús con una pregunta: “¿Cuántos son los que se salvan?”. La respuesta de Jesús no declara ningún número sobre los salvados, pero con una exhortación – amonestación, “esforzaos”, indica la conducta a seguir: “entrar por la puerta estrecha”. La imagen reclama al discípulo y a la comunidad de Lucas a dirigir la propia preocupación sobre el deber exigente que el camino de la fe pide. Luego de esto, Jesús introduce una enseñanza verdadera y propia con una parábola que asocia a la imagen de la puerta estrecha la del dueño de la casa que, cuando la cierra, nadie puede entrar (v.25). Esto último evoca el final de la parábola de las diez vírgenes en Mt 25,10-12. Estos ejemplos están para indicar que hay un tiempo intermedio en el cual es necesario empeñarse por recibir la salvación, antes que la puerta se cierre de modo definitivo e irreversible.

También la participación en los momentos importantes de la vida de la comunidad, la cena del Señor (“hemos comido y bebido con Él”) y la proclamación de la Palabra (“tú has enseñado en nuestras plazas”), si no conllevan por cada uno un empeño de vida, no pueden evitar el peligro de la condena. El evangelio de Lucas ama presentar a Jesús participando en la mesa de quien lo invita, pero no todos los que se sientan a la mesa con Él tienen automáticamente derecho a la salvación definitiva que viene a anunciar con la imagen del banquete. Así, también, el haber escuchado su enseñanza no te asegura automáticamente que serás salvado. De hecho, en Lucas, la escucha de la palabra de Jesús es condición indispensable para ser discípulo, pero no suficiente, se necesita la decisión de seguir al maestro, guardando sus enseñanzas y llevar fruto en la perseverancia. (Lc 8,15).

Aquellos que no han conseguido entrar por la puerta estrecha antes de que se cerrase, se llaman “operadores de iniquidad”: son los que no se han empeñado en realizar el plan de Dios. Su situación futura viene presentada de modo figurativo con una expresión que habla de la irreversibilidad de no ser salvados: “Allí será el llanto y el crujir de dientes” (v.28)

Es interesante la referencia a los grandes patriarcas bíblicos (Abrahám, Isaac, Jacob) y a todos los profetas: ellos entrarán a formar parte del reino de Dios. Si a los contemporáneos de Jesús esta afirmación podía parecer que la salvación era como un derecho de Israel, para los cristianos de la comunidad de Lucas constituía un aviso a no considerar de modo automático esta modalidad salvífica. El reino que Jesús anuncia se convierte en lugar donde se encuentran discípulos que vienen de “oriente y occidente, de septentrión y del sur” (v.29). El discurso de Jesús inaugura un dinamismo de salvación que envuelve a toda la humanidad y se dirige sobre todo a los pobres y enfermos (Lc 14, 15-24). Lucas, más que los otros evangelistas, es sensible al anuncio de una salvación universal y presenta a Jesús que ofrece la promesa de la salvación no sólo para Israel, sino para todos los pueblos.

Una señal de este cambio de condición de salvación es la afirmación final: “los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos” (v.30). Una afirmación que indica cómo Dios destroza y rompe los mecanismos de la lógica humana: ninguno debe confiar en las posiciones que ha conseguido, sino que es invitado a estar siempre sintonizado con la onda del evangelio.

b) Algunas preguntas:

i) La puerta estrecha de la salvación reclama la necesidad de parte del hombre de empeñarse en acceder a tal don. La imagen no dice que Dios quiere hacer difícil la entrada a la salvación, sino que subraya la corresponsabilidad del hombre, la concreteidad del trabajo y el empeño de alcanzarla. El pasar por la puerta estrecha – según Cipriano – indica transformación: “¿Quién no desea ser transformado lo más pronto posible a imagen de Cristo?” La imagen de la puerta estrecha es símbolo de la obra de transformación que empeña al creyente en un lento y progresivo trabajo sobre sí mismo para delinearse como personalidad plasmada por el evangelio. Precisamente el hombre que arriesga la perdición es aquel que no se propone ninguna meta y no se empeña en ninguna relación de reciprocidad con Dios, con los otros y con el mundo. Muchas veces la tentación del hombre es proponerse otras puertas, aparentemente más fáciles e utilizables, como la del repliegue egoísta, no importarle la amistad con Dios y las relaciones con los demás. ¿Te empeñas en construir relaciones libres y maduras o estás replegado sobre ti mismo? ¿Estás convencido de que la salvación se te es dada mediante la dimensión relacional de comunión con Dios y con los otros?.

ii) La salvación es una realidad posible para todos. Todo hombre puede conseguirla, pero a tal oferta por parte de Jesús es necesario una efectiva y personal repuesta por parte del hombre. En la enseñanza de Jesús no hay ningún uso de la amenaza para concientizar al hombre sobre la salvación, sino una invitación a ser plenamente conscientes de la oportunidad extraordinaria e irreversible del don de la misericordia y de la vida en relación y en el diálogo con Dios. ¿Hacia dónde y hacia qué cosa orientas tu vida? ¿Qué uso haces de tu libertad? ¿Sabes acoger la invitación de Dios a ser corresponsable de tu salvación o te abandonas a la dispersión-perdición?

iii) Ante la pregunta de aquel que pidió al Señor: “Señor, ¿son pocos los que se salvan?” Ninguno puede considerarse un privilegiado. La salvación pertenece a todos y todos son llamados. La puerta para entrar puede permanecer cerrada para los que pretenden entrar con las maletas llenas de cosas personales inconsistentes. ¿Sientes el deseo de pertenecer a aquella “escuadra infinita que desde oriente a occidente se sentarán a la mesa del reino de Dios”?. Y si te ves el último (pequeño, sencillo, pecador, encorvado por el sufrimiento…) no desesperes si vives de amor y esperanza. Jesús ha dicho que los últimos serán los primeros.

3. ORATIO

a) Salmo 117, 1-2

¡Alabad a Yahvé, todas las naciones,
ensalzadlo, pueblos todos!

Pues sólido es su amor hacia nosotros,
la lealtad de Yahvé dura para siempre.

b) Oración final:

Oh Señor, haz que sintamos la viveza de tu Palabra que hemos escuchado; corta, te rogamos, los nudos de nuestra incerteza, los lazos, de nuestros “sí” y “pero” que nos impiden entrar en la salvación por la puerta estrecha. Concédenos acoger sin miedo, sin muchas dudas, la palabra de Dios que nos invita al deber y al trabajo de la vida de fe: Oh Señor, haz que tu Palabra escuchada en este domingo, día del Señor, nos libere de las falsas seguridades sobre la salvación y nos dé gozo, nos refuerce, nos purifique y nos salve. Y tú, María, modelo de escucha y de silencio, ayúdanos a vivir, auténticos, de entender que todo lo que es difícil se convertirá en fácil, lo que es obscuro se hará luminoso en la fuerza de la Palabra.

4. CONTEMPLATIO

La contemplación es el momento culminante de la lectura bíblica meditada y orada. Contemplar es entrar en una relación de fe y de amor, mediante la escucha de la Palabra, con Dios que es vida y verdad y que en Cristo nos ha revelado su rostro. La Palabra de Dios te descubre aquel rostro escondido en cada página de la Sagrada Escritura. Basta mirar con admiración, abrirse a la luz, dejar que te penetre. Es el éxtasis que se experimenta delante de lo bello y de lo bueno. Prolonga en tu vida de cada día el clima de esta gran comunicación que has experimentado con Dios en la escucha de su Palabra y conserva el gusto de la belleza en el diálogo con los otros, en el trabajo que desarrolles.

Homilía Domingo XXI de Tiempo Ordinario

El poema del libro de Isaías que hemos escuchado como primera lectura es uno de los textos “universalistas” más sorprendentes de todo el Antiguo Testamento.. A un pueblo de Israel, que estaba plenamente convencido de ser el pueblo escogido de Dios, objeto único de todos los privilegios de la salvación,  anuncia Isaías que Dios enviará mensajeros suyos a todas las naciones y que de todos los pueblos vendrán quienes ofrezcan el culto en Jerusalén.

 Lo que nos dice Jesús en el Evangelio de este Domingo ha tenido que ser sin duda alguna sumamente molesto para quienes le escuchaban. Anuncia, en efecto, que vendrán pueblos de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur, y que se sentarán a la mesa en el reino de Dios.

Más sorprendente es aún su afirmación de que, para ser admitido al banquete, no tiene importancia el pertenecer a una institución cualquiera, sino más bien el seguir con toda fidelidad su enseñanza. Muchos vendrán y dirán: “Aquí me tienes, Señor! Somos viejos conocidos, verdad? Yo he sido católico toda mi vida. He tomado parte en no pocas asociaciones piadosas. Conservo aún mis distintivos y mis diplomas. He pagado todos los años mi suscripción. He sido miembro de la Acción Católica, del Opus Dei, de las Hijas de María, de los Neocatecumenales, etc… “ El Señor dirá: “Lo siento, pero no te conozco. Tú no eres uno de quienes han vivido según mis mandamientos de amor y de justicia de compasión y de perdón. He oído hablar de ti, pero la verdad es que no te conozco. No has repartido tus riquezas con los pobres. Has sido duro en los negocios y has provocado la ruina de más de uno. Estás por olvidar un insulto o una injusticia que hace ya veinte años te hizo un hermano. Lo siento, no eres de los míos”.

Vendrá a continuación uno que jamás ha oído hablar de Jesús, o posiblemente alguno que se siente ateo porque ha rechazado la idea falsa de Dios que se le había comunicado. Y Jesús le dirá: “Bienvenido a mi Reino” A lo que responderá esa persona: “Te has debido equivocar. Me parece que me tomas por otro. ¿No sabes que no soy católico y que he abandonado la Iglesia cuando tenía diez y ocho años?” Y Jesús le dirá entonces: “No me importa lo que tienes en tu cabeza. La realidad es que tu corazón ha estado siempre conmigo. Tú has vivido conforme a los valores por los que yo he vivido y he muerto. Me has conocido siempre, aun cuando posiblemente no conocías mi nombre. Bienvenido a mi reino.”

Todo esto parece un ultraje para los buenos cristianos que somos nosotros. Pero ésa es la enseñanza de Jesús.

El hecho de que haya escogido Dios  Israel no implicaba privilegio alguno. Esta elección otorgaba sencillamente al Pueblo de Israel un papel único en el plan universal de salvación – plan que se extendía a todas las naciones. De igual manera el hecho de que hayamos sido nosotros escogidos y llamados a ser miembros de la Iglesia no implica privilegio alguno. Lo que sí implica es una misión.

 Hemos sido llamados a ser verdaderos discípulos de Cristo Y ser discípulos de Cristo significa seguir sus pasos y vivir conforme a sus enseñanzas. La Iglesia es la comunidad de todos los discípulos de Cristo que se reconocen como tales. Si forma parte de la Iglesia, pero no vivo conforme a la enseñanza de Cristo, no soy uno de sus discípulos. Mi pertenencia a la Iglesia se halla vacía de sentido. Y por otra parte, puede alguien no pertenecer a la Iglesia, y ser sin embargo un auténtico discípulo de Cristo, incluso si jamás ha oído hablar de Él, porque ha vivido los valores espirituales y humanos, conforme a los cuales ha vivido Jesús y por los cuales ha muerto. Por todo el mundo hay millones de esta clase de Cristianos anónimos.

 Si somos, y espero que cuantos nos hallamos presentes aquí lo seamos, miembros de la Iglesia y discípulos de Cristo a un tiempo, es decir, personas que a pesar de nuestras debilidades, nos esforzamos por vivir conforme al mensaje de Cristo, cargamos con una gran responsabilidad en el plan divino de salvación. Cargamos con la responsabilidad de dar a conocer, por nuestra vida y nuestra palabra, la persona,  el nombre y el mensaje de Cristo en torno a nosotros.

Veamos, pues, en el Evangelio de este Domingo no ya la seguridad gratificante de que formamos parte del pequeño número de los privilegiados, sino más bien el recuerdo del hecho de que tenemos una misión sumamente bella y exigente a un tiempo.

A. Veilleux

¿Cómo tienes la puerta?

Tengo un amigo médico, especialista en alergias y esas cosas raras a las que yo llamo manías, pero que te ponen «piedras» en el camino constantemente. Ayer, iba yo por la calle, ya no recuerdo a qué, y me encontré con el alergólogo en cuestión. Le pregunté: «Antonio, ¿qué es eso de las alergias?». Y me respondió: «Pues mira. Son una especie de sensaciones extrañas de carácter respiratorio, nervioso, acompañadas de pequeños granos que te importunan y molestan». «Ah, ya», le contesté.

Este desajuste está tan generalizado en nuestra sociedad que ha llegado incluso a afectar al funcionamiento de la fe de los cristianos…. Me explico.

El evangelio, que es nuestro «libro de texto», lo aceptamos de buen grado cuando lo consideramos en conjunto; pero a la hora de trocearlo y asumirlo «en porciones», es ya otro cantar. Siempre nos encontramos con algún pasaje, o expresión de Jesús que no van con nuestra comodidad, nuestro capricho o nuestras veleidades. Es entonces cuando surgen las alergias.

Jesús hoy, a la pregunta que le han formulado: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?», ha sido tajante en su respuesta: «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha». Con ello ha querido acuciarnos a que seamos exigentes con nosotros mismos, que no eludamos lo difícil y costoso entregándonos a un modo de vivir tranquilo y placentero. Cumplir a rajatabla el evangelio es arduo y a veces heroico. De ahí que, en ocasiones, encuentre rechazo por nuestra parte.

En nuestra vida de cristianos son muchas y variadas las escenas que nos producen alergia: algunas se refieren al esfuerzo, al sacrificiocuando Jesús avanzaba a los apóstoles la noticia de que padecería mucho y que ellos correrían la misma suerte, ellos no lo entendían ni querían entenderlo; y nosotros tampoco. Es una página que molesta, y la arrancamos del evangelio. A veces, sentimos también rechazo a la capacidad de perdonar: nos compromete demasiado lo de «setenta veces siete», y no digamos lo de «amad a vuestros enemigos»; otra página que arrancamos del evangelio. En ocasiones, nos molestan sobremanera la austeridad y la pobreza: preferimos ser «Epulón», y no «Lázaro»; otra página que eliminamos del mensaje de Jesús… Y así, poco a poco, insensiblemente, dando pábulo a nuestras alergias, vamos mutilando el evangelio y ensanchando «la puerta» de nuestras veleidades para poder entrar «cómodamente» en el cielo.

Pero el evangelio es esencialmente incómodo. Amar al prójimo que no nos cae bien, e incluso al enemigo, es labor de titanes avezados. Repartir los bienes entre los pobres exige un desprendimiento insospechado. Socorrer a quien nos necesita requiere un instinto sutil de observación y una dosis importante de espíritu de servicio…; que, como escribía José Luis Martín Descalzo, «la salvación es gratuita, pero no barata».

He ahí nuestro quehacer: curar nuestras alergias a ciertas páginas del mensaje de Jesús; abandonar las tentaciones de comodidad que nos acosan; e incrementar las exigencias que nos pide el evangelio. Así, iremos estrechando «nuestra puerta» según los deseos de Jesús.

Hoy, en lugar de saludarnos con el habitual: «¿qué tal estás?», pienso que bien podríamos hacerlo con la fórmula sencilla y espontánea: «¿cómo tienes la puerta?».

Pedro Mari Zalbide

Amoris Laetitia – Francisco I

87. La Iglesia es familia de familias, constantemente enriquecida por la vida de todas las iglesias domésticas. Por lo tanto, «en virtud del sacramento del matrimonio cada familia se convierte, a todos los efectos, en un bien para la Iglesia. En esta perspectiva, ciertamente también será un don valioso, para el hoy de la Iglesia, considerar la reciprocidad entre familia e Iglesia: la Iglesia es un bien para la familia, la familia es un bien para la Iglesia. Custodiar este don sacramental del Señor corresponde no sólo a la familia individualmente sino a toda la comunidad cristiana»[102].


[102] Relación final 2015, 52.

Domingo, día del Señor

Lo primero, que los cristianos deberíamos tener claro, es que el cristianismo no es la única religión verdadera y el único camino de salvaciónEsto es capital, mientras haya religiones con la pretensión de ser la única religión verdadera que nos puede llevar al único Dios verdadero. Este criterio ha sido, durante siglos, el principio desencadenante de tantas violencias, que han convertido el mensaje de Jesús en un potencial de exclusión y desprecio. Lo que ha hecho igualmente despreciable a la Iglesia con las desagradables consecuencias que eso lleva consigo.

Y en contraste con lo dicho, Jesús afirma que, a la hora de la verdad, nos encontremos con la sorpresa de que la salvación, que nos trajo Jesús, es para cristianos, pero es también salvación para budistas, hinduistas, sintoístas, taoístas y personas que han adorado al sol, a los árboles y a los montes, gentes de buena voluntad que entran en el Reino con el mismo derecho que los cristianos. Por una sola causa. Porque fueron buenas personas, fueron honrados, se portaron bien con sus semejantes, hicieron el bien que tuvieron a su alcance. Eso fue todo. Y eso es lo que lo decidió todo.

Hablando con propiedad, Jesús no fundó una religión. Más bien, lo que advertimos, leyendo los evangelios, es que Jesús habló y se comportó de forma que desencadenó el enfrentamiento y la persecución de los dirigentes de la religión. Jesús centró su vida y su proyecto, ante todo, en la ética. Una ética que no brotaba primordialmente de sus enseñanzas, como suele ser el caso de los profesores que enseñan las ciencias del comportamiento. Jesús no fue un profesorFue un profeta. Que contagió su proyecto de vida mediante su propia forma de vivirJesús fue un hombre profundamente «religioso», por su relación con el Padre y por su frecuente oración. Pero, más allá de eso, Jesús centró sus preocupaciones en los enfermos a los que curaba, en los pobres, pecadores y publicanos con los que comía, y con el empeño constante por ofrecer una forma de entender la vida que se sustenta primordialmente en la bondad con todos, en el respeto, la tolerancia, la cercanía a los humildes y sencillos a los que siempre prefirió por encima de dignidades, honores y privilegios. Donde haya seres humanos, que van por la vida con estas actitudes, tales seres humanos son los cristianos que Jesús quiere. Y que Jesús espera en la esperanza definitiva.

José María Castillo

Sorpresa en vez de curiosidad

…Y de todos los países, como ofrenda al Señor, traerán a todos vuestros hermanos… (Is 66,18-21).

… El Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos… (Heb 12,5-7,11-13).

…Esforzaos en entrar por la puerta estrecha… (Lc 13, 22-30).

Imprevisibilidad

De vez en cuando, en el evangelio, aflora la curiosidad típica de los hombres (de la que quizás tampoco están inmunes las mujeres). Así hay algunos que querrían conocer «el día y la hora».

Otros desearían estar informados -es el caso del texto de hoy acerca del número, aunque sólo sea aproximado, de los candidatos a la salvación, adelantando la sospecha, si no la previsión, de que se trata de una cifra exigua: «Señor, ¿serán pocos los que se salven?». Y hay incluso alguno que quisiera recibir un «adelanto» acerca de los personas a quienes se reservan los primeros puestos (Mt 18,1). En una palabra, despunta siempre algún curioso que pretendería dar una ojeada al gran registro para pillar la fecha fatídica del examen final, para mirar las listas de los aprobados, e incluso para expiar los nombres de los primeros de la clase en el cielo.

Jesús rechaza, categóricamente, satisfacer este tipo de curiosidad. Otra cosa muy distinta es la que importa saber.

En vez de la curiosidad, introduce el elemento sorpresa, el factor Imprevisibilidad.

Habrá clientes inesperados (al menos por nosotros, los llamados «cercanos»): «Vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur y se sentarán a la mesa en el reino de Dios ». Dan ganas de comentar: los invitados por el Señor serán un número inmenso de individuos que nosotros habríamos desechado implacablemente de nuestras «mesas» selectivas.

También la perspectiva del Tercer Isaías (primera lectura) tiene esta dimensión de universalismo: «Yo vendré para reunir las naciones de toda lengua…». El mensaje de salvación será entregado «a las naciones… a las costas lejanas que nunca oyeron mi fama…». Y también entre los excluidos Dios elegirá «sacerdotes y levitas».

La sorpresa no está sólo en el número y en la proveniencia insólita (por no decir «sospechosa») de los admitidos al banquete, sino también en el rango de los excluidos. Son precisamente aquellos que se consideran admitidos por derecho. Aquellos que presumen de conocimientos y familiaridad con el Amo de casa: «Hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas» (¡cuántos banquetes preparados con el pretexto de manifestar con mayor… solemnidad la gloria de Dios! ¡Y cuántas plazas llenas hasta rebosar, no sólo para escuchar la palabra del Señor, sino para poder contar, y sentirse asegurados por los aplausos!).

A pesar de estos títulos, oirán que se les echa en cara: «No os conozco. No sé quiénes sois».

Existe siempre el peligro de que aquellos que hacen creer con toda seguridad que saben de qué parte está el Señor, descubran después, amargamente, que él no sabe de dónde son. O sea: «jamás he tenido que ver nada con vosotros, con vuestras ideas, con vuestras seguridades, con vuestras mentalidades mezquinas, con vuestras excomuniones…».

Existe el peligro, además, de que los que se tienen por privilegiados, caigan en la cuenta de que el orden de las precedencias ha sido invertido: «Mirad: hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos».

Nadie podrá decir jamás: «Dios piensa como yo o como nosotros». El no tiene necesidad de consultar los ficheros de nadie para «notificar» y prodigar su don, desde el momento en que sabe dónde habita… el mundo.

Un horizonte desmesurado y una puerta estrecha

Sin embargo esta perspectiva universal de la salvación (que representa un clamoroso desmentido a todos los integrismos, los sectarismos, las pretensiones monopolizadoras o privatizadoras de los favores divinos, las mentalidades elitistas) no ha de confundirse con la facilidad.

El horizonte es desmesurado.

Pero el evangelio también coloca, inesperadamente, una «puerta estrecha». Y nadie está autorizado ni a ensancharla, ni mucho menos a eliminarla.

No se trata de conocer la palabra clave o de tener en el bolsillo cartas credenciales quizás firmadas por el propio párroco, para entrar con seguridad por aquella puerta.

El único paso autorizado es el del compromiso personal y el de la decisión de tomar en serio las exigencias más duras del evangelio, sin buscar astutamente reducir el cociente de dificultad.

La palabra que nosotros traducimos por «esforzaos», en griego suena literalmente, «batíos», e implica la idea de una lucha encarnizada.

No se trata, evidentemente, de «batirse» contra los otros pretendientes o competidores que hacen cola, sino de luchar para eliminar de nosotros y de nuestro bagaje todo lo que obstaculiza la entrada a través de aquel paso no excesivamente amplio.

Hay que especificar que la puerta estrecha está construida exclusivamente con… material evangélico. Nadie tiene el derecho de añadir ahí otros «filtros» selectivos.

Bastan las pretensiones de Cristo. Por lo que no es el caso de que algún obstaculizador o un maestro de ceremonias excesivamente celoso, provisto de un librote, cierre el paso con la presunción de someter a los candidatos (mejor, a los invitados) a un examen supletorio y abusivo.

Para terminar:

-Es necesario entendérselas con aquella puerta estrecha. Y más que tomar sus medidas, es obligatorio medirse con las rudas palabras del evangelio.

-Hay que convencerse de que la entrada no es cuestión de inscripción ni de prácticas, sino que es un asunto de amor. Y que el estilo de llamar es el de la discreción y el de la humildad. Quedan excluidos los empujones virtuosos y los campanillazos impacientes para llamar la atención acerca de nuestros presuntos títulos.

-Es necesario, renegando de nuestra mezquindad, alegrarse porque la invitación de Dios se extiende a todos los hombres de buena voluntad y a una infinidad de «justos» que nosotros no seremos capaces de catalogar nunca.

-Por esa puerta, naturalmente, pueden pasar los «hijos». Pero ¿qué hijos? Según la puntualización del autor de la Carta a los hebreos (segunda lectura), no los hijos presuntos, sino los que aceptan la corrección.

No los hijos inconstantes y veletas, que ceden al cansancio y a la desconfianza frente a las dificultades, sino los que superan con coraje las pruebas («… fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes»).

La corrección paterna, especialmente cuando es un poco áspera, puede parecer fastidiosa al rozar nuestra piel delicada y provocar tristeza en nuestro ánimo sensible. Pero, recibida con simplicidad, nos «da como fruto una vida honrada y en paz».

La prueba nunca es agradable, pero si se afronta con el coraje sostenido por la fe, robustece y permite «caminar por senda llana», en vez de cojear penosamente con las muletas ajenas.

La corrección, a propósito de la cual el autor hace una larga cita de la sabiduría de los Proverbios (3,11-12), especialmente la que viene a través de la prueba y de la tribulación, además de constituir un capítulo fundamental de la pedagogía divina, representa un elemento esencial para la perseverancia.

En el fondo aparece la imagen de Jesús, el Hijo, que «aprendió, sufriendo, lo que cuesta obedecer…» (Heb 5,8-9).

Entendámonos: no hay que concluir que Dios es Padre porque castiga a sus hijos y cuanto más les castiga… (esto justificaría todos los dolorismos más equívocos y las aberraciones de la historia). Sino que Dios es padre bueno también cuando castiga.

En una palabra, todo está puesto a la luz del amor: tanto el horizonte inmenso como la puerta estrecha, tanto el banquete universal como la dura exclusión (quedan excluidos los que rechazan entrar en la lógica del amor, pero que quisieran forzar el paso a través de pretensiones farisaicas de una fidelidad puramente exterior), el fruto amargo de la corrección y el dulce de la paz.

Quisiera decir que existe la posibilidad de pasar a través de la puerta estrecha solamente ensanchando los horizontes (mucho más allá de nuestras mentalidades y versiones mezquinas), y dilatando el corazón (mucho más allá de nuestros cálculos y de nuestras prudencias). El problema no es el de restringir, se trata de no cerrar.

Puerta estrecha no significa «cierre», sino incomodidad.

A. Pronzato

A pasar estrecheces

Muchos de nosotros sabemos lo que es “pasar estrecheces”, sobre todo desde que comenzó la crisis económica. Cuando una persona o una familia pasa estrecheces, se impone adoptar un estilo de vida más austero; aunque no nos guste, hay que hacer ajustes y recortes para que las cosas no vayan a peor. Pero aunque asumamos la necesidad de la austeridad, estamos deseando que esa situación sea temporal y que pasen pronto las estrecheces para poder recuperar nuestro nivel de vida anterior.

Hoy el Señor en el Evangelio, sin embargo, nos ha hecho una llamada a “pasar estrecheces”, no de forma temporal sino permanente: Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Pero el Señor no está hablando de temas económicos ni morales, sino en un sentido más amplio: en este momento de nuestra historia nos está invitando a adoptar un estilo de vida austero, a la moderación, a la sobriedad en todas las dimensiones, para mostrar que un estilo de vida austero, sobrio y moderado no es sinónimo de menor calidad de vida, sino todo lo contrario, como el Papa Francisco señala en su encíclica “Laudato si, sobre el cuidado de la casa común”, en la que hace un recorrido sobre la contaminación y el cambio climático, la cuestión del agua, la pérdida de la biodiversidad… que tiene como consecuencia el deterioro de la calidad de vida humana y la degradación social.

Ante la gravedad de la situación y la debilidad de las reacciones institucionales, se hace necesario “pasar estrecheces” de forma colectiva para que las cosas no vayan a peor, porque lo que está en juego no es un mejor o peor “nivel de vida”, sino nuestra propia supervivencia: El ritmo de consumo, de desperdicio y de alteración del medio ambiente ha superado las posibilidades del planeta, de tal manera que el estilo de vida actual, por ser insostenible, sólo puede terminar en catástrofes, como de hecho ya está ocurriendo periódicamente en diversas regiones. La atenuación de los efectos del actual desequilibrio depende de lo que hagamos ahora mismo (161).

Como cristianos, debemos hacer nuestra aportación, porque Si el solo hecho de ser humanos mueve a las personas a cuidar el ambiente del cual forman parte, «los cristianos, en particular, descubren que su cometido dentro de la creación, así como sus deberes con la naturaleza y el Creador, for-man parte de su fe». Por eso, es un bien para la humanidad y para el mundo que los creyentes reconozcamos mejor los compromisos ecológicos que brotan de nuestras convicciones (64).

El Papa nos recuerda que la espiritualidad cristiana propone un crecimiento con sobriedad y una capacidad de gozar con poco. Es un retorno a la simplicidad que nos permite detenernos a valorar lo pequeño, agradecer las posibilidades que ofrece la vida (222). Porque la sobriedad que se vive con libertad y conciencia es liberadora. No es menos vida, no es una baja intensidad sino todo lo contrario. Se puede necesitar poco y vivir mucho. La felicidad requiere saber limitar algunas necesidades que nos atontan, quedando así disponibles para las múltiples posibilidades que ofrece la vida (223).

Y si lo pensamos, esas “estrecheces”, fruto de un estilo de vida austero y sobrio, no lo son tanto: pequeñas acciones cotidianas, como evitar el uso de material plástico y de papel, reducir el consumo de agua, separar los residuos, cocinar sólo lo que razonablemente se podrá comer, tratar con cuidado a los demás seres vivos, utilizar transporte público o compartir un mismo vehículo entre varias personas, plantar árboles, apagar las luces innecesarias… (211)

¿He pasado o paso estrecheces económicas? ¿Cómo me siento? ¿Entiendo la necesidad de pasar por la puerta estrecha como ciudadano del mundo? ¿Soy consciente del compromiso ecológico integral que brota de la fe cristiana? ¿Estoy dispuesto a ir adoptando un estilo de vida más sobrio y austero?

Como dice el Papa, quiero proponer a los cristianos algunas líneas de espiritualidad ecológica que nacen de las convicciones de nuestra fe, porque lo que el Evangelio nos enseña tiene consecuencias en nuestra forma de pensar, sentir y vivir (216). Además, nos anima recordándonos que Dios, que nos convoca a la entrega generosa y a darlo todo, nos ofrece las fuerzas y la luz que necesitamos para salir adelante (245). Por eso, no hay que pensar que esos esfuerzos no van a cambiar el mundo. Esas acciones derraman un bien en la sociedad que siempre produce frutos más allá de lo que se pueda constatar, porque provocan en el seno de esta tierra un bien que siempre tiende a difundirse (212).

No todo vale

Jesús va caminando hacia Jerusalén. Su marcha no es la de un peregrino que sube al templo para cumplir sus deberes religiosos. Según Lucas, Jesús recorre ciudades y aldeas “enseñando”. Hay algo que necesita comunicar a aquellas gentes: Dios es un Padre bueno que ofrece a todos su salvación. Todos son invitados a acoger su perdón.

Su mensaje sorprende a todos. Los pecadores se llenan de alegría al oírle hablar de la bondad insondable de Dios: también ellos pueden esperar la salvación. En los sectores fariseos, sin embargo, critican su mensaje y también su acogida a recaudadores, prostitutas y pecadores: ¿no está Jesús abriendo el camino hacia una relajación religiosa y moral inaceptable?

Según Lucas, un desconocido interrumpe su marcha y le pregunta por el número de los que se salvarán: ¿serán pocos?, ¿serán muchos?, ¿se salvarán todos?, ¿sólo los justos?. Jesús no responde directamente a su pregunta. Lo importante no es saber cuántos se salvarán. Lo decisivo es vivir con actitud lúcida y responsable para acoger la salvación de ese Dios Bueno. Jesús se lo recuerda a todos: «Esforzaos por entrar por la puerta estrecha».

De esta manera, corta de raíz la reacción de quienes entienden su mensaje como una invitación al laxismo. Sería burlarse del Padre. La salvación no es algo que se recibe de manera irresponsable de un Dios permisivo. No es tampoco el privilegio de algunos elegidos. No basta ser hijos de Abrahán. No es suficiente haber conocido al Mesías.

Para acoger la salvación de Dios es necesario esforzarnos, luchar, imitar al Padre, confiar en su perdón. Jesús no rebaja sus exigencias: «Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso»; «No juzguéis y no seréis juzgados»; «Perdonad setenta veces siete» como vuestro Padre; «Buscad el reino de Dios y su justicia».

Para entender correctamente la invitación a «entrar por la puerta estrecha», hemos de recordar las palabras de Jesús que podemos leer en el evangelio de Juan: «Yo soy la puerta; si uno entra por mí será salvo» (Juan 10,9). Entrar por la puerta estrecha es «seguir a Jesús»; aprender a vivir como él; tomar su cruz y confiar en el Padre que lo ha resucitado.

En este seguimiento a Jesús, no todo vale, no todo da igual; hemos de responder al amor de Padre con fidelidad. Lo que Jesús pide no es rigorismo legalistasino amor radical a Dios y al hermano. Por eso, su llamada es fuente de exigencia, pero no de angustiaJesucristo es una puerta siempre abierta. Nadie la puede cerrar. Sólo nosotros si nos cerramos a su perdón.

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio (21 de agosto)

“Yo vendré a reunir a todas las naciones”, se nos dice en la primera lectura de  Isaías, es el sueño de Dios. Sin embargo, algunos podemos pensar que nosotros tenemos la exclusividad: “Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas”. En este Evangelio se muestra nuestra inseguridad, por eso preguntamos: “Señor, ¿serán pocos los que se salven?”. La respuesta es muy dura, sobre todo para los que se crean con derechos adquiridos, rompe nuestras seguridades, si alguna vez nos hemos sentido los selectos, los que están en posesión de la verdad y van por el buen camino. Los preferidos pueden ser rechazados: “No sé quiénes sois”.

Pero, si hemos ido a Misa todos los domingos, hemos preparado miles de homilías, hemos bautizado a nuestros hijos y enterrado a nuestros mayores, nos hemos casado por la Iglesia, ayunado en Cuaresma, comprometidos en todas las colectas, e incluso somos catequistas, de Cáritas… ¿No es esto suficiente para salvarse? Jesús no responde a la pregunta, con los actos que tenemos que realizar, o si basta con cumplir con los primeros viernes de mes, su respuesta es: “Esforzaos por entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentaran entrar y no podrán”.

Algunos dirán, no tengo tiempo estoy en época de crianza y en los años activos, en los que son otras las prioridades: el trabajo, la hipoteca; el recurrir a Dios es para los tiempos difíciles en la enfermedad, cuando se pierde a un ser querido. Hay un momento decisivo en la vida de cada uno: “Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta, diciendo: Señor ábrenos; y él os replicará: No sé quiénes sois”. Hemos estado ocupados en otras cosas importantes, pero el esfuerzo del hombre por su salvación, parece no admitir más que una dedicación exclusiva a Dios.

¿Cuál es la puerta estrecha, dónde se encuentra? Puede que sigamos pensando en las normas, el texto termina diciendo: “Hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos”, ahí está la puerta. En este año de la misericordia muchos han cruzado diversas puertas del perdón, ¿pero hemos pedido y concedido perdón a alguien que nos ha hecho daño o al que se lo hemos hecho nosotros? Hemos cruzado la puerta de una chabola, de la habitación de un enfermo, de la casa de un parado de larga duración, de alguien que tiene una depresión…, son puertas cotidianas, el esfuerzo es traspasarlas, porque detrás de ellas puedo descubrir a Dios.
“Entonces será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros os veáis echados fuera. Y vendrán de Oriente y Occidente, del norte y del sur, y se sentarán en la mesa en el reino de Dios”. Bien puede ocurrir que, a la hora de la verdad, nos encontremos con la sorpresa de que otras gentes, a las que consideramos distintas, entren en el Reino, porque fueron buenas personas, se portaron bien con sus semejantes, hicieron todo el bien que tuvieron a su alcance. Lo definitivo es ser y estar con los últimos.

Podríamos decir con la segunda lectura de la carta a los Hebreos: “Hijo mío, no rechaces la corrección del Señor, no te enfades por su represión; porque el Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos… ¿qué padre no corrige a sus hijos? Ninguna corrección nos gusta cuando la recibimos, sino que nos duele; pero después de pasar por ella, nos da como fruto una vida honrada y en paz”. ¿Cuál serán las puertas estrechas de mi vida en las que tengo que esforzarme en entrar? ¿Estoy abierto al sueño de Dios y al de Jesús, para crear esa mesa en la que todos cojan, de Oriente y Occidente, del norte y el sur y anuncien su gloria? No temamos que el Señor nos corrija nuestras contradicciones o falsas seguridades y fortalezca nuestras manos débiles y las rodillas vacilantes.

Julio César Rioja, cmf