II Vísperas – Corpus Christi

EL SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO (SOLEMNIDAD).

II VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: PUBLICA, LENGUA Y CANTA

Publica, lengua, y canta
el misterio del cuerpo glorioso
y de la sangre santa
que dio por mi reposo
el fruto de aquel vientre generoso.

A todos nos fue dado,
de la Virgen purísima María
por todos engendrado;
y mientras acá vivía
su celestial doctrina esparcía.

De allí en nueva manera
dio fin maravilloso a su jornada
la noche ya postrera,
la noche deseada,
estando ya la cena aparejada.

Convida a sus hermanos,
y, cumplida la sombra y ley primero,
con sus sagradas manos
por el legal cordero
les da a comer su cuerpo verdadero.

Aquella criadora
Palabra, con palabra, sin mudarse,
lo que era pan agora
en carne hace tornarse
y el vino en propia sangre trastornarse.

Y puesto que el grosero
sentido se acobarda y desfallece,
el corazón insano
por eso no enflaquece,
porque la fe le anima y favorece.

Honremos pues, echados
por tierra, tan divino sacramento,
y queden desechados,
pues vino el cumplimiento,
los ritos del antiguo Testamento.

Y si el sentido queda
pasmado de tan alta y nueva cosa,
lo que él no puede pueda,
ose lo que él no osa,
la fe determinada y animosa.

¡Gloria al Omnipotente,
y al gran Engendrador y al Engendrado,
y al inefablemente
de entrambos inspirado
igual loor, igual honor sea dado! Amén.

SALMODIA

Ant 1. Cristo, el Señor, sacerdote eterno según el rito de Melquisedec, ofreció pan y vino.

Salmo 109, 1-5. 7 – EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»

Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.

En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Cristo, el Señor, sacerdote eterno según el rito de Melquisedec, ofreció pan y vino.

Ant 2. Alzaré la copa de la salvación y te ofreceré un sacrificio de alabanza.

Salmo 115 – ACCIÓN DE GRACIAS EN EL TEMPLO.

Tenía fe, aun cuando dije:
«¡Qué desgraciado soy!»
Yo decía en mi apuro:
«Los hombres son unos mentirosos.»

¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo.

Vale mucho a los ojos del Señor
la vida de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo,
siervo tuyo, hijo de tu esclava:
rompiste mis cadenas.

Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo,
en el atrio de la casa del Señor,
en medio de ti, Jerusalén.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Alzaré la copa de la salvación y te ofreceré un sacrificio de alabanza.

Ant 3. Señor, tú eres el camino, tú eres la verdad, tú eres la vida del mundo.

Cántico: LAS BODAS DEL CORDERO – Cf. Ap 19,1-2, 5-7

El cántico siguiente se dice con todos los Aleluya intercalados cuando el oficio es cantado. Cuando el Oficio se dice sin canto es suficiente decir el Aleluya sólo al principio y al final de cada estrofa.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios
(R. Aleluya)
porque sus juicios son verdaderos y justos.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Alabad al Señor sus siervos todos.
(R. Aleluya)
Los que le teméis, pequeños y grandes.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo.
(R. Aleluya)
Alegrémonos y gocemos y démosle gracias.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Llegó la boda del cordero.
(R. Aleluya)
Su esposa se ha embellecido.
R. Aleluya, (aleluya).

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Señor, tú eres el camino, tú eres la verdad, tú eres la vida del mundo.

LECTURA BREVE   1Co 11, 23-25

Yo recibí del Señor lo que, a mi vez, os he trasmitido: que Jesús, el Señor, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y, después de pronunciar la Acción de Gracias, lo partió y dijo: «Este es mi cuerpo, que se da por vosotros. Haced esto en memoria mía.» Lo mismo hizo con la copa después de la cena, diciendo: «Esta copa es la nueva alianza que se sella con mi sangre. Cada vez que la bebáis hacedlo en memoria mía.»

RESPONSORIO BREVE

V. Les ha dado pan del cielo. Aleluya, aleluya.
R. Les ha dado pan del cielo. Aleluya, aleluya.

V. El hombre ha comido pan de ángeles.
R. Aleluya, aleluya.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Les ha dado pan del cielo. Aleluya, aleluya.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. ¡Oh sagrado banquete en que Cristo se da como alimento! En él se renueva la memoria de su pasión, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la futura gloria. Aleluya.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. ¡Oh sagrado banquete en que Cristo se da como alimento! En él se renueva la memoria de su pasión, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la futura gloria. Aleluya.

PRECES

Acudamos a Cristo, que invita a todos a su cena y en ella entrega su cuerpo y su sangre para la vida del mundo; digámosle:

Cristo, pan bajado del cielo, danos la vida eterna.

Cristo, Hijo de Dios vivo, que nos mandaste celebrar la eucaristía como memorial tuyo,
enriquece a tu Iglesia con la celebración de tus misterios.

Cristo, Señor nuestro, sacerdote único del Dios altísimo, que has querido que tus ministros te representaran en la cena eucarística,
haz que los que presiden nuestras asambleas imiten en su manera de vivir lo que celebran en el sacramento.

Cristo, maná bajado del cielo, que haces un solo cuerpo de cuantos participan de un mismo pan,
aumenta la unidad y la concordia entre los que creen en ti.

Cristo Jesús, médico enviado por el Padre, que por el pan de la eucaristía nos das el remedio de la inmortalidad y el germen de la resurrección,
da salud a los enfermos y esperanza a los pecadores.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Cristo Señor, rey al que esperamos, tu que nos mandaste celebrar la eucaristía para anunciar tu muerte y pedir tu retorno,
haz participar en tu resurrección a los que han muerto estando en tu amor.

Pidamos al Padre, como Cristo nos enseñó, nuestro pan de cada día:

Padre nuestro…

ORACION

Señor nuestro Jesucristo, que en este sacramento admirable nos dejaste el memorial de tu pasión, concédenos venerar de tal modo los sagrados misterios de tu cuerpo y de tu sangre, que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de tu redención. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo y eres Dios, por los siglos de los siglos. Amén

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

Anuncio publicitario

Festividad de Corpus Christi

De la cena a la misa. Y de la misa a la procesión. Por eso, hoy día del Corpus, nos resulta difícil comprender que la Eucaristía es, según el concilio Vaticano II, «fuente y cima de toda evangelización» (PO 5, 2). ¿Qué significa esta fórmula tan profunda del Concilio? Esta fórmula resume el puesto central y culminante que ocupa la Eucaristía en la vida de la Iglesia y de los cristianos. De ahí, la importancia determinante que ha tenido la Eucaristía en la religiosidad cristiana. La fe en la Eucaristía, la experiencia de la presencia de Jesús en ella, y la espiritualidad que estas convicciones han generado en tantos creyentes, han sido, a lo largo de la historia, una fuente de fuerza interior y de generosidad que merece nuestra adhesión y ha de ser una de las convicciones para la vida de los cristianos.

Pero la Eucaristía ha sufrido tales cambios, desde Jesús hasta este momento, que resulta sencillamente irreconocible. Porque ha pasado a ser, de una «cena que recrea y enamora» (S. Juan de la Cruz) a ser una ceremonia religiosa, que cada día se entiende menos e interesa a menos personas. No se sabe cuándo dejó de ser una cena de intimidad y amor y se convirtió en un ritual sagrado. Lo que sí sabemos es que, en el s. VIII, el ritual se separó de los fieles, se siguió diciendo en latín aunque ya la gente empezó a hablar las lenguas actuales, la «decía» un sacerdote de espaldas al pueblo, y la «oía» un pueblo al que empezó a interesarle sobre todo «ver la hostia consagrada«; de ahí, a partir del s. XIII, las procesiones con la sagrada hostia, que se hacían siempre que había tormentas o calamidades públicas, y los fieles interesados en que el sacerdote mantuviera las manos alzadas para ver la hostia el mayor tiempo posible. Además, los teólogos de entonces dijeron que lo específico del sacerdote es el poder de consagrar en la misa. Con lo que la Eucaristía dejó de ser un acto de la comunidad y pasó a ser un privilegio del clero.

Así, el «milagro», el «misterio» y la «autoridad» han prevalecido. Porque son «las tres fuerzas capaces de subyugar para siempre la conciencia de los débiles». Y eso nos ha quedado: misas con las que el clero mantiene su poder y sus ventajas (también económicas), a las que asisten normalmente personas mayores a las que resulta difícil entender la misa, actos sociales para lucimiento de algunos o liturgias pomposas que nadie sabe para qué sirven. ¿No es urgente que entre todos renovemos la experiencia original de la Cena de Jesús? Es una de las tareas más apremiantes que tiene la Iglesia en este momento. Y todos deberíamos pedirlo a los sacerdotes, a los obispos, a la Curia Vaticana, al Papa. Es responsabilidad de todos.

José María Castillo

¿Tienes hambre?

Conozco un joven que está obsesionado con el culturismo. Periódicamente acude al gimnasio, se somete a una dieta alimentaria rigurosa y cumple al dedillo todas las exigencias y privaciones que le impone el deporte. Yo, siempre que lo veo, le saludo: «¡Qué!, ¿qué tal va la gimnasia?». Ayer, a mi pregunta me respondió todo eufórico: «¡Bien!, ¡Estupendamente!, ¡Soy el mejor!». Y, exhibiendo sus bíceps con orgullo, añadió: «¡Yo soy inmortal!». Ya le rectifiqué: «Bueno, bueno, no te pases…».

Y resulta que hoy Jesús, en el evangelio de Juan, nos dice: «El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna». Es decir, que la comunión del cuerpo y la sangre de Cristo nos hace inmortales.

La primera evidencia en la alimentación consiste en reconocer que, para comer, se requiere tener hambre, o al menos apetito. Un estómago desganado o satisfecho no está en disposición o en condiciones de ingerir alimento alguno. Huelga decir que es de todo punto imprescindible que la comida ha de gozar de un grado de calidad aceptable.

No cabe duda de que todos de que todos nacemos con hambre. El bebé llora porque reclama su alimento. El niño come porque necesita crecer.  El joven ha de estar en forma para el ejercicio físico. El adulto necesita nutrirse para seguir viviendo, y la persona ha de dosificar adecuadamente su alimentación bajo la batuta del médico… En definitiva, que todos tenemos hambre.

Ahora bien, reconozcamos que la persona humana no es sólo estómago, sino que todos poseemos una vida interior que debemos cuidar, vigilar y alimentar. En este espacio vital de nuestro espíritu, cada persona humana opta por remediar sus apetencias, sus deseos, su hambre… de muy diferentes maneras. Hay quienes ponen sus aspiraciones en alcanzar la fama y ser admirados por todos. Otros ambicionan el poder y gozan rodeándose de vasallos obedientes. Hay quienes sueñan con amontonar dinero con ímpetu enfermizo. Algunos se obsesionan con el sexo y caminan de insatisfacción en insatisfacción… De una u otra forma, todos tenemos hambre.

Hoy, fiesta de Corpus Christi, es un día indicado para que nos hagamos la pregunta:

Yo, ¿de qué tengo hambre? ¿Tomo en serio mi vida? ¿O sólo pienso en banalidades fatuas que, al igual que las pipas de girasol, entretienen pero no alimentan? ¿Atiendo suficientemente mi fe? ¿Qué significa para mí Jesús? ¿Pienso en que el apóstol san Pablo compara la vida del cristiano con los esfuerzos que hace el atleta para alcanzar la meta? Sí, también el alma necesita su alimentación. La oferta de Jesús sigue teniendo vigencia: «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna… Mi carne es verdadera comida; y mi sangre, verdadera bebida»… Ah, y no tienen fecha de caducidad… Si acudimos cada día al «gimnasio» (a la vida), nos sometemos a una «alimentación adecuada» (las buenas costumbres) y somos dóciles a las indicaciones del «Monitor cualificado» (Jesús), tendremos la seguridad de ganar todas las competiciones y nos cubriremos de gloria revistiéndonos de inmortalidad… Como el joven ensimismado con el culturismo.

Pedro Mari Zalbide

Sabor de pan, perfume de humanidad

Dios tiene futuro

Hoy es la fiesta del reconocimiento. Y por tanto, también de la memoria.

No puede haber reconocimiento si no hay memoria.

El cristiano no «hace memoria» de una definición abstracta de Dios, de una doctrina, de unas ideas. «Hace memoria» de las obras realizadas por su Señor. «Hace memoria» de un hecho.

La Eucaristía es un hecho. Se trata de un Dios que se da en alimento a nuestra hambre. Que se ofrece como fuerza para nuestro viaje. «Recuerda el camino que el Señor tu Dios te ha hecho recorrer…».

Dios tiene pasado, actúa en la historia. Y este pasado se hace presente en la Eucaristía. Es «hoy».

Y esta historia no es solamente su historia. Se convierte también en mi historia. Estoy implicado en ella.

Ese hecho me afecta. Esas obras («magnalia Dei») cuentan para mí. Esas hazañas no están sólo en el papel. Se escriben, se meten cotidianamente en mi carne y en mi sangre. Me alimento de las empresas de Dios y las asimilo.

No se trata de una memoria embarazosa, conservadora, paralizante. La Eucaristía es una memoria dinámica, abierta, ágil, transformadora, que urge a hacer cosas nuevas, a comprometerse en el presente.

A través de la Eucaristía, Dios tiene presente. Que es también mi presente.

La Eucaristía, más que mover a repetir, estimula a inventar, a producir gestos nunca vistos.

La memoria Eucarística es revolucionaria. Obliga a ponerlo todo continuamente en cuestión. A crear un orden distinto en el mundo, en las relaciones entre las personas, dentro de los individuos. A pensar y a construir la Iglesia de una manera sorprendente, original.

La Eucaristía asegura un futuro. Cada uno de nosotros tiene un porvenir eucarístico.

Puede esperarse cualquier sorpresa de quienes cultivan esa memoria que lo sacude y lo trastorna todo.

La Eucaristía es el porvenir de Dios en el universo. Me atrevería a decir que es la juventud de Dios.

La Eucaristía neutraliza el proceso de envejecimiento.

Participar de la Eucaristía significa entrar en la estación de la juventud.

Por tanto, paradójicamente, la memoria es el sacramento de los jóvenes.

La Eucaristía incluso derrota definitivamente a la muerte y pone ante nuestros ojos un porvenir eterno. «El que come de este pan, vivirá para siempre».

Hoy damos gracias por un pasado que se hace actual y que nos abre al futuro.

Fiesta del reconocimiento. Por lo que él hizo… y por lo que seremos, sin olvidar naturalmente el presente.

La balanza desequilibrada

No. No somos los buenos, los que más lo merecemos. Hoy nos confesamos pecadores. Confesamos nuestras debilidades, nuestros errores, nuestros cansancios y malicias, nuestras miserias y nuestras culpas, nuestras deserciones y falta de cumplimiento.

La Eucaristía no es un «premio». Ninguno de nosotros «se merece» la Eucaristía.

Hay que poseer una discreta dosis de presunción para declarar que comulgamos porque estamos en regla, porque hemos cumplido con nuestro deber, porque nos hemos portado de forma irreprensible.

Al contrario: tender las manos a este pan significa reconocerse débiles, enfermos, incapaces, necesitados.

Acercar los labios a este cáliz significa admitir que tenemos necesidad de purificación.

No estamos en regla, ni mucho menos. Nos sentimos más bien perdonados, reconciliados, amados, a pesar de nuestras miserias. Somos acogidos porque nos reconocemos «impresentables». Acercarse al banquete Eucarístico equivale a ir a recibir el abrazo de la misericordia del Señor.

Yo vivo, recobro el aliento, comienzo de nuevo a caminar, gracias a la memoria de ese abrazo que me renueva y que se renueva diariamente. Yo estoy en pie gracias a ese abrazo.

Pablo dice que donde abundó el pecado, allí sobreabundó la gracia (Rom 5, 20).

Es realmente extraña esa balanza. Los platillos nunca están en equilibrio. A pesar de todo el peso de las tonterías que hemos echado en uno de ellos, es el otro platillo el que adquiere mayor peso cuando Dios interviene.

La Eucaristía, o sea, la balanza se desequilibra siempre del lado de la misericordia.

Una lógica perdedora

Y no hablemos de triunfo, por favor.

La lógica de donde nace la Eucaristía es la misma que la de la cruz. O sea, una lógica perdedora.

En el Calvario Cristo no salió ciertamente victorioso, al menos de la forma con que solemos pensar.

La obra más grande de Dios, su empresa más sensacional, es decir, la cruz, se presenta a los ojos del mundo como una derrota, como un escándalo, como una vergüenza.

Cuando Dios interviene en la historia, no lo hace desplegando los medios que suelen utilizar los grandes de la tierra. Al contrario, renuncia al poder. Y en el campo de batalla nos deja a su Hijo, que se negó a combatir, a recurrir a la fuerza, e incluso a defenderse.

Por eso, la fe Eucarística hace memoria de una derrota y no de una victoria. Más concretamente., «de cómo una derrota puede hacer que eche raíces y que fructifique la semilla de un amor y de una esperanza. Muchos vencieron, de todas esas maneras que conocemos, pero sólo Jesús venció desde el madero de su cruz. Y de esta victoria-derrota tan especial es de la que el creyente hace memoria en la fe».

La práctica Eucarística debe desarrollar en nosotros una mentalidad perdedora, favorecer las opciones costosas que no aseguran automática ni inmediatamente el éxito y los resultados.

La pequeñez y no la grandeza. El servicio y no la conquista.

La entrega desinteresada y no los privilegios y los honores. El escondimiento y no la exterioridad.

Una presencia discreta que determina maduraciones lentas, y no la ocupación del poder y las empresas fulgurantes.

El ofrecimiento incondicionado y no las pretensiones.

La esperanza tenaz y no las valoraciones de tipo cuantitativo. El trabajo oscuro más que las apariciones espectaculares.

La Eucaristía implica la capacidad de perderse, de desaparecer, una voluntad de entrega, una fidelidad «hasta el fin», a pesar de la traición, del abandono, del rechazo, de la soledad, de la noche, del complot, del predominio de las fuerzas del mal coaligadas para extirpar esa semilla indefensa.

La Eucaristía, como la cruz, no puede ser nunca una demostración de fuerza. Si acaso, una prueba de debilidad.

Mejor dicho, una apuesta por la debilidad. El amor no necesita la fuerza.

Para mostrarse el más fuerte, como realmente es, el amor no puede prescindir de la debilidad.

El devoto no es sólo un devoto

Podemos preguntarnos entonces quién es el devoto de la Eucaristía. No se trata solamente de prácticas, de silencio, de recogimiento, de exposiciones frecuentes y prolongadas del Santísimo, de horas de adoración, de funciones reparadoras, de bendiciones eucarísticas con las que concluye, solemnemente, todo tipo de celebración.
El devoto de la Eucaristía es un enamorado de la fraternidad, de la entrega a los demás, de la unidad: «el pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo», un trabajador por la paz, un apasionado de la justicia.

El devoto de la Eucaristía es una persona capaz de perdón, de solidaridad, de respeto, de tolerancia, de aceptación de la diversidad. Es un celoso guardián de la dignidad y de la sacralidad del hermano, de cualquier hermano, al que no profana nunca ni con los gestos ni con las palabras.

Al devoto de la Eucaristía se le reconoce, no porque tiene las manos juntas, sino porque está arremangado. Y, naturalmente, por el corazón no encogido, ni arrugado, sino dilatado, sensible, vulnerable.

El devoto de la Eucaristía no puede reducirse a exhibir los callos de sus rodillas. Tiene que mostrar que han desaparecido las durezas provocadas por el egoísmo y la indiferencia, que se han caído las costras del individualismo, que se han roto las barreras de separación.

El devoto de la Eucaristía no se distingue por los suspiros, por las lamentaciones o las invocaciones, sino por el empeño concreto en favor de la comunión entre los hombres.

Si hay un perfume característico de la Eucaristía, no es ciertamente el olor a incienso, sino el olor penetrante a humanidad.

¡Ay si la Eucaristía pierde (absorbido quizás por el humo de las velas) su inconfundible sabor de pan!

¿Cuántas procesiones?

Algunos critican las procesiones, incluida la de hoy. Y tienen toda la razón si se refieren a un cierto «tipo» de participación, que mata la fe en vez de avivarla, que la somete a una dura prueba en lugar de sostenerla. Hay cierta «visibilidad» que es lo más opaco y embarazoso que conozco. Hay ciertos signos que son de los más insignificantes con que puede uno encontrarse.

De todas formas, ése es un falso problema

Querámoslo o no, la procesión Eucarística tiene lugar todos los días, aunque de forma discreta, casi clandestina. Y, como es obvio, tiene lugar fuera de la iglesia.

Los que participan de la Eucaristía no pueden menos de «salir en procesión». Necesariamente tienen que llevar algo, manifestarlo, declararlo, intercambiarlo.

Por causa de la Eucaristía, la fe no es un asunto privado, no es cuestión de un intimismo confortable, no es un clima pietista.

La Eucaristía es aire libre, provocación del camino, encuentro con las miserias, amenaza frente a las situaciones de injusticia, voluntad de trasformación de las realidades más opresoras, derrota de todos los temores.

La Eucaristía pone en crisis a esa religiosidad de fachada, inofensiva, tranquilizante, que multiplica y alimenta tradiciones vacías, en vez de crear fuertes tensiones ideales.

La Eucaristía no es cuestión de sentimiento, sino de compromiso total de la persona.

Es una «acción de gracias» susurrada en medio de las crucifixiones, de los sufrimientos, de los desgarramientos, de las contradicciones, y que se traduce en «ponerse manos a la obra». Una «acción de gracias» contra el rostro de la noche que pretende tragarnos, y que se convierte en luz de esperanza.

Sí, todos los días hay procesión Eucarística. En medio del sol y en medio de la tempestad. Haga frío o calor. Cuando hay nubes y cuando el cielo está azul. Todos los días hay que «salir». No para vanagloriarnos de nada. Sino para dar a entender que hemos sido cogidos, aferrados, reclutados para operaciones de cierta importancia y que se refieren a todos.

No podemos ni queremos librarnos de ello.

Estamos «dentro». Y por consiguiente, nos sentimos impulsados a salir «fuera», al aire libre, a arriesgar nuestra fe, a apostar nuestro corazón.

Se nos ha entregado un sueño. Y es el sueño de Dios para el mundo. La Eucaristía es la prueba de que ese sueño es «posible». Perdonadnos, hermanos, si no siempre lo logramos. Pero os prometemos que seguiremos intentándolo.

A. Pronzato

En el Sagrado Corazón, hallaremos la mejor honra

I

SE llaman ilustres y honrados según. el mundo los que obtienen por sus merecimientos o por su fortuna el favor de los personajes famosos, y tienen libre entrada y valioso influjo en los palacios de los poderosos. A tales personas se los mira en general con admiración mezclada de secreta envidia: más que por sus riquezas y poderío se les señala por la importancia que rodea su nombre, por el esplendor en que viven sus familias, por la consideración y respeto que les tienen sus conciudadanos; y no obstante, ¡qué fugaz y pasajera es esta gloria humana, y qué fácilmente se cam- bia en olvido, y quizá en espantosa desgracia! Llena está la historia de esas catástrofes de la humana vanidad; más de una vez se han tocado en un mismo día los extremos de la mayor elevación y de la mayor ignominia; el trono quizá ayer, y hoy el cadalso.

No es tal la gloria y el honor que a sus servidores concede el Sagrado Corazón de Jesús. Los predilectos y favoritos de este generoso Rey no pierden nunca la gracia real, si no renuncian a ella espontáneamente con un voluntario apartamiento. Son admitidos a su más dulce intimidad, y poseen cerca de Él la más absoluta influencia. De su recomendación pueden servirse para alcanzar del Padre cuanto les fuera conveniente para sí o para sus hermanos; ni se mostró más blando y generoso con los suyos aquel antiguo José, de lo que con nosotros quiere mostrarse nuestro hermano mayor Jesucristo. A los que se hayan sometido fielmente a Él en vida, les promete el asiento junto a sí para juzgar al mundo en el supremo tribunal. A los que por suyo le hayan tenido acá entre los hombres, les promete Él reconocerles por suyos ante su Padre Celestial.

Medítese unos minutos.

II

Si ambicionas gloria y honores y real preferencia, alma mía, ambiciona ésta que sólo puede darte el Sagrado Corazón. Oye lo que dijo a sus discípulos, y en ellos a todos nosotros: “Ya no os llamo siervos, porque el siervo ignora lo que hace su señor; a vosotros os llamo amigos, porque os dí a conocer todo lo que oí de mi Padre”. ¿Qué príncipe de la tierra habló jamás así a un súbdito a quien quisiese honrar?

Así lo reconozco, Jesús mío, y por esto en adelante no quiero ya otra gloria ni otro honor que los que resultan de servirte a Ti. Guárdense los reyes sus palacios, los notables su codiciado influjo, los poderosos los obsequios con que honran a sus amigos. Ténganse estos engañosos favores, que tan caros se compran y tan fácilmente se pierden.

No excitará ya mi codicia el brillo de los lujosos vestidos, de los elevados puestos, del ilustre re- nombre, de la fama popular incierta y veleidosa.

¡Oh Jesús mío! Quien vive como Tú alcanza el mayor favor: quien puede llamarse tuyo, adquiere el más distinguido título de honor. Ni más deseo, ni quiero pasar por menos. Sea ésta mi principal nobleza. La cruz, la herida de la lanza y la corona de espinas que muestras en tu Corazón, he aquí mis blasones, únicos que me han de dar a conocer en el juicio por servidor de tu palacio. Ambicioso soy, Jesús mío, y no me contento con menos que con reinar junto a Ti en la gloria que preparas a tus escogidos. Dame cada día más de esos verdaderos honores, y has que los alcance un día en tu reino celestial.

Medítese, y pídase la gracia particular.

Evangelii Gaudium – Francisco I

64. El proceso de secularización tiende a reducir la fe y la Iglesia al ámbito de lo privado y de lo íntimo. Además, al negar toda trascendencia, ha producido una creciente deformación ética, un debilitamiento del sentido del pecado personal y social y un progresivo aumento del relativismo, que ocasionan una desorientación generalizada, especialmente en la etapa de la adolescencia y la juventud, tan vulnerable a los cambios. Como bien indican los Obispos de Estados Unidos de América, mientras la Iglesia insiste en la existencia de normas morales objetivas, válidas para todos, «hay quienes presentan esta enseñanza como injusta, esto es, como opuesta a los derechos humanos básicos. Tales alegatos suelen provenir de una forma de relativismo moral que está unida, no sin inconsistencia, a una creencia en los derechos absolutos de los individuos. En este punto de vista se percibe a la Iglesia como si promoviera un prejuicio particular y como si interfiriera con la libertad individual»[59]. Vivimos en una sociedad de la información que nos satura indiscriminadamente de datos, todos en el mismo nivel, y termina llevándonos a una tremenda superficialidad a la hora de plantear las cuestiones morales. Por consiguiente, se vuelve necesaria una educación que enseñe a pensar críticamente y que ofrezca un camino de maduración en valores.

Lectio Divina – 18 de junio

Lectio: Domingo, 18 Junio, 2017

La misión de los doce discípulos
Mateo 9,36-38; 10,1-8

1. Oración inicial

Padre nuestro, tu Palabra mora en el mundo por medio de la venida de Jesús tu Hijo. Él nos la ha anunciado con sus enseñanzas, pero sobre todo con sus obras y el don de su vida. El Verbo se hizo carne. Antes de dejarnos, nos prometió la ayuda del Espíritu para que pudiésemos recordar todo lo que había dicho y comprender más profundamente el significado escondido en nuestros corazones endurecidos por el pecado. Dónanos ahora tu Espíritu revelador y consolador. Que nuestro corazón se inflame con su presencia y tu Palabra se vuelva provocante viva y eficaz para servirte en los hermanos con gozo

2. Lectura

a) El contexto del pasaje evangélico:

Estamos al comienzo del segundo de los cinco “discursos” de Mateo, el de la misión. Jesús, el nuevo Moisés, continúa llevando a su cumplimiento (Mt 5,17) la ley antigua enviando a los ciudadanos del nuevo Reino no a juzgar (Jn 3,17s; Mt 11,4-5), sino a liberar a su pueblo de toda suerte de dolencias y enfermedades como hace Él. Este envío en misión sucede durante la vida pública de Jesús. Habrá después otro, solemne y universal, después de la resurrección (Mt 28,18-20). Los doce apóstoles, en continuidad y rotura con las doce tribus de Israel, están llamados a recoger las esperanzas del viejo Israel que asemeja a un pueblo desorientado, como un rebaño sin pastor (Mt 9,36).

b) Una posible división del pasaje:

Mateo 9, 36-38: Introducción narrativa
Mateo 10,1: La transmisión del poder
Mateo 10, 2-4: Los nombres de los doce
Mateo 10, 5-8: Instrucción y envío

c) El Texto:

9:36 Y al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor. 37Entonces dice a sus discípulos: «La mies es mucha y los obreros pocos. 38 Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies.»
10:1 Y llamando a sus doce discípulos, les dio poder sobre los espíritus inmundos para expulsarlos, y para curar toda enfermedad y toda dolencia.
Mateo 9,36-38; 10,1-82 Los nombres de los doce Apóstoles son éstos: primero Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan; 3 Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo el publicano; Santiago el de Alfeo y Tadeo; 4Simón el Cananeo y Judas el Iscariote, el que le entregó. 5 A estos doce envió Jesús, después de darles estas instrucciones: «No toméis camino de gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos; 6 dirigíos más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel. 7 Yendo proclamad que el Reino de los Cielos está cerca. 8 Curad enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios. Gratis lo recibisteis; dadlo gratis.

3. Silencio

Acojamos la resonancia de la Palabra en nosotros.

a) Algunos interrogantes para ayudar a la interiorización y actualización:

¿La visión de la gente ha suscitado en mí, alguna vez, un sentimiento particular? ¿Recuerdo un momento de compasión que haya tenido?¿En qué circunstancias?¿He conocido a alguien que haya tenido una gran pasión por la humanidad? ¿He pedido a Dios que me haga su enviado, ser su apóstol? ¿En qué consiste la misión confiada por Jesús a sus discípulos? ¿Misión imposible? ¿Porque es gratuita?

b) Una clave de lectura:

Jesús, después de haber propuesto su nuevo programa alternativo a la mentalidad corriente (Mt 5), después de haber anunciado la superación de la ley y de la observancia con las exigencias más grandes del amor (Mt 6-7), después de haber dado testimonio con gestos concretos de liberación de aquello que había anunciado (Mt 8-9), llama a sus discípulos y los envía a las gentes dándoles sus mismos poderes (Mt 10). La comunidad está llamada a prolongar y alargar su acción liberadora, restauradora salvífica. El nuevo pueblo de Dios, sobre el fundamento de los doce apóstoles, es un pueblo sacerdotal, real, profético (1Pt 2,4-9) llamado a colaborar con Jesús.

4. Meditación

Profundicemos en algunos particulares.

9,36 Y al ver a la muchedumbre sintió compasión, porque estaban vejados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor pastor
En la introducción, partiendo del versículo 35, viene resumido el ministerio público de Jesús. Repite en parte el 4,23-25, la introducción al discurso de la montaña. Nuestro fragmento parte de la constatación de que le seguían grandes muchedumbres. Gente sin pastor (1Re 22,17) cansada de oír palabras sin el seguimiento de los hechos, abatidas por las innumerables observancias, oprimidas por los jefes que les imponen leyes incomprensibles (Mt 23, 1-4). La compasión que Jesús experimenta (Mt 15,30; Lc 9,11; Jn 6,5) por los hambrientos (Mc 6-34) está aquí dirigida a los “pobres ignorantes del campo”, malditos de los fariseos (Jn 7,49). No hay quien les ame y quien los busque como un buen pastor (Jn 10).

9,37 Entonces dice a sus discípulos: “La mies es mucha y los obreros pocos. 38 ¡Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies!”
La misión se compara a la siega (cfr. Lc 10,2-3; Jn 4,35-38).Hay muchos hombres dispuestos a responder al evangelio, muchos que esperan una palabra de vida. Los mensajeros de paz son siempre pocos, la multitud es inmensa. La exhortación a la oración viene a significar que Dios está al origen de la misión, Él es el responsable de la mies, a Él debemos convertirnos con la oración. El Espíritu Santo está ya obrando, de hecho la mies está disponible. La mies es un término ligado originariamente al juicio final (Is 27,12; Os 6,11; Jl 3,13). Juan Bautista creía que había llegado el momento del juicio (Mt 3,12). Pero aquí no son los ángeles los llamados a realizar esta obra, sino los hombres a salvar del juicio a otros hombres y no a juzgarlos. Vivimos un tiempo de misericordia, no ha llegado todavía el juicio.

10:1 Y llamando a sus doce discípulos, les dio el poder sobre los espíritus inmundos para expulsarlos y curar toda enfermedad y toda dolencia
Esta llamada de los doce en Mateo no es como en Marcos 3,13-15 o en Lc 6,13. No es el resultado de una selección, sino del encargo que se les confía. Es un grupo ya formado (Mt 4,18; 8,19-22) que ahora recibe un mandato. El número doce está referido a las doce tribus de Israel. Para anunciar la nueva ley del nuevo Moisés, hay necesidad de un nuevo pueblo que acoja la palabra del nuevo Moisés (Jesús). En la Sagrada Escritura el número doce indica, sobre todo, el pueblo de Dios en su totalidad. Sobre el fondo del pueblo de las doce tribus hay que colocar la llamada de “los doce” (Mc 9,35; 10,32 par.; Jn 6,70; 20,24; 1Cor 15,5 y en otros sitios) por parte de Jesús durante su ministerio en Galilea. El número doce no hay que entenderlo en sentido restrictivo, sino de excelencia. La misión de los discípulos está puesta en estrecho paralelo con la misión de Jesús. La idea dominante es que el ministerio de los apóstoles es la prolongación del de Jesús. Se les da a los discípulos el mismo “poder” que tenía Jesús (9,6-8; 7,29; 8,9) y el mismo obrar sanador (4,23; 9,35). No se trata de un poder de guiar, de mandar, sino de aquello que se necesita para realizar la misión a ellos confiada, para servir a la humanidad. El contesto es aquí antes de la resurrección. El término “apóstol” se encuentra solo en Mateo, en otro lugar habla de discípulos (11,1; 20,17, 26,14.20.47). No se usa como en Lucas y Pablo para indicar un encargo, sino en el sentido etimológico como “mandados” “ enviados”. Por tanto se puede entender como una invitación dirigida a todo el nuevo Israel a través de los doce, columnas del nuevo pueblo de la nueva ley, la del amor. La comunidad de judíos convertidos a los que se dirigía Mateo veía aquí el comienzo del nuevo Israel, la Iglesia. Continuidad y rotura con la sinagoga.

10:2 Los nombres de los doce Apóstoles son éstos: primero Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo el publicano; Santiago el de Alfeo y Tadeo; Simón el Cananeo Y Judas el Iscariote, el que le entregó.
Las varias listas de los doce (Mc 3.16-19; Lc 6,13-16; Act 1-13) colocan siempre a Pedro en el primer puesto y a Judas en el último. Los nombres tiene pocas anotaciones que varían en las diversas listas. Hay que anotar las dos parejas de hermanos (Simón-Andrés y Santiago-Juan) como indicando la fraternidad como fundamento de la nueva comunidad. La diversidad: un publicano, un cananeo, un iscariota que lo traicionará. Nada de gente grande, ni ilustre, ni de toda confianza. La llamada proviene de una libre elección de Jesús y no por los méritos o por la importancia de las personas, para que en la debilidad de éstos se revele la potencia de Dios (1Cor 27-29).

10:5 A estos doce envió Jesús, después de darles estas instrucciones: “No toméis camino de gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos; 6 dirigíos más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel. 7 Yendo proclamad que el reino de los Cielos está cerca. 8 Curad enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios. Gratis lo recibisteis; dadlo gratis.
La instrucción para la misión, traída aquí solo en parte, se completa al final del versículo 16. Los versículos 5-8 son exclusivos de Mateo, excepto el mandato de proclamar que el reino está cerca (Lc 10,9.11). La limitación de los confines de la misión en este contexto antes de la resurrección no está en contradicción con Mt 24,25, después de la resurrección, en el que se dice ir a todo el mundo. Subraya la prioridad que hay que dar a la casa de Israel. Un interés por “las ovejas perdidas” (Ez 34,1-16; Is 53-16) ante todo y luego por aquellas “desconocidas” (los gentiles). Mateo pone en evidencia el amor de Dios por el pueblo de Israel. El mandato confiado a los apóstoles es muy comprometido: curar enfermos, resucitar muertos, arrojad demonios. ¿Hay que entenderlo en sentido metafórico? Ciertamente hay enfermedades y muertes espiritualmente no menos fáciles de curar y revivir que las físicas, hay también los poseídos por ideologías y mentalidades destructivas. Hay que recordar que es Jesús el que envía, que nada le es imposible “creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí; sino, creedlo por las mismas obras. En verdad os digo: también el que cree en mí hará las obras que yo hago y las hará mayores que éstas, porque yo voy al Padre” (Jn 14,11-12). Juan Pablo II de venerada memoria escribió en la encíclica Redemptoris missio: “La liberación y la salvación, puertas del reino de Dios alcanzan a la persona humana en sus dimensiones tanto físicas como espirituales” (RM 14)
La misión por tanto está hecha de predicación y curación, anuncio y promoción humana, venida del reino junto con la lucha por la justicia y la paz.
La misión por tanto no puede ser nada más que gratuita, no pertenece a los enviados. No puede ser disfrutada para propio aprovechamiento material, así se pone en acto el espíritu de las bienaventuranzas (Mt 6, 25-34).

5. Oración con el Salmo 100

¡Aclama a Yahvé, tierra entera,
servid a Yahvé con alegría,
llegaos a él con júbilo!
Sabed que Yahvé es Dios,
él nos ha hecho y suyos somos,
su pueblo y el rebaño de sus pastos.
Entrad por sus puertas dando gracias,
por sus atrios cantando alabanzas,
dadle gracias, bendecid su nombre.
Pues bueno es Yahvé y eterno su amor,
su lealtad perdura de edad en edad.

6. Contemplación

Oh Padre, que has hecho de nosotros un pueblo profético y sacerdotal, llamado a ser signo visible de la nueva realidad de tu reino; concédenos vivir en plena comunión contigo en el sacrificio de alabanza y en el servicio a los hermanos, para llegar hacer misioneros y testigos del Evangelio. Haz que tu compasión sea nuestra compasión, tu urgencia misionera nuestra urgencia, ¡sí Señor, mándame!

Fiesta del Corpus

Palabra

La Iglesia, cada uno de nosotros, vivimos en camino; pero con frecuencia no lo aceptamos; nos acomodamos, protegidos por nuestras seguridades. La Eucaristía nos recuerda que el Señor está con nosotros, realmente presente; pero sólo perceptible sacramentalmente, en la fe, ya que lo que vemos es pan y vino, y lo que creemos, el Cuerpo y la Sangre del Señor.

El Deuteronomio nos describe la tentación que tenemos de asentarnos y nos exhorta a confiar en el futuro. Ningún motivo más palpable, paradójicamente palpable, que la Eucaristía: ¿Qué más podemos desear que a Dios mismo? Pero sólo cabe poseerlo en la fe.

Cada frase de Jesús en Jn 6 es estremecedora. ¿Es posible que algo tan maravilloso esté a nuestra disposición cada semana, cada día incluso? ¡Cuánto nos cuesta creerlo! ¡Con qué poca pasión lo comemos!
 

Vida

Se nota en nuestra vida qué poco peso tiene la Eucaristía. No lo decimos en el sentido que muchos cristianos no practicantes o los ateos nos lo dicen: «No son mejores los que van a misa que los que no van». Por desgracia, tienen sobrada razón; pero esa misma frase presupone una incomprensión radical de la vida cristiana. ¡Como si ser mejores fuese algo medible con prácticas religiosas!

Hacer de la Eucaristía vida presupone haber superado la idea de la Eucaristía como fuerza mágica que otorga la Gracia y haber descubierto la Gracia como fundamento de la vida.

Ciertamente, no hay Eucaristía sin sentido de comunión fraterna y de solidaridad (cf. segunda lectura); pero el amor al prójimo no consiste en hacer cosas buenas por los demás, sin más. Transformar el corazón en disponibilidad es lo que pretende la Eucaristía (¡Cuerpo entregado y sangre derramada!), y esto, normalmente, es un proceso lento.

Por eso, los que comulgamos con frecuencia nos sentimos juzgados por la entrega de amor de Jesús (representado en la Eucaristía); pero nos sentimos, sobre todo, infinitamente agradecidos. ¿Qué sería de nosotros si no comulgásemos, si no contáramos con su Presencia? ¿Qué sería de nuestra capacidad de amar sin El?

Javier Garrido

Espiritualidad de comunión

Cuando se celebra una fiesta o un homenaje en honor de alguien, acuden personas que, entre ellas, muchas veces no se conocen, pero a todos los asistentes les une la relación que tienen con el homenajeado. Por eso, aunque falte ese conocimiento mutuo, aunque no se sepa quién es el que está a mi lado, se vive un sentimiento compartido de unión, gracias a ése a quien todos conocen.

El domingo pasado celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad, y este domingo la Iglesia universal celebra la solemnidad de Corpus Christi, del Cuerpo y la Sangre de Cristo, de la presencia real de Cristo: Yo soy el pan vivo… Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.

Hoy, personas de diferente condición, nacionalidad, raza y lengua, están celebrando esta misma fiesta, y aunque no les conozcamos, deberíamos sentirnos unidos a ellos, porque como hemos escuchado en la 2ª lectura: El cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es comunión de la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión del cuerpo de Cristo? Porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo pan. La solemnidad de Corpus Christi nos hace una llamada a vivir la comunión, la “comúnunión” que tenemos todos los que somos y formamos la Iglesia.

Pero no es fácil vivir esa comunión, porque tendemos a vivir la fe de un modo privado e individualista. Por eso, recordando la solemnidad de la Santísima Trinidad que celebramos la semana pasada, debemos tener presente que Cristo nos ha revelado que el Dios único y verdadero es comunión de vida y amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Y esta comunión trinitaria se nos comunica en Cristo a todos los que creemos en Él creando la comunión que es la Iglesia. (Anteproyecto del Plan Diocesano de Pastoral Valencia). De ahí que los cristianos están en comunión unos con otros porque primariamente están en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo en el Espíritu Santo. Sólo en el encuentro y comunión con Dios, la Iglesia recibe su vigor y vitalidad (Cardenal Antonio Cañizares, carta de presentación del Anteproyecto del Plan Diocesano de Pastoral).

La comunión en la Iglesia es fundamental para manifestar el designio de Dios y ofrecer la Buena Noticia del Evangelio. Por eso, antes de pensar en tareas y organizaciones, hace falta vivir una auténtica “espiritualidad de comunión”, como recomendó el Papa Juan Pablo II en la carta apostólica Novo Milenio Ineunte (4243). La espiritualidad de comunión se caracteriza por cuatro elementos principales: la mirada del corazón al misterio de la Trinidad que habita en nosotros y en nuestros hermanos; la capacidad de sentir al hermano como “uno que me pertenece” en la unidad profunda del Cuerpo místico; la capacidad de ver todo lo positivo del otro como “un don de Dios para mí; y el saber “dar espacio” al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros. Y esta enseñanza de San Juan Pablo II acaba con esta advertencia valiente: “Sin este camino espiritual, de poco servirían los instrumentos externos de la comunión” (Anteproyecto del Plan Diocesano de Pastoral).

¿Había pensado antes en lo que decía san Pablo en la 2ª lectura? ¿Me siento en comunión con todos los que hoy están celebrando la fiesta de Corpus Christi? ¿Procuro desarrollar en mí una espiritualidad de comunión? ¿Cuál de sus cuatro características me resulta más difícil?

Celebrar la solemnidad de Corpus Christi es un compromiso para vivir la comunión, que es mucho más que un simple sentimiento: La comunión eclesial se ha de trasparentar en la comunión solidaria con todos los hombres. Los hombres podrán atisbar el don de la comunión que brota de la Santísima Trinidad si nos ven a los cristianos del lado del hombre, a su servicio, puestos de manera efectiva al lado de los pobres y comprometidos en las causas más nobles de la justicia y la paz en favor de los hermanos. Los cristianos que viven en comunión con Dios muestran dónde está nuestro Dios acercándose a los hombres que padecen injusticia, aproximándose como buenos samaritanos a tanto sufrimiento y herida de los hombres (Cardenal Antonio Cañizares, presentación del Anteproyecto del Plan Diocesano de Pastoral). Por eso precisamente hoy Cáritas Española celebra el Día de Caridad.

Que la comunión del Cuerpo y la Sangre de Cristo nos lleve a desarrollar la necesaria espiritualidad de comunión con la Trinidad, sintiendo a otro como hermano, como un don de Dios, y traduciendo todo eso en hechos concretos, sobre todo hacia los más desfavorecidos.

Estancados

El Papa Francisco está repitiendo que los miedos, las dudas, la falta de audacia… pueden impedir de raíz impulsar la renovación que necesita hoy la Iglesia. En su Exhortación “La alegría del Evangelio” llega a decir que, si quedamos paralizados por el miedo, una vez más podemos quedarnos simplemente en “espectadores de un estancamiento infecundo de la Iglesia”.

Sus palabras hacen pensar. ¿Qué podemos percibir entre nosotros? ¿Nos estamos movilizando para reavivar la fe de nuestras comunidades cristianas, o seguimos instalados en ese “estancamiento infecundo” del que habla Francisco? ¿Dónde podemos encontrar fuerzas para reaccionar?

Una de las grandes aportaciones del Concilio fue impulsar el paso desde la “misa”, entendida como una obligación individual para cumplir un precepto sagrado, hacia la “Eucaristía” vivida como celebración gozosa de toda la comunidad para alimentar su fe, crecer en fraternidad y reavivar su esperanza en Cristo.

Sin duda, a lo largo de estos años, hemos dado pasos muy importantes. Quedan muy lejos aquellas misas celebradas en latín en las que el sacerdote “decía” la misa y el pueblo cristiano venía a “oír” la misa o “asistir” a la celebración. Pero, ¿no estamos celebrando la Eucaristía de manera rutinaria y aburrida?

Hay un hecho innegable. La gente se está alejando de manera imparable de la práctica dominical porque no encuentra en nuestras celebraciones el clima, la palabra clara, el rito expresivo, la acogida estimulante que necesita para alimentar su fe débil y vacilante.

Sin duda, todos, pastores y creyentes, nos hemos de preguntar qué estamos haciendo para que la Eucaristía sea, como quiere el Concilio, “centro y cumbre de toda la vida de la comunidad cristiana”. Pero, ¿basta la buena voluntad de las parroquias o la creatividad aislada de algunos, sin más criterios de renovación?

La Cena del Señor es demasiado importante para que dejemos que se siga “perdiendo”, como “espectadores de un estancamiento infecundo” ¿No es la Eucaristía el centro de la vida cristiana?. ¿Cómo permanece tan callada e inmóvil la jerarquía? ¿Por qué los creyentes no manifestamos nuestra preocupación y nuestro dolor con más fuerza?

El problema es grave. ¿Hemos de seguir “estancados” en un modo de celebración eucarística, tan poco atractivo para los hombres y mujeres de hoy? ¿Es esta liturgia que venimos repitiendo desde hace siglos la que mejor puede ayudarnos a actualizar aquella cena memorable de Jesús donde se concentra de modo admirable el núcleo de nuestra fe?

José Antonio Pagola