Festividad de la Trinidad

La Escritura nos describe la Creación como la obra de un Dios alegre, que parece gozarse en extremo haciendo brotar las fuentes de las aguas de los abismos, implantar las montañas y consolidar los cielos, y bajo la mano del cual, como bajo la de un mago, brotasen plantas y animales de toda especie. “Cuando consolidó los cielos…dice la Sabiduría (Prov. 8, 30), estaba yo allí junto a Él…yo era su alegría cotidiana, jugando todo el tiempo en su presencia y compartiendo mi alegría con los humanos”

Ya el Génesis nos había mostrado a Dios jugando en la arena, o mejor con la arcilla, en el amanecer de la creación, y formando con sus manos la figura de un ser humano, que de tal manera le agradó que sopló en su rostro su propio hálito de vida, para hacer de él un ser vivo. Mucho más tarde describirá Pablo la misma realidad diciendo que “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado”

Hemos sido, pues, creados a imagen de Dios, de su propio hálito, por lo que llevamos en nosotros una semilla de vida divina llamada a crecer sin cesar. Y habida cuenta que esta semilla es divina, tiene una dimensión de infinitud, y podemos nosotros decir que el ser humano ha sido creado con una capacidad infinita de crecimiento.

Jesús de Nazaret es el ser humano en el que esta capacidad de crecimiento ha alcanzado su pleno desarrollo. Imagen perfecta de Dios, es de tal manera hombre (como ha querido Dios que fuera el hombre), que es por ello Dios. Dios perfecto y hombre perfecto, ha vivido como los hombres cuanto es Dios, y que no había quedado más que esbozado en el gran fuego artificial de la Creación. En su ser nos ha revelado la riqueza de la relación, la capacidad de amar que es Dios.

Nos ha hecho partícipes de esa experiencia. Nos ha hablado de su relación con Dios. Nos ha dicho que Dios es su Padre., que Él y su Padre se hallan unidos por un misterio de amor al que llama Él el Espíritu, y que, finalmente, su Padre y Él son uno. También nos ha hablado de Dios como de una tierna madre; se ha comparado a si mismo con un esposo y con un pastor. A través de todos estos innumerables símbolos nos ha hecho posible entrever toda la riqueza de la vida afectiva de Dios. Y sin embargo es importante el recordar que Dios es infinitamente mayor, más rico y más bello que cuanto pueda decirse de Él, y por consiguiente mayor y m
más bello que todos estos símbolos y figuras.

Juan, el discípulo más cercano al corazón de Jesús ha resumido toda esta enseñanza en una breve fórmula: “Dios es amor”. Más tarde se ha inventado una expresión para describir esta danza de vida en el seno de la divinidad. Se ha comenzado a hablar de Trinidad. Los Padres de la Iglesia y los teólogos han utilizado, a partir de diversos sistemas filosóficos, las categorías de persona, de naturaleza, de relación, y han inventado un lenguaje cada vez más complicado para ahondar en ese misterio, hablando, por ejemplo de “circumincesión” y de otras cosas parecidas. Y más tarde, por supuesto, se ha comenzado a pelear en torno a estas expresiones, como saben hacerlo los teólogos, y se han inventado incluso diversas herejías con nombres cada vez más exóticos. A fin de cuentas, todas estas expresiones y todas estas profundas reflexiones teológicas no nos dicen nada más que lo que había dicho Juan con tres palabras bien sencillas: “Dios es amor”.

Y lo que es verdaderamente maravilloso para todos nosotros es que hemos quedado invitados a tomar parte en esa danza, a entrar en esa relación, a unirnos a la Sabiduría que “jugaba todo el tiempo en su presencia y compartía su alegría con los Hijos de Dios”

Si es verdad que Dios es amor, cada vez que amamos en verdad, participamos en la vida de Dios y en la naturaleza de Dios. Ya se trate del amor entre padres e hijos, entre amantes o esposos, entre hermanos y hermanas de una misma familia natural o de una misma familia monástica – cada vez que amamos participamos en la vida de Dios. Cuando amamos a los demás (y también cuando nos amamos a nosotros mismos, como Dios hace) vivimos el misterio de la Trinidad en el que es Dios amante, amado y amor que los une.

A. Veilleux

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Aunque no me veas, te cuido

Terminaba el segundo milenio de nuestra era y el famoso periódico The Economist publicó un número especial sobre los acontecimientos más relevantes acaecidos a lo largo de los mil años. Se analizaba a los personajes más destacados. Sorprendentemente en la sección o capítulo de los fallecidos durante los mil años sólo figuraba uno: Dios. De esta forma el periódico expresaba que la creencia en Dios había bajado muchos puntos entre los años mil y dos mil. A más de uno se oye comentar qué importa creer en Dios o no creer. Creer en un Dios con unas características determinadas u otras. Pues sí. Importa. Y mucho. Como dato, pensemos en un Dios tolerante, compasivo, un Dios Padre, o en un Dios justiciero. No cabe duda que ciertos atentados reclaman algunas reflexiones, por ejemplo, al Islam.

Hoy celebramos la festividad de la Santísima Trinidad: Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo. Es decir, nosotros no creemos en un Dios-individuo, sino en un Dios-comunidad. Leía ayer que “Dios ya no está en el centro de las personas”. Frase que supone que antes “estaba en el centro”. Lo cual es mucho suponer, pues en cualquier época y a cualquier época de la historia se la ha definido con expresiones como “Crisis de Dios”, “Ausencia de Dios”, “Muerte de Dios”, “Eclipse de Dios” o similares.

¿Quién es Dios?. Una pregunta lógica en este domingo, a la que el evangelista Juan daba una doble respuesta: por una parte “a Dios no le ha visto nadie” y por otra parte ”Dios es amor”. Partiendo de la observación del poeta León Felipe: “nadie fue ayer, ni irá mañana hacia Dios por este mismo camino que yo voy”, me detengo en tres enfoques sobre Dios: el de un jesuita en El Salvador, entregado a la causa de los marginados. Ante un mundo descarnadamente injusto ¿qué nos queda?. ¿Será que Dios es inútil, increíble, un enemigo de nuestros sueños o un personaje de ficción? (…)

Hay momentos en que pasa por delante de nosotros, como una ráfaga de viento estremecedor, la posibilidad de estar delante de un silencio total e infinito (…) donde nuestros clamorosos gemidos e interrogantes se perdieran sin respuesta alguna, rebotando de espacio en espacio por un universo sin corazón, sin alma, sin entrañas. Es el rostro desolador de la increencia, de que todo quede sin más allá a la otra orilla del tiempo de la muerte. Entonces aparece tan lejano aquello de que “Dios es amigo de la vida” (SAb. 11, 26) y tan cercano “comamos y bebamos que mañana moriremos”. Es lo que los clásicos llamaban “la noche obscura del espíritu”.

Sentimiento diferente abrigaba quien atribuía a Dios las siguientes palabras: ”aunque no me veas, te cuido”. “Aunque no me sientas, te toco”. “Aunque no lo creas, te amo”. Y, aunque a veces lo dudes, siempre estoy a tu lado”. Lo resume acertadamente el evangelista Juan: “Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”.

El teólogo J. A. Pagola advierte: que en el corazón de muchos cristianos “se está apagando la experiencia interior de Dios”. Vivimos casi siempre en la corteza de la vida. “Escuchamos palabras con los oídos y pronunciamos oraciones con los labios, pero nuestro corazón está ausente” En la iglesia se habla mucho de Dios. Pero ¿cuándo hablamos con Dios, sentimos a Dios?. “Es preciso bajar a Dios de la cabeza a lo más íntimo de nosotros. A Dios se refieren algunos groseramente lanzando blasfemias. Un ataque a la religión y a la educación.

Para saber en qué Dios creemos nos ayudan las palabras de Jesús “quien me ve a mí, ve a mi Padre”. Es decir, la mejor fotografía de Dios es Jesús y la mejor fotografía de Jesús es la del buen samaritano.

El periodista Juan Arias, que tituló uno de sus libros “El Dios en el que no creo”, señalaba: “no creo en un Dios que ame el dolor; en un Dios que se hace temer, en un Dios que no necesita del hombre, … Sobre Dios tenemos muchas preguntas y pocas respuestas. San Agustín, que fue un sabio y un santo exclamaba: “crees saber ¿qué es Dios?, ¿crees saber cómo es Dios?. No es nada de lo que te imaginas, nada de lo que abraza tu pensamiento”. Dios nos desborda: “si te imagino, me equivoco. Si te comprendo, me engaño”.

Todo lo dicho hasta ahora puedo parecer confuso. No lo sé. Jesús manifestó en cierta ocasión: “Te alabo, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla”.

De Santa Teresa de Ávila es la expresión “Entre los pucheros anda Dios”, dando a entender que para amar, sentir y querer a Dios no se necesita ser doctor en ciencias exactas.

Josetxu Canibe

I Vísperas – Domingo de la Santísima Trinidad

I VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: CANTAD Y ALABAD AL SEÑOR.

Cantad y alabad al Señor,
él nos ha dicho su nombre:
Padre y Señor para el hombre.
Vida, esperanza y amor.

Cantad y alabad al Señor,
Hijo del Padre, hecho hombre:
Cristo Señor es su nombre.
Vida, esperanza y amor.

Cantad y alabad al Señor,
divino don para el hombre:
Santo Espíritu es su nombre.
Vida, esperanza y amor.

Cantad y alabad al Señor,
él es fiel y nos llama,
él nos espera y nos ama.
Vida, esperanza y amor. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Gloria a ti, oh Dios único en tres personas iguales, antes de los siglos, ahora y por toda la eternidad.

Salmo 112 – ALABADO SEA EL NOMBRE DEL SEÑOR

Alabad, siervos del Señor,
alabad el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor,
ahora y por siempre:
de la salida del sol hasta su ocaso,
alabado sea el nombre del Señor.

El Señor se eleva sobre todos los pueblos,
su gloria sobre los cielos.
¿Quién como el Señor Dios nuestro,
que se eleva en su trono
y se abaja para mirar
al cielo y a la tierra?

Levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para sentarlo con los príncipes,
los príncipes de su pueblo;
a la estéril le da un puesto en la casa,
como madre feliz de hijos.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Gloria a ti, oh Dios único en tres personas iguales, antes de los siglos, ahora y por toda la eternidad.

Ant 2. Bendita sea la Trinidad santa y la Unidad indivisa; démosle gracias porque ha tenido misericordia de nosotros.

Salmo 147 – RESTAURACIÓN DE JERUSALÉN.

Glorifica al Señor, Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión:
que ha reforzado los cerrojos de tus puertas
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti;
ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina.

Él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz;
manda la nieve como lana,
esparce la escarcha como ceniza;

hace caer el hielo como migajas
y con el frío congela las aguas;
envía una orden, y se derriten;
sopla su aliento, y corren.

Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Bendita sea la Trinidad santa y la Unidad indivisa; démosle gracias porque ha tenido misericordia de nosotros.

Ant 3. Gloria y honor por los siglos al Dios uno en tres personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Cántico: EL PLAN DIVINO DE SALVACIÓN – Ef 1, 3-10

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

El nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos consagrados
e irreprochables ante él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo,
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Éste es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
hacer que todas las cosas tuviesen a Cristo por cabeza,
las del cielo y las de la tierra.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Gloria y honor por los siglos al Dios uno en tres personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

LECTURA BREVE   Rm 11, 33-36

¡Qué abismo de riqueza es la sabiduría y ciencia de Dios! ¡Qué insondables son sus juicios y qué irrastreables sus caminos! ¿Quién ha conocido jamás la mente del Señor? ¿Quién ha sido su consejero? ¿Quién le ha dado primero, para que él le devuelva? Él es origen, camino y término de todo. A él la gloria por los siglos. Amén.

RESPONSORIO BREVE

V. Bendigamos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, ensalcémoslo con himnos por los siglos.
R. Bendigamos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, ensalcémoslo con himnos por los siglos.

V. Honor y gloria al único Dios.
R. Ensalcémoslo con himnos por los siglos.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Bendigamos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, ensalcémoslo con himnos por los siglos.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Gracias a ti, Señor Dios; gracias a ti, Trinidad única y verdadera, Dios único y supremo, Unidad única y santa.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Gracias a ti, Señor Dios; gracias a ti, Trinidad única y verdadera, Dios único y supremo, Unidad única y santa.

PRECES

Glorifiquemos a Dios Padre que, por el Espíritu Santo, vivificó el cuerpo de su Hijo, para que su carne resucitada fuera fuente de vida para los hombres, y aclamemos al Dios uno y trino, diciendo:

¡Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo!

Padre todopoderoso y eterno, envía tu Espíritu consolador en nombre de tu Hijo sobre la Iglesia,
para que la conserve en la unidad de la caridad y de la verdad perfectas.

Manda, Señor, trabajadores a tu mies, para que hagan discípulos de entre todos los pueblos
y, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, los confirmen en la fe verdadera.

Ayuda, Señor, a los perseguidos por causa de tu Hijo,
que el Espíritu Santo hable por ellos, como Jesucristo nos prometió.

Que todos los hombres, Señor, te confiesen como único Dios en tres personas,
y que vivan en la fe, en la esperanza y en el amor.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Padre de todos los vivientes, tú que vives y reinas con el Hijo y el Espíritu Santo,
recibe a nuestros hermanos difuntos en tu reino.

Digamos ahora al Padre, movidos por el Espíritu Santo que ora en nosotros, la plegaria que Cristo nos enseñó:

Padre nuestro…

ORACION

Dios Padre, que has enviado al mundo la Palabra de verdad y el Espíritu de santificación para revelar a los hombres tu misterio admirable, concédenos que, al profesar la fe verdadera, reconozcamos la gloria de la eterna Trinidad y adoremos la Unidad de tu majestad omnipotente. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

Lectio Divina – 10 de junio

Lectio: Sábado, 10 Junio, 2017
Tiempo Ordinario
  
1) Oración inicial
Señor, nos acogemos confiadamente a tu providencia, que nunca se equivoca; y te suplicamos que apartes de nosotros todo mal y nos concedas aquellos beneficios que pueden ayudarnos para la vida presente y la futura. Por nuestro Señor.
 
2) Lectura
Del santo Evangelio según Marcos 12,38-44
 Decía también en su instrucción: «Guardaos de los escribas, que gustan pasear con amplio ropaje, ser saludados en las plazas, ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y que devoran la hacienda de las viudas so capa de largas oraciones. Éstos tendrán una sentencia más rigurosa.» Jesús se sentó frente al arca del Tesoro y miraba cómo echaba la gente monedas en el arca del Tesoro: muchos ricos echaban mucho. Llegó también una viuda pobre y echó dos moneditas, o sea, una cuarta parte del as. Entonces, llamando a sus discípulos, les dijo: «Os digo de verdad que esta viuda pobre ha echado más que todos los que echan en el arca del Tesoro. Pues todos han echado de lo que les sobraba, ésta, en cambio, ha echado de lo que necesitaba todo cuanto poseía, todo lo que tenía para vivir.»
 
3) Reflexión
• En el evangelio de hoy estamos llegando al final de la larga instrucción de Jesús a los discípulos. Desde la primera curación del ciego (Mc 8,22-26) hasta la curación del ciego Bartimeo en Jericó (10,46-52), los discípulos caminarán con Jesús hacia Jerusalén, recibiendo de él muchas instrucciones sobre la pasión, la muerte y la resurrección y las consecuencias para la vida del discípulo. Al llegar a Jerusalén, estuvieron presentes en los debates de Jesús con los comerciantes en el Templo (Mc 11,15-19), con los sumos sacerdotes y con los escribas (Mc 11,27 a 12,12), con los fariseos, los herodianos y los saduceos (Mc 12,13-27), con los doctores de la ley (Mc 12,28-37. Ahora, en el evangelio de hoy, después de una fuertísima crítica contra los escribas (Mc 12,38-40), Jesús instruye de nuevo a los discípulos. Sentado ante el arca de las limosnas del Templo, llamaba su atención hacia el gesto de una pobre viuda, que echó todo lo que tenía. Y es en este gesto que ellos tienen que tratar de ver la manifestación de la voluntad de Dios (Mc 12,41-44).
• Marcos 12,38-40: La crítica a los doctores de la Ley. Jesús llama la atención de los discípulos sobre el comportamiento hipócrita y prepotente de algunos doctores de la ley. A ellos les gustaba circular por las plazas con largas túnicas, recibir los saludos de la gente, ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los primeros lugares en los banquetes. Les gustaba entrar en las casas de las viudas y recitar largas preces en cambio de ¡dinero! Y Jesús termina diciendo: “¡Esos tendrán una sentencia más rigurosa!”
• Marcos 12,41-42. La limosna de la viuda. Jesús y los discípulos, sentados ante el arca de las limosnas del Templo, observan como todo el mundo echaba su limosna. Los pobres echaban pocos centavos, los ricos echaban monedas de gran valor. Las arcas del Templo recibían mucho dinero. Todo el mundo traía alguna cosa para la manutención del culto, para el sustento del clero y la conservación del altar. Parte de este dinero servía para ayudar a los pobres, pues en aquel tiempo no había seguro social. Los pobres vivían pendientes de la caridad pública. Y los pobres más necesitados de ayuda eran los huérfanos y las viudas. No tenían nada. Dependían en todo de la ayuda de los demás. Pero aunque no tuviesen nada, trataban de compartir. Así una viuda bien pobre pone su limosna en el arca del Templo.¡Nada más que unos centavos!
• Marcos 12,43-44. Jesús hace ver dónde se manifiesta la voluntad de Dios. Lo que vale más: ¿los diez centavos de la viuda o los mil denarios de los ricos? Para los discípulos, los mil denarios eran mucho más útiles para hacer la caridad que los diez centavos de la viuda. Pensaban que el problema de la gente podría resolverse sólo con mucho dinero. En ocasión de la multiplicación de los panes, habían dicho a Jesús: “¿Quieres que vayamos a comprar pan por doscientos denarios para dar de comer a la gente?” (Mc 6,37) De hecho, para los que piensan así, los diez centavos de la viuda no sirven de nada. Pero Jesús dice: “Esta viuda que es pobre, ha echado más que todos los que echan en el Tesoro”. Jesús tiene criterios diferentes. Llamando la atención de los discípulos hacia el gesto de la viuda, enseña dónde ellos y nosotros debemos procurar ver la manifestación de la voluntad de Dios, a saber, en los pobres, y en el compartir. Hoy muchos pobres hacen lo mismo. La gente dice: “El pobre no deja morir de hambre a otro pobre”. Pero a veces, ni siquiera esto es posible. Doña Cícera que vivía en el interior de Paraíba, Brasil, tuvo que irse a vivir en la periferia de la capital, João Pessoa, y decía: “En el interior, la gente era pobre, pero tenía siempre una cosita para dividir con el pobre que estaba a la puerta. Ahora que estoy aquí en la gran ciudad, cuando veo a un pobre que viene, me escondo de vergüenza porque ¡no tengo nada en casa que compartir con él!” Por un lado, gente rica que tiene todo, pero que no quiere compartir. Por el otro: gente pobre que no tiene casi nada, pero que quiere compartir lo poco que tiene
• Limosna, compartir, riqueza. La práctica de la limosna era muy importante para los judíos. Era considerada una “buena obra”, pues la ley del AT decía: “Ciertamente que nunca faltarán pobres en este país, por esto te doy yo este mandato: debed abrir tu mano a mi hermano, a aquel de los tuyos que es indigente y pobre en tu tierra”. (Dt 15,11). Las limosnas, colocadas en el arca del Templo, sea para el culto, sea para los necesitados, los huérfanos o las viudas, eran consideradas como una acción agradable a Dios. Dar la limosna era una manera de reconocer que todos los bienes pertenecen a Dios y que apenas somos administradores de esos bienes, para que haya vida en abundancia para todos. La práctica del compartir y de la solidaridad es una de las características de las primeras comunidades cristianas: “No había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que tenían campos o casas, los vendían y ponían el dinero a los pies de los apóstoles” (Hec 4,34-35; 2,44-45). El dinero de la venta, ofrecido a los apóstoles, no era acumulado, sino que “se distribuía a cada uno según sus necesidades” (Hec 4,35b; 2,45). La entrada de las personas más ricas en las comunidades hizo entrar en ellas la mentalidad de acumulación y bloqueó el movimiento de solidaridad y de compartir. Santiago advierte a las personas: “Pues, bien, ahora les toca a los ricos. Lloren y laméntense por las desgracias que les vienen encim. Sus reservas se han podrido y sus vestidos están comidos por la polilla” (Stgo 5,1-3). Para aprender el camino del Reino, todos necesitamos volvernos alumnos de aquella viuda, que compartió todo lo que tenía, lo necesario para vivir (Mc 12,41-44).
 
4) Para la reflexión personal
• ¿Cómo es que los dos centavos de la viuda valen más que los mil denarios de los ricos? Mira bien el texto y di porqué Jesús elogió a la viuda pobre. ¿Cuál es el mensaje de este texto, para nosotros hoy?
• ¿Cuáles son las dificultades y las alegrías que tú has encontrado en la vida para practicar la solidaridad y el compartir con los otros?
 
5) Oración final
Mi boca rebosa de tu alabanza,
de tu elogio todo el día.
No me rechaces ahora que soy viejo,
no me abandones cuando decae mi vigor. (Sal 71,8-9)

Dios uno y trino

1. Para conocer y penetrar en el misterio de Dios, la Biblia procede pedagógicamente. El misterio de la Trinidad se prepara en el Antiguo Testamento con la vivencia del monoteísmo: Yahvé es un Dios único. Pero no es un Dios de la naturaleza, sino de la historia. Dada la situación humana, es un Dios salvador, como se muestra en sus intervenciones liberadoras. Los profetas anuncian la llegada de un Mesías Salvador en los nuevos tiempos, cuando se lleve a cabo la nueva alianza y Dios reine en persona, sin personajes interpuestos. El Mesías de Dios será el Salvador del mundo.

2. El misterio de Dios uno y trino se revela de una forma más completa en el Nuevo Testamento. El punto de partida es la persona de Jesús. Recordemos que la fe de la Iglesia se redujo al principio a esta afirmación: «Jesús es el Señor» o «el Cristo», es decir, Jesucristo. Jesús, en plena continuidad con la fe judía, llama «Padre» a Dios y concibe la paternidad de Dios de un modo universal: es el Dios del reino, del pueblo, de los pobres. Ciertamente, las relaciones entre el Padre y el Hijo son íntimas y totales. Su conocimiento mutuo es idéntico, como es igual la concordia de sus voluntades. Por otra parte, Jesús revela el misterio del Espíritu, especialmente en la última cena. Muere exhalando el Espíritu y aparece resucitado soplando el Espíritu sobre sus discípulos. Los profetas habían dicho que el Mesías tendría el Espíritu en plenitud y lo derramaría abundantemente. Es Lucas, sobre todo, el testigo del Espíritu en la persona y en la obra de Jesús.
 

3. La Iglesia es la comunidad de los cristianos enviados al mundo, como Cristo fue enviado por el Padre; es además la comunidad de los que se aman entre sí y aman a los demás como el Padre ama al Hijo, y el Hijo al Padre. En definitiva, la Iglesia, en relación a la Trinidad, es la familia del Padre, el cuerpo de Cristo y el templo del Espíritu. La fe se manifiesta trinitaria en el acto bautismal y en toda eucaristía, que empieza y termina en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Finalmente, con el gesto fundamental de la cruz nos santiguamos trinitariamente.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Tiene cabida en nosotros el Espíritu Santo?

¿Por qué somos reticentes a lo que llamamos «espiritual»?

Casiano Floristán

En el Sagrado Corazón, hallaremos el mejor consuelo

I

EL pecado ha hecho de este mundo, que debía ser un paraíso anticipado, un verdadero valle de lágrimas. Las espinas con que a cada paso tropezamos nos punzan dolorosamente y nos arrancan frecuentes gemidos. Así es que nada necesita tanto el hombre durante esta vida mortal, como de consuelo. Consuelo necesitamos de los contratiempos de la fortuna, en los dolores de la enfermedad, en la pérdida de los que amamos, en las dudas de la conciencia y en todos los momentos de la vida y en el muy crítico y angustioso de nuestro último trance.

¿Dónde mejor podemos buscar este consuelo que en el muy dulce y consolador Corazón de Jesús? ¿No han salido de él aquellas tan suaves y amorosas palabras: “Venid a Mí todos los que andáis cansados y agobiados, y Yo os aliviaré”?

¡Oh buen Jesús! ¡Oh único verdadero Consuelo de los corazones angustiados! ¿A quién iremos sino a Ti en nuestras horas de amargura y desasosiego? Cuando los intereses mundanos no aprovechan, cuando los amigos se alejan, cuando las fuerzas faltan, ¿a quién acudiremos sino a Ti, fuente inagotable de todo consuelo?

Medítese unos minutos.

II

Y no obstante, alma mía, es Jesús el último a quien acudes en tus horas de tribulación. Primero son para ti los amigos de la tierra, que ese amabilísimo Amigo del cielo. Primero buscas un desahogo en el pasatiempo mundano que en la dulce intimidad del Sagrario, donde te espera este misericordiosísimo y compasivo Consolador.

Dime, ¿no llevas ya bastantes desengaños? ¿Qué herida de las tuyas o qué dolor te ha calmado el mundo? ¿Qué bálsamo has encontrado en él para endulzar las amarguras de la adversidad? ¿No ves que el mundo no gusta de consolar a los que padecen, sino de adular a los dichosos? ¿Qué vas a buscar tú que padeces, en ese mundo que no te ha de comprender? Sólo hay un asilo seguro para los corazones heridos, y es el herido Corazón de Jesús.

¡Oh Señor!, a tu Corazón me acojo yo como al regazo de una madre amorosa, para que me abrigues en él con tu calor, y me defiendas y me consueles. Solamente Tú tienes consuelo para nuestro pobre corazón.

Alejaos, humanas consolaciones, vanas, inconstantes, mentirosas. Sois como una copa de licor cuyos bordes son dulces pero en cuyo fondo sólo se beben las heces amargas del desengaño. A Ti, Señor, únicamente busco; en tu Corazón entro, y allí quiero permanecer. ¡Oh Dios de todo consuelo! En Ti y sólo en Ti espera hallarlo mi desconsolado corazón.

Medítese, y pídase la gracia particular.

Evangelii Gaudium – Francisco I

56. Mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz. Este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera. De ahí que nieguen el derecho de control de los Estados, encargados de velar por el bien común. Se instaura una nueva tiranía invisible, a veces virtual, que impone, de forma unilateral e implacable, sus leyes y sus reglas. Además, la deuda y sus intereses alejan a los países de las posibilidades viables de su economía y a los ciudadanos de su poder adquisitivo real. A todo ello se añade una corrupción ramificada y una evasión fiscal egoísta, que han asumido dimensiones mundiales. El afán de poder y de tener no conoce límites. En este sistema, que tiende a fagocitarlo todo en orden a acrecentar beneficios, cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante los intereses del mercado divinizado, convertidos en regla absoluta.

Tanto amó Dios al mundo

Las grandes fiestas se suceden. A la Ascensión del Señor, sigue Pentecostés y ahora la fiesta de la Trinidad. Fiesta que es algo así como «el aniversario» del Dios uno y trino.

Envío y salvación

El capítulo tercero del evangelio de Juan nos presenta lo esencial de la misión de Jesús. Al comienzo de él se recuerda la necesidad de convertirse para ser discípulo del Señor. La imagen usada es la de volver a nacer (v. 7). Para dar testimonio de esa nueva vida ha venido Jesús (v. 11). Se trata de la vida definitiva, de la vida eterna (v. 15), para eso bajó del cielo (v. 13), como lo hace el Espíritu Santo (Jn 1, 32). Al cielo regresará cuando su tarea de salvación haya sido cumplida (v. 13).

Los versículos del texto de hoy nos precisan aquello que da origen a esa misión: el amor de Dios Padre. Fue tan grande su amor «al mundo que entregó a su Hijo único» (v. 16). En este texto, «mundo» no tiene el sentido de rechazo a Dios, sino el neutro de realidad humana o historia. El mayor don de Dios es el envío de su propio Hijo. Su tarea es salvar (v. 17), es decir, establecer la amistad de Dios con los seres humanos. Eso es la salvación en el mensaje bíblico, y significa acoger la vida que trae Jesús.

La puerta de entrada a esa vida es la fe, aceptamos o rechazamos libremente esa vida. Creer en el «nombre del Hijo único de Dios» (v. 18) es aceptar su testimonio y su mensaje. Significa confiar en el «Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad» (Ex. 34, 6) según una de las más bellas descripciones de Dios que encontramos en la Biblia.

Un mismo sentir

La fe nos debe llevar a ser compasivos, misericordiosos y fieles como el Dios en quien creemos. Unos versículos más adelante del texto de Juan que comentamos nos dice que «el que obra la verdad va a la luz» (3, 21). La verdad que nos transmite Jesús no es sólo materia de aceptación y de acuerdo, sino también de práctica, de quehacer cotidiano.

Compadecer (sufrir con el otro) significa hacer nuestros los sufrimientos de pueblos que luchan por su supervivencia ante tantas violaciones a sus derechos más elementales. Ser misericordiosos (tener el corazón puesto en los que padecen miseria), implica que ninguna situación de injusticia (como la que sufren hoy tantas personas en el mundo entero) nos sea ajena. Ser fieles (tener fe, confiar) supone firmeza en nuestros compromisos, coraje para enfrentar las dificultades que hoy presenta el deber de ser testigos del Dios de la vida.

Si procedemos así haremos nuestras las recomendaciones finales de Pablo a los Corintios: viviremos la alegría pascual, y tendremos «un mismo sentir». Nos sostendrá la esperanza viva de que el Dios del amor y de la paz estará con nosotros (2 Cor 13, 11).

Gustavo Gutiérrez

Con el corazón apenado

No quiero vivir la fiesta de la Trinidad apartando la mirada del mundo. No puedo estar alegre y celebrar la «fiesta de Dios» olvidando a sus hijos e hijas, torturados, aterrorizados, violados y degradados de mil maneras. Me resulta imposible escribir algo sugerente sobre el misterio de Dios cuando llevo meses con el corazón encogido por la fuerza destructora del mal.

Necesito creer en Dios «Padre» de todos los pueblos y religiones, fuerza creadora que nos quiere bien a todos. Roca firme y sólida en quien podemos echar nuestras raíces con confianza y sin temor en estos tiempos de inseguridad y brutalidad. El «único bueno» como decía Jesús.

Necesito creer en Jesús, «Hijo de Dios» y hermano, a quien podemos agarrarnos para no olvidar nuestra dignidad. En él descubro el rostro y el corazón de Dios. En él le siento a Dios muy cerca, torturado y crucificado junto a tantos otros. A él me quiero agarrar en estos tiempos de confusión en que se nos quiere engañar de tantas maneras.

Necesito creer en el «Espíritu transformador» de Dios que no abandona nunca a ningún ser humano. Dador de vida y defensor de todos los pobres en estos tiempos de tanta indefensión y desvalimiento. Necesito dejarme alentar por él para no caer en la desesperanza.

Quiero amar a Dios Padre amando la vida que nace de él y luchando siempre a favor de sus criaturas. Es mejor construir que destruir, es mejor hacer el bien que dañar, es mejor la paz que la guerra, es mejor acoger que rechazar, besar que no besar, ser que no ser.

Quiero amar a Jesús, Hijo de Dios encarnado, defendiendo antes que nada y por encima de todo su proyecto de vida. Jesús lo llamaba el «reino de Dios y su justicia». Un proyecto tantas veces olvidado, traicionado, desfigurado y trivializado por quienes nos decimos la «Iglesia de Jesús».

Quiero acoger al Espíritu Santo de Dios para mantener siempre mi resistencia firme ante los «amos del mundo». Quiero pensar, sentir y actuar contra sus proyectos de muerte y desprecio a los pequeños. No me puedo imaginar otra manera de vivir amando a Dios y alabando su misterio de Amor.

José Antonio Pagola

El amor de la Trinidad

 

Querido amigo:

Hoy celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad y en esta fiesta recuerdo cuántas veces decimos: “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Así comenzamos todas nuestras tareas, así comenzamos todas nuestras liturgias y vemos cómo todo está invadido por un gran gesto; y el gesto es el amor. Vamos tú y yo con todo cariño a penetrar en este gran misterio de tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Escuchemos con atención el texto de san Juan, capítulo 3, versículo 16-18:

Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios.

Jn 3, 16-18

Toda la liturgia de hoy y toda la liturgia siempre son grandes intervenciones del amor de Dios y este amor que se revela a través del Padre, a través del Hijo y a través del Espíritu Santo. Desde siempre este Padre Creador nos elige, elige a Israel, hace una alianza con él, hace un pacto, y en esa cumbre del Sinaí se vuelve a renovar el Calvario. “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo unigénito”. Y con esos dos amores nos entrega al Espíritu, fruto del amor. “Este Espíritu, la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con vosotros”.

Una gran fiesta para contemplar el gran amor, una gran fiesta para ver, querido amigo, cómo se aman estas tres divinas personas. Y nos lleva a examinar nuestra manera de amar, a ver cómo nos abrimos a los demás, cómo nos comunicamos, cómo nos damos, porque amor es darse. Quizás en este encuentro tengamos que descubrir el amor para amar a los demás. Este misterio trinitario que nos lleva a una actitud de donación: el Padre se da totalmente al Hijo, el Padre y el Hijo nos dan al Espíritu Santo y los tres se dan al hombre. ¡Gran fiesta de la Trinidad! Gran fiesta para fijarnos y darnos cuenta de cómo es nuestro amor. La Trinidad es solamente amor, tres personas diversas, distintas, pero un amor que no es imposible, que es un amor divino, de Dios, y surge de esa unidad el gran amor.

Cuántas veces nosotros con diferencias, con conflictos, no sabemos enraizar la unidad del amor, no sabemos hacer que nazca el amor, esa imagen unitaria, trinitaria que es Él, esa imagen que nos lleva a amar. Cuántas veces tenemos que aprender esta forma de amar: tanto amó Dios al mundo que se entregó y dio su vida por ti y por mí.

Hoy en la eucaristía, en este encuentro, en este rato, te invito, querido amigo, a dar gracias a Dios Padre porque nos ama, nos cuida, vela por nosotros, nos libra de tantos peligros; al Hijo, que se entrega, que se entrega con tanto amor, hasta que da la vida; y al Espíritu, que nos da esa fuerza para amar, nos da esa fuerza para querer. Vamos a —tú y yo— a pensar mucho en este amor y a querer amarle así, como es Él, como es esa Trinidad: ese Dios Padre, ese Espíritu Santificador, ese Dios Salvador.

Le pedimos perdón por nuestra vida que… muchas palabras pero poco amor; y le pedimos fuerza para que nos dé ese ánimo para anunciar ese amor que Él tiene. Entremos en un diálogo contemplativo, hablemos tú y yo con Jesús, escuchémosle cómo nos dice cómo es su Padre, cómo es Él, cómo es ese Espíritu que nos da: es el proyecto de tres personas, el proyecto de amor. Tú y yo también tenemos un gran proyecto de amor: se nos dice que amemos con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas. Querido amigo, ¡gloria y honor a la Santísima Trinidad! ¡Bendito sea Dios Padre y su Hijo unigénito y el Espíritu Santo, que ha mantenido esa misericordia con nosotros! Y digamos muchas veces hoy: ¡gloria al Padre, gloria al Hijo, gloria al Espíritu Santo, al Dios que es, que era, que viene, por los siglos de los siglos!

Somos hijos de Dios, somos hijos de su Espíritu. Repitamos, querido amigo: “¡Abba! ¡Padre!”. Y en este encuentro: “¡Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo! Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos”. Examen de amor, examen de unidad, enriquecernos de esta gran efusión de amor. En todos los textos se nos dice que Dios es compasivo, misericordioso, lleno de amor, lleno de paz, nos entrega a su Hijo, nos da esa fuerza y nos ama sin límites, entrañable, con un amor incondicional. ¡Gloria al Padre, gloria al Hijo, gloria al Espíritu Santo!

Querido amigo, entremos en la misericordia y en la compasión, llenémonos de la gracia de Dios y llenémonos de la comunión del Espíritu Santo. Tú y yo examinemos, comprobemos nuestro amor a través de la unidad y de la imagen de la Trinidad, y a pesar de nuestras diferencias, a pesar de nuestros conflictos, aprendamos a amar.

¡Gloria al Padre, gloria al Hijo, gloria al Espíritu Santo! Que así sea, querido amigo

Francisca Sierra Gómez