I Vísperas – Domingo XXII de Tiempo Ordinario

SANTA MÓNICA (MEMORIA).

I VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: ¿QUIÉN ES ÉSTE QUE VIENE?

¿Quién es éste que viene,
recién atardecido,
cubierto por su sangre
como varón que pisa los racimos?

Éste es Cristo, el Señor,
que venció nuestra muerte
con su resurrección.

¿Quién es este que vuelve,
glorioso y malherido,
y, a precio de su muerte,
compra la paz y libra a los cautivos?

Éste es Cristo, el Señor,
que venció nuestra muerte
con su resurrección.

Se durmió con los muertos,
y reina entre los vivos;
no le venció la fosa,
porque el Señor sostuvo a su elegido.

Este es Cristo, el Señor,
que venció nuestra muerte
con su resurrección.

Anunciad a los pueblos
qué habéis visto y oído;
aclamad al que viene
como la paz, bajo un clamor de olivos.

Este es Cristo, el Señor,
que venció nuestra muerte
con su resurrección. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero. Aleluya.

Salmo 118, 105-112 – HIMNO A LA LEY DIVINA

Lámpara es tu palabra para mis pasos,
luz en mi sendero;
lo juro y lo cumpliré:
guardaré tus justos mandamientos;
¡estoy tan afligido!
Señor, dame vida según tu promesa.

Acepta, Señor, los votos que pronuncio,
enséñame tus mandatos;
mi vida está siempre en peligro,
pero no olvido tu voluntad;
los malvados me tendieron un lazo,
pero no me desvié de tus decretos.

Tus preceptos son mi herencia perpetua,
la alegría de mi corazón;
inclino mi corazón a cumplir tus leyes,
siempre y cabalmente.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero. Aleluya.

Ant 2. Me saciarás de gozo en tu presencia, Señor. Aleluya.

Salmo 15 – CRISTO Y SUS MIEMBROS ESPERAN LA RESURRECCIÓN.

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: «Tú eres mi bien.»
Los dioses y señores de la tierra
no me satisfacen.

Multiplican las estatuas
de dioses extraños;
no derramaré sus libaciones con mis manos,
ni tomaré sus nombres en mis labios.

El Señor es mi heredad y mi copa;
mi suerte está en tu mano:
me ha tocado un lote hermoso,
me encanta mi heredad.

Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.

Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena.
Porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.

Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Me saciarás de gozo en tu presencia, Señor. Aleluya.

Ant 3. Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra. Aleluya.

Cántico: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL – Flp 2, 6-11

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios,
al contrario, se anonadó a sí mismo,
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajó hasta someterse incluso a la muerte
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra, en el abismo
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra. Aleluya.

LECTURA BREVE Col 1, 3-6a

Damos gracias a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, en todo momento, rezando por vosotros, al oír hablar de vuestra fe en Jesucristo y del amor que tenéis a todos los santos, por la esperanza que os está reservada en los cielos, sobre la cual oísteis hablar por la palabra verdadera de la Buena Noticia, que se os hizo presente, y está dando fruto y prosperando en todo el mundo igual que entre vosotros.

RESPONSORIO BREVE

V. De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.
R. De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

V. Su gloria se eleva sobre los cielos.
R. Alabado sea el nombre del Señor.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo
R. De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Hazte pequeño en las grandezas humanas, y alcanzarás el favor de Dios; porque él revela sus secretos a los humildes.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Hazte pequeño en las grandezas humanas, y alcanzarás el favor de Dios; porque él revela sus secretos a los humildes.

PRECES

Demos gracias al Señor que ayuda y protege al pueblo que se ha escogido como heredad, y recordando su amor para con nosotros supliquémosle diciendo:

Escúchanos, Señor, que confiamos en ti.

Padre lleno de amor, te pedimos por el papa Francisco y por nuestro obispo N.;
protégelos con tu fuerza y santifícalos con tu gracia.

Que los enfermos vean en sus dolores una participación de la pasión de tu Hijo,
para que así tengan también parte en su consuelo.

Mira con piedad a los que no tienen techo donde cobijarse
y haz que encuentren pronto el hogar que desean.

Dígnate dar y conservar los frutos de la tierra
para que a nadie falte el pan de cada día.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Señor, ten piedad de los difuntos
y ábreles la puerta de tu mansión eterna.

Movidos por el Espíritu Santo, dirijamos al Padre la oración que Cristo nos enseñó:

Padre nuestro…

ORACION

Oh Dios todopoderoso, de quien procede todo don perfecto, infunde en nuestros corazones el amor de tu nombre, para que, haciendo más religiosa nuestra vida, aumentes el bien en nosotros y con solicitud amorosa lo conserves. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

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Lectio Divina – 27 de agosto

Lectio: Sábado, 27 Agosto, 2016 – 04

1) Oración inicial
¡Oh Dios!, que unes los corazones de tus fieles en un mismo deseo; inspira a tu pueblo el amor a tus preceptos y la esperanza en tus promesas, para que, en medio de las vicisitudes del mundo, nuestros corazones estén firmes en la verdadera alegría. Por nuestro Señor.

2) Lectura del Evangelio
Del Evangelio según Mateo 25,14-30
«Es también como un hombre que, al ausentarse, llamó a sus siervos y les encomendó su hacienda: a uno dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a cada cual según su capacidad; y se ausentó. Enseguida, el que había recibido cinco talentos se puso a negociar con ellos y ganó otros cinco. Igualmente el que había recibido dos ganó otros dos. En cambio el que había recibido uno se fue, cavó un hoyo en tierra y escondió el dinero de su señor. Al cabo de mucho tiempo, vuelve el señor de aquellos siervos y ajusta cuentas con ellos. Llegándose el que había recibido cinco talentos, presentó otros cinco, diciendo: `Señor, cinco talentos me entregaste; aquí tienes otros cinco que he ganado.’ Su señor le dijo: `¡Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor.’ Llegándose también el de los dos talentos dijo: `Señor, dos talentos me entregaste; aquí tienes otros dos que he ganado.’ Su señor le dijo: `¡Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor.’ Llegándose también el que había recibido un talento dijo: `Señor, sé que eres un hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste. Por eso me dio miedo, y fui y escondí en tierra tu talento. Mira, aquí tienes lo que es tuyo.’ Mas su señor le respondió: `Siervo malo y perezoso, sabías que yo cosecho donde no sembré y recojo donde no esparcí; debías, pues, haber entregado mi dinero a los banqueros, y así, al volver yo, habría cobrado lo mío con los intereses. Quitadle, por tanto, el talento y dádselo al que tiene los diez talentos. Porque a todo el que tiene, se le dará y le sobrará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Y al siervo inútil, echadle a las tinieblas de fuera. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.’

3) Reflexión
• El evangelio de hoy nos habla de la Parábola de los Talentos. Esta parábola está situada entre dos otras parábolas: la parábola de las Diez Vírgenes (Mt 25,1-13) y la parábola del Juicio Final (Mt 25,31-46). Las tres parábolas esclarecen y orientan a las personas sobre la llegada del Reino. La parábola de las Diez Vírgenes insiste en la vigilancia: el Reino puede llegar en cualquier momento. La parábola del Juicio Final dice que para tomar parte en el Reino hay que acoger a los pequeños. La parábola de los Talentos orienta sobre cómo hacer para que el Reino pueda crecer. Habla sobre los dones o carisma que las personas reciben de Dios. Toda persona tiene algunas cualidades, sabe alguna cosa que ella puede enseñar a los otros. Nadie es solamente alumno, nadie es solamente profesor. Aprendemos unos de otros.
Una clave para comprender la parábola. Una de las cosas que más influyen en la vida de la gente es la idea que nos hacemos de Dios. Entre los judíos de la línea de los fariseos, algunos se imaginaban a Dios como un Juez severo que los trataba según el mérito conquistados por las observancias. Esto causaba miedo e impedía el crecimiento de las personas. Sobre todo impedía que ellas abriesen un espacio dentro de sí para acoger la nueva experiencia de Dios que Jesús comunicaba. Para ayudar a estas personas, Mateo cuenta la parábola de los talentos.

• Mateo 25,14-15: La puerta de entrada en la historia de la parábola. Jesús cuenta la historia de un hombre que, antes de viajar, distribuye sus bienes a los empleados, dándoles cinco, dos o un talento, según la capacidad de cada uno. Un talento corresponde a 34 kilos de oro, ¡lo cual no es poco! En el fondo, cada uno recibe igual, pues recibe “según su capacidad”. Quien tiene vaso grande, recibe el vaso lleno. Quien tiene el vaso pequeño, recibe el vaso lleno. Luego el dueño se va al extranjero y queda allí mucho tiempo. La historia tiene un cierto suspense. No se sabe con qué finalidad el dueño ha entregado su dinero a los empleados, ni sabe cómo va a ser el final.

• Mateo 25,16-18: La manera de actuar de cada empleado. Los dos primeros trabajan y hacen duplicar los talentos. Pero aquel que recibe un talento cava un hoyo en la tierra y lo esconde bien para no perderlo. Se trata de los bienes del Reino que se entregan a las comunidades y a las personas según su capacidad. Todos y todas recibimos algunos bienes del Reino, ¡pero no todos respondemos de la misma manera!

• Mateo 25,19-23: Rendimiento de cuentas del primero y del segundo empleado, y la respuesta del Señor. Después de mucho tiempo, el dueño vuelve. Los dos primeros dicen la misma cosa: “Señor, cinco/dos talentos me entregaste: aquí tienes otros cinco/dos que gané!” Y el señor da la misma respuesta: “Muy bien, siervo bueno y fiel. En lo poco has sido fiel, en lo mucho te pondré. Entra en el gozo de su señor”

• Mateo 25,24-25: Rendimiento de cuentas del tercer empleado. El tercer empleado llega y dice: “Señor, sé que eres un hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste. Por eso me dio miedo, y fui y escondí en tierra tu talento. Mira, aquí tienes lo que es tuyo.!” En esta frase despunta una idea errada de Dios que es criticada por Jesús. El empleado ve a Dios como un patrón severo. Ante un Dios así, el ser humano tiene miedo y se esconde atrás de la observancia exacta y mezquina de la ley. Piensa que, al actuar así, la severidad del legislador no va a poderle castigar. En realidad, una persona así no cree en Dios, sino que apenas cree en si misma y en su observancia de la ley. Se encierra en si misma, se desliga de Dios y no consigue interesarse en los otros. Se vuelve incapaz de crecer como persona libre. Esta imagen falsa de Dios aísla al ser humano, mata a la comunidad, acaba con la alegría y empobrece la vida.

• Mateo 25,26-27: Respuesta del Señor al tercer empleado. La respuesta del señor es irónica. Dice: “Siervo malo y perezoso, sabías que yo cosecho donde no sembré y recojo donde no esparcí; debías, pues, haber entregado mi dinero a los banqueros, y así, al volver yo, habría cobrado lo mío con los intereses.!” El tercer empleado no fue coherente con la imagen severa que tenía de Dios. Si se imaginaba a un Dios severo de aquella manera, hubiera tenido por lo menos que colocar el dinero en un banco. Es decir que él será condenado no por Dios, sino por la idea errada que tenía de Dios y que lo deja miedoso e inmaduro. No va a ser posible ser coherente con aquella imagen de Dios, pues el miedo deshumaniza y paraliza la vida.

• Mateo 25,28-30: La palabra final del Señor que esclarece la parábola. El señor manda quitarle el talento para darlo a aquel que tiene diez “Porque a todo el que tiene, se le dará y le sobrará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará.”. Aquí está la clave que aclara todo. En realidad, los talentos, el “dinero del dueño”, los bienes del Reino, son el amor, el servicio, el compartir. Es todo aquello que hace crecer la comunidad y revela la presencia de Dios. Aquel que se encierra en si mismo con miedo a perder lo poco que tiene, va a perder hasta lo poco que tiene. Pero la persona que no piensa en sí y se entrega a los demás, va a crecer y recibir de forma inesperada, todo aquello que entregó y mucho más. “Pierde la vida quien quiere asegurarla, la gana quien tiene el valor de perderla”
• La moneda diferente del Reino. No hay diferencia entre los que reciben más y los que reciben menos. Todos tienen su don según su capacidad. Lo que importa es que este don sea puesto al servicio del Reino y haga crecer los bienes del Reino que son amor, fraternidad, compartir. La clave principal de la parábola no consiste en hacer producir los talentos, sino en relacionarse con Dios de forma correcta. Los dos primeros no preguntan nada, no buscan su bienestar, no guardan para sí, no se encierran en sí mismos, no calculan. Con la mayor naturalidad, casi siempre sin darse cuenta y sin buscar mérito, empiezan a trabajar para que el don que Dios les ha dado rinda para Dios y para el Reino. El tercero tiene miedo, y no hace nada. De acuerdo con las normas de la antigua ley estaba en lo correcto. Se mantiene dentro de las exigencias. No pierde nada y no gana nada. ¡Por esto, pierde hasta lo que tenía. El Reino es riesgo. Aquel que no corre riesgos, pierde el Reino!

4) Para la reflexión personal
• En nuestra comunidad, ¿tratamos de conocer y valorar los dones de cada persona? Nuestra comunidad ¿es un espacio donde las personas pueden desenvolver sus dones? A veces los dones de una persona engendran envidia y competitividad en los otros. ¿Cómo reaccionamos?
• ¿Cómo entender la frase: «Porque a todo el que tiene, se le dará y le sobrará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará?»

5) Oración final
Esperamos anhelantes a Yahvé,
él es nuestra ayuda y nuestro escudo;
en él nos alegramos de corazón
y en su santo nombre confiamos. (Sal 33,20-21)

¿Por qué ser humildes?

Cristo quiere ver en nosotros lo que en el mundo apenas se valora. En esta página, Lucas propone el seguimiento a Cristo enmarcado en una de las costumbres más comunes de nuestra vida, como es el celebrar nuestros éxitos con reuniones festivas, hasta con banquetes. 

En la primera de estas breves parábolas Jesús se dirige a los comensales indicándoles que ocupen los últimos puestos al ser invitados, aunque lo común sea buscar el puesto que más ventajas nos aporte para nuestras relaciones sociales. 

En la segunda se dirige a quien promueve la invitación al elegir a los que va a invitar, a ser los comensales, esperando que sean quienes apoyen sus proyectos. No seguir estas normas tan en uso en nuestro mundo implica perder oportunidades de éxito en la vida social.

Nos recomienda que en nuestras reuniones de amigos, de interesados en nuestros negocios que al asistir a estas reuniones, ocupemos los últimos puestos, que tratemos de pasar desapercibidos, cuando en este mundo se lucha a muerte por lo más opuesto, por ocupar los puestos más importantes, por conseguir los mayores éxitos y resultados, en una palabra, nos recomienda que seamos modestos, humildes sin ansias de figurar como importantes. 

No era así en tiempos de Jesús en Palestina. Las comunidades de fariseos no invitaban a nadie que no cumplieran las normas de comportamiento establecidas. En la mesa se compartían amistad e ideas, era la razón de tener tanta importancia el escoger a los comensales para los primeros puestos en este tipo de reuniones en las que primaba el interés social ante todo.

¿Por qué para ser un buen seguidor de Jesús es necesario ser el último, el servidor de todos? La explicación más convincente es aceptar el comportamiento de Jesús, que siendo el Hijo de Dios, se ha hecho como uno de nosotros, que ha puesto su vida por todos y cada uno. 

Estas breves parábolas de ocupar los primeros y los últimos puestos en un banquete le sirven a Jesús para poner de manifiesto el pensamiento de Dios, lo que nos acerca a Él. Dios es amor, es ante todo amor misericordioso.

A nosotros nos apetece el buen vivir, el triunfar en la vida, el tener dinero. Hoy nos dice hoy que lo verdaderamente importante y bueno es lo que Él escoge para sí mismo, el poner su vida en amor por nosotros. Este es el sentido de esta página, el aceptarlo es una vez más consecuencia de aceptar a Dios como norma buena, o preferir la nuestra, aunque a veces podamos convencernos de que es tan miope.

Si queremos también alguna razón humana para comprender la primera parábola, podemos atender a la perspectiva de muchos deportistas en las Olimpiadas, sabiendo que solamente va a ganar uno, muchos aseguran que para ellos tan importante es participar como ganar.

La segunda parábola de la lectura de hoy pide que no invitemos a los que nos van a pagar, sino a aquellos que no pueden corresponder a nuestra generosidad.

La humildad, cristianamente hablado, se comprende unida a la generosidad. El humilde busca el bien de los demás antes que el suyo, es generoso, misericordioso con los otros. No tiene la preocupación de ser, de guardar para sí mismo, la humildad cristiana es principio de amor, cercana al ser de Dios, nos acerca a la misericordia de Dios.

La humildad y los pobres están en el centro de los dos episodios. La humildad, nos ayuda a mostrarnos liberados del poder, de la grandeza, del éxito, de la vanagloria, de la alabanza, del orgullo. Nos ayuda a conocer, a comprender y a proceder desde nuestras limitaciones y debilidades. 

La gratitud y el cuidado de mis hermanos han de nacer de la convicción profunda de amar la vida, como una consecuencia profunda de creer en la misericordia de Dios. Si la servicialidad no se despierta en mí como una actitud de misericordia, dirigida hacia mi hermano, quizás me haya acostumbrado a ritualizar mis días, mi fe, mi trabajo, donde la vida se empequeñece por egoísmo.

También se puede valorar en nuestra sociedad la generosidad, el altruismo, el desprendimiento, porque de alguna manera nos benefician. Cuando alguien nos ha mostrado cómo liberarse de las cosas que nos atan, o esclavizan nuestra libertad, quien procede con bondad y generosidad no espera recompensa. Al contrario, comprende que es su convicción, el amor al prójimo, lo que le ha hecho moverse en esa dirección y esto acaba por ser valorado.

Es importante acertar a ocupar el último puesto, como si no fueras tú a quien se espera. Los más necesitados, son los que no puedan corresponderte, la alegría sólo brota en el interior de los que no esperan un reconocimiento, sino de los que saben valorar los gestos de la vida, porque en su vida carecen de ello y no pueden devolverte el favor.

No podemos olvidar: la gratitud y el cuidado de mis hermanos han de nacer de la convicción profunda de amar la vida, y como una consecuencia profunda de creer en la misericordia de Dios. 

Definir y reconocer a qué imagen de Dios me acerco, es reconocer con un espíritu crítico la imagen que tengo de Dios. Hemos de buscar adherirme a la imagen de Dios que me otorga la vida y la alegría de vivir. Y esa imagen de Dios, identificarla con Jesús, el mediador entre lo que oscurece mi vida y lo que llena de luz mi existencia.

José Larrea Gayarre

Domingo XXII de Tiempo Ordinario

El domingo pasado nos quedábamos con la idea de que la esperanza era posible….todavía.

Ese todavía podemos convertirlo en “ya” si escuchemos la enseñanza del Evangelio de hoy y tomamos una actitud de humildad, de sencillez, de apertura a la acción del Espíritu. 

No tengamos miedo a ello, porque “eso” nunca nos convertirá en “siervos” de Dios, sino en instrumentos valiosos en sus manos para conseguir la implantación de su reino de paz, de justicia, de vida; de amor.

Hagámonos pequeños y alcanzaremos el favor de Dios, como hemos escuchado en la primera de las lecturas. Es la actitud humilde la que nos permitirá, como nos decía San Pablo en la segunda lectura: “Acercarnos a Jesús, mediador de una alianza nueva”La humildad es la que nos permitirá “subir más alto”, nos dijo Jesús en su parábola.

Dios nunca achica nuestros horizontes, todo lo contrario, los amplía dándoles solidez eterna y posibilidad real. Dios nos quiere como su mano larga en la organización del mundo. No es nuestra servidumbre sino nuestra disponibilidad lo que Él nos pide.

Ser humilde ante Dios no es empobrecerse antropológicamente. NO. Es saber estar en la actitud correcta en la que podernos aprovecharnos de sus enseñanzas, de su gracia, de su acción salvadora.

No tengamos, pues, miedo a ser humildes. Seámoslo 

Humildes para reconocer que no hemos estado a la altura de las circunstancias. No hemos sabido ser cristianos de una pieza en nuestras familias, en nuestros centros de estudio o lugares de trabajo, en la política, en la organización de la economía, en el reparto de la riqueza, en el campo de la diversión. No hemos sido capaces de construir un mundo según los “valores” del Evangelio, un mundo en el que todos puedan pensar que la vida es algo maravilloso.

Humildes para pedir perdón a Dios por nuestras negligencias en la implantación de su Reino en el mundo. Perdón por nuestros egoísmos, por nuestras violencias, por nuestra falta de generosidad. Por no haber sido sal que sazonara en cristiano el mundo. 

Humildes para acercarnos a Él y pedirle su orientación, sus enseñanzas sobre cómo organizar un mundo con estructura de una única y gran familia. 

Humildes para ponerlas en práctica, viviendo de verdad el amor que Él nos enseñó y pidió. 

Humildes para aceptar nuestras posibles caídas, no obstante nuestras buenas intenciones, y humildes para volvernos a levantar sin agobios ni desilusiones, sin sentirnos vencidos. 

Humildes al ofrecer al mundo el mensaje salvador del Evangelio de Jesús. La revolución que proclama Jesús es, como ha dicho el Papa: la revolución de la ternura (nº 88).

En el mundo contemporáneo, son muchos los signos de la sed de Dios, del sentido último de la vida, a menudo manifestados de forma implícita o negativa. 

Es una empresa urgente porque más que el ateísmo, hoy se nos plantea el desafío de responder adecuadamente a la sed de Dios de mucha gente, para que no busquen apagarla en propuestas alienantes o en un Jesucristo sin carne y sin compromiso con el otro.

La humanidad está necesitada de personas de fe que con su propia vida muestren el camino hacia la tierra prometidaHombres y mujeres que indiquen, como a la samaritana, donde está la fuente de agua viva que calma la sed y orienta hacia la vida eterna. Los cristianos no estamos llamados a imponer violentamente las soluciones evangélicas sino a ser, también lo ha señalado el papa,personas-cántaros para dar de beber a los demás. Seamos humildes al ofrecer el Evangelio.

No nos dejemos abrumar por la tarea. Hay programa: el Evangeliohay fuerza, el Espíritu de Dios, solo hacen falta hombres y mujeres de buena voluntad. 

La esperanza es posible todavía; está en nuestras manos. No desaprovechemos la ocasión. AMÉN.

Pedro Sáez

Amoris laetitia – Francisco I

Actitud de servicio

93. Sigue la palabra jrestéuetai, que es única en toda la Biblia, derivada de jrestós (persona buena, que muestra su bondad en sus obras). Pero, por el lugar en que está, en estricto paralelismo con el verbo precedente, es un complemento suyo. Así, Pablo quiere aclarar que la «paciencia» nombrada en primer lugar no es una postura totalmente pasiva, sino que está acompañada por una actividad, por una reacción dinámica y creativa ante los demás. Indica que el amor beneficia y promueve a los demás. Por eso se traduce como «servicial».

El afán de honores

1. Junto a los ídolos del dinero y del poder hay un tercer ídolo, no menos importante, que es el afán de honores, cuya expresión más plástica nos la ofrece la imagen del banquete, con su presidencia, sus lugares de honor, sus últimos puestos, sus discursos rimbombantes y sus criados. Esta diversidad se advierte también a veces en las eucaristías cristianas. Justamente en el evangelio de hoy, Lucas ofrece una teología de la asamblea cristiana, la cual, por ser expresión del amor a Dios y a los hermanos, ha de ser fraternidad de iguales.

2. La asamblea cristiana está abierta a todos, pero con preferencia por los «pobres, lisiados, cojos y ciegos». El último puesto es el mejor, y el peor es el primero. Mejor dicho: sólo se puede presidir desde la humildad y la justicia, desde la igualdad y la caridad. Naturalmente, la riqueza impide la disponibilidad, mientras que la pobreza la favorece.

3. Para entrar en el reino hay que renunciar a los honores, hay que ser desinteresado, generoso, gratuito… Lo contrario de lo que hace el fariseo, el cual, sediento siempre de honores, busca un lugar destacado en las sinagogas y en los banquetes y gusta de ser saludado en las plazas públicas.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Por qué nos gustan tanto los honores?

¿Se da a menudo entre nosotros la acepción de personas?

Casiano Floristán

Amar gratuitamente

Eclo 3, 17-18.20, 28-29 

Heb 12, 18-19.22-24a 

Lc 14, 1.7-14

Jesús no fue una persona cómoda para los importantes de su tiempo. Tampoco lo es para los de ahora.

Sin buscar recompensa

El Señor es invitado a comer en casa de uno de los jefes de los fariseos. Pero la intención de estos no es compartir sino acechar. Se trata de observar de cerca su comportamiento (cf. Lc 14, 1); quienes se resisten a su mensaje desearían encontrar eventuales debilidades para atacarlo. Jesús los escandaliza curando en día sábado, y luego los deja sin réplica (cf. v. 2-6).

No sólo eso. Al ver que los invitados (debe haber sido una comida relativamente importante) buscan los primeros puestos, les cuenta una parábola cargada de mensaje. En ella transmite un tema central de su predicación: «Todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido» (v. 11). Los últimos serán los primeros. Es lo que se llama la inversión mesiánica, los despreciados e insignificantes son los primeros en la perspectiva del Reino.

Como seguidores de Cristo, como Iglesia, debemos tener esto presente. Ser cristiano o dignatario de la Iglesia, no es un honor mundano y menos aún una prebenda. El hecho de que en nuestra sociedad sea fácil caer en ese peligro, nos debe hacer particularmente atentos al asunto. La crítica de Jesús a los fariseos (cf. Lc 11, 43) sigue vigente.

Revelación a los humildes

Los que acechaban al Señor para encontrarlo en falta no se podrán quejar, están recibiendo lo que merecen: Jesús sigue moviendo el piso bajo sus pies. Les aconseja que conviden a comer (él lo fue por ellos) no a sus «amigos», «parientes», «vecinos ricos», o a otros que pudieran recompensar su invitación (cf. v. 12). Deben hacerlo más bien llamando «a pobres, lisiados, cojos, y ciegos» (v. 13). Notemos, de paso, que el listado habla de marginados, considerados incluso pecadores —debido a la gravedad de su enfermedad— por quienes se pretenden justos. Ellos no están en condiciones de devolver el favor, por eso mismo deben ser convidados. En «la ciudad de Dios vivo» (Heb 12, 22) lo que da la pauta es el amor gratuito. La parábola que sigue en Lucas (v. 15-24)) retorna literalmente el listado en cuestión, subrayando el carácter gratuito del Reino que se dirige a los insignificantes.

Se trata del Dios que «revela sus secretos a los humildes» (Eclo 3, 20). Idea que reencontraremos en Mt 11, 25, porque ese es su beneplácito nos dice este evangelio. Los que buscan hoy los primeros puestos, los que se sienten importantes, los que hicieron todo por amor al poder y a las dignidades, no serán invitados al banquete del Reino. No «encontrarán apoyo» (Eclo 3, 31). Ya tuvieron su recompensa.

Gustavo Gutiérrez

Religión vacía de Dios

Los cristianos de la primera y segunda generación recordaban a Jesús, no como un hombre religioso, sino como un profeta que denunciaba con libertad los peligros y trampas de toda religión. Lo suyo no era la observancia piadosa por encima de todo, sino la búsqueda apasionada de la voluntad de Dios. 

Marcos, el evangelio más antiguo y directo, presenta a Jesús en conflicto con los sectores más piadosos de la sociedad judía. Entre sus críticas más radicales hay que destacar dos: el escándalo de una religión vacía de Dios, y el pecado de sustituir su voluntad que sólo pide amor por «tradiciones humanas» al servicio de otros intereses.

Jesús cita al profeta Isaías: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos». Luego denuncia en términos claros dónde está la trampa: «Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres»

Éste es el gran pecado. Una vez que hemos establecido nuestras normas y tradiciones, las colocamos en el lugar que sólo debe ocupar Dios. Las respetamos por encima incluso de su voluntad. No hay que pasar por alto la más mínima prescripción, aunque vaya contra el amor y haga daño a las personas. 

En esta religión lo que importa no es Dios sino otro tipo de interesesSe le honra a Dios con los labios pero el corazón está lejos de élse pronuncia un credo obligatorio pero se cree en lo que conviene, se cumplen ritos pero no hay obediencia a Dios sino a los hombres.

Poco a poco olvidamos a Dios y, luego, olvidamos que lo hemos olvidado. Empequeñecemos el evangelio para no tener que convertirnos demasiado. Orientamos caprichosamente la voluntad de Dios hacia lo que nos interesa y olvidamos su exigencia absoluta de amorCon el tiempo, no echamos en falta a Jesús; olvidamos qué es mirar la vida con sus ojos.

Éste puede ser hoy nuestro pecado. Agarrarnos como por instinto a una religión desgastada y sin fuerza para transformar las vidasSeguir honrando a Dios sólo con los labios. Resistirnos a la conversión y vivir olvidados del proyecto de Jesús: la construcción de un mundo nuevo según el corazón de Dios.

José Antonio Pagola

Lecciones de humildad y de hospitalidad

22º Domingo del Tiempo Ordinario

Al entrar un sábado a comer en casa de uno de los principales fariseos, ellos le estaban acechando. Al observar cómo elegían los invitados los primeros puestos, les propuso una parábola: “Cuando seas invitado por alguien a una boda, no te coloques en el primer puesto, no sea que haya sido invitado por aquél otro más distinguido que tú y el que os invitó a ti y a él te diga: «Cede el sitio a éste», y entonces tengas que ir lleno de vergüenza a ocupar el último lugar. Al contrario, cuando seas invitado ve a sentarte en el último lugar, para que cuando venga quien te invitó, te diga: «Amigo, sube más arriba». Esto será para ti un honor ante todos los comensales, porque todo el que se exalta será humillado y el que se humilla será exaltado”. Dijo también al que le había invitado: “Cuando des una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que también ellos te inviten y recibas tu recompensa. Al contrario, cuando des un banquete, llama a los pobres, a los tullidos, a los cojos, a los ciegos, y serás dichoso porque ellos no pueden corresponderte. Se te recompensará en la resurrección de los justos”.

Lc 14, 1-7.7-14

¡Qué grandes actitudes me propones hoy, Jesús: humildad y hospitalidad! Y me lo dices de una forma natural, en una escena tuya, cuando entras a comer, cuando te espían los fariseos, cuando te vigilan, cuando te supervisan los fariseos. Y cómo dices: “Cuando te conviden, no te sientes en el puesto principal. Tú entra siempre en el último puesto y te dirán: «Amigo, sube más arriba»”. Y la gran frase: “porque el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”.

Gracias, Jesús, por esta lección. Lo humano, lo natural, lo mío es buscar siempre lo mejor, el ser considerado, lo más fácil, la fama, tantas cosas… Y todo esto lleva en el fondo un germen, una actitud de orgullo, de soberbia, que dificulta todo eso; dificulta el camino profesional, dificulta el camino comunitario, todo. Cómo Tú, Jesús, insistes en esta lección: “Sé humilde”. Y ser humilde implica mucho; y ser humilde implica ceder el puesto a los demás; ser humilde significa estar abierto al otro; ser humilde significa compartir, tener misericordia; ser humilde significa no querer ser y avasallar al otro; significa no tener orgullo. ¡Cuántas veces, Jesús, me dejo llevar de mis orgullos, de mis prepotencias, que se me considere, que se me agradezca! ¡Cuántas veces entro en este camino! Pero Tú me lo dices claramente: “El que se enaltece, será humillado”, “Amigo, sube más arriba, porque te has humillado”.

Otra actitud que a mí me sobrepasa mucho, Jesús, en este encuentro contigo es la actitud de acoger al otro, de la hospitalidad. Pero qué claro lo dices en este texto: no al rico, no al bien vestido, no, sino que en mi corazón, en el banquete de mi vida entre el pobre, el lisiado, el cojo, el ciego, el que no me gusta, el que no tiene buena forma, el que decanta con mi forma de ser, el que no es como yo, el que no tiene prestigio, el que nadie se entera de él… ¡Qué cambio de vida, Jesús! Tus valores son la humildad, la acogida, la sencillez, el servicio desinteresado, la predilección por los más pobres, el vivir sin esperar nada a cambio, el estar con el corazón puesto en ti.

Jesús, yo te quiero pedir también esta gran lección… que se cumpla en mi vida. Quiero que me dé cuenta de mis orgullos, del hacerme superior a los demás; quiero que me dé cuenta de mis limitaciones. Concédeme la humildad, concédeme el don de ser capaz de bajar de mi nube, de bajar de mis orgullos, de tener los pies en el suelo y encontrar la verdad. Que sepa ser agradecida, que abra el corazón y los ojos y mi puerta para acoger a los que son desvalidos, a los que nadie les tiene importancia, a los que no tienen ni forma, ni cariz ante los demás. Que aprenda los valores de la humildad, de la sencillez, del servicio desinteresado. Y que aprenda a vivir así… Y frente al orgullo y a la soberbia, dame Señor la humildad; y frente a la selección de acoger en mi corazón, dame Señor la hospitalidad de los pobres, de los que no tienen apariencia, de los no interesados.

Tú, María, que fuiste la mujer más humilde, que no te hiciste notar, que nadie te dio importancia y que tu vida era tan sencilla y tan oscura, ayúdame a ser humilde, concédeme que aprenda esos valores que me enseña tu Hijo, enséñame a no tener más ambición que el estar en el Corazón y en el amor de tu Hijo. Ábreme los ojos, ábreme el corazón y líbrame de todos los deseos y de todos mis afanes de ser notado y de sobresalir. Madre mía de la humildad, ayúdame a ser como tú, ayúdame a tener una relación contigo desde ese corazón humilde, sencillo. Que pueda oír: “Amigo, sube más arriba”. Y que pueda oír tu explicación: “Trabájate así… Ayúdate así…”. Que pueda oír la explicación de tu Hijo: “El que se enaltece, será humillado”. ¡Qué grandes lecciones me das hoy! Las grandes lecciones de la humildad y de la hospitalidad, la no-ambición, la no-soberbia. Enséñame esta gran lección: que sea humilde y acogedora, porque “el que se enaltece, será humillado y el que se humilla, será enaltecido”.

Humildad y hospitalidad.

Gracias, Jesús, por estas dos grandes lecciones. Las acojo en mi corazón y las reflexiono contigo. Que así sea.

Francisca Sierra Gómez

Comentario al evangelio (27 de agosto)

La iglesia recuerda hoy a la madre, Mónica, y mañana al hijo, Agustín. Y yo recuerdo su despedida en el puerto de Ostia.

De las Confesiones de san Agustín, obispo

Hablábamos, pues, los dos solos, muy dulcemente y, olvidando lo que queda atrás y lanzándonos hacia lo que veíamos por delante, nos preguntábamos ante la verdad presente, que eres tú, cómo sería la vida eterna de los santos, aquella que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre. Y abríamos la boca de nuestro corazón, ávidos de las corrientes de tu fuente, la fuente de vida que hay en ti. Tales cosas decía yo, aunque no de este modo ni con estas mismas palabras; sin embargo, tú sabes. Señor, que, cuando hablábamos aquel día de estas cosas, y mientras hablábamos íbamos encontrando despreciable este mundo con todos sus placeres, ella dijo:

«Hijo, por lo que a mí respecta, ya nada me deleita en esta vida. Qué es lo que hago aquí y por qué estoy aún aquí, lo ignoro, pues no espero ya nada de este mundo. Una sola cosa me hacía desear que mi vida se prolongara por un tiempo: el deseo de verte cristiano católico, antes de morir. Dios me lo ha concedido con creces, ya que te veo convertido en uno de sus siervos, habiendo renunciado a la felicidad terrena. ¿Qué hago ya en este mundo?»

No recuerdo muy bien lo que le respondí, pero al cabo de cinco días o poco más cayó en cama con fiebre. Y, estando así enferma, un día sufrió un colapso y perdió el sentido por un tiempo.

Después, viendo que estábamos aturdidos por la tristeza, nos dijo:

«Enterrad aquí a vuestra madre.»

Luego, dirigiéndose a ambos, añadió:

«Sepultad este cuerpo en cualquier lugar: esto no os ha de preocupar en absoluto; lo único que os pido es que os acordéis de mí ante el altar del Señor, en cualquier lugar donde estéis.»

Habiendo manifestado, con las palabras que pudo este pensamiento suyo, guardó silencio, e iba luchando con la enfermedad que se agravaba.

El hombre y el viaje. Y el reparto. Ahí tenéis vuestros talentos: cinco, dos, uno. Cada cual según su capacidad. Es bueno saber que no todos recibimos lo mismo. Cada uno de nosotros recibimos lo nuestro. Mirar más allá: no hablamos de dineros, ni de cualidades personales, hablamos de otra cosa.

El de cinco y el de dos se ponen a desarrollar esos talentos. Y vuelve el dueño: “y cuando vuelva el guardián del universo a pedir cuentas, devolveré el trigo a su dueño…” (canta el Último de la Fila). Curioso que a los dos personajes les repite literalmente las mismas palabras.

Es curioso: el de cinco y dos al devolver lo suyo reciben la misma felicitación con las mismas palabras. Una vez más: lo que importa no es lo que se recibe sino cómo se desarrolla.

Y ¡ay! El de uno: el del miedo, el de las excusas, el que todo le parece cuesta arriba… Llanto y rechinar de dientes.

Hoy pienso en el gran regalo de la vida y de la fe: ¿cómo haré que fructifiquen?

Óscar Romano, cmf