Vísperas – Jueves VII de Pascua

SAN JUSTINO, mártir. (MEMORIA)

VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: OH DIOS, QUE ERES EL PREMIO

Oh Dios, que eres el premio, la corona
y la suerte de todos tus soldados,
líbranos de los lazos de las culpas
por este mártir a quien hoy cantamos.

El conoció la hiel que está escondida
en la miel de los goces de este suelo,
y, por no haber cedido a sus encantos,
está gozando los del cielo eterno.

Él afrontó con ánimo seguro
lo que sufrió con varonil coraje,
y consiguió los celestiales dones
al derramar por ti su noble sangre.

Oh piadosísimo Señor de todo,
te suplicamos con humilde ruego
que, en el día del triunfo de este mártir,
perdones los pecados de tus siervos.

Gloria eterna al divino Jesucristo,
que nació de una Virgen impecable,
y gloria eterna al Santo Paracleto,
y gloria eterna al sempiterno Padre. Amén.

SALMODIA

Ant 1. El Señor Dios le ha dado el trono de David, su padre. Aleluya.

Salmo 131 I – PROMESAS A LA CASA DE DAVID.

Señor, tenle en cuenta a David
todos sus afanes:
cómo juró al Señor
e hizo voto al Fuerte de Jacob:

«No entraré bajo el techo de mi casa,
no subiré al lecho de mi descanso,
no daré sueño a mis ojos,
ni reposo a mis párpados,
hasta que encuentre un lugar para el Señor,
una morada para el Fuerte de Jacob.»

Oímos que estaba en Efrata,
la encontramos en el Soto de Jaar:
entremos en su morada,
postrémonos ante el estrado de sus pies.

Levántate, Señor, ven a tu mansión,
ven con el arca de tu poder:
que tus sacerdotes se vistan de gala,
que tus fieles te aclamen.
Por amor a tu siervo David,
no niegues audiencia a tu Ungido.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Señor Dios le ha dado el trono de David, su padre. Aleluya.

Ant 2. Jesucristo es el único Soberano, el Rey de los reyes y el Señor de los señores. Aleluya.

Salmo 131 II.

El Señor ha jurado a David
una promesa que no retractará:
«A uno de tu linaje
pondré sobre tu trono.

Si tus hijos guardan mi alianza
y los mandatos que les enseño,
también sus hijos, por siempre,
se sentarán sobre tu trono.»

Porque el Señor ha elegido a Sión,
ha deseado vivir en ella:
«Ésta es mi mansión por siempre,
aquí viviré, porque la deseo.

Bendeciré sus provisiones,
a sus pobres los saciaré de pan;
vestiré a sus sacerdotes de gala,
y sus fieles aclamarán con vítores.

Haré germinar el vigor de David,
enciendo una lámpara para mi Ungido.
A sus enemigos los vestiré de ignominia,
sobre él brillará mi diadema.»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Jesucristo es el único Soberano, el Rey de los reyes y el Señor de los señores. Aleluya.

Ant 3. ¿Quién como tú, Señor, entre los dioses? ¿Quién como tú, terrible entre los santos? Aleluya.

Cántico: EL JUICIO DE DIOS Ap 11, 17-18; 12, 10b-12a

Gracias te damos, Señor Dios omnipotente,
el que eres y el que eras,
porque has asumido el gran poder
y comenzaste a reinar.

Se encolerizaron las naciones,
llegó tu cólera,
y el tiempo de que sean juzgados los muertos,
y de dar el galardón a tus siervos los profetas,
y a los santos y a los que temen tu nombre,
y a los pequeños y a los grandes,
y de arruinar a los que arruinaron la tierra.

Ahora se estableció la salud y el poderío,
y el reinado de nuestro Dios,
y la potestad de su Cristo;
porque fue precipitado
el acusador de nuestros hermanos,
el que los acusaba ante nuestro Dios día y noche.

Ellos le vencieron en virtud de la sangre del Cordero
y por la palabra del testimonio que dieron,
y no amaron tanto su vida que temieran la muerte.
Por esto, estad alegres, cielos,
y los que moráis en sus tiendas.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. ¿Quién como tú, Señor, entre los dioses? ¿Quién como tú, terrible entre los santos? Aleluya.

LECTURA BREVE   Ap 7, 14-17

Ésos son los que vienen de la gran tribulación; han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la sangre del Cordero. Por eso están delante del trono de Dios, dándole culto día y noche en su santuario; y el que está sentado en el trono extenderá su tienda sobre ellos. Ya no tendrán hambre ni sed; ya no los molestará el sol ni calor alguno; porque el Cordero que está en medio del trono los apacentará y los guiará a los manantiales de las aguas de la vida. Y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos.

RESPONSORIO BREVE

V. Resplandecerán los justos en presencia de Dios. Aleluya, aleluya.
R. Resplandecerán los justos en presencia de Dios. Aleluya, aleluya.

V. Y se alegrarán los rectos de corazón.
R. Aleluya, aleluya.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Resplandecerán los justos en presencia de Dios. Aleluya, aleluya.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Un fuego ardiente se apoderó de mi espíritu y el intenso amor de los profetas y de aquellos hombres que son amigos de Cristo invadió mi alma. Aleluya.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Un fuego ardiente se apoderó de mi espíritu y el intenso amor de los profetas y de aquellos hombres que son amigos de Cristo invadió mi alma. Aleluya.

PRECES

En esta hora en la que el Señor, cenando con sus discípulos, presentó al Padre su propia vida que luego entregó en la cruz, aclamemos al Rey de los mártires, diciendo:

Te glorificamos, Señor.

Te damos gracias, Señor, principio, ejemplo y rey de los mártires,
porque nos amaste hasta el extremo.

Te damos gracias, Señor, porque no cesas de llamar a los pecadores arrepentidos
y les das parte en los premios de tu reino.

Te damos gracias, Señor, porque hoy hemos ofrecido, como sacrificio para el perdón de los pecados,
la sangre de la alianza nueva y eterna.

Te damos gracias, Señor,
porque con tu gracia nos has dado perseverar en la fe durante el día que ahora termina.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Te damos gracias, Señor,
porque has asociado a nuestros hermanos difuntos a tu muerte.

Dirijamos ahora nuestra oración al Padre que está en los cielos, diciendo:

Padre nuestro…

ORACION

Dios nuestro, que enseñaste a san Justino a descubrir en la locura de la cruz la incomparable sabiduría de Jesucristo, concédenos, por la intercesión de éste mártir, la gracia de alejar los errores que nos cercan y de mantenernos siempre firmes en la fe. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

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Lectio Divina – 1 de junio

Lectio:  Jueves, 1 Junio, 2017

Tiempo de Pascua

1) ORACIÓN INICIAL

Que tu Espíritu, Señor, nos penetre con su fuerza, para que nuestro pensar te sea grato y nuestro obrar concuerde con tu voluntad. Por nuestro Señor.

2) LECTURA

Del santo Evangelio según Juan 17,20-26

No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí. Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo, para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido y éstos han conocido que tú me has enviado. Yo les he dado a conocer tu nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos.»

3) REFLEXIÓN

• El evangelio de hoy nos presenta la tercera y última parte de la Oración Sacerdotal, en la que Jesús mira hacia el futuro y manifiesta su gran deseo de unidad entre nosotros, sus discípulos, y para la permanencia de todos en el amor que unifica, pues sin amor y sin unidad no merecemos credibilidad.

• Juan 17,20-23: Para que el mundo crea que tú me enviaste. Jesús alarga el horizonte y reza al Padre: No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Aquí aflora la gran preocupación de Jesús por la unión que debe existir en las comunidades. Unidad no significa uniformidad, sino permanecer en el amor, a pesar de todas las tensiones y de todos los conflictos. El amor que unifica al punto de crear entre todos una profunda unidad, como aquella que existe entre Jesús y el Padre. La unidad en el amor revelada en la Trinidad es el modelo para las comunidades. Por esto, a través del amor entre las personas, las comunidades revelan al mundo el mensaje más profundo de Jesús. Como la gente decía de los primeros cristianos: “¡Mirad como se aman!” Es trágica la actual división entre las tres religiones nacidas de Abrahán: judíos, cristianos y musulmanes. Más trágica todavía es la división entre los cristianos que dicen que creen en Jesús. Divididos, no merecemos credibilidad. El ecumenismo está en el centro de la última plegaria de Jesús al Padre. Es Su testamento. Ser cristiano y no ser ecuménico es un contrasentido. Contradice la última voluntad de Jesús.

• Juan 17,24-26: Que el amor con que tú me amaste esté en ellos. Jesús no quiere quedar solo. Dice: Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo, para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo. La dicha de Jesús es que todos nosotros estemos con él. Quiere que sus discípulos tengan la misma experiencia que él tuvo del Padre. Quiere que conozcan al Padre como él lo conoció. En la Biblia, la palabra conocer no se reduce a un conocimiento teórico racional, sino que implica experimentar la presencia de Dios en la convivencia de amor con las personas en la comunidad.

• ¡Que sean uno como nosotros! (Unidad y Trinidad en el evangelio de Juan) El evangelio de Juan nos ayuda mucho en la comprensión del misterio de la Trinidad, la comunión entre las personas divinas: el Padre, el Hijo y el Espíritu. De los cuatro evangelios, Juan es el que acentúa la profunda unidad entre el Padre y el Hijo. Por el texto del Evangelio (Jn 17,6-8) sabemos que la misión del Hijo es la suprema manifestación del amor del Padre. Y es justamente esta unidad entre el Padre y el Hijo la que hace proclamar a Jesús: Yo y el Padre somos una cosa sola (Jn 10,30). Entre él y el Padre existe una unidad tan intensa que quien ve el rostro del uno, ve también el rostro del otro. Cumpliendo esta misión de unidad recibida del Padre, Jesús revela al Espíritu. El Espíritu de la Verdad viene del Padre (Jn 15,26). El Hijo pide (Jn 14,16), y el Padre envía el Espíritu a cada uno de nosotros para que permanezca en nosotros, dándonos ánimo y fuerza. El Espíritu nos viene del Hijo también (Jn 16,7-8). Así, el Espíritu de la Verdad, que camina con nosotros, es la comunicación de la profunda unidad que existe entre el Padre y el Hijo (Jn 15,26-27). El Espíritu no puede comunicar otra verdad que no sea la Verdad del Hijo. Todo lo que se relaciona con el misterio del Hijo, el Espíritu lo da a conocer (Jn 16,13-14). Esta experiencia de la unidad en Dios fue muy fuerte en las comunidades del Discípulo Amado. El amor que une a las personas divinas Padre e Hijo y Espíritu nos permite experimentar a Dios a través de la unión con las personas en una comunidad de amor. Así, también, era la propuesta de la comunidad, donde el amor debería ser la señal de la presencia de Dios en medio de la comunidad (Jn 13,34-35). Y este amor construyó la unidad dentro de la comunidad (Jn 17,21). Ellos miraban la unidad en Dios para poder entender la unidad entre ellos.

4) PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL

• Decía el obispo Don Pedro Casaldáliga: “La Trinidad es aún mejor que la comunidad”. ¿En la comunidad de la que tú eres miembro, percibes algún reflejo humano de la Trinidad Divina?

• Ecumenismo. ¿Soy ecuménico?

5) ORACIÓN FINAL

Señor, tu me enseñarás el camino de la vida,
me hartarás de gozo en tu presencia,
de dicha perpetua a tu derecha. (Sal 16,11)

¡Si tú supieras…!

Si conocieras el Don de Dios,
si supieras lo que Dios te ofrece…
Es como lluvia de alegría,
como hoguera en frío invierno,
como calor de amistad que te acompaña,
como fuerza secreta
que se impone desde dentro.

Si conocieras el Don de Dios,
un Don que en dones reverbera…
como anuncio renovado de noticias buenas,
como pan multiplicado en casa del hambriento,
o fuente que corre en el desierto, o agua que cura la ceguera,
o luz que ciega a los violentos.

Sí, pero no es eso…
¡Si supieras!
Si vieras la hermosura que extasía,
su poder y su alegría, que transforma,
y su gracia, un mar en que te bañas;
como danza en libertad, y en comunión,
como una flor de paz y santidad, pero más…
Si lo conocieras, dirías: Ven!
Si de Él bebieras, tu sed se apagaría;
si conocieras el Don de Dios, te encenderías en santo amor, fuego divino.
Espíritu Santo, aliéntame, úngeme, alégrame, confórtame,
libérame, sáciame, enamórame, transfórmame…
y compenétrame con todo tu divino ser.

El Sagrado Corazón, modelo de amor

¿QUÉ motivos han inducido al Señor a darnos su Sagrado Corazón? Sólo motivos de amor. Porque nos amó se hizo hombre, porque nos amó sufrió Pasión y muerte, porque nos amó quiso quedarse en la Eucaristía, porque nos amó se dignó manifestarnos en estos últimos tiempos las riquezas de su adorable Corazón.

¿Y a quién amó? A criaturas ingratas y culpables, indignas de ocupar uno solo de sus pensamientos. Nos vio como éramos, pobres, infelices, llenos de corrupción y de pecados. Por nuestra suma miseria nos amó. ¡Oh amor tiernísimo del Corazón de Jesús!

¿Y cómo nos amó? No como aman los hombres, ni como aman los Ángeles, ni como ama la misma Virgen María. Nos amó como sólo puede amar Él; con amor eterno, infinito, divino, amor del Corazón de un Dios.

¡Oh Pobre corazón mío! ¡Qué nobleza la tuya! Has sido amado a pesar de tu miseria por el Corazón de todo un Dios! ¿Conoces ¡oh hombre! hasta qué punto te ha engrandecido Dios, haciéndote objeto de su amor?

Medítese unos minutos.

II

¿Y qué pide el Corazón de Jesús a cambio de este amor? No pide nuestra vida, nuestra salud ni nuestras riquezas. Pide sólo el amor de nuestro corazón. Pide sólo ser amado, no como merece El, sino como podemos amar nosotros con nuestro pobre corazón. Con una gotita del nuestro se contenta Él, a cambio del océano que nos da del suyo.

¡Tengo sed!, clama desde este sagrario, como desde la cruz. Tengo sed de vuestro amor. ¡Ah! ¡hermanos! ¡no nos hagamos los sordos a este grito amoroso del Corazón de Jesús! ¡Amemos al Sagrado Corazón!

¿Y cómo se le ama? Se le ama guardando su ley, procurando seguir sus inspiraciones; buscándole amigos que le quieran; ganándoles almas que un día sean con El dichosas; evitándole injurias y menosprecios; desagraviándole por ellos. Así se aman los hombres unos a otros. Así debemos amar a Jesús.

¿Qué haces tú por aquel padre, por aquella esposa, por aquel hermano, por aquel amigo a quien amas tanto? ¿Cómo les hablas? ¿Cómo les sirves? ¿Cómo les contentas? pues bien; haz lo mismo con el Corazón de tu buen Jesús, y estará satisfecho de ti.

¡Ay de ti si no le amas por lo menos de esta manera! ¡Infeliz! Deberás aborrecerlo por toda la eternidad.

Medítese y pídase la gracia particular.

Evangelii Gaudium – Francisco I

47. La Iglesia está llamada a ser siempre la casa abierta del Padre. Uno de los signos concretos de esa apertura es tener templos con las puertas abiertas en todas partes. De ese modo, si alguien quiere seguir una moción del Espíritu y se acerca buscando a Dios, no se encontrará con la frialdad de unas puertas cerradas. Pero hay otras puertas que tampoco se deben cerrar. Todos pueden participar de alguna manera en la vida eclesial, todos pueden integrar la comunidad, y tampoco las puertas de los sacramentos deberían cerrarse por una razón cualquiera. Esto vale sobre todo cuando se trata de ese sacramento que es «la puerta», el Bautismo. La Eucaristía, si bien constituye la plenitud de la vida sacramental, no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los débiles[51]. Estas convicciones también tienen consecuencias pastorales que estamos llamados a considerar con prudencia y audacia. A menudo nos comportamos como controladores de la gracia y no como facilitadores. Pero la Iglesia no es una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas.


[51] Cf. San Ambrosio, De Sacramentis, IV, 6, 28: PL 16, 464: «Tengo que recibirle siempre, para que siempre perdone mis pecados. Si peco continuamente, he de tener siempre un remedio»; ibíd., IV, 5, 24: PL 16, 463: «El que comió el maná murió; el que coma de este cuerpo obtendrá el perdón de sus pecados»; SanCirilo de Alejandría, In Joh. Evang. IV, 2: PG 73, 584-585: «Me he examinado y me he reconocido indigno. A los que así hablan les digo: ¿Y cuándo seréis dignos? ¿Cuándo os presentaréis entonces ante Cristo? Y si vuestros pecados os impiden acercaros y si nunca vais a dejar de caer —¿quién conoce sus delitos?, dice el salmo—, ¿os quedaréis sin participar de la santificación que vivifica para la eternidad?».

El Espíritu Santo actúa en nosotros

1.- Celebramos la fiesta del Espíritu Santo. Los Hechos de los Apóstoles nos dicen que tras la ascensión de Jesús, los discípulos volvieron a Jerusalén, tal como Jesús les había ordenado. Se encontraban todos reunidos tras la elección de Matías, cuando se produjo de repente un viento muy fuerte que invadió toda la casa y aparecieron como divididas unas lenguas de fuego que se posaron sobre ellos. En el capítulo primero había dicho que eran «unos 120». ¿Recibieron todos el Espíritu Santo o sólo los apóstoles? San Agustín, comentando este texto, dice que lo recibieron todos y no sólo eso, sino que también ahora se nos otorga a nosotros el Espíritu Santo y nos da un consejo para poder recibirlo: «conservad la caridad, amad la verdad, desead la unidad, a fin de llegar a la eternidad».

2.- Quien ama tiene el Espíritu Santo, escribe San Pablo en la Primera Carta a los Corintios. Se manifiesta en los dones que nos concede. El actúa en nosotros, aunque cada uno reciba un don o carisma. La palabra «jaris» –del griego– significa carisma o regalo gratuito que Dios nos da. ¿Reconoces en ti algún don del Espíritu? Lo has recibido no para que te lo guardes, sino para ponerlo al servicio de la comunidad. A cada carisma corresponde un ministerio –ministerium en latín–, que significa servicio o función. ¿Qué función desempeñas tú en la Iglesia?

3.- Todos somos miembros del cuerpo de Cristo, pero al igual que ocurre en el cuerpo humano, cada miembro desempeña una función. Es la hora del laico en la Iglesia. Laico es todo bautizado miembro del pueblo de Dios –laos en griego significa pueblo–. Sin la colaboración de todos los miembros un cuerpo no puede funcionar. Si un miembro se echa para atrás o se resiente, todos sufren. Así es la Iglesia. En ella todos somos importantes, por ello es urgente que los laicos, que son la mayoría de los cristianos, encuentren su lugar y su carisma dentro de la Iglesia; así podrán desarrollarse de verdad los ministerios laicales. Pero para ello el laico o seglar tiene que abandonar su pasividad y participar plenamente en la vida de su comunidad. En el Sínodo celebrado en Madrid y clausurado en la Vigilia de Pentecostés de este año se ha destacado precisamente que el misterio de comunión dentro de la Iglesia se desarrolla de verdad desde la corresponsabilidad de clérigos, religiosos y laicos. Pero se presentan dos grandes retos: 1º hay que comenzar con la formación para que los laicos pasen de la infancia en la fe a la edad adulta; 2º los clérigos deben compartir su responsabilidad con los laicos y dejar que estos también sean parte activa de la vida de la comunidad.

4.- Los símbolos de la llegada del Espíritu son muy claros. El viento ayuda a renacer, a dar vida, todo lo vuelve nuevo. El fuego purifica, da autenticidad y repara lo que está torcido. Dejemos que el Espíritu renueve nuestros corazones, encienda su luz en nosotros, que penetre en nuestra alma y sea nuestro consuelo, que nos enriquezca y llene nuestro vacío, que nos envíe su aliento para vencer el pecado. Los dones que nos regala son actuales. El don de sabiduría nos capacita para distinguir la realidad de la fantasía, nos hace encontrar el secreto de la felicidad: la entrega total a Dios. La inteligencia nos ayuda a distinguir los signos de los tiempos y aceptar los cambios necesarios. El consejo nos da la posibilidad de descubrir cuál es el buen camino que hay que seguir. La piedad nos ayuda a vivir la espiritualidad y nos aleja del materialismo. La ciencia nos permite descubrir cómo son las cosas, aunque no nos dé el sentido último de las mismas que nos viene por la de. El temor de Dios, entendido como debe ser, nos hace realizar por amor lo que Dios espera de nosotros. La fortaleza es necesaria para asumir compromisos auténticos sin miedo al mañana. Jesús nos da las arras del Espíritu, que son una garantía de la vida eterna que nos promete. En la antigüedad las arras daban fe cuando se hacía un negocio de que lo prometido se iba a cumplir. Siéntete enviado por Jesús a anunciar la Buena Nueva, con la ayuda del Espíritu Santo, para conseguir de verdad la vida eterna.

José María Martín, OSA

“Recibid el Espíritu Santo”

En la tarde de aquel día, el primero de la semana, y estando los discípulos con las puertas cerradas por miedo a los judíos, llegó Jesús, se puso en medio y les dijo: «¡La paz esté con vosotros!». Y les enseñó las manos y el costado. Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Él repitió: «¡La paz esté con vosotros! Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros». Después sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retengáis, les serán retenidos».

Juan 20, 19-23

 

Comentario del Evangelio

Hoy es Pentecostés, un día muy importante para todos nosotros. Hay muchas cosas en este Evangelio que tenemos que mirar con más calma.

La primera de ellas es que los discípulos tenían miedo. A veces nosotros como cristianos también tenemos miedo y a veces no nos atrevemos a decir que somos creyentes porque pensamos que nos pueden encasillar o tratar de forma diferente. Sin emabrgo, Jesús aparece en medio de ellos y les dice que la paz esté con ellos. Nosotros también necesitamos que Jesús esté en medio de nosotros y que tengamos paz para vivir la fe.

Este es el momento donde reciben el Espíritu Santo. Los discípulos ya no son sólo seguidores de Jesús, sino que ya son apóstoles. Deben ir por todo el mundo anunciando a Jesús a todos. Ya no se puede elegir si esto se hace o no, porque el Espíritu Santo está con nosotros. Incluso Jesús dice: “Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros.

A partir de este momento la vida de los discípulos cambió por completo. Se fueron a distintos lugares del mundo y arriesgaron sus vidas por anunciar a Jesús. Este es el comienzo de una gran historia, el comienzo de la misión de la Iglesia en el mundo.

 

Para hacer vida el Evangelio

• ¿Conoces a alguna persona que sea una persona misionera? No tiene por qué ser una persona que esté en una misión, puede ser una persona que viva cerca de tu casa.

• ¿Qué es ser misionero? ¿Estamos todos los cristianos llamados a ser misioneros? ¿Por qué?

• Escribe un compormiso para que tu puedas ser un persona dedicada a la misión de la Iglesia.

 

Oración

El Espíritu es quien conduce la Iglesia.
Aquellos primeros seguidores tuyos
el día de Pentecostés fueron transformados
por la presencia del Espíritu
de tal manera que armaron
una pequeña revolución:
“Se llenaron todos de Espíritu Santo
y empezaron a hablar en lenguas extranjeras,
cada uno en la lengua que el Espíritu
les sugería… cada uno les oía hablar
en su propia lengua”. (Hch 2,1-11)
Pero lo más importante es que el Espíritu
les hizo comprender la verdad plena de tu vida.
De tal manera el Espíritu iluminó
sus entendimientos que no cesaron ya
de anunciarte por todo el mundo,
arriesgando por tu causa sus vidas.
El Espíritu los convirtió en testigos.

Haz, Señor Jesús,
que el Espíritu nos haga testigos tuyos
en nuestro mundo.

Recibid el Espíritu Santo

Menudo regalo que nos haces, Señor Jesús.
Ante todo hoy quiero darte gracias

por el don del Espíritu Santo, tu gran regalo.
Y también quiero pedirte que yo deje trabajar al Espíritu
en mi persona y en el mundo; que no sea un freno.

Ese Espíritu que nos das es el que fecundó
el seno de María en quien te encarnaste
y de quien naciste:
“El Espíritu Santo vendrá sobre Ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será Santo y será llamado Hijo de Dios”. (Lc 1,35)
“María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos,
se encontró encinta por obra del Espíritu Santo… el Ángel del Señor se le apareció en sueños
y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María, tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo»”. (Mt 1, 18- 20)

Tu Encarnación fue por obra del Espíritu Santo. Que ese mismo Espíritu, Señor Jesús, que posibilitó tu Encarnación en el seno de María facilite en cada uno de nosotros nuestra identificación a tu Evangelio y a tu Persona; que Tú te encarnes también en cada uno
de nosotros y que gracias al Espíritu sepamos ser de verdad tus seguidores.

Ese Espíritu Santo además es el que te acompañó, según nos dicen los Evangelios, en tu estancia en este mundo: “Sucedió que cuando el pueblo estaba bautizándose, bautizado también Jesús y puesto en oración, se abrió el cielo y bajó sobre Él
el Espíritu Santo…” (Lc 3, 21-22)
“Jesús lleno del Espíritu Santo, se volvió
del Jordán y era conducido por el Espíritu
en el desierto…” (Lc 4, 1)
“Jesús volvió a Galilea por la fuerza
del Espíritu” (Lc 4,14)

Señor Jesús,
somos tus seguidores, formamos parte
de tu Iglesia, queremos cooperar en tu misión, estamos llamados a ser, más aún,
somos apóstoles tuyos
y sabemos que es el Espíritu
quien posibilitará en cada uno de nosotros esta misión.
Que el Espíritu baje sobre nosotros,
que la fuerza del Espíritu nos acompañe siempre para saber secundar tu proyecto,
para ser misioneros, evangelizadores.

Todos los días, por la mañana y por la noche, debo pedir la presencia del Espíritu
en mi vida y en la vida de la Iglesia.
¡Es tan necesaria y urgente su presencia!

En nombre de ese mismo Espíritu, Señor Jesús, hemos sido bautizados
e incorporados en la comunidad
de tus seguidores y cada día al hacer
la señal de la cruz digo que cuanto voy a hacer lo haré en nombre tuyo,
de Dios Padre y del Espíritu.

¿Por qué no soy más consciente
de la presencia y del protagonismo el Espíritu en nuestras vidas y en la vida de la Iglesia? ¿Por qué no le doy más protagonismo en todo lo que hago, especialmente en las cosas del Reino y de la Iglesia?

El Espíritu es quien conduce la Iglesia. Aquellos primeros seguidores tuyos
el día de Pentecostés fueron transformados por la presencia del Espíritu
de tal manera que armaron
una pequeña revolución:
“Se llenaron todos de Espíritu Santo
y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu
les sugería… cada uno les oía hablar
en su propia lengua”. (Hch 2,1-11)

Pero lo más importante es que el Espíritu les hizo comprender la verdad plena de tu vida. De tal manera el Espíritu iluminó
sus entendimientos que no cesaron ya
de anunciarte por todo el mundo, arriesgando por tu causa sus vidas.
El Espíritu los convirtió en testigos.

Haz, Señor Jesús,
que el Espíritu nos haga testigos tuyos en nuestro mundo.

Notas para fijarnos en el evangelio del Domingo de Pentecostés

● Hoy es Pentecostés. Hoy terminamos el tiempo de Pascua, cincuenta días en los que hemos celebrado la victoria de Jesús sobre el mal y el pecado.

● La Pascua se repite, cada domingo continuamos celebrando la victoria de Jesús.

● Nos habla el texto del día primero de la semana, el domingo, el día de la comunidad, el día del Señor Resucitado. ¡Qué importante es el domingo! ¡Qué lástima que en nuestro mundo, incluso cristiano, en muchas ocasiones, está desapareciendo el domingo! ¡Que lástima que en muchas ocasiones no sea el día del Señor y a lo mejor tampoco el día de la persona!

● “El día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos”.

● Es lógico el miedo, como reacción de los discípulos de Jesús después de su muerte. El grupo de los doce no las tenía todas, se ven amenazados y sin Jesús tienen miedo.

● Jesús se les hace presente y lo primero que les dice es una palabra de tran- quilidad: “Paz a vosotros”. Jesús portador de paz, Jesús príncipe de la paz. La paz es una de las características de la presencia de Jesús, como la alegría “Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor”. La presencia de Jesús trae alegría. La paz y la alegría son dos consecuencias de la presencia de Jesús.

● Jesús afirma “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. Hay una continuidad entre Jesús y los apóstoles, entre Jesús y la Iglesia. Todo nace de la voluntad de Dios Padre. Él está en el origen. La misión de los apóstoles tiene su origen y su modelo en la misión de Jesús: se da una sola misión. De la misma manera que Dios Padre envió a Jesús al mundo así ahora Jesús envía a los doce.

● Jesús “exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan retenidos; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”.

● Jesús comunica sus seguidores el don del Espíritu, con este don el Señor Resucitado inicia una nueva creación. Este aliento de Jesús es como una nueva creación.

● A los discípulos llenos del Espíritu Santo se les confía una misión regeneradora: “a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”.

● Con ello se nos da a entender que una de las manifestaciones del Espíritu de Jesús es el perdón, perdón que da la Iglesia en nombre de Dios, perdón que como seguidores de Jesús hemos de ofrecer al mundo entero. El perdón es obra del Espíritu, cuando más perdonamos más nos asemejamos a Dios.

● El perdón es obra del Espíritu y por tanto allí donde se da el perdón allí está presente el Espíritu de Jesús.

● Demos gracias a Dios por este don tan grande del Espíritu Santo. El Espíritu Santo es el don más grande que nos hace el resucitado.

● Como observamos en el libro de los Hechos ¡qué transformación más grande supuso la venida del Espíritu en aquella comunidad de seguidores de Jesús!

● Aquellas personas que no llegaban a comprender el verdadero sentido de la persona de Jesús se convierten en sus grandes testigos, en los primeros evangelizadores. De estar llenos de miedo y de vivir con las puertas cerradas se convierten en valientes seguidores de Jesús.

Comentario al evangelio (1 de junio)

Se podría decir que estas palabras de Jesús en el huerto, poco antes del arresto final, son para el Evangelio de Juan algo así como el testamento de Jesús, la expresión de sus últimas voluntades. En el texto de hoy hay un deseo muy especial de Jesús: que sus discípulos sean uno como el Padre y el él son uno. Jesús habla de la unidad. Pero no es una unidad cualquier la que se tiene que vivir en la comunidad de sus discípulos, en la Iglesia. Tiene que ser una unidad como la que él vive con el Padre, con su Abbá. 

      En nuestro mundo se habla mucho de unidad y pocas veces se consigue. Es que también hay formas diversas de conseguir la unidad. En el ejército, por ejemplo, todos funcionan bien unidos, hay una gran disciplina. Se consigue a base de autoridad clara, de una línea de mando que todos saben que tienen que obedecer. Sin rechistar. Para el que dice algo hay prevista una sanción severa. No creo que esa sea la unidad que nos pide Jesús a los que le seguimos. 

      Porque unidad no es uniformidad. No significa que todos tengamos que pensar igual, que vestir igual, que hacer y decir las mismas cosas. Eso podría ser un pelotón de autómatas pero nunca la comunidad de Jesús. 

      La comunidad de Jesús tiene que vivir la unidad al estilo de la relación que hay entre el Padre y el Hijo. Lo primero que hay que decir es que esa unidad no se basa en la disciplina ni en el temor a la sanción. Es una unidad que florece como consecuencia del amor mutuo, de la donación total del uno al otro. Lo segundo es que una unidad que florece en la tierra de la libertad. Hay que recordar aquello que decía Pablo: “Para ser libres nos liberó el Señor”. 

      Por tanto, tenemos que construir nuestra unidad en el amor y en la libertad. Y no hay más instrumento que el diálogo, la escucha, la empatía, el trato personal. La unidad no se construye desde ya a golpe de orden y autoridad. Se va haciendo poco a poco. Es proyecto más que realidad. Es tarea de todos a partir siempre del respeto al otro. Es don ciertamente pero también es compromiso y esfuerzo de todos. 

      Jesús oró para que esa unidad se realizase en su Iglesia. Ahora es tarea nuestra hacerla realidad. Para que en esta casa del reino nadie quede fuera, excluido, y todos nos sintamos miembros de la única familia de Dios.

Fernando Torres, cmf