Jueves XI de Tiempo Ordinario

Hoy es 22 de junio, jueves de la XI semana de Tiempo Ordinario.

Sitúate ante Dios. Siente como te mira. Trata de percibir su bondad y su amor, derrochándose en ti y desde ahí prepara el corazón y la mente para este rato de encuentro con él. Pídele su gracia. La gracia de su amor y su bondad.

La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 6, 7-15):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes que lo pidáis. Vosotros rezad así: «Padre nuestro del cielo, santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, danos hoy el pan nuestro de cada día, perdónanos nuestras ofensas, pues nosotros hemos perdonado a los que nos han ofendido, no nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del Maligno.» Porque si perdonáis a los demás sus culpas, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas.»

Hoy, el Dios todo bondad y misericordia, quiere encontrarse contigo. Ese Dios Padre que sabe lo que te hace falta antes de que se lo pidas. ¿Puedes recordar alguna situación así, en la que el Dios amor te haya sorprendido derrochando sin que tú se lo hayas pedido? Recuérdalo y saboréalo.

Jesús nos enseña con esta oración, a rezar a nuestro Padre bueno. Nos dijo cómo hacerlo y desde entonces repetimos, una y otra vez, esta oración. Dedica un rato a repetirla, despacio, sintiendo y gustando cada palabra. Y detente allí donde el Señor te toque más el corazón. Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre…

Vuelve a leer el texto. Sintiendo y gustando de nuevo lo que el Señor quiere transmitirte con esta oración.

Puedes terminar hablando con Jesús y agradeciéndole el don de la oración. Agradeciéndole esta posibilidad de dirigirnos a él así. Después termina rezando la oración que él nos enseñó.

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p style=»text-align:justify;»>Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
Amén.

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Liturgia 22 de junio

SAN LUIS GONZAGA
Religioso

Quizás pocos santos han sido tan falsificados y tergiversados como San Luis Gonzaga (1568-1591). De alto y noble nacimiento, se hizo Jesuíta a los 17 años. No era de ningún modo un devoto místico y soñador, sino que tuvo un temperamento dinámico e impaciente. Renunció radicalmente al poder, riquezas, prestigio y matrimonio. Su ideal era hacer visible la bondad de Dios, dedicándose totalmente a Dios y al servicio de los hermanos. Antes de cumplir 24 años murió de la peste, como resultado de atender a los enfermos y moribundos durante una terrible epidemia.

Colecta
Oh Dios y Padre nuestro,
aprendemos a conocerte mejor
y a estimarte más profundamente
a través de las vidas de los santos,
como la de Luis Gonzaga.
Que su vida y su muerte nos inspiren.
Ayúdanos a ser austeros y frugales como él,
pero también fuertes y recios de carácter.
Ayúdanos a poner totalmente nuestra vida
al servicio de los otros.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.

Oración sobre las Ofrendas
Señor Dios nuestro,
por los signos de pan y vino
tu Hijo Jesús celebra con nosotros
cómo ofreció él su vida y su muerte
al servicio de los hombres.
Ayúdanos a decirnos unos a otros,
en nuestras comunidades:
“Heme aquí, aquí estoy para servirte!”
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.

Oración después de la Comunión
Señor Dios nuestro,
San Luis Gonzaga imitó a tu Hijo en su total entrega,
incluso a costa de su vida.
Ayúdanos a superar el miedo
de ponernos en manos de los hermanos
para servirles sin reservas.
Que sepamos amarlos y servirlos
mientras, con la mayor confianza,
nos ponemos también en tus manos.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.

Bendición
Esta celebración de hoy nos ha mostrado el ejemplo de alguien que entendió radicalmente lo que significa el mandato de Jesús: “Amen a su prójimo como a ustedes mismos.”
Que el Señor nos haga capaces de amar profundamente a nuestros hermanos, aun a costa de nosotros mismos.
Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo, y Espíritu Santo descienda sobre ustedes y permanezca para siempre.

Santo Tomás Moro

San Juan Fisher, obispo, y santo Tomás Moro, mártires, que, por haberse opuesto al rey Enrique VIII en la controversia sobre su matrimonio y sobre la primacía del Romano Pontífice, fueron encarcelados en la Torre de Londres, en Inglaterra. Juan Fisher, obispo de Rochester, varón conocido por su erudición y por la dignidad de su vida, por mandato del rey fue decapitado este día frente a la cárcel, y Tomás Moro, padre de familia de vida integérrima y presidente del consejo real, por mantenerse fiel a la Iglesia católica murió el día 6 de julio, uniéndose así al martirio del obispo.

San Juan Fisher, obispo, (1469 – 1535) y  Santo Tomás Moro, seglar, (1477 – 1535), mártires.  

Juan Fisher nació el año 1469; fue hijo de un modesto mercero de Beberly, en el condado de York (Inglaterra); estudió teología en Canbridge, fue ordenado presbítero, por privilegio, cuando solo contaba veintidós años, y a los treinta y cinco ya era Vicecanciller de la Universidad.  

Consumado humanista, fundó los Colleges de Cristo y de san Juan, amplió bibliotecas y fundó cátedras con la ayuda de Lady Margaret, madre de Enrique VII. Erasmo llegó a afirmar que no había en el país «hombre más culto, ni obispo más santo».   Fue nombrado obispo de Rochester en el año 1504, cargo que ejerció con una vida llena de austeridad y de entrega pastoral, visitando con frecuencia a los fieles de su grey. Se mostró como decidido apologista antiprotestante.    

Mantuvo una postura firme y clara ante los proyectos de Enrique VIII sobre su anulación matrimonial, defendiendo la validez y la indisolubilidad del contraído con la reina Catalina de Aragón.    Miembro de la Cámara de los Lores, arremete contra ciertas medidas anticlericales y hace añadir una cláusula fatalmente restrictiva al nombramiento de Enrique VIII como Cabeza de la Iglesia en Inglaterra.  

Su actitud le llevó a estar dos veces en la cárcel, a sufrir atentados e intentos de asesinato y a soportar bajas calumnias.  Por su negativa a prestar el juramento de Supremacía, se le encarceló en la Torre de Londres, le despojaron de su título episcopal y declararon a Rochester «sede vacante».   Tomás Moro nació el año 1477, y completó sus estudios en Oxford; se casó y tuvo un hijo y tres hijas. Ocupó el cargo de Canciller del reino. Intimo compañero y amigo personal del rey Enrique VIII, abogado distinguido, notable humanista de gran cultura, amigo de Erasmo, cariñoso padre de familia, caballero simpático por su buen humor y, además católico fervoroso.  

Cuando vio que era incompatible con su religión el juramento de sumisión a Enrique como cabeza de la Iglesia en Inglaterra, presentó su dimisión, intentando vivir una vida tranquila con su familia, sin más complicaciones. Pero fue apresado y metido en la Torre de Londres. A todos los esfuerzos de sus amigos para convencerle de que debía prestar su juramento contestó sencillamente que no podía reconciliarlo con su conciencia.   Cuando su propia mujer le insiste a hacerlo por lo que ella juzgaba que era bien para su casa, le contestó: «¿Cuántos años crees que podría vivir en mi casa?» «Por lo menos veinte, porque no eres viejo», le dijo ella. «Muy mala ganga, puesto que quieres que cambie por veinte años toda la eternidad». Escribió varias obras sobre el arte de gobernar y en defensa de la religión.  

Ambos, por haberse opuesto al rey Enrique VIII en la cuestión de su pretendida anulación de matrimonio, fueron decapitados el año 1535: Juan Fisher el día 22 de Junio, Tomás Moro el día 6 de Julio, después de quince meses de cárcel donde escribió «Diálogo en tiempo de tribulación». El obispo Juan Fisher, mientras estaba en la cárcel, fue designado cardenal por el Papa Pablo III

Laudes – Jueves XI de Tiempo Ordinario

LAUDES
(Oración de la mañana)

INVITATORIO
(Si Laudes no es la primera oración del día
se sigue el esquema del Invitatorio explicado en el Oficio de Lectura)

V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza

Ant. Venid, adoremos al Señor, porque él es nuestro Dios.

Salmo 94 INVITACIÓN A LA ALABANZA DIVINA

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

Venid, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras.

Durante cuarenta años
aquella generación me repugnó, y dije:
Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Venid, adoremos al Señor, porque él es nuestro Dios.

Himno: SEÑOR, CUANDO FLORECE UN NUEVO DÍA.

Señor, cuando florece un nuevo día
en el jardín del tiempo,
no dejes que la espina del pecado
vierta en él su veneno.

El trabajo del hombre rompe el surco
en el campo moreno;
en frutos de bondad y de justicia
convierte sus deseos.

Alivia sus dolores con la hartura
de tu propio alimento;
y que vuelvan al fuego de tu casa
cansados y contentos. Amén.

SALMODIA

Ant 1. ¡Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios!

Salmo 86 – HIMNO A JERUSALÉN, MADRE DE TODOS LOS PUEBLOS.

Él la ha cimentado sobre el monte santo;
y el Señor prefiere las puertas de Sión
a todas las moradas de Jacob.

¡Qué pregón tan glorioso para ti,
ciudad de Dios!
«Contaré a Egipto y a Babilonia
entre mis fieles;
filisteos, tirios y etíopes
han nacido allí.»

Se dirá de Sión: «Uno por uno
todos han nacido en ella;
el Altísimo en persona la ha fundado.»

El Señor escribirá en el registro de los pueblos:
«Éste ha nacido allí.»
Y cantarán mientras danzan:
«Todas mis fuentes están en ti.»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. ¡Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios!

Ant 2. El Señor llega con poder, y su recompensa lo precede.

Cántico: EL BUEN PASTOR ES EL DIOS ALTISIMO Y SAPIENTÍSIMO – Is 40, 10-17

Mirad, el Señor Dios llega con poder,
y su brazo manda.
Mirad, viene con él su salario
y su recompensa lo precede.

Como un pastor que apacienta el rebaño,
su brazo lo reúne,
toma en brazos los corderos
y hace recostar a las madres.

¿Quién ha medido a puñados el mar
o mensurado a palmos el cielo,
o a cuartillos el polvo de la tierra?

¿Quién ha pesado en la balanza los montes
y en la báscula las colinas?
¿Quién ha medido el aliento del Señor?
¿Quién le ha sugerido su proyecto?

¿Con quién se aconsejó para entenderlo,
para que le enseñara el camino exacto,
para que le enseñara el saber
y le sugiriese el método inteligente?

Mirad, las naciones son gotas de un cubo
y valen lo que el polvillo de balanza.
Mirad, las islas pesan lo que un grano,
el Líbano no basta para leña,
sus fieras no bastan para el holocausto.

En su presencia, las naciones todas,
como si no existieran,
son ante él como nada y vacío.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Señor llega con poder, y su recompensa lo precede.

Ant 3. Ensalzad al Señor, Dios nuestro, postraos ante el estrado de sus pies.

Salmo 98 – SANTO ES EL SEÑOR, NUESTRO DIOS.

El Señor reina, tiemblen las naciones;
sentado sobre querubines, vacile la tierra.

El Señor es grande en Sión,
encumbrado sobre todos los pueblos.
Reconozcan tu nombre, grande y terrible:
Él es santo.

Reinas con poder y amas la justicia,
tú has establecido la rectitud;
tú administras la justicia y el derecho,
tú actúas en Jacob.

Ensalzad al Señor, Dios nuestro;
postraos ante el estrado de sus pies:
Él es santo.

Moisés y Aarón con sus sacerdotes,
Samuel con los que invocan su nombre,
invocaban al Señor, y él respondía.
Dios les hablaba desde la columna de nube;
oyeron sus mandatos y la ley que les dio.

Señor, Dios nuestro, tú les respondías,
tú eras para ellos un Dios de perdón
y un Dios vengador de sus maldades.

Ensalzad al Señor, Dios nuestro;
postraos ante su monte santo:
Santo es el Señor, nuestro Dios.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Ensalzad al Señor, Dios nuestro, postraos ante el estrado de sus pies.

LECTURA BREVE   1Pe 4, 10-11

Que cada uno, con el don que ha recibido, se ponga al servicio de los demás, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios. El que toma la palabra que hable palabra de Dios. El que se dedica al servicio que lo haga en virtud del encargo recibido de Dios. Así, Dios será glorificado en todo, por medio de Jesucristo, Señor nuestro, cuya es la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén.

RESPONSORIO BREVE

V. Te invoco de todo corazón, respóndeme, Señor.
R. Te invoco de todo corazón, respóndeme, Señor.

V. Guardaré tus leyes.
R. Respóndeme, Señor.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Te invoco de todo corazón, respóndeme, Señor.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Sirvamos al Señor con santidad y nos librará de la mano de nuestros enemigos.

Cántico de Zacarías. EL MESÍAS Y SU PRECURSOR      Lc 1, 68-79

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo.
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas:

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
ha realizado así la misericordia que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abraham.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán Profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tiniebla
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Sirvamos al Señor con santidad y nos librará de la mano de nuestros enemigos.

PRECES

Demos gracias al Señor, que guía y alimenta con amor a su pueblo, y digámosle:

Te glorificamos por siempre, Señor.

Señor, rey del universo, te alabamos por el amor que nos tienes,
porque de manera admirable nos creaste y más admirablemente aún nos redimiste.

Al comenzar este nuevo día, pon en nuestros corazones el anhelo de servirte,
para que te glorifiquemos en todos nuestros pensamientos y acciones.

Purifica nuestros corazones de todo mal deseo,
y haz que estemos siempre atentos a tu voluntad.

Danos un corazón abierto a las necesidades de nuestros hermanos,
para que a nadie falte la ayuda de nuestro amor.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Acudamos ahora a nuestro Padre celestial, diciendo:

Padre nuestro…

ORACION

Dios todopoderoso y eterno: a los pueblos que viven en tiniebla y en sombra de muerte, ilumínalos con tu luz, ya que con ella nos ha visitado el sol que nace de lo alto, Jesucristo, nuestro Señor. Él, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

Oficio de lectura – Jueves XI de Tiempo Ordinario

OFICIO DE LECTURA

 

INVITATORIO

Si ésta es la primera oración del día:

V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza

Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:

Ant. Venid, adoremos al Señor, porque él es nuestro Dios.

 

Si antes se ha rezado ya alguna otra Hora:

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: CON GOZO EL CORAZÓN CANTE LA VIDA

Con gozo el corazón cante la vida,
presencia y maravilla del Señor,
de luz y de color bella armonía,
sinfónica cadencia de su amor.

Palabra esplendorosa de su Verbo,
cascada luminosa de verdad,
que fluye en todo ser que en él fue hecho
imagen de su ser y de su amor.

La fe cante al Señor, y su alabanza,
palabra mensajera del amor,
responda con ternura a su llamada
en himno agradecido a su gran don.

Dejemos que su amor nos llene el alma
en íntimo diálogo con Dios,
en puras claridades cara a cara,
bañadas por los rayos de su sol.

Al Padre subirá nuestra alabanza
por Cristo, nuestro vivo intercesor,
en alas de su Espíritu que inflama
en todo corazón su gran amor. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Mira, Señor, y contempla nuestro oprobio.

Salmo 88, 39-53 – IV: LAMENTACIÓN POR LA CAÍDA DE LA CASA DE DAVID

Tú, encolerizado con tu Ungido,
lo has rechazado y desechado;
has roto la alianza con tu siervo
y has profanado hasta el suelo su corona;

has derribado sus murallas
y derrocado sus fortalezas;
todo viandante lo saquea,
y es la burla de sus vecinos;

has sostenido la diestra de sus enemigos
y has dado el triunfo a sus adversarios;
pero a él le has embotado la espada
y no lo has confortado en la pelea;

has quebrado su cetro glorioso
y has derribado su trono;
has acortado los días de su juventud
y lo has cubierto de ignominia.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Mira, Señor, y contempla nuestro oprobio.

Ant 2. Yo soy el renuevo y el vástago de David, la estrella luciente de la mañana.

Salmo 88, 39-53 – V

¿Hasta cuándo, Señor, estarás escondido
y arderá como un fuego tu cólera?
Recuerda, Señor, lo corta que es mi vida
y lo caducos que has creado a los humanos.

¿Quién vivirá sin ver la muerte?
¿Quién sustraerá su vida a la garra del abismo?
¿Dónde está, Señor, tu antigua misericordia
que por tu fidelidad juraste a David?

Acuérdate, Señor, de la afrenta de tus siervos:
lo que tengo que aguantar de las naciones,
de cómo afrentan, Señor, tus enemigos,
de cómo afrentan las huellas de tu Ungido.

Bendito el Señor por siempre. Amén, amén.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Yo soy el renuevo y el vástago de David, la estrella luciente de la mañana.

Ant 3. Nuestros años se acaban como la hierba, pero tú, Señor, permaneces desde siempre y por siempre.

Salmo 89 – BAJE A NOSOTROS LA BONDAD DEL SEÑOR

Señor, tú has sido nuestro refugio
de generación en generación.

Antes que naciesen los montes
o fuera engendrado el orbe de la tierra,
desde siempre y por siempre tú eres Dios.

Tú reduces el hombre a polvo,
diciendo: «Retornad, hijos de Adán.»
Mil años en tu presencia
son un ayer, que pasó;
una vigilia nocturna.

Los siembras año por año,
como hierba que se renueva:
que florece y se renueva por la mañana,
y por la tarde la siegan y se seca.

¡Cómo nos ha consumido tu cólera
y nos ha trastornado tu indignación!
Pusiste nuestras culpas ante ti,
nuestros secretos ante la luz de tu mirada:
y todos nuestros días pasaron bajo tu cólera,
y nuestros años se acabaron como un suspiro.

Aunque uno viva setenta años,
y el más robusto hasta ochenta,
la mayor parte son fatiga inútil,
porque pasan aprisa y vuelan.

¿Quién conoce la vehemencia de tu ira,
quién ha sentido el peso de tu cólera?
Enséñanos a calcular nuestros años,
para que adquiramos un corazón sensato.

Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo?
Ten compasión de tus siervos;
por la mañana sácianos de tu misericordia,
y toda nuestra vida será alegría y júbilo.

Danos alegría, por los días en que nos afligiste,
por los años en que sufrimos desdichas.
Que tus siervos vean tu acción,
y sus hijos tu gloria.

Baje a nosotros la bondad del Señor
y haga prósperas las obras de nuestras manos.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Nuestros años se acaban como la hierba, pero tú, Señor, permaneces desde siempre y por siempre.

V. En ti, Señor, está la fuente viva.
R. Y tu luz nos hace ver la luz.

PRIMERA LECTURA

Del libro de los Jueces 6, 33–7, 8. 16-22

VICTORIA DE GEDEÓN CON UN PEQUEÑO EJÉRCITO

En aquellos días, todo Madián, Amalec y los hijos del oriente se reunieron, pasaron el Jordán y acamparon en la llanura de Yizreel. Entonces el espíritu del Señor tomó posesión de Gedeón; él tocó la trompeta y Abiezer fue en pos de él. Envió mensajeros por todo Manasés, que se unió también a él; envió igualmente mensajeros a Aser, Zabulón y Neftalí, que se pusieron en marcha y vinieron a su encuentro. Gedeón dijo a Dios:

«Si verdaderamente vas a salvar por mis manos a Israel, como has dicho, yo voy a tender un vellón sobre la era; si cae el rocío solamente sobre el vellón y todo el suelo queda seco, sabré que tú salvarás a Israel por mi mano, como has prometido.»

Y así sucedió. Gedeón se levantó de madrugada, estrujó el vellón y exprimió su rocío: una copa llena de agua. Gedeón dijo a Dios:

«No te irrites contra mí si me atrevo a hablar de nuevo. Por favor, quisiera hacer por última vez la prueba con el vellón: que quede ahora seco sólo el vellón y que haya rocío por todo el suelo.»

Y Dios lo hizo así aquella noche. Quedó seco solamente el vellón y todo el suelo estaba lleno de rocío.

Madrugó Yerubbaal (o sea Gedeón), así como todo el pueblo que estaba con él, y acampó junto a En-Jarod; el campamento de Madián quedaba al norte del suyo, al pie de la colina de Moré, en el valle. Entonces el Señor dijo a Gedeón:

«Demasiado numeroso es el pueblo que te acompaña para que ponga yo a Madián en sus manos; no sea que vaya a enorgullecerse de ello a mi costa diciendo: «¡Mi propia mano me ha salvado!» Así, pues, pregona esto entre el pueblo: «El que tenga miedo y tiemble, que se vuelva.»»

Gedeón los puso a prueba y veintidós mil hombres de la tropa se volvieron y quedaron sólo diez mil. El Señor dijo a Gedeón:
«Todavía es demasiada gente. Hazlos bajar al agua y ahí te los pondré yo a prueba. Aquel de quien te diga: «Que vaya contigo», ése irá contigo. Y aquel de quien te diga: «Que no vaya contigo», ése no ha de ir.»

Gedeón hizo bajar a la gente al agua y el Señor le dijo:
«A todos los que laman el agua en su mano con la lengua, como lo hacen los perros, los pondrás a un lado, y a todos los que se arrodillen para beber los pondrás a otro lado.»

El número de los que lamieron el agua con la lengua resultó ser de trescientos. Todo el resto del pueblo se arrodilló para beber. Entonces el Señor dijo a Gedeón:
«Con los trescientos hombres que han lamido el agua os salvaré y entregaré a Madián en tus manos. Que todos los demás vuelvan cada uno a su casa.»

Gedeón recogió del pueblo cántaros y cuernos, y mandó a todos los demás israelitas cada uno a su tienda, quedándose sólo con los trescientos hombres. El campamento de Madián estaba debajo del suyo en el valle.

Gedeón dividió a los trescientos hombres en tres cuerpos. Les dio a todos cuernos y cántaros vacíos, con antorchas dentro de los cántaros. Les dijo:
«Miradme a mí y haced lo mismo que yo haga. Cuando llegue yo al extremo del campamento, lo que yo hiciere hacedlo también vosotros. Yo y todos mis compañeros tocaremos los cuernos; vosotros tocaréis también los cuernos alrededor del campamento y gritaréis: «¡Por el Señor y por Gedeón!»»

Gedeón y los cien hombres que lo acompañaban llegaron al extremo del campamento, al comienzo de la guardia de la medianoche, cuando acababan de hacer el relevo de los centinelas. Tocaron los cuernos y rompieron los cántaros que llevaban en la mano. Entonces los tres cuerpos del ejército tocaron los cuernos y rompieron los cántaros; en la izquierda sostenían las teas encendidas y en la derecha los cuernos para tocarlos, y gritaban:

«¡Por el Señor y por Gedeón!»

Y se quedaron quietos cada uno en su puesto, alrededor del campamento. Todo el campamento se despertó y, lanzando alaridos, se dieron a la fuga. Mientras los trescientos hombres tocaban los cuernos, el Señor volvió la espada de cada uno contra su compañero por todo el campamento, y se despedazaban unos a otros.

RESPONSORIO    2M 8, 18; 1Jn 5, 4

R. Ellos confían en sus armas y en su audacia; * nosotros confiamos en el Dios todopoderoso.
V. Ésta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe.
R. Nosotros confiamos en el Dios todopoderoso.

SEGUNDA LECTURA

Del Tratado de san Cipriano, obispo y mártir, Sobre la oración del Señor
(Cap. 18. 22: CSEL 3, 280-281. 283-284)

DESPUÉS DEL ALIMENTO, PEDIMOS EL PERDÓN DE LOS PECADOS

Continuamos la oración y decimos: Danos hoy nuestro pan de cada día. Esto puede entenderse en sentido espiritual o literal, pues de ambas maneras aprovecha a nuestra salvación. En efecto, el pan de vida es Cristo, y este pan no es sólo de todos en general, sino también nuestro en particular. Porque, del mismo modo que decimos: Padre nuestro, en cuanto que es Padre de los que lo conocen y creen en él, de la misma manera decimos: Nuestro pan, ya que Cristo es el pan de los que entramos en contacto con su cuerpo.

Pedimos que se nos dé cada día este pan, a fin de que los que vivimos en Cristo y recibimos cada día su eucaristía como alimento saludable no nos veamos privados, por alguna falta grave, de la comunión del pan celestial y quedemos separados del cuerpo de Cristo, ya que él mismo nos enseña: Yo soy el pan vivo bajado del cielo; todo el que coma de este pan vivirá eternamente; y el pan que yo voy a dar es mi carne ofrecida por la vida del mundo.
Por lo tanto, si él afirma que los que coman de este pan vivirán eternamente, es evidente que los que entran en contacto con su cuerpo y participan rectamente de la eucaristía poseen la vida; por el contrario, es de temer, y hay que rogar que no suceda así, que aquellos que se privan de la unión con el cuerpo de Cristo queden también privados de la salvación, pues el mismo Señor nos conmina con estas palabras: Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. Por eso pedimos que nos sea dado cada día nuestro pan, es decir, Cristo, para que todos los que vivimos y permanecemos en Cristo no nos apartemos de su cuerpo que nos santifica.

Después de esto, pedimos también por nuestros pecados, diciendo: Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Después del alimento, pedimos el perdón de los pecados.

Esta petición nos es muy conveniente y provechosa, porque ella nos recuerda que somos pecadores, ya que, al exhortarnos el Señor a pedir el perdón de los pecados, despierta con ello nuestra conciencia. Al mandarnos que pidamos cada día el perdón de nuestros pecados, nos enseña que cada día pecamos, y así nadie puede vanagloriarse de su inocencia ni sucumbir al orgullo.

Es lo mismo que nos advierte Juan en su carta, cuando dice: Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, fiel y bondadoso es el Señor para perdonarnos y purificarnos de toda iniquidad.

Dos cosas nos enseña en esta carta: que hemos de pedir el perdón de nuestros pecados, y que esta oración nos alcanza el perdón. Por esto dice que el Señor es fiel, porque él nos ha prometido el perdón de los pecados y no puede faltar a su palabra, ya que, al enseñarnos a pedir que sean perdonados nuestras ofensas y pecados, nos ha prometido su misericordia paternal y, en consecuencia, su perdón.

RESPONSORIO    Sal 30, 2. 4; 24, 18

R. A ti, Señor, me acojo: no quede yo nunca defraudado; tú eres mi roca y mi baluarte. * Por tu nombre dirígeme y guíame.
V. Mira mis trabajos y mis penas y perdona todos mis pecados.
R. Por tu nombre dirígeme y guíame.

ORACIÓN.

OREMOS,
Oh Dios, fuerza de los que en ti esperan, escucha nuestras súplicas y, puesto que el hombre es frágil y sin ti nada puede, concédenos la ayuda de tu gracia, para observar tus mandamientos y agradarte con nuestros deseos y acciones. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén

CONCLUSIÓN

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.