Vísperas – Lunes IX de Tiempo Ordinario

SAN BONIFACIO, obispo y mártir. (MEMORIA)

VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: OH DIOS, QUE ERES EL PREMIO

Oh Dios, que eres el premio, la corona
y la suerte de todos tus soldados,
líbranos de los lazos de las culpas
por este mártir a quien hoy cantamos.

El conoció la hiel que está escondida
en la miel de los goces de este suelo,
y, por no haber cedido a sus encantos,
está gozando los del cielo eterno.

Él afrontó con ánimo seguro
lo que sufrió con varonil coraje,
y consiguió los celestiales dones
al derramar por ti su noble sangre.

Oh piadosísimo Señor de todo,
te suplicamos con humilde ruego
que, en el día del triunfo de este mártir,
perdones los pecados de tus siervos.

Gloria eterna al divino Jesucristo,
que nació de una Virgen impecable,
y gloria eterna al Santo Paracleto,
y gloria eterna al sempiterno Padre. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Sáname, Señor, porque he pecado contra ti.

Salmo 40 – ORACIÓN DE UN ENFERMO.

Dichoso el que cuida del pobre y desvalido;
en el día aciago lo pondrá a salvo el Señor.

El Señor lo guarda y lo conserva en vida,
para que sea dichoso en la tierra,
y no lo entrega a la saña de sus enemigos.

El Señor lo sostendrá en el lecho del dolor,
calmará los dolores de su enfermedad.

Yo dije: «Señor, ten misericordia,
sáname, porque he pecado contra ti.»

Mis enemigos me desean lo peor;
«A ver si se muere y se acaba su apellido.»

El que viene a verme habla con fingimiento,
disimula su mala intención,
y cuando sale afuera, la dice.

Mis adversarios se reúnen a murmurar contra mí,
hacen cálculos siniestros:
«Padece un mal sin remedio,
se acostó para no levantarse.»

Incluso mi amigo, de quien yo me fiaba,
que compartía mi pan,
es el primero en traicionarme.

Pero tú, Señor, apiádate de mí,
haz que pueda levantarme,
para que yo les dé su merecido.

En esto conozco que me amas:
en que mi enemigo no triunfa de mí.

A mí, en cambio, me conservas la salud,
me mantienes siempre en tu presencia.

Bendito el Señor, Dios de Israel,
ahora y por siempre. Amén, amén.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Sáname, Señor, porque he pecado contra ti.

Ant 2. El Señor de los ejércitos está con nosotros, nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

Salmo 45 – DIOS, REFUGIO Y FORTALEZA DE SU PUEBLO

Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza,
poderoso defensor en el peligro.

Por eso no tememos aunque tiemble la tierra
y los montes se desplomen en el mar.

Que hiervan y bramen sus olas,
que sacudan a los montes con su furia:

El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios,
el Altísimo consagra su morada.

Teniendo a Dios en medio, no vacila;
Dios la socorre al despuntar la aurora.

Los pueblos se amotinan, los reyes se rebelan;
pero él lanza su trueno y se tambalea la tierra.

El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

Venid a ver las obras del Señor,
las maravillas que hace en la tierra:

Pone fin a la guerra hasta el extremo del orbe,
rompe los arcos, quiebra las lanzas,
prende fuego a los escudos.

«Rendíos, reconoced que yo soy Dios:
más alto que los pueblos, más alto que la tierra.»

El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Señor de los ejércitos está con nosotros, nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

Ant 3. Vendrán todas las naciones y se postrarán en tu acatamiento, Señor.

Cántico: CANTO DE LOS VENCEDORES Ap 15, 3-4

Grandes y maravillosas son tus obras,
Señor, Dios omnipotente,
justos y verdaderos tus caminos,
¡oh Rey de los siglos!

¿Quién no temerá, Señor,
y glorificará tu nombre?
Porque tú solo eres santo,
porque vendrán todas las naciones
y se postrarán en tu acatamiento,
porque tus juicios se hicieron manifiestos.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Vendrán todas las naciones y se postrarán en tu acatamiento, Señor.

LECTURA BREVE 1Pe 4, 13-14

Queridos hermanos: Estad alegres cuando compartís los padecimientos de Cristo, para que, cuando se manifieste su gloria, reboséis de gozo. Si os ultrajan por el nombre de Cristo, dichosos vosotros: porque el Espíritu de la gloria, el Espíritu de Dios, reposa sobre vosotros.

RESPONSORIO BREVE

V. Oh Dios, nos pusiste a prueba, pero nos has dado respiro.
R. Oh Dios, nos pusiste a prueba, pero nos has dado respiro.

V. Nos refinaste como refinan la plata.
R. Pero nos has dado respiro.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Oh Dios, nos pusiste a prueba, pero nos has dado respiro.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Los santos tienen su morada en el reino de Dios, y allí han encontrado descanso eterno.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Los santos tienen su morada en el reino de Dios, y allí han encontrado descanso eterno.

PRECES

En esta hora en la que el Señor, cenando con sus discípulos, presentó al Padre su propia vida que luego entregó en la cruz, aclamemos al Rey de los mártires, diciendo:

Te glorificamos, Señor.

Te damos gracias, Señor, principio, ejemplo y rey de los mártires, porque nos amaste hasta el extremo.

Te damos gracias, Señor, porque no cesas de llamar a los pecadores arrepentidos y les das parte en los premios de tu reino.

Te damos gracias, Señor, porque hoy hemos ofrecido, como sacrificio para el perdón de los pecados, la sangre de la alianza nueva y eterna.

Te damos gracias, Señor, porque con tu gracia nos has dado perseverar en la fe durante el día que ahora termina.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Te damos gracias, Señor, porque has asociado a nuestros hermanos difuntos a tu muerte.

Dirijamos ahora nuestra oración al Padre que está en los cielos, diciendo:

Padre nuestro…

ORACION

Señor, que la intercesión de tu mártir san Bonifacio nos ayude a mantener con firmeza y a proclamar con nuestras obras aquella misma fe que él predicó con su palabra y testimonió con su sangre. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

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Lectio Divina – 5 de junio

Lectio: Lunes, 5 Junio, 2017

Tiempo Ordinario

1) Oración inicial

Señor, nos acogemos confiadamente a tu providencia, que nunca se equivoca; y te suplicamos que apartes de nosotros todo mal y nos concedas aquellos beneficios que pueden ayudarnos para la vida presente y la futura. Por nuestro Señor.

2) Lectura

Del santo Evangelio según Marcos 12,1-12
Y se puso a hablarles en parábolas: «Un hombre plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó un lagar y edificó una torre; la arrendó a unos labradores, y se ausentó. Envió un siervo a los labradores a su debido tiempo para recibir de ellos una parte de los frutos de la viña. Ellos le agarraron, le golpearon y le despacharon con las manos vacías. De nuevo les envió a otro siervo; también a éste le descalabraron y le insultaron. Y envió a otro y a éste le mataron; y también a otros muchos, hiriendo a unos, matando a otros. Todavía le quedaba un hijo querido; les envió a éste, el último, diciendo: `A mi hijo le respetarán’. Pero aquellos labradores dijeron entre sí: `Éste es el heredero. Vamos, matémosle, y será nuestra la herencia.’ Le agarraron, le mataron y le echaron fuera de la viña. ¿Qué hará el dueño de la viña? Vendrá y dará muerte a los labradores y entregará la viña a otros. ¿No habéis leído esta Escritura:
La piedra que los constructores desecharon,
en piedra angular se ha convertido;
fue el Señor quien hizo esto
y es maravilloso a nuestros ojos?»
Trataban de detenerle -pero tuvieron miedo a la gente- porque habían comprendido que la parábola la había dicho por ellos. Y dejándole, se fueron.

3) Reflexión

• Jesús está en Jerusalén. Es la última semana de su vida. Está de vuelta en la plaza del Templo (Mc 11,27), donde ahora empieza el enfrentamiento directo con las autoridades. Los capítulos 11 y 12 describen los diversos aspectos de este enfrentamiento: (a) con los vendedores del Templo (Mc 12,11-26), (b) con los sacerdotes, ancianos y escribas (Mc 11,27 a 12,12), (c) con los fariseos y los herodianos (Mc 12,13-17), (d) con los saduceos (Mc 12,18-27), y (e) de nuevo, con los escribas (Mc 12,28-40). Al final, después de la ruptura con todos ellos, Jesús comenta el óbolo de la viuda (Mc 12,41-44). El evangelio de hoy describe una parte del conflicto con los sacerdotes, los ancianos y los escribas (Mc 12,1-12). A través de todos estos enfrentamientos, queda más claro para los discípulos y para todos nosotros el proyecto de Jesús y la intención de los hombres de poder.
• Marcos 12,1-9: La parábola de la viña: respuesta indirecta de Jesús a los hombres de poder. La parábola de la viña es un resumen de la historia de Israel. Resumen bonito, sacado del profeta Isaías (Is 5,1-7). Por medio de esta parábola Jesús da una respuesta indirecta a los sacerdotes, escribas y ancianos que le habían preguntado: “¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿Quién te dio autoridad para hacer esto?» (Mc 11,28). En esta parábola, Jesús (a) revela cual es el origen de su autoridad: el es el hijo, el heredero (Mc 12,6). (b) Denuncia el abuso de la autoridad de los viñaderos, esto es de los sacerdotes y ancianos que no cuidaban del pueblo de Dios (Mc 12,3-8). (c) Defiende la autoridad de los profetas, enviados por Dios, y masacrados por los viñaderos (Mc 12,2-5). (d) Desenmascara a las autoridades por haber manipulado la religión y por matar al hijo, porque no quieren perder la fuente de ingresos que consiguieron acumular para sí, a lo largo de los siglos (Mc 12,7).
• Marcos 12,10-12. La decisión de los hombres de poder confirma la denuncia hecha por Jesús. Los sacerdotes, escribas y ancianos entendieron muy bien el significado de la parábola, pero no se convirtieron. ¡Todo lo contrario! Mantuvieron su proyecto de tomar preso a Jesús (Mc 12,12). Rechazaron la “piedra fundamental” (Mc 12,10), pero no tuvieron el valor de hacerlo abiertamente porque tenían miedo a la gente. Así los discípulos y las discípulas deben saber lo que les espera si siguen a Jesús.
Los hombres de poder en el tiempo de Jesús: En los capítulos 11 y 12 de Marcos aparecen algunos de los hombres de poder en el tiempo de Jesús. En el evangelio de hoy: los sacerdotes, los ancianos y los escribas (Mc 11,27); en el de mañana: los fariseos y los herodianos (Mc 12,13); en el de pasado mañana: los saduceos (Mc 12,18).
Sacerdotes: Eran los encargados del culto en el Templo, donde se recogían los diezmos. El sumo sacerdote ocupaba un lugar central en la vida de la gente, sobre todo después del exilio. Era escogido de entre las familias que detenían más poder y riqueza.
Ancianos o Jefes del Pueblo: Eran los líderes locales en las aldeas y ciudades. Su origen venía de los jefes de las antiguas tribus.
Escribas o doctores de la ley: Eran los encargados de enseñar. Dedicaban su vida al estudio de la Ley de Dios y enseñaban a la gente cómo observar en todo la Ley de Dios. No todos los escribas eran de la misma línea. Unos estaban ligados a los fariseos, otros a los saduceos.
Fariseos: Fariseo significa: separado. Ellos luchaban para que, a través de la observancia perfecta de la ley de pureza, el pueblo llegara a ser puro, separado y santo como lo exigían la Ley y la Tradición! Por el testimonio ejemplar de su vida dentro de las normas de la época, tenían mucha lideranza en las aldeas de Galilea.
Herodianos: Era un grupo ligado al rey Herodes Antipas de Galilea quien gobernó del 4 aC hasta 39 dC. Los herodianos formaban una elite que no esperaba el Reino de Dios para el futuro, sino que lo consideraban ya presente en el reino de Herodes.
Saduceos: Eran una elite laica aristócrata de ricos comerciantes o latifundistas. Eran conservadores. No aceptaban las mudanzas defendidas por los fariseos, como por ejemplo, la fe en la resurrección y en la existencia de los ángeles.
Sinedrio: Era el Supremo Tribunal de los judíos con 71 miembros entre sumo sacerdote, sacerdotes, ancianos, saduceos, fariseos y escribas. Tenía gran lideranza junto a la gente y representaba la nación junto a las autoridades romanas.

4) Para la reflexión personal

• Alguna vez, como Jesús, ¿te ha sentido controlado/a indebidamente por las autoridades de tu país, en casa, en tu familia, en tu trabajo o en la Iglesia? ¿Cuál ha sido mi reacción?
• ¿Qué nos enseña esta parábola sobre la manera de ejercer la autoridad? Y tú, ¿cómo ejerces tu autoridad en familia, en comunidad y en el trabajo?

5) Oración final

Bueno y recto es Yahvé:
muestra a los pecadores el camino,
conduce rectamente a los humildes
y a los pobres enseña su sendero. (Sal 25,8-9)

Creo

Yo creo sólo en un Dios:
en Abbá, como creía Jesús.
Yo creo que el Todopoderoso
creador del cielo y de la tierra
es como mi madre
y puedo fiarme de él.
Lo creo porque así lo he visto
en Jesús, que se sentía Hijo.
Yo creo que Abbá no está lejos
sino cerca, al lado, dentro de mí,
creo sentir su Aliento
como una Brisa suave que me anima
y me hace más fácil caminar.

Creo que Jesús, más aún que un hombre
es Enviado, Mensajero.
Creo que sus palabras son palabras de Abbá.
Creo que sus acciones son mensajes de Abbá.
Creo que puedo llamar a Jesús
la Palabra presente entre nosotros.
Yo sólo creo en un Dios,
que es Padre, Palabra y Viento
porque creo en Jesús, el Hijo,
el hombre lleno del Espíritu de Abbá.

José E. Ruiz de Galarreta.

El Sagrado Corazón, modelo de generosidad

I

FIJEMOS hoy los ojos del alma en esta especial virtud del Sagrado Corazón. Su generosidad ha sido para con nosotros tan grande, que mayor no puede ya exigirla ni concebirla nuestra imaginación. Todo, todo, hasta sí mismo, nos lo ha dado generosamente el Sagrado Corazón de Jesús. Mientras vivió en carne mortal, se empleó todo en servicio del hombre; por él obró sus milagros, hizo su predicación, se fatigó, sudó, derramó lágrimas y sangre.

Se acercaba la hora de su Pasión, y después de haberse empleado todo por el hombre, inventó un milagro especial para poder darse a Sí mismo en su verdadero Cuerpo y Sangre por medio del Santísimo Sacramento.

¿Podría dar otra cosa? Sí, todavía otra cosa. Vio al pie de la cruz a su Madre, y aun de ella nos hizo al morir, generosa entrega. ¿Le quedaba aún algo que dar? Unas pocas gotas de sangre quedaban en su Corazón, y ya difunto, permite que se lo rompa un soldado, para que ni éstas dejen de derramarse en provecho nuestro. Aun hoy se nos da a todas horas en nuestros altares, a todos sin distinción, dispuesto siempre a ser generoso hasta con los más ingratos.

De modo que por su inefable generosidad, es nuestra su doctrina, es nuestra su propia Madre, son nuestros su Cuerpo y Sangre, es nuestro su cielo. Sí, porque después de habérsenos dado por maestro, por alimento y por redención, quiere por toda la eternidad ser Él mismo, y no otro, nuestra recompensa.

¡Oh generosidad inmensa de tan generosísimo Corazón! Medítese unos minutos.

II

¡Qué distante se halla de corresponder a esta sublime virtud del Sagrado Corazón de Jesús, mi mezquino corazón! El suyo es todo generosidad; el mío es todo egoísmo. Tal vez sirvo a Dios, es verdad; pero midiendo y escatimando mis servicios, por temor de hacer siempre demasiado. Cuando no me obliga algo bajo precepto de pecado mortal, me basta eso quizá para creerme ya desobligado. Me parece que amo ya lo suficiente cuando no agravio, o que soy ya el mejor de los amigos cuando no soy un traidor.

¿Qué hago por quien tanto hizo por mí? Cualquier sacrificio se me hace imposible; cualquier respeto humano basta para detenerme. Y cuando me resuelvo a hacer algo por mi Dios, ¿es desinteresado mi servicio? ¿Qué haría si no me amenazara Él con el infierno? ¡Ah! Tal vez el mismo cielo no tuviera para mí bastantes atractivos.

¡Oh criatura vil, que sólo sirve por temor o por la paga! ¡Oh ! diré con la Imitación «¿Cuándo habrá alguien, oh Señor, que se disponga a servirte gratuitamente?»

Yo he de ser, ¡Jesús mío!, yo he de ser. Seré generoso, ¡oh buen Jesús!, no me limitaré a lo que manda tu ley, sino que me extenderé a todo lo que yo sepa que sea de tu mayor agrado. Tómalo todo de mí, ¡oh buen Jesús!: cuerpo, alma, salud, fuerza, libertad, honra, intereses, vida.

De todo esto te hago ofrenda, y en todo quiero que seas Tú única y exclusivamente servido.

Medítese, y pídase la gracia particular.

Evangelii Gaudium – Francisco I

51. No es función del Papa ofrecer un análisis detallado y completo sobre la realidad contemporánea, pero aliento a todas las comunidades a una «siempre vigilante capacidad de estudiar los signos de los tiempos»[54]. Se trata de una responsabilidad grave, ya que algunas realidades del presente, si no son bien resueltas, pueden desencadenar procesos de deshumanización difíciles de revertir más adelante. Es preciso esclarecer aquello que pueda ser un fruto del Reino y también aquello que atenta contra el proyecto de Dios. Esto implica no sólo reconocer e interpretar las mociones del buen espíritu y del malo, sino —y aquí radica lo decisivo— elegir las del buen espíritu y rechazar las del malo. Doy por supuestos los diversos análisis que ofrecieron otros documentos del Magisterio universal, así como los que han propuesto los episcopados regionales y nacionales. En esta Exhortación sólo pretendo detenerme brevemente, con una mirada pastoral, en algunos aspectos de la realidad que pueden detener o debilitar los dinamismos de renovación misionera de la Iglesia, sea porque afectan a la vida y a la dignidad del Pueblo de Dios, sea porque inciden también en los sujetos que participan de un modo más directo en las instituciones eclesiales y en tareas evangelizadoras.


[54] Pablo VI, Carta enc. Ecclesiam suam (6 agosto 1964), 19: AAS 56 (1964), 632.

Homilía (Santísima Trinidad)

PARA LA MAYOR GLORIA DE DIOS

La imagen de Dios

Los teólogos, a veces, nos invitan a «matar nuestros dioses». Se refieren, con esta afirmación, a deconstruir las falsas imágenes de Dios que hemos ido construyendo –desde nosotros mismos en nuestra vida o desde otros– en el devenir de la historia. Una de las tentaciones ha sido situar a Dios en el campo de las normas y las leyes, como un juez, más allá de las relaciones afectivas y existenciales que se han mostrado en la historia de la salvación. Esta tentación ha sido constante. Pero nada más lejos de la realidad divina, Dios se ha ido definiendo en su ser y obrar con dos claves transversales: la compasión y la misericordia, sin ira y con clemencia. Ante este Dios, el hombre desea el perdón, con confianza y sin miedo, y puede llegar a sentirse propiedad (heredad) suya.

Hoy estamos llamados a reconstruir y recuperar la verdadera imagen de nuestro Dios amoroso y compasivo que trae la salvación y la reconciliación a la humanidad, que se apropia de la humanidad por puro amor. No sólo se trata de que los ateos encuentren a Dios, sino de que los creyentes purifiquemos la concepción e imagen de nuestro Dios, y le dejemos ser como Él quiere ser y presentarse a la humanidad: como amante entregado.

La gloria de Dios

El catecismo, con buen tino, nos ha enseñado siempre que toda la creación y toda la humanidad existen para dar gloria a Dios. Sin embargo, a veces, por desfiguración de la imagen divina, se ha entendido la gloria como un poder todopoderoso al que teníamos que someternos y agradar desde el cumplimiento de unas normas; como si la gloria fuera el sometimiento del hombre criatura al Dios poderoso creador. Pero la verdadera gloria de nuestro Dios no está precisamente en la lejanía del poder, sino en la cercanía de su compasión y su amor extremado. Él, sin duda y sin descanso, se gloría en su bondad, manifestada en la historia como cuidado y ternura sobre la humanidad y la creación. Su gloria es la vida, la gracia, la realización amorosa de todo lo que Él ha creado por puro amor. Sí, lo ha creado con un amor sobrepasado, en total libertad, sin necesidad alguna; solamente para comunicar su amor.

No hay mayor gloria divina que su amor realizado en todas las criaturas. Por ello, reconocer la gloria de Dios y alabarlo no es darle algo, es acogerlo y dejarnos habitar por su compasión y su misericordia, abrirse a su gracia –que es vida para nosotros–. Allí donde un hombre es querido y camina en libertad y en gracia, allí está la gloria de Dios, porque para Él la verdadera gloria es que el hombre viva. Él recibe la gloria cuando se da, porque su gloria es la caricia que brota de la donación y la entrega.

Dios es gracia, amor y comunión

La gracia de nuestro Señor Jesucristo: la verdadera imagen de Dios nos ha sido dada en Jesucristo, en Él hemos descubierto la donación gratuita y extrema de un Dios que no se encierra en sí mismo, sino que, por pura gracia, se abre para darse y hacerse uno de tantos, llegando incluso hasta la muerte. No hay realidad que no esté tocada por Dios y que no le afecte; en la realidad encarnada y cruci cada de Jesús de Nazaret, Dios ha asumido la humanidad y toda la creación. Todo es de Cristo y Cristo de Dios, nada le es ajeno. Graciosamente, el Creador se ha hecho criatura y su bondad es el fundamento de todo lo que es y vive. Si no lo hubiera querido y amado, no la habría creado: «Todo es gracia».

El amor de Dios Padre: la prueba evidente de esa gracia es el amor del Padre, que se derrama sobre nosotros en el amor que Él le tiene al Hijo y en el que nos incorpora a todos como hijos suyos en el Hijo. Sentirnos hijos del Padre y hermanos de Cristo, vivir en su corazón amoroso, es el reto de la espiritualidad cristiana, es el tesoro que llevamos en vasijas de barro. Como el Padre ha amado al Hijo, así nos quiere Jesús; y ese amor es el que nos habita y nos define. Somos porque Dios nos ama y vivimos en todo lo que amamos. No hay duda de que Dios sólo es amor.

La comunión del Espíritu Santo: el Espíritu nos hace clamar Abba –Padre– y, en nuestra oración filial, da testimonio de que Dios es un solo Dios pero no un Dios solitario. Él es comunión, relación, sentimientos, ternura, cuidado, protección, defensa, compasión… Su amor no tiene fin y, por eso, se adentra, en comunión, en todos los lugares del mundo y del alma humana. Dios, que es comunión, nos comulga y nos hace comulgar con su Espíritu para que tengamos su misma vida y, desde ahí, aspiremos a lo que nos ha prometido: a la Vida Eterna, a ser en Él, desde Cristo humanado, por su Espíritu. Seremos totalmente en Dios y nuestra humanidad vivirá  la comunión plena de su amor. Ahora estamos en proceso, y el Espíritu –que hace inmarcesible su latido– nos hace sentir la verdad en medio de una oración tan cristiana como sencilla: Padre nuestro, que estás en el Cielo…

Dios ama al mundo y lo salva

El poder y la fuerza de Dios está en su compasión y en su misericordia; en su amor. No hay otra definición de la Trinidad: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él». Y este Dios trinitario, que es gracia, amor y comunión, ora ante nosotros y, haciéndose mandamiento de ternura, te suplica: «No te cierres a mí, ábrete a mi amor… Mira que estoy a tu puerta y llamo, si me abres, entraré y cenaré contigo».

José Moreno Losada

Jn 3, 16-18 (Evangelio Santísima Trinidad)

Nicodemo fue un personaje importante en la comunidad joánica, como se puede comprobar por las tres ocasiones en que es nombrado a lo largo del evangelio de Juan (3,1; 7,50; 19,39). En las tres se le conoce como «aquel que fue a ver a Jesús», subrayando que este encuentro tuvo lugar de noche (3,1; 19,39). Juan ha destacado en él un ejemplo de la fe que sale de las tinieblas para manifestarse de forma pública y adulta; un camino de fe que desemboca, en el caso de Nicodemo, en una confesión no verbal (junto al sepulcro de Jesús).

El encuentro se narra en el capítulo 3 y es la ocasión para que Jesús realice su primera gran auto-revelación. Hay quienes opinan que en este encuentro se revela la esencia del mensaje cristiano, tal como lo entendió el autor del cuarto evangelio; una especie de síntesis de la teología de Juan (3,16-18). Tras un diálogo entre Nicodemo y Jesús, prosigue un breve monólogo de éste, exposición kerigmática sobre el acontecimiento de la salvación.

Dios ha amado al mundo hasta el extremo porque su voluntad es salvar, dar vida en plenitud. La expresión «tanto… que» manifiesta, por un lado la absoluta gratuidad de Dios regalando su amor, y, por otro, la actualidad de la consecuencia de este amor: Dios ha dado a su propio Hijo, encarnación histórica de su rostro de amor, cuya presencia sigue siendo actual en el mundo. Dios se da a sí mismo dándose en el Hijo hecho hombre.

Este amor gratuito se regala a toda la humanidad. Aquí el mundo no hace referencia tanto a la realidad que vive en las tinieblas y se opone al amor de Dios, cuanto al mundo como la totalidad de la creación necesitada de liberación. Así se destaca la universalidad de la salvación ofrecida por Dios, de su amor regalado en el Hijo unigénito. El que cree y acepta este don gratuito tiene en sus manos la vida que Dios ha dado en su propio Hijo. La encarnación de Jesús adquiere una dimensión soteriológica. Su venida está en función de la salvación que Dios ha regalado, expresión de su amor infinito. El paralelismo «no envió para… sino para…» subraya que la salvación es lo primero: Dios regala la salvación, su voluntad es salvar. La misión del Hijo es manifestar en el mundo que Dios ha decidido amar a la humanidad y su único proyecto es dar vida. Así lo expresa toda la existencia histórica del Jesús encarnado.

Pero la condenación es una realidad posible. Si bien es cierto que se acaba de afirmar que Dios ha enviado al Hijo para salvar y no para condenar, esta realidad aún es posible. Dios no condena, ama para dar vida eterna, pero el hombre puede acoger o rechazar esta oferta de salvación. En este sentido, aceptar por la fe la revelación del rostro de Dios realizada en Jesús significa adquirir ya, en el presente, la salvación regalada por Dios. Del mismo modo, el que rechaza y se niega a creer se excluye a sí mismo de este don. Dios es quien salva; el hombre es responsable de su propio juicio: aceptar o rechazar el don de su amor.

La experiencia primera, la que da sentido a la realidad, es el amor de Dios. Desde siempre ha querido salvar a la humanidad que vive en tinieblas; para eso envió a su Hijo al mundo. Su oferta de vida permanece abierta hasta el fin de los tiempos.

Óscar de la Fuente de la Fuente

2Cor 13, 11-13 (2ª lectura Santísima Trinidad)

La segunda lectura de este domingo está formada por los versículos finales de la segunda carta de san Pablo a los Corintios. Sin duda, el texto ha sido escogido para la liturgia de la solemnidad de la Santísima Trinidad debido a la fórmula expresamente trinitaria con la que finaliza. Pero estos escuetos versículos de despedida pueden leerse como la síntesis conclusiva no solo de 2Corintios, sino de toda la correspondencia del apóstol con aquella comunidad, fundada por él y que fue durante tanto tiempo objeto de sus preocupaciones.

Sabemos que la relación de Pablo con Corinto pasó por momentos bastante tensos y que en sus cartas a esa comunidad (que fueron más que las dos actualmente conservadas en el Nuevo Testamento) les hace diversos reproches y se expresa a veces con aspereza, irritación o amargura (cf. 2 Cor 2,4: «Os escribí con muchas lágrimas, debido a una gran aflicción y angustia de corazón»). Por eso, sorprende gratamente el tono sereno y afectuoso de estos últimos consejos: «Alegraos, trabajad por vuestra perfección, animaos; tened un mismo sentir y vivid en paz».

Detrás de esta última exhortación (a la unión de sentimientos y la convivencia en paz) está seguramente muy vivo el recuerdo de las discordias que habían desgarrado a la comunidad en tiempos no lejanos (los «partidos de Corinto»). Si logran vivir de esta manera, les promete Pablo, estará con ellos «el Dios del amor y de la paz» (hermosa formulación, única en todo el corpus paulinum). Tras exhortarles a saludarse «con el beso santo» (probablemente se re era a un saludo litúrgico), les envía saludos de parte de «todos los santos», es decir, los cristianos del lugar en el que escribe la carta, según parece alguna población de Macedonia.

El apóstol concluye con una fórmula de despedida marcadamente trinitaria: «La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con todos vosotros». Este saludo, quizá de origen litúrgico, es probablemente la afirmación trinitaria más clara y explícita que encontramos en los escritos paulinos. En él se relaciona a cada persona de la Trinidad con un atributo: el amor (agápē) para el Padre, la gracia (cháris) para el Hijo, y la comunión (koinōnía) para el Espíritu Santo.

La inclusión de esta confesión de fe trinitaria en un escrito tan temprano nos con rma cómo la fe en el Dios trino, mucho antes de las discusiones teológicas que llevarían a las definiciones de Nicea y Constantinopla, estaba ya sólidamente arraigada en el pensamiento y en la vida de la Iglesia a mediados del siglo I.

José Luis Vázquez Pérez, S.J.

Éx 34, 4b-6. 8-9 (1ª lectura Santísima Trinidad)

El contexto narrativo de la selección de versículos que nos presenta la lectura de hoy es relevante para captar su fuerza y su sentido en referencia a la solemnidad de la Trinidad. Nos referimos a los capítulos 32-34 del libro del Éxodo –que podemos leer bajo el título “alianza quebrantada, alianza renovada”–, y que comienzan con la fabricación del becerro de oro (Ex 32,1-35). Pero lo que podría parecer una mera restauración de unas relaciones rotas por la perversión del pueblo, es ocasión para una más íntima auto-revelación de Yahveh. Visto en su conjunto, nos habla de un Dios que no se entiende solo y que no renuncia a la compañía de Israel, por obstinado en su infidelidad que este sea, en su caminar hacia el don que él mismo ha prometido: la tierra. Porque esa tierra más que un lugar concreto, es el espacio y el tiempo que posibilita la relación de alianza, el modo de existencia que permite vivir en com(ún)-unión.

Esa insistencia en la cercanía que Dios pretende en medio de su pueblo se deja ver en el motivo de las tablas de piedra que contienen la “palabra de Dios”, testimonio de la palabra dirigida a Israel, prueba de la relación establecida por Yahveh, que mantiene su conversación con Israel. Pero esas tablas han sido rotas por Moisés (Ex 32,15-19) porque el pueblo ha rechazado acogerlas y escucharlas. Sin embargo, Yahveh renueva su voluntad de comunicarse y manda a Moisés que vuelva a tallar dos tablas de piedra para que sean vehículo de relación entre Dios y el pueblo, pues Dios volverá a escribir en ellas (Ex 34,1). Moisés, obediente a la palabra del Señor, labró las piedras, subió a la montaña llevando las dos tablas de piedra preparando de nuevo las condiciones para una comunicación renovada. Ahora las palabras dirigidas (una nueva versión del “decálogo” Ex 34,10-26) van precedidas de una “con dencia” mayor: la reve- lación del nombre de Yahveh, versículo 6-7.

La mención del monte Sinaí prepara el marco conectándolo con la teofanía de la gran alianza ocurrida en el capítulo 19 y, en este escenario solemne, se va a dar cumplimiento a la promesa realizada en 33,19 («pronunciaré ante ti el nombre de Yahveh»). El mismo Yahveh auto-revela su nombre y, dando su nombre, se auto-dona a disposición del que pueda pronunciarlo, con rasgos cargados en sí mismos de significado y sobreabundantes en la acumulación: compasivo, misericordioso, lento a la ira, rico en clemencia y lealtad. Pero a la vez, una acumulación que no agota el ser de Yahveh. Especialmente llamativos por ser calificativos que aluden al ámbito de la familiaridad, de la vinculación carnal y afectiva. Pero no se trata de atributos abstractos que, definidos en sí mismos, puedan aplicarse a Dios, sino de maneras de nombrar lo que ha sido la actuación de Dios con Israel hasta ese momento. Dicho de otro modo, cuando, en Ex 3,13-14, Yahveh parece eludir la pregunta sobre cuál es su nombre con un enigmático “yo soy el que soy”, se indica que a Dios solo se le puede nombrar, solo se puede conocer su nombre, una vez que se le ha conocido en la acción, en su historia de acompañamiento. Y en esa historia se le ha “experimentado” como misericordia, como perdón, como lealtad o delidad a una alianza que muestra su voluntad inquebrantable de caminar y asistir en las adversidades del proceso de liberación a Israel. Aquí y así se da respuesta a la pregunta abierta en Ex 3: Yahveh es “ser con y para el pueblo”, ser en comunicación y en comunión con Israel.

José Javier Pardo Izal, S.J.

Comentario al evangelio (5 de junio)

Después de Pentecostés, los creyentes, con la fuerza del Espíritu Santo somos capaces de anunciar que Jesús es el Señor. Proclamamos que Dios ha constituido a Jesús en Señor del universo, principio y fin de la historia, horizonte del ser humano.

Dios, que habló a los hombres de múltiples maneras, en esta última etapa de la historia nos ha hablado por medio del Hijo: de Jesús.

Él es el rostro visible del Dios invisible. Es el sacramento del Padre por el cual Dios nos ha mostrado su rostro misericordioso. En él, la Iglesia tiene su reflejo, su modelo y su inspiración única y profunda. Sí, Dios se nos ha dado a conocer en Jesús.

Sin embargo, no siempre los hombres hemos aceptado esta Palabra. En vez de colaborar con el Espíritu, los hombres muchas veces hemos querido ahogar sus planes.

Precisamente los sacerdotes, los escribas y ancianos, los que saben de religión, son los primeros que se resisten a la palabra verdadera. No pocas veces, algunos se han querido apropiar de la viña, controlarla, hacerla propia y gobernarla. Pero la viña es de Dios y por ello, nadie puede frustrar sus planes.

Dios es el más interesado en llevar su plan adelante. Querer matar al mensajero es una tentación pero, en definitiva, el Señor hará su camino, a pesar de las resistencias de los hombres.

El plan de Dios, el Reino, es mucho más grande que nuestros planes. Es un mensaje que no se puede sofocar tan fácilmente. La historia, gracias a Dios, no depende exclusivamente de nosotros. La historia está en sus manos. “Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente”. Saber que la obra no es nuestra, sino que es de Dios, nos da tranquilidad a los que a veces nos creemos propietarios de la Viña. Es la viña del Señor y sobre ella, Él tiene la mayor responsabilidad. Lo que nos cabe preguntarnos es si queremos o no ser colaboradores con el Espíritu en la misión, si estamos dispuestos a ceder nuestro lugar y no entorpecer la labor que el Espíritu ya está actuando en la historia.

Pidamos hoy la gracia de ser conscientes de esta verdad: el es el viñador, la viña es suya. Nosotros, siervos inútiles que no hacemos, ni más ni menos, que lo que tenemos que hacer.

Que tengamos un buen día.

Fernando Prado, cmf.