I Vísperas – Domingo de Pentecostés

I VÍSPERAS DE PENTECOSTÉS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: VEN, CREADOR, ESPÍRITU AMOROSO

Ven, Creador, Espíritu amoroso,
ven y visita el alma que a ti clama
y con tu soberana gracia inflama
los pechos que criaste poderoso.

Tú que abogado fiel eres llamado,
del Altísimo don, perenne fuente
de vida eterna, caridad ferviente,
espiritual unción, fuego sagrado.

Tú te infundes al alma en siete dones,
fiel promesa del Padre soberano;
tú eres el dedo de su diestra mano,
tú nos dictas palabras y razones.

Ilustra con tu luz nuestros sentidos,
del corazón ahuyenta la tibieza,
haznos vencer la corporal flaqueza,
con tu eterna virtud fortalecidos.

Por ti, nuestro enemigo desterrado,
gocemos de paz santa duradera,
y, siendo nuestro guía en la carrera,
todo daño evitemos y pecado.

Por ti al eterno Padre conozcamos,
y al Hijo, soberano omnipotente,
y a ti, Espíritu, de ambos procedente,
con viva fe y amor siempre creamos. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. Aleluya.

Salmo 112 – ALABADO SEA EL NOMBRE DEL SEÑOR

Alabad, siervos del Señor,
alabad el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor,
ahora y por siempre:
de la salida del sol hasta su ocaso,
alabado sea el nombre del Señor.

El Señor se eleva sobre todos los pueblos,
su gloria sobre los cielos.
¿Quién como el Señor Dios nuestro,
que se eleva en su trono
y se abaja para mirar
al cielo y a la tierra?

Levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para sentarlo con los príncipes,
los príncipes de su pueblo;
a la estéril le da un puesto en la casa,
como madre feliz de hijos.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. Aleluya.

Ant 2. Aparecieron sobre los apóstoles unas como lenguas de fuego, y se posó sobre cada uno de ellos el Espíritu Santo. Aleluya.

Salmo 146 – PODER Y BONDAD DEL SEÑOR

Alabad al Señor, que la música es buena;
nuestro Dios merece una alabanza armoniosa.

El Señor reconstruye Jerusalén,
reúne a los deportados de Israel;
él sana los corazones destrozados,
venda sus heridas.

Cuenta el número de las estrellas,
a cada una la llama por su nombre.
Nuestro Señor es grande y poderoso,
su sabiduría no tiene medida.
El Señor sostiene a los humildes,
humilla hasta el polvo a los malvados.

Entonad la acción de gracias al Señor,
tocad la cítara para nuestro Dios,
que cubre el cielo de nubes,
preparando la lluvia para la tierra;

que hace brotar hierba en los montes,
para los que sirven al hombre;
que da su alimento al ganado,
y a las crías de cuervo que graznan.

No aprecia el vigor de los caballos,
no estima los músculos del hombre:
el Señor aprecia a sus fieles,
que confían en su misericordia.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Aparecieron sobre los apóstoles unas como lenguas de fuego, y se posó sobre cada uno de ellos el Espíritu Santo. Aleluya.

Ant 3. El Espíritu, que procede del Padre, él me glorificará. Aleluya.

Cántico: CANTO DE LOS VENCEDORES Ap 15, 3-4

Grandes y maravillosas son tus obras,
Señor, Dios omnipotente,
justos y verdaderos tus caminos,
¡oh Rey de los siglos!

¿Quién no temerá, Señor,
y glorificará tu nombre?
Porque tú solo eres santo,
porque vendrán todas las naciones
y se postrarán en tu acatamiento,
porque tus juicios se hicieron manifiestos.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Espíritu, que procede del Padre, él me glorificará. Aleluya.

LECTURA BREVE   Rm 8, 11

Si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el mismo que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos vivificará también vuestros cuerpos mortales por obra de su Espíritu que habita en vosotros.

RESPONSORIO BREVE

V. El Espíritu Santo. Aleluya, aleluya.
R. El Espíritu Santo. Aleluya, aleluya.

V. Os lo enseñará todo.
R. Aleluya, aleluya.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. El Espíritu Santo. Aleluya, aleluya.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor, tú que con la diversidad de lenguas congregaste todos los pueblos en la confesión de una sola fe. Aleluya.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor, tú que con la diversidad de lenguas congregaste todos los pueblos en la confesión de una sola fe. Aleluya.

PRECES

Celebremos la gloria de Dios, quien, al llegar a su término en Pentecostés los cincuenta días de Pascua, llenó a los apóstoles del Espíritu Santo, y supliquemos con ánimo gozoso y confiado, diciendo:

Envía tu Espíritu, Señor, y renueva la faz de la tierra.

Tú que, al comienzo de los tiempos, creaste el cielo y la tierra y, al llegar la etapa final de la historia, quisiste que Cristo fuera cabeza de toda la creación,
por tu Espíritu renueva la faz de la tierra y conduce a los hombres a la salvación.

Tú que infundiste el aliento de vida en el rostro de Adán,
envía ahora tu Espíritu a la Iglesia, para que, vivificada y rejuvenecida, comunique tu vida al mundo.

Ilumina a todos los hombres con la luz de tu Espíritu y disipa las tinieblas de nuestro mundo,
para que el odio se convierta en amor, el sufrimiento en gozo y la guerra en paz.

Fecundiza el mundo con tu Espíritu, agua viva que mana del costado de Cristo,
para que la tierra entera se vea libre de todo mal.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que, por obra del Espíritu Santo, conduces sin cesar a los hombres a la vida eterna,
dígnate llevar, por este mismo Espíritu, a los difuntos al gozo eterno de tu presencia.

Dirijámonos ahora al Padre con las palabras que el Espíritu del Señor resucitado pone en nuestros labios:

Padre nuestro…

ORACION

Dios todopoderoso y eterno, que has querido que la celebración del misterio pascual se prolongara simbólicamente durante cincuenta días, te pedimos que, por la acción del Espíritu Santo, lleves a la unidad en el amor a todas las naciones de la tierra, y que sus diversas lenguas se unan para proclamar unánimemente la gloria de tu nombre. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

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Lectio Divina – 3 de junio

Lectio: Sábado, 3 Junio, 2017

Tiempo de Pascua

1) ORACIÓN INICIAL

Dios todopoderoso, concédenos conservar siempre en nuestra vida y en nuestras costumbres la alegría de estas fiestas de Pascua que nos disponemos a clausurar. Por nuestro Señor.

2) LECTURA

Del santo Evangelio según Juan 21,20-25

Pedro se vuelve y ve, siguiéndoles detrás, al discípulo a quien Jesús amaba, que además durante la cena se había recostado en su pecho y le había dicho: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?» Viéndole Pedro, dice a Jesús: «Señor, y éste, ¿qué?» Jesús le respondió: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa? Tú, sígueme.» Corrió, pues, entre los hermanos la voz de que este discípulo no moriría. Pero Jesús no había dicho a Pedro: «No morirá», sino: «Si quiero que se quede hasta que yo venga.» Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas y que las ha escrito, y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero. Hay además otras muchas cosas que hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que ni todo el mundo bastaría para contener los libros que se escribieran.

3) REFLEXIÓN

• El evangelio de hoy empieza con una pregunta de Pedro sobre el destino del discípulo amado Señor, y éste, ¿qué? Jesús acababa de conversar con Pedro, anunciando el destino o tipo de muerte con que Pedro iba a glorificar a Dios. Y al final añade: Sígueme. (Jn 21,19).

• Juan 21,20-21: La pregunta de Pedro sobre el destino de Juan. En aquel momento, Pedro se volvió y vio al discípulo a quien Jesús amaba y preguntó: Señor, y a éste ¿qué le va a ocurrir? Jesús acababa de indicar el destino de Pedro y ahora Pedro quiere saber de Jesús cuál es el destino de este otro discípulo. Curiosidad que no merece una respuesta adecuada de parte de Jesús.

• Juan 21,22: La respuesta misteriosa de Jesús. Jesús dice: Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué te importa? Tú: sígueme. Frase misteriosa que termina de nuevo con la misma afirmación que antes: ¡Sígueme! Parece como si Jesús quiera borrar la curiosidad de Pedro. Así, como cada uno de nosotros tiene su propia historia, así cada uno tiene su manera de seguir a Jesús. Nadie repite a nadie. Cada uno debe ser creativo en seguir a Jesús.

• Juan 21,23: El evangelista aclara el sentido de la respuesta de Jesús. La tradición antigua identifica al Discípulo Amado con el Apóstol Juan e informa que él murió muy tarde, cuando tenía alrededor de 100 años. Al enlazar la avanzada edad de Juan con la misteriosa respuesta de Jesús, el evangelista aclara: “Por esto corrió la voz entre los hermanos de aquel discípulo que aquel discípulo no moriría. Pero Jesús no había dicho a Pedro: «No morirá», sino: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, a ti, ¿qué?» Tal vez sea una alerta para estar muy atentos a la interpretación de las palabras de Jesús y no basarse en cualquier rumor.

• Juan 21,24: Testimonio sobre el valor del evangelio. El Capítulo 21 es un apéndice que fue aumentando cuando se hizo la redacción definitiva del Evangelio. El capítulo 20 tiene este final que lo encierra todo: “Hay además otras muchas cosas que hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que ni todo el mundo bastaría para contener los libros que se escribieran. Han sido escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios. Y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Jn 20,30-31). El libro estaba listo. Pero había muchos otros hechos sobre Jesús. Por esto, en ocasión de la edición definitiva del evangelio, algunos de estos «muchos otros hechos» sobre Jesús fueron seleccionados y acrecentados, muy probablemente, para aclarar mejor los nuevos problemas de finales del siglo primero. No sabemos quién hizo la redacción definitiva como tampoco el apéndice, pero sabemos que es alguien de confianza de la comunidad, pues escribe: “Este es el discípulo que da testimonio de las cosas y que las escribió. Y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero”.

• Juan 21,25: El misterio de Jesús ¡es inagotable! Frase bonita para encerrar el Evangelio de Juan: “Jesús hizo además muchas otras cosas. Si se escribiesen una por una, pienso que no cabrían en el mundo los libros que se escribirían”. Parece una exageración pero es pura verdad. Nadie jamás sería capaz de escribir todas las cosas que Jesús hizo y que sigue haciendo en la vida de las personas que siguen a Jesús hasta hoy.

4) PARA UNA REFLEXIÓN PERSONAL

• En tu vida ¿hay cosas que Jesús hizo y que podrían escribirse en ese libro que no se escribirá jamás?

• Pedro se preocupa de unos y otros y olvida realizar su propio “Sígueme”. ¿Te pasó a ti también?

5) ORACIÓN FINAL

Yahvé en su santo Templo,
Yahvé en su trono celeste;
sus ojos ven el mundo,
sus pupilas examinan a los hombres. (Sal 11,4)

Oye su rumor

Conocer a una persona no es fácil. Y si ese alguien es el Espíritu Santo, las dificultades se multiplican. En éste domingo celebramos la fiesta de Pentecostés o Venida del Espíritu Santo. Los cuatro evangelistas recalcan la importancia que daban a las relaciones entre las primeras comunidades cristianas y el Espíritu Santo. También nos informan que algunas comunidades crecieron sin enterarse de la existencia del Espíritu Santo. A las personas las podemos conocer por lo que son pero también por lo que hacen. La teología ha resumido la actividad del Espíritu Santo con tres verbos: universalizar, actualizar e interiorizar. El ser humano tiende a encerrarse. En el año 50 de nuestra era, en el Concilio de Jerusalén (el primer Concilio de la iglesia), los apóstoles Pedro y Pablo, inspirados por el Espíritu Santo, convirtieron a la Iglesia naciente en un movimiento universal. No se encogió en una especie de secta.

El Patriarca de Antioquia ve en el Espíritu Santo al “creador de vida”, “al dador de vida”. De este modo rejuvenece a la Iglesia e impide que se aleje de las inquietudes, de los problemas humanos. Tarea muy oportuna para el tiempo actual, ya que sectores de la Iglesia y de la sociedad están mordidos por el cansancio, por un cierto escepticismo, incluso por la fatiga. A veces, quizás con frecuencia, sentimos, comentamos, el que falte “alma” a nuestra vida. Le falta interioridad, profundidad. Este estado de ánimo lo recoge y lo describe a la perfección el evangelista Juan a través de la metáfora: “al atardecer”. Es decir cuando hay más sombras que luces.

En éste domingo de Pentecostés se reza una secuencia preciosa dedicada al Espíritu Santo:

Ven, dulce huésped del alma,

descanso de nuestro esfuerzo

brisa en horas de fuego.

Mira el vacío del hombre.

Riega la tierra en sequía,

sana el corazón enfermo,

lava las manchas, infunde

calor de vida en el hielo,

guía al que tuerce el sendero”.

La Biblia, cuando nos habla del Espíritu Santo, recurre al viento y al fuego. Sobre todo al viento. En los diálogos que mantuvo Jesús con Nicodemo por las noches, le decía al Maestro: ”el viento sopla hacia donde quiere. Oyes su rumor, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va”. Sin embargo la dirección del Espíritu no es caótica, tiene unos principios y unos objetivos claros: los llamados frutos y dones del Espíritu Santo.

El Sagrado Corazón, modelo de obediencia

I

EL Sagrado Corazón de Jesús es modelo de la más perfecta obediencia. Para dar el mayor y más fino ejemplo de ella, baja el Verbo a este valle de lágrimas, y toda su vida mortal puede compendiarse en esta sola palabra: obedecer. Es Rey de los cielos, y obedece. Es Dueño de todo lo creado, y obedece. Es árbitro poderoso de cuanto existe, y no obstante obedece.

¿Y, a quién obedece? Además de la obediencia de continuo prestada al Padre celestial, los demás a quienes obedeció fueron siempre criaturas suyas, y por tanto infinitamente inferiores a Él. Le mandaba María, le mandaba José, le mandaba el juez impío, le mandaban los verdugos. Y a todos obedecía. Hoy mismo, en este augusto Sacramento obedece a la voz de sus ministros, a quienes ha dado en cierto modo la facultad de mandarle colocarse en nuestros altares.

¡Oh confusión de mi orgullosa independencia! El gusano vil no gusta sino mandar y hacer su propia voluntad, cuando Dios mismo le da el ejemplo de tan rendida obediencia! Avergüénzate aquí, corazón mío, y aprende del Sagrado Corazón tan excelente virtud.

Medítese unos minutos.

II

¡Oh Señor! Si toda tu vida fue obedecer, la mía, infeliz y desdichada, fue siempre continua desobediencia. Soy un miserable esclavo que nunca ha sabido más que rebelarse contra tu suavísima voluntad. Mi rey ha sido mi gusto, mi regla los vanos antojos de mi veleidoso corazón. Obedecías Vos, y yo insolente pretendía elevarme con el mando. Te hacíais Vos esclavo, y yo quise darme en todo, aires de señor.

En mi corazón he levantado tronos y altares; pero no han sido para Vos, sino para dar culto en ellos a mis ambiciosas pretensiones, a mi insensata arrogancia. ¿Qué freno hubo que me contuviese? ¿Qué valla me pusiste que yo no saltase? ¿Qué precepto me dictaste que yo no rompiese?

¡Oh siervo rebelde, digno del más infame castigo! ¡Oh mal esclavo, merecedor de la cárcel perpetua! ¡Oh hijo porfiado, indigno de la herencia de tan buen padre! Pero, perdóname, Jesús mío; perdona al extraviado, que sumiso ya y lloroso vuelve a Dios. Manda, Señor, que a mí me toca obedecer. Prometo desde hoy a tu ley, a tus inspiraciones, a tus ministros, a mis superiores, formal, perpetua y decidida obediencia.

Medítese, y pídase la gracia particular.

Evangelii Gaudium – Francisco I

49. Salgamos, salgamos a ofrecer a todos la vida de Jesucristo. Repito aquí para toda la Iglesia lo que muchas veces he dicho a los sacerdotes y laicos de Buenos Aires: prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades. No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que termine clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos. Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida. Más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: «¡Dadles vosotros de comer!» (Mc 6,37).

El Espíritu de Dios

1. El aliento que exhala Jesús al morir —y también una vez resucitado— es un signo de su Espíritu entregado a los discípulos y, por consiguiente, a la Iglesia. Es Espíritu de perdón y de
creación de una nueva humanidad, por ser la fuerza de Dios concedida a los creyentes.

2. San Juan llama al Espíritu de Dios Paráclito, es decir, abogado que defiende o se pone «al lado de». La función de defensor la ejerce el Espíritu en favor de Cristo y de sus discípulos. Jesús anuncia la venida del Paráclito en la última cena. Cuando Jesús haya partido, vendrá el Paráclito en las apariciones pascuales y en los últimos tiempos. El Paráclito estará presente entre los discípulos, pero el sistema de este mundo no lo reconocerá; más aún, será su acusador.

3. Respecto del Espíritu Santo, el Paráclito tiene tres funciones: hacer presente a Jesús, defenderlo ante el mundo y ayudar a recordar todo lo que dijo el Señor.

En primer lugar, lo hace presente, porque Jesús es «ESPÍRITU DE VERDAD», y los discípulos lo contemplan como viviente; el Paráclito es «TESTIGO DE JESÚS».

En segundo lugar, defiende a Jesús y el Evangelio ante el sistema del mundo, al que acusa en materia de pecado, de justicia y de juicio.

Finalmente, tiene por función «ENSEÑAR» TODO LO QUE HA DICHO JESÚS, a saber, ayudar a «recordar» la plenitud de la verdad frente a las verdades a medias, la mentira y la corrupción de la verdad.

4. Al oponerse el Espíritu a lo corpóreo, se desestima con frecuencia lo espiritual y la espiritualidad. Otras veces se defiende a ultranza un espiritualismo desencarnado. Debemos reconsiderar la función del Espíritu, que es soplo vital de Dios en toda la creación y aliento de vida en la totalidad del ser humano. El Espíritu es la fuerza vital de la persona y la respiración del cristiano. Nacemos y renacemos por el Espíritu de Dios. Al ser Dios el Abogado de los pobres, porque quiere la justicia, su Espíritu es Paráclito, Defensor de una vida digna y plena y acusador de quienes manipulan la vida de los demás e impiden el establecimiento del reino de Dios.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Qué valor damos en nuestras vidas al Espíritu de Dios?

¿Somos espirituales? ¿En qué sentido?

Casiano Floristán

La fuerza del Espíritu

Pentecostés es una de las grandes fiestas cristianas. En ella celebramos la fuerza del Espíritu presente en la Iglesia de Cristo.

El Espíritu y el miedo

La muerte de Jesús había sido un duro golpe para los discípulos. El enfrentamiento con los grandes de su pueblo, coludidos con las autoridades romanas, los aterraba. «Por miedo a los judíos» (Jn 20, 19) se hallaban reunidos con las puertas cerradas. El Maestro les da sus últimas lecciones: les desea la paz, es decir, integridad de vida, búsqueda de la justicia, armonía. Les manda, además, continuar la misión, que precisamente lo había llevado a la muerte ignominiosa que asusta a sus seguidores (v. 21).

El Señor les pide que tengan el valor de anunciar su evangelio, sin importarles la resistencia y la hostilidad que encontrarán. Podrán hacerlo sólo si reviven la fuerza del Espíritu (v. 22). Espíritu de amor que, como dice el mismo Juan en su primera carta, se opone al temor (1 Jn 4, 18). En efecto, el miedo para hablar claro y decir con precisión y oportunidad la palabra de Dios revela una falta de amor. La presencia del Espíritu en la Iglesia, en todos nosotros, nos debe llevar a defender la dignidad de los hijos de Dios, que ven pisoteado su derecho a la vida y a la verdad. Paralizarse por temor a los poderosos o a perder nuestra comodidad y nuestros privilegios en la sociedad, significa negarse a recibir el Espíritu de amor.

Cada uno en su lengua

Pentecostés era, en Israel, la fiesta de la recolección (Ex 23, 16; 34, 22). De agraria se convierte más tarde en fiesta histórica, en ella se recordaba la promulgación de la ley sobre el Sinaí. En ese día la ciudad de Jerusalén se llenaba de creyentes venidos a la festividad desde diferentes lugares. Los discípulos, temerosos ya lo sabemos, se hallaban reunidos, sin saber bien qué hacer; el don del Espíritu hará que proclamen la buena nueva a todos aquellos que se encontraban en la ciudad (Hech 2, 1-11).

Bajo la inspiración del Espíritu Santo los discípulos encuentran el lenguaje apropiado para ese anuncio. El texto trae una precisión importante que va contra una interpretación frecuente, pero superficial. No se trata de emplear un solo idioma, sino de ser capaz de entenderse. El texto es claro: la gente escuchaba a los discípulos «porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente sorprendidos preguntaban: ¿No son galileos todos esos que están hablando?» (Hech 2, 6-7). Cada uno comprende en su lengua, desde su mundo cultural.

Por consiguiente, la evangelización no consiste en una uniformidad impuesta, sino en la fidelidad al mensaje y al entendimiento en la diversidad. Eso es la Iglesia, una comunión, en ella cada miembro tiene una función (1 Cor 12). Todos cuentan, y deben por lo tanto ser respetados en sus carismas. Coraje para decir el evangelio y verdadero sentido de la comunión eclesial, a eso nos llama la fiesta de Pentecostés.

Gustavo Gutiérrez

La fiesta del Espíritu

Hoy la Iglesia celebra una gran solemnidad: el Espíritu de Dios que nos da vida, que llena todo nuestro ser, nos inunda de claridad, de alegría, de fuerza, de testimonio, de fe. ¡Es la gran fiesta del Espíritu, la gran invasión del Espíritu! Un día, querido amigo, fuerte, para vivirlo con alegría, con ilusión y con fuerza. Vamos a escuchar con mucha atención el Evangelio de san Juan, capítulo 20, versículo 19 al 23, que nos habla muy bien de cómo ocurrió toda esta efusión del Espíritu con pocas palabras, pero nos lo dice muy claramente. Escuchemos:

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: “Paz a vosotros”. Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”.

Jn 20, 19-23

Nos dice el texto que al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en su casa con las puertas cerradas, con el miedo que les caracteriza después de su muerte y lo primero que les dice es: “¡Paz!”. En esta gran fiesta, lo primero que se nos va a decir: “¡Paz!”. Porque sin paz no nos podemos transformar, sin paz nos entran miedos, desesperanzas, dudas, faltas de entusiasmo. Pero Él sabe que esta paz es sumamente frágil y se nos va… y se nos va… Por eso hoy nos regala la gran fuerza de su Espíritu, que lleva consigo todos los dones, para poder vivir bien en esa apertura de amor, como Él quiere.

Un acontecimiento que nos va a cambiar la vida: va a convertir el miedo en paz, la tristeza en alegría, el egoísmo en generosidad, el odio en perdón… Es un lenguaje totalmente diferente. ¡Pentecostés es un grito de esperanza, de unidad, de amor! Pero, querido amigo, todos estamos llamados, todos estamos llamados a participar en este festival del Espíritu, tenemos que abandonar los miedos y empezar a vivir el Evangelio de la buena noticia. Es un mensaje precioso el de hoy: nos infunde todos sus dones y lo hace junto a María, la Madre de Jesús, con toda clase de riqueza. Él no se puede callar, Él se ha ido, pero nos tiene que dar esa fuerza, ese poder nuevo y nos dice: “Como el Padre me envió, así os envío Yo”.

Querido amigo, preparémonos para recibir estas frases: “¡Recibid el Espíritu Santo, mi Espíritu, mi Logos, mi Amor!”. Con la Iglesia tenemos que celebrar este gran acontecimiento y que resuenen en nuestros oídos las estrofas del himno de hoy:

¡Ven, Espíritu divino! manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre, don en tus dones espléndido, luz que penetra las almas, fuente del mayor consuelo, entra hasta el fondo del alma. Divina luz, ¡enriquécenos! Mira el vacío del hombre
si Tú le faltas por dentro. Mira el poder del pecado cuando no envías tu aliento.

Con alegría tengamos este gran encuentro, con alegría pongámonos junto al Señor, junto a su corazón, para que Él nos forme y nos reforme todo lo que no le gusta a Él. Le tenemos que decir: “Riega mi tierra, sana ese corazón enfermo, lávame de las manchas, doma este espíritu indómito, guíame, guíame…”. Y con alegría decirle: “¡Bendice alma mía al Señor! ¡Qué grande eres! ¡Gloria y honor a ti! ¡Gloria y honor a ti!”.

Querido amigo, entremos en el camino del Espíritu, dejémonos invadir de este torrente de amor y de paz, de esa [como] ventolera que arrastra todo, pero que nos llena de alegría. Tú nos envías por el mundo en tu nombre, haznos libres, fuertes, grandes, para recibir tu Espíritu y con Él, démosle gracias por todo y pidámosle que sepamos abrir este corazón y repitámosle mucho hoy: “¡Ven, Espíritu Santo, llena este corazón y enciéndelo del fuego de tu amor! ¡Ven sobre mi vida, ven sobre mí!”.

Nos unimos a María y con ella, que haga ella la súplica por nosotros para que nos invada este gran Espíritu: Espíritu de temor, Espíritu de fe, Espíritu de paciencia, Espíritu de amor, de sabiduría, Espíritu de fortaleza. Gracias, Señor, por esta gran solemnidad. Gracias, Señor, por este gran Pentecostés. Gracias, Señor, porque nos haces nuevos. Gracias, Señor, porque tu acción secunda todo y porque tu acción entra como una experiencia fuerte en mi corazón, que me consuela, que me refuerza, que me quita de tanta superficialidad. Gracias, Señor. ¡Espíritu Santo, ven! ¡Ven, Espíritu Santo sobre mí y enciende nuestros corazones!

Querido amigo, repitamos mucho el himno del Espíritu Santo y llenémonos de su calor y de su amor y con alegría celebremos la gran fiesta de Pentecostés, el gran festival del amor.

A esto te invito, querido amigo ¡Que así sea!

Francisca Sierra Gómez

Pentecostés

ORACION DE UNA PERSONA MEDIOCRE

Señor, hoy celebramos ese gran regalo que Tú nos haces a todos y a cada uno de los seres humanos y que es tu Espíritu Santo. Hoy es Pentecostés.

¿Por qué siento esta mañana con fuerza tan especial mi vacío interior y la mediocridad de mi corazón? Mis horas, mis días, mi vida está llena de todo, menos de Ti. Cogido por las ocupaciones, trabajos e impresiones, vivo disperso y vacío, olvidado casi siempre de tu cercanía. Mi interior está habitado por el ruido y el trajín de cada día. Mi pobre alma es como «un inmenso almacén» donde se va metiendo de todo. Todo tiene cabida en mí, menos Tú.

Y luego, esa experiencia que se repite una y otra vez. Llega un momento en que ese ruido interior y ese trajín agitado me resultan más dulces y confortables que el silencio sosegado junto a Ti.

Dios de mi vida, ten misericordia de mí. Tú sabes que cuando huyo de la oración y el silencio, no quiero huir de Ti. Huyo de mí mismo, de mi vacío y superficialidad. ¿Dónde podría yo refugiarme con mi rutina, mis ambigüedades y mi pecado?

¿Quién podría entender, al mismo tiempo, mi mediocridad interior y mi deseo de Dios?

Dios de mi alegría, yo sé que Tú me entiendes. Siempre has sido y serás lo mejor que yo tengo. Tú eres el Dios de los pecadores. También de los pecadores corrientes, ordinarios y mediocres como yo. Señor, ¿no hay algún camino en medio de la rutina, que me pueda llevar hasta Ti? ¿No hay algún resquicio en medio del ruido y la agitación, donde yo me pueda encontrar contigo?

Tú eres «el eterno misterio de mi vida». Me atraes como nadie, desde el fondo de mi ser. Pero, una y otra vez, me alejo de Ti calladamente hacia cosas y personas que me parecen más acogedoras que tu silencio.

Penetra en mí con la fuerza consoladora de tu Espíritu. Tú tienes poder para actuar en esa profundidad mía donde a mí se me escapa casi todo. Renueva mi corazón cansado. Despierta en mí el deseo. Dame fuerza para comenzar siempre de nuevo; aliento para esperar contra toda esperanza; confianza en mis derrotas; consuelo en las tristezas.

Dios de mi salvación, sacude mi indiferencia. Límpiame de tanto egoísmo. Llena mi vacío. Enséñame tus caminos. Tú conoces mi debilidad e inconstancia. No te puedo prometer grandes cosas. Yo viviré de tu perdón y misericordia. Mi oración de Pentecostés es hoy humilde como la del salmista: «Tu Espíritu que es bueno, me guíe por tierra llana» (Sal 142, 10).
 

INVOCACIÓN

Según San Juan, el Espíritu hace presente a Jesús en la comunidad cristiana, recordándonos su mensaje, haciéndonos caminar en su verdad, interiorizando en nosotros su mandato del amor. A ese Espíritu invocamos en esta fiesta de Pentecostés.

Ven Espíritu Santo y enséñanos a invocar a Dios con ese nombre entrañable de «Padre» que nos enseñó Jesús. Si no sentimos su presencia buena en medio de nosotros, viviremos como huérfanos. Recuérdanos que sólo Jesús es el camino que nos lleva hasta él. Que sólo su vida entregada a los últimos nos muestra su verdadero rostro. Sin Jesús nunca entenderemos su sed de paz, de justicia y dignidad para todos sus hijos e hijas.

Ven Espíritu Santo y haznos caminar en la verdad de Jesús. Sin tu luz y tu aliento, olvidaremos una y otra vez su Proyecto del reino de Dios. Viviremos sin pasión y sin esperanza. No sabremos por qué le seguimos ni para qué. No sabremos por qué vivir y por qué sufrir. Y el Reino seguirá esperando colaboradores.

Ven Espíritu Santo y enséñanos a anunciar la Buena Noticia de Jesús. Que no echemos cargas pesadas sobre nadie. Que no dictaminemos sobre problemas que no nos duelen ni condenemos a quienes necesitan sobre todo acogida y comprensión. Que nunca quebremos la caña cascada ni apaguemos la mecha vacilante.

Ven Espíritu Santo e infunde en nosotros la experiencia religiosa de Jesús. Que no nos perdamos en trivialidades mientras descuidamos la justicia, la misericordia y la fe. Que nada ni nadie nos distraiga de seguirlo como único Señor. Que ninguna doctrina, práctica o devoción nos aleje de su Evangelio.

Ven Espíritu Santo y aumenta nuestra fe para experimentar la fuerza de Jesús en el centro mismo de nuestra debilidad. Enséñanos a alimentar nuestra vida, no de tradiciones humanas ni palabras vacías, sino del conocimiento interno de su Persona. Que nos dejemos guiar siempre por su Espíritu audaz y creador, no por nuestro instinto de seguridad.

Ven Espíritu Santo, transforma nuestros corazones y conviértenos a Jesús. Si cada uno de nosotros no cambia, nada cambiará en su Iglesia. Si todos seguimos cautivos de la inercia, nada nuevo y bueno nacerá entre sus seguidores. Si no nos dejamos arrastrar por su creatividad, su movimiento quedará bloqueado.

Ven Espíritu Santo y defiéndenos del riesgo de olvidar a Jesús. Atrapados por nuestros miedos e incertidumbres, no somos capaces de escuchar su voz ni sentir su aliento. Despierta nuestra adhesión pues, si perdemos el contacto con él, seguirá creciendo en nosotros el nerviosismo y la inseguridad.

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio (3 de junio)

¡Último día para celebrar la Pascua de Resurrección! Es una fiesta tan importante para los creyentes en Jesús que le dedicamos siete semanas enteras. ¡Jesús ha resucitado! ¡Jesús vive! ¡El amor de Dios es más fuerte que la muerte, que el pecado, que la injusticia, que el dolor! La esperanza del Reino ya no es un sueño inalcanzable sino una realidad que podemos/debemos construir aquí y ahora. Todos los sueños de fraternidad son posibles desde la resurrección de Jesús. 

      Pero eso no significa que la vida tenga todavía sus limitaciones. Hay que saber contar con ellas. Forman parte de este camino de la vida que todos debemos andar. La resurrección de Jesús no nos libera del compromiso por la justicia y la fraternidad y el amor. Y ese compromiso se tiene que reflejar en nuestra vida concreta. Parte de ese compromiso es liberarnos también de esas miserias que a veces están demasiado presentes en nuestro corazón (envidias, egoísmos, violencia, rabia, odios…)

      No nos tenemos que desanimar en este camino de liberación y hacia el reino. No es fácil. Hasta los mismos apóstoles, los que convivieron con Jesús, los que le sintieron y experimentaron vivo en medio de ellos después de haberle visto crucificado, siguen con esas tendencias un poco fratricidas, esas limitaciones a que me refería en el párrafo anterior. 

      No es posible interpretar de otro modo el comentario de Pedro a Jesús en el Evangelio de hoy. Es fruto de una cierta envidia, de querer saber si él era realmente el más importante entre los discípulos. La respuesta de Jesús, como tantas otras veces, es bien clara: “¿A ti qué te importa? Tú sígueme.” 

      Si eso le pasaba a Pedro, que había convivido con Jesús, que había aprendido de sus labios lo que era la buena nueva, que había visto con sus ojos como Jesús hacía presente el amor de Dios para todos y creaba una nueva fraternidad libre de envidias y odios en torno a él, ¿no tendremos que tener paciencia con nosotros mismos cuando afloren esas tendencias cainitas?

      Pero tener paciencia y misericordia con nosotros mismos y con los demás no significa contemporizar o pensar que todo da lo mismo. En el camino hay que ir superando esas miserias, hay que seguir construyendo el reino y la fraternidad. Porque a cada uno de nosotros Jesús también nos sigue diciendo: “Tú sígueme.”

Fernando Torres, cmf