Festividad de Pentecostés

El Evangelio de Juan nos describe el nacimiento de la comunidad eclesial como una nueva creación, para lo cual utiliza la tipología del libro del Génesis.

Al comienzo del Génesis, tras haber creado el cielo y la tierra, y más tarde las plantas y los animales, modeló Dios al hombre de arcilla y sopló en su rostro su propio soplo de vida. En el Evangelio que hoy hemos escuchado, vemos , en la tarde misma de Pascua a los discípulos reunidos en la sala alta, rodeados del miedo y de la confusión que nos recuerdan el caos de la primera creación. Jesús se les manifiesta y soplando sobre ellos les infunde su Espíritu, como lo había hecho Dios en el amanecer del Génesis. De esta manera los transforma en comunidad eclesial. Es el nacimiento de la Iglesia cual lo han visto los ojos místicos de Juan.

Este don del Espíritu no puede quedar separado de la Pasión, ni del agua y la sangre que brotaron del costado traspasado de Jesús. La Iglesia nace del agua y del Espíritu. Jesús, al aparecerse a sus discípulos, les muestra su costado traspasado, antes de soplar sobre ellos. Juan ve en Jesús resucitado al nuevo Adán que hace nuevas todas las cosas, y al referirse a la narración mística del Génesis, ve asimismo a la Iglesia como la nueva Eva, que sale del costado traspasado de Jesús.

En la primera creación no habían tardado mucho los hombres en dejarse llevar por los deseos de grandeza, de ambición y orgullo. Todo esto había llegado a su colmo en la construcción de la Torre de Babel, símbolo de un proyecto común que no podía conducir a otra cosa que a la división y a la incomprensión toda vez que había sido concebida como una búsqueda de grandeza y de poder.

A esta torre de Babel se contrapone en Juan la sala alta en la que se hallan reunidos los discípulos. Y en la narración de los Hechos de los Apóstoles vemos que se produce lo contrario de lo que se había producido en Babel. Con el don del Espíritu comienza el largo proceso de “desbabelización” de la humanidad.

La narración de Babel, en el libro del Génesis, ra la reacción del autor sagrado contra el primer fenómeno de urbanización en la historia. La unidad de lengua y de cultura, la unión de todos en un proyecto común que tiene como finalidad el conquistar el cielo, es vista por el autor como una negación de la diferencia y como el comienzo de una opresión. Muy al contrario de Jesús que a lo largo de todo su ministerio ha afirmado el derecho a la diferencia y la necesidad de aceptar y amar a cada uno en su carácter único. Lo que tiene lugar en Pentecostés es precisamente lo inverso de Babel. Los Apóstoles no reciben el don de una lengua universal que hayan luego de aprender todos. El don del Espíritu les permite hablar las lenguas de todos, y cada uno les entiende en su propia lengua.

En nuestros días Babel es el símbolo de una forma de mundialización que, a pesar de los bellos discursos sobre el respeto a las culturas, impone a nivel mundial – manu militari si es ello preciso – un sistema económico único que ineluctablemente implica una nivelación de las culturas fuertes y la desaparición antes o más tarde de todas las demás. En efecto, en Babel todos hablaban la misma lengua y se hallaban reunidos en un mismo proyecto – un proyecto que llevaba en si mismo la fuente de sus discordias y de sus divisiones. Pentecostés es por el contrario el símbolo de un ideal de encuentro de todas las culturas y de todas las religiones, en el mutuo respeto de las diferencias cuya gran diversidad constituye la riqueza misma del mundo creado, que de esta manera representa los diversos de la belleza de Dios.

El Cordero del Apocalipsis (21, 5) sentado sobre el trono de la Jerusalén celeste dirá: “He aquí que hago nuevas todas las cosas”. Entre Babilonia y esta Jerusalén escatológica, se halla la sala alta en la que Jesús, al insuflar su Espíritu sobre sus discípulos, les dice: “Aquéllos a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; y a quienes se los retengáis les quedan retenidos” (Jn 19, 23). El camino hacia la reconquista definitiva de la unidad perdida es el del perdón mutuo. ¡En qué riesgo tan terrible ha incurrido Dios al dar a los hombres el poder de retener el perdón!

A. Veilleux

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II Vísperas – Domingo de Pentecostés

II VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: VEN, CREADOR, ESPÍRITU AMOROSO

Ven, Creador, Espíritu amoroso,
ven y visita el alma que a ti clama
y con tu soberana gracia inflama
los pechos que criaste poderoso.

Tú que abogado fiel eres llamado,
del Altísimo don, perenne fuente
de vida eterna, caridad ferviente,
espiritual unción, fuego sagrado.

Tú te infundes al alma en siete dones,
fiel promesa del Padre soberano;
tú eres el dedo de su diestra mano,
tú nos dictas palabras y razones.

Ilustra con tu luz nuestros sentidos,
del corazón ahuyenta la tibieza,
haznos vencer la corporal flaqueza,
con tu eterna virtud fortalecidos.

Por ti, nuestro enemigo desterrado,
gocemos de paz santa duradera,
y, siendo nuestro guía en la carrera,
todo daño evitemos y pecado.

Por ti al eterno Padre conozcamos,
y al Hijo, soberano omnipotente,
y a ti, Espíritu, de ambos procedente,
con viva fe y amor siempre creamos. Amén.

SALMODIA

Ant 1. El Espíritu del Señor llena el universo. Aleluya.

Salmo 109, 1-5. 7 – EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»

Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.

En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Espíritu del Señor llena el universo. Aleluya.

Ant 2. Confirma, oh Dios, lo que has realizado en nosotros, desde tu santo templo de Jerusalén. Aleluya.

Salmo 113 A – ISRAEL LIBRADO DE EGIPTO; LAS MARAVILLAS DEL ÉXODO.

Cuando Israel salió de Egipto,
los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente,
Judá fue su santuario,
Israel fue su dominio.

El mar, al verlos, huyó,
el Jordán se echó atrás;
los montes saltaron como carneros;
las colinas, como corderos.

¿Qué te pasa, mar, que huyes,
y a ti, Jordán, que te echas atrás?
¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros;
colinas, que saltáis como corderos?

En presencia del Señor se estremece la tierra,
en presencia del Dios de Jacob;
que transforma las peñas en estanques,
el pedernal en manantiales de agua.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Confirma, oh Dios, lo que has realizado en nosotros, desde tu santo templo de Jerusalén. Aleluya.

Ant 3. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar. Aleluya.

Cántico: LAS BODAS DEL CORDERO – Cf. Ap 19,1-2, 5-7

El cántico siguiente se dice con todos los Aleluya intercalados cuando el oficio es cantado. Cuando el Oficio se dice sin canto es suficiente decir el Aleluya sólo al principio y al final de cada estrofa.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios
(R. Aleluya)
porque sus juicios son verdaderos y justos.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Alabad al Señor sus siervos todos.
(R. Aleluya)
Los que le teméis, pequeños y grandes.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo.
(R. Aleluya)
Alegrémonos y gocemos y démosle gracias.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Llegó la boda del cordero.
(R. Aleluya)
Su esposa se ha embellecido.
R. Aleluya, (aleluya).

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar. Aleluya.

LECTURA BREVE Ef 4,3-6

Esforzaos por mantener la unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la meta de la esperanza en la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo.

RESPONSORIO BREVE

V. El Espíritu del Señor llena el universo. Aleluya, aleluya.
R. El Espíritu del Señor llena el universo. Aleluya, aleluya.

V. Y él, que todo lo mantiene unido, conoce todas las voces.
R. Aleluya, aleluya.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo
R. El Espíritu del Señor llena el universo. Aleluya, aleluya.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Hoy han llegado a su término los días de Pentecostés, aleluya; hoy el Espíritu Santo se apareció a los discípulos en forma de lenguas de fuego y los enriqueció con sus dones, enviándolos a predicar a todo el mundo y a dar testimonio de que el que crea y se bautice se salvará. Aleluya.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Hoy han llegado a su término los días de Pentecostés, aleluya; hoy el Espíritu Santo se apareció a los discípulos en forma de lenguas de fuego y los enriqueció con sus dones, enviándolos a predicar a todo el mundo y a dar testimonio de que el que crea y se bautice se salvará. Aleluya.

PRECES

Oremos a Dios Padre, que por medio de Cristo ha congregado a la Iglesia, y digamos suplicantes:

Envía, Señor, a la Iglesia tu Espíritu Santo.

Tú que quieres que todos los que nos llamamos cristianos, unidos por un solo bautismo en el mismo Espíritu, formemos una única Iglesia,
haz que cuantos creen en ti sean un solo corazón y una sola alma.

Tú que con tu Espíritu llenaste el universo,
haz que los hombres construyan un mundo nuevo en justicia y paz.

Señor, padre de todos los hombres, que quieres reunir en la confesión de la única fe a tus hijos dispersos,
ilumina a todos los hombres con la gracia del Espíritu Santo.

Tú que por tu Espíritu lo renuevas todo,
concede la salud a los enfermos, el consuelo a los que viven tristes y la salvación a todos los hombres.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que por tu Espíritu resucitaste a tu Hijo de entre los muertos,
infunde nueva vida a los que han muerto.

Dirijámonos ahora al Padre con las palabras que el Espíritu del Señor resucitado pone en nuestros labios:

Padre nuestro…

ORACION

Dios nuestro, que por el misterio de Pentecostés santificas a tu Iglesia en todo pueblo y nación, derrama los dones del Espíritu Santo por toda la extensión de la tierra, y aquellas maravillas que obraste en los comienzos de la predicación evangélica continúa realizándolas ahora en los corazones de tus fieles. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

Dejadle que entre

¡Qué mal lo pasan quienes carecen del aire y el oxígeno que necesitan para respirar!

¡Qué difícil que un barco velero pueda avanzar, si no cuenta con la complicidad del viento!

¿Quién puede buscar algo que ha perdido en una habitación oscura en la que se ha apagado la luz?.

Pues bien, el Espíritu Santo, cuya fiesta celebramos hoy, es vida, fuerza y luz, tres regalos que necesitamos como «agua de mayo» los seguidores del Maestro.

A lo largo de los tres años de su vida pública, Jesús habló repetidas veces a sus discípulos acerca de la tercera Persona de la Trinidad: «Yo os enviaré al Consolador, al Paráclito… Entonces entenderéis todo lo que os estoy diciendo…». Y hoy, en el evangelio de Juan, leemos: «Jesús sopló sobre sus discípulos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo».

Jesús nos entrega el Espíritu Santo, pero, para recibirlo, se necesita por nuestra parte que lo aceptemos, que le abramos la puerta. Que no seamos como aquel insensato del soneto de Lope de Vega que, llevado por la desidia, eludía el compromiso y se excusaba diciendo: «Mañana le abriremos (respondía), para lo mismo responder mañana».

Hoy, sacudiendo la pereza y reprimiendo el pudor, he decidido abrirle la puerta de par en par y dejarle que entre en mi casa:

Bienvenido, Espíritu… Pasa, no te quedes ahí en la puerta… He oído el timbre, de labios de Jesús: «Recibid el Espíritu Santo», y te abro con alegría y un poco nervioso porque no sé si te gustará mi casa. Mi casa es sencilla, pobre, está construida con adobes de mi barro y una dosis considerable de fragilidad… Por eso te necesitaba. Pero no me atrevía a decírtelo….

Mira. Aquí en la entrada, en este modesto «hall», tengo unos cuadros de paisajes deliciosos, para causar buena impresión a las visitas. Son mi carta de presentación: mis buenas acciones, mi afabilidad, mi sonrisa, mis limosnas…Luego ya, vienen las habitaciones… Bueno, habitaciones. Son pequeños espacios cuya puerta no abro a casi nadie, porque en ellos escondo mis miserias.

Te explico. En este primer espacio, tengo apiladas mis faltas de amor. Tú quieres que ame a todas las personas con las que trato, con las que convivo. Pero me cuesta acoger a quien no me cae bien. Y cuidado que hago esfuerzos por corregirme, por remediar mi egoísmo, mi capricho, mi estupidez… Y en los demás rincones de mi pequeño habitáculo tengo ocultas mis debilidades cotidianas: la pereza, la desgana, la falta de decisión…

Mira; en aquel rincón del fondo, hay unas cuantas cajas de buenas intenciones y de sinceros propósitos, pero las tengo aún sin desempaquetar. La ropa sucia de mis veleidades, de mis infidelidades, de mis extravíos está abandonada ahí, en otro de los rincones, pero me da pereza meterla en la lavadora de mi conversión.

Y por último, te prometo que voy a barrer mi casa de todas las suciedades, trastos viejos e inservibles; meteré todo ello en una bolsa y lo tiraré definitivamente al contenedor de mi calle, que me han dicho que hoy pasará por aquí el camión de la basura…

Espíritu Santo, agradezco tu visita con toda mi alma y quisiera hacerte una petición: que no te vayas nunca de mi casa. Mis pulmones necesitan tu aire y tu oxígeno para poder vivir. Mi casa es un velero que precisa de tu viento para progresar. Mi hogar está plagado de obscuridades y tiene hambre de tu luz… Espíritu Santo, no te vayas. Ello seria para mí el más espantoso de los desamparas.

Pedro Mari Zaldibe

Pentecostés

En el conjunto del Nuevo Testamento, queda patente que la vida y la salvación, que Dios concede al mundo, es ante todo iniciativa del Padre. Pero ese proyecto no se realiza solo mediante Jesús. Además de la acción de Jesús, es obra también del Espíritu. Por eso el evangelio de Juan, al relatar la muerte de Jesús, dice que este, cuando ya todo estaba «consumado», «inclinando la cabeza, entregó el Espíritu» (Jn 19, 30). Y el domingo mismo de Pascua, como hoy recuerda el evangelio, el Resucitado entrega de nuevo el Espíritu a los discípulos (Jn 19, 22). En el IV evangelio, el Espíritu es fruto de la vida, muerte y resurrección de Jesús. El Espíritu es prolongación y plenitud de la obra de Jesús.

En el libro de los Hechos de los Apóstoles, se relatan tres venidas del Espíritu. La primera, el día de Pentecostés (Hech 2, 1-11), que produce como fruto el efecto contrario a lo que sucedió según el mito de la torre de Babel (Gen 11, 1-9): la división de lenguajes expresa la incomunicación de los humanos, mientras que la venida del Espíritu hace que quienes hablan lenguas distintas, se entiendan.

La segunda venida, cuando los apóstoles salen de la cárcel y se reúnen con la comunidad (Hech 4, 31): la presencia del Espíritu produce la «libre audacia» o «valentía» (parresía) para anunciar el Evangelio.

La tercera venida, se produjo el día que Pedro admitió a los primeros paganos en la Iglesia (Hech 10, 44-46): el Espíritu no está asociado a una cultura, a unos ritos o a una religión, sino que trasciende todos los límites que los hombres le intentamos poner a Dios.

La Iglesia habla con frecuencia del Espíritu, pero, en la práctica, da la impresión de que cree más en la eficacia del poder y del dinero que en la fuerza del Espíritu. ¿No nos ocurre algo de eso a todos los creyentes? Esto se nota, sobre todo, en tiempos de crisis de fe. Y en la situaciones de crisis económica y política. Es exactamente la experiencia que estamos viendo y palpando ahora mismo en la sociedad y en la Iglesia.

José María Castillo

El Sagrado Corazón, modelo de paciencia

I

¿DESEAS, corazón mío, conocer a fondo la inagotable paciencia del Corazón de Jesús? Mírale cómo se dignó manifestarse a su devota Santa Margarita, herido por la lanza, coronado de espinas, clavado en el centro de la cruz. He aquí las insignias del Sagrado Corazón, he aquí su escudo de armas.

Se Diría que para eso sólo vino al mundo, para padecer.

¿Y qué padece? Dolores crudelísimos así en el cuerpo como en el alma. En el cuerpo pobreza, persecución, azotes, bofetadas, espinas, cruz. En el alma perfidias, ingratitud, tristezas, agonías, abandono de los suyos. Tal es la amarga historia de su vida pasible y mortal.

¿Y cómo padece? Callando, sin soltar la menor queja, sin mostrar iracundo el rostro, sin manifestarse cansado por tanto sufrir. Aun hoy en este Santísimo Sacramento, si pudiera padecer, no sería el sagrario para Él un trono de gloria, sino un Calvario de nuevos e ignorados dolores.

Mira si no cómo le tratan los hombres. ¡Con qué odios le blasfeman unos! ¡Con qué desprecio le miran otros! ¡Con qué frialdad y negligencia la mayoría! ¡Con qué tibieza los mismos que se dicen amigos suyos! ¡Cuán pocos con verdadero amor!

¡Pobre Jesús mío, tan sufrido y tan paciente! Enséñale a mi enfermo corazón el secreto de esta heroica paciencia.

Medítese unos minutos.

II

¡Cuánto me confunde, oh buen Jesús, esta consideración! Tú, inocente, no te cansas de padecer por mí; yo criminal, ni un instante me dispongo a padecer por Ti. Se me hace insoportable cualquier pequeña aflicción; la menor de tus espinas, acaba con mi escasa paciencia.

Y no obstante, Tú quieres que padezca, y hasta me lo aconseja mi propio interés. Me has colocado en este valle de lágrimas, donde desde la cuna hasta la sepultura, me acompaña la tribulación. Quiera o no quiera el hombre, es éste su patrimonio. La salud, la fortuna, las inclemencias del tiempo, la rareza de nuestro carácter, son para nosotros fuentes permanentes de desazones y desabrimientos. Es necesario sufrir, he aquí la sentencia que desde el nacer traemos escrita sobre la frente. Sufrir, pues, con paciencia, como Vos, es el único modo de hacer suave y llevadera esta necesidad.

¡Ah! Sufriré, Dios mío, sufriré contigo y por Ti, y como Tú quieras y hasta donde Tú quieras. Contemplaré tu Corazón herido y coronado de espinas, para alentarme más a sufrir con paciencia las mías. Alzaré los ojos a ese cielo que ha de ser mi recompensa, para no desfallecer en los presentes combates. Tú lo has dicho, y está escrito: ¡Sólo se va a él por el camino de la cruz!

¡Feliz quien la abrace contigo en esta vida, para recoger contigo sus dulces frutos en la eternidad!

Medítese y pídase la gracia particular.

Evangelii Gaudium – Francisco I

CAPÍTULO SEGUNDO
EN LA CRISIS DEL COMPROMISO COMUNITARIO

50. Antes de hablar acerca de algunas cuestiones fundamentales relacionadas con la acción evangelizadora, conviene recordar brevemente cuál es el contexto en el cual nos toca vivir y actuar. Hoy suele hablarse de un «exceso de diagnóstico» que no siempre está acompañado de propuestas superadoras y realmente aplicables. Por otra parte, tampoco nos serviría una mirada puramente sociológica, que podría tener pretensiones de abarcar toda la realidad con su metodología de una manera supuestamente neutra y aséptica. Lo que quiero ofrecer va más bien en la línea de un discernimiento evangélico. Es la mirada del discípulo misionero, que se «alimenta a la luz y con la fuerza del Espíritu Santo»[53].


[53] Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Pastores dabo vobis (25 marzo 1992), 10: AAS 84 (1992), 673.

Lectio Divina – 4 de junio

Lectio: Domingo, 4 Junio, 2017

La misión de la comunidad
“La Paz esté con vosotros”
Juan 20,19-23

1. ORACIÓN INICIAL

Señor Jesús, envía tu Espíritu, para que Él nos ayude a leer la Biblia en el mismo modo con el cual Tú la has leído a los discípulos en el camino de Emaús. Con la luz de la Palabra, escrita en la Biblia, Tú les ayudaste a descubrir la presencia de Dios en los acontecimientos dolorosos de tu condena y muerte. Así, la cruz, que parecía ser el final de toda esperanza, apareció para ellos como fuente de vida y resurrección.
Crea en nosotros el silencio para escuchar tu voz en la Creación y en la Escritura, en los acontecimientos y en las personas, sobre todo en los pobres y en los que sufren. Tu palabra nos oriente a fin de que también nosotros, como los discípulos de Emaús, podamos experimentar la fuerza de tu resurrección y testimoniar a los otros que Tú estás vivo en medio de nosotros como fuente de fraternidad, de justicia y de paz. Te lo pedimos a Ti, Jesús, Hijo de María, que nos has revelado al Padre y enviado tu Espíritu. Amén.

2. LECTURA

a) Clave de lectura:

Los discípulos estaban reunidos, y las puertas estaban bien cerradas. Tenían miedo de los judíos. De improviso, Jesús se pone en medio de ellos y dice: “¡La paz esté con vosotros!” Después de mostrarles las manos y el costado dice de nuevo: “¡La paz esté con vosotros. Como el Padre me envió, así os envío yo!” Y enseguida les comunica el don del Espíritu de modo que puedan perdonar los pecados y reconciliar las personas entre ellas y con Dios. ¡Reconciliar y construir la paz! He aquí una misión que han recibido y que perdura hasta hoy.

Cada día lo que más falta a la humanidad es la paz: rehacer los pedazos de la vida desintegrados, reconstruir las relaciones humanas, rota a causa de las injusticias que se cometen y por tantos otros motivos. ¡Jesús insiste en la paz y lo repite muchas veces! En el curso de la lectura del breve texto del evangelio de este domingo de Pentecostés, trataremos de estar atentos a los comportamientos tanto de Jesús como de los discípulos y a las palabras que Jesús pronuncia con tanta solemnidad.

b) Una división del texto para ayudar a la lectura:

Juan 20,19-20: La descripción de la experiencia de la resurrección
Juan 20,21: El envío: “Como el Padre me envió, así yo os envío”
Juan 20,22: El don del Espíritu
Juan 20,23: El poder de perdonar los pecados

c) El Texto:

Juan 20,19-2319 Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros.» 20 Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor.21 Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.» 22 Dicho esto, sopló y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. 23 A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»

3. UN MOMENTO DE SILENCIO ORANTE

para que la Palabra de Dios pueda entrar en nosotros e iluminar nuestra vida.

4. ALGUNAS PREGUNTAS

para ayudarnos en la meditación y en la oración.

a) ¿Qué te ha llamado más la atención en la descripción de la experiencia de la resurrección?
b) ¿Cuáles son las características de la Misión que los discípulos reciben?
c) ¿Cuáles son las características de la acción del Espíritu Santo que Jesús comunica?
d) ¿Qué importancia tiene todo esto para la vida de nuestra comunidad hoy?
e) Jesús insiste: “¡La paz esté con vosotros!” ¿Qué pasos debo dar para ayudar a reconstruir la paz y las relaciones rotas entre las personas?

5. PARA AQUELLOS QUE DESEAN PROFUNDIZAR MÁS EN EL TEMA

a) El contexto en el que fue escrito el evangelio de Juan:

El texto del evangelio de Juan es como un tejido muy bello, hecho con tres hilos de diversos colores. Los tres hilos están tan bien combinados entre sí, que no siempre es posible ver cuando se pasa de un hilo al otro. (1) El primer hilo son los hechos de la vida de Jesús, ocurridos en los años treinta en Palestina, conservados en la memoria del Discípulo Amado y de tantos otros testigos (1Jn 1,1-4). (2) El segundo hilo son los hechos de la vida de la comunidad. A partir de su fe en Jesús y convencidas de la presencia de él en medio de ellas, las comunidades iluminaban sus vidas con las palabras y gestos de Jesús. Esto influye en la descripción de los hechos. Por ejemplo, el conflicto de las comunidades con los fariseos hacia finales del primer siglo indica el modo cómo vienen descritos los conflictos de Jesús con los fariseos. (3) El tercer hilo son los comentarios hechos por el evangelista. En ciertos pasajes, casi no se percibe cuándo Jesús cesa de hablar y cuándo el redactor empieza a tejer sus comentarios (Jn 2,22; 3,16-21; 7,39; 12,37-43; 20,30-31).

b) Comentario del texto:

Juan 20,19-20: Una descripción de la experiencia de la resurrección
Jesús se hace presente en la comunidad. Ni siquiera las puertas cerradas le impiden estar en medio de aquéllos que no lo reconocen.¡Hasta el presente es así! Cuando estamos reunidos, también si las puertas están cerradas, ¡Jesús está en medio de nosotros! Y también hoy, la primera palabra de Jesús será siempre: “¡La Paz esté con vosotros!”

Él les muestra las señales de su pasión en las manos y en su costado.¡El resucitado es el crucificado! El Jesús que está con nosotros en la comunidad, no es un Jesús glorioso que no tiene nada en común con la vida de la gente. Sino es el mismo Jesús que ha venido a esta tierra y que tiene las señales de su pasión. Y hoy estas mismas señales se encuentran en los sufrimientos de la gente. Son los signos del hambre, de la tortura, de las guerras, de las enfermedades, de la violencia, de las injusticias. ¡Tantas señales! Y en las personas que reaccionan y luchan por la vida, Jesús resucita y se vuelve presente en medio de nosotros.

Juan 20,21: El envío: “¡Como mi Padre me envió, así yo os envío!”
De este Jesús crucificado y resucitado nosotros recibimos la misión, la misma que Él recibió del Padre. Y también para nosotros Él repite: “¡La paz esté con vosotros!”. La repetición recalca la importancia de la paz. Construir la paz forma parte de la misión. La Paz que Jesús nos deja significa mucho más que ausencia de guerra. Significa construir un conjunto humano armonioso, en el que las personas puedan ser ellas mismas, con todo lo necesario para vivir, y donde puedan vivir felices y en paz. En una palabra, quiere decir construir una comunidad según la comunidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Juan 20,22: Jesús comunica el don del Espíritu
Jesús sopló y dijo: “Recibid el Espíritu Santo”. Y es por tanto con la ayuda del Espíritu Santo con la que podemos realizar la misión que él nos confía. En el evangelio de Juan, la resurrección (Pascua) y la efusión del Espíritu Santo (Pentecostés) son una misma cosa. Todo sucede en mismo momento.

Juan 20,23: Jesús comunica el poder de perdonar los pecados
El punto central de la misión de paz se encuentra en la reconciliación, en el intento de superar las barreras que nos separan: “A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; y a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.” Ahora este poder de reconciliar y perdonar se le da a los discípulos. En el Evangelio de Mateo, este mismo poder se le da también a Pedro (Mt 16,19) y a las comunidades (Mt 18,18). Una comunidad sin perdón y sin reconciliación, no es una comunidad cristiana.

c) Profundizando:

i) La acción del Espíritu Santo en el evangelio de Juan

La lengua hebraica usa la misma palabra para decir viento y espíritu. El viento tiene en sí una meta, una dirección: viento del Norte, viento del Sur. Así también el Espíritu de Dios (el viento de Dios) tiene en sí una meta, un proyecto que se manifiesta de muchos modos en las obras que el Espíritu de Dios cumple en la creación, en la historia y sobre todo en Jesús. La gran Promesa del Espíritu está presente en los profetas: la vista de los huesos secos que se revisten de vida, gracias a la fuerza del Espíritu de Dios (Ez 37,1-14); la efusión del Espíritu de Dios sobre todas las gentes (Jl 3,1-5); la visión del Mesías Siervo que será ungido por el Espíritu para restablecer el derecho sobre la tierra y para anunciar la buena noticia a los pobres (Is 11,1-9; 42,1; 44,1-3; 61,1-3). Los profetas entrevén un futuro en el cual el pueblo de Dios renace gracias a la efusión del Espíritu (Ez 36,26-27; Sl 51,12; cf. Is 32,15-20).

En el evangelio de Juan estas profecías se cumplen en Jesús. Como sucede en la creación (Gen 1,1), así el Espíritu aparece y desciende sobre Jesús “bajo forma de una paloma venida del cielo” (Jn 1,32). ¡Es el comienzo de la nueva creación! Jesús pronuncia las palabras de Dios y nos comunica el Espíritu, con abundancia (Jn 3,34). Sus palabras son Espíritu y vida (Jn 6,63). Cuando Jesús se despide, dice que enviará otro consolador, otro defensor que estará con nosotros. Es el Espíritu Santo (Jn 14,16-17). Por su pasión, muerte y resurrección, Jesús conquista para nosotros el don del Espíritu. Cuando aparece a los Apóstoles sopló sobre ellos y dijo: “¡Recibid el Espíritu Santo!” (Jn 20,22) El primer efecto de la acción del Espíritu Santo en nosotros es la reconciliación: “A quienes le perdonéis los pecados les quedan perdonados y a quienes se los retengáis les quedan retenidos” (Jn 20,23). Mediante el bautismo todos nosotros recibimos este mismo Espíritu de Jesús (Jn 1,33). El Espíritu es como el agua que brota de lo íntimo de las personas que creen en Jesús (Jn 7,37-39; 4,14). El Espíritu se nos da para poder recordar y entender el pleno significado de las palabras de Jesús (Jn 14,26; 16,12-13). Animados por el Espíritu de Jesús podemos adorar a Dios en cualquier lugar (Jn 4,23-24). Aquí se vive la libertad del Espíritu. “Donde está el Espíritu del Señor, hay libertad”, confirma San Pablo (2Cor 3,17).

ii) Shalom: la construcción de la paz

En el evangelio de Juan, el primer encuentro entre Jesús resucitado y sus discípulos está marcado por el saludo: “¡La paz esté con vosotros!” La paz que Jesús nos da es diversa de la Pax Romana, construida por el Imperio Romano (Jn14,27). Paz en la Biblia (shalom) es una palabra rica de un profundo significado. Significa integridad de las personas delante de Dios y de los otros. Significa también vida plena, feliz, abundante (Jn 10,10). La paz es señal de presencia de Dios, porque nuestro Dios es un Dios de paz. “Javhé es Paz (Jer 6,24). “¡Que la Paz de Dios está con vosotros!” (Rm 15,33). Por esto, la propuesta de paz de Dios produce reacciones violentas. Como dice el salmo: “Desde mucho tiempo vivo con los que odian la paz. Estoy a favor de la paz, pero cuando yo digo “¡Paz!” ellos gritan “¡Guerra!” (Sl 121,6-7) La paz que Jesús nos da es señal de “espada” (Mt 10,34). Supone persecuciones para las comunidades. Y el mismo Jesús nos anuncia tribulaciones. (Jn 16,33) Es necesario tener confianza, luchar, obrar, perseverar en el Espíritu de modo que un día triunfe la paz de Dios (Sl 85,11) Y entonces, “el Reino de Dios será justicia, paz y alegría y estos serán los frutos del Espíritu Santo “(Rom 14,17) y “Dios será todo en todos” 1Cor 15,28).

6. SALMO 145

Descripción del Reino de Dios

Te ensalzaré, Dios mío, mi Rey,
bendeciré tu nombre por siempre;
todos los días te bendeciré,
alabaré tu nombre por siempre.

Grande es Yahvé, muy digno de alabanza,
su grandeza carece de límites.
Una edad a otra encomiará tus obras,
pregonará tus hechos portentosos.
El esplendor, la gloria de tu majestad,
el relato de tus maravillas recitaré.
Del poder de tus portentos se hablará,
y yo tus grandezas contaré;
se recordará tu inmensa bondad,
se aclamará tu justicia.
Es Yahvé clemente y compasivo,
tardo a la cólera y grande en amor;
bueno es Yahvé para con todos,
tierno con todas sus creaturas.

Alábente, Yahvé, tus creaturas,
bendígante tus fieles;
cuenten la gloria de tu reinado,
narren tus proezas,
explicando tus proezas a los hombres,
el esplendor y la gloria de tu reinado.
Tu reinado es un reinado por los siglos,
tu gobierno, de edad en edad.
Fiel es Yahvé en todo lo que dice,
amoroso en todo lo que hace.

Yahvé sostiene a los que caen,
endereza a todos los encorvados.
Los ojos de todos te miran esperando;
tú les das a su tiempo el alimento.
Tú abres la mano y sacias
de bienes a todo viviente.

Yahvé es justo cuando actúa,
amoroso en todas sus obras.
Cerca está Yahvé de los que lo invocan,
de todos los que lo invocan con sinceridad.
Cumple los deseos de sus leales,
escucha su clamor y los libera.
Yahvé guarda a cuantos le aman,
y extermina a todos los malvados.

¡Que mi boca alabe a Yahvé,
que bendigan los vivientes su nombre
sacrosanto para siempre jamás!

7. ORACIÓN FINAL

Señor Jesús, te damos gracia por tu Palabra que nos ha hecho ver mejor la voluntad del Padre. Haz que tu Espíritu ilumine nuestras acciones y nos comunique la fuerza para seguir lo que Tu Palabra nos ha hecho ver. Haz que nosotros como María, tu Madre, podamos no sólo escuchar, sino también poner en práctica la Palabra. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Amén.

Domingo de Pentecostés

1. Situación

La Iglesia ha de mantener la tensión entre su vida hacia dentro y su vida hacia fuera, su corazón vuelto al Resucitado y su amor al mundo, entre el don y la tarea, la contemplación y la misión.

Como cada uno de los cristianos.

Cuanto más vive de la Eucaristía, tanto más descubre que el culto «en espíritu y en verdad» está en la vida diaria, en el realizar la fe a la intemperie. Cuanto más descubre la presencia de Dios en los acontecimientos, tanto más necesita permanecer en Jesús, escuchando su Palabra.

2. Contemplación

Pentecostés celebra la universalidad de la Pascua que el Resucitado encomienda al Espíritu Santo, su Enviado, su Misionero en la historia, mediante la Iglesia.

¿Es que podemos guardarnos para nosotros la Buena Noticia? Deberíamos gritar y llorar por los caminos, con Francisco de Asís: «El Amor no es amado».

– Los Hechos describen la misión encomendada a la comunidad cristiana como una irrupción del Espíritu, que inicia una nueva era de la historia de la Salvación. El Espíritu Santo, mediante la palabra de Pedro, convoca a judíos y paganos en una nueva humanidad reconciliada; lo contrario de la división de Babel (cf. Gén 1 1 ).

– La segunda lectura nos recuerda el origen de nuestra misión: nuestro bautismo, que nos hace Iglesia.

– En el Evangelio, con otras palabras, como en la Ascensión, volvemos a escuchar el mandato de Jesús resucitado: Corno el Padre me ha enviado, así os envío yo.

¿Qué nos pasa que esto de la misión se lo dejamos a los misioneros, y que somos incapaces de vivir nuestra vida ordinaria en estado de misión?

3. Reflexión

La fe adulta se caracteriza por vivir en estado de misión.

– Porque sabe que su vida no le pertenece; pero no confunden la misión con las ganas de hacer adeptos para la propia causa; por el contrario, respeta al otro y deja a Dios que haga a su manera y en su momento.

– Porque la Buena Noticia le quema; pero vive la misión como un servicio, no como un poder.

– Porque las cosas más sencillas de la vida ordinaria nunca son para un cristiano una tarea, sin más, sino obediencia al Padre y, por lo tanto, acción de Dios en la historia. Sin embargo, no necesita espiritualizar lo que hace, sino vivirlo a fondo, dando calidad a cada acción, como si en ello se jugase la salvación del mundo; pero sin crispación, con esa naturalidad que caracteriza a la libertad espiritual.

– Porque la vida en estado de amor lleva en sí misma la fuerza transformadora del mundo.

– Porque lo mismo si se retira a orar en lo escondido al Padre, como si predica en un púlpito, como si conversa con un amigo/a, como si se compromete en una acción social, como si cumple su trabajo fielmente en la empresa, en todo está presente el Resucitado, Señor de la Historia.

– Porque la ambigüedad de todo lo humano no se opone al Reino de Dios; al contrario, la eficacia del Espíritu se verifica en el ocultamiento, en lo no espectacular, «desde dentro» de la condición humana.

4. Praxis

Suele ocurrir con nuestras fiestas: Si estamos en fase de entusiasmo, nos vienen deseos de grandes cosas (hoy, Pentecostés, de comprometernos con alguna misión); si estamos en fase de realismo o de desgana espiritual, nos resbalan las grandes palabras como «vivir en estado de misión».

Sintetiza en unas cuantas líneas la vida que el Señor ha ido suscitando en ti desde el Miércoles de Ceniza hasta hoy. Procura distinguir entre deseos ideales y transformación real, aunque ésta te parezca poquita cosa. Mira lo espiritual y también lo humano. Que tengas sensación de vida que te crece por dentro.

Pues bien, ahora traduce esa vida en una tarea o relación hacia fuera. Ahí está tu Pentecostés.

Javier Garrido

Solos pero no abandonados

La semana pasada, al celebrar la Solemnidad de la Ascensión del Señor, dijimos que Jesús había hecho a los Apóstoles una promesa: sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo. Y decíamos que esta promesa es también para nosotros, porque nosotros hoy somos los nuevos apóstoles y también somos corresponsables en el anuncio del Reino. Y el modo en que Jesús va a estar a nuestro lado es a través de su Espíritu, como prometió: Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos.

Hoy celebramos la Solemnidad de Pentecostés, la fiesta del Espíritu Santo. En el material de reflexión que la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar ha preparado para esta Jornada, se nos ofrecen diversas indicaciones para que todos los que somos y formamos la Iglesia, y particularmente los laicos, puedan cumplir el mandato misionero que escuchábamos el domingo pasado: Id y haced discípulos de todos los pueblos… Desde el Génesis el Espíritu Santo está presente y activo en la creación, podemos rastrear sus actos a lo largo de todo el Antiguo Testamento; hay un momento de inflexión cuando el Libro de los Hechos relata como el Espíritu descendió y comenzó a morar en los discípulos. Aquellos son los mismos discípulos que se dispersaron en cuanto Jesús fue arrestado, pero en ellos se produjo un cambio radical. Desde ese momento asumieron un papel activo para «salir, caminar y sembrar siempre de nuevo».

Si en Pentecostés nace la Iglesia, el mismo nacimiento se da en cada uno de nosotros por el bautismo y la confirmación. Todo creyente está llamado a vivir su vida como vocación. Ser creyente es una vocación y una respuesta a esa llamada, a esa iniciativa amorosa de parte de Dios. La vocación cristiana impulsa a seguir las huellas de Cristo y hacer realidad en nosotros las palabras del apóstol Pablo: «No soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí» (Gál 2, 20).

Por eso mismo hoy es también el Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar, este año con el lema: “Salir, caminar y sembrar siempre de nuevo”. Porque una de las cuestiones que más puede iluminar nuestro horizonte evangelizador es el de valorar el papel de los laicos para una Iglesia en salida. Hablar de laicado es significar una Iglesia que se encarna en la sociedad de hoy. Tenemos que recuperar la fe en el ámbito de lo público. En un contexto que tiende a relegar la fe a la esfera de lo privado, necesitamos cristianos que hagan visible la acción del Espíritu en el día a día de la vida familiar, laboral, cultural y social. Tanto en los pequeños gestos o vicisitudes de nuestra vida ordinaria, como en las estructuras o entramados sociales que repercuten en la vida pública.

Por tanto, es tiempo de salir. Salgamos de nosotros mismos. Nuestra fe es expansiva. Abramos nuestro corazón a su acción. No es tiempo de recluirse, ni personal ni comunitariamente. Abramos nuestros ojos a la realidad que nos rodea para transmitir la misericordia de Dios, la fuerza sanadora que nos restaura y nos encamina a la plenitud.

Es tiempo de caminar. Los cristianos no deambulamos por el mundo, tenemos un fin, una orientación última que da sentido a nuestra vida. Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14, 6). Él nos acompaña siempre. Y juntos, como Iglesia, caminamos siguiendo sus pasos. La fe no es estática, la fe genera un dinamismo vital que nos impide quedarnos quietos.

Es tiempo de sembrar. Sembrar la Palabra de Dios en el corazón de todos los hombres. Esto implica transmitir valores y actitudes que contribuyan a la edificación de un mundo más justo y fraterno.

Siempre de nuevo. No se trata tanto de hacer cosas nuevas, que también, sino hacer nuevas las cosas que hacemos. Esto pasa por apostar por la autenticidad. Todos somos llamados a ser evangelizadores con Espíritu, personas que arraiguen su vida en Cristo para ser sus testigos.

Pentecostés es un tiempo de gracia para abrir las puertas del corazón, de la vida, de las comunidades. Ningún cristiano puede permanecer impasible ante esta llamada; necesitamos salir de nuestras seguridades, necesitamos cristianos en movimiento capaces de agrandar sus horizontes, sin la estrechez del cálculo humano, sin temor a cometer errores, sino con la gran medida del corazón misericordioso de Dios.

Pidamos la intercesión materna de la Virgen María, que, como hizo con los Apóstoles en el Cenáculo en espera de Pentecostés, nos acompañe también a nosotros y nos impulse a mirar con confianza al futuro. Le pedimos al Espíritu Santo que infunda en nosotros la fuerza para anunciar la novedad y la alegría del Evangelio con audacia, en voz alta y en todo tiempo y lugar.

Vivir a Dios desde dentro

Hace algunos años, el gran teólogo alemán, Karl Rahner, se atrevía a afirmar que el principal y más urgente problema de la Iglesia de nuestros tiempos es su “mediocridad espiritual”. Estas eran sus palabras: el verdadero problema de la Iglesia es “seguir tirando con una resignación y un tedio cada vez mayores por los caminos habituales de una mediocridad espiritual”.

El problema no ha hecho sino agravarse estas últimas décadas. De poco han servido los intentos de reforzar las instituciones, salvaguardar la liturgia o vigilar la ortodoxia. En el corazón de muchos cristianos se está apagando la experiencia interior de Dios.

La sociedad moderna ha apostado por “lo exterior”. Todo nos invita a vivir desde fuera. Todo nos presiona para movernos con prisa, sin apenas detenernos en nada ni en nadie. La paz ya no encuentra resquicios para penetrar hasta nuestro corazón. Vivimos casi siempre en la corteza de la vida. Se nos está olvidando lo que es saborear la vida desde dentro. Para ser humana, a nuestra vida le falta una dimensión esencial: la interioridad.

Es triste observar que tampoco en las comunidades cristianas sabemos cuidar y promover la vida interior. Muchos no saben lo que es el silencio del corazón, no se enseña a vivir la fe desde dentro. Privados de experiencia interior, sobrevivimos olvidando nuestra alma: escuchando palabras con los oídos y pronunciando oraciones con los labios, mientras nuestro corazón está ausente.

En la Iglesia se habla mucho de Dios, pero, ¿dónde y cuándo escuchamos los creyentes la presencia callada de Dios en lo más hondo del corazón? ¿Dónde y cuándo acogemos el Espíritu del Resucitado en nuestro interior? ¿Cuándo vivimos en comunión con el Misterio de Dios desde dentro?

Acoger al Espíritu de Dios quiere decir dejar de hablar solo con un Dios al que casi siempre colocamos lejos y fuera de nosotros, y aprender a escucharlo en el silencio del corazón. Dejar de pensar a Dios solo con la cabeza, y aprender a percibirlo en los más íntimo de nuestro ser.

Esta experiencia interior de Dios, real y concreta, transforma nuestra fe. Uno se sorprende de cómo ha podido vivir sin descubrirla antes. Ahora sabe por qué es posible creer incluso en una cultura secularizada. Ahora conoce una alegría interior nueva y diferente. Me parece muy difícil mantener por mucho tiempo la fe en Dios en medio de la agitación y frivolidad de la vida moderna, sin conocer, aunque sea de manera humilde y sencilla, alguna experiencia interior del Misterio de Dios.

José Antonio Pagola