Vísperas – Lunes XII de Tiempo Ordinario

VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: YA NO TEMO, SEÑOR, LA TRISTEZA

Ya no temo, Señor, la tristeza,
ya no temo, Señor, la soledad;
porque eres, Señor, mi alegría,
tengo siempre tu amistad.

Ya no temo, Señor, a la noche,
ya no temo, Señor, la oscuridad;
porque brilla tu luz en las sombras,
ya no hay noche, tú eres luz.

Ya no temo, Señor, los fracasos,
ya no temo, Señor, la ingratitud;
porque el triunfo, Señor, en la vida,
tú lo tienes, tú lo das.

Ya no temo, Señor, los abismos,
ya no temo, Señor, la inmensidad;
porque eres, Señor, el camino
y la vida, la verdad. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.

Salmo 135 I – HIMNO A DIOS POR LAS MARAVILLAS DE LA CREACIÓN Y DEL ÉXODO.

Dad gracias al Señor porque es bueno:
porque es eterna su misericordia.

Dad gracias al Dios de los dioses:
porque es eterna su misericordia.

Dad gracias al Señor de los señores:
porque es eterna su misericordia.

Sólo él hizo grandes maravillas:
porque es eterna su misericordia.

Él hizo sabiamente los cielos:
porque es eterna su misericordia.

El afianzó sobre las aguas la tierra:
porque es eterna su misericordia.

Él hizo lumbreras gigantes:
porque es eterna su misericordia.

El sol que gobierna el día:
porque es eterna su misericordia.

La luna que gobierna la noche:
porque es eterna su misericordia.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.

Ant 2. Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios omnipotente.

Salmo 135 II

El hirió a Egipto en sus primogénitos:
porque es eterna su misericordia.

Y sacó a Israel de aquel país:
porque es eterna su misericordia.

Con mano poderosa, con brazo extendido:
porque es eterna su misericordia.

Él dividió en dos partes el mar Rojo:
porque es eterna su misericordia.

Y condujo por en medio a Israel:
porque es eterna su misericordia.

Arrojó en el mar Rojo al Faraón:
porque es eterna su misericordia.

Guió por el desierto a su pueblo:
porque es eterna su misericordia.

Él hirió a reyes famosos:
porque es eterna su misericordia.

Dio muerte a reyes poderosos:
porque es eterna su misericordia.

A Sijón, rey de los amorreos:
porque es eterna su misericordia.

Y a Hog, rey de Basán:
porque es eterna su misericordia.

Les dio su tierra en heredad:
porque es eterna su misericordia.

En heredad a Israel, su siervo:
porque es eterna su misericordia.

En nuestra humillación se acordó de nosotros:
porque es eterna su misericordia.

Y nos libró de nuestros opresores:
porque es eterna su misericordia.

Él da alimento a todo viviente:
porque es eterna su misericordia.

Dad gracias al Dios del cielo:
porque es eterna su misericordia.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios omnipotente.

Ant 3. Dios proyectó hacer que todas las cosas tuviesen a Cristo por cabeza, cuando llegase el momento culminante.

Cántico: EL PLAN DIVINO DE SALVACIÓN – Ef 1, 3-10

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

El nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos consagrados
e irreprochables ante él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo,
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Éste es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
hacer que todas las cosas tuviesen a Cristo por cabeza,
las del cielo y las de la tierra.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Dios proyectó hacer que todas las cosas tuviesen a Cristo por cabeza, cuando llegase el momento culminante.

LECTURA BREVE   1Ts 3, 12-13

Que el Señor os haga aumentar y rebosar en amor de unos con otros y con todos, así como os amamos nosotros, para que conservéis vuestros corazones intachables en santidad ante Dios, Padre nuestro, cuando venga nuestro Señor Jesucristo con todos sus santos.

RESPONSORIO BREVE

V. Suba, Señor, a ti mi oración.
R. Suba, Señor, a ti mi oración.

V. Como incienso en tu presencia.
R. A ti mi oración.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Suba, Señor, a ti mi oración.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Proclame mi alma tu grandeza, Dios mío.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Proclame mi alma tu grandeza, Dios mío.

PRECES

Llenos de confianza en el Señor Jesús que no abandona nunca a los que se acogen a él, invoquémosle diciendo:

Escúchanos, Señor, Dios nuestro.

Señor Jesucristo, tú eres nuestra luz; ilumina a tu Iglesia
para que proclame a todas las naciones el gran misterio de piedad manifestado en tu encarnación.

Guarda a los sacerdotes y ministros de la Iglesia,
y haz que con su palabra y su ejemplo edifiquen tu pueblo santo.

Tú que, por tu sangre, pacificaste el mundo,
aparta de nosotros el pecado de discordia y el azote de la guerra.

Ayuda, Señor, a los que uniste con la gracia del matrimonio,
para que su unión sea efectivamente signo del misterio de la Iglesia.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Concede, por tu misericordia, a todos los difuntos el perdón de sus faltas,
para que sean contados entre tus elegidos.

Unidos a Jesucristo, supliquemos ahora al Padre con la oración de los hijos de Dios:

Padre nuestro…

ORACION

Quédate con nosotros, Señor Jesús, porque el día ya se acaba; sé nuestro compañero de camino, levanta nuestros corazones, reanima nuestra esperanza; así nosotros, junto con nuestros hermanos, podremos reconocerte en las Escrituras y en la fracción del pan. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo y eres Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

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Lectio Divina (26 de junio)

Lectio: Lunes, 26 Junio, 2017

Tiempo Ordinario

1) ORACIÓN INICIAL

Concédenos vivir siempre, Señor, en el amor y respeto a tu santo nombre, porque jamás dejas de dirigir a quienes estableces en el sólido fundamento de tu amor. Por nuestro Señor.

2) LECTURA

Del santo Evangelio según Mateo 7,1-5

«No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá. ¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu ojo? ¿O cómo vas a decir a tu hermano: `Deja que te saque la brizna del ojo’, teniendo la viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna del ojo de tu hermano.

3) REFLEXIÓN

• En el evangelio de hoy seguimos la meditación sobre el Sermón del Monte que se encuentra en los capítulos 5 y 6 de Mateo. Durante la 10ª y 11ª Semana del Tiempo Ordinario veremos el capítulo 7. En estos tres capítulos 5, 6 y 7 se presenta una idea de cómo era la catequesis en las comunidades de los judíos convertidos en la segunda mitad del primer siglo en Galilea y en Siria. Mateo juntó y organizó las palabras de Jesús para enseñar cómo debía de ser la nueva manera de vivir la Ley de Dios.

• Después de haber explicado cómo reestablecer la justicia (Mt 5,17 a 6,18) y cómo restaurar el orden de la creación (Mt 6,19-34), Jesús enseña cómo debe ser la vida en comunidad (Mt 7,1-12). Al final, hay algunas recomendaciones y consejos finales (Mt 7,13-27). Aquí sigue un esquema de todo el sermón del Monte:

Mateo 5,1-12: Las bienaventuranzas: solemne apertura de la nueva Ley.
Mateo: 5,13-16: La nueva presencia en el mundo: Sal de la tierra y Luz del mundo.
Mateo 5,17-19: La nueva práctica de la justicia: relación con la antigua ley.
Mateo 5, 20-48: La nueva práctica de la justicia: observando la nueva Ley.
Mateo 6,1-4: La nueva práctica de las obras de piedad: limosna
Mateo 6,5-15: La nueva práctica de las obras de piedad: la oración
Mateo 6,16-18: La nueva práctica de las obras de piedad: el ayuno
Mateo 6,19-21: Nueva relación con los bienes materiales: no acumular
Mateo 6,22-23: Nueva relación con los bienes materiales: visión correcta
Mateo 6,24: Nueva relación con los bienes materiales: Dios y el dinero
Mateo 6,25-34: Nueva relación con los bienes materiales: confiar en la providencia
Mateo 7,1-5: Nueva convivencia comunitaria: no juzgar
Mateo 7,6: Nueva convivencia comunitaria: no despreciar la comunidad
Mateo: 7,7-11: Nueva convivencia comunitaria: la confianza en Dios engendra el compartir
Mateo 7,12: Nueva convivencia comunitaria: la Regla de Oro
Mateo 7,13-14: Recomendaciones finales: escoger el camino recto
Mateo 7,15-20: Recomendaciones finales: al profeta se le reconoce por los frutos
Mateo 7,21-23: Recomendaciones finales: no sólo hablar, también practicar
Mateo 7,24-27: Recomendaciones finales: construir la casa en la roca

• La vivencia comunitaria del evangelio (Mt 7,1-12) es la piedra de toque. Es donde se define la seriedad del compromiso. La nueva propuesta de la vida en comunidad aborda diversos aspectos: no ver la brizna que está en el ojo del hermano (Mt 7,1-5), no tirar perlas a los puercos (Mt 7,6), no tener miedo a pedir a Dios cosas (Mt 7,7-11). Estos consejos van a culminar en la Regla de Oro: hacer al otro lo que nos gustaría nos hiciesen a nosotros (Mt 7,12). El evangelio de hoy presenta la primera parte: Mateo 7,1-5.

• Mateo 7,1-2: No juzgar, y no seréis juzgados. La primera condición para una buena convivencia comunitaria es no juzgar al hermano y a la hermana, o sea eliminar los preconceptos que impiden la convivencia transparente. ¿Qué significa esto concretamente? El evangelio de Juan da un ejemplo de cómo Jesús vivía en comunidad con sus discípulos. Jesús dice: “Ya nos les llamaré servidores, porque un servidor no sabe lo que hace su patrón. Les llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que aprendí de mi Padre” (Jn 15,15). Jesús es un libro abierto para sus compañeros. Esta trasparencia nace de su total confianza en los hermanos y en las hermanas y tiene su raíz en su intimidad con el Padre que da fuerza para abrirse totalmente a los demás. Quien convive así con los hermanos y hermanas, acepta al otro como es, sin ideas preconcebidas, sin imponer condiciones previas, sin juzgar al otro. ¡Aceptación mutua sin fingimiento y en total trasparencia! ¡Este es el ideal de la nueva vida comunitaria, nacida de la Buena Nueva que Jesús nos trae de que Dios es Padre/Madre y que, por tanto, todos somos hermanos y hermanas unos de otros. Es un ideal tan difícil y tan bonito y atraente como aquel otro: ”Sed perfecto como el Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48).

• Mateo 7.3-5: Ver la brizna y no percibir la viga. Enseguida Jesús da un ejemplo: “¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu ojo? ¿O cómo vas a decir a tu hermano: `Deja que te saque la brizna del ojo’, teniendo la viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna del ojo de tu «. Al oír esta frase, solemos pensar en los fariseos que despreciaban a la gente tildándola de ignorante y se consideraban mejores que los demás (cf. Jn 7,49; 9,34). En realidad, la frase de Jesús sirve para todos. Por ejemplo, hoy, muchos de nosotros que somos católicos pensamos que somos mejores que los demás cristianos. Pensamos que los demás son menos fieles al evangelio que nosotros. Vemos la brizna en el ojo del otro, sin ver la viga en nuestros ojos. Esta viga es la causa por la cual, hoy, mucha gente tiene dificultad en creer en la Buena Nueva de Jesús.

4) PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL

• No juzgar al otro y eliminar los preconceptos: ¿cuál es la experiencia personal que tengo sobre este punto?

• Brizna y viga: ¿cuál es la viga en mí que dificulta mi participación en la vida en familia y en comunidad?

5) ORACIÓN FINAL

Rebosan paz los que aman tu ley,
ningún contratiempo los hace tropezar.
Espero tu salvación, Yahvé,
y cumplo tus mandamientos. (Sal 119,165-166)

A mi hijo/a

Hijo mío, que estás en la tierra
y te sientes preocupado, confundido, triste…

Yo conozco perfectamente tu nombre
y lo pronuncio bendiciéndolo, porque te amo, es decir, te acepto como has venido siendo.

Juntos construiremos mi Reino, del cual tú eres mi heredero
y en eso no estarás solo porque yo soy en ti como tú eres en Mí.

Deseo siempre que hagas mi voluntad,
porque mi voluntad es que tú seas humanamente feliz.

Tendrás el pan para hoy… no te preocupes.
Pero recuerda, no es solo tuyo, te pido que siempre lo compartas con tu prójimo; es para ti y para todos tus hermanos.

Siempre disculpo todas tus ofensas, aún más, las exculpo,
pues antes de que las cometas, sé que las cometerás,
pero también sé que a veces, es la única forma que tienes
para aprender, crecer e irte identificando conmigo, que es tu vocación… solo te pido de igual manera, te perdones tú y perdones a los que te ofenden.

Sé que tendrás tentaciones y estoy seguro que saldrás adelante. Toma fuerte mi mano, aférrate siempre a Mí,
y Yo te daré el discernimiento
para que te des cuenta que desde hace mucho te di y te seguiré dando la fuerza para que te libres del mal.

Nunca olvides que te amo desde antes del comienzo de tus días, y que te amaré hasta después del fin de ellos,
porque soy en ti… como tú eres en Mí…

Que mi bendición quede contigo desde todo el tiempo
y que mi paz y amor eternos te cubran siempre.
Solo de Mí podías haberlos obtenido y solo Yo podía dártelos, porque ¡Yo soy el Amor y la Paz!

De Dios, tu Padre y Madre

Pidamos al Sagrado Corazón, por nuestros hermanos del purgatorio

I

LA iglesia de Dios tiene hijos suyos necesitados aun fuera de este mundo, y tiene alivio tam- bién para estas necesidades de la otra vida. Entre los combates de la presente y el descanso final de la gloria, hay para muchas almas un plazo de expiación en que se purgan culpas todavía no purificadas, o se pagan deudas todavía no satisfechas. Este plazo de expiación, concedido por la misericordia divina y exigido por su justicia, es el Purgatorio.

El buen devoto del Sagrado Corazón de Jesús no puede menos que ser amigo del Purgatorio. Hay allí almas que un día fueron fervorosísimas, que oraron al pie de los mismos altares que nosotros, que sonrieron con las mismas alegrías cristianas y lloraron con idénticos dolores. Aman a Dios, le desean, tienen segura su próxima posesión. Pero esta dicha se les retarda hasta que sea completo el pago de sus atrasos. En sufragio de ellas, Dios admite nuestras oraciones y buenas obras. ¿Quién se las negará?

Oh Sagrado Corazón! Hazle sentir al mío un tierno afecto, un vivo interés por el alivio de estas almas hermanas mías, que nada pueden ya para sí y que todo lo esperan de nuestra caridad. Derrama sobre sus penas los tesoros de tu Corazón, y apresura el dulce momento de reunirlas eternamente contigo.

Medítese unos minutos.

II

Es gran caridad la caridad para con las almas del Purgatorio. Los grandes santos han sido todos en este punto muy fervorosos. La Iglesia nos da el ejemplo mezclando en todos sus rezos y ceremonias el piadoso recuerdo de los difuntos.

¡Es dulcísima la comunicación de nuestros corazones con los de estos hermanos nuestros, por medio de la oración! ¡Es lazo misterioso, que nos permite tener amigos aun más allá de la tumba, y aleja de nosotros la idea de una separación total!

¡Padres, hermanos, amigos, bienhechores! ¡yo sé que me escuchan en el Corazón de Jesús y que por vía de Él reciben y agradecen mi cariñoso recuerdo!

¡Oh Sagrado Corazón, suavísimo intermediario de estas hermosas confidencias! Da a esas almas la paz que por ellas te piden tus amigos de la tierra, a fin de que un día nos reúnas a todos, en las inefables dulzuras del cielo! Acepta por ellas nuestras oraciones, nuestras limosnas, nuestra Comunión, nuestras mortificaciones, nuestra devoción a Ti. Porque sabemos que te son queridas, las recomendamos a tu compasión. Los méritos de tu vida, Pasión y muerte; las lágrimas de tu Madre; las virtu- des de tus Santos; los servicios de tu Iglesia; todo te lo ofrecemos en pago de tales deudas, para que bondadosamente se lo apliques.

Medítese, y pídase la gracia particular.

Evangelii Gaudium – Francisco I

72. En la ciudad, lo religioso está mediado por diferentes estilos de vida, por costumbres asociadas a un sentido de lo temporal, de lo territorial y de las relaciones, que difiere del estilo de los habitantes rurales. En sus vidas cotidianas los ciudadanos muchas veces luchan por sobrevivir, y en esas luchas se esconde un sentido profundo de la existencia que suele entrañar también un hondo sentido religioso. Necesitamos contemplarlo para lograr un diálogo como el que el Señor desarrolló con la samaritana, junto al pozo, donde ella buscaba saciar su sed (cf. Jn 4,7-26).

Homilía – Domingo XIII de Tiempo Ordinario

Si se dirige la mirada a nuestro mundo, a la casa común de que habla el papa Francisco en su encíclica Laudato Si, se obtiene una impresión ambivalente. Por una parte, nunca como hasta ahora nuestro planeta había llegado a un nivel de desarrollo tecnológico tan global. Las nuevas tecnologías de la información, la sociedad del conocimiento, han conducido globalmente a la emergencia de una sociedad que goza de altas cotas de bienestar. Un mundo basado en el dinero, en el liberalismo político y económico, ha generado inmensas acumulaciones de poder social en manos de muy pocos. La riqueza mal repartida ha generado una enorme asimetría entre la minoría que acumula más y las grandes masas empobrecidas.

El fenómeno de las grandes migraciones de población desde países empobrecidos y en guerra hacia los países ricos de Europa y América está alcanzando cotas alarmantes. Los gobernantes y muchos ciudadanos están inquietos ante lo que suponen la invasión silenciosa de sus territorios. El problema de millones de refugiados parece no encontrar solución por parte de la Unión Europea y de los gobernantes de otros países. A un nivel más local, en España, el problema de las pateras que llevan a muchos hombres y mujeres desesperados a lanzarse al mar en barcazas improvisadas, nos trae cada día la noticia de sus rescates en el mar y, lo que es más doloroso, de la recogida de cadáveres. El Mediterráneo se ha convertido en una gigantesca fosa común que ha engullido a miles de desesperados.

Una sociedad basada en la acumulación del dinero, en el individualismo y en una cultura de ceguera y olvido (como escribía el sociólogo Rafael Díaz Salazar) ha generado esa cruel asimetría social, esa desigualdad que repugna tanto a la sensibilidad humanista como a muchos cristianos. Sin caer en actitudes demagógicas o catastro stas, hay situaciones que hieren los principios más elementales de los derechos humanos.

El papa Francisco ha hablado en diversas ocasiones del drama de los “descartes”: los miles o millones de seres humanos que no cuentan, que han sido arrojados a las cunetas de las grandes autopistas del desarrollo. Son seres humanos que suponen un lastre al desarrollo de otros. Son excedentes, sobrantes, efectos colaterales de un proceso económico global.

Muchas organizaciones no gubernamentales trabajan incansables, con pocos medios, para paliar dentro de lo que cabe el dolor y sufrimiento de tantas gentes. Proyectos de hospitalidad aparecen por doquier, pero son pequeños esfuerzos puntuales que no alivian en la mayor parte de los casos la angustia colectiva de los empobrecidos.

La liturgia de hoy domingo invita a las comunidades parroquiales y no parroquiales que celebran la eucaristía a re exionar sobre esta realidad de nuestro mundo. Si la eucaristía quiere ser mesa compartida con todos, y en especial con los más desfavorecidos, estos hechos que suceden a nuestro alrededor deben afectar la sensibilidad humana y cristiana de los que nos acercamos a compartir nuestra vida en torno al misterio del pan y del vino.

El libro segundo de los Reyes, en sus capítulos 4, 5 y 6, nos habla del profeta Eliseo y de su gran sensibilidad social a favor de aquellos sumidos en el abandono o la marginación. Así, se acerca a la viuda sin recursos a la que asiste, o se acerca a Naamán el sirio que sufría lepra. Y San Pablo, en la carta a los Romanos, insiste en la dimensión social de nuestro bautismo: por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que andemos en una vida nueva. Es decir, el bautismo recibido debe transformar nuestra vida. Y el texto del evangelio de Mateo que hemos proclamado es muy exigente con los seguidores de Jesús: amar a Jesús más que a tu propio padre o tu propia madre, parece muy cruel. Pero hay que entender lo que dice. Se refiere a que el seguimiento de Jesús, que implica sensibilidad y compromiso social con los desfavorecidos, con las víctimas, con los descartados, con los que sobran, debe ser más fuerte que los vínculos que nos unen con los familiares más cercanos como el padre o la madre. Jesús pide una transformación radical del corazón que impulse a vivir para los demás, y sobre todo a favor de los marginados. Porque, como dice Jesús en este texto de San Mateo, «quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado». Es decir, que quien abre su corazón para recibir, acoger y dar hospitalidad a los marginados, está recibiendo al mismo Jesús. El contexto de estas palabras parece aludir a recibir a los discípulos enviados en misión al mundo. Pero también podría entenderse como la acogida por parte de la comunidad cristiana a aquellos privados de lo más elemental del ser humano. Y esto implica que está dando cobijo al mismo Dios. Y, por si no estaba demasiado claro, Mateo pone en boca de Jesús este caso particular: «Y todo aquel que dé de beber tan solo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, por ser discípulo, os aseguro que no perderá su recompensa».

La celebración comunitaria de la eucaristía debe impulsar a los cristianos a leer los textos del Antiguo y del Nuevo Testamento desde la clave del compromiso humano por los demás. ¿Qué hacemos para paliar la desigualdad de nuestro mundo? ¿Qué capacidad tiene nuestra comunidad para movilizarse, no solo abriendo el monedero, sino también abriendo el corazón a los demás?

Leandro Sequeiros San Román, S.J.

Mt 10, 37-42 (Evangelio Domingo XII de Tiempo Ordinario)

Los inicios de las primeras comunidades cristianas no fueron fáciles, al surgir en un contexto socio-cultural y religioso ajeno a la propuesta de vida nueva del Evangelio. El Discurso misionero da buena prueba de ello. Por eso, no sorprende la desproporción que muestra entre el envío, propiamente dicho (vv. 5-15), y las consecuencias del mismo, en forma de persecución y división (vv. 16-39). Tanto la tensa relación con el exterior (judaísmo), como las dificultades al interior de las comunidades se reflejan en el conjunto de este Discurso.

La misión recibida es exigente y totalizante, por eso puede ser incompatible incluso con el mantenimiento de los lazos familiares. ¿Realmente el amor al padre, a la madre, al hijo o a la hija impiden ser un verdadero seguidor de Jesús («no es digno de mí»)? Una cuidada construcción sintáctica en forma de dos antítesis expresa la radicalidad de esta opción por el seguimiento: «El que ama – más que a mí – no es digno».

El significado de la antítesis se encuentra en el centro: «más que a mí». Es la relación del discípulo con Jesús lo que le hace digno o no; una relación de intimidad y entrega absoluta que relativiza el resto de las relaciones humanas. El Reino de Dios exige disponibilidad absoluta aceptando que, en algunas ocasiones, puede llevar incluso a la ruptura de los vínculos humanos. No es amar a la familia o no amar lo que hace digno de Jesús, sino la disponibilidad radical y absoluta para entregarse a su causa.

La imagen de «cargar con la cruz» expresa la consecuencia de esta opción de entrega total al seguimiento. El centro de la construcción gramatical expresa, de nuevo, el significado de sus palabras: «no carga con la cruz – me sigue – no es digno». No se trata de un ejercicio ascético y dolorista aceptando con resignación el sufrimiento que conlleva ser discípulo. Al contrario, lo que hace digno de él es seguir a Jesús aceptando y acogiendo la cruz. Es un ejercicio activo, consciente, asumido libremente. El destino del discípulo está configurado con el destino del Maestro: entregar la vida por amor.

Este ejercicio de cargar con la cruz y seguir a Jesús se transforma en una promesa de vida definitiva: «El que pierda su vida por mi causa, la encontrará». No se trata, como ya se ha dicho, de perder la vida fruto de la resignación o de una espiritualización del dolor. Aquí está en juego la disposición a aceptar la renuncia como fruto de la apuesta por un estilo de vida evangélica. Perder la vida por causa de Jesús es un ejercicio de amor sin límites.

Después de anunciar la persecución y divisiones que provoca la misión de los discípulos, el Discurso misionero finaliza positivamente con unas palabras sobre la acogida y la hospitalidad dispensada a los que anuncian el evangelio, insistiendo en la recompensa que recibirán quienes estén abiertos a esta acogida. El enviado y el que envía son lo mismo; la relación de intimidad entre el discípulo (enviado) y Jesús (el que envía) signi ca que acoger al primero es acoger al Maestro; y quien le acoge a Él está acogiendo al Padre.

La misión que Jesús confía a los discípulos implica persecución y divisiones, asumir la cruz y la entrega de la propia vida; seguirle es identificarse con su destino. Pero el destino del discípulo es una vida plena y definitiva, don gratuito del Padre, porque acoger al enviado es acoger al Padre.

Óscar de la Fuente de la Fuente

Rom 6, 3-4.8-11 (2ª lectura Domingo XIII de Tiempo Ordinario)

En la noche del Sábado Santo, en el ámbito solemne de la vigilia pascual, habíamos escuchado completo el texto (Rom 6,3-11) del que hoy leemos, como segunda lectura, el comienzo y el final (versículos 3-4 y 8-11). Pablo, en su reflexión sobre el pecado y la justificación, se detiene a explicar a los destinatarios de su carta el sentido profundo del bautismo cristiano. Comienza con una interrogación retórica, recurso frecuente en él: «¿Es que no sabéis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte?».

Hemos de tener en cuenta que el apóstol está evocando aquí la forma de administrar el sacramento que era propia de los primeros siglos del cristianismo: el bautismo por inmersión. La palabra griega baptízein signi ca, en efecto, originariamente «sumergir». El gesto del catecúmeno al sumergirse por completo en la piscina bautismal expresaba de modo muy grá co (con una transparencia que lamentablemente se ha perdido por completo en nuestra forma de bautizar) esa identificación con Cristo en su muerte, ese «descender» con él al lugar de los muertos: «Fuimos sepultados con él en la muerte».

Pero si queremos identificarnos con la muerte de Cristo, es para participar también de su resurrección gloriosa: «para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva». Nuestra manera de experimentar la resurrección del Señor, de participar de ella, ya en esta vida terrena, tiene que ver con estar en el mundo de una manera nueva, diferente.

En el versículo 8, donde la lectura litúrgica retoma el texto, Pablo reitera lo dicho anteriormente: «Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él». Continúa explicando que Jesús, una vez resucitado de entre los muertos, ya no está sometido a la muerte (versículo 9), y por ello tampoco al pecado (versículo 10). La asociación entre muerte y pecado, que nos recuerda el texto del capítulo 5 que escuchábamos la semana pasada, tiene su contrapartida en la relación entre gracia y vida: «Quien vive, vive para Dios». La identificación bautismal con la persona de Cristo, con su muerte y su resurrección, que es la raíz de nuestra vida cristiana, se traduce, para Pablo, en el abandono del pecado (el ámbito de la muerte) y el paso a una existencia «para Dios» (el ámbito de la gracia, de la vida verdadera): «Consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús». Este es el proyecto que todo bautizado está llamado a realizar a lo largo de su vida en este mundo.

José Luis Vázquez Pérez, S.J.

2Re 4, 8-11. 14-16 (1ª lectura Domingo XIII de Tiempo Ordinario)

Dentro del ciclo del profeta Eliseo (2 Re 2,1- 13,25) el capítulo 4 da inicio a una serie de relatos de prodigios que sitúan la gura de este profeta en continuidad y en paralelismo con la gura y actividad profética de su maestro Elías. En concreto, la liturgia nos presenta en esta lectura el comienzo del episodio de Eliseo con una mujer de Sunén, que le acoge en su casa y que recibe como contrapartida de esa acogida la promesa del nacimiento de un hijo (el resto del capítulo 4, 17-37 continúa con los avatares del hijo nacido de esa promesa y su muerte inesperada que es ocasión de nuevo milagro de Eliseo al revivirlo; el paralelismo con el episodio del profeta Elías y la viuda de Sarepta es claro cfr. 1Re 17,17-34).

Así pues, el texto de hoy se centra en la hospitalidad de una “mujer principal”, de buena posición y con medios suficientes, y en el reconocimiento que ella le brinda a Eliseo como “hombre de Dios”. Eliseo se presenta con un profetismo itinerante, y en sus idas y venidas pasa por Sunén, donde esta mujer le ofrece su generosa hospitalidad. Nos puede parecer un relato más de la hospitalidad como actitud bíblica, pero tiene sus matices importantes. Ya tan solo por la insistencia en la hospitalidad merece fijar la mirada, pues sigue siendo una actitud necesaria en nuestra sociedad, en nuestra cultura, en nuestra Iglesia y nuestras comunidades ante la itinerancia, la movilidad humana forzada: refugiados, migrantes económicos…

El episodio nos muestra una hospitalidad activa. La mujer tiene que convencer a su marido y además se pone manos a la obra: «construyamos en la terraza una pequeña habitación y pongámosle arriba una cama, una mesa una silla y una lámpara, para que cuando venga pueda retirarse». Es decir, la hospitalidad -y no sería poco- no se limita a una acogida pasiva y a repartir aquello que sobra o a dar condiciones mínimas de supervivencia; tiene una dimensión de “incidencia social” (convencer al marido) que supone vencer las resistencias culturales y ser proactivos en campañas sociales y en generar opinión pública a favor de los que están de paso y podemos acoger en nuestra casa. Resulta ejemplar, y no difícil de actualizar para nuestros días, la actitud de aquella mujer que se empeña en poner las condiciones que el profeta necesita, sin escatimar en medios, para facilitar que tenga las mismas condiciones que uno más de la casa.

Ante tal desvelo, la respuesta y preocupación del huésped por recompensar, desde el agradecimiento, el buen trato recibido, que ciertamente supera las expectativas desinteresadas de aquella mujer. La respuesta de la mujer (v. 13) deja claro que su acción no busca ningún beneficio, es generosidad desinteresada y, como en otros casos de la Biblia (Sara en Gn 18,1-15), cuesta creer en la promesa, sea por inesperada sea por inverosímil (en este caso es la vejez del marido la que imposibilita la fecundidad de la pareja). Es casi un tópico decir que acoger al otro en nuestra casa es un honor y que nos dan más que lo que damos, pero hoy seguimos teniendo oportunidad de hacer experiencia de ello, aunque seamos conscientes de que lo que para nosotros es una oportunidad para otras personas es la necesidad apremiante de poder seguir con vida digna.

José Javier Pardo Izal, S.J.

Comentario al evangelio (26 de junio)

El Evangelio de hoy, nos da un principio de sabiduría: “no juzguéis y no seréis juzgados”. Y seguidamente nos habla del sentido de la vista. ¿Qué relación tendrán?
Juzgar, en sentido amplio, es algo que hacemos todos los días: sopesar, valorar, discernir… para responder ante lo que tenemos delante. Actuar sin “juzgar” sería hacer por hacer, sin tener en cuenta la realidad. Ese “juicio” ante una situación será más atinado cuantos más datos tengamos, cuanta más información manejemos, cuanto mejor veamos. Por eso es necesario tener una mirada limpia, abierta, libre de “pre-juicios”, para que nuestro “juicio” sea acertado.

Jesús nos alerta para que aunque ejerzamos nuestra capacidad de juzgar no nos convirtamos en jueces de los demás. Y mucho menos, en jueces hiper-exigentes, que sólo están atentos a ver los defectos y fallos de los otros, pasando por alto los errores propios.

En el fondo, Jesús quiere decirnos que sólo Dios juzga con verdadera justicia. Porque Él es que conoce toda la realidad. Y no se queda en las apariencias, sino que ve el corazón… Y por eso, sin dejar de ser justo, es capaz de ser misericordioso.

Si conociéramos todos los datos de una situación y toda la historia de una persona, nuestro juicio sería más real y ayudaría a avanzar la vida, en vez de condenar. Por eso, aunque tengamos que realizar juicios para vivir y también sea evangélico hacer corrección fraterna, es sabio dejar el último juicio a Dios. No juzgar nunca la intención de la personas, e intentar ayudar a que la acción de cada uno colabore al bien común, comenzando por nuestro actuar.

Porque además, “la medida que uséis, la usarán con vosotros”.

Luis Manuel Suárez CMF