Vísperas – Lunes XI de Tiempo Ordinario

VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: LANGUIDECE, SEÑOR, LA LUZ DEL DÍA.

Languidece, Señor, la luz del día
que alumbra la tarea de los hombres;
mantén, Señor, mi lámpara encendida,
claridad de mis días y mis noches.

Confío en ti, Señor, alcázar mío,
me guíen en la noche tus estrellas,
alejas con su luz mis enemigos,
yo sé que mientras duermo no me dejas.

Dichosos los que viven en tu casa
gozando de tu amor ya para siempre,
dichosos los que llevan la esperanza
de llegar a tu casa para verte.

Que sea de tu Día luz y prenda
este día en el trabajo ya vivido,
recibe amablemente mi tarea,
protégeme en la noche del camino.

Acoge, Padre nuestro, la alabanza
de nuestro sacrificio vespertino,
que todo de tu amor es don y gracia
en el Hijo Señor y el Santo Espíritu. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Nuestros ojos están fijos en el Señor, esperando su misericordia.

Salmo 122 – EL SEÑOR, ESPERANZA DEL PUEBLO

A ti levanto mis ojos,
a ti que habitas en el cielo.
Como están los ojos de los esclavos
fijos en las manos de sus señores,

como están los ojos de la esclava
fijos en las manos de su señora,
así están nuestros ojos
en el Señor, Dios nuestro,
esperando su misericordia.

Misericordia, Señor, misericordia,
que estamos saciados de desprecios;
nuestra alma está saciada
del sarcasmo de los satisfechos,
del desprecio de los orgullosos.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Nuestros ojos están fijos en el Señor, esperando su misericordia.

Ant 2. Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra.

Salmo 123 – NUESTRO AUXILIO ES EL NOMBRE DEL SEÑOR

Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte
-que lo diga Israel-,
si el Señor no hubiera estado de nuestra parte,
cuando nos asaltaban los hombres,
nos habrían tragado vivos:
tanto ardía su ira contra nosotros.

Nos habrían arrollado las aguas,
llegándonos el torrente hasta el cuello;
nos habrían llegado hasta el cuello
las aguas espumantes.

Bendito el Señor, que no nos entregó
como presa a sus dientes;
hemos salvado la vida como un pájaro
de la trampa del cazador:
la trampa se rompió y escapamos.

Nuestro auxilio es el nombre del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra.

Ant 3. Dios nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos.

Cántico: EL PLAN DIVINO DE SALVACIÓN – Ef 1, 3-10

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

El nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos consagrados
e irreprochables ante él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo,
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Éste es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
hacer que todas las cosas tuviesen a Cristo por cabeza,
las del cielo y las de la tierra.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Dios nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos.

LECTURA BREVE   St 4, 11-13a

No habléis mal unos de otros, hermanos. El que habla mal de un hermano, o juzga a un hermano, habla mal de la ley y juzga a la ley. Y si juzgas a la ley no eres cumplidor de la ley, sino su juez. Uno es el legislador y juez: el que puede salvar o perder. Pero tú, ¿quién eres para juzgar al prójimo?

RESPONSORIO BREVE

V. Sáname, porque he pecado contra ti.
R. Sáname, porque he pecado contra ti.

V. Yo dije: «Señor, ten misericordia.»
R. Porque he pecado contra ti.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Sáname, porque he pecado contra ti.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Proclama mi alma la grandeza del Señor, porque Dios ha mirado mi humillación.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Proclama mi alma la grandeza del Señor, porque Dios ha mirado mi humillación.

PRECES

Cristo quiere que todos los hombres alcancen la salvación. Digámosle, pues, confiadamente:

Atrae, Señor, a todos hacia ti.

Te bendecimos, Señor, porque nos has redimido con tu preciosa sangre de la esclavitud del pecado;
haz que participemos en la gloriosa libertad de los hijos de Dios.

Ayuda con tu gracia a nuestro obispo N. y a todos los obispos de la Iglesia,
para que con gozo y fervor sirvan a tu pueblo.

Que todos los que consagran su vida a la investigación de la verdad logren encontrarla
y que, habiéndola encontrado, se esfuercen por difundirla entre sus hermanos.

Atiende, Señor, a los huérfanos, a las viudas y a los que viven abandonados;
ayúdalos en sus necesidades para que experimenten tu solicitud hacia ellos.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Acoge a nuestros hermanos difuntos en la ciudad santa de la Jerusalén celestial,
allí donde tú, con el Padre y el Espíritu Santo, serás todo en todos.

Adoctrinados por el mismo Señor, nos atrevemos a decir:

Padre nuestro…

ORACION

Señor, tú que con razón eres llamado luz indeficiente, ilumina nuestro espíritu en esta hora vespertina, y dígnate perdonar benignamente nuestras faltas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

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Lectio Divina – 19 de junio

Lectio: Lunes, 19 Junio, 2017

Tiempo Ordinario

1) ORACIÓN INICIAL

¡Oh Dios!, fuerza de los que en ti esperan, escucha nuestras súplicas; y, pues el hombre es frágil y sin ti nada puede, concédenos la ayuda de tu gracia para guardar tus mandamientos y agradarte con nuestras acciones y deseos. Por nuestro Señor.

2) LECTURA

Del santo Evangelio según Mateo 5,38-42

«Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pues yo os digo: no resistáis al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra; al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica déjale también el manto; y al que te obligue a andar una milla vete con él dos. A quien te pida da, y al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda.

3) REFLEXIÓN

• El evangelio de hoy forma parte de una pequeña unidad literaria que va desde Mt 5,17 hasta Mt 5,48, en la que se describe como pasar de la antigua justicia de los fariseos (Mt 5,20) para la nueva justicia del Reino de Dios (Mt 5,48). Describe como subir la Montaña de las Bienaventuranzas, de donde Jesús anunció la nueva Ley del Amor. El gran deseo de los fariseos era alcanzar la justicia, ser justo ante Dios. Es éste también el deseo de todos nosotros. Justo es aquel o aquella que consigue vivir allí donde Dios quiere que lo haga. Los fariseos se esforzaban para alcanzar la justicia a través de la observancia estricta de la Ley. Pensaban que era por el esfuerzo que podrían llegar hasta el lugar donde Dios los quería. Jesús toma postura ante esta práctica y anuncia que la nueva justicia tiene que superar la justicia de los fariseos (Mt 5,20). En el evangelio de hoy estamos casi llegando a la cima de la montaña. Falta poco. La cima está descrita con la frase: “Sed perfecto como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48), que meditaremos en el evangelio de mañana. Veamos de cerca este último grado que nos falta para llegar a la cima de la Montaña, de la que San Juan de la Cruz dice: “Aquí reinan el silencio y el amor”.

• Mateo 5,38: Ojo por ojo, diente por diente. Jesús cita un texto de la Ley antigua diciendo: «Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo, diente por diente!”. El abrevia el texto diciendo: ”Vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe” (Ex 21,23-25). Como en los casos anteriores, aquí también Jesús hace una relectura enteramente nueva. El principio: “ojo por ojo, diente por diente” estaba en la raíz de la interpretación que los escribas hacían de la ley. Este principio debe ser subvertido, pues pervierte y perjudica la relación entre las personas y con Dios.

• Mateo 5,39ª: No devolver mal con mal. Jesús afirma exactamente lo contrario: “Pero yo os digo: no os vengais de quien os hace el mal”. Ante una violencia recibida, nuestra relación natural es pagar al otro con la misma moneda. La venganza pide: “ojo por ojo, diente por diente”. Jesús pide retribuir el mal no con el mal, sino con el bien. Pues, si no sabremos superar la violencia recibida, la espiral de violencia lo invadirá todo y no habrá salida. Lamec decía: “Pongan atención a mis palabras. Yo he muerto a un hombre por la hrida que me hizo y a un muchacho por un moretón que recibí. Si Caín ha de ser vengado siete veces, Lamec ha de serlo setenta y siete veces” (Gn 4,24). Fue por causa de esta venganza extremada que todo terminó en la confusión de la Torre de Babel (Gen 11,1-9). Fiel a la enseñanza de Jesús, Pablo escribe en la carta a los Romanos: “antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra; al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica déjale también el manto; y al que te obligue a andar una milla vete con él dos. “No devuelvan a nadie mal por mal, procuren ganarse el aprecio de todos los hombres. No te dejes vencer por lo malo, más bien vence el mal a fuerza de bien”. (Rom 12,17.21). Para poder tener esta actitud, es necesario tener mucha fe en la posibilidad que el ser humano tiene de recuperarse. ¿Cómo hacer esto en la práctica? Jesús nos ofrece 3 ejemplos concretos.

• Mateo 5,39b-42: Los cuatro ejemplos para superar la espiral de violencia. Jesús dice: (a) al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra; (b) al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica déjale también el manto; (c) y al que te obligue a andar una milla vete con él dos. (d) a quien te pida da, y al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda.(Mt 5,40-42). ¿Cómo entender estas cuatro afirmaciones? Jesús mismo nos ofreció una ayuda de cómo debemos entenderlas. Cuando el soldado le dio una bofetada en el rostro, él no ofreció la otra. Por el contrario, reaccionó con energía: “Si he hablado mal, muéstrame en qué, pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?” (Jn 18,23) Jesús no enseña la pasividad. San Pablo piensa que, retribuyendo el mal con el bien, “haciendo esto, amontonarás brasas sobre su cabeza” (Rom 12,20). Esta fe en la posibilidad de recupero del ser humano sólo es posible desde una raíz que nace de la total gratuidad del amor creador que Dios mostró para con nosotros en la vida y en las actitudes de Jesús.

4) PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL

• ¿Has sentido alguna vez una rabia tan grande como para querer aplicar la venganza “ojo por ojo”, diente por diente”? ¿Cómo hacer para superarla?

• ¿Será que la convivencia comunitaria hoy en la iglesia favorece el tener en nosotros el amor creador que Jesús sugiere en el evangelio de hoy?

5) ORACIÓN FINAL

Escucha mi palabra, Yahvé,
repara en mi plegaria,
atento a mis gritos de auxilio,
rey mío y Dios mío. (Sal 5,2-3)

Jesús, pan hecho regalo

Jesús, Aunque hoy no tuviera regalos, Jesús,
estaría contento contigo
pues me has regalado tu amor
y has querido llamarme tu amigo.

Tú has dado tu vida por mí
y, escondido en el pan y en el vino,
has querido quedarte conmigo.

¡Qué grande es tu amor hacia mí
pues me quieres tener como amigo!
Yo te digo, Señor, que te quiero
como quiere un amigo a otro amigo.

¡Qué feliz de sentarme a tu mesa
y sentir que soy uno contigo!
Siempre quiero seguirte, Señor,
quiero siempre seguir tus caminos
y sentir en mi mano tu mano de amigo.

No me dejes, Jesús, buen amigo,
y si algún día, Señor yo te olvido,
búscame, Buen Pastor,
y cargado en tus hombros
llévame contigo, mi amigo divino.

Pidamos al Sagrado Corazón, por nuestro santo padre el Papa

I

HEMOS llegado ya a la última novena de este Mes del Sagrado Corazón. Ya es hora que pensemos en dirigirnos a Él con nuestro fervor, para rogarle en estos últimos días por las necesidades más urgentes de la sociedad humana. Por las nuestras particulares hemos rogado cada día y podemos seguir haciéndolo en el fondo de nuestro corazón. Por estas otras nuestra oración debe ser pública y común, como son ellas públicas y comunes. Dediquemos, pues, el día de hoy a rogar al Sagrado Corazón por nuestro Santo Padre el Romano Pontífice. Y ¿por qué otro podríamos ofrecer con preferencia nuestra más eficaz oración? Es el Papa el centro de toda la vida católica sobre la faz de la tierra, base de su edificio, cabeza visible del cuerpo espiritual del cual Cristo es cabeza invisible.

Es, por lo mismo, el objetivo privilegiado de las más violentas iras del infierno. Alrededor de su trono rugen con furor sin igual todas las tempestades de la impiedad. Muchos, despechados, le dirigen brutales amenazas; otros, pérfidos y capciosos, le tienden astutas amenazas.

¿Podrá un hijo fiel de la Iglesia dejar solo a su Padre y Pastor en esos duros combates? ¿Podremos no acudir al Sagrado Corazón por esta primera y más urgente necesidad de nuestros días?

¡Oh Sagrado Corazón de Jesús! Cubre con tu escudo de protección a este Vicario tuyo, el primero de tus hijos, a quien has constituido en la tierra como Padre y Pastor de nuestras almas en lugar de Ti. Asístele, defiéndele, hazlo vencedor en todas sus luchas.

Medítese unos minutos.

II

De todos los deberes del buen católico, el deber de rogar por el Papa es, sin duda, el primero y principal. ¿Qué familia hay en la cual los hijos no se crean obligados a prestar toda clase de auxilios al padre de ella? Aquí la gran familia es el Catolicismo, y el gran padre de ella es el Romano Pontífice. Nosotros somos sus hijos, y los auxilios principales que necesita son los de nuestra fervorosa y constante adhesión.

Es cierto que quizá nos hemos portado como extraños o indiferentes. ¿Estamos seguros de haber cumplido siempre la obligación de buenos hijos? No sea que esta dejadéz nuestra sea motivo de acusación en el tribunal de Dios. No permanezcamos más en esta frialdad y olvido.

¡Oh Sagrado Corazón de Jesús! Esta quiero que sea mi petición constante en tu presencia: ¡Salva al Papa! Concede autoridad y fuerza a sus palabras; haz que este mundo indócil respete su voz; haznos sobre todo a nosotros obedientes y sumisos a sus enseñanzas. Que sean confundidos y disipados los quieren el mal; que vuelvan en sí los que se han extraviado con doctrinas extrañas; que vuelvan jubilosas al amoroso Pastor las ovejas que se han apartado de su rebaño.

¡Oh Sagrado Corazón de Jesús! Por los méritos de tu Cruz, por el valor infinito de tu Sangre, por los azotes y las espinas de tu Pasión, dale a tu Vicario sobre la tierra lo que por él te pedimos en el día de hoy.

Medítese, y pídase la gracia particular.

Evangelii Gaudium – Francisco I

65. A pesar de toda la corriente secularista que invade las sociedades, en muchos países —aun donde el cristianismo es minoría— la Iglesia católica es una institución creíble ante la opinión pública, confiable en lo que respecta al ámbito de la solidaridad y de la preocupación por los más carenciados. En repetidas ocasiones ha servido de mediadora en favor de la solución de problemas que afectan a la paz, la concordia, la tierra, la defensa de la vida, los derechos humanos y ciudadanos, etc. ¡Y cuánto aportan las escuelas y universidades católicas en todo el mundo! Es muy bueno que así sea. Pero nos cuesta mostrar que, cuando planteamos otras cuestiones que despiertan menor aceptación pública, lo hacemos por fidelidad a las mismas convicciones sobre la dignidad humana y el bien común.

Homilía – Domingo XII de Tiempo Ordinario

El miedo es un sentimiento humano que todos hemos experimentado alguna vez en la vida. Y seguramente la sensación de miedo la hemos sentido muchas veces. Basta con que intentemos recordar algunas de las situaciones en las que hemos sentido miedo: ese pellizco que parece punzar al estómago, que deja sin respiración, que agita los latidos del corazón, que nubla la visión y deja sin respiración. En un instante, tenemos la sensación de que todo da vueltas a nuestro alrededor y perdemos el equilibrio. Sentir un terremoto, un ruido en la noche imprevisto, un incendio cercano, un volantazo en una curva viajando en un autobús… Muchas situaciones en la vida. El miedo es una sensación humana que incluso nos libra de peligros al quedar paralizados.

El texto del evangelio de hoy nos habla del “miedo”. En el capítulo 10 del Evangelio de San Mateo Jesús se está dirigiendo a los más cercanos, a los que él eligió, a los apóstoles. Los envía al mundo a anunciar el mensaje que ya han ido aprendiendo en su cercanía al Maestro. Y posiblemente los Apóstoles, los discípulos más cercanos, saben que los enemigos de Jesús, los escribas y los fariseos, están al acecho como buitres. Saben que el mensaje esperanzador para los pobres y “los descartados” (como dice el papa Francisco) es revolucionario para el orden social y religioso del judaísmo. Que el mensaje de fraternidad para todos es subversivo. El orden de la religión judaica se basaba en la desigualdad: una minoría era la que dominaba a la mayoría inculta y amedrentada.

En el siglo XX el filósofo humanista Erich Fromm escribió un ensayo que todavía se puede leer pues sus ideas son vigentes: el miedo a la libertad. En la sociedad del siglo XX, sobre todo tras la Guerra Mundial, había mucho miedo. Miedo a la posibilidad de que otra vez las grandes potencias entraran en conflicto armado. La llamada “guerra fría” era una situación de equilibrio inestable de fuerzas. Se mantenía este equilibrio o paz aparente gracias a que los poderosos en política y dinero habían convencido a la gran masa de la población mundial de que había que estar callados. Era un velo de miedo, de silencio, de paz impuesta aparente. Si el pueblo, la gente, las mayorías de la población del planeta estaban calladas y soportaban los miedos, todo quedaría en paz.

El mensaje de Jesús desestabilizaba la falsa paz. Y proclamaba que no había que tener miedo. Y sobre todo, no había que tener miedo a la libertad. No había que tener miedo a que los seres humanos somos dueños de nuestra vida y debemos construir juntos una sociedad más libre, más armoniosa y más cuidadosa con la naturaleza. Es el mensaje de la encíclica Laudato Si del papa Francisco.

No tengáis miedo, le repite Jesús a sus Apóstoles al enviarlo a predicar a los campos de Palestina. Y no tengáis miedo, es el mensaje que nos envía hoy a nosotros, a los cristianos del siglo XX. En una sociedad como la nuestra, la sociedad de la incertidumbre, en la que parecen aquear todas las certezas y el futuro parece presentarse como una nube confusa, Jesús nos invita a no tener miedo. A generar dentro de nuestro corazón una energía que brota del amor a Jesucristo y que nos da audacia para no tener miedo. Esto significa que debemos ser capaces de ver la  realidad tal como es, de confiar en el Dios que desea lo mejor para todos. No debemos tener miedo a ser nosotros mismos, a construir junto con otras personas una sociedad más humana.

El miedo es quien nos paraliza y nos hace creer que no se puede hacer nada. Que el mundo no tiene futuro ni sentido. Que los grandes manejan todos los hilos y ya no hay nada que hacer. No seamos como dóciles corderos que van derechos al matadero.

Jesús se dirige hoy en el texto del Evangelio a los Apóstoles y les dice que no tengan miedo. Esto no solo es un deseo sino que puede ser una realidad. En este domingo hemos de fomentar en nosotros, tal como lo hizo Jesús hace dos mil años, unas actitudes positivas que neutralicen el miedo.

Y Jesús les da unas recetas que tal vez sean útiles para nosotros:

La receta contra el miedo es vivir una espiritualidad positiva, activa y esperanzadora. Pese a las nubes de incertidumbre, hemos de leer la vida desde los ojos de Dios. La esperanza, la posibilidad de una realidad más justa es posible. Como dicen algunos movimientos sociales, otro mundo es posible. Ya lo decía la primera lectura, la del profeta Jeremías: “libró la vida del pobre de manos de los impíos”

Pero en nuestro caso esta esperanza no se basa en motivos políticos, sino en la convicción de que el Dios de Jesús está detrás de la historia y que “Dios escribe derecho con renglones torcidos”. El miedo al futuro, el miedo a la libertad bloquea el corazón. Y una fe y una esperanza en el Dios de la Vida basadas en el amor a la vida, en el amor a toda la humanidad (y sobre todo a los más débiles), en el amor a la casa común que es nuestro planeta es lo que construye una sociedad más libre y humana.

Leandro Sequeiros San Román, S.J.

Mt 10, 26-33 (Evangelio Domingo XII de Tiempo Ordinario)

El Discurso misionero (9,36-11,1) es el segundo de los cinco grandes discursos que jalonan el Evangelio de Mateo. Recoge el envío que Jesús hace a los discípulos para que lleven a cabo la misión que reciben de él. Los capítulos anteriores han presentado el mesianismo de Jesús en sus palabras y obras. Ahora los discípulos tienen que realizar esta misión: «Id anunciando que está llegando el Reino de los cielos. Curad a los enfermos, resucitad a los muertos, limpiad a los leprosos…». La misión que Jesús ha recibido del Padre es la que reciben los discípulos.

El contexto en que se desarrolla la tarea misionera está marcado por la hostilidad y el rechazo. Con el transcurso del tiempo, la confrontación de las primeras comunidades con el judaísmo oficial se va haciendo más fuerte, hasta culminar con su expulsión de la sinagoga. Este es el ambiente que re eja el Discurso misionero. Por eso, después de describir el encargo, Jesús les anuncia las di cultades y persecuciones que sufrirán a causa del evangelio. El destino de Jesús es el destino del discípulo.

En medio de esta situación resuena la invitación a no tener miedo: «No temáis» (repetido tres veces), con la que Jesús trata de infundir aliento y confianza en los discípulos. Cada una de estas tres llamadas centra la mirada sobre un acento determinado. En la primera, a través de términos antónimos, el discípulo es llamado a perseverar en la misión, consciente de las dificultades: «oculto/revelado; secreto/ conocido; oscuridad/luz; dicho al oído/proclamado en la azotea». No deben tener miedo porque el mensaje de Jesús, el anuncio del Reino, sigue adelante.

La segunda invitación a no tener miedo trata de infundir confianza recordando al discípulo que está en las manos de Dios. No es «a los que matan el cuerpo» a quienes se debe temer, sino a quien «puede destruir el hombre entero en el fuego eterno». En este contexto, el temor de Dios refuerza la idea de su poder, su soberanía. El futuro de la existencia humana está en él y por eso, a pesar de la persecución, pueden mantener la confianza y no tener miedo.

La razón para esta confianza en medio de la persecución es que Dios es «vuestro Padre», que se preocupa siempre de sus hijos. La comparación entre los gorriones (los pájaros más pequeños) y el hombre saca a la luz la soberanía del Padre que ama por encima de todo. Nada escapa a su providencia, a su amor. Incluso lo aparentemente más insignificante (pajaritos, el cabello) tiene una gran importancia para Dios. El ser humano vale mucho más que todo, ¿qué puede temer? Resuena aquí la invitación a abandonarse a la providencia de Dios (Mt 6,25ss). Los versículos finales del texto abren el testimonio misionero a la perspectiva escatológica del juicio de nitivo. La confesión a favor de Jesús o su rechazo tienen una dimensión decisiva en el juicio final. Cristo intercede ante el Padre cuando el hombre asume con responsabilidad la confesión de fe. Cuando se habla aquí de «declarar a favor» o de «rechazar» a Jesús se está haciendo referencia al conjunto de su vida. De este modo, «declarar a favor de Jesús ante los hombres» significa configurar la propia existencia con la suya, vivir como él vivió, actuar como él actuó. La misión que recibe el discípulo es continuación de la que Jesús recibe del Padre. El testimonio se realiza en una vida conforme a la del Hijo.

Oscar de La Fuente de La Fuente

Rom 5, 12-15 (2ª Lectura Domingo XII de Tiempo Ordinario)

Al retomar el tiempo ordinario, comenzamos una larga serie de domingos en los que iremos escuchando como segunda lectura pasajes de la carta de san Pablo a los Romanos. Considerada como obra auténtica del apóstol por todos los exegetas, se trata no solo de la más larga de las cartas paulinas, sino también del texto epistolar más extenso entre todos los que nos ha legado la Antigüedad griega y romana. Esta característica hace sospechar a algunos que en realidad no se trata de una carta en sentido propio, sino de un tratado de teología, al que después se le ha dado, por las razones que sean, forma epistolar.

A diferencia de otras cartas del apóstol, escritas a comunidades por él fundadas (como era el caso de los gálatas, corintios o lipenses), en este caso se dirige a una comunidad cristiana que no había fundado él, sino algún otro apóstol (¿Pedro?) y a la que aún no ha tenido ocasión de conocer (aunque espera poder hacerlo pronto, según afirma en Rom 15,24). En un momento de madurez humana y teológica, Pablo expone con profundidad y brillantez algunos elementos centrales de su reflexión sobre la experiencia cristiana.

El pasaje que se proclama hoy corresponde a la famosa comparación entre Adán y Cristo. El primer domingo de Cuaresma leíamos una versión más amplia de este mismo texto, a partir del cual (y sobre todo del versículo 12) se ha desarrollado, especialmente por obra de san Agustín, la teología del pecado original. Pablo comienza haciendo una comparación («Lo mismo que por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte se propagó a todos los hombres, porque todos pecaron…») que, sin embargo, no llega a terminar, porque la interrumpe con algunas consideraciones. En el versículo 15 aparecerá -finalmente la segunda parte de esa comparación (por otro hombre, Jesucristo, vinieron la gracia y la vida), pero con un cambio de perspectiva, ya que ahora no se insiste en la similitud («lo mismo que…»), sino en la desproporción.

Por el pecado de Adán la humanidad se vio sometida a la muerte. Pablo precisa que, aunque el pecado no se imputaba mientras no existía la ley (es decir, hasta la revelación de Dios a Moisés), el reinado universal de la muerte es prueba de la generalización del pecado a todo ser humano, incluso a «los que no habían pecado con una transgresión como la de Adán».

Pero el primer hombre era solamente «figura del que tenía que venir». Cristo ha trastocado la dinámica del pecado y de la muerte, y esto de una manera desmesurada («no hay proporción entre el delito y el don»): si el pecado de un hombre trajo la muerte para todos, «con mayor razón la gracia y el don otorgado en virtud de un hombre, Jesucristo, se han desbordado sobre todos». Esta es la buena noticia que Pablo anuncia a la comunidad de Roma y a todos los hombres y mujeres que quieran escucharla.

José Luis Vázquez Pérez, S.J.

Jer 20, 10-13 (1ª Lectura Domingo XII de Tiempo Ordinario)

El texto propuesto para este domingo es parte de la llamada “quinta confesión del profeta Jeremías” que, vista en su unidad, abarca 20, 7-18 (el domingo 22º del Tiempo Ordinario retomaremos parte de esta misma confesión; véase para completar la interpretación). La liturgia, con su selección, resalta la fe profunda del profeta en medio de la adversidad, pero tiene el riesgo de que no contextualicemos su cientemente ese acto de confianza en Dios y, en ese sentido, que no demos “espacio y tiempo” ni nos permitamos sentir la noche oscura que a veces rodea nuestra propia existencia de creyentes. Todavía puede haber mucho en nuestra “cultura religiosa” que siente que las dudas debilitan la fe y mejor si nos las ahorramos. Sin embargo, una fe madura no es la que no conoce la duda y el miedo, sino que en medio de ellas sigue afirmando el abandono y la con anza en Dios.

Este es el caso de Jeremías con sus confesiones (11,18-12,6; 15,10-21; 17,14-18; 18,18-23; 20,7- 18). Esta quinta confesión adquiere tonos dramáticos que rayan la desesperación, pues el profeta llega al límite de su resistencia, la oposición externa crece y su lucha interna alcanza su cota más elevada. De hecho la unidad está encuadrada, al principio y al final, por expresiones que nos son conocidas: «me sedujiste Señor, y me dejé seducir…», v. 7, y « ¿Por qué hube de salir del vientre para pasar trabajos y fatigas y acabar mis días deshonrado?», v.18 (el conjunto de los versículos 14-18 rozan la blasfemia al maldecir el día de su nacimiento y aludiendo a las guras de sus padres). Y en el centro de la confesión, simbólicamente en lo más profundo de la identidad profética, la confianza en la actuación de Dios: «Cantad al Señor, alabad al Señor, que libera la vida del pobre de las manos de gente perversa», 20,13. Aunque la liturgia de hoy nos lo presenta a modo de final feliz, la realidad profética no es esa, o no es tan sencilla. Yahvé sí tiene planes de salvación, pero no evita o soluciona las cosas “saltándonos” las crisis de la cruda realidad de las adversidades y oposiciones que encontramos y que la vida nos pone delante (migrantes, excluidos, enemistades, violencias de distintos tipos…).

La palabra del Señor, que debía ser, para el profeta, manantial de fuerza y de paz, se ha convertido en torrente de tensión y en fuerza destructiva. La dimensión de denuncia de la palabra del Señor y la oposición que ella suscita ante las fuerzas o culturas de muerte no nos puede pillar de sorpresa tampoco en nuestros días. La contradicción llega a ser tan fuerte que nos corroe por dentro, pues lo que vemos y sentimos es el dolor de las personas que, lejos de integrarse desde los márgenes, están cada vez -o son más los que están- al otro lado de las fronteras, más allá de las vallas y muros. Y sin embargo, ahí, en esa lucha, escuchamos la a rmación con ada de que Dios puede cambiar el curso de los acontecimientos. Confesión que se convierte en resistencia en medio de la adversidad afrontada, no esquivada. Dios es fortaleza e interviene, no a pesar de nuestra debilidad, sino en medio de nuestra debilidad, incluso en el aparente fracaso de nuestra misión. En esa misma línea podemos entender el “no temáis” del evangelio de hoy. No es negar el miedo, sino no dejarnos ganar por él. Solo entrenados en la adversidad podemos sufrir la duda del que sufre y en ella afirmar la fe del que alaba a Dios.

José Javier Pardo Izal, S.J.

Comentario al evangelio (19 de junio)

      Vamos a ser sinceros. Si echamos una mirada a nuestra historia, la historia de los países católicos, la historia de nuestros pueblos y ciudades, la historia de nuestras familias, no le hemos hecho mucho caso a lo que Jesús nos dice en el Evangelio de hoy. 

      Salvo algunas honrosas excepciones, hemos aplicado concienzudamente lo que se nos dijo, aquello de “ojo por ojo y diente por diente”. Si nos han atizado un golpe, pues le hemos atizado más fuerte de vuelta. En las dos guerras mundiales lucharon cristianos en los dos bandos. Y no pararon de darse palos y de responder, o al menos intentarlo, más fuerte a cada palo recibido. 

      Digo que ha habido honrosas excepciones. Hemos tenido santos en nuestra historia. Es verdad. Pero en el conjunto no son más que eso, excepciones. Enseguida, para que no haya peligro alguno de dejarnos llevar por su ejemplo, proclamamos que hay que ser buenos pero no primos y cosas por el estilo. Y nos quedamos tan frescos. 

      Propuesta para este lunes: que tal si intentamos por unos días –sólo por unos días, como quien prueba una lavadora u otro producto– seguir lo más central del consejo de Jesús: al que te ofende o te abofetea, preséntale tu perdón. 

      Se me ocurre que empecemos a aplicar este consejo, tan sencillo, en los conflictos que hay en nuestra familia o con esos vecinos con los que estamos enfadados o con los compañeros o compañeras del trabajo… 

      Quizá a estas alturas somos conscientes de que la aplicación del “diente por diente y ojo por ojo” no soluciona nada. Sólo incrementa el nivel de conflicto y de violencia. Como decía uno, la aplicación de ese principio sólo puede tener un fin: que todos nos quedemos sin dientes y sin ojos, lo que no es una muy buena perspectiva. 

      Vamos a intentarlo. Perdonar sin medida, acoger, usar la misericordia y dejar de lado la venganza, la ira, el odio, que nos reconcomen por dentro y a veces nos hacen más daño a nosotros que a los supuestos destinatarios de nuestras inquinas. 

      Es posible que nos terminemos dando cuenta de que los consejos de Jesús son en realidad consejos llenos de sentido común que, llevados a la práctica, nos ayudarían a todos a vivir más en paz y más felices. 

Fernando Torres, cmf