La comunidad perfecta

El misterio de la Santísima Trinidad es, par definición, inexplicable; de lo contrario, dejaría de ser misterio. Lo único que podemos afirmar con absoluta certeza es que las tres Personas que integran esa realidad mística constituyen una comunidad auténtica, genuina, perfecta. Las tres forman una «familia ejemplar» de la que podemos entender consecuencias muy valiosas para nuestras vidas: conviven sin estridencias, se comprenden mutuamente, dialogan y obran todo con absoluta unanimidad.

En cambio, tengo la impresión de que, entre los humanos, en nuestras relaciones tanto personales como colectivas, nos hallamos muy lejos de parecernos a este modelo admirable de unidad y concordia. Veamos:

La primera cuestión del «test» que propongo consiste en ahondar en nuestro propio interior:

«¿Me llevo bien conmigo mismo?». Porque bien podría ocurrirnos que tuviéramos dos voluntades, como san Agustín, que con una quería lo bueno y saludable, pero con la otra era atraído hacia lo prohibido y pernicioso.

Ya el apóstol san Pablo nos ha alertado: «Vea lo mejor y lo apruebo, pero luego sigo lo peor».

Después, podríamos analizar el grado de unión, o de incomprensión, que en el ámbito más íntimo y cercano: Nuestras relaciones familiares. ¿Somos dialogantes y colaboradores o, por el contrario, la intransigencia es nuestra forma natural de actuar? ¿Existe un verdadero diálogo entre las distintas generaciones dentro de nuestro hogar?… En la comunidad de vecinos de la casa, ¿prima la colaboración y el interés común, o más bien afloran la intolerancia y el egoísmo ante los problemas que surgen? La misma pregunta podríamos hacerla en relación con nuestro barrio, pueblo o ciudad…

Ampliando las perspectivas, a nivel mundial, ¿qué pasa con las guerras, el hambre, los refugiados, tantos y tantos muertos por el capricho de cuatro mentes descerebradas, que alternan sus combates con escasos días de «alto el fuego» como si de un juego macabro se tratara?…

Definitivamente llegamos a la conclusión de que la humanidad entera está muy lejos de ser comunidad… A veces pienso que no sé si los humanos somos los vivientes menos racionales de todos. Las palomas se agrupan en bandadas, las ovejas se cobijan en sus rebaños, atentas al silbido del pastor, y los pajarillos se hablan entre sí en un lenguaje extraño de forma que, unánimes, emprenden el vuelo, y con qué fuerza, en busca del misterio que se han dicho al oído…

Sólo los humanos somos reacios a reunirnos, a solidarizarnos con nuestros semejantes.

Recuerdo que, en el evangelio de Juan, en el pasaje que precede al arresto de Jesús por parte de Judas, el apóstol hace hincapié en que permanezcan unidos, cifrando en ello la credibilidad de su mensaje: «Te pido, Padre, que todos vivan unidos. De este modo, el mundo podrá creer que tú me has enviado».

De estas palabras quiero deducir que no sólo el amor es el distintivo del cristiano: «Amaos como yo os he amado; en esto conocerán que sois mis discípulos», sino también el que nos vean unidos. Como hermanos. Como una familia… El modelo lo tenemos ahí: Padre, Hijo y Espíritu Santo. La comunidad perfecta.

Pedro Mari Zalbide

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II Vísperas – Domingo de la Santísima Trinidad

LA SANTÍSIMA TRINIDAD. (SOLEMNIDAD)

II VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: CANTAD Y ALABAD AL SEÑOR.

Cantad y alabad al Señor,
él nos ha dicho su nombre:
Padre y Señor para el hombre.
Vida, esperanza y amor.

Cantad y alabad al Señor,
Hijo del Padre, hecho hombre:
Cristo Señor es su nombre.
Vida, esperanza y amor.

Cantad y alabad al Señor,
divino don para el hombre:
Santo Espíritu es su nombre.
Vida, esperanza y amor.

Cantad y alabad al Señor,
él es fiel y nos llama,
él nos espera y nos ama.
Vida, esperanza y amor. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Oh verdadera, excelsa y eterna Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo!

Salmo 109, 1-5. 7 – EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»

Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.

En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Oh verdadera, excelsa y eterna Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo!

Ant 2. Líbranos, sálvanos, danos vida eterna, oh Trinidad santísima.

Salmo 113 A – ISRAEL LIBRADO DE EGIPTO; LAS MARAVILLAS DEL ÉXODO.

Cuando Israel salió de Egipto,
los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente,
Judá fue su santuario,
Israel fue su dominio.

El mar, al verlos, huyó,
el Jordán se echó atrás;
los montes saltaron como carneros;
las colinas, como corderos.

¿Qué te pasa, mar, que huyes,
y a ti, Jordán, que te echas atrás?
¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros;
colinas, que saltáis como corderos?

En presencia del Señor se estremece la tierra,
en presencia del Dios de Jacob;
que transforma las peñas en estanques,
el pedernal en manantiales de agua.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Líbranos, sálvanos, danos vida eterna, oh Trinidad santísima.

Ant 3. Santo, santo, santo es el Señor Dios todopoderoso, el que era, el que es, el que será.

Cántico: LAS BODAS DEL CORDERO – Cf. Ap 19,1-2, 5-7

El cántico siguiente se dice con todos los Aleluya intercalados cuando el oficio es cantado. Cuando el Oficio se dice sin canto es suficiente decir el Aleluya sólo al principio y al final de cada estrofa.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios
(R. Aleluya)
porque sus juicios son verdaderos y justos.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Alabad al Señor sus siervos todos.
(R. Aleluya)
Los que le teméis, pequeños y grandes.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo.
(R. Aleluya)
Alegrémonos y gocemos y démosle gracias.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Llegó la boda del cordero.
(R. Aleluya)
Su esposa se ha embellecido.
R. Aleluya, (aleluya).

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Santo, santo, santo es el Señor Dios todopoderoso, el que era, el que es, el que será.

LECTURA BREVE   Ef 4, 3-6

Esforzaos por mantener la unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la meta de la esperanza en la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo.

RESPONSORIO BREVE

V. Bendigamos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, ensalcémoslo con himnos por los siglos.
R. Bendigamos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, ensalcémoslo con himnos por los siglos.

V. Honor y gloria al único Dios.
R. Ensalcémoslo con himnos por los siglos.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Bendigamos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, ensalcémoslo con himnos por los siglos.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. A ti, Dios Padre no engendrado, a ti, Hijo único del Padre, a ti, Espíritu Santo paráclito, santa e indivisa Trinidad, te confesamos con todo el corazón y con los labios, te alabamos y te bendecimos. ¡Para ti la gloria por los siglos!

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. A ti, Dios Padre no engendrado, a ti, Hijo único del Padre, a ti, Espíritu Santo paráclito, santa e indivisa Trinidad, te confesamos con todo el corazón y con los labios, te alabamos y te bendecimos. ¡Para ti la gloria por los siglos!

PRECES

Glorifiquemos a Dios Padre que, por el Espíritu Santo, vivificó el cuerpo de su Hijo, para que su carne resucitada fuera fuente de vida para los hombres, y aclamemos al Dios uno y trino, diciendo:

¡Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo!

Padre todopoderoso y eterno, envía tu Espíritu consolador en nombre de tu Hijo sobre la Iglesia,
para que la conserve en la unidad de la caridad y de la verdad perfectas.

Manda, Señor, trabajadores a tu mies, para que hagan discípulos de entre todos los pueblos
y, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, los confirmen en la fe verdadera.

Ayuda, Señor, a los perseguidos por causa de tu Hijo,
que el Espíritu Santo hable por ellos, como Jesucristo nos prometió.

Que todos los hombres, Señor, te confiesen como único Dios en tres personas,
y que vivan en la fe, en la esperanza y en el amor.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Padre de todos los vivientes, tú que vives y reinas con el Hijo y el Espíritu Santo,
recibe a nuestros hermanos difuntos en tu reino.

Digamos ahora al Padre, movidos por el Espíritu Santo que ora en nosotros, la plegaria que Cristo nos enseñó:

Padre nuestro…

ORACION

Dios Padre, que has enviado al mundo la Palabra de verdad y el Espíritu de santificación para revelar a los hombres tu misterio admirable, concédenos que, al profesar la fe verdadera, reconozcamos la gloria de la eterna Trinidad y adoremos la Unidad de tu majestad omnipotente. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

Entre la palabra que esconde y el silencio que revela

¿Cómo hablar?

Hoy el predicador debería hablar con el rostro trasfigurado de luz, o utilizar el lenguaje de los místicos. O expresarse recurriendo al silencio.

Solamente así conseguiría hacer comprender que no se trata de una verdad pesada e indigesta, sino de un misterio que hace vivir. Que la Trinidad no me quita a Dios, confinándolo en una lejanía inaccesible, sino que me lo hace más cercano, más íntimo.

El gozo de descubrir que mi fe no se basa en unas ideas, sino en unas personas en comunión entre sí. «In principio» no hay un Dios solitario. «In principio» está la comunión. Dios es comunión. Dios es unidad y diversidad. Es unión de la diversidad.

Es sorprendente constatar que la Trinidad es también una luz proyectada sobre el hombre. Me revela quién soy yo, pensado, creado, amado, «inspirado» por Dios, habitado por el «soplo» gracias al cual soy un viviente.

Quizás, hasta ahora, la aproximación al misterio no ha sido lo que tenía que ser.

Siempre se ha empezado poniendo a trabajar al cerebro, utilizando la mente, intentando salir del apuro con ideas, fórmulas, imágenes, palabrotas (persona, naturaleza, sustancia, hipóstasis…

Pero es preciso empezar con el silencio extático, con la adoración, con la contemplación.

Y luego la experiencia. Dios tiene que hacerse «sensible al corazón», gracias a la sensibilidad particular comunicada por el Espíritu.

Por consiguiente, la alabanza, el canto, la poesía.

Al final se le permitirá también a la razón que haga algún que otro pinito.

Pero «lo que es más» se quedará siempre fuera del ámbito de la inteligencia y «resistiendo» al lenguaje, las palabras muchas veces logran esconder más que manifestar.

Por tanto, primero la fe y luego el razonamiento.

Primero la doxología (la alabanza) y luego la teología especulativa. Primero la acogida total del corazón y luego la explicación (que siempre resultará inadecuada).

Primero la oración y luego la reflexión. Y durante la reflexión y después de ella, también la oración.

Y siempre el silencio reverencial.

«A Dios le rendimos honor con el silencio, no porque no tengamos nada que decir o que investigar sobre él, sino porque así tomamos conciencia de que siempre nos quedamos más acá de su comprensión adecuada» (Tomás de Aquino).

A medida que el misterio vaya colmando nuestro corazón, lo irá inflamando, las palabras se apagarán inevitablemente en nuestros labios, los pensamientos -demasiado embarazosos- se evaporarán de la mente, para dejar sitio solamente al asombro, mientras que las rodillas se doblarán en la adoración.

Puede bastar el Amén

Y si hay necesidad de mover los labios, bastará una sola palabra: ¡Amén!

Amén es la palabra decisiva del creyente y del orante. Decir Amén significa creer.

Amén es algo sólido, que da confianza, que sostiene.

El creyente no encuentra en sí mismo la seguridad. No se ve firme como una roca. Diría incluso que siente continuamente cómo le falla el terreno bajo los pies (el terreno de la racionalidad). Y entonces tiene el coraje de dar el salto fatal. Y se aferra, en la otra orilla, al Amén. Dios es el Amén.

Con el amén el creyente se aparta de sí mismo, de sus propias vacilaciones y temores, e incluso de sus propias certezas y presunciones, para entregarse únicamente a Dios, para ponerse en sus manos, para desaparecer en su proyecto, que es la única manera de «encontrarse».

No. El cristiano no va a estrellarse con el misterio, como dice expresión demasiado repetida. Se ve arropado más bien por el misterio, abrazado por él.

La Trinidad no es un rompecabezas.

Son los brazos del Dios trino los que acogen al que ha sabido decir Amén sin la pretensión de comprender.

Creer en la Trinidad no significa meterse en una habitación oscura dominada por estanterías de librotes cubiertos de polvo.

Quiere decir encontrarse unido, en la luz radiante y en el cariño de los tres, con todos los seres de la creación.

Quiere decir experimentar la vida, el amor, la plenitud.

Quiere decir llegar finalmente junto al Padre, en calidad de hijos gracias a la capacidad de «arrastre» del Hijo y a la fuerza «transformadora» del Espíritu.

La fiesta de la Trinidad, entonces, no tiene por qué asustarnos ni causarnos ningún malestar.

Constituye, por el contrario, una invitación al gozo, al canto, a la alabanza, a la danza. Una anticipación de lo que haremos y seremos en la eternidad.

Dios se traiciona con su nombre

Habría sido interesante escudriñar la cara de Nicodemo, personaje distinguido, satisfecho, mientras escuchaba aquellas palabras que le desvelaban el secreto más grande: «Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único…».

El pensaba que creer significa incrementar el propio bagaje cultural, añadir nuevas ideas, quizás complicadas, acoger nuevos dogmas. Pero descubre que tener fe significa creer en el amor. Creer en el Hijo que manifiesta el amor del Padre, en el Espíritu que «difunde» ese amor por toda la tierra.

Descubre que en Dios todo es entrega mutua, intercambio, participación, amor incontenible, relación, movimiento hacia el otro.

El texto del Exodo (primera lectura) recoge, por el contrario, la reacción de Moisés frente a la asombrosa manifestación de Dios: «… al momento se inclinó y se echó por tierra…». Luego, después de la adoración, se aprovechó inmediatamente del secreto que se le acababa de comunicar. Le toma a Dios la palabra, orienta la revelación en favor de «su» pueblo, que se ha manchado con una falta grave.

El había pedido ver el rostro de Dios. Dios se lo negó. Sólo pudo distinguir sus espaldas, mientras pasaba.

Sin embargo, se dio la proclamación de su nombre: «Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad».

Moisés, a través del nombre, «ve» el verdadero rostro de Dios. Esa es la cara que presenta Dios al hombre.

Sí, Dios dirige al hombre un rostro que dice misericordia, compasión, amor fiel, perdón, paciencia infinita…

Dios se traicionó. Pronunciando su propio nombre, permitió al hombre contemplar su rostro.

Moisés, en cierto sentido, sorprendió a Dios a sus espaldas. Y Dios «se volvió»…

El Espíritu, encargado de «disolvernos»

En la misa, una de las fórmulas de saludo al pueblo es la fórmula trinitaria que encontramos en la segunda lectura de hoy y que cierra la Carta de Pablo dirigida a los fieles de Corinto: «La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu santo esté siempre con vosotros».

Podemos preguntarnos qué significa, en concreto, para un cristiano la comunión del Espíritu santo.

Más que esbozar un tratado o una descripción teórica, me gustaría recurrir a una imagen.

En efecto, tengo la sospecha de que un creyente que se comunica con el Espíritu Santo, que está en contacto estrecho con él, acaba «disolviéndose».

En la secuencia del Espíritu Santo, el día de Pentecostés, imploramos: «Flecte quod est rigidum».

La dureza no es sólo la del corazón, no es solamente la negativa obstinada a creer, el empecinamiento en el mal.

La dureza no es sólo falta de docilidad. Puede ser… exceso de docilidad, hasta hacernos rígidos, inmóviles, amazacotados, inflexibles, ¡la inflexibilidad va en contra del Espíritu, que intenta por el contrario «flectere»!.

Tengo la impresión de que hoy, en la Iglesia, hay demasiada rigidez e «inflexibilidad», y no me refiero simplemente al terreno disciplinar, o moral, o doctrinal.

Más que movidos por el Espíritu, algunos individuos parecen bloqueados, fijados definitivamente en posiciones estáticas, como ciertas estatuas que se han encontrado en las excavaciones de Pompeya, Herculano y Aplontes.

No hay que extrañarse de ello. Cuando falta el «soplo» de los orígenes, la arcilla se endurece sin recibir vida ni movimiento. Se encuentra uno rígido, erguido, solemne.

Sin el Espíritu, la vida queda sofocada, mortificada.

Y ahí están, inexpresivos, tiesos, firmes como un palo, incapaces de descomponerse con una carcajada liberadora, de hacer cabriolas en el mullido prado de la humanidad. La espontaneidad y la naturalidad se ven frenadas por las censuras de las conveniencias, del oportunismo, de las costumbres, del artificio.

Preocupados por salvar la cara, ¡esa cara embadurnada de seriedad!, no se dan cuenta de que están perdiendo el alma.

Y pienso también en algunas asambleas litúrgicas sobre las que planea, sin suscitar la más pequeña vibración, sin el más pequeño sobresalto, sin el más pequeño temblor, aquel deseo: «…la comunión del Espíritu Santo».

Rostros apagados, impenetrables, personajes inmóviles, casi momificados, por dentro y por fuera, expresiones pasmadas, compostura forzada.

Un monje dijo que orar significa «disolverse». Yo añadiría: dejarse disolver por el Espíritu («flecte quod est rigidum»).

Necesitamos orar al Espíritu, es decir, dejarnos disolver por él. Pecamos de rigidez.

Tenemos la cabeza vuelta sólo hacia un lado, la racionalidad, el cálculo, en vez de la esperanza, el asombro, la gratuidad. Bloqueados por una careta de severidad.

Las manos cerradas, sin abrirse en un gesto de don.

Los pies girando en todas direcciones, menos en la del amor, de la amistad, de la paz.

Sí, hay que orar, o sea, hay que disolverse.

Curarse de esa malformación que es el cuello torcido. Disolverse significa hacerse espontáneo, ágil, creativo. Disolverse significa abandonar la aridez, la inhumanidad, y volver a encontrar la ternura.

Esos «celebrantes» estirados, etiquetados, controlados, ¿se decidirán alguna vez a rendirse a la comunión del Espíritu que dobla, que rompe, que ablanda nuestra dureza, que nos suaviza, que nos humaniza, que nos hace ligeros, desenvueltos, sueltos, «comunicativos»… y hasta un poco impertinentes?

A. Pronzato

Solemnidad de la Santísima Trinidad

La fe de la Iglesia profesa que en el Dios único y verdadero, en el que creemos los cristianos, hay tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Esta forma de entender a Dios se afirma expresamente, por primera vez, en el «Credo» del concilio primero de Constantinopla (año 381). Por eso, el Credo de este concilio tiene una estructura trinitaria (DH 150). Si bien es sabido que el Credo de este concilio no fue aceptado como Credo de la Misa hasta el concilio III de Toledo (año 589).

Que el Hijo es igual, en la divinidad, al Padre, fue definido en el concilio de Nicea (325). Y la divinidad del Espíritu Santo, en el año 381. Se sabe que, en estos concilios, tuvieron una influencia importante los emperadores: Constantino I (Nicea) y Teodosio I (Constantinopla). El llamado «cesaropapismo», intromisión de los emperadores en la teología, resultó más fuerte de lo que algunos sospechan. Eran los tiempos del hundimiento del Imperio. Y los emperadores necesitaban una religión fuerte y unida, cosa que encontraron en la Iglesia y sus dogmas. Esto no les quita credibilidad a tales dogmas. Pero sí indica que es necesario estudiarlos a fondo y conocer la correcta interpretación que los textos dogmáticos necesitan.

Siguiendo la conocida distinción, que hizo K. Rahner, no es lo mismo la trinidad de Dios en sí mismo (Trinidad «inmanente») que la trinidad de Dios en su comunicación con el hombre (Trinidad «económica»). De la primera, no podemos saber con seguridad en qué consiste, ya que Dios es el Trascendente y su ser y naturaleza queda fuera de nuestro alcance. Sabemos, por el Nuevo Testamento, que Dios se ha comunicado con nosotros como Padre, que nos quiere; como Hijo, que nos revela al Padre y nos traza el camino de la salvación; como Espíritu, que nos da la fuerza que necesitamos y nos comunica el significado de la revelación en cada tiempo y situación. Pero, cuando nos relacionamos con Dios, lo determinante no son los «conceptos», sino la «experiencia» que tenemos de Él, que se traduce en las convicciones que guían nuestra vida.

Con frecuencia ocurre que, en las cosas de Dios, tenemos conceptos equivocados porque nuestra experiencia de ese Dios anda también equivocada. Lo que me importa es que experimentemos y sintamos a Dios como Padre, a Jesús como la luz y el camino que nos guía, con la fuerza y la libertad del Espíritu.

José María Castillo

En el Sagrado Corazón hallaremos el más fiel amigo

I

ES la amistad una de las más apremiantes exigencias y a la vez una de las más dulces satisfacciones del corazón humano. Nuestro corazón necesita comunicarse a otro; así en sus alegrías como en sus tristezas; y esta comunicación afectuosa se llama amistad.

¿Quieres una amistad verdadera? Ten por amigo al Sagrado Corazón de Jesús. A ningún otro corazón podemos arrimarnos con más cierta seguridad de ser correspondidos. Es amigo constante que no abandona, si no es primeramente abandonado. No es como los amigos del mundo, que sólo te sirven tal vez en la prosperidad, y que te olvidan en la aflicción. La amistad del Corazón de Jesús es firme para los que le aman, hasta la muerte y más allá de la muerte.

Él velará como fiel amigo junto a tu lecho de agonía, y será tu fiador en presencia del Supremo Juez. Busquemos, pues, esta amistad única, que no puede resultar mentirosa. Sí, Jesús mío, admíteme en el número de los amigos de tu Corazón.

Medítese unos minutos.

II

Muchos amigos has tenido, alma mía, en este mundo, o muchos por lo menos se te han llamado tales. ¿Lo han sido de veras? ¡Ah! ¡que nunca lo han sido para ti como promete serlo el Corazón de Jesús!

Los amigos del mundo encubren muchas veces, bajo halagüeñas palabras, la frialdad o quizás las miras interesadas. Son inconstantes, mudables, egoístas. Los más firmes no pueden resistir a la separación forzosa que impone la muerte. ¿Quién fiará su corazón a tan vanas amistades?

No así, Tú, dulcísimo Jesús, amor mío, amigo mío; y no obstante, ¡cuán pocos son tus amigos! ¡El mundo tiene concurridos a todas horas sus centros de disipación y de maldades, y Tú encuentras apenas quien alrededor del Sagrario te haga amorosa compañía!

Quiero ser de estos pocos ¡oh Divino Jesús! para hacerme digno así de tu amistad. Quiero darte frecuente conversación, ya que tus delicias mayores son tenerlas con nuestras almas. ¡Oh mi Jesús! ¡Oh mi Dios! ¡Oh mi amigo! Seamos los dos amigos para siempre, y no se acabe nunca, ni con la vida, tan dulce amistad.

Medítese, y pídase la gracia particular.

Evangelii Gaudium – Francisco I

No a un dinero que gobierna en lugar de servir

57. Tras esta actitud se esconde el rechazo de la ética y el rechazo de Dios. La ética suele ser mirada con cierto desprecio burlón. Se considera contraproducente, demasiado humana, porque relativiza el dinero y el poder. Se la siente como una amenaza, pues condena la manipulación y la degradación de la persona. En definitiva, la ética lleva a un Dios que espera una respuesta comprometida que está fuera de las categorías del mercado. Para éstas, si son absolutizadas, Dios es incontrolable, inmanejable, incluso peligroso, por llamar al ser humano a su plena realización y a la independencia de cualquier tipo de esclavitud. La ética —una ética no ideologizada— permite crear un equilibrio y un orden social más humano. En este sentido, animo a los expertos financieros y a los gobernantes de los países a considerar las palabras de un sabio de la antigüedad: «No compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. No son nuestros los bienes que tenemos, sino suyos»[55].


[55] San Juan Crisóstomo, De Lazaro Concio II, 6: PG 48, 992D.

Lectio Divina – 11 de junio

Lectio: Domingo, 11 Junio, 2017

«¡Dios en efecto ha amado mucho al mundo!
La Trinidad es la mejor comunidad
Juan 3, 16-18

1. ORACIÓN INICIAL

 Señor Jesús, envía tu Espíritu, para que Él nos ayude a leer la Biblia en el mismo modo con el cual Tú la has leído a los discípulos en el camino de Emaús. Con la luz de la Palabra, escrita en la Biblia, Tú les ayudaste a descubrir la presencia de Dios en los acontecimientos dolorosos de tu condena y muerte. Así, la cruz , que parecía ser el final de toda esperanza, apareció para ellos como fuente de vida y resurrección.

Crea en nosotros el silencio para escuchar tu voz en la Creación y en la Escritura, en los acontecimientos y en las personas, sobre todo en los pobres y en los que sufren. Tu palabra nos oriente a fin de que también nosotros, como los discípulos de Emaús, podamos experimentar la fuerza de tu resurrección y testimoniar a los otros que Tú estás vivo en medio de nosotros como fuente de fraternidad, de justicia y de paz. Te lo pedimos a Ti, Jesús, Hijo de María, que nos has revelado al Padre y enviado tu Espíritu. Amén.

2. LECTURA

a) Una clave de lectura:

– Estos pocos versículos forman parte de una reflexión del evangelista Juan (Jn 3, 16-21), en la que explica a su comunidad de finales del primer siglo el significado del diálogo entre Jesús y Nicodemo (Jn 3, 1-5). En este diálogo, Nicodemo no consigue seguir el pensamiento de Jesús. Y lo mismo sucedía a la comunidad. Algunos de ellos, prisioneros de los criterios del pasado, no entendían la novedad que Jesús había traído. Nuestro texto (Jn 3, 16-18) es una ayuda para superar esta dificultad.

– También la Iglesia ha escogido la lectura de estos tres versículos para la Fiesta de la Santísima Trinidad. Y en efecto, ellos constituyen una clave importante para revelar la importancia del misterio del Dios Trino en nuestra vida. Al hacer la lectura, intentemos tener presente en la mente y en el corazón que, en este texto, Dios es el Padre, el Hijo es Jesús y el amor es el Espíritu Santo. Por esto, no tratemos de penetrar el misterio. ¡Parémonos, hagamos silencio y admiremos!

b) Una división del texto para ayudar a la lectura:

Jn 3, 16: Afirma que el amor salvífico de Dios se manifiesta en el don del Hijo.
Jn 3, 17: La voluntad de Dios es salvar y no condenar
Jn 3, 18: La exigencia divina es tener de nuestra parte el valor de creer en este amor.

Juan 3, 16-18

c) El texto:

16: Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.
17: Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
18: El que cree en él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo unigénito de Dios.

3. UN MOMENTO DE SILENCIO ORANTE

para que la Palabra de Dios pueda entrar en nosotros e iluminar nuestra vida.

4. ALGUNAS PREGUNTAS

para ayudarnos en la reflexión personal.

a) ¿Qué punto te ha gustado más o cuál ha llamado mayormente tu atención?
b) Mirando bien este texto tan breve, ¿cuáles son las palabras claves que se encuentran?
c) ¿Cuál es la experiencia central del evangelista y de las comunidades, que se transparenta en el texto?
d) ¿Qué nos dice el texto sobre el amor de Dios?
e) ¿Qué nos dice el texto sobre Jesús?
f) ¿Qué afirma el texto sobre el mundo?
g) ¿Qué me revela el texto de mí?

5. UNA CLAVE DE LECTURA

para aquéllos que quieran profundizar más en el tema.

a) El contexto en el que aparecen las palabras de Jesús en el Evangelio de Juan:

* Nicodemo era un doctor que pretendía conocer las cosas de Dios. Observaba a Jesús con el libro de la Ley de Moisés en mano, para ver si concordaba la novedad anunciada por Jesús. En la conversación, Jesús hace entender a Nicodemo (y a todos nosotros) que el único modo como alguien pueda entender las cosas de Dios es ¡naciendo de nuevo! Hoy sucede la misma cosa. Muchas veces somos como Nicodemo: aceptamos sólo lo que está de acuerdo con nuestras ideas. El resto lo rechazamos considerándolo contrario a la tradición. Pero no todos son así. Hay muchas personas que se dejan sorprender por los hechos y no tienen miedo de decir: «¡ Nace de nuevo!»

* Cuando el evangelista recoge estas palabras de Jesús, tiene delante de los ojos la situación de las comunidades de finales de siglo y es para ellos para los que escribe. Las dudas de Nicodemo eran también las dudas de las comunidades. Y del mismo modo, la respuesta de Jesús es también una respuesta para las comunidades. Muy probablemente, la conversación entre Jesús y Nicodemo formaba parte de la catequesis bautismal, puesto que el texto dice que las personas deben renacer por el agua y por el Espíritu (Jn 3,6). En el breve comentario que presentamos, centralizaremos las palabras claves que aparecen en el texto y que son palabras centrales en el evangelio de San Juan. Nos sirven como claves de lectura de todo el evangelio.

b) Comentario del texto:

* Juan 3,16: Amar es darse por amor: La palabra amor indica ante todo, una experiencia profunda de relación entre diversas personas. Reúne un conjunto de sentimientos y valores como la alegría, la tristeza, el sufrimiento, el crecimiento, la renuncia, el don de sí mismo, la realización, la donación, el compromiso, la vida, la muerte, etc. En el Antiguo Testamento este conjunto de valores y sentimientos se resume en la palabra hesed que, en nuestras Biblias, generalmente, se traduce por caridad, misericordia, fidelidad y amor.
En el N.T., Jesús reveló este amor de Dios en sus encuentros con las personas. Lo reveló con sentimientos de amistad, de ternura, como, por ejemplo, en su relación con la familia de Marta en Betania: «Jesús amaba a Marta a su hermana y a Lázaro». Llora delante de la tumba de Lázaro (Jn 11, 5,33-36). Jesús afronta su misión como una manifestación de amor: «después de haber amado a los suyos…los amó hasta el fin» (Jn 13,1). En este amor Jesús manifiesta su profunda identidad con el Padre: «Como el Padre me amó, yo también os he amado» (Jn 15.9). Y Él nos dice: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado» (Jn 15.12). Juan define así el amor: «Por esto hemos conocido el amor: Él ha dado su vida por nosotros; por tanto también nosotros debemos dar la vida por los hermanos». (1 Jn 2,6). Quien vive el amor y lo manifiesta en sus palabras y en su conducta se convierte en Discípula Amada, Discípulo Amado.

* Juan 3, 17: Amó al mundo y se ofreció para salvar al mundo: La palabra «mundo» se encuentra 78 veces en el evangelio de Juan y con diversos significados. En primer lugar, «mundo» puede significar la tierra, el espacio habitado por los seres humanos (Jn 11,9; 21,25) o la Creación (17,5.24). Aquí, en nuestro texto, «mundo» significa las personas que habitan en esta tierra, toda la humanidad, amada por Dios, que por ella dona su Hijo unigénito (cf. Jn 1,9; 4,42; 6,14; 8,12). Puede también significar un grupo numeroso de personas en el sentido de «todo el mundo» (Jn 12,19; 14,27). Pero en el evangelio de Juan, «mundo» significa sobre todo, aquella parte de la humanidad que se opone a Jesús y se convierte en su «adversario» u «opositor» (Jn 7,4.7; 8,23.26; 9,39; 12,25) Este «mundo» contrario a la práctica liberadora de Jesús, es dominado por el Adversario, Satanás, llamado también «príncipe del mundo» (14,30; 16,11), que persigue y mata a la comunidad de fieles (16,33), creando una situación de injusticia, de opresión, mantenida por los que están en el poder, por los dirigentes, tanto del imperio como de la sinagoga. Ellos practican la injusticia usando para este fin el nombre de Dios mismo (16,2). La esperanza que el evangelio de Juan comunica a la comunidad es que Jesús vencerá al príncipe de este mundo (12,31). El es más fuerte que el «mundo». «Vosotros tendréis tribulación en el mundo, pero tened confianza, yo he vencido al mundo» (16,33).

* Juan 3,18: El Hijo Unigénito de Dios que se da por nosotros: Uno de los títulos más antiguos y más bellos, que los primeros cristianos eligieron para describir la misión de Jesús, es el de «Defensor«. En lengua hebrea se dice Goêl. Este término indicaba el pariente más próximo, el hermano más anciano, que debía rescatar a sus hermanos, amenazados de perder sus bienes (cf. Lv. 25, 23-55). Cuando en la época de la deportación a Babilonia, todo el pueblo, incluso el pariente más próximo, lo perdió todo, Dios mismo se convirtió en el Goêl de su pueblo. Lo rescató de su esclavitud. En el Nuevo Testamento, es Jesús el hijo unigénito, el primogénito, el pariente más próximo, el que se convirtió en nuestro Goêl. Este término o título tiene traducciones diversas: salvador, redentor, liberador, abogado, hermano mayor, consolador, y otros más (cf. Lc 2,11; Jn 4,42; Ac 5,31 etc.). Jesús toma la defensa y el rescate de su familia, de su pueblo. Se dio totalmente, completamente, a fin de que nosotros sus hermanos y hermanas pudiésemos nuevamente vivir en fraternidad. Este fue el servicio que el nos dió a todos. Así fue como se cumplió la profecía de Isaías que anunciaba la venida del Mesías Siervo. Y el mismo decía: «El Hijo del Hombre en verdad no ha venido para ser servido, sino para servir y dar la propia vida en rescate (goêl) por muchos» (Mc 10,45). Pablo expresa este descubrimiento en la siguiente frase: » Me amó y se entregó por mi». (Gal 2,20).

c) El misterio de la Trinidad en los escritos de Juan:

* La fe en la Santísima Trinidad es la fuente y el destino de nuestro credo. Todo lo que afirmamos con toda claridad con respecto a la Santísima Trinidad lo encontramos en el Nuevo Testamento. Allí está encerrado como una semilla que viene abriéndose a través de los siglos. De los cuatro evangelistas, Juan es el que nos ayuda mayormente a comprender el misterio del Dios Trino.

Juan subraya la unidad profunda entre el Padre y el Hijo. La misión del Hijo es la de revelar el amor del Padre (Jn 17,6-8). Jesús llega a proclamar: «Yo y el Padre somos una cosa sola» (Jn 10,30). Entre Jesús y el Padre hay una unidad tan intensa que quienquiera que ve el rostro de uno, ve también el rostro del otro. Y revelando al Padre, Jesús comunica un espíritu nuevo » el Espíritu de la Verdad que procede del Padre» (Jn 15,26). A petición del Hijo, el Padre envía a cada uno de nosotros este nuevo Espíritu para que permanezca en nosotros. Este Espíritu, que nos viene del Padre, (Jn 14,16) y del Hijo (Jn 16, 27-8), comunica la profunda unidad existente entre el Padre y el Hijo (Jn 15,26-27). Los cristianos miraban la unidad de Dios para poder entender la unidad que debía existir entre ellos. (Jn 13, 34-35; 17,21).
Hoy decimos: Padre, Hijo y Espíritu Santo. En el Apocalipsis se dice: De Aquel que es, que era y que viene, de los siete espíritus, que están delante de su trono, y de Jesucristo, el testigo veraz, el primogénito de los muertos y el príncipe de los reyes de la tierra(Ap 1, 4-5). Con estos nombres, Juan dice lo que es y lo que piensan las comunidades y esperan en el Padre en el Hijo y en el Espíritu Santo.

Veamos:

i) El Nombre del Padre: Alfa y Omega. Es – Era – Viene. Omnipotente.

Alfa y Omega. Para nosotros sería A y Z. (cf. Is. 44,6; Ap 1,17). Dios es el principio y el final de la historia. ¡No hay puesto para otro dios! Los cristianos no aceptaban la pretensión del imperio romano que divinizaba a los emperadores. Nada de lo que sucede en la vida puede ser interpretado como una simple fatalidad, fuera de la providencia amorosa de este nuestro Dios.

Es, Era, Viene (Ap 1,4,8; 4,8). Nuestro Dios no es un Dios distante. Ha estado con nosotros en el pasado, está con nosotros en el presente , estará con nosotros en el futuro. El conduce la historia, está dentro de la historia, camina con el pueblo. Una historia de Dios es la historia de su pueblo.
Omnipotente. Era un título imperial de los reyes después de Alejandro Magno. Para los cristianos, el verdadero rey es Dios. Este título expresa el poder creador con el que Dios conduce a su pueblo. El título refuerza la certeza de la victoria y nos obliga a cantar, desde ahora, el gozo del Nuevo Cielo y de la Nueva Tierra (Ap 21,2).

ii) El Nombre del Hijo: Testigo veraz. Primogénito de los muertos. Príncipe de los reyes de la tierra.
Testigo veraz: Testigo es lo mismo que mártir. Jesús tuvo el valor de testimoniar la Buena Nueva de Dios Padre. Fue veraz hasta la muerte y la respuesta de Dios fue la resurrección (Fl 2,9; Hb 5,7).
Primogénito entre los muertos: Primogénito es como decir hermano mayor (Cl 1,18). Jesús es el primero que resucita. ¡Su victoria sobre la muerte vendrá con todos nosotros sus hermanos y hermanas!
Príncipe de los reyes de la tierra. Era un título que la propaganda oficial daba al emperador de Roma. Los cristianos daban este título a Jesús. Creer en Jesús era un acto de rebelión contra el imperio y su ideología.
Estos tres títulos vienen del salmo mesiánico 89, donde el Mesías es llamado Testigo veraz (Sal 89,38), Primogénito (Sal 89, 28), El Altísimo sobre los reyes de la tierra (Sal 89,28). Los primeros cristianos se inspiraban en la Biblia para formular la doctrina.

iii) El Nombre del Espíritu Santo: Siete Lámparas. Siete ojos, Siete espíritus
Siete lámparas: En el Ap. 4,5, se dice que los siete espíritus son las siete lámparas de fuego que arden delante del Trono de Dios. Son siete porque representan la plenitud de la acción de Dios en el mundo. Son lámparas de fuego, porque simbolizan la acción del Espíritu que ilumina, sacia y purifica (Ac 2,1). Están delante del Trono, porque siempre están dispuestos a responder a cualquier deseo de Dios.
Siete ojos: En el Ap 5,6, se dice que el Cordero tiene «siete ojos, símbolo de los siete espíritus de Dios enviados sobre toda la tierra». ¡Qué bella imagen! Basta mirar al Cordero y ver al Espíritu Santo obrando allí donde mira el Cordero, porque su ojo es el Espíritu. ¡Y el siempre mira hacia nosotros!

Siete espíritus: Los siete evocan los siete dones del Espíritu de los que habla Isaías y que se posarán sobre el Mesías (Is 11,2-3). Esta profecía se realiza en Jesús. Los siete espíritus son, al mismo tiempo, de Dios y de Jesús. La misma identificación del Espíritu con Jesús aparece hacia el final de las siete cartas. Es Jesús el que habla en la carta y al final de cada carta nos dice: Quien tenga oídos escuche lo que el Espíritu dice a las Iglesias. Jesús habla. El Espíritu habla. Es la misma cosa.

6. SALMO 63, 1-9

El anhelo de Dios

Dios, tú mi Dios, yo te busco,
mi ser tiene sed de ti,
por ti languidece mi cuerpo,
como erial agotado, sin agua.
Así como te veía en el santuario,
contemplando tu fuerza y tu gloria,
-pues tu amor es mejor que la vida,
por eso mis labios te alaban-,
así quiero bendecirte en mi vida,
levantar mis manos en tu nombre;
me saciaré como de grasa y médula,
mis labios te alabarán jubilosos.

Si acostado me vienes a la mente,
quedo en vela meditando en ti,
porque tú me sirves de auxilio
y exulto a la sombra de tus alas;
mi ser se aprieta contra ti,
tu diestra me sostiene.

7. ORACIÓN FINAL

Señor Jesús, te damos gracia por tu Palabra que nos ha hecho ver mejor la voluntad del Padre. Haz que tu Espíritu ilumine nuestras acciones y nos comunique la fuerza para seguir lo que Tu Palabra nos ha hecho ver. Haz que nosotros como María, tu Madre, podamos no sólo escuchar, sino también poner en práctica la Palabra. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Amén.

La Santísima Trinidad

En realidad, la fiesta de la Trinidad es un doblete, ya que la celebración de la gloria del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo se da cada domingo. Con todo, este Misterio, el misterio por excelencia, ha sido tan mal tratado, en general, que necesita un domingo especial.

Esta fiesta se celebra siempre después de Pentecostés, como resumen de todos los misterios de la Salvación, cuyo centro es la Pascua, y con ella se inicia el Tiempo Ordinario II.

El conocimiento que la mayoría de los cristianos tienen de la Santísima Trinidad remite a las afirmaciones dogmáticas abstractas, «un solo Dios en tres personas distintas», representado gráficamente por el famoso triángulo, que siendo uno está compuesto por tres ángulos, consustanciales.

Ha sido fatal separar la trascendencia del Dios Uno y Trino de su manifestación en la historia de la Salvación.

La consecuencia ha sido que «misterio» ha llegado a significar, en sentido racionalista, lo incomprensible, un dogma que sobrepasa la razón y que acepto por autoridad externa (la Biblia y la Iglesia).

¡Cuando es, cabalmente, lo contrario: allí donde la razón encuentra su hogar nutricio, el horizonte de acceso de nuestra finitud maravillada y agradecida ante la manifestación del Absoluto, la presencia sobrecogedora del Amor que se da a conocer libre y personalmente!

Por eso, el camino para conocer la Trinidad es la experiencia de la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo, que no es algo abstracto, sino historia concreta, testimoniada en la Sagrada Escritura, celebrada sacramentalmente en la Iglesia, renovada constantemente en la vida de los creyentes, es decir, en los que dan gloria al Padre por Jesucristo en el Espíritu Santo.

Comencemos, pues, por contemplar la Palabra de este domingo.

Primera lectura. Contempla cómo Dios es el Dios que se revela, y lo hace libre y personalmente, de modo que en el acto en que se manifiesta no deja de ser el Otro, el incomprensible. Este Dios es amor fiel, incondicional. Sólo cuando sentimos la alegría de ser amados sin derecho, gratuitamente, estamos en onda para relacionarnos con el Dios revelado en la historia de Israel y de Jesús.

Segunda lectura. Pablo presupone que el Nuevo Testamento consiste en la auto-comunicación del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, que ser cristiano está configurado por el Misterio Trinitario.

Tercera lectura. Una vez más, el Evangelio de Juan nos sitúa en el núcleo super-esencial: Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único.

Pasemos ahora a percibir la presencia de la Trinidad en nuestra vida ordinaria:

Cuando hacemos «En el nombre del Padre», ese signo rutinario, que nos define como cristianos. ¿Te das cuenta de su contenido? Sabes a Quién perteneces, Quién te ama, a Quién sirves, en Quién confías, por Quién trabajas.

Cuando piensas en tus padres (no habrán sido perfectos; tienen derecho a no serlo, como tú), date cuenta de que ellos han sido el símbolo primordial de tu conocimiento del Padre, del amor primero, del principio sin principio, del origen y fin de toda realidad.

En el Padre descansas: El es roca firme, misericordia entrañable, el que te reconcilia con tu libertad y tu pecado, tu responsabilidad y tus errores, tu autonomía y tu finitud.

Tu aventura radical de ser persona adulta y creyente está referida a Jesús, el Hijo enviado, el Redentor, el Señor crucificado y resucitado.

Tiene rostro concreto, humano, como el nuestro.

Cuando piensas en El, adviertes que lo mejor de ti es Suyo.

Le dices Tú, el Tú del discípulo al Maestro, el Tú del amigo al Amigo que entregó su vida por nosotros, el Tú de la esposa al Amado.

El Espíritu Santo no tiene rostro, porque nunca habla de sí, sino del Padre y del Hijo. Por eso es «el gran Desconocido». Y, sin embargo, es lo íntimo, la vida misma, el aliento.

Es nuestros ojos para ver la acción del Padre, nuestros oídos para escuchar la palabra del Hijo, las manos abiertas que comparten. Ha sido derramado en nuestros corazones, y siendo la vibración de nuestro ser, no disponemos de El, porque El es la fuente. Cuando sentimos el amor como Don, entonces sabemos Quién es el Espíritu Santo.

Termina orando con el Gloria de la Misa. Notarás resonancias nuevas.

Observaciones

1. Hace tiempo vamos sintiendo que el don de Dios es mayor que nuestras conciencias (cf. 1 Jn 3,19-21).

Por eso, la plenitud de la fe individual está en lo que nos sobrepasa, en acompasar nuestro corazón al ritmo de la fe de la Iglesia, la sellada con el Espíritu de la verdad, que lleva a consumación la comprensión de las palabras de Jesús (cf. Jn 16).

2. El creyente individual, según va madurando teologalmente, experimenta dentro de sí ese vivir del Don mayor que la propia conciencia. Es entonces cuando adquiere órganos especiales para entender qué es la Iglesia, no sólo como institución o como comunidad, sino en su sentido más radical, como Comunión de los Santos, como Esposa Santa e Inmaculada, que dicen la Carta a los Efesios o el Apocalipsis.

3. Algunos signos de dicha experiencia:

Se vive, cada vez más, de las certezas fundantes; por ejemplo, que Dios es fiel y digno de confianza.

Estas certezas no son creencias, convicciones internalizadas para protegernos de la inseguridad y el caos, sino experiencias vividas, confrontadas y puestas a prueba, que se han ido consolidando en la propia historia personal, de modo que han construido la vida en una unidad de sentido.
 

El primado que va adquiriendo la mediación de Jesús.

La experiencia personal no se detiene a considerarse a sí misma, sino que hace suyo, incapaz de abarcar la Revelación y el Amor de Dios, lo dado en la Iglesia.

Por ejemplo, pide «en el nombre de Jesús» (cf. Jn 14), da gracias por medio de Jesús, comulga en la Eucaristía para participar del sí de Jesús al Padre y de su amor a los hombres.

Se fía cada vez menos de sí mismo, pero no puede negar que es un elegido. No se cree mejor que nadie —es al revés—, pero sabe que pertenece al Pueblo de la Alianza, y se siente enriquecido ¡con tantos dones!

No siente segura su salvación. Lo importante es creer en la Gracia. Asegurar nada le parece un pecado grave de desconfianza en Dios, pretender controlarlo.

El secreto está en simplificar la vida cristiana desde la mirada confiada en Dios.

Javier Garrido

Lo propio de la naturaleza divina

Cuando tenemos conocimiento de comportamientos brutales o delictivos llevados a cabo por algunas personas, un comentario común es que “eso no es propio de la naturaleza humana”. Si tuviéramos que explicar en qué consiste eso que llamamos “naturaleza humana”, quizá no sabríamos explicarlo bien, pero de algún modo sí sabemos a qué nos referimos: aquellos comportamientos, sentimientos, valores, actitudes… que más allá de las diferencias culturales, sociales, religiosas, por encima de modas, corrientes de pensamiento, e incluso más allá de las características propias de cada individuo, es común a todos los seres humanos.

Hoy celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad, uno de los misterios más grandes de nuestra fe. Porque nosotros creemos que Dios es Uno y Trino. Como diremos en el Prefacio, un solo Dios, un solo Señor; no una sola Persona, sino tres Personas en una sola naturaleza.

Y esta afirmación de nuestra fe no es fácil de entender, pero en lugar de aceptar el “Misterio”, y que hay cosas que nos sobrepasan y nunca entenderemos, hemos tratado siempre de racionalizar el Misterio: no sólo “hacerlo razonable”, sino reducirlo a una explicación y formulación aceptable para nosotros y nuestro modo de razonar. Y de este empeño humano han surgido, a lo largo de la historia de la Iglesia, diferentes herejías, unas veces cayendo en el politeísmo al afirmar que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son tres “dioses”, y otras veces cayendo en el “modalismo”, afirmando que lo que conocemos como Padre, Hijo y Espíritu Santo no son sino diferentes “modos de actuar” de un único Dios, que utiliza esos nombres para hacerse más comprensible.

Pero como también diremos en el Prefacio: lo que creemos de tu gloria, porque tú lo revelaste, lo afirmamos también de tu Hijo, y también del Espíritu Santo. Aunque creer en Dios es razonable, Dios no es producto de nuestro razonamiento. Como se indica en el Itinerario de Formación Cristiana para Adultos “Ser cristianos en el corazón del mundo”, desde la reflexión humana vemos que en medio de hallazgos religiosos sublimes también encontramos dificultades insuperables y errores de apreciación de lo santo o lo divino. Por eso, vemos coherente que o marcaba Dios mismo su diferencia respecto de nuestros pretendidos logros o no acabaría el ser humano de discernir acerca del verdadero misterio de Dios (Tema 1). Nosotros creemos en tres Personas unidas en una sola naturaleza divina, porque así se nos ha revelado el mismo Dios.

Y por esa revelación que Dios, progresivamente, ha hecho de sí mismo, aunque no sepamos explicar muy bien en qué consiste esa única “naturale za divina”, sí que podemos tener una idea de a qué nos estamos refiriendo, de lo que es propio de esa naturaleza divina común a las tres Personas.

Así, en las lecturas de hoy encontramos que es propio de la naturaleza divina ser compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad (1ª lectura); y sobre todo, que es el Dios del amor y de la paz (2ª lectura). Un amor manifestado plenamente en su Hijo Jesucristo, porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no pereza ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él (Evangelio).

El Dios Padre, que mandó a su Hijo al mundo para nuestra salvación y que ha enviado a nuestros corazones el Espíritu Santo, es en sí mismo Amor: esto es lo esencial y más propio de la naturaleza divina. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo están unidos por la misma y única naturaleza divina, el Amor, y por este misterio de Amor los tres constituyen un solo Dios.

¿Qué significa para mí que Dios sea Padre, Hijo y Espíritu Santo? ¿Trato de racionalizar el Misterio, caigo en alguna “herejía” como el politeísmo o el modalismo? ¿Sabría decir qué es propio de la naturaleza divina? ¿Cómo experimento el Amor que es Dios?

Dios mismo nos ha dicho cómo es Él. En Jesús se nos ha manifestado lo que, desde siempre, es la realidad de la vida divina, que viene del Padre y que comparten el Hijo y el Espíritu. La realidad del amor infinito pertenece a lo más íntimo del ser de Dios (Tema 18V). Por eso el misterio del amor de Dios es el contenido fundamental de la revelación divina y el centro de nuestra fe. Es una llamada incesante de Dios a la alabanza, a la acción de gracias, a la adoración (Tema 29).

Confiar en Dios

El esfuerzo realizado por los teólogos a lo largo de los siglos para exponer con conceptos humanos el misterio de la Trinidad apenas ayuda hoy a los cristianos a reavivar su confianza en Dios Padre, a reafirmar su adhesión a Jesús, el Hijo encarnado de Dios, y a acoger con fe viva la presencia del Espíritu de Dios en nosotros.

Por eso puede ser bueno hacer un esfuerzo por acercarnos al misterio de Dios con palabras sencillas y corazón humilde siguiendo de cerca el mensaje, los gestos y la vida entera de Jesús: misterio del Hijo de Dios encarnado.

El misterio del Padre es amor entrañable y perdón continuo. Nadie está excluido de su amor, a nadie le niega su perdón. El Padre nos ama y nos busca a cada uno de sus hijos e hijas por caminos que sólo él conoce. Mira a todo ser humano con ternura infinita y profunda compasión. Por eso, Jesús lo invoca siempre con una palabra: “Padre”.

Nuestra primera actitud ante ese Padre ha de ser la confianza. El misterio último de la realidad, que los creyentes llamamos “Dios”, no nos ha de causar nunca miedo o angustia: Dios solo puede amarnos. Él entiende nuestra fe pequeña y vacilante. No hemos de sentirnos tristes por nuestra vida, casi siempre tan mediocre, ni desalentarnos al descubrir que hemos vivido durante años alejados de ese Padre. Podemos abandonarnos a él con sencillez. Nuestra poca fe basta.

También Jesús nos invita a la confianza. Estas son sus palabras: “No viváis con el corazón turbado. Creéis en Dios. Creed también en mí”. Jesús es el vivo retrato del Padre. En sus palabras estamos escuchando lo que nos dice el Padre. En sus gestos y su modo de actuar, entregado totalmente a hacer la vida más humana, se nos descubre cómo nos quiere Dios.

Por eso, en Jesús podemos encontrarnos en cualquier situación con un Dios concreto, amigo y cercano. Él pone paz en nuestra vida. Nos hace pasar del miedo a la confianza, del recelo a la fe sencilla en el misterio último de la vida que es solo Amor.

Acoger el Espíritu que alienta al Padre y a su Hijo Jesús, es acoger dentro de nosotros la presencia invisible, callada, pero real del misterio de Dios. Cuando nos hacemos conscientes de esta presencia continua, comienza a despertarse en nosotros una confianza nueva en Dios.

Nuestra vida es frágil, llena de contradicciones e incertidumbre: creyentes y no creyentes, vivimos rodeados de misterio. Pero la presencia, también misteriosa del Espíritu en nosotros, aunque débil, es suficiente para sostener nuestra confianza en el Misterio último de la vida que es solo Amor.

José Antonio Pagola