II Vísperas – Domingo XII de Tiempo Ordinario

II VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: HACEDOR DE LA LUZ: TÚ QUE CREASTE

Hacedor de la luz: tú que creaste
la que brilla en los días de este suelo,
y que, mediante sus primeros rayos,
diste principio al universo entero.

Tú que nos ordenaste llamar día
al tiempo entre la aurora y el ocaso,
ahora que la noche se aproxima
oye nuestra oración y nuestro llanto.

Que cargados con todas nuestras culpas
no perdamos el don de la otra vida,
al no pensar en nada duradero
y al continuar pecando todavía.

Haz que, evitando todo lo dañoso
y a cubierto de todo lo perverso,
empujemos las puertas celestiales
y arrebatemos el eterno premio.

Escucha nuestra voz, piadoso Padre,
que junto con tu Hijo Jesucristo
y con el Santo Espíritu Paráclito,
reinas y reinarás en todo siglo. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Yo mismo te engendré entre esplendores sagrados, antes de la aurora. Aleluya.

Salmo 109, 1-5. 7 – EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»

Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.

En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Yo mismo te engendré entre esplendores sagrados, antes de la aurora. Aleluya.

Ant 2. Dichosos los que tienen hambre y sed de ser justos, porque ellos serán saciados.

Salmo 111- FELICIDAD DEL JUSTO

Dichoso quien teme al Señor
y ama de corazón sus mandatos.
Su linaje será poderoso en la tierra,
la descendencia del justo será bendita.

En su casa habrá riquezas y abundancia,
su caridad es constante, sin falta.
En las tinieblas brilla como una luz
el que es justo, clemente y compasivo.

Dichoso el que se apiada y presta,
y administra rectamente sus asuntos.
El justo jamás vacilará,
su recuerdo será perpetuo.

No temerá las malas noticias,
su corazón está firme en el Señor.
Su corazón está seguro, sin temor,
hasta que vea derrotados a sus enemigos.

Reparte limosna a los pobres;
su caridad es constante, sin falta,
y alzará la frente con dignidad.

El malvado, al verlo, se irritará,
rechinará los dientes hasta consumirse.
La ambición del malvado fracasará.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Dichosos los que tienen hambre y sed de ser justos, porque ellos serán saciados.

Ant 3. Alabad al Señor, sus siervos todos, pequeños y grandes. Aleluya.

Cántico: LAS BODAS DEL CORDERO – Cf. Ap 19,1-2, 5-7

El cántico siguiente se dice con todos los Aleluya intercalados cuando el oficio es cantado. Cuando el Oficio se dice sin canto es suficiente decir el Aleluya sólo al principio y al final de cada estrofa.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios
(R. Aleluya)
porque sus juicios son verdaderos y justos.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Alabad al Señor sus siervos todos.
(R. Aleluya)
Los que le teméis, pequeños y grandes.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo.
(R. Aleluya)
Alegrémonos y gocemos y démosle gracias.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Llegó la boda del cordero.
(R. Aleluya)
Su esposa se ha embellecido.
R. Aleluya, (aleluya).

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Alabad al Señor, sus siervos todos, pequeños y grandes. Aleluya.

LECTURA BREVE   Hb 12, 22-24

Vosotros os habéis acercado al monte de Sión, ciudad del Dios vivo, Jerusalén del cielo, a la asamblea de los innumerables ángeles, a la congregación de los primogénitos inscritos en el cielo, a Dios, juez de todos, a las almas de los justos que han llegado a su destino, al Mediador de la nueva alianza, Jesús, y a la aspersión purificadora de una sangre que habla mejor que la de Abel.

RESPONSORIO BREVE

V. Nuestro Señor es grande y poderoso.
R. Nuestro Señor es grande y poderoso.

V. Su sabiduría no tiene medida.
R. Nuestro Señor es grande y poderoso.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Nuestro Señor es grande y poderoso.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma.

PRECES

Alegrándonos en el Señor, de quien vienen todos los dones, digámosle:

Escucha, Señor, nuestra oración.

Padre y Señor de todos, que enviaste a tu Hijo al mundo para que tu nombre fuese glorificado desde donde sale el sol hasta el ocaso,
fortalece el testimonio de tu Iglesia entre los pueblos.

Haz que seamos dóciles a la predicación de los apóstoles,
y sumisos a la fe verdadera.

Tú que amas la justicia,
haz justicia a los oprimidos.

Libera a los cautivos, abre los ojos al ciego,
endereza a los que ya se doblan, guarda a los peregrinos.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Haz que nuestros hermanos que duermen ya el sueño de la paz
lleguen, por tu Hijo, a la santa resurrección.

Unidos entre nosotros y con Jesucristo, y dispuestos a perdonarnos siempre unos a otros, dirijamos al Padre nuestra súplica confiada:

Padre nuestro…

ORACION

Concédenos vivir siempre, Señor, en el amor y respeto a tu santo nombre, porque jamás dejas de dirigir a quienes estableces en el sólido fundamento de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

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Valemos más que los pájaros

Hoy veo a Jesús un tanto preocupado. Poniendo a sus discípulos al corriente de lo que les sucederá cuando él se vaya, les ha lanzado un jarro de agua fría: «Os envío como ovejas en medio de lobos… Os entregarán a las autoridades… Os azotarán en las sinagogas… Cuando esto ocurra, no os preocupéis por cómo habéis de hablar o que habéis de decir, pues en aquel momento Dios os dará las palabras oportunas…». Y claro, los discípulos se han quedado arrugados, cariacontecidos, atemorizados. Pero Jesús sale al quite: «No tengáis miedo de la gente… ¿No se venden dos pájaros por poco dinero? Sin embargo, ninguno de ellos cae a tierra si vuestro Padre no lo permite. Así que no tengáis miedo; vosotros valéis más que todos los pájaros».

Con este pasaje Jesús quiere salir al paso de nuestros miedos, nuestros complejos, y fomentar en nosotros la confianza en Dios Padre, que es providente, es decir, que mira siempre por nosotros para nuestro bien. Esta confianza en Dios Padre pulveriza todos nuestros temores, nuestras cobardías, nuestros reparos.

En este acoquinamiento ante la dificultad confluyen, casi siempre, y de forma solapada, dos elementos que, como los ratones avezados, van corroyendo lentamente nuestras iniciativas. Estos despiadados roedores son: la vanidad, y la pereza. A veces estamos tan poseídos de nosotros mismos que, ante la dificultad, y el miedo a no salir airosos de la prueba, preferimos abandonar, alegando cualquier pretexto inventado con el que solapadamente escondemos nuestro orgullo. Y en otras ocasiones es la pereza la rémora que nos frena y nos impide vencer nuestra inercia.

Jesús hoy quiere que nos animemos, que no nos achantemos ante la adversidad; que le demos cara, confiados en que contamos con la seguridad de que Dios Padre nos protege en todo momento. No olvidemos que «valemos más que todos los pájaros».

Y hablando de la confianza en un Dios que nos cuida y nos mima, quiero traer a colación las escenas familiares que observo en estos días en las grandes superficies y en las tiendas y bares espaciosos. No es infrecuente encontrarte con familias de padres jóvenes que acuden con sus niños pequeños a estos locales en que los peques corretean sin ningún pudor, con afán competitivo, de vez en cuando vuelven la vista hacia la madre o el padre por comprobar si les dan el «visto bueno» y en seguida reanudan la carrera; o se suben a los taburetes y a esas mesas altas que se estilan ahora, arriesgando su estabilidad… No, ellos no tienen miedo al peligro; se sienten arropados por sus progenitores, que no quitan la vista de los niños, por lo que se encuentran súper-protegidos. Así ha de ser nuestra confianza en Dios; total y absoluta.

Correteamos por la vida sin preocuparnos por el riesgo, porque tenemos la certeza de que Dios Padre, Padre y Madre, no deja de mirarnos, de cuidar nuestros pasos, de mimarnos y abrazarnos. Como nuestros padres de aquí abajo.

Pedro Mari Zaldibe

Domingo XII de Tiempo Ordinario

En el discurso de la misión, a la que Jesús envía a los apóstoles, nos encontramos ante este texto (preocupante) sobre el tema del miedo. El texto está redactado de forma que el miedo se menciona cuatro veces. Es un texto repetitivo, insistente. Lo que hace pensar que el Evangelio presenta este asunto como un problema con el que hay que tener mucho cuidado. Estamos ante un problema grave y bastante peligroso. Sin duda, más peligroso de lo que sospechamos. ¿Por qué este miedo? Y sobre todo, ¿qué consecuencias entraña este desagradable asunto?

Lo primero, y lo más evidente, que aparece en este texto del evangelio de Mateo, es que la predicación del Reino de Dios enfrenta, al que lo predica, con situaciones muy peligrosas para quien se dedica a esa tarea. Es decir, el reinado de Dios es un asunto que da miedo. Y da miedo porque es origen y fuente de situaciones muy peligrosas. Que Dios va a ser de verdad el Rey, que va a ser, por tanto, el que mandará y cuya voluntad se impondrá en la conciencia de los ciudadanos, eso —si es que se toma en serio y se acepta firmemente— resulta ser la más grave de todas las amenazas. Sobre todo, amenaza para quienes tienen el poder y con el poder se imponen a los demás. El reinado de Dios es un anuncio que da miedo a los que tienen el poder y no están dispuestos a dejarlo. Baste pensar que, si el que manda es Dios y su voluntad se impone, pierden toda su fuerza todos los que nos someten y nos imponen su voluntad. En esto está el secreto y el fondo del asunto.

En definitiva, lo que Jesús está diciendo —sin decirlo así— es que, cuando se predica el Reino, pero eso se trasmite de manera que no da miedo predicarlo, entonces hay que preguntarse si realmente lo que anunciamos es el Reino de Dios o es otra cosa, que se puede parecer al anuncio del Reino, pero que en realidad no es tal cosa. El Reino de Dios no se anuncia impunemente. Y, si es que se anuncia con impunidad y hasta con aceptación y aplauso, entonces hay que preguntarse si lo que se anuncia es el Reino de Dios o, en realidad, se anuncia otra cosa. Por ejemplo, puede ocurrir que se anuncie y propague la religiosidad, la piedad, la devoción, la sumisión a la Iglesia…, lo que sea. Pero no el Reino de Dios. El Evangelio es así. Y las exigencias de Jesús son como son. Jesús (con su Evangelio) es bondad, es misericordia, es perdón, es libertad. Pero, si es que aceptamos a Jesús (con su Evangelio), ¿vamos a seguir indiferentes ante tanto sufrimiento, tanta injusticia, tanta codicia, tanto escándalo…, como estamos viendo, viviendo y soportando?

¡Que el Señor Jesús nos dé luz y fuerza para vivir, en este mundo tal como es, la luz y la vida del Reino que anunció el mismo Jesús!

José María Castillo

Pidamos al Sagrado Corazón, por los agonizantes

I

MILES de almas, pasan cada día de este mundo a la eternidad. Por consiguiente, miles de personas están a todas horas en dolorosa agonía. Y ¿qué es la agonía? Son los últimos instantes concedidos a aquélla alma antes de presentarse al tribunal. Son las últimas luchas entre la gracia de Dios y la sugestión del diablo, en aquel corazón que ambos se disputan toda la vida. Son momentos preciosos, de los cuales, así puede salir una eternidad feliz, como una eternidad desventurada. Al paso que se le van acabando al cuerpo sus fuerzas; mientras va faltándole al pecho la respi- ración, a los ojos la luz, a los miembros el calor y el movimiento, va acercándose el alma a aquélla región de la cual no se puede volver atrás.

Esto es agonizar, esto es morir. ¡Y miles de hermanos nuestros están cada día, ahora mismo, en este preciso instante, en este trance tan angustioso! Roguemos por ellos hoy y cada día al Sagrado Corazón de Jesús!

¡Oh Corazón Divino, que agonizaste en el Huerto y en el Calvario! sé luz y consuelo de estos hermanos nuestros en su dolorosa agonía. Mira bondadoso a estas almas privadas de todo humano consuelo, y que pendientes entre el cielo que desean y el infierno que temen, colocadas entre el tiempo que les huye y la eternidad que les viene encima, no tienen ya a quien volverse más que a Ti.

¡Corazón agonizante de nuestro divino Salvador! Sé Tú el bálsamo Cordial para esos hermanos nuestros en su angustiosa situación!

Medítese unos minutos.

II

Un día seremos nosotros los que nos hallaremos en agonía. Los que varias veces hemos presenciado en otros, por nosotros pasará y en nosotros lo verán entristecidos nuestros amigos. Dirán que llegó el fin para nosotros, la hora de abandonar este mundo, al que hemos entregado, quizás con demasía, nuestro pobre corazón.

¡Corazón de Jesús! Cuando me falte todo, y todo me huya, y todo me desampare Tú no me dejarás. ¡Oh dulce Amigo mío! De Ti espero el mejor consuelo que fortalecerá mi espíritu acongojado y calmará su agitación e inquietud; de Ti aguardo, por medio de los Santos Sacramentos, el último abrazo de paz y reconciliación.

Pero entretanto, miles de hermanos nuestros se hallan cada día en estas angustias, y te ruego los socorras. Mientras como, descanso, trabajo, rezo o me divierto, esas almas se hallan pendientes en su suerte eterna de este último combate decisivo. ¡Oh amado Corazón de Jesús! Por aquellas tres amarguísimas horas que en el lecho de la cruz te vieron cielos y tierra agonizante y moribundo, socorre en ese trance a los hijos de tu Corazón

Medítese, y pídase la gracia particular.

Evangelii Gaudium – Francisco I

Desafíos de las culturas urbanas

71. La nueva Jerusalén, la Ciudad santa (cf. Ap 21,2-4), es el destino hacia donde peregrina toda la humanidad. Es llamativo que la revelación nos diga que la plenitud de la humanidad y de la historia se realiza en una ciudad. Necesitamos reconocer la ciudad desde una mirada contemplativa, esto es, una mirada de fe que descubra al Dios que habita en sus hogares, en sus calles, en sus plazas. La presencia de Dios acompaña las búsquedas sinceras que personas y grupos realizan para encontrar apoyo y sentido a sus vidas. Él vive entre los ciudadanos promoviendo la solidaridad, la fraternidad, el deseo de bien, de verdad, de justicia. Esa presencia no debe ser fabricada sino descubierta, develada. Dios no se oculta a aquellos que lo buscan con un corazón sincero, aunque lo hagan a tientas, de manera imprecisa y difusa.

Lectio Divina (25 de junio)

Lectio: Domingo, 25 Junio, 2017 – 15

Dar testimonio del Evangelio sin miedo
Mateo 10,26-33

1. ORACIÓN INICIAL

En la oscuridad de una noche sin estrellas,
la noche vacía de sentido
tú, Verbo de la Vida,
como relámpago en la tempestad del olvido,
has entrado en el límite de la duda,
al abrigo de los confines de la precariedad,
para esconder la luz.
Palabras hechas de silencio y de cotidianidad
tus palabras humanas, precursoras de los secretos del Altísimo:
como anzuelos lanzados en las aguas de la muerte
para encontrar al hombre, sumergido en su ansiosa locura,
y retenerlo preso, por el atrayente resplandor del perdón.
A Ti, Océano de Paz y sombra de la eterna Gloria, te doy gracias:
Mar en calma para mi orilla que espera la ola, ¡que yo te busque!
Y la amistad de los hermanos me proteja
cuando la tarde descienda sobre mi deseo de ti. Amén.

2. LECTURA

Mateo 10,26-33a) El texto:

26 «No les tengáis miedo. Pues no hay nada encubierto que no haya de ser descubierto, ni oculto que no haya de saberse. 27 Lo que yo os digo en la oscuridad, decidlo vosotros a la luz; y lo que oís al oído, proclamadlo desde los terrados. 28 «Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna.29 ¿No se venden dos pajarillos por un as? Pues bien, ni uno de ellos caerá en tierra sin el consentimiento de vuestro Padre. 30 En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. 31 No temáis, pues; vosotros valéis más que muchos pajarillos. 32 «Por todo aquel que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos; 33 pero a quien me niegue ante los hombres, le negaré yo también ante mi Padre que está en los cielos.

b) Momento de silencio:

Dejamos que la voz del Verbo resuene en nosotros.

3. MEDITACIÓN

a) Preguntas para la reflexión:

No hay nada encubierto que no deba ser descubierto: la verdad bajo los velos del silencio se extiende más que si se expone en las ávidas manos de los hombres sordos al soplo del Espíritu. La palabra de Dios que escuchas ¿dónde la colocas? ¿A merced de tus pensamientos aventureros o en el sagrario de tu acogida profunda?

Lo que os digo en la oscuridad decidlo a la luz: Cristo habla en las tinieblas, en el secreto del corazón. Para ofrecer sus palabras a la luz éstas deben pasar por tu pensamiento, dentro de tu sentir, en las entrañas antes de subir a los labios. Las palabras que habitualmente diriges a los otros ¿son palabras dichas en el secreto por Él o silabas de pensamientos que vienen al acaso?

Y no tened miedo de los que matan el cuerpo: ninguno, ni nadie podrá hacerte mal, si Dios está contigo. Podrán hacerte prisionero, pero no podrán quitarte la libertad y la dignidad porque son insustraibles por cualquiera. Miedos, temores, sospechas, ansias… pueden llegar a ser un recuerdo lejano. ¿Cuándo lo dejarás en la confianza que Dios no te abandona nunca y tiene cuidado de ti?

Dos pájaros ¿no se venden quizás por un as? Y sin embargo ninguno de ellos caerá a tierra sin que lo quiera mi Padre. La providencia de Dios puede asemejarse al destino, pero es otra cosa totalmente distinta. Los pájaros caen a tierra No es Dios quien los arroja a tierra, sino que cuando caen el Padre está allí. No es Dios quien manda la enfermedad, pero cuando el hombre se enferma, El Padre está allí con Él. Nuestras cosas le pertenecen. La soledad que a veces nos aprisiona no es abandono. ¿Volveremos alrededor la mirada para encontrar los ojos de Cristo que vive con nosotros aquel momento de desolación?

Quien me reconoce delante de los hombres, también yo lo reconoceré delante de mi Padre: Dar a Cristo el coraje de nuestra fe en Él… esta exigencia de vida en la que Dios no es un accesorio, sino el pan cotidiano y la carta identificadora, ¿por sí te interpela o todavía queda algún deseo oculto? También entre los jefes, dice Juan, muchos creyeron en Él, pero no lo reconocían abiertamente a causa de los fariseos, para no ser expulsados de la sinagoga. ¿Arriesgas tu nombre por Él?

b) Clave de lectura:

¡No temed! Es la palabra clave, que repetida tres veces, confiere unidad al pasaje. Probablemente es una unidad literaria que recoge cuatro dichos aislados. La fe exige como disposición de fondo el no temer. Los argumentos que surgen: proclamación pública del evangelio (vv. 26-27), la disponibilidad para afrontar el martirio sacrificando la vida física para llegar a la vida eterna (v. 28), imágenes de confianza en la providencia (vv. 29-31), la profesión valerosa de la fe en Cristo (vv. 32-33
Es de eficacia notable las contradicciones: velado / desvelado, escondido / conocido, tinieblas / luz, cuerpo / alma, reconocer / renegar…que evidencian las orillas de la vida evangélicamente vivida. Los velos del conocimiento se abren a la luz y sobre los techos del universo la palabra escuchada en el secreto corre. Todo el hombre está presente al corazón de Dios, y si las criaturas de la tierra destilan ternura, cuanto más la vida de una criatura–hijo.

v. 26. No les tengáis miedo. Pues no hay nada encubierto que no haya de ser descubierto, ni oculto que no haya de saberse. Lo que está escondido, no está reservado a unos pocos, sino simplemente guardado en espera de ser manifestado. Hay un tiempo para tener escondido y hay un tiempo para manifestar, diría el Qoelet… saber guardar la verdad en el secreto de los días que pasan: esto es lo que forja la credibilidad de la manifestación. No se puede arrojar una semilla al aire, se guarda en el surco del corazón, se deja a sí misma mientras se transforma muriendo, se le sigue atentamente en su germinar a la luz, hasta que la espiga no esté madura y lista para la siega. Cada palabra de Dios pide pasar a través del surco de la propia historia para llevar a su tiempo fruto abundante.

v. 27. Lo que Yo os digo en la oscuridad, decidlo vosotros a la luz y lo que oís al oído proclamadlo desde los terrados.Jesús habla en el secreto, nosotros hablamos en la luz. Dios habla, nosotros escuchamos y nos convertimos en su boca para otros. Las tinieblas de la escucha, del poner dentro, de asimilar preceden a la aurora de todo anuncio. Y cuando desde los terrados se oiga la buena noticia los hombres se verán obligados a mirar a lo alto. Un tesoro de gloria contiene cada momento de escucha, es un momento de espera que prepara al nacimiento de la luz

v. 28. Y no temáis a los que matan el cuerpo y no pueden matar el alma; temed más bien al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la Gehenna. Se puede tener miedo de aquéllos que pueden golpear lo que no es el hombre en su plenitud: quitar la vida terrena no equivale a morir. El único verdaderamente temible es Dios. Pero Dios también después de la muerte conserva la vida del hombre, por esto no hay que temer. Suceda lo que suceda Dios está con el hombre Y esta es una certeza que permite navegar entre las borrascas más devastadoras porque los tesoros del hombre están guardados por Dios, y de la mano de Dios ninguno puede quitar a los elegidos.

v. 29. ¿No se venden dos pajarillos por un as? Pues bien, ninguno de ellos caerá en tierra sin el consentimiento de vuestro Padre. Dos pajarillos, un as. Un mínimo valor que sin embargo está en el pensamiento del Padre. Donde la vida palpita, allí está Dios, completamente. Este cuidado profundo encanta y consuela…e invita a poner oído a todo lo que vibra y lleva la imagen santa del Eterno esplendor. Dos pajarillos: dos pequeñísimas criaturas, de vida breve. El valor de las cosas no se viene por su grandeza o potencia, sino por aquello que anima a lo que es “cuerpo”. Por tanto, todo espacio habitado que acoge la impronta del Creador es lugar de encuentro con Él, testimonio de su atención.

v. 30. En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. La preocupación de Dios por sus criaturas llega hasta contar los cabellos de nuestra cabeza ¡Es absurdo el Señor en su manera de amar! Cuando la desolación y el abandono se convierten en las palabras de hoy día, bastará contar cualquier cabello de nuestra cabeza recordar la presencia de Dios en nosotros. La protección del Padre celestial no faltará nunca a los discípulos de Jesús. El Misterio que todo lo abraza no puede desaparecer en aquéllos que han elegido el seguir a su Hijo, dejando la tierra de sus seguridades humanas.

v. 31. No temáis pues; vosotros valéis más que muchos pajarillos. Si Dios derrocha sus preocupaciones por dos pajarillos, cuanto más las tendrá por nosotros. De frente a esta imagen viva de la sensibilidad humana y religiosa de Cristo, desaparece el temor. Dios está a favor del hombre, no contra él. Y si calla, no es porque no se preocupe de nosotros, sino porque sus pensamientos sobre nosotros tienen prospectivas más grandes que traspasan los horizontes de la temporalidad terrena.

v. 32. Todo aquél que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos. Reconocerse. Cuando en una plaza llena, te encuentras entre rostros desconocidos, experimenta la sensación de extranjero. Pero apenas vislumbra un rostro familiar se te agranda el corazón y te abres camino hasta llegar a él. Este reconocerse permite manifestarte delante de los otros y de exponerte. Cristo entre la gente es el rostro familiar que debe ser reconocido como Maestro y Señor de nuestra vida. ¿Y qué temor se puede tener pensando que Él nos reconocerá delante del Padre en los cielos?

v. 33. Pero a quien me niegue delante de los hombres, le negaré yo también ante mi Padre que está en el cielo. ¿Podemos pensar en un Jesús vengativo? No es un discurso de poca monta, sino un discurso que nace de un encuentro existencial. El que Cristo no podrá reconocer como algo propio a quien haya escogido todo menos a Él, es un discurso de fidelidad y de respeto a la libertad humana. Dios respeta la criatura al punto tal de no interferir ni en el espacio de su errar. El evangelio exige pertenencia, no palabras o hechos. ¡El corazón habita en el cielo, cuando Cristo es su aliento de vida.

4. ORACIÓN (Salmo 22,23-32)

Contaré tu fama a mis hermanos,
reunido en asamblea te alabaré:
«Los que estáis por Yahvé, alabadlo,
estirpe de Jacob, respetadlo,
temedlo, estirpe de Israel.

Que no desprecia ni le da asco
la desgracia del desgraciado;
no le oculta su rostro,
le escucha cuando lo invoca».

Tú inspiras mi alabanza en plena asamblea,
cumpliré mis votos ante sus fieles.
Los pobres comerán, hartos quedarán,
los que buscan a Yahvé lo alabarán:
«¡Viva por siempre vuestro corazón!».

Se acordarán, volverán a Yahvé
todos los confines de la tierra;
se postrarán en su presencia
todas las familias de los pueblos.
Porque de Yahvé es el reino,
es quien gobierna a los pueblos.
Ante él se postrarán los que duermen en la tierra,
ante él se humillarán los que bajan al polvo.

Y para aquel que ya no viva
su descendencia le servirá:
hablará del Señor a la edad venidera,
contará su justicia al pueblo por nacer:
«Así actuó el Señor».

5. CONTEMPLACIÓN

Señor, entre los velos de lo recibido y no dado que yo pueda meditar y acoger todo de ti. No sea mi anunciarte un repetidor inconsciente, sino una palabra poseída en cuanto que vivida y largamente rumiada. Se desvele a mis sentidos la belleza de tu presencia, y en el misterio de tu donarte incesante descienda el velo del encuentro cerca de ti. El tesoro escondido por los siglos es ahora conocido y de las tinieblas se ha levantado una luz por los siglos. La aurora de un día sin ocaso, reluciendo sobre aquello que el amor ha creado y el pecado ha roto, haga de nuevo todas las cosas. Te reconoceré Dios mío delante de mis hermanos. porque será imposible para mí tener escondida la lámpara que tú has encendido en mi vida. ¿Quién me dará palabras que me creen y hagan de mi limite una definición maravillosa de lo que soy, yo, en particular, como ningún otro? Solo tú, Señor, tienes palabras de vida eterna. Y yo las comeré y ofreceré a costa de ser devoradas con ellas. Me bastará sentirme un pajarillo para encontrar la esperanza cuando la tormenta me bañe, porque los ases que tu das por los pajarillos no se cuentan en tu alforja. Amen.

Temores justos y temores equivocados

El estatuto de la contradicción

En sus angustiosas «confesiones», Jeremías describe la situación conflictiva del profeta, que vive un drama interior desgarrador. Tenemos a un hombre humillado, perseguido, sospechoso, espiado como una presa a punto de caer en una de las numerosas trampas que le han tendido los enemigos.

Como si esto no bastara, siente sobre sí, de manera inquietante, el silencio de Dios. Soledad y abandono.

En este horizonte nublado de desolación aparece sin embargo un rayo de luz: «El Señor está conmigo».

Por eso el profeta se niega a defenderse, a justificarse. Ha «confiado» su causa a Dios.

También en el «discurso misionero», tal como nos lo refiere Mateo, Jesús presenta una condición del apóstol que en muchos aspectos se parece a la de Jeremías.

El apóstol desarrolla su misión viviendo la contradicción como si se tratara de un estatuto existencial.

Es normal que choque con oposiciones incluso furibundas, que sea criticado, amenazado, obstaculizado en su tarea.

Siempre habrá alguien que quiera reducirlo al silencio, quitarlo de en medio. Pero él no debe vacilar, sino hablar con franqueza («lo que os digo al oído, pregonadlo desde la azotea»).

El apóstol debe tener el coraje de atestiguar en favor de Cristo sin consideración de personas, sin calcular los riesgos: «Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo».

En los dos casos se nos presenta la vida del enviado como un camino arduo, sembrado de dificultades de todo tipo, lleno de peligros.

Sólo el que está animado por una gran pasión y no intenta fáciles consentimientos o gratificaciones personales, conseguirá recorrerlo hasta el fondo, en la más absoluta fidelidad, pagando cualquier precio y sobre todo teniendo en cuenta únicamente el juicio de Dios.

Dios está cerca, sostiene a su enviado, con tal que éste se fíe totalmente de él.

La pureza de fines, la transparencia en los medios, la ausencia de intereses personales, la integridad del mensaje, la negación del propio orgullo, constituyen una garantía de apoyo por parte de Dios.

Cuando se resiste a la tentación de emprender el camino de la facilidad, del éxito, de la popularidad, el Señor está de nuestra parte.

Hay temores y temores

«No tengáis miedo a los hombres», advierte Jesucristo.

No temáis a los que hablan mal de vosotros, os calumnian, siembran dificultades en serie en vuestro camino, están en desacuerdo con vuestro mensaje, se burlan de vosotros, os injurian, os tratan como a locos.

«No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma».

No tengáis miedo de los que se encarnizan contra vosotros, de los que se oponen a vuestras iniciativas, de los que recurren incluso a las amenazas para obligaros a callar, de los que quieren avergonzaros e incluso atentan contra vuestra vida.

No son las balas las que tienen que daros miedo. ¿No es verdad, Oscar Romero?

Temed más bien a los que os halagan, a los que os enredan en la red de los compromisos, de los pactos, de las diplomacias sutiles, de los juegos de poder, de los intereses económicos.

Tened miedo de los que os aseguran su protección, su apoyo, sus favores, sus privilegios, sus exenciones.

Temed a los que os aplauden, a los que halagan vuestra vanidad, a los que os hacen sentir importantes, a los que se declaran solemnemente de acuerdo con vosotros.

Tened miedo de los que os asignan un puesto de honor en sus palcos, a los que os invitan a sus recibimientos, a los que os reservan una parte en el teatro del mundo.

Desconfiad de los fáciles asentimientos, de las adulaciones, de los honores, de los ritos de mutuo reconocimiento, de las ceremonias exteriores.

No os fiéis de las inclinaciones devotas, de los golpecitos en la espalda, de las fórmulas hipócritas, de los ofrecimientos «desinteresados».

Rechazad todo lo que se paga con concesiones de la conciencia, con disimulos de la palabra, con complicidades con la injusticia.

Tened miedo de los que pretenden sustituir la vocación profética con la astucia política.

Guardaos de los que intentan transformaros de hombres de Dios en personajes decorativos, en guardianes del orden constituido en provecho de los poderes dominantes, en diligentes burócratas.

Rechazad con decisión las actitudes serviles, las hipocresías, las alianzas sospechosas.

Tened miedo de los que os reverencian con la intención de instrumentalizaros para sus propios planes.

Temed a los que intentan haceros pasar a su despacho por una puerta lateral, para que no tengáis que rozaros con la gente vulgar.

Estad al servicio de todos, pero guardaos de dejaros «utilizar» para ciertas operaciones que no tienen nada que ver con el evangelio.

Evitad el trato con los «grandes», con los sabios y poderosos, que os dicen que con ellos podríais llegar a ser «alguien». Decidles con claridad que preferís seguir siendo «nadie».

Perdeos en medio de la gente, y no os dejéis incluir en los cortejos triunfales o ser recibidos en los palacios.

En resumen: tened miedo de los que «facilitan» las cosas.

Y no temáis meteros por un camino solitario, arduo, arriesgado. Fiaos de mí. Y fiaos en las condiciones poco favorables. Sentíos seguros en la inseguridad.

Exigid la garantía de que nadie os protege. Reivindicad el privilegio de estar indefensos.

Y cuando alguien os eche una mano, decid que ya habéis comprometido vuestras dos manos con el evangelio.

Y si insiste en daros apoyo, responded que ya estáis apoyados «en otra parte». Si luego tenéis la impresión de que ya no podéis y os sorprendéis murmurando que «así no se puede seguir adelante», sabed que por el camino del Calvario alguien se encontró en las misma situación. Y que él os exhorta a encontrar fuerza en la cruz.

El pecado, acera de la gracia

Si lo leemos en profundidad, el tema que estamos tratando se relaciona con el que toca hoy san Pablo. Más aún, encontramos en él algunas motivaciones fundamentales, que lo colocan bajo una luz especial. Podemos decir: no hay que tener miedo, hay que enfrentarse valientemente con la lucha, porque… ya hay un vencedor.

De todas formas, la segunda lectura nos propone uno de los textos más difíciles y discutidos de la Carta a los romanos.

Me gustaría oír hoy a un predicador que la comentase de forma exhaustiva y comprensible. Por mi parte, intentaré simplificar las cosas, subrayando algunos puntos del discurso complejo de Pablo:

-El pecado de «un hombre» (Adán) provocó una herida en el cuerpo de la humanidad, abrió una brecha en el mundo por la que se introdujo el mal, contagiando a todos, propagando los gérmenes de la muerte que han afectado a todo el tejido celular.

-El don de «un solo hombre» (Jesucristo) abre otra brecha a través de la cual «la benevolencia y el don de Dios desbordan sobre todos».

-Entre las dos fuerzas que se enfrentan en el mundo no existe, sin embargo, proporción.

La acción «destructora» de Adán no puede compararse absolutamente con la obra de salvación realizada por Cristo.

Adán y Cristo, a pesar de ser únicos («uno solo»), no son dos figuras simétricas. No existe un reino de Adán y un reino de Cristo. El primero es solamente una copia pálida (o si se quiere, «en negativo») del segundo. Tampoco existe un reino del mal que pueda resistir la comparación con el reino del bien.

Aunque el pecado repercute y se difunde incesantemente en la historia, la gracia posee sin embargo un dinamismo infinitamente más eficaz.

Los pecados, aunque se acumulan a través de los siglos creando un muro, una costra de excepcional espesor, no son capaces de aguantar el choque de la gracia que lo derriba todo y se derrama en el mundo de manera más abundante todavía.

Sin negar o minimizar los daños provocados por la culpa de Adán, Pablo subraya fuertemente el poder superior de la gracia.

El mundo nuevo, inaugurado por Cristo, no es una variante -más o menos ligeramente mejorada- del mundo viejo, un simple ajuste del mismo; le es infinitamente superior y representa su liquidación definitiva. Es algo creativo.

Es el mundo de la vida, nacido del poder de la resurrección. Ahora «hay una muerte que es la muerte de la muerte». O, como dice Lutero, «una muerte devoró a la otra».

Todo ha sido radicalmente transformado.

La cruz de Cristo rompe definitivamente… e irremediablemente el equilibrio del mundo.

-Por tanto, es decisiva la afirmación: «No hay proporción entre la culpa y el don».

La semilla del bien no sólo se enfrenta con la del mal, sino que la supera y se propaga -en extensión y profundidad- con una acción irresistible.

El combate es «desigual».

El mal, a pesar de las apariencias y de los triunfos clamorosos, jamás podrá detener el avance del bien.

El pecado estará siempre en retraso respecto al «don» de la gracia. El pecado «no es más que la acera de la justicia de Dios». O, si preferimos, la peana, el escabel.

-Es necesario hacer referencia a la paradoja de la cruz, que representa un bochorno absoluto, el máximo bochorno de la culpa y el super-máximo del amor.

«En el Gólgota se encontraron y confundieron la mayor desobediencia del hombre (paroxismo de la de Adán) y la totalidad del amor de Dios. En el Gólgota colaboraron el pecado del hombre que mataba al Hijo y la gracia de Dios que hacía ofrenda del Hijo.

Plantaron la misma cruz. Se enlazaron para siempre, se trabaron entre sí. Pero si uno abundó, la otra se desbordó y casi ahogó al primero, dado que de allí se deriva la salvación universal y cósmica (Rom 8, 22)».

-¿Una conclusión muy sencilla, muy sencilla, para nosotros? Esta.La que encierra la expresión: mucho más.

O sea, cuando nos sentimos desconcertados, desanimados, frente a la realidad del mal presente en el mundo, pensemos, como nos sugiere Pablo, que está en acción una fuerza «mucho más… », que está presente y operante algo «mucho más» fuerte.

Pero este «mucho más» no nos permite estar mano sobre mano. Ni desanimados o resignados, ni inertes.

Cada uno de nosotros debe producir esa minúscula brecha a través de la cual desborda en el mundo el «mucho más» del bien.

A. Pronzato

Espiritualidad de comunión

La mayoría de nosotros, en alguna ocasión, hemos tenido carcoma en alguno de nuestros muebles: el pequeño montón de serrín en el suelo delata la presencia de ese insecto que, aunque pequeño, va royendo y taladrando la madera. Por fuera, el mueble se ve bien, la apariencia es buena, pero el interior está socavado. Si no se trata a tiempo, llega un momento en que por cualquier movimiento o golpe un poco brusco el mueble se quiebra y queda inservible.

En el Evangelio de hoy, Jesús nos previene contra lo que podríamos denominar “carcoma espiritual”: No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No; temed al que puede destruir alma y cuerpo. A veces estamos sólo pendientes de los “pecados clásicos” (robar, matar, sexto mandamiento…), y Jesús nos quiere poner en guardia frente a otros pensamientos, sentimientos, actitudes, comportamientos… que quizá no nos parezcan importantes, ni siquiera graves, nos creemos que no nos afectan, aparentemente todo sigue bien, pero que, como la carcoma, nos van royendo y taladrando por dentro y minando nuestra fe y nuestra fortaleza evangélica.

Del mismo modo que el pequeño montón de serrín delata la presencia de la carcoma, ¿cuáles serían los signos de la presencia de esa “carcoma espiritual”? Aunque puede manifestarse de muchas formas, hay unos rasgos comunes, que recogía el documento “Ser y misión de la ACG”.

Por una parte se tiene la experiencia de “miedo” como Jeremías en la 1ª lectura: Oía el cuchicheo de la gente: “Pavor en torno”, porque en el menos malo de los casos, el contexto en el que vivimos los cristianos no sostiene, alimenta y hace razonable la opción cristiana. En el peor de los casos, nuestra fe es discutida y violentada. Por otra parte, y fruto de esa experiencia de miedo, aparecen actitudes de replegamiento, de acomplejamiento… Hay una fuerte tendencia a vivir la fe de un modo privado, oculto y casi vergonzante: no nos atrevemos a decir que somos católicos.

Y esa vivencia intimista de la fe acaba teniendo unas consecuencias: no son pocos los cristianos que han perdido el ímpetu inicial y, sin haber abandonado de forma explícita a Jesucristo, viven la fe de forma muy tibia… Muchos cristianos tienen en su modo de vida rasgos de un modo de vivir secularizado, de una vida en la que Dios no encuentra el sitio que le corresponde.

La “carcoma espiritual” va produciendo una separación entre la fe, la vida y la celebración, al principio en pequeñas cosas, actitudes, comportamientos… Y aparentemente esa separación no nos afecta, todo sigue igual, pero acaba llegando un momento en que se produce la fractura evidente entre el Evangelio y la vida de un importante número de cristianos. Fractura que se percibe en aspectos de la vida cotidiana como la familia, el trabajo, el barrio o pueblo…

Y del mismo modo que la carcoma pasa de un mueble a otro, la “carcoma espiritual” también va pasando de unos a otros, generando un ambiente predominante de pesimismo, de debilidad, de falta de entusiasmo y de pérdida de esperanza por parte de los cristianos. Se constata un menor pulso vital de nuestras parroquias, comunidades y diócesis, una disminución y reducción de la práctica religiosa, y sobre todo un menor celo apostólico… Esta falta de intensidad hace que se impregne en nosotros un estilo vago y de escaso compromiso. Nos conformamos con mantener lo que tenemos, quedando adormecida nuestra dimensión misionera.

¿Detecto síntomas de “carcoma espiritual” en mí, en mi comunidad parroquial, asociación, Movimiento…? ¿Cuáles son más habituales? ¿Cuido la unidad entre fe, vida, celebración?

Cuando sintamos miedo a manifestar nuestra fe, necesitamos recordarnos las palabras de Jeremías: el Señor está conmigo como fuerte soldado; mis enemigos tropezarán y no podrán conmigo. Y cuando sintamos que la “carcoma espiritual” está socavando nuestro espíritu, tengamos presentes las palabras de Jesús: vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo. Apoyémonos en Él para fortalecer la unidad entre nuestra fe y nuestra vida y así hacer frente y atacar la “carcoma espiritual”, porque esa unidad interior es en muchas ocasiones la primera impresión que las personas reciben de lo que es la fe, de lo que la fe consigue en las personas. Si nuestra vida no es coherente con lo que anunciamos, nuestro mensaje suena a hueco, resulta grotesco. De tener una capacidad evangelizadora impresionante, pasa a ser una caricatura de lo que debiera ser.

Nuestros miedos

Cuando nuestro corazón no está habitado por un amor fuerte o una fe firme, fácilmente queda nuestra vida a merced de nuestros miedos. A veces es el miedo a perder prestigio, seguridad, comodidad o bienestar lo que nos detiene al tomar las decisiones. No nos atrevemos a arriesgar nuestra posición social, nuestro dinero o nuestra pequeña felicidad.

Otras veces nos paraliza el miedo a no ser acogidos. Nos atemoriza la posibilidad de quedarnos solos, sin la amistad o el amor de las personas. Tener que enfrentarnos a la vida diaria sin la compañía cercana de nadie.

Con frecuencia vivimos preocupados solo de quedar bien. Nos da miedo hacer el ridículo, confesar nuestras verdaderas convicciones, dar testimonio de nuestra fe. Tememos las críticas, los comentarios y el rechazo de los demás. No queremos ser clasificados. Otras veces nos invade el temor al futuro. No vemos claro nuestro porvenir. No tenemos seguridad en nada. Quizá no confiamos en nadie. Nos da miedo enfrentarnos al mañana.

Siempre ha sido tentador para los creyentes buscar en la religión un refugio seguro que nos libere de nuestros miedos, incertidumbres y temores. Pero sería un error ver en la fe el agarradero fácil de los pusilánimes, los cobardes y asustadizos.

La fe confiada en Dios, cuando es bien entendida, no conduce al creyente a eludir su propia responsabilidad ante los problemas. No le lleva a huir de los conflictos para encerrarse cómodamente en el aislamiento. Al contrario, es la fe en Dios la que llena su corazón de fuerza para vivir con más generosidad y de manera más arriesgada.

Es la confianza viva en el Padre la que le ayuda a superar cobardías y miedos para defender con más audacia y libertad el reino de Dios y su justicia.

La fe no crea hombres cobardes, sino personas resueltas y audaces. No encierra a los creyentes en sí mismos, sino que los abre más a la vida problemática y conflictiva de cada día. No los envuelve en la pereza y la comodidad, sino que los anima para el compromiso.

Cuando un creyente escucha de verdad en su corazón las palabras de Jesús:

«No tengáis miedo», no se siente invitado a eludir sus compromisos, sino alentado por la fuerza de Dios para enfrentarse a ellos.

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio (25 de junio)

Estamos en una época, en la que todo el mundo pregona sus verdades, sobre todo en las redes sociales. Pocos escuchan las razones de los otros y las tertulias televisivas o radiofónicas, se han convertido en enfrentamientos, no digamos el propio Parlamento, o simplemente cualquier esquina, o los bares. Es un momento también difícil para nuestra tarea de evangelizar, sin embargo, Jesús hoy nos dice: “Lo que os digo de noche, decidlo en pleno día, y lo que os digo al oído, pregonadlo desde la azotea”.

Nos repite varias veces: “No tengáis miedo”. En este ambiente de falta de diálogo y de encuentro, los cristianos tenemos un gran desafío, transmitir los valores del Reino. No podemos echar más leña al fuego y aunque nos critiquen y en ocasiones tengamos la sensación, de que muchos ridiculizan nuestra fe, según ellos “nuestro buenismo”, tendremos que seguir apostando por lo que nos transmitió el Maestro. El Evangelio del Reino, desde el principio provocó en muchos rechazo, sobre todo, de los que están contra la justicia, la fraternidad, la dignidad y los derechos de todas las personas. Hay gentes que no pueden entender, como celebramos el domingo pasado, que todos debemos estar sentados en la misma mesa, compartiendo el pan y la vida.

No se trata de ser héroes, se trata de aportar lo que creemos, no de acomodarlo, a las situaciones o a las personas con las que nos relacionemos. Si, ante el quedar mal o no ser bien mirados, claudicamos, está claro que hemos equivocado el centro de lo que creemos. Quizás, lo que más nos tiene que cuestionar, sea el ser mal mirados por los pequeños y necesitados, los débiles, los humildes, las nuevas generaciones, porque pueden hablarnos de que no estamos siendo fieles a nuestra misión evangélica y hemos abandonado el ser testigos.

No debemos confundir tampoco, el defender en la sociedad o a nivel político, sólo nuestros intereses legítimos como Iglesia (clases de religión, la cruz en la declaración de la renta…) y no quedar tan claro, que estamos de parte (de refugiados, inmigrantes, desahuciados, de los que tienen un trabajo precario…). Hay que apostar, por lo que apostó Jesús y con humildad, más allá de nuestros propios intereses, buscar como nos recuerda la Doctrina Social de la Iglesia y muchas instituciones eclesiales (Confer, Cáritas, Justicia y Paz, Manos Unidas…), el bien común.

La última frase del Evangelio de hoy, es seria: “Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. Y sí uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo”. ¿Qué es ponerse de parte de Jesús ante los hombres? Para nosotros, los que estamos aquí en la Eucaristía, que probablemente, no tenemos grandes altavoces ni espacios mediáticos desde los que crear opinión (los cristianos que los tienen deben asumir una gran responsabilidad). Tendremos que reflexionar, cuando estamos entre los vecinos, la familia, el bar, la plaza, y se habla de la economía, el trabajo, los extranjeros, los refugiados, la corrupción, la religión, la familia… y decir desde la Palabra de Dios, después de una sincera búsqueda, el porqué de nuestro cristianismo, sin miedos.
Tenemos un mensaje precioso y cuestionante, sin duda difícil, pero debe ser anunciado cueste lo que cueste: “Por eso, no tengamos miedo; no hay comparación entre nosotros y los gorriones”.

Julio César Rioja