II Vísperas – Domingo II de Adviento

II VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: JESUCRISTO, PALABRA DEL PADRE.

Jesucristo, Palabra del Padre,
luz eterna de todo creyente:
ven, Señor, porque ya se hace tarde,
ven y escucha la súplica ardiente.

Cuando el mundo dormía en tinieblas,
en tu amor, tú quisiste ayudarlo
y trajiste, viniendo a la tierra,
esa vida que puede salvarlo.

Ya madura la historia en promesas,
sólo anhela tu pronto regreso;
si el silencio madura la espera,
el amor no soporta el silencio.

Con María, la Iglesia te aguarda
con anhelos de esposa y de Madre
y reúne a sus hijos, los fieles,
para juntos poder esperarte.

Cuando vengas, Señor, en tu gloria,
que podamos salir a tu encuentro
y a tu lado vivamos por siempre,
dando gracias al Padre en el reino. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Mirad: viene el Señor con gran poder sobre las nubes del cielo. Aleluya.

Salmo 109, 1-5. 7 – EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»

Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.

En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Mirad: viene el Señor con gran poder sobre las nubes del cielo. Aleluya.

Ant 2. Aparecerá el Señor y no faltará: si tarda, no dejéis de esperarlo, pues llegará y no tardará. Aleluya.

Salmo 113 B – HIMNO AL DIOS VERDADERO.

No a nosotros, Señor, no a nosotros,
sino a tu nombre da la gloria;
por tu bondad, por tu lealtad.
¿Por qué han de decir las naciones:
«Dónde está su Dios»?

Nuestro Dios está en el cielo,
lo que quiere lo hace.
Sus ídolos, en cambio, son plata y oro,
hechura de manos humanas:

tienen boca, y no hablan;
tienen ojos, y no ven;
tienen orejas, y no oyen;
tienen nariz, y no huelen;

tienen manos, y no tocan;
tienen pies, y no andan;
no tiene voz su garganta:
que sean igual los que los hacen,
cuantos confían en ellos.

Israel confía en el Señor:
él es su auxilio y su escudo.
La casa de Aarón confía en el Señor:
él es su auxilio y su escudo.
Los fieles del Señor confían en el Señor:
él es su auxilio y su escudo.

Que el Señor se acuerde de nosotros y nos bendiga,
bendiga a la casa de Israel,
bendiga a la casa de Aarón;
bendiga a los fieles del Señor,
pequeños y grandes.

Que el Señor os acreciente,
a vosotros y a vuestros hijos;
benditos seáis del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
El cielo pertenece al Señor,
la tierra se la ha dado a los hombres.

Los muertos ya no alaban al Señor,
ni los que bajan al silencio.
Nosotros, sí, bendeciremos al Señor
ahora y por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Aparecerá el Señor y no faltará: si tarda, no dejéis de esperarlo, pues llegará y no tardará. Aleluya.

Ant 3. El Señor es nuestro legislador, el Señor es nuestro rey: él vendrá y nos salvará.

Cántico: LAS BODAS DEL CORDERO – Cf. Ap 19,1-2, 5-7

El cántico siguiente se dice con todos los Aleluya intercalados cuando el oficio es cantado. Cuando el Oficio se dice sin canto es suficiente decir el Aleluya sólo al principio y al final de cada estrofa.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios
(R. Aleluya)
porque sus juicios son verdaderos y justos.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Alabad al Señor sus siervos todos.
(R. Aleluya)
Los que le teméis, pequeños y grandes.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo.
(R. Aleluya)
Alegrémonos y gocemos y démosle gracias.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Llegó la boda del cordero.
(R. Aleluya)
Su esposa se ha embellecido.
R. Aleluya, (aleluya).

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Señor es nuestro legislador, el Señor es nuestro rey: él vendrá y nos salvará.

LECTURA BREVE Flp 4, 4-5

Estad siempre alegres en el Señor. Otra vez os lo digo: Estad alegres. Que vuestra bondad sea conocida de todos. El Señor está cerca.

RESPONSORIO BREVE

V. Muéstranos, Señor, tu misericordia.
R. Muéstranos, Señor, tu misericordia.

V. Y danos tu salvación.
R. Muéstranos, Señor, tu misericordia.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Muéstranos, Señor, tu misericordia.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Dichosa tú, María, que has creído; porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá. Aleluya.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Dichosa tú, María, que has creído; porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá. Aleluya.

PRECES

Hermanos, oremos a Cristo, el Señor que viene a salvar a todos los hombres, y digámosle confiadamente:

Ven, Señor Jesús.

Señor Jesucristo, que por el misterio de la encarnación manifestaste al mundo la gloria de tu divinidad,
vivifica al mundo con tu venida.

Tú que participaste de nuestra debilidad,
concédenos tu misericordia.

Tú que en tu primera venida viniste humildemente para salvar al mundo de sus pecados,
absuélvenos de todas las culpas, cuando vuelvas de nuevo con gloria y majestad.

Tú que lo gobiernas todo con tu poder,
ayúdanos, por tu bondad, a alcanzar la herencia eterna.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que estás sentado a la derecha del Padre,
alegra con la visión de tu rostro a nuestros hermanos difuntos.

Con el deseo de que la luz de Cristo ilumine a todos los hombres, digamos al Padre:

Padre nuestro…

ORACION

Te pedimos, Dios misericordioso, que en nuestra alegre marcha hacia el encuentro de tu Hijo no tropecemos en impedimentos terrenos, sino que, guiados por la sabiduría celestial, merezcamos participar de la gloria de aquel que vive y reina contigo.

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

Lectio Divina – 4 de diciembre

Lectio: Domingo, 4 Diciembre, 2016

El anuncio de Juan Bautista en el desierto
Mateo 3, 1-12

1. Oración inicial

Señor Jesús, envía tu Espíritu, para que yo sepa que soy pequeño como Zaqueo, pequeño de estatura moral, pero dáme la fuerza de levantarme un poco de la tierra, empujado por el deseo de verte pasar en este período de adviento, de conocerte y de saber qué eres tú para mí. Señor Jesús, Maestro bueno, suscita en nuestro corazón con la potencia de tu Espíritu el deseo de comprender tu Palabra que nos revela el amor salvífico del Padre.

2. Lee la palabra

Mateo 3, 1-121 Por aquellos días se presenta Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea: 2«Convertíos porque ha llegado el Reino de los Cielos.» 3 Este es de quien habló el profeta Isaías cuando dice: Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas.
4 Tenía Juan su vestido hecho de pelos de camello, con un cinturón de cuero a su cintura, y su comida eran langostas y miel silvestre.  5 Acudía entonces a él Jerusalén, toda Judea y toda la región del Jordán, 6 y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados.7Pero viendo venir muchos fariseos y saduceos a su bautismo, les dijo: «Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira inminente? 8 Dad, pues, fruto digno de conversión,  9 y no creáis que basta con decir en vuestro interior: `Tenemos por padre a Abrahán’; porque os digo que puede Dios de estas piedras suscitar hijos a Abrahán. 10 Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego. 11 Yo os bautizo con agua en señal de conversión; pero aquel que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de llevarle las sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. 12 En su mano tiene el bieldo y va a limpiar su era: recogerá su trigo en el granero, pero la paja la quemará con fuego que no se apaga.»

3. Momento de silencio orante

Todo hombre tiene en su corazón muchas preguntas que hacer a quienquiera que lo escuche, pero tiene ante todo necesidad de saber escuchar, acordándose que es Jesús el que le está hablando. Déjate guiar hacia la interioridad, allá donde la Palabra resuena con todo su peso de verdad y de amor, con toda su fuerza terapéutica y transformante. El silencio orante te pide pararte “dentro”, firme completamente a los pies del Señor y recoger todas las propias energías para escuchar sólo a Él. ¡Párrate y escucha!.

4. Para comprender la Palabra 

a) Cómo se articula la trama del pasaje:

En este domingo de adviento nos viene al encuentro la figura del Juan el Bautista, un personaje semejante a un roble, como dio a entender Jesús un día delineando su personalidad: “¿Acaso habéis ido a ver una caña batida por el viento?” (Mt 11, 7). El perfil del Bautista que la liturgia nos propone viene presentado en dos grandes bloques: 3,1-6, figura y actividad de Juan; 3,7-12, su predicación. Dentro de estas dos partes se pueden separar unidades más pequeñas que determinan la articulación del texto. En 3,1-2 Juan es presentado como aquel que predica la “ conversión”, porque “ el reino de los cielos se está acercando”. Este llamamiento es como un hilo rojo que atraviesa toda la actividad de Juan: se vuelve a tomar en 3,8.12. El motivo de tal anuncio de conversión se da por el inminente juicio de Dios, que es comparado a la tala de todo árbol seco para tirarlo al fuego y ser quemado (3,10) y a aquella operación de aventar que los campesinos hacen en la era para separar el grano de la paja, que se ha de quemar también en el fuego (3,12). La imagen del fuego que caracteriza la última parte de nuestro pasaje litúrgico, muestra la urgencia de prepararse a este acontecimiento del juicio de Dios.

El texto presenta la siguiente articulación:

Mateo 3,1-3: En esta primera pequeña unidad “la voz que grita en el desierto” de Isaías 40,2 se identifica con la voz del Bautista que invita a la conversión “en el desierto de Judea”;

Mateo 3,4-6: sigue una breve unidad que de un modo pintoresco delinea la figura tradicional de Juan: es un profeta y un asceta; por su identidad profética viene unido a Elías, de hecho viste como el profeta de Tesbis. Un detalle geográfico y espacial describe el movimiento de mucha gente para recibir el bautismo de inmersión en las aguas del Jordán, en un clima penitencial. La influencia de su actividad profética no está circunscrita a un lugar restringido, sino que abarca toda la región de la Judea y que comprende a Jerusalén y el territorio a lo largo del Jordán.

Mateo 3,7-10: se presenta un grupo particular que se acerca a Juan a recibir el bautismo, son los “fariseos y saduceos”. A ellos se dirige Juan con un lenguaje muy duro, para que desistan de su falsa religiosidad y pongan la atención en el “llevar fruto” para huir del juicio de condenación

Mateo 3,11-12: se puntualiza el significado del bautismo en relación con la conversión y sobre todo la diferencia de los dos bautismos y de los respectivos protagonistas: el de Juan es con agua para la conversión; el de Jesús “el más fuerte que viene después”, es con Espíritu santo y fuego.

b) El mensaje del texto:

Con un estilo típicamente bíblico-narrativo Mateo presenta la figura y la actividad de Juan Bautista en el desierto de la Judea. Esta última indicación geográfica intenta situar la actividad de Juan en la región de la Judea, mientras Jesús desarrollará su misión en Galilea. Para Mateo la actividad de Juan está completamente orientada y subordinada hacia “aquel que debe venir”, la persona de Jesús. Además, Juan es presentado como el grande y valeroso predicador que ha preanunciado el inminente juicio de Dios.

El mensaje del Bautista consiste en un preciso imperativo, “convertíos” y en un motivo también muy claro: “porque el reino de los cielos está cerca”. La conversión adquiere un gran relieve en la predicación del Bautista, aunque al principio no aparece todavía clara en su contenido. En 3,8, sin embargo, se indican los frutos de la conversión para expresar una nueva orientación que dar a la propia existencia. Tal indicación, por un lado, se coloca en la línea de los profetas que entendían la hecho de la conversión en el abandono radical de todo aquello que hasta ahora tenía un valor; por otro lado, va más allá e intenta demostrar que la conversión es un dirigirse hacia el “reino de los cielos”, hacia una novedad que se presenta inminente con sus exigencias y prospectivas. Se trata de dar un cambio decisivo en la vida orientándola en una nueva dirección: el “reino de los cielos” da fundamento y define la conversión , no una serie de esfuerzos humanos. La expresión “reino de los cielos” está para indicar que Dios se revelará a todos los hombres y con gran potencia. Juan dice que tal revelación de Dios es inminente, no está lejana.

La actividad profética de Juan tiene el deber de preparar a sus contemporáneos a la venida de Dios en Jesús, con los rasgos de la figura de Elías. Interesante son los motivos, las imágenes con las que viene interpretada la figura del Bautista, entre ellas el cinturón de cuero ceñido en los costados, un signo de reconocimiento de profeta Elías (2 Re 1,8); el manto tejido de pelos de camello es un vestido típico del profeta, según Zacarías 13,4. Se trata de una identificación directa entre el profeta Elías y Juan. Seguramente tal interpretación es la respuesta del evangelista a una objeción judaica de aquel tiempo: ¿ cómo puede ser Jesús el Mesías, si primero no viene Elías?

Con su actividad profética Juan consigue mover grandes muchedumbres, también Elías había reconducido al pueblo entero a volver a la fe en Dios (1 Re 18). El bautismo de Juan no es importante porque sean grandes muchedumbres las que lo reciben, sino que tiene valor porque va acompañado de precisos compromisos de conversión. Además no es un bautismo que tiene el poder de borrar los pecados, sólo la muerte de Jesús tiene este poder, pero imprime sin embargo una nueva orientación que dar a la vida.

También los “fariseos y saduceos” se acercan a recibirlo, pero se acercan con ánimo hipócrita, sin una verdadera decisión de convertirse. Obrando así, no podrán huir del juicio de Dios. La invectiva de Juan hacia este grupo lleno de falsa religiosidad, subraya que la función de su bautismo, acogido con sincera decisión de cambiar de vida, protege a quien lo recibe del inminente juicio de Dios.

¿De qué modo se hará visible una tal decisión de convertirse?. Juan se abstiene de dar precisas indicaciones, se limita sólo a indicar el motivo: evitar el juicio punitivo de Dios. Se pudiera decir en un lenguaje propositivo que el fin de la conversión es Dios, el radical reconocimiento de Dios, el orientar de un modo todo nuevo la propia vida hacia a Dios.

En tanto “los fariseos y saduceos” no están disponibles a convertirse, en cuanto ponen su confianza y esperanza en la descendencia de Abrahán: en cuanto que pertenecen al pueblo elegido están seguros de que Dios, por méritos de sus padres, les concederá la salvación. Juan pone en duda esta falsa seguridad con dos imágenes: la del árbol y la del fuego.

Ante todo la imagen del árbol que se tala, en el Antiguo Testamento recuerda al juicio de Dios. Un texto de Isaías así lo describe: “He ahí el Señor Dios de los ejércitos, que rompe los árboles con estruendo, las punta más altas son derribadas, las cimas son abatidas”. Por su parte la imagen del fuego tiene la funión de expresar la “ira inminente ” que se manifestará con el juicio de Dios (3.7) En síntesis, se muestra la apremiante inminencia de la venida de Dios: los que escuchan deben abrir los ojos sobre lo que les espera

Finalmente la predicación de Juan hace un confrontamiento entre los dos bautismos, las dos personas, la de Juan y la del que debe venir. La diferencia substancial es que Jesús bautiza con espíritu y fuego, mientras Juan sólo con agua, un bautismo para la conversión. Tal distinción subraya que el bautismo de Juan está completamente subordinado al de Jesús. Mateo anota que el bautismo con el espíritu ya se ha realizado, precisamente en el bautismo cristiano, como afirma la escena del bautismo de Jesús, mientras aquel del fuego debe todavía llegar y sucederá en el juicio que Jesús dará.

El final de la predicación de Juan presenta, pues, la descripción del juicio que cae sobre la comunidad con la imagen de la paja. La misma acción que el campesino hace en la era cuando separa el grano de la paja, así será realizada por Dios en el juicio sobre la comunidad.

5. Para meditar

a) Espera de Dios y conversión:

La predicación de Juan, mientras nos recuerda que la venida de Dios en nuestra vida es siempre inminente, nos invita también con energía a la penitencia que purifica el corazón lo vuelve capaz del encuentro con Jesús que viene al mundo de los hombres y lo abre a la esperanza y al amor universal.

Tiene una frase el cardenal Newmann que nos puede ayudar a comprender esta nueva orientación que la Palabra de Dios intenta sugerir como urgente: “Aquí en la tierra vivir es cambiar y ser perfecto es haber cambiado muchas veces”. Cambiar se ha de entender en la óptica de la conversión; un cambio íntimo del corazón del hombre. Vivir es cambiar. En el momento en que este deseo de cambiar desaparece, tú ya no eres un vivo. Una confirmación se nos da en el Apocalipsis cuando el Señor dice: “Parece que estás vivo, pero estás muerto” (3,1) Además “ser perfecto es haber cambiado muchas veces”. Parece que el cardenal Newmann quisiera decir: “ El sentido del tiempo es mi conversión” También este tiempo de adviento se mide en función del proyecto que Dios tiene sobre mí. Debo continuamente abrirme a la novedad de Dios, estar disponible a dejarme renovar por Él.

b) Aceptar el Evangelio:

Es la condición para convertirse: El evangelio no es sólo un contenido de mensaje, sino que es una Persona que te pide venir a tu vida. Aceptar el Evangelio en este domingo de Adviento significa abrir la puerta de la propia vida a aquel que Juan el Bautista ha definido como el más fuerte. Esta idea está expresada muy bien por Juan Pablo II: “Abrid las puertas a Cristo…” Aceptar Cristo que me viene al encuentro con su palabra definitiva de salvación. Nos vienen a la mente las palabras de San Agustín que decía: “Temo al Señor que pasa”. Tal pasaje del Señor podría encontrarnos en un momento de nuestra vida distraídos y superficiales.

c) El adviento: El tiempo de las almas interiores:

Una evocación mística sacada de los escritos de la Beata Isabel de la Trinidad nos ayuda a descubrir la conversión como tiempo, ocasión de sumergirse en Dios, de exponerse al fuego del amor que purifica y transforma nuestra vida: He aquí el sagrado tiempo del adviento que, más que de otro, se puede llamar el tiempo de las almas interiores, de aquellas, que viven siempre y en cada cosa “escondidas en Dios con Cristo”, al centro de ellas mismas. En la espera del gran misterio [ de la Navidad]…pidámosle que nos haga verdaderos en nuestro amor, o sea que nos transforme…es bello pensar que la vida de un sacerdote, como la de la carmelita, es un ¡adviento que prepara la encarnación en las almas! David canta en un salmo que “el fuego caminará delante del Señor” ¿Y no es el amor aquel fuego? ¿Y no es también nuestra misión preparar los caminos del Señor a través de nuestra unión con aquel que el Apóstol llama un “fuego devorador”? A su contacto nuestra alma se convertirá en una llama de amor que se expande por todos los miembros del cuerpo de Cristo que es la Iglesia” (Carta al Rev. Sacerdote Chevignard, en Escritos, 387-389).

6. Salmo 71 (72)

La Iglesia ora con este salmo en el tiempo de adviento para expresar la espera de su rey de paz, liberador de los pobres y de los oprimidos.

Reina con justicia a tu pueblo

Confía, oh Dios, tu juicio al rey,
al hijo de rey tu justicia:
que gobierne rectamente a tu pueblo,
a tus humildes con equidad. 

Florecerá en sus días la justicia,
 prosperidad hasta que no haya luna;
dominará de mar a mar,
desde el Río al confín de la tierra. 

Pues librará al pobre suplicante,
al desdichado y al que nadie ampara;
se apiadará del débil y del pobre,
salvará la vida de los pobres.

¡Que su fama sea perpetua,
que dure tanto como el sol!
¡Que sirva de bendición a las naciones,
y todas lo proclamen dichoso!

7. Oración final

Señor Jesús, conducidos por la palabra fuerte y vigorosa de Juan el Bautista, tu precursor, deseamos recibir tu bautismo de Espíritu y fuego. Tú sabes cuantos miedos, perezas espirituales e hipocresía albergan nuestros corazones. Estamos convencidos que en tu bieldo quedaría de nuestra vida poco grano y mucha paja, pronta para el fuego inextinguible. Te decimos desde lo más profundo del corazón: Ven a nosotros en la humildad de tu encarnación, de tu humanidad cargada de nuestros límites y pecado y danos el bautismo de la inmersión en el abismo de tu humildad. Concédenos estar inmersos en aquellas aguas del Jordán que fluyen de tu divino costado atravesado en la cruz y haz que te reconozcamos verdadero Hijo de Dios, verdadero Salvador nuestro. En este adviento llévanos al desierto del expolio, de la conversión, de la soledad, de la penitencia para experimentar el amor del tiempo primaveral. Que tu voz no quede en el desierto, sino que resuene en nuestro corazón de modo que toda nuestra vida, inmersa – bautizada en tu Presencia pueda convertirse en novedad de amor. Amén.

II Domingo Adviento

El libro de los Hechos de los Apóstoles nos narra la historia de Pablo que, al encontrar en Éfeso un grupo de creyentes les preguntó:”¿Habéis recibido el Espíritu Santo cuando os hicisteis creyentes?” “No!”, fue lo que ellos le respondieron, “ni siquiera hemos oído hablar de un Espíritu Santo” A lo que Pablo respondió: “Pues, entonces, ¿qué Bautismo habéis recibido?” “El de Juan Bautista”, fue su respuesta. Y fue entonces cuando Pablo les citó el mensaje dado por Juan en el Evangelio que hoy hemos escuchado: “ Yo os bautizo con agua…Pero el que viene detrás de mi…os bautizará con el Espíritu Santo y fuego”. 

Juan era un buscador, un profeta de ojo avizor, que miraba tanto delante como detrás de si. Un profeta –incluso, pudiera decirse- el prototipo de profeta. Ésa es la razón por la que no ha muerto en su lecho, sino decapitado. Manera normal de morir para un profeta. Predicó en el desierto. No se fue a predicar en las calles de las ciudades, cosa que hacían otros profetas. Era el espíritu que sopla en el desierto… Obligaba a quienes se sentían atraídos por su mensaje a venirse al desierto, dejando de lado sus ocupaciones, sus casas, sus campos. Les obligaba a dar consigo mismo , con su historia, con su vida, desde la perspectiva propia del desierto.

En el corazón de la enseñanza de Juan se halla el mensaje de que Dios viene. Hay uno que viene después que Juan. “Quien viene tras de mi”, expresión que puede tener diferentes sentidos. El primer sentido pudiera muy bien ser el de que Jesús fue durante algún tiempo uno de los discípulos de Juan. En efecto “venir tras uno” significa en el lenguaje de la Biblia ser su discípulo. Pero la expresión de que Jesús “viene” se halla henchida de varias significaciones profundas. Dios es el Emmanuel, el Dios con nosotros, presente en nuestra vida de cada día, en la vida cotidiana de todo ser humano.

Ahora es cuando podemos leer una vez más la primera lectura (del libro de Isaías) y ver en ella el mensaje de que Dios quiere una humanidad sin fronteras, sin guerras, sin lobos ni serpientes, sin hombres violentos. Quiere una humanidad que se vea sellada por la armonía – armonía entre mujeres y hombres, entre los humanos y cuanto los rodea; una humanidad sellada por la justicia, sin privilegios, sin pobres oprimidos, sin jueces inicuos; una humanidad en la que no se vean las naciones separadas por las montañas y los barrancos de sus religiones, de sus credos políticos, de sus sistemas teológicos o filosóficos.

¿Una utopía? ¡Por supuesto!, lo mismo que la invitación a ser perfectos como es perfecto nuestro Padre de los cielos. Una utopía a la que merece la pena consagrar toda nuestra vida. Un ideal y un fin que no podremos alcanzar más que por un único camino, el de la conversión. Y eso es precisamente lo que el Espíritu del desierto, que hablaba por boca de Juan, exigía de nosotros. La conversión radical que Fariseos y Saduceos no eran capaces de llevar a cabo, tampoco a nosotros, lo mismo que a ellos nos es posible realizar. Precisamos del bautismo de fuego: es decir, de la acción del Espíritu, del viento ardiente del desierto, que ha de consumir todas las impurezas y manchas de nuestras vidas y de nuestros corazones.

La profecía de Isaías nos pinta un cuadro en el que un jovenzuelo conduce juntos al lobo y al cordero, al leopardo y al cabrito, al ternero y al cachorro de león; en que la vaca y el oso pastarán en el mismo pasto, el león comerá con el buey, y el niño de pecho jugará en el nido del aspid. ¡Sí! En esa dirección va el movimiento de la historia. Lo que no es obstáculo, sin embargo, para que la prensa de todos los días que la violencia, la sed de poder y del dinero se halla siempre presentes. Tantos crímenes cada día nos recuerdan que no se halla aún todo el mundo lleno de un espíritu de amor y de paz…¿Y nosotros?

La llamada a la conversión que nos viene del soplo ardiente del desierto, por boca de Juan el Bautista, es una llamada personal dirigida a cada uno de nosotros.

¡Ojalá la escuchemos de una manera especial en este breve tiempo del Adviento!

A. Veilleux

Peones camineros

Cuando yo era niño, recuerdo que existía una profesión humilde: la de peón caminero. Se trataba del obrero que, con su pico, su pala y algún otro artilugio, se ocupaba de la conservación y reparo de los caminos públicos; siempre había alguno en el corto recorrido de mi casa a la escuela y los veíamos, al ir y al venir, apostados en ambas márgenes de la carretera.

Y, mira por dónde, Juan el Bautista, el precursor, dando cumplimiento a la profecía de Isaías, nos encomienda el oficio de «peones camineros» de Jesús:«¡Preparad el camino del Señor; abrid sendas rectas para él!».

Nuestra primera tarea como «camineros» del Niño que va a nacer podría consistir en limpiar las orillas de la calzada de malas hierbas que brotan sin saber exactamente por qué y que nos hacen daño: son la envidia, el rencor, la venganza…, lastres que ensombrecen el camino… Otra de las enfermedades de la carretera es la abundancia de piedras y pedruscos que dificultan y entorpecen nuestros pasos: son los malos quereres, la intolerancia, la intransigencia, el condenar al que yerra, el aplicar la ley con ensañamiento a quien se ha desviado, el lapidar a la adúltera, el menospreciar al marginado… En nuestra carretera constatamos a menudo que aparecen baches y también badenes. Son nuestras carencias y nuestros atuendos supérfluos: lo que nos falta para embellecer la ruta y lo que nos sobra, lo que obstaculiza e impide un recorrido ágil y airoso. Quizá nos falta coraje, entusiasmo, convicción, voluntad decidida para llevar a cabo nuestra tarea, y tal vez estemos sobrados de desidia, de pesimismo, de indiferencia, de ese producto híbrido al que llamamos tibieza… Necesitamos urgentemente la «conversión».

De hecho, Juan el Bautista comenzó a predicar con esta consigna: «Convertíos, porque el reino de Dios está muy cerca». Y la conversión consiste en adecuar nuestro modo de pensar y de vivir al modo de vivir y de pensar de Jesús, cotejar nuestro «retrato» con el suyo, constatar lo que nos falta y lo que nos sobra, y adquirir lo primero, desechando lo segundo. Porque, como explicó el profeta Isaías, citando al propio Yavéh: «Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son mis caminos. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis^ pensamientos más que vuestros pensamientos».

Tomar en serio nuestra conversión es la manera más lograda de preparar el camino del Señor, de proporcionar «sendas rectas» para él.

Si conseguimos limpiar y adecentar el modesto pesebre de nuestro corazón, habremos preparado una autopista bella y lozana para que venga Jesús en la Navidad y se encuentre cómodo y a gusto. Habremos cumplido con la encomienda que se nos ha hecho de «arreglar la carretera», dignificando el honroso oficio de «peones camineros».

Pedro Mari Zalbide

Amoris laetitia – Francisco I

193. La ausencia de memoria histórica es un serio defecto de nuestra sociedad. Es la mentalidad inmadura del «ya fue». Conocer y poder tomar posición frente a los acontecimientos pasados es la única posibilidad de construir un futuro con sentido. No se puede educar sin memoria: «Recordad aquellos días primeros» (Hb 10,32). Las narraciones de los ancianos hacen mucho bien a los niños y jóvenes, ya que los conectan con la historia vivida tanto de la familia como del barrio y del país. Una familia que no respeta y atiende a sus abuelos, que son su memoria viva, es una familia desintegrada; pero una familia que recuerda es una familia con porvenir. Por lo tanto, «en una civilización en la que no hay sitio para los ancianos o se los descarta porque crean problemas, esta sociedad lleva consigo el virus de la muerte»[218], ya que «se arranca de sus propias raíces»[219]. El fenómeno de la orfandad contemporánea, en términos de discontinuidad, desarraigo y caída de las certezas que dan forma a la vida, nos desafía a hacer de nuestras familias un lugar donde los niños puedan arraigarse en el suelo de una historia colectiva.


[218] Ibíd.
[219] Discurso en el Encuentro con los Ancianos (28 septiembre 2014): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 3 de octubre de 2014, p. 6.

Domingo, día del Señor

Está visto que el sistema de organización y de apostolado, que hasta ahora ha seguido la Iglesia, se está hundiendo. Esto preocupa y da miedo a mucha gente. ¿Por qué no pensamos que lo que hace falta es modificar la organización y el apostolado que, hasta ahora ha puesto en práctica esta Iglesia nuestra? Esto es lo que nos viene a decir Juan Bautista. La importancia de este gran profeta radica en que este personaje singular presenta las claves que explican lo que realmente representó la figura de Jesús, su vida, su mensaje y su destino final. Desde este punto de vista, lo primero que salta a la vista es que Juan fue un «hombre marginal» en la sociedad y en la religión judía de aquel tiempo. Es decir, Juan vivió en los márgenes de aquella sociedad y de aquella religión. El sitio en que vivió (el desierto), su forma de vida (vestimenta y comida estrafalaria), su mensaje de denuncia que le enfrentó con los poderes, tanto religiosos como políticos. Todo eso indica a las claras que Juan no fue un hombre integrado en el sistema, sino «auto-excluido» de aquel sistema de poderes y creencias. Esto es lo más patente que se advierte en la vida de Juan Bautista.

Juan vivió así porque así vivieron los «grandes profetas» de Israel, hombres que vivieron en los límites e incluso fuera de los límites de aquella sociedad. Los profetas bíblicos presentaron y propusieron un «mundo alternativo»: otra forma de ver la vida, otros valores, otros criterios. Por eso, los profetas «trataron con reyes, profetas y sacerdotespero, al hablar de un mundo alternativo, no decían lo que quería escuchar la élite». Esto explica por que Juan vivió y habló como profeta de un mundo distinto y nuevo. Porque, para hacer eso, no se puede ser «funcionario» del sistema, sino un «auto-excluido» frente al sistema.

Esto es lo que tendría que hacer el clero, empezando por los obispos. Pero eso será posible el día que los cristianos creamos de verdad en la fuerza del Evangelio. No solo para creerlo. Sino sobre todo para practicarlo. A partir de estos criterios, se comprende lo que Juan Bautista representó y quiso. Así se prepara el camino del Señor. Mediante la denuncia, la exigencia, la urgencia de un cambio de vida. Pero eso se puede hacer solamente a partir de una «autoridad» que solo la tiene el que no está integrado en aquello que denunciaDesde la pompa y el boato, ¿cómo se va a denunciar la maldad y la ridiculez que entrañan la pompa y el boato?

José María Castillo

Algo que hacer durante la espera

No es sólo cuestión de aspecto y de dieta

Un tipo algo extravagante este Juan Bautista, encargado de advertirnos de la cercanía del Reino.
 

Tiene un aspecto francamente excéntrico: una especie de túnica hecha de pelos de camello, ceñida la cintura -que debía ser de una delgadez impresionante- por una tosca correa de cuero.
 

Más curiosa es todavía su dieta: saltamontes y miel silvestre. Parece ser que los saltamontes tostados o a la brasa eran también el plato preferido de los esenios.
 

De todas formas, esos insectos se cocinaban de muchas maneras: con agua y sal (más o menos como nuestros cangrejos), o bien secados al sol y mojados en miel o vinagre, o también machacados y amasados con harina para obtener galletas crujientes (seguro que después de rebuscar por la cocina de los conventos… y hasta de los ángeles, algunos, preocupados por la salvación del cuerpo de sus hermanos, acabarán proponiendo oportunas recetas con las «exquisiteces» culinarias de los hombres del desierto…).
 

No cabe duda de que las personas de sentido común pensaban que el Bautista estaba loco.
 

Era ciertamente un personaje arisco, intratable, huraño, indomesticable; había que acercarse a él con las debidas precauciones.
 

Por eso choca su contraste con el personaje principal. Jesús se presenta de incógnito, adoptando un talante discreto, mezclándose con la gente común. No hace nada por llamar la atención de los demás. Pasa inadvertido. Nadie se da cuenta de él. No lleva ni el vestido solemne de las divinidades ni los harapos andrajosos de los penitentes. …Pero es ese loco el que se da cuenta, el que lo denuncia, el que señala su presencia.
 

Y entonces uno se pregunta espontáneamente si acaso hoy no serán también las buenas maneras, la oficialidad y la prudencia, las complejas mediaciones de todo tipo y los doctos razonamientos, sino la singularidad, la locura, la simplicidad, la libertad, el auténtico anticonformismo, la inmediatez y la llaneza sencilla del cristiano, la forma más adecuada para manifestar o al menos para hacer sospechar la presencia del Señor.
 

Juan tiene ciertamente pelos en el vestido, pero no los tiene en la lengua.
 

Cuando se encuentra ante los exponentes religiosos más distinguidos, no vacila en echarles un jarro de agua fría («¡raza de víboras!»), en amenazarles («¿quién os ha enseñado a escapar de la ira inminente?»), en invitarles a que cambien de conducta («dad el fruto que pide la conversión»), en avisarles de que han de acabar con la presunción y el esnobismo de los privilegiados (« …y no os hagáis ilusiones pensando: `Abrahán es nuestro padre’, pues os digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán de estas piedras»).
 

No faltó seguramente alguien que protestara de que el Bautista hacía una crítica demoledora (la verdad es que derribaba los tinglados, quitaba las caretas, denunciaba las hipocresías), de que atacaba a la autoridad, de que hería y hacía sufrir a los fariseos y saduceos (lo cierto es que, si la verdad hace sufrir, la culpa no es del que la dice, sino del que… no la puede aguantar…).
 

Cuando llega la ocasión, Juan lanza invectivas violentas. Parece que nunca tuvo que desmentirse, que rectificar, que aclarar las cosas.
 

También él reproduce, al menos en el lenguaje, la figura del «siervo» que había esbozado proféticamente Isaías: «Herirá al violento con el látigo de su boca, con el soplo de sus labios matará al impío».
 

Un día el Bautista abandonará el desierto y sus platos suculentos de saltamontes a la brasa con miel, para entrar en el palacio de Herodes (probablemente sin el ceremonial reservado a los magnates). Pero saldrá de allí sin la cabeza sobre los hombros. Una vez más tuvo el coraje de decir la verdad a los que no les gustaba demasiado. Y no tuvo en cuenta las advertencias de los cortesanos y cortesanas que probablemente le recomendaron que no hiciera sufrir al rey…
 

…¿Seremos capaces de adoptar al personaje poco cómodo y bastante chocante del Bautista como guía hacia la navidad, y quizás más allá todavía?
 

Un camino hacia Dios

Juan nos invita a construir un camino. Pero al citar el texto de Isaías, debió hacerle caer en el error una puntuación equivocada (o quizás fue Mateo el que se trabó en alguna coma u otro signo de puntuación).
 

De todas formas el texto está claro: el camino que hay que trazar pasa por el desierto.
 

En Babilonia debió existir una avenida principal (podemos deducirlo de algunas canciones y de las excavaciones arqueológicas). Algo parecido a los Foros imperiales de Roma o los Campos Elíseos de París. Los deportados hebreos debieron asistir allí, con cierta admiración pero también con una mezcla de rabia contenida y de humillación, a los desfiles triunfales, a las manifestaciones solemnes para celebrar las empresas gloriosas y las victorias alcanzadas por el soberano.
 

Isaías pretende que también preparemos una «avenida» para el Señor. Desde luego, esa «avenida» no tiene nada que ver con los bulevares de las ciudades más famosas, con el paseo del Prado, con la Diagonal, ni siquiera -guardando las debidas proporciones- con la calle Preciados.
 

El camino del Señor pasa a través del desierto. El «paseo» dedicado a Dios es una pista que atraviesa un paisaje árido e inhóspito. Pero ése es el camino de la liberación.
 

Dios llega a través del camino poco triunfal de la debilidad, de la pequeñez, de la pobreza, de la modestia, de la sencillez.
 

El poder y la gloria de Dios no se manifiestan en cortejos imponentes y solemnes (que sólo sirven para oscurecer, banalizar y hasta ridiculizar la majestad divina).
 

La gloria de Dios es la felicidad de su pueblo. Su triunfo es la liberación.
 

El honor de Dios sale realmente a flote cuando un oprimido levanta la cabeza, cuando en el horizonte del pobre se vislumbra un rayo de esperanza.
 

La manifestación de Dios se lleva a cabo a lo largo del camino fatigoso de la vida cotidiana.
 

También para nosotros se trata de recorrer, durante el Adviento, un camino con algunas luces y decoraciones artificiales y frivolidades de menos, pero jalonado por algo serio, comprometedor, en la línea de la libertad, de lo simple y de lo esencial, y posiblemente en una dimensión de escondimiento.
En una palabra, se trata de eliminar la hojarasca y de recuperar la seriedad. Todos necesitamos salir de Babilonia. 
 

Y nuestro camino por el desierto, el que lleva al encuentro con el Dios que viene, puede llamarse «conversión» («¡Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos!»).
 

La única forma realmente nueva de celebrar la Navidad es la de festejarla como convertidos.
 

Y entretanto…

La visión de Isaías (primera lectura) puede parecer pura utopía. Pero no es así. Asegurar a los pobres un poco más de justicia, preocuparse realmente de los oprimidos, hablar con franqueza sin tener en cuenta nuestros intereses inmediatos y las susceptibilidades del poderoso, no hacerse cómplices de los bribones que mandan en la escena y no caer en sus redes, todo esto es algo que podemos hacer ya desde hoy. No juzgar «según las apariencias» y no tomar decisiones por lo que se sabe «de oídas» o por razonamientos necios, constituye un compromiso elemental que hay que llevar a la vida de cada día. Entretanto podríamos intentar no dejarnos llevar de las etiquetas colgadas abusivamente al cuello de las personas poco simpáticas. No condenar una película, un libro, un documento, antes de haber tenido la honestidad elemental de verlos o leerlos directamente (y de intentar al menos comprenderlos).
 

Ciertamente, aún está lejos el día en que «el lobo habite con el cordero» y la pantera se tumbe junto al cabrito, y el niño pueda jugar con la hura del áspid.
 

Pero, entretanto, podríamos comenzar por una comunión aceptablemente serena entre los hermanos en la fe, sin reprocharles presuntas culpas e infidelidades, sin reivindicar con jactancia derechos de primogenitura (Dios puede sacar cristianos hasta de las piedras).
 

Podríamos, entretanto, tratar de convivir sin devorarnos mutuamente con acusaciones, maledicencias, descalificaciones, chismorreos.
 

Podríamos, entretanto, mirarnos a la cara sin desconfianza ni sospechas.
 

También Pablo (segunda lectura) nos propone algo que, entretanto, podemos hacer. Por ejemplo, «acogernos» unos a otros como Cristo nos acoge. Sin tener en cuenta los gustos, las simpatías o antipatías, los prejuicios, y sin obligar a nadie a dar incienso a nuestros líderes carismáticos, a nuestros maestros, a nuestros «divos» idolatrados por encima del sentido común del pudor.
 

Se trata de «tener los mismos sentimientos», a pesar de las diferencias legítimas y de los inevitables conflictos.
 

¡Se trata de lograr una unidad rica en diversidad!

Aguardando a insertarnos en aquella armonía universal y total que será el Reino definitivo, se puede y se debe, entretanto, repudiar los celos, la mezquindad, la rivalidad, las discriminaciones tontas y las disputas más tontas todavía.
 

Y «cuando resulte difícil acoger a alguien, no hay que mirar a esa dificultad, sino a Jesús».
 

La esperanza en un porvenir distinto, luminoso, se vive haciendo entretanto las cosas que se pueden y se deben hacer enseguida. También ésta es una forma de esperar la Navidad: ponerse, entretanto, manos a la obra.

A. Pronzato

¿Qué le vamos a regalar?

En Navidad es muy común hacer regalos. Y a la hora de elegirlos, lo lógico es que pensemos en la persona que los va a recibir: debemos pensar en sus gustos, que quizá no coincidan con nuestros propios gustos; debemos pensar en el estilo de vida que lleva, que quizá sea bastante diferente al nuestro; debemos pensar en lo que puede necesitar, que quizá nosotros no necesitamos… Pero a veces no lo hacemos así, sino que regalamos aquello que se nos ocurre, sin pensar, o que nos va a hacer quedar mejor ante la otra persona. Pero si de verdad queremos acertar con el regalo, debemos regalar lo que al otro le guste, no lo que a nosotros nos parece mejor o más adecuado.

Estamos ya en el segundo domingo de Adviento. La semana pasada dijimos que, para que esta Navidad sea “histórica”, para que Dios pueda entrar de verdad en nuestra historia personal, en nuestras circunstancias actuales, necesitamos llevar a cabo desde ahora mismo nuestra propia campaña de Navidad, viviendo intensamente el Adviento. Y del mismo modo que entre nosotros intercambiamos regalos, podemos ir pensando “qué le vamos a regalar a Dios”.

En este sentido, en el Evangelio hemos contemplado a Juan Bautista predicando: Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos. Y como recuerda el evangelista Mateo: Éste es el que anunció el profeta Isaías diciendo: “Una voz grita en el desierto: preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”.

Convertirse, preparar el camino… son palabras que nos suenan, son propias de estas fechas, y nos invitan a responder a ellas. Pero para responder correctamente a esa llamada a la conversión y a preparar el camino del Señor, necesitamos tener en cuenta también otra frase, que puede pasarnos desapercibida, y que Juan Bautista dirige a fariseos y saduceos: Dad el fruto que pide la conversión.

Es muy común que, a la hora de “convertirnos y preparar el camino del Señor”, pensemos en qué podemos hacer, qué tenemos que cambiar… Pero esta última frase nos ofrece un matiz importante: no se trata de hacer o cambiar lo que a nosotros nos parece mejor o más adecuado, sino de pararnos a pensar, como cuando vamos a hacer un regalo: ¿Qué le gustaría a Dios que “le regalase”, qué me pide Él que haga o cambie, para que sea un verdadero fruto de conversión?

Y para descubrir qué me pide Dios que haga o cambie, una herramienta es el Proyecto Personal de Vida Cristiana, que no es una lista de cosas que “debo hacer”, sino una ayuda para vivir la propia experiencia de fe, porque me permite descubrir que “esto es lo que Dios me pide” en mi situación actual y en las diferentes dimensiones que componen mi vida: maduración humana, relaciones y afectividad, trabajo o estudio, formación, economía, vida espiritual, dimensión eclesial y social…
El Proyecto Personal de Vida Cristiana nace de una historia de amor. Es mi respuesta, “mi regalo” ante la llamada de Jesús; una respuesta, un “regalo” que realizo con mi vida entera, porque quiero que mi vida sea respuesta de amor a la llamada que Jesús, por amor, me hace. Y el Proyecto Personal de Vida Cristiana nos ayuda a responder no como yo quiero, sino como quiere el Señor. De este modo tendremos la certeza de “acertar con el regalo”, de que este “regalo” que es mi vida sea lo que Él espera y desea de mí, porque estaré dando el fruto que pide la conversión.

A la hora de hacer un regalo, ¿pienso en los gustos y necesidades de quien lo va a recibir, o regalo lo que a mí se me ocurre o me parece mejor? ¿Cómo estoy llevando a cabo mi propia “campaña de Navidad” durante este Adviento? ¿He pensado qué “voy a regalar” al Señor? ¿Sé lo que el Señor espera de mí? ¿Tengo un Proyecto Personal de Vida Cristiana? Si no es así, ¿me gustaría tenerlo?

Disponemos del tiempo de Adviento para detenernos a pensar qué “regalo” vamos a entregar al Señor como fruto de nuestra conversión, y para elaborar o revisar nuestro Proyecto Personal de Vida Cristiana. Aprovechemos el Adviento, no dejemos que lo impidan los afanes de este mundo, como hemos pedido en la oración colecta. Dios nos regala a su propio Hijo para que podamos participar de su vida. Procuremos dar el fruto que pide la conversión para que también nuestra vida sea la respuesta de amor a ese regalo que es el Dios que nace por puro amor a nosotros.

Recorrer caminos nuevos

Por los años 27 o 28 apareció en el desierto del Jordán un profeta original e independiente que provocó un fuerte impacto en el pueblo judío: las primeras generaciones cristianas lo vieron siempre como el hombre que preparó el camino a Jesús.

Todo su mensaje se puede concentrar en un grito: “Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”. Después de veinte siglos, el Papa Francisco nos está gritando el mismo mensaje a los cristianos: Abrid caminos a Dios, volved a Jesús, acoged el Evangelio.

Su propósito es claro: “Busquemos ser una Iglesia que encuentra caminos nuevos”. No será fácil. Hemos vivido estos últimos años paralizados por el miedo. El Papa no se sorprende: “La novedad nos da siempre un poco de miedo porque nos sentimos más seguros si tenemos todo bajo control, si somos nosotros los que construimos, programamos y planificamos nuestra vida”. Y nos hace una pregunta a la que hemos de responder: “¿Estamos decididos a recorrer los caminos nuevos que la novedad de Dios nos presenta o nos atrincheramos en estructuras caducas, que han perdido capacidad de respuesta?“.

Algunos sectores de la Iglesia piden al Papa que acometa cuanto antes diferentes reformas que consideran urgentes. Sin embargo, Francisco ha manifestado su postura de manera clara: “Algunos esperan y me piden reformas en la Iglesia y debe haberlas. Pero antes es necesario un cambio de actitudes”.

Me parece admirable la clarividencia evangélica del Papa Francisco. Lo primero no es firmar decretos reformistas. Antes, es necesario poner a las comunidades cristianas en estado de conversión y recuperar en el interior de la Iglesia las actitudes evangélicas más básicas. Solo en ese clima será posible acometer de manera eficaz y con espíritu evangélico las reformas que necesita urgentemente la Iglesia.

El mismo Francisco nos está indicando todos los días los cambios de actitudes que necesitamos. Señalaré algunos de gran importancia. Poner a Jesús en el centro de la Iglesia: “una Iglesia que no lleva a Jesús es una Iglesia muerta”. No vivir en una Iglesia cerrada y autorreferencial: “una Iglesia que se encierra en el pasado, traiciona su propia identidad”. Actuar siempre movidos por la misericordia de Dios hacia todos sus hijos: no cultivar “un cristianismo restauracionista y legalista que lo quiere todo claro y seguro, y no halla nada”. “Buscar una Iglesia pobre y de los pobres”. Anclar nuestra vida en la esperanza, no “en nuestras reglas, nuestros comportamientos eclesiásticos, nuestros clericalismos”.

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio (4 de diciembre)

¡Vuelve mañana Juan!, una voz grita en nuestras plazas, ¿no era en el desierto? Sí, pero nuestras plazas a veces, son desiertos, aunque estén llenas de gente: “Voz del que grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”. ¡No me grites muchacho!, y vístete decentemente si quieres decirme algo: “Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero en la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre”. Bueno, esto es más que corriente, será otro supuesto parado, pidiendo algo. ¿Quién te va a escuchar con esas pintas?, ¿no sabes que la gente está ya muy escamada?, ¡apártate, que te va a pillar un coche!

¿Un camino?, ¿convertirnos?, ¿está llegando el Reino?, esto me suena a un visionario, que no se habrá tomado la medicación convenientemente. Anda, que todo este tinglado de meterse todos sus seguidores en la fuente, dicen que para bautizarse, no sé como estos alcaldes modernos lo permiten. Encima, arremete contra los que nos paramos a mirar, nos llama: “¡Raza de víboras!, ¿quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente? Dad el fruto que pide la conversión”, sus palabras son muy agradables: “Ya toca el hacha la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé buen fruto será talado y echado al fuego”.

Por cierto, también nos anuncia que detrás de él viene alguien: “Pero el que viene detrás de mí es más fuerte que yo y no merezco ni llevarle las sandalias”, no estamos para muchas visitas, pero al menos reconoce, que es más importante que él. Ese bautizará con agua, pero no sólo con agua, sino con espíritu y fuego, menudo espectáculo, y en su mano tendrá un bieldo: “Él tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga”.

Se me ha acercado, da un poco de miedo, dice: “Dios es capaz de sacar hijos de Abraham de estas piedras”, puede que no le falte razón, pero no se ha dado cuenta, de que no es tiempo, ni para bañarse en la fuente (bautizarse), con el frío que hace, ni para pedirnos que nuestras vidas cambien. Dejémoslo estar, en esta época de adornos y consumo, lo de convertirse, puede ser un propósito que hagamos para el año nuevo. ¡Que vuelva más tarde!, ¡no nos agües la fiesta!, que está todo preparado como cada año, para que la venida del que nos anuncias, no nos moleste.

Me voy calle abajo, a mi mente vienen lejanamente, las palabras del profeta Isaías: “Habitará el lobo con el cordero, el leopardo se tumbará con el cabrito, el ternero y el león pacerán juntos: un muchacho será su pastor. La vaca pastará con el oso, sus crías se tumbarán juntas; el león como el buey, comerá paja. El niño de pecho retoza junto al escondrijo de la serpiente, y el recién destetado extiende la mano hacia la madriguera del áspid”. Hay muchos sueños que no salen a la luz.

Echo una mirada a mis adentros. Puedo aparentar por fuera felicidad, alegría, satisfacción, pero es indudable, que por dentro, el fuego de la insatisfacción me quema y me hace daño. En lo más secreto y profundo de mi intimidad, donde el tesoro es más mío, guardo un cúmulo enorme de esperanzas frustradas, que no consigo hacer realidad. Y lo malo, es que tú eres igual que yo y que el de más allá: tranquilo por fuera y herido por dentro, hasta la médula de nuestra seguridad. Somos así, no nos engañemos, pero nos engañaríamos más, si siguiéramos pensando, que debemos seguir siendo así. La esperanza no está muerta, no ha desaparecido, está escondida, llena de polvo, en la oscuridad de nuestros adentros. Pero respira y hay que sacarla a la luz. El ser más miserable de la tierra la lleva dentro. Hay que alimentarla, puede que se esté agotando el tiempo.

Juan es la voz, el grito que tenemos dentro, vuelve cada año, esperando que comprendamos lo que es el Adviento. Salgamos a las plazas o al desierto, allí no hace falta abrir las ventanas, para sentir la brisa del Reino, que sopla con fuerza y nos invita a convertirnos, a que cambiemos.

Julio César Rioja, cmf