Solos pero no abandonados

Generalmente, al llegar a una cierta edad los hijos comienzan a ir solos al colegio. Durante varios años, sus padres o sus abuelos les han acompañado, les han enseñado el camino que deben seguir, les han enseñado a cruzar la calle, en qué se deben fijar, cómo deben coger el autobús o el metro si hace falta… Pero llega un momento en que los hijos son lo suficientemente mayores para poder ir solos. Y no es que “pueden”, es que “deben” hacerlo. Pero que vayan solos no significa que se queden abandonados; los padres no se desentienden o despreocupan de ellos, sino que les están demostrando que confían en ellos. Aunque permanezcan vigilantes, los padres saben que deben retirarse para que los hijos aprendan a ser responsables, para que adquieran seguridad y confianza en sí mismos; si los padres continuasen acompañándoles, estarían provocando que sus hijos fueran inmaduros, inseguros, irresponsables.

Hoy estamos celebrando la solemnidad de la Ascensión del Señor. Como hemos escuchado en la 1ª lectura, Jesús se presentó a sus discípulos después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del Reino de Dios.

Jesús, antes de su Pasión y Resurrección, había estado instruyendo y acompañando a sus Apóstoles; pero una vez Jesús ha Resucitado, ha llegado el momento en que ellos deben ser los que continúen la misión evangelizadora anunciando el Reino de Dios. Por eso Jesús les deja el encargo que hemos escuchado en el Evangelio: Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Jesús ha cumplido en la tierra la misión que el Padre le encomendó, y ahora debe volver junto al Padre.

Al igual que hacen los padres cuando los hijos deben empezar a ir solos al colegio, Jesús “se retira” para que los Apóstoles se sepan corresponsables en el plan de salvación de Dios. No podían seguir dependiendo de Él, deben actuar por sí mismos, deben crecer y madurar en la fe, poniendo en práctica todo lo que Jesús les ha enseñado. Deben saber que Jesús confía en ellos.

Pero como diremos en el Prefacio: No se ha ido para desentenderse de este mundo, y por eso, para que aunque ahora estén “solos” no se sientan abandonados, Jesús ha hecho a los Apóstoles una promesa: sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo. Una promesa que es también para nosotros, porque nosotros hoy somos los nuevos apóstoles y también somos corresponsables en el anuncio del Reino. Jesús, como los padres cuando los hijos empiezan a ir solos, continúa vigilante y atento a nuestros pasos. No nos deja abandonados.

Y el modo en que Jesús va a estar a nuestro lado para que anunciemos el Reino es a través de su Espíritu, como también nos ha prometido: Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos… Como veremos la próxima semana, el Espíritu Santo es el impulsor y el motor de la evangelización, y por eso debemos invocarlo para que, como hemos escuchado en la 2ª lectura, ilumine los ojos de vuestro corazón y podamos ser buenos apóstoles.

¿Recuerdo cuando empecé a ir solo al colegio? ¿Cómo me sentí? Si acompaño a mis hijos o nietos al colegio, ¿cómo actúo con ellos, de manera sobreprotectora o enseñándoles para que un día puedan ir por ellos mismos? ¿Entiendo la pedagogía de Jesús para que “caminemos solos pero no abandonados”? ¿Me siento apóstol, corresponsable en la misión evangelizadora? ¿Qué hago para crecer y madurar en la fe? ¿Tengo presente al Espíritu Santo en mi oración cotidiana?

Jesús confía en nosotros como confió con los primeros Apóstoles, y también nos da el mismo encargo: Id y haced discípulos… Una misión que, como nos recuerda el Papa Francisco en Evangelii gaudium 127, nos compete a todos como tarea cotidiana. Se trata de llevar el Evangelio a las personas que cada uno trata. Es la predicación informal que se puede realizar en medio de una conversación… tener la disposición llevar a otros el amor de Jesús y eso se produce espontáneamente en cualquier lugar: en la calle, en la plaza, en el trabajo, en un camino. Y podemos hacerlo porque, aunque Jesús no esté ya físicamente presente, no estamos abandonados, Él nos sigue acompañando por medio de su Espíritu, que nos capacita e impulsa para esta misión.