Todo el capítulo 14 de Lucas se halla consagrado a lo que podríamos designar como las “Conversaciones de mesa” de Jesús. Estas “Conversaciones de mesa”, aun cuando son típicas del Evangelio de Lucas, eran un género literario muy popular y sumamente utilizado en la época de Jesús. Éste queda invitado a una comida, y, lo mismo que han hecho los demás invitados, cuando le llega su turno, hace una reflexión o da una enseñanza- En nuestro caso concreto trata dos cuestiones referentes a un banquete: la elección de los puestos y la elección de los invitados. Su enseñanza sobre la elección de puestos se dirige a todos los invitados presentes, y la referente a la elección de los invitados se dirige a quien le ha acogido. Cuando leemos el Evangelio, podemos considerar que nosotros somos a un tiempo el que recibe y el que es recibido. Lo que quiere decir que las dos enseñanzas están dirigidas a cada uno de nosotros. La primera es una llamada a la humildad, la segunda a una hospitalidad generosa y desprendida.
La humildad había ya constituido el tema de la primera lectura, tomada del Libro del Eclesiástico: “Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso” ¿En qué consiste la humildad? No en que se excuse uno de continuo o en que admita de continuo que se ha equivocado. Por supuesto, que son éstos signos de humildad, pero no constituyen la esencia de la humildad, toda vez que Jesús jamás se ha excusado y jamás ha reconocido – y con razón . que se haya equivocado, lo que no obsta para que nos pueda decir: “Aprended de mi que soy manso yhumilde de corazón”
Así, pues ¿en qué consiste esa humildad de Jesús? Consiste en el hecho de haberse abajado, de haberse puesto al servicio de todos. Ahí nos encontramos con la verdadera humildad, que no consiste en gestos teatrales o simbólicos. Consiste sencillamente en ponerse al servicio de los demás en las cosas más ordinarias de la vida de cada día. De ahí que el orgullo – lo contrario de la humildad – consiste en querer tener a los demás a nuestro servicio. Ocupar el último puesto consiste precisamente en servir a los demás, así como ocupar el primer puesto lo es en hacerse servir por los demás.
La segunda enseñanza de Jesús – la referente a la hospitalidad -es, también ella, sumamente importante; las personas a las que estamos nosotros dispuestos a servir, no han de ser únicamente las personas interesantes, con las que nos gusta encontrarnos, y que a su vez pueden ayudarnos, consiguiéndonos, por ejemplo, un buen empleo o haciendo que no tengamos que pagar una multa. Hemos de invitar – y por consiguiente , servir – ante todo, dice Jesús, “a los pobres, a los tullidos, cojos, ciegos…”
En su Regla para los monjes, que sigue siendo el fundamento espiritual de nuestra vida monástica, nos muestra San Benito que ha comprendido muy bien el Evangelio. Al comienzo de su Regla, antes de entrar en los detalles de la organización de la vida de cada día del Monasterio, coloca un capítulo consagrado a los doce grados de humildad. La única grandeza que tiene valor es la que da gratuitamente Dios a la persona humilde y pura de corazón, y no aquélla a la que puede llegar una persona por su propio esfuerzo. Y en su capítulo sobre la hospitalidad recomienda Benito que se reciba, cual si fuera Cristo mismo, lo mismo al pobre y al indigente que al poderoso, sin acepción alguna de personas.
La enseñanza de Jesús se dirige a todas y cada una de las personas. Y vale asimismo para los grupos: familias, comunidades, naciones. No habría manera de enumerar todas las guerras y todos los conflictos que ensangrientan a la humanidad en nuestros días. Estos conflictos nacen siempre del deseo de un grupo de hacerse con el primer puesto en el banquete, negando no pocas veces a los demás el derecho a tomar parte en el mismo.
Vivimos en una sociedad competitiva. Los padres quieren que su hijo sea el primero de la clase, se busca la medalla de oro en los juegos olímpicos; se aspira a un trabajo mejor, a una situación mejor en la sociedad. Verdad es que no hay nada de malo en todo esto. Muy al contrario: todo esto nos puede ayudar a que desarrollemos lo mejor de nosotros mismos. Pero la humildad consiste en reconocer que nuestro valor personal no se basa en nada de todo eso, sino tan sólo en la calidad de nuestra relación con Dios y con los demás – servidores de Dios y servidores unos de otros.
A. Veilleux