Domingo XXII de Tiempo Ordinario

Todo el capítulo 14 de Lucas se halla consagrado a lo que podríamos designar como las “Conversaciones de mesa” de Jesús. Estas “Conversaciones de mesa”, aun cuando son típicas del Evangelio de Lucas, eran un género literario muy popular y sumamente utilizado en la época de Jesús. Éste queda invitado a una comida, y, lo mismo que han hecho los demás invitados, cuando le llega su turno, hace una reflexión o da una enseñanza- En nuestro caso concreto trata dos cuestiones referentes a un banquete: la elección de los puestos  y la elección de los invitados.  Su enseñanza sobre la elección de puestos se dirige a todos los invitados presentes, y  la referente a la elección de los invitados se dirige a quien le ha acogido. Cuando leemos el Evangelio, podemos considerar que nosotros somos a un tiempo el que recibe y el que es recibido. Lo que quiere decir que las dos enseñanzas están dirigidas a cada uno de nosotros. La primera es una llamada a la humildad, la  segunda a una hospitalidad generosa y desprendida.

La humildad había ya constituido el tema de la primera lectura, tomada del Libro del Eclesiástico: “Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso” ¿En qué consiste la humildad? No en que se excuse uno de continuo o en que admita de continuo que se ha equivocado. Por supuesto, que son éstos signos de humildad, pero no constituyen la esencia de la humildad, toda vez que Jesús jamás se ha excusado  y jamás ha reconocido – y con razón  . que se haya equivocado, lo que no obsta para que nos pueda decir: “Aprended de mi que soy manso yhumilde de corazón”

Así, pues ¿en qué consiste esa humildad de Jesús? Consiste en el hecho de haberse abajado, de haberse puesto al servicio de todos. Ahí nos encontramos con la verdadera humildad, que no consiste en gestos teatrales o simbólicos. Consiste sencillamente en ponerse al servicio de los demás en las cosas más ordinarias de la vida de cada día. De ahí que el orgullo – lo contrario de la humildad – consiste en querer tener a los demás a nuestro servicio. Ocupar el último puesto consiste precisamente en servir a los demás, así como ocupar el primer puesto lo es en hacerse servir por los demás.

La segunda enseñanza de Jesús – la referente a la hospitalidad -es, también ella, sumamente importante; las personas a las que estamos  nosotros dispuestos a servir, no han de ser únicamente las personas interesantes, con las que nos gusta encontrarnos, y que a su vez pueden ayudarnos, consiguiéndonos, por ejemplo, un buen empleo o haciendo que no tengamos que pagar una multa. Hemos de invitar – y por consiguiente , servir – ante todo, dice Jesús, “a los pobres, a los tullidos, cojos, ciegos…”

En su Regla para los monjes, que sigue siendo el fundamento espiritual de nuestra vida monástica, nos muestra San Benito que ha comprendido muy bien el Evangelio. Al comienzo de su Regla, antes de entrar en los detalles de la organización de la vida de cada día del Monasterio, coloca un capítulo consagrado a los doce grados de humildad. La única grandeza que tiene valor es la que da gratuitamente Dios a la persona humilde y pura de corazón, y no aquélla a la que puede llegar una persona por su propio esfuerzo. Y en su capítulo sobre la hospitalidad recomienda Benito que se reciba, cual si fuera Cristo mismo, lo mismo al pobre y al indigente que al poderoso, sin acepción alguna de personas.

La enseñanza de Jesús se dirige a todas y cada una de las personas. Y vale asimismo para los grupos: familias, comunidades, naciones. No habría manera de enumerar todas las guerras y todos los conflictos que ensangrientan a la humanidad en nuestros días. Estos conflictos nacen siempre del deseo de un grupo de hacerse con el primer puesto en el banquete, negando no pocas veces a los demás el derecho a tomar parte en el mismo.

Vivimos en una sociedad competitiva. Los padres quieren que su hijo sea el primero de la clase, se busca la medalla de oro en los juegos olímpicos; se aspira a un trabajo mejor, a una situación mejor en la sociedad. Verdad es que no hay nada de malo en todo esto. Muy al contrario: todo esto nos puede ayudar a que desarrollemos lo mejor de nosotros mismos. Pero la humildad consiste en reconocer que nuestro valor personal no se basa en nada de todo eso, sino tan sólo en la calidad de nuestra relación con Dios y con los demás – servidores de Dios y servidores unos de otros.

A. Veilleux

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II Vísperas – Domingo XXII de Tiempo Ordinario

II VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: ¿DONDE ESTÁ MUERTE, TU VICTORIA?

¿Dónde está muerte, tu victoria?
¿Dónde está muerte, tu aguijón?
Todo es destello de su gloria,
clara luz, resurrección.

Fiesta es la lucha terminada,
vida es la muerte del Señor,
día la noche engalanada,
gloria eterna de su amor.

Fuente perenne de la vida,
luz siempre viva de su don,
Cristo es ya vida siempre unida
a toda vida en aflicción.

Cuando la noche se avecina,
noche del hombre y su ilusión,
Cristo es ya luz que lo ilumina,
Sol de su vida y corazón.

Demos al Padre la alabanza,
por Jesucristo, Hijo y señor,
denos su espíritu esperanza
viva y eterna de su amor. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Cristo es sacerdote eterno según el rito de Melquisedec. Aleluya.

Salmo 109, 1-5. 7 – EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»

Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.

En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Cristo es sacerdote eterno según el rito de Melquisedec. Aleluya.

Ant 2. Nuestro Dios está en el cielo, y lo que quiere lo hace. Aleluya.

Salmo 113 B – HIMNO AL DIOS VERDADERO.

No a nosotros, Señor, no a nosotros,
sino a tu nombre da la gloria;
por tu bondad, por tu lealtad.
¿Por qué han de decir las naciones:
«Dónde está su Dios»?

Nuestro Dios está en el cielo,
lo que quiere lo hace.
Sus ídolos, en cambio, son plata y oro,
hechura de manos humanas:

tienen boca, y no hablan;
tienen ojos, y no ven;
tienen orejas, y no oyen;
tienen nariz, y no huelen;

tienen manos, y no tocan;
tienen pies, y no andan;
no tiene voz su garganta:
que sean igual los que los hacen,
cuantos confían en ellos.

Israel confía en el Señor:
él es su auxilio y su escudo.
La casa de Aarón confía en el Señor:
él es su auxilio y su escudo.
Los fieles del Señor confían en el Señor:
él es su auxilio y su escudo.

Que el Señor se acuerde de nosotros y nos bendiga,
bendiga a la casa de Israel,
bendiga a la casa de Aarón;
bendiga a los fieles del Señor,
pequeños y grandes.

Que el Señor os acreciente,
a vosotros y a vuestros hijos;
benditos seáis del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
El cielo pertenece al Señor,
la tierra se la ha dado a los hombres.

Los muertos ya no alaban al Señor,
ni los que bajan al silencio.
Nosotros, sí, bendeciremos al Señor
ahora y por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Nuestro Dios está en el cielo, y lo que quiere lo hace. Aleluya.

Ant 3. Alabad al Señor sus siervos todos, pequeños y grandes. Aleluya.

Cántico: LAS BODAS DEL CORDERO – Cf. Ap 19,1-2, 5-7

El cántico siguiente se dice con todos los Aleluya intercalados cuando el oficio es cantado. Cuando el Oficio se dice sin canto es suficiente decir el Aleluya sólo al principio y al final de cada estrofa.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios
(R. Aleluya)
porque sus juicios son verdaderos y justos.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Alabad al Señor sus siervos todos.
(R. Aleluya)
Los que le teméis, pequeños y grandes.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo.
(R. Aleluya)
Alegrémonos y gocemos y démosle gracias.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Llegó la boda del cordero.
(R. Aleluya)
Su esposa se ha embellecido.
R. Aleluya, (aleluya).

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Alabad al Señor sus siervos todos, pequeños y grandes. Aleluya.

LECTURA BREVE 2Ts 2, 13-14

Nosotros debemos dar continuamente gracias a Dios por vosotros, hermanos, a quienes tanto ama el Señor. Dios os eligió desde toda la eternidad para daros la salud por la santificación que obra el Espíritu y por la fe en la verdad. Con tal fin os convocó por medio del mensaje de la salud, anunciado por nosotros, para daros la posesión de la gloria de nuestro Señor Jesucristo.

RESPONSORIO BREVE

V. Nuestro Señor es grande y poderoso.
R. Nuestro Señor es grande y poderoso.

V. Su sabiduría no tiene medida.
R. Nuestro Señor es grande y poderoso.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Nuestro Señor es grande y poderoso.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Cuando te inviten a una boda, ve a ponerte en el último puesto; el que te invitó te pondrá junto a sí, y será esto para ti un honor ante todos los comensales.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Cuando te inviten a una boda, ve a ponerte en el último puesto; el que te invitó te pondrá junto a sí, y será esto para ti un honor ante todos los comensales.

PRECES

Demos gloria y honor a Cristo, que puede salvar definitivamente a los que por medio de él se acercan a Dios, porque vive para interceder en su favor, y digámosle con plena confianza:

Acuérdate, Señor, de tu pueblo.

Señor Jesús, sol de justicia que iluminas nuestras vidas, al llegar al umbral de la noche te pedimos por todos los hombres,
que todos lleguen a gozar eternamente de tu luz.

Guarda, Señor, la alianza sellada con tu sangre
y santifica a tu iglesia para que sea siempre inmaculada y santa.

Acuérdate de esta comunidad aquí reunida,
que tú elegiste como morada de tu gloria.

Que los que están en camino tengan un viaje feliz
y regresen a sus hogares con salud y alegría.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Acoge, Señor, a tus hijos difuntos
y concédeles tu perdón y la vida eterna.

Terminemos nuestras preces con la oración que Cristo nos enseñó:

Padre nuestro…

ORACION

Oh Dios todopoderoso, de quien procede todo don perfecto, infunde en nuestros corazones el amor de tu nombre, para que, haciendo más religiosa nuestra vida, aumentes el bien en nosotros y con solicitud amorosa lo conserves. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

Lectio Divina – 28 de agosto

Lectio: Domingo, 28 Agosto, 2016

La parábola de los primeros y los últimos puestos:
el que se humilla será ensalzado

Lucas 14,1.7-14

1. Escucha del texto

a) Oración inicial

Señor, todos tenemos una sed insaciable de escucharte, y tú lo sabes, porque tú nos has creado así. «Tú sólo tienes palabras de vida eterna» (Jn 6,68). Creemos en estas palabras, de estas palabras tenemos hambre y sed; por estas palabras, con humildad y amor, comprometemos toda nuestra fidelidad. «Habla, Señor, que tu siervo te escucha» (1 Sam 3,9). Es la oración del inconsciente Samuel, la nuestra es un poco diversa, pero ha sido justo tu voz, tu Palabra, la que ha cambiado el temblor de la antigua oración en el deseo de un hijo que le grita a su Padre: Habla porque tu hijo te escucha.

b) Lectura del Evangelio:

Lucas 14,1.7-141 Sucedió que un sábado fue a comer a casa de uno de los jefes de los fariseos. Ellos le estaban observando.
7 Notando cómo los invitados elegían los primeros puestos, les dijo una parábola: 8 «Cuando alguien te invite a una boda, no te pongas en el primer puesto, no sea que haya invitado a otro más distinguido que tú 9y, viniendo el que os invitó a ti y a él, te diga: `Deja el sitio a éste’, y tengas que ir, avergonzado, a sentarte en el último puesto. 10 Al contrario, cuando te inviten, vete a sentarte en el último puesto, de manera que, cuando venga el que te invitó, te diga: `Amigo, sube más arriba.’ Y esto será un honor para ti delante de todos los que estén contigo a la mesa. 11Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado.»
12 Dijo también al que le había invitado: «Cuando des una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; no sea que ellos te inviten a su vez y tengas ya tu recompensa. 13 Cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos; 14 y serás dichoso, porque no te pueden corresponder, pues se te recompensará en la resurrección de los justos.»

c) Momentos de oración silenciosa:

Para ser alcanzados por la Palabra de Cristo y para que la Palabra hecha carne, que es Cristo, pueda habitar en nuestros corazones y nosotros podamos adherirnos a ella, es necesario que haya una escucha y un silencio profundo.

2. La Palabra se ilumina (lectio)

a) Contexto:

La parábola de la elección de los últimos lugares está situada en sábado, cuando Jesús está ya en Jerusalén, donde se cumplirá el misterio pascual, donde se celebrará la eucaristía de la nueva alianza, a la cual le seguirá después, el encuentro con el viviente y el encargo de la misión de los discípulos que prolongará la de Jesús. La luz de la Pascua permite ver el camino que el Señor hace recorrer a todos aquellos que son llamados para representarlo como siervo, diakonos, en medio de la comunidad, recogida en torno a la mesa. Es el tema lucano de la comunión o participación. La realidades más hermosas las ha realizado Jesús, las ha proclamado y enseñado a la mesa, en un ambiente de banquete.

En el capítulo 14, Lucas, con su hábil arte de narrador, pinta un cuadro, en el cual superpone dos imágenes: Jesús, a la mesa, define el rostro de la nueva comunidad, convocada en torno a la mesa eucarística. La página está dividida en dos escenas: la primera la invitación a comer en casa de uno de los jefes de los fariseos en día de fiesta, un sábado (Lc 14, 1-6); luego, la enseñanza con dos pequeñas parábolas sobre el modo de elegir los puestos a la mesa y los criterios para hacer las invitaciones (Lc 14, 7-14); finalmente la parábola de los invitados al banquete (Lc 14,15-16), en la que aparece el problema de los invitados: ¿quién participará en la mesa del reino? Esta participación se prepara desde este momento hasta la hora de la relación con Jesús, que convoca en torno a él a las personas en la comunidad-Iglesia.

b) Exégesis:

– el sábado: día de fiesta y de liberación

He aquí el versículo de Lucas: « Sucedió que un sábado fue a comer a casa de uno de los jefes de los fariseos. Ellos le estaban observando» (Lc 14, 1). Jesús es invitado un día festivo por un responsable de los movimientos de los observantes o fariseos. Jesús está a la mesa. En este contexto sucede el primer episodio: la curación de un hombre hidrópico, impedido por su enfermedad de participar a la mesa. Aquellos que están marcados en su carne están excluidos de la comunidad de los observantes, como sabemos por la Regla de Qumran. La comida del sábado tiene carácter festivo y sagrado, sobre todo para los observantes de la ley. En el día de sábado, de hecho, se hace memoria semanal del éxodo y de la creación. Jesús, justamente en día de sábado, devuelve la libertad y devuelve la salud plena a un hombre hidrópico.

Él justifica su gesto ante los maestros y observantes de la ley con estas palabras: « ¿Quién de vosotros, si se le cae un ano o buey al pozo no lo saca inmediatamente en día de sábado?». Dios está interesado en las personas y no sólo en las propiedades del hombre. El sábado no se reduce a una observancia externa del descanso sagrado, sino que está en favor del hombre. Con esta preocupación dirigida al hombre, se da también la clave de lo criterios de convocación a esta comunidad simbolizada por la mesa: ¿cómo hacer la elección de los puestos? ¿a quién invitar y quién participará al final en el banquete del Reino? El gesto de Jesús es programático: el sábado está hecho para el hombre. Él realiza en día de sábado lo que es el significado fundamental de la celebración de la memoria de la salida de Egipto y de la creación.

– sobre la elección de los puesto y de los invitados

Los criterios para elegir los puestos no se basan en la precedencia, o sobre los papeles o notoriedad, sino que se inspira en el actuar de Dios que promueve a los últimos, «porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado.» (Lc 14, 11). Este principio que cierra la parábola del nuevo libro de urbanidad, que tira por tierra los criterios mundanos, hace alusión a la acción de Dios por medio del pasivo «será ensalzado». Dios exalta a los pequeños y a los pobres, así como Jesús ha introducido en la mesa de la fiesta sabática al hidrópico excluido.

Luego vienen los criterios sobre la elección de los invitados. Se excluyen los criterios de recomendación o de solidaridad corporativa: « No llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos… …» « Al contrario, cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos…» (Lc 14, 12.13). El elenco comienza con los pobres, que en el evangelio de Lucas son los destinatarios de las bienaventuranzas: «Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de los cielos». En el elenco de los invitados, los pobres están concretizados como los disminuidos físicamente, excluidos por las confraternidades farisaicas y por el ritual del templo (Cf. 2Sam 5, 8; Lv 21, 18).

Este elenco se vuelve a encontrar en la parábola del banquete: pobres, cojos, ciegos y mancos toman el puesto de los invitados al respecto (Lc 14, 21).

Esta segunda parábola sobre el criterio de los invitados se cierra con esta proclamación: «Y serás dichoso, porque no te pueden corresponder, pues se te recompensará en la resurrección de los justos» (Lc 14, 14), al final de los tiempos, cuando Dios manifieste su señorío comunicando la vida eterna. Hay una frase de uno de los comensales, en este momento, que hace de lazo de unión entre las dos pequeñas parábolas y el banquete de cena. «Uno de los comensales, habiendo oído esto, dijo: «¡Bienaventurado el que coma el pan del reino de Dios!”» (Lc 14, 15). Esta parábola que hace alusión a la bienaventuranza del reino y a la condición para participar en el mismo mediante la imagen del banquete, «comer el pan», situa la parábola del banquete dentro de su significado escatológico. Sin embargo, este banquete final, que es el reino de Dios y la plena comunión con él, se prepara en la comunión actual. Jesús narra esta parábola para interpretar la convocación de los hombres con el anuncio del reino de Dios a través de su actuación histórica.

3. La palabra me ilumina (para meditar)

a) Jesús, estando en casa del fariseo que lo había invitado a comer, observa cómo los invitados eligen los primeros puestos. Es una actitud muy común en la vida, no solamente cuando se está a la mesa: cada uno busca el primer puesto en la atención y en la consideración por parte de los demás. Todos, comenzando por nosotros mismos, tenemos experiencia de ello. Pero, debemos tener cuidado, porque las palabras de Jesús, que exhortan a abstenerse de buscar el primer puesto, no son simplemente una palabras de urbanidad; ellas son una regla de vida. Jesús aclara que es el Señor el que da a cada uno la dignidad y el honor, no somos nosotros a dárnoslo, tal vez presumiendo de nuestros propios méritos. Como hizo en las Bienaventuranzas, Jesús echa por tierra el juicio y el comportamiento de este mundo. El que se reconoce pecador y humilde, será exaltado por Dios, el que, por el contrario, pretende que se le reconozcan sus méritos y busca los primeros puestos, arriesga el autoexcluirse del banquete.

b) « No te pongas en el primer puesto, no sea que haya invitado a otro más distinguido que tú… y tengas que ir, avergonzado, a sentarte en el último puesto » (Lc 14,8-9). Parece que Jesús juegue con los tentativos infantiles de los invitados que se preocupan por alcanzar la mejor posición; pero, su intención es mucho más seria. Hablando a los jefes de Israel, él muestra cuál es el poder que edifica las relaciones del reino: «El que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado » (Lc 14,11). Les describe “el buen uso del poder», fundado sobre la humildad. Es el mismo poder que Dios libera en la humanidad en la encarnación: «Al servicio de la voluntad del Padre, a fin de que toda la creación vuelva a él, el Verbo “no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz» (Fil 2,6-8). Esta kenosis gloriosa del Hijo de Dios “tiene la capacidad” de curar, reconciliar y liberar a toda la creación. La humildad es la fuerza que edifica el reino y la comunidad de los discípulos, la Iglesia.

4. Para orar – Salmo 23

El salmo parece girar en torno al título “El Señor es mi pastor”. Los santos son la imagen del rebaño que está en camino: ellos van acompañados por la bondad y la lealtad de Dios, hasta que lleguen definitivamente a la casa del Padre (L.Alonso Schökel, I salmi della fiducia, Dehoniana libri, Bologna 2006, 54)

Yahvé es mi pastor, nada me falta.
En verdes pastos me hace reposar.
Me conduce a fuentes tranquilas,
allí reparo mis fuerzas.

Me guía por cañadas seguras
haciendo honor a su nombre.
Aunque fuese por valle tenebroso,
ningún mal temería,
pues tú vienes conmigo;
tu vara y tu cayado me sosiegan.

Preparas ante mí una mesa,
a la vista de mis enemigos;
perfumas mi cabeza,
mi copa rebosa.

Bondad y amor me acompañarán
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa de Yahvé
un sinfín de días.

Oración final

«Señor, gracias a tu luz que ha venido sobre mí y ha aclarado en mi vida la convicción de que soy un pecador. He comprendido un poco más profundamente que tu Hijo Jesús es mi Salvador.
Mi voluntad, mi espíritu, todo mi ser, se aferra a Él. Dios mío, que me venza la omnipotencia de tu amor. Destruye las resistencias que, a menudo, me hacen rebelde, las nostalgias que me impulsan a equivocarme, a ser perezoso; que tu amor lo venza todo, a fin de que yo pueda ser un trofeo feliz de tu victoria.
Mi esperanza está afincada en tu fidelidad. Aunque deba crecer en el torbellino de la civilización, que me convierta en una flor, y que tu veles sobre esta primavera que ha brotado de la Sangre de tu Hijo.
Tú nos miras a cada uno, nos curas, velas sobre nosotros; tú, el que cultivas esta primavera de vida eterna: tú, el Padre de Jesús y Padre nuestro; ¡tú, el Padre mío!» (Anastasio Ballestrero).

¿Dónde me pongo?

Una de las tendencias más acusadas con que todos nacemos es, inevitablemente, el egoísmoNuestro «yo» es el primer «dios» a quien rendimos culto, y todas las demás cosas giran en torno a él como el mosquito da vueltas alrededor de la bombilla.

En cierta ocasión, invitaron a Jesús a comer con motivo de una celebración, y observó que los invitados escogían para si los puestos de honor en la mesa. Entonces, les dijo a modo de ejemplo: «Cuando alguien te invite a un banquete de bodas, no te sientes en el lugar principal, no sea que entre los invitados haya otro más importante que tú y, al llegar éste, te diga el anfitrión: «tienes que dejar el sitio a éste», y tengas que ir avergonzado a sentarte en el último lugar. Al contrario, cuando te inviten, siéntate en el último lugar; así, al llegar el que te invitó, te dirá: «Amigo, ven; siéntate en este lugar de más categoría».

Indudablemente, el egoísmo pone de manifiesto dos miserias humanas que ensombrecen nuestra buena imagen: la comodidad y el desinterés por quienes conviven con nosotros; vamos en busca de lo fácil y nos importa muy poco, o nada, el bienestar de los demás. El egoísmo es tan hábil que adopta innumerables formas de «presentarse en público»: ponerse en primera fila para contemplar un espectáculo callejero, tomar la mejor vianda a la hora de comer, colarse en la fila de cualquier establecimiento…, e incluso ocupar los asientos más cómodos en un local público de esparcimiento; conozco un club de jubilados, donde existen varias mesas y sillas para que las personas mayores se entretengan con la baraja, y donde hay también un sofá mullido y agradable; el susodicho sofá está tan solicitado que, apenas se abre el local, los «abuelos», apostados en la puerta de entrada, emprenden unas carreras increíbles para lograr sentarse cómodamente.

Existe otra modalidad de egoísmo, que Jesús resume en la segunda parte del evangelio de hoy: «Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos ricos, porque después ellos te invitarán a ti, y quedarás recompensado. Por el contrario, invita a los los pobres, a los inválidos y a los ciegos. Ellos no pueden corresponderte; y precisamente por eso serás feliz».

El amor, la donación, el pequeño detalle… deben ser desinteresados para conceptuarlos como cristianos. Sin embargo no es infrecuente oír decir: «Le invito a le boda de mi hija, porque ella me invitó a la de su hijo». O «voy a hacerle tal o cual regalo porque también él cumplió conmigo e en cierta ocasión». En cambio, el amor de Jesús es «de iniciativa» y no «de correspondencia»; él ama a cambio de nada; como las madres. En Jesús no cabe el egoísmo.

Afortunadamente, conozco personas que resultan admirables por su sencillez, su desprendimiento, su «vivir sin hacer ruido». Nunca corren en busca de los puestos relevantes, se colocan siempre los últimos a la espera de que se coloquen los demás. Sin pretenderlo, están ejercitando una de las virtudes que más le agradan a Jesús: la intimidad.

En definitiva: que, cuando nos inviten a algún evento importante, no pensemos egoístamente en cuál el la mejor silla o la más cómoda para tomar asiento inmediatamente, sino que, con sencillez y discreción, preguntemos a quien nos invitó: «¿Dónde me pongo?».

Pedro Mari Zalbide

Domingo, día del Señor

El acto de comer en común, el simposio, tenía en las culturas antiguas una importancia que hoy, en buena medida, se ha perdido. La comida compartida era un acto de integración y de distinción social. De manera que lo principal no era ni «lo sagrado», ni «lo profano» del banquete, sino el hecho de que quienes se recostaban en torno a una misma mesa mostraban así que eran gente distinguida y que compartía los mismos ideales y la misma categoría social.

Por esto se comprende que Jesús, cuando compartía la comida con toda clase de personas, con ese gesto tan fundamental y tan repetido en los evangelios, estaba afirmando su proyecto y su propuesta de una sociedad distintaY también el ideal de una convivencia distintaJesús expresaba así que quería acabar con las diferencias de clases sociales, de separaciones y divisiones por motivos económicos, sociales, religiosos, culturales. Para Jesús, lo decisivo es lo que nos une a los seres humanos. De ahí, su empeño por acabar con todo lo que nos separa, nos divide, nos aleja a unos de otros, y sobre todo lo que ensalza a unos y humilla a otros. Por eso, Jesús rechaza las pretensiones de importancia y honor que mostraban los fariseos, al querer estar siempre los primeros. Ellos se consideraban los primeros, en el «orden de lo religioso», y se empeñaban en dejar eso claro igualmente en el «orden de lo secular».

El proyecto de Jesús fue, entre otras cosas, acabar con la «sociedad desigual». Y para eso, vio claramente que lo más eficaz era cortar por lo sano con la estratificación de «selectos» y «plebeyos» que siempre se ha hecho. De ahí, el empeño de Jesús por poner a «los últimos» en el sitio de «los primeros». Y al revésY otro tanto hay que decir cuando se trata de las categorías sociales de «ricos» y «pobres». Lo que Jesús quiere es que nuestra tendencia sea a poner en el sitio principal a los últimos y a los pobres. Si hacemos eso, estamos dado el paso decisivo para el logro de una sociedad igualitaria, en la que todos seamos hermanos, humanos, buena gente de verdad, Lo demás son engaños y patrañas.

José María Castillo

Amoris laetitia – Francisco I

94. En todo el texto se ve que Pablo quiere insistir en que el amor no es sólo un sentimiento, sino que se debe entender en el sentido que tiene el verbo «amar» en hebreo: es «hacer el bien». Como decía san Ignacio de Loyola, «el amor se debe poner más en las obras que en las palabras»[106]. Así puede mostrar toda su fecundidad, y nos permite experimentar la felicidad de dar, la nobleza y la grandeza de donarse sobreabundantemente, sin medir, sin reclamar pagos, por el solo gusto de dar y de servir.


[106] Ejercicios Espirituales, Contemplación para alcanzar amor, 230.

La humildad es todavía una virtud

En tus asuntos procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso… Dios revela sus secretos a los humildes… (Eclo 3,19-21.30-31).

…Vosotros os habéis acercado a la ciudad del Dios vivo… (Heb 12,18-19.22-24).

…Porque todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido… (Lc 14,1.7-14).

 

El secreto del sabio

Sí, la humildad todavía no ha sido tachada de la lista de las virtudes. Parece que la modestia va acorde con la grandeza.

Y la simplicidad no complica las relaciones con los otros. Nos lo aseguran conjuntamente la primera y la tercera lectura.

Y se nos ofrece la confirmación en el estribillo del salmo responsorial: «Has preparado, Señor, tu casa a los pobres».

La sabiduría del Eclesiástico es clara, equilibrada, empapada de sentido común, anclada en la concreción de la vida cotidiana. Y te insufla una benéfica sensación de serenidad.

Oigámoslo. Quien hace cosas verdaderamente importantes no tiene necesidad de inflarlas y… sonorizarlas para llamar la atención y la admiración del público. Le basta la gratitud de los amigos de Dios.

El sabio no es uno que, como actividad principal, practique la enseñanza, sino la reflexión («medita los enigmas»).

Y signo de sabiduría no es la boca que jamás se cierra, sino «el oído atento».

O sea, el sabio se define por su deseo de entender y por la capacidad de escuchar.

Finalmente la limosna. Además de prestar alguna utilidad tangible a quien se encuentra en necesidad, aligera no sólo el peso de la cartera, sino también el de los pecados, con gran ventaja para un caminar más expedito.

La limosna no es un lujo. Constituye una forma elemental de pago de las deudas. En relación a Dios y al prójimo contemporáneamente. (¿Es solamente una casualidad que hoy muchos tengan superados tanto la práctica de la limosna como el sentido del pecado?).

Entendámonos: no es que uno se ponga al día y arregle las cuentas embrolladas con un poco de limosna, ganándose quizás la fama -abusiva- de generosidad. Simplemente, adquiere la conciencia clara de que haber hecho el mal no dispensa de hacer un poco de bien.

La limosna, más que para echar humo en los ojos de los otros, sirve -como defiende el experto Ben Sirá- para echar un poco de agua en el fuego y consiguientemente para hacer un poco menos insoportable la convivencia con nosotros mismos.

El infierno, en efecto, piense lo que quiera Sartre, no son los otros. El infierno, con mucha frecuencia, somos nosotros mismos.

Un excepcional observador del proceder consuetudinario

Jesús al hilvanar la parábola de los invitados que pierden los estribos corriendo hacia los primeros puestos (pisoteando no sólo las reglas de los buenos modales sino, más prosaicamente, los pies ajenos, con el resultado de perder tanto el puesto como la cara), se manifiesta observador atento y «cronista» mordaz de las debilidades de la sociedad de su tiempo (comprendida también la religiosa, en cuyo ámbito se daban aquellos espectáculos no excesivamente edificantes y se desarrollaban aquellas representaciones no precisamente sagradas).

El Maestro, con sus observaciones, no pretende enseñar un mínimo de decencia y suministrar alguna que otra regla de corrección y de buena educación -además de picardía- cuando se trata de sentarse a la mesa.

Es un discurso que, partiendo de las costumbres de aquí abajo, se hace religioso y se traslada a un plano distinto: el del Reino.

Como si dijese: practicad sí el arrivismo más desenfrenado, la vanidad más descarada, la ostentación más bochornosa. Caminad hacia adelante, a codazos, para aseguraros posiciones de privilegio. Exhibíos incluso con vuestras torpes autopromociones. Es asunto vuestro (no grato a los ojos; de todos modos cada uno tiene los espectáculos que se merece). Pero estad atentos porque para aquel Banquete todo será totalmente distinto.

Entonces será tomada en consideración la pequeñez, será apreciado el ocultamiento, la humildad representará el título más acreditado, y serán satisfechas abundantemente las no pretensiones.

Los que están acostumbrados a «pasar adelante» caiga quien caiga, y que tienen la obsesión de «dejarse notar», se verán obligados a «ceder el puesto» a aquellos que no se han considerado dignos de atención (los únicos que van a ser tomados en consideración…). Jesús parece sugerir después: si de verdad quieres tener una idea y hacer las pruebas para esa fiesta en la que los ceremoniales contemplan las… precedencias invertidas, organiza una comida o cena preocupándote de restringir las invitaciones a aquellos de quienes no tienes nada que esperar a cambio, a la gente que no cuenta, a los pobretones que no te garantizan promoción social alguna, a los no bienhechores. O sea, acostúmbrate a ofrecer sin esperar nada, sin conceder nada al interés y a la vanidad.

No se trata de descender -una vez- al nivel de los «pobres, lisiados, cojos, ciegos» (hoy podríamos decir barbudos, marginados, ancianos, desechos de la sociedad) -que puede ser todavía una manera para «honrarse» y llamar la atención- sino de vivir con ellos, privilegiar su compañía, aceptar su presencia habitual en nuestros ambientes.

La hospitalidad ofrecida a los segregados (no la visita episódica a los lazaretos o la admisión excepcional en nuestros salones), además de representar la abolición concreta de la exclusión, constituye una especie de garantía para no ser excluidos del Reino.

Sí, también esto es un poner del revés. No somos nosotros los que distribuimos las invitaciones. Son ellos, los últimos, quienes se invitan para… entrenarse a subir. Los pequeños son quienes no pueden revelar el secreto de la grandeza. Los excluidos son quienes nos otorgan el permiso de entrar. Los solitarios son quienes aseguran la comunión. Ellos no «pueden pagarte». Por el simple hecho de que tú no les has dado absolutamente nada. Por el contrario, simplemente has aprendido a recibir.

«…Dichoso tú, porque no pueden pagarte».

Si se diese la reciprocidad, perderías la bienaventuranza. Un mal negocio.

En el horizonte de lo cotidiano se asoma el rostro humano de Jesús En este contexto de inversión de las posturas y de las perspectivas, encaja también la última parte de la Carta a los hebreos (segunda lectura).

En efecto, el autor contrapone la experiencia del Sinaí (caracterizada por la manifestación clamorosa de Dios y el don de la ley, fundamento de la antigua alianza) y la experiencia cristiana que se desarrolla en la normalidad y en la cotidianidad.

Sobre el Sinaí el pueblo experimenta el poder de Dios (fuego, oscuridad, tinieblas, tormenta, sonido de la trompeta -como trueno- de las «diez palabras»), pero al mismo tiempo no se ha acercado por miedo.

La experiencia de fe del pueblo de la nueva alianza elimina tanto la distancia como el miedo, gracias a la mediación de Cristo.

El encuentro con Dios, a través del Resucitado, acontece en un clima de fiesta y de ambiente convival.

En el horizonte del creyente ya no existen los fenómenos cósmicos, grandiosos y terroríficos, sino que se asoma el rostro humano de Jesús. Y los únicos «signos» son los de nuestros nombres «escritos en los cielos». 

A. Pronzato

Homilía Domingo XXII de Tiempo Ordinario

1. Palabra

Tanto la primera lectura como el Evangelio nacen de la observación aguda de las relaciones sociales. Necesidad de prestigio, de los primeros puestos. Hay una parte de ironía en la enseñanza de Jesús. ¡Qué ridículo es el hombre confundiendo su verdad con la consideración social!

La sabiduría religiosa ha contrapuesto a este afán de prestigio la humildad. Virtud esencial, cuando nace de verdad. Muy cerca de lo peor del hombre cuando se utiliza como arma de prestigio y poder (recordemos al hipócrita virtuoso, el Tartufo de Moliére).

La sabiduría de Jesús no permite trampeos. El hipócrita busca codearse con los primeros y, tarde o temprano, manifiesta sus intereses ocultos. Cuando das cabida normal en tu vida a los pobres, lisiados, cojos y viejos, no podrás sacar nada de ellos, y menos prestigio social.

2. Vida

La humildad cristiana es minoridad, es decir, prefiere el último puesto y compartirlo voluntariamente con los que la sociedad humilla. Humildad sin humillación termina por ser autocomplacencia.

La humillación viene de distintos lados:

– La incomprensión, cuando te dedicas a la gente marginal y dicen que te encanta ser el centro.

– La zona de tu personalidad que te muestra a los demás en lo que eres, como todos.

– Cuando te encuentras con la verdad de Dios y descubres que eres un miserable y un ingrato.

– Cuando fracasas en tu trabajo y los demás se alegran.

– Cuando luchas, año tras año, contra tu piedra de tropiezo (oculta, quizá, en lo recóndito de tu conciencia: necesidad de imagen, amor propio refinado…) y no avanzas.

La humildad cristiana no es falta de autoestima. Consiste, más bien, en descubrir que la mejor autoestima consiste en aceptar con paz las propias limitaciones y ajenas.

Los auténticos pobres del Reino ni siquiera se plantean el ser humildes. Somos los orgullosos y ambiciosos los que hemos de aprender la humildad mediante la humillación.

J. Garrido

Auténticos héroes

En la mitología, en la literatura, y también en la his-toria, a menudo se ha hablado de “héroes”, es decir, de personas ilustres y famosas por sus hazañas o virtudes. Pero desde hace algunos años proliferan en las carteleras de cine las películas protagonizadas por superhéroes, personajes de ficción de ambos sexos que tienen poderes extraordinarios. Si tuviéramos que enumerar las características de un superhéroe, en general encontraríamos las siguientes: fortaleza física, agudeza intelectual, atractivo personal, sentido del deber y de la justicia, defensor del bien y de los débiles frente al mal y a los “malos”… todo ello acompañado de algún poder extraordinario, que supera las capacidades humanas: volar, fuerza descomunal, habilidades propias de animales o insectos, un arma prodigiosa, magia… A su lado, los demás nos sentimos como “simples mortales” sin mérito alguno; incluso los héroes “de siempre” quedan empequeñecidos y, si hiciéramos una encuesta, son más conocidos los superhéroes de ficción y sus historias que los héroes reales y sus hazañas.

En este domingo, el Señor nos está invitando a no conformarnos con ser “simples mortales”, sino a ser verdaderos “héroes”, es decir, a llevar a cabo auténticas hazañas. Y para convertirnos en auténticos héroes, la Palabra de Dios nos indica que sólo necesitamos un poder extraordinario: la humildad, esa virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo con ese conocimiento.

Así nos lo ha indicado la 1ª lectura: en tus asuntos procede con humidad… hazte pequeño en las grandezas humanas… Pero podemos pensar: ¿cómo compaginar la llamada a ser héroes y realizar auténticas hazañas con las propias limitaciones y debilidades, con hacerse pequeños? ¿No tendríamos que desarrollar la fuerza, la astucia, o conseguir algún arma prodigiosa que nos ayude y sirva de apoyo?

La respuesta a estas preguntas nos la da el Señor en el Evangelio: todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido. Para ser auténticos héroes, sólo nos debemos apoyar en Dios.

Y para apoyarnos en Él, debemos ser humildes y “humillarnos”. A veces entendemos esta palabra en sentido negativo, como rebajarnos, como tener baja autoestima, o despreciarnos, pero no es así. Humillar significa abatir el orgullo y la altivez. Para desarrollar el poder extraordinario de la humildad y ser auté-ticos héroes, antes debemos aprender a rebajar nuestro orgullo y altivez, y así apoyarnos en Dios y no en nuestras fuerzas y capacidades; confiar en Él, y no en nosotros mismos.

Y entonces se cumplirá lo que decía la 1ª lectura: alcanzarás el favor de Dios, porque es grande la misericordia de Dios y revela sus secretos a los humildes. Y entonces podremos realizar verdaderas hazañas, porque lo importante no son nuestras características, capacidades o “poderes” personales, sino obrar humildemente, con nuestras limitaciones y debilidades, pero como Dios espera de nosotros.

¿Qué héroes de la historia o de la literatura clásica conozco? ¿Qué me llama la atención de ellos? ¿Qué superhéroes del cómic o del cine conozco? ¿Me siento llamado a ser un auténtico “héroe”? ¿Cómo evaluaría mi humildad? ¿Sé “humillarme”, rebajar mi orgullo y altivez?

El Señor nos llama a ser verdaderos héroes en el sentido evangélico, y podemos conseguirlo porque Él es nuestro modelo: aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón (Mt 11, 29). Y para que aprendamos de Él, se nos entrega como alimento en la Eucaristía.

En la oración después de la comunión pediremos que el amor con que nos alimentas fortalezca nuestros corazones y nos mueva a servirte en nuestros hermanos. Recibamos al Señor con humildad, agradecimiento y confianza porque así Él podrá obrar por medio de nosotros.

Y esto no es una ficción, es algo real. Si nos detenemos a pensar, seguro que encontramos muy cerca de no-sotros, incluso conocemos, a personas que son auténticos héroes porque viven con humildad su ser cristianos y desde su pequeñez y limitación realizan verdaderas hazañas, aunque no salgan en libros, cómics o películas. Y hoy el Señor nos llama a que nos unamos a ellos.

Sin esperar nada a cambio

Jesús está comiendo invitado por uno de los principales fariseos de la región. Lucas nos indica que los fariseos no dejan de espiarlo. Jesús, sin embargo, se siente libre para criticar a los invitados que buscan los primeros puestos e, incluso, para sugerir al que lo ha convidado a quiénes ha de invitar en adelante.

Es esta interpelación al anfitrión la que nos deja desconcertados. Con palabras claras y sencillas, Jesús le indica cómo ha de actuar: «No invites a tus amigos ni a tus hermanos ni a tus parientes ni a los vecinos ricos». Pero, ¿hay algo más legítimo y natural que estrechar lazos con las personas que nos quieren bien? ¿No ha hecho Jesús lo mismo con Lázaro, Marta y María, sus amigos de Betania?

Al mismo tiempo, Jesús le señala en quiénes ha de pensar: «Invita a los pobres, lisiados, cojos y ciegos». Los pobres no tienen medios para corresponder a la invitación. De los lisiados, cojos y ciegos, nada se puede esperar. Por eso, no los invita nadie. ¿No es esto algo normal e inevitable?

Jesús no rechaza el amor familiar ni las relaciones amistosas. Lo que no acepta es que ellas sean siempre las relaciones prioritarias, privilegiadas y exclusivas. A los que entran en la dinámica del reino de Dios buscando un mundo más humano y fraterno, Jesús les recuerda que la acogida a los pobres y desamparados ha de ser anterior a las relaciones interesadas y los convencionalismos sociales. 

¿Es posible vivir de manera desinteresada? ¿Se puede amar sin esperar nada a cambio? Estamos tan lejos del Espíritu de Jesús que, a veces, hasta la amistad y el amor familiar están mediatizados por el interés. No hemos de engañarnos. El camino de la gratuidad es casi siempre duro y difícil. Es necesario aprender cosas como éstas: dar sin esperar mucho, perdonar sin apenas exigir, ser más pacientes con las personas poco agradables, ayudar pensando sólo en el bien del otro.

Siempre es posible recortar un poco nuestros intereses, renunciar de vez en cuando a pequeñas ventajas, poner alegría en la vida del que vive necesitado, regalar algo de nuestro tiempo sin reservarlo siempre para nosotros, colaborar en pequeños servicios gratuitos.

Jesús se atreve a decir al fariseo que lo ha invitado: «Dichoso tú si no pueden pagarte». Esta bienaventuranza ha quedado tan olvidada que muchos cristianos no han oído hablar nunca de ella. Sin embargo, contiene un mensaje muy querido para Jesús: «Dichosos los que viven para los demás sin recibir recompensa. El Padre del cielo los recompensará».

José Antonio Pagola