Jueves XIII de Tiempo Ordinario

Hoy es 5 de julio, jueves de la XIII semana de Tiempo Ordinario.

Un día más contigo, Señor. Para salirme del vértigo voraz de la prisa y del trabajo. Y gustar del tiempo que no pasa y que llena tanto. Así, a solas, como me gusta estar con los que quiero y sé que me quieren. Para ofrecerme del todo, sin miedo a lo que me pidas, sabiendo, que sea lo que sea, estará bien.

La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 9, 1-8):

En aquel tiempo, subió Jesús a una barca, cruzó a la otra orilla y fue a su ciudad. Le presentaron un paralítico, acostado en una camilla. Viendo la fe que tenían, dijo al paralítico: «¡Ánimo, hijo!, tus pecados están perdonados.»

Algunos de los escribas se dijeron: «Éste blasfema.»

Jesús, sabiendo lo que pensaban, les dijo: «¿Por qué pensáis mal? ¿Qué es más fácil decir: «Tus pecados están perdonados», o decir: «Levántate y anda»? Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados.»

Dijo, dirigiéndose al paralítico: «Ponte en pie, coge tu camilla y vete a tu casa.»» Se puso en pie, y se fue a su casa. Al ver esto, la gente quedó sobrecogida y alababa a Dios, que da a los hombres tal potestad.

Cuántas parálisis de miedo, de cobardía, de indecisión, de falta de confianza, de falsas promesas y buenos propósitos, podrían ser cambiadas si hay una verdadera fe en Dios. Esa fe que mueve montañas y que hasta el mismo Jesús admira es la que Dios coloca cada día en tus manos con la esperanza de que mueva algo de lo que tienes paralizado.

No se sabe quién llevó al paralítico a la presencia de Jesús. El texto dice: le trajeron. Ese es el anonimato en el que todavía trabajan tantas y tantas personas. Su nombre no se conoce, no salen en la televisión. Nunca reciben premios de ningún tipo, no son famosos. Pero su presencia es tan importante, que sin ella este mundo estaría paralítico de esperanza, dejado al triste destino de permanecer para siempre, en una camilla.

Al leer de nuevo el evangelio, centra tu atención en las palabras centrales que Jesús dirige al paralítico. Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa. Curarse de verdad es descubrir que debemos cargar con aquello que hasta ese momento creíamos que superaba nuestras fuerzas. Aquí y ahora, Jesús, haciéndote esa misma invitación que al paralítico.

Señor Jesús, gracias por la fuerza que el estar contigo me transmite. No es las cosas sean más fáciles, pero sí me siento más confiado a la hora de afrontarlas. Siento que crece el amor con el que las quiero hacer y de su mano viene la alegría y la creatividad. Y el pensar que sí voy a ser capaz de sacar adelante. Gracias, Señor, porque el estar contigo me devuelve la fe, en el camino de la vida, que tan a menudo pierdo.

Tomad, Señor y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento, y toda mi voluntad. Todo mi haber y poseer. Vos me lo disteis, a vos, Señor, lo torno. Todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad. Dadme vuestro amor y gracia, que esta me basta.

Liturgia 5 de julio

Oración Colecta

    Señor Dios nuestro:
    Con frecuencia no entendemos
    lo que nos pides en la vida.
    Danos una fe confiada -te rogamos-
    para que sigamos creyendo en ti
    incluso cuando no vemos
    a dónde nos llevas.
    Danos la fe de Abrahán,
    dispuesto a sacrificar a su hijo;
    Danos la fe del paralítico,
    que encontró renovado valor
    cuando recibió perdón por sus pecados.
    Mándanos levantarnos y caminar
    con la certeza de que tú nos amas
    y quieres llevarnos hacia ti,
    que eres Dios por siempre,
    por los siglos de los siglos.

Intenciones

    – Para que la Iglesia, consciente de sus propios defectos, ofrezca humildemente compasión y perdón a todos los que yerran, y llegue a ser en nuestro mundo signo e instrumentos de reconciliación. Oremos.

    – Para que sepamos mostrar especial cuidado y amor por los minusválidos, por los niños paralíticos o en silla de ruedas que nunca podrán jugar, por los ciegos que nunca podrán ver el mundo lleno de color creado por Dios, por los sordos profundos que nunca podrán oír o cantar canciones de alegría. Oremos.

    – Para que nuestros hogares sean lugares de mutuo entendimiento, comprensión y reconciliación; que los jóvenes aprendan de sus padres a perdonar ofensas y a aceptarse mutuamente en su diversidad e individualidad. Oremos.

Oración sobre las Ofrendas

    Señor Dios nuestro:
    Por medio de este pan y este vino
    nos unes con tu Hijo.
    Él permaneció fiel a ti
    cuando le pediste
    un sacrificio imposible, el de la cruz..
    Al ofrecer este sacrificio de tu hijo,
    ayúdanos a aprender de él a decir sí
    a toda tarea o sacrificio
    que nos pidas en la vida.
    Danos esta fe, este amor y lealtad
    por medio de Jesucristo nuestro Señor.

Oración después de la Comunión

    Señor, Dios nuestro:
    Nos has fortalecido de nuevo
    por la presencia de Jesús, tu Hijo.
    Ensancha los horizontes de nuestra fe
    y ayúdanos a aceptar,
    no solo con nuestra mente
    sino también con nuestros corazones
    y con todo nuestro ser
    que tú ves más lejos que nosotros,
    que tu corazón es más grande que el nuestro,
    y que el sacrificio es el precio que hay que pagar
    por libertad, alegría y felicidad.
    Haznos disponibles para aceptar esto
    en confianza y amor,
    por Jesucristo nuestro Señor.

Bendición

    Con el paralítico del evangelio de hoy cuando fue curado, alabamos y damos gracias a Dios, que nos dice a nosotros también cuando hemos pecado: «Levántate y anda». Que el Señor les mantenga a ustedes caminando por sus caminos y que él les bendiga abundantemente, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Santo Tomás Moro

En Londres, en Inglaterra, martirio de santo Tomás Moro, que es conmemorado, junto con san Juan Fisher, el día veintidós de junio.

Al principio y al fin de la monarquía medieval en Inglaterra se yerguen las figuras conmovedoras de dos mártires. El uno dio su vida para mantener libre a la Iglesia de los ataques de la monarquía durante tres siglos y medio. El otro murió por defender a la Iglesia de los ataques del rey. Ambos se llamaban Tomás y los dos fueron cancilleres del reino, favoritos de un monarca y ambos amaron a Dios más que al rey. Esta serie de coincidencias es extraordinaria. Y, si la semejanza entre los dos mártires se desvanece cuando se los estudia más de cerca, es sobre todo, en razón de las diferencias que hay entre el siglo XII y el pleno Renacimiento del siglo XVI, entre el estado clerical, al que pertenecía Tomás Becket y el estado laico de Tomás Moro.

Tomás nació en Cheapside, el 6 de febrero de 1478. Era hijo de Sir John More, abogado y juez, y de su primera esposa, Inés Grainger. Tomás estudió de niño en la escuela de San Antonio. A los trece años le recibió en su casa el arzobispo de Canterbury, el cual adivinó su inteligencia y le envió a proseguir sus estudios en el Colegio de Canterbury de la Universidad de Oxford. El padre de Tomás era muy estricto y sólo le enviaba dinero para lo indispensable. Si el joven Tomás se quejó de ello, como sin duda lo hizo, debió comprender más tarde la prudencia de la conducta paterna, ya que la falta de dinero le impidió distraerse de los estudios que tanto le gustaban. El padre de Tomás le sacó de Oxford a los dos años. En febrero de 1496, cuando tenía dieciocho años, Tomás entró a estudiar en la escuela de leyes de Lincoln’s Inn; en 1501, empezó a practicar la abogacía y, en 1504, pasó a formar parte del Parlamento. Ya entonces era gran amigo de Erasmo y tenía por confesor a Colet; con Guillermo Lilly tradujo al latín los epigramas de la Antología Griega y dictó cursos sobre el «De Civitate Dei», de San Agustín, en St. Lawrence Jewry. En una palabra, era un joven muy brillante y a sus éxitos se añadía la simpatía personal.

Durante algún tiempo, Tomás tuvo serias dudas sobre su vocación. Pasó cuatro años en la Cartuja de Londres, puesto que tenía, sin duda, cierta inclinación por la vida de los cartujos, aunque también se sentía atraído por la Orden de San Francisco. Pero, como no estaba seguro de que Dios le llamase a la vida monástica y no quería ser un sacerdote mediocre, acabó por contraer matrimonio, a principios de 1505. Pero, aunque era un hombre de mucho mundo, en el buen sentido de la expresión, jamás compartió el desprecio del ascetismo que caracterizaba a tantos personajes del Renacimiento. Muy al contrario: desde los dieciocho años empezó a vestir una camisa de pelo (cosa que divertía enormemente a su nuera, Ana Cresacre); se disciplinaba los viernes y la víspera de las fiestas, iba a misa todos los días y rezaba el oficio parvo de Nuestra Señora. Erasmo dijo de él: «Nunca en mi vida he visto a nadie a quien interese menos la comida… Pero no es un hombre que desprecia las buenas cosas de la vida».

La primera esposa de Moro se llamaba Juana y era hija de Juan Colt, vecino de Netherhall de Essex. El yerno de Moro, Guillermo Roper, cuenta a este propósito que Moro «se inclinaba más bien a casarse con la segunda hija de Colt, que era más hermosa y mejor dotada que la primogénita, Juana; pero, al caer en la cuenta que ésta sufriría mucho y se avergonzaría de ver que su hermana menor se casaba antes que ella, Moro, movido a compasión, empezó a hacerle la corte y contrajo matrimonio con ella». Este hecho nos revela, a la vez, la alta calidad moral de Tomás Moro y lo que se consideraba en su época como la quintaesencia de la caballerosidad. Tomás y Juana fueron felices y tuvieron cuatro hijos: Margarita, Isabel, Cecilia y Juan. En la casa de Tomás Moro se practicaba fielmente el deber y se cultivaba amorosamente el saber; como el diletantismo no tenía cabida en ella, en nuestra época se habría dicho probablemente que los Moro eran un poco «tiesos». Tomás se inclinaba por la educación de las mujeres, no por feminismo doctrinal, sino simplemente porque lo encontraba razonable y porque lo recomendaban varios santos de la antigüedad, como san Jerónimo y san Agustín, «por no hablar de otros». La familia y los criados se reunían para las oraciones de la noche y, en las comidas, se leía una perícopa de la Escritura y un breve comentario. Uno de los hijos del santo se encargaba de la lectura, a la que seguía habitualmente una discusión; las cartas y los dados estaban prohibidos. Tomás hizo una donación para una capilla en la parroquia de Chelsea y aun cuando era canciller del reino, no tenía reparo en ir a cantar ahí con el coro, revestido de sobrepelliz. «Cuando Moro se enteraba de que alguna mujer de los alrededores iba a dar a luz, acostumbraba ponerse en oración hasta que le avisaban que el niño había nacido felizmente… También tenía por costumbre ir personalmente a informarse acerca de las necesidades de las familias pobres… Con frecuencia invitaba a su mesa a sus vecinos pobres, a quienes recibía con gran sencillez y bondad; en cambio, rara vez invitaba a los ricos y casi nunca a los miembros de la nobleza» (Stapleton, «Tres Thomae»). Pero, si bien los ricos iban rara vez a casa de Moro, éste recibía con frecuencia la visita de humanistas como Grocyn, Linacre, Colet, Yilly, Fisher y en general, de todos los personajes distinguidos por su cultura y religiosidad, tanto de Inglaterra como del continente. Tal vez el personaje más asiduo en sus visitas y a quien Moro recibía con mayor gusto, era Erasmo de Rotterdam. Algunos autores han intentado desfigurar esa amistad; los protestantes exageran la pretendida falta de ortodoxia de Erasmo, y los católicos minimizan los lazos que le unían con Moro. Pero el mejor testimonio es el del propio Tomás: «Si hubiese yo visto en mi querido Erasmo los bajos propósitos que encuentro en Tyndale, no sería ya mi querido Erasmo. Pero mi querido Erasmo detesta y aborrece los errores y herejías que Tyndale enseña y practica abiertamente; por consiguiente, Erasmo seguirá siendo mi querido Erasmo».

En sus primeros años de vida matrimonial, Tomás Moro vivió en Bucklesbury, en la parroquia de San Pedro Walbrook. En 1509, murió Enrique VII. Moro se había opuesto en el Parlamento a la política económica de dicho monarca con tanto éxito, que su propio padre había sido encarcelado en la Torre de Londres y había tenido que pagar cien libras de multa. La entronización de Enrique VIII inauguró un período de prosperidad para el joven abogado, quien al año siguiente fue nombrado profesor en Lincoln’s Inn y asistente del alcalde de Londres. Pero, por la misma época, la «pequeña Utopía de Moro» se desmoronó con la muerte de su querida esposa, Juana Colt. El santo contrajo matrimonio unas cuantas semanas más tarde con Alicia Middleton. Se han escrito muchas tonterías acerca de ese matrimonio tan rápido, pero la cosa no tiene nada de extraño: Moro era un hombre de gran sentido común y no carecía de sensibilidad; como tenía cuatro hijos, se casó con una viuda siete años mayor que él, que sabía gobernar una casa y era locuaz, bondadosa y de mucho sentido común. Algunos autores han hablado del matrimonio de Moro como si se tratase de un segundo martirio. Pero no se puede censurar a Alicia Middleton por no haber estado a la altura de su marido; Alicia no era una Xantipas y, probablemente, su único defecto, si así puede llamarse realmente, era que no sabía apreciar las bromas de su esposo. Por lo demás, debemos reconocer que las bromas de Moro hubiesen colmado la paciencia a cualquiera. Moro se trasladó entonces de Bucklesbury a Crosby Place; la casa de Chelsea no la ocupó sino hasta unos doce años más tarde.

En 1516, Moro acabó de escribir la «Utopía». No vamos a discutir aquí el sentido profundo de esa obra. Baste con citar la opinión de Sir Sidney Lee, según el cual «hay que buscar en los otros escritos de Moro sus ideas prácticas sobre la religión y la política». El Rey y Wolsey habían decidido llamar a la corte a Moro. El santo no lo deseaba particularmente, pues conocía lo suficiente a los reyes y sus cortes para saber que la felicidad no se encontraba ahí. A pesar de ello, no rehusó sus servicios al soberano y ascendió rápidamente en categoría hasta ser nombrado, en octubre de 1529, canciller del reino, en lugar de Wolsey, quien había caído en desgracia. Los testimonios de la época nos permiten considerar a Moro desde un doble punto de vista. Erasmo escribía: «En las cosas serias, no hay mejor consejo que el de Moro y, si el rey quiere divertirse un poco, no encontrará una conversación más amena que la de su canciller. Con frecuencia se presentan asuntos complicados y difíciles; en tales casos Moro da muestras de tal prudencia, que ambas partes quedan satisfechas. Sin embargo, Moro no se ha dejado ganar jamás por los regalos. ¡Dichoso país aquel cuyos monarcas pueden escoger a hombres con las cualidades de Moro!… El nombramiento no ha afectado en nada su sencillez… Se diría que el rey le ha nombrado defensor de los pobres». El cartujo Juan Bouge, que conocía a Moro todavía más íntimamente, escribía en 1535: «Por lo que toca a Sir Thomas More, perteneció en una época a mi parroquia de Londres… Fue, además, mi hijo espiritual. Sus confesiones eran tan nítidas, tan claras y tan a fondo, que rara vez me ha sido dado oír otras como las suyas. Es un caballero muy versado en leyes, artes y teología…» Tomás Moro era tan buen cortesano como puede serlo un cristiano y un santo, es decir, muy bueno. Por otra parte, su amistad con Enrique VIII no le cegaba acerca de los defectos del monarca. Moro supo ganarse el cariño del soberano y jamás le fue desleal; pero no se hacía ilusiones sobre él, como lo prueba lo que decía a su yerno: «Te aseguro que no puedo enorgullecerme de la amistad del rey, porque si pudiese comprar un castillo de Francia al precio de mi cabeza, no vacilaría en hacerlo».

Cuando fue nombrado canciller del reino, Moro estaba escribiendo contra el protestantismo y particularmente contra las doctrinas de Tyndale. Algunos de sus contemporáneos se quejaban de que el estilo de Moro en sus controversias no era bastante solemne, y la posteridad le acusa de no haber escrito con suficiente aliño; como quiera que fuese, lo cierto es que su tono era más moderado del que se acostumbraba en el siglo XVI. La integridad y la rectitud caracterizaban las polémicas del santo, el cual prefería ridiculizar a sus adversarios en vez de clamar contra ellos, cuando comprendía que la argumentación seria no serviría de nada. Pero, en la controversia con Tyndale, por mucha razón que tuviese Moro, era incapaz de igualar la perfección, la claridad y la tersura del estilo de su adversario. Moro empleaba seis páginas para decir lo que Tyndale era capaz de explicar en una. Pero, aunque algunos autores no piensan así, la actitud de Moro respecto de los herejes era muy leal y moderada. El santo se oponía a la herejía, no a los que la sostenían. Según su propia confesión, «en el ejercicio de mi cargo, jamás he mandado torturar ni azotar a un solo hereje, ni he permitido que se les toque un pelo de la ropa. Dios es testigo de que no he hecho más que encarcelarlos para evitar que difundan la herejía». Vale la pena estudiar un poco la actitud de Moro respecto de la cuestión, entonces candente, de la publicación de la Biblia en las lenguas vulgares. Moro sostenía que había que traducir algunos libros de la Sagrada Escritura; la traducción de los otros debía dejarse a la discreción de cada ordinario, ya que, según el santo, un ordinario «no tendría tal vez dificultad en permitir que una persona leyese los Hechos de los Apóstoles, sin permitir por ello que leyese el Apocalipsis». Exactamente como «un buen padre determina quiénes de sus hijos poseen suficiente discreción para servirse de un cuchillo para cortar la carne y quiénes correrían peligro de cortarse los dedos. Así pues, en la cuestión de la lectura de la Sagrada Escritura, yo opino (con el debido respeto a la opinión ajena), que algunos pueden leerla sin gran peligro y no sin gran provecho en inglés; pero ello no significa que debamos divulgarla en inglés en todo el mundo… Y puedo decir que algunos de los clérigos más distinguidos que he conocido compartían esta opinión».

Cuando Enrique VIII impuso al clero la obligación de reconocerle como «Protector y Jefe Supremo de la Iglesia de Inglaterra» (cosa que el Acta de Convocación corrigió un tanto con la frase «en cuanto la ley de Cristo lo permite»), Moro, según cuenta Chapuys, el embajador del emperador francés, trató de renunciar a su cargo; pero el monarca le convenció para que siguiese a su servicio y le encargó de estudiar «el gran asunto», que no era otro que el proceso de anulación del matrimonio de Enrique con Catalina de Aragón. El asunto era, en realidad, muy complicado, tanto desde el punto de vista de los hechos como desde el punto de vista legal, de suerte que no tiene nada de extraño que los hombres de buena voluntad se hayan dividido en sus opiniones. Moro, que sostenía la validez del matrimonio, obtuvo permiso del rey para no participar en la controversia. En marzo de 1531, tuvo que anunciar el estado en que se hallaba el proceso a las dos Cámaras del Parlamento; algunos aprovecharon la ocasión para preguntarle su opinión sobre el asunto, pero el santo se rehusó a manifestarla. La situación empeoró. En 1532, el rey propuso que se prohibiese al clero perseguir a los herejes y organizar reuniones sin su permiso. En mayo del mismo año, se introdujo en el Parlamento una moción para suprimir el pago de las anatas o primicias de los obispados a la Santa Sede. Tomás Moro se opuso abiertamente a todas esas medidas, lo cual enfureció al rey. El 16 de mayo, el monarca aceptó la renuncia de su canciller, quien había ejercido el cargo menos de tres años.

La pérdida de sus emolumentos dejó a Moro casi en la pobreza. Al verse obligado a reducir su tren de vida, reunió a toda su familia y le expuso con buen humor la situación, como lo demuestran las palabras con que puso fin a la reunión: «Por consiguiente, tal vez nos veremos obligados a reunir todas las bolsas que hay en la casa para ir juntos a pedir limosna, con la esperanza de que algunas buenas gentes se compadezcan de nosotros. O si no, para mantenernos unidos y contentos, podremos cantar de puerta en puerta la Salve Regina». Moro vivió en la oscuridad dieciocho meses, entregado a la composición de sus obras, y se negó a asitir a la coronación de Ana Bolena. Pero sus enemigos no perdían ninguna ocasión de molestarle y lograron complicarle en el caso de Isabel Barton, «la santa doncella de Kent», de suerte que el nombre de Moro figuró en el acta de acusación. Los lores decidieron entonces oír la defensa de Moro; pero Enrique VIII, a quien no convenía esa perspectiva, mandó suprimir las acusaciones contra el santo. Sin embargo, no estaba lejano el día de la prueba definitiva. El 30 de marzo de 1534, se publicó el Acta de Sucesión, que obligaba a todos los subditos del rey a reconocer los derechos al trono de los hijos que tuviese con Ana Bolena. Poco después, se añadió en la misma Acta que el matrimonio de Enrique VIII con Catalina de Aragón había sido invalidado, que el matrimonio con Ana Bolena era el único válido y que «ninguna autoridad extranjera, así príncipe como potentado» tenía derecho a inmiscuirse en el asunto. Quien se opusiera a dicha Acta, era reo de alta traición. Por otra parte, apenas una semana antes, el Papa Clemente VII había declarado la validez del matrimonio de Enrique VIII y Catalina de Aragón. Muchos católicos prestaron el juramento apoyados en la cláusula restrictiva: «en cuanto la ley de Cristo lo permite». El 13 de abril, en Lambeth, una comisión presentó el juramento a Tomás Moro y al obispo Juan Fisher para que lo firmasen; pero ambos se rehusaron a hacerlo. Sir Thomas fue confiado a la custodia del abad de Westminster. Cranmer trató de persuadir al rey de que negociase un compromiso, pero el monarca se negó a ello. Como Tomás Moro se negase por segunda vez a firmar el juramento, fue encarcelado en la Torre de Londres, a pesar de la ilegalidad de dicho procedimiento.

Tomás Moro pasó quince meses en la Torre de Londres. Dos cosas le distinguieron en ese período: la serenidad con que sobrellevó la injusticia del soberano y el tierno amor que mostró por Margarita, la mayor de sus hijas. Ambos rasgos aparecen en cada línea de las cartas que escribió a su hija y en las que recibió de ella. Citemos un hermoso pasaje que nos transmite Roper: «En realidad, Margarita, estoy aquí tan bien como en mi casa, porque Dios, que me hizo un niño travieso, me guarda contra su corazón y me acaricia como a un pequeñuelo». La familia de Moro trató de obtener el perdón del rey, pero todo fue inútil. Como se le prohibiese recibir visitas, Moro empezó a escribir el «Diálogo del consuelo en la tribulación», que es la mejor de sus obras espirituales. Un escritor francés, el P. Brémond, le considera como un predecesor de san Francisco de Sales, y W. H. Hutton ve en él un antecesor de Jeremías Taylor. En noviembre, se aprobó la acusación de traición que se le había hecho y la Corona confiscó todas las tierras que le había concedido. Moro quedó, pues, reducido casi a la miseria, pues su única renta era una pensión muy modesta de la Orden de San Juan de Jerusalén. La esposa del santo tuvo que vender sus vestidos para procurarle lo necesario y en vano pidió dos veces clemencia al rey, alegando la pobreza y mala salud de su marido. El l de febrero de 1535, entró en vigor el Acta de Supremacía, la cual declaraba al rey «único jefe supremo de la Iglesia de Inglaterra» y reos de traición a los que negasen esa supremacía. En abril, Cromwell fue a visitar en la prisión a Tomás Moro para preguntarle su opinión sobre el Acta, pero el santo se negó a responder. El 4 de mayo, Margarita fue a visitar por última vez a su padre y juntos vieron partir al cadalso a los tres primeros cartujos y a sus compañeros. Moro dijo a su hija: «¡Mira qué contentos van al martirio esos santos, Margarita! Al verlos tan felices se creería que son novios que van a casarse… En cambio a tu padre, como Dios sabe la vida de pecado que ha llevado, no le llama todavía a la eterna felicidad, sino que le deja un poco más en el sufrimiento de las miserias de esta vida». Unos cuantos días después, Cromwell volvió a la Torre de Londres, acompañado de otros funcionarios para interrogar de nuevo a Moro acerca del Acta. Como el santo se negase a responder, Cromwell le echó en cara su falta de valor. Moro respondió: «Como no he llevado la vida de santidad que debería haber llevado, no me atrevo a ofrecerme espontáneamente a la muerte, no sea que Dios castigue mi presunción dejándome caer».

El 19 de junio, sufrieron el martirio otros tres cartujos. El 22, fiesta de san Albano, protomártir de Inglaterra, san Juan Fisher fue decapitado en Tower Hill. Tomás Moro fue convocado a juicio en Westminster Hall nueve días más tarde. Como estaba muy débil, se le permitió sentarse. Se le acusó de haberse opuesto al Acta de Supremacía en sus conversaciones con los miembros del consejo real que habían ido a visitarle en la prisión y en una charla imaginaria con el procurador general Rich. Tomás respondió que jamás había hablado con nadie de su opinión sobre el Acta y que Rich juraba en falso. Termino su defensa con estas palabras: «Vuestras Señorías deben comprender que, en las cosas de conciencia, todo subdito leal y bueno del rey tiene que pensar en su conciencia y en su alma por encima de todas las cosas del mundo…» El tribunal le declaró culpable y le condenó a muerte. Entonces Moro se decidió a hablar con claridad: empezó por negar categóricamente que «un señor temporal pudiese o debiese ser el jefe espiritual» y terminó por decir que, así como san Pablo había perseguido a san Esteban «y sin embargo los dos son santos del cielo y serán eternamente amigos, así yo pido y espero que, aunque Vuestras Señorías hayan sido mis jueces en la tierra y me hayan condenado, nos reunamos un día en el cielo para toda la eternidad». De vuelta a la Torre de Londres, se despidió de su hijo y de su hija. Roper nos dejó una conmovedora descripción de la escena. Cuatro días más tarde, envió a Margarita su camisa de pelo y una carta que decía entre otras cosas: «Me da gusto que tu amor filial y tu caridad no hayan hecho caso de la vana cortesía mundana» (La mayor parte de la reliquia que acabamos de mencionar se halla en el convento de las Canonesas de San Agustín de Newton Abbot, que fundó en Lovaina Margarita Clement, nieta de Moro).

En la madrugada del martes 6 de julio, Sir Thomas Pope fue a comunicar al santo que su ejecución tendría lugar a las nueve de aquella mañana (el rey había conmutado la setencia de la horca y el descuartizamiento por la decapitación). Tomás dio las gracias a su antiguo amigo, le consoló como pudo y le dijo que pediría por el rey. Vestido con su mejor traje, Moro caminó a pie hasta Tower Hill. En el camino habló con varias personas y, al subir al cadalso, dijo unas palabras graciosas al jefe de la guardia. En seguida rogó al pueblo que orase por él y declaró que moría por la Iglesia católica y que era «un buen súbdito del rey pero, ante todo, de Dios». Después recitó el «Miserere», besó y alentó al verdugo, se vendó los ojos y acomodó su barba. La cabeza del santo rodó al primer golpe. Tomás Moro tenía entonces cincuenta y siete años. Su cuerpo fue enterrado en la iglesia de San Pedro ad Vincula, en el interior de la Torre de Londres. Su cabeza estuvo expuesta en el Puente de Londres. Después la reclamó Margarita Roper, quien la depositó en el sepulcro de la familia en la iglesia de San Dunstano.

Moro fue beatificado con otros mártires ingleses en 1886. Su canonización tuvo lugar en 1935. Como lo ha hecho notar más de un autor, si Moro no hubiese sido mártir, habría merecido la canonización como confesor. Algunos santos han llegado al honor de los altares por haber lavado con su sangre una vida de indiferencia y aun de pecado. No así Tomás Moro, quien fue durante toda su vida un hombre de Dios y vivió su propia oración: «Concédeme, Señor, el deseo de estar contigo, no para evitar las penas de este valle de lágrimas, ni para librarme de las penas del pugatorio y del infierno, ni para gozar egoístamente del cielo prometido, sino simplemente por amor a Ti». Así vivió Moro, no en la quietud del claustro, sino en pleno mundo, en su casa, con su familia, entre humanistas y abogados, en los tribunales, en las cortes de justicia y en la corte real.

Laudes – Jueves XIII de Tiempo Ordinario

LAUDES
(Oración de la mañana)

INVITATORIO
(Si Laudes no es la primera oración del día
se sigue el esquema del Invitatorio explicado en el Oficio de Lectura)

V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza

Ant. Venid, adoremos al Señor, porque él es nuestro Dios.

Salmo 94 INVITACIÓN A LA ALABANZA DIVINA

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

Venid, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras.

Durante cuarenta años
aquella generación me repugnó, y dije:
Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Venid, adoremos al Señor, porque él es nuestro Dios.

Himno: CRECE LA LUZ BAJO TU HERMOSA MANO.

Crece la luz bajo tu hermosa mano,
Padre celeste, y suben
los hombres matutinos al encuentro
de Cristo Primogénito.

El hizo amanecer ante tus ojos
y enalteció la aurora,
cuando aún no estaba el hombre sobre el mundo
para poder cantarla.

El es principio y fin del universo,
y el tiempo, en su caída,
se acoge al que es la fuerza de las cosas
y en él rejuvenece.

Él es quien nos reanima y fortalece,
y hace posible el himno
que, ante las maravillas de tus manos,
cantamos jubilosos.

He aquí la nueva luz que asciende y busca
su cuerpo misterioso;
he aquí, en la claridad de la mañana,
el signo de tu rostro.

Envía, Padre eterno, sobre el mundo
el soplo de tu Hijo,
potencia de tu diestra y primogénito
de todos los que mueren. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Despertad, cítara y arpa; despertaré a la aurora.

Salmo 56 – ORACIÓN MATUTINA DE UN AFLIGIDO.

Misericordia, Dios mío, misericordia,
que mi alma se refugia en ti;
me refugio a la sombra de tus alas
mientras pasa la calamidad.

Invoco al Dios Altísimo,
al Dios que hace tanto por mí:
desde el cielo me enviará la salvación,
confundirá a los que ansían matarme,
enviará su gracia y su lealtad.

Estoy echado entre leones
devoradores de hombres;
sus dientes son lanzas y flechas,
su lengua es una espada afilada.

Elévate sobre el cielo, Dios mío,
y llene la tierra tu gloria.

Han tendido una red a mis pasos
para que sucumbiera;
me han cavado delante una fosa,
pero han caído en ella.

Mi corazón está firme, Dios mío,
mi corazón está firme.
Voy a cantar y a tocar:
despierta, gloria mía;
despertad, cítara y arpa;
despertaré a la aurora.

Te daré gracias ante los pueblos, Señor;
tocaré para ti ante las naciones:
por tu bondad, que es más grande que los cielos;
por tu fidelidad, que alcanza a las nubes.

Elévate sobre el cielo, Dios mío,
y llene la tierra tu gloria.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Despertad, cítara y arpa; despertaré a la aurora.

Ant 2. «Mi pueblo se saciará de mis bienes», dice el Señor.

Cántico: FELICIDAD DEL PUEBLO REDIMIDO Jr 31, 10-14

Escuchad, pueblos, la palabra del Señor,
anunciadla en las islas remotas:
«El que dispersó a Israel lo reunirá,
lo guardará como un pastor a su rebaño;
porque el Señor redimió a Jacob,
lo rescató de una mano más fuerte.»

Vendrán con aclamaciones a la altura de Sión,
afluirán hacia los bienes del Señor:
hacia el trigo y el vino y el aceite,
y los rebaños de ovejas y de vacas;
su alma será como un huerto regado,
y no volverán a desfallecer.

Entonces se alegrará la doncella en la danza,
gozarán los jóvenes y los viejos;
convertiré su tristeza en gozo,
los alegraré y aliviaré sus penas;
alimentaré a los sacerdotes con manjares sustanciosos,
y mi pueblo se saciará de mis bienes.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. «Mi pueblo se saciará de mis bienes», dice el Señor.

Ant 3. Grande es el Señor y muy digno de alabanza en la ciudad de nuestro Dios.

Salmo 47 – HIMNO A LA GLORIA DE JERUSALÉN

Grande es el Señor y muy digno de alabanza
en la ciudad de nuestro Dios,
su monte santo, altura hermosa,
alegría de toda la tierra:

el monte Sión, vértice del cielo,
ciudad del gran rey;
entre sus palacios,
Dios descuella como un alcázar.

Mirad: los reyes se aliaron
para atacarla juntos;
pero, al verla, quedaron aterrados
y huyeron despavoridos;

allí los agarró un temblor
y dolores como de parto;
como un viento del desierto,
que destroza las naves de Tarsis.

Lo que habíamos oído lo hemos visto
en la ciudad del Señor de los ejércitos,
en la ciudad de nuestro Dios:
que Dios la ha fundado para siempre.

¡Oh Dios!, meditamos tu misericordia
en medio de tu templo:
como tu renombre, ¡oh Dios!, tu alabanza
llega al confín de la tierra;

tu diestra está llena de justicia:
el monte Sión se alegra,
las ciudades de Judá se gozan
con tus sentencias.

Dad la vuelta en torno a Sión,
contando sus torreones;
fijaos en sus baluartes,
observad sus palacios,

para poder decirle a la próxima generación:
«Este es el Señor, nuestro Dios.»
Él nos guiará por siempre jamás.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Grande es el Señor y muy digno de alabanza en la ciudad de nuestro Dios.

LECTURA BREVE   Is 66,1-2

Así dice el Señor: «El cielo es mi trono y la tierra el estrado de mis pies: ¿Qué templo podréis construirme?; ¿o qué lugar para mi descanso? Todo esto lo hicieron mis manos, todo es mío -oráculo del Señor-. En ése pondré mis ojos: en el humilde y el abatido que se estremece ante mis palabras.»

RESPONSORIO BREVE

V. Te invoco de todo corazón, respóndeme, Señor.
R. Te invoco de todo corazón, respóndeme, Señor.

V. Guardaré tus leyes.
R. Respóndeme, Señor.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Te invoco de todo corazón, respóndeme, Señor.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Sirvamos al Señor con santidad y nos librará de la mano de nuestros enemigos.

Cántico de Zacarías. EL MESÍAS Y SU PRECURSOR      Lc 1, 68-79

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo.
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas:

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
ha realizado así la misericordia que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abraham.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán Profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tiniebla
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Sirvamos al Señor con santidad y nos librará de la mano de nuestros enemigos.

PRECES

Demos gracias a Cristo que nos ha dado la luz del día y supliquémosle diciendo:

Bendícenos y santifícanos, Señor.

Tú que te entregaste como víctima por nuestros pecados,
acepta los deseos y las acciones de este día.

Tú que nos alegras con la claridad del nuevo día,
sé tú mismo el lucero brillante de nuestros corazones.

Haz que seamos bondadosos y comprensivos con los que nos rodean
para que logremos así ser imágenes de tu bondad.

En la mañana haznos escuchar tu gracia
y que tu gozo sea hoy nuestra fortaleza.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Fieles a la recomendación del salvador, digamos llenos de confianza filial:

Padre nuestro…

ORACION

Dios todopoderoso y eterno, humildemente acudimos a ti, al empezar el día, a media jornada y al atardecer, para pedirte que, alejando de nosotros las tinieblas del pecado, nos hagas alcanzar la luz verdadera que es Cristo. Él, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

Oficio de lectura – Jueves XIII de Tiempo Ordinario

OFICIO DE LECTURA

 

INVITATORIO

Si ésta es la primera oración del día:

V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza

Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:

Ant. Venid, adoremos al Señor, porque él es nuestro Dios.

 

Si antes se ha rezado ya alguna otra Hora:

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: CON GOZO EL CORAZÓN CANTE LA VIDA

Con gozo el corazón cante la vida,
presencia y maravilla del Señor,
de luz y de color bella armonía,
sinfónica cadencia de su amor.

Palabra esplendorosa de su Verbo,
cascada luminosa de verdad,
que fluye en todo ser que en él fue hecho
imagen de su ser y de su amor.

La fe cante al Señor, y su alabanza,
palabra mensajera del amor,
responda con ternura a su llamada
en himno agradecido a su gran don.

Dejemos que su amor nos llene el alma
en íntimo diálogo con Dios,
en puras claridades cara a cara,
bañadas por los rayos de su sol.

Al Padre subirá nuestra alabanza
por Cristo, nuestro vivo intercesor,
en alas de su Espíritu que inflama
en todo corazón su gran amor. Amén.

SALMODIA

Ant 1. La promesa del Señor es escudo para los que a ella se acogen.

Salmo 17, 31-51 IV – EL SEÑOR REVELA SU PODER SALVADOR

Perfecto es el camino de Dios,
acendrada es la promesa del Señor;
él es escudo para los que a él se acogen.

¿Quién es dios fuera del Señor?
¿Qué roca hay fuera de nuestro Dios?
Dios me ciñe de valor
y me enseña un camino perfecto;

él me da pies de ciervo,
y me coloca en las alturas;
él adiestra mis manos para la guerra,
y mis brazos para tensar la ballesta.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. La promesa del Señor es escudo para los que a ella se acogen.

Ant 2. Tu diestra, Señor, me sostuvo.

Salmo 17 V

Me dejaste tu escudo protector,
tu diestra me sostuvo,
multiplicaste tus cuidados conmigo.
Ensanchaste el camino a mis pasos
y no flaquearon mis tobillos;

yo perseguía al enemigo hasta alcanzarlo;
y no me volvía sin haberlo aniquilado:
los derroté, y no pudieron rehacerse,
cayeron bajo mis pies.

Me ceñiste de valor para la lucha,
doblegaste a los que me resistían;
hiciste volver la espalda a mis enemigos,
rechazaste a mis adversarios.

Pedían auxilio, pero nadie los salvaba;
gritaban al Señor, pero no les respondía.
Los reduje a polvo, que arrebataba el viento;
los pisoteaba como barro de las calles.

Me libraste de las contiendas de mi pueblo,
me hiciste cabeza de naciones,
un pueblo extraño fue mi vasallo.

Los extranjeros me adulaban,
me escuchaban y me obedecían.
Los extranjeros palidecían
y salían temblando de sus baluartes.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Tu diestra, Señor, me sostuvo.

Ant 3. Viva el Señor, sea ensalzado mi Dios y Salvador.

Salmo 17 VI

Viva el Señor, bendita sea mi Roca,
sea ensalzado mi Dios y Salvador:
el Dios que me dió el desquite
y me sometió los pueblos;

que me libró de mis enemigos,
me levantó sobre los que resistían
y me salvó del hombre cruel.

Por eso te daré gracias entre las naciones, Señor,
y tañeré en honor de tu nombre:
tú diste gran victoria a tu rey,
tuviste misericordia de tu Ungido,
de David y su linaje por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Viva el Señor, sea ensalzado mi Dios y Salvador.

V. Ábreme, Señor, los ojos.
R. Y contemplaré las maravillas de tu voluntad.

PRIMERA LECTURA

Del primer libro de Samuel 12, 1-25

ADVERTENCIAS DE SAMUEL AL PUEBLO

En aquellos días, Samuel dijo a los israelitas:

«Ya veis que os he hecho caso en todo lo que me pedisteis, y os he dado un rey. Pues bien, ¡aquí tenéis al rey! Yo estoy ya viejo y canoso, mientras a mis hijos los tenéis entre vosotros. Yo he actuado a la vista de todos, desde mi juventud hasta ahora. Aquí me tenéis, respondedme ante el Señor y su ungido: ¿a quién le quité un buey?, ¿a quién le quité un burro?, ¿a quién he hecho injusticia?, ¿a quién he vejado?, ¿de quién he aceptado un soborno para que cerrara los ojos? Decidlo, y os lo devolveré.»

Respondieron:

«No nos has hecho injusticia, ni nos has vejado, ni has aceptado soborno de nadie.»
Samuel añadió:

«Yo tomo hoy por testigo frente a vosotros al Señor y a su ungido: no me habéis sorprendido con nada en la mano.»

Respondieron:

«Sean testigos.»

Samuel dijo al pueblo:

«Es testigo el Señor, que envió a Moisés y a Aarón e hizo subir de Egipto a vuestros padres. Poneos en pie, que voy a juzgaros en presencia del Señor, repasando todos los beneficios que el Señor os hizo a vosotros y a vuestros padres:

Cuando Jacob fue con sus hijos a Egipto, y los egipcios los oprimieron, vuestros padres gritaron al Señor, y el Señor envió a Moisés y Aarón para que sacaran de Egipto a vuestros padres y los establecieran en este lugar.

Pero olvidaron al Señor, su Dios, y él los vendió a Sísara, general del ejército de Yabín, rey de Jasor, y a los filisteos, y al rey de Moab, y tuvieron que luchar contra ellos.

Entonces gritaron al Señor: «Hemos pecado, porque hemos abandonado al Señor, para servir a Baal y Astarté; líbranos del poder de nuestros enemigos y te serviremos.» El Señor envió a Yerubbaal, a Barac, a Jefté y a Sansón, y os libró del poder de vuestros vecinos, y pudisteis vivir tranquilos.

Pero, cuando visteis que os atacaba el rey amonita Najás, me pedisteis que os nombrara un rey, siendo así que el Señor es vuestro rey.

Pues bien, ahí tenéis al rey que pedisteis y que habéis elegido; ya veis que el Señor os ha dado un rey. Si teméis al Señor y le servís, si le obedecéis y no os rebeláis contra sus mandatos, vosotros y el rey que reine sobre vosotros viviréis siendo fieles al Señor vuestro Dios. Pero si no obedecéis al Señor y os rebeláis contra sus mandatos, la mano del Señor pesará sobre vosotros y sobre vuestro rey, hasta destruiros.

Ahora preparaos a asistir al prodigio que el Señor va a realizar ante vuestros ojos. Estamos en la siega del trigo, ¿no es cierto? Pues voy a invocar al Señor para que envíe una tronada y un aguacero; así reconoceréis la grave maldad que cometisteis ante el Señor, pidiéndoos un rey.»

Samuel invocó al Señor, y el Señor envió aquel día una tronada y un aguacero. Todo el pueblo, lleno de miedo ante el Señor y ante Samuel, dijo a Samuel:

«Reza al Señor, tu Dios, para que tus siervos no mueran; porque a todos nuestros pecados hemos añadido la maldad de pedirnos un rey.»

Samuel les contestó:

«No temáis. Ya que habéis cometido esa maldad, al menos, en adelante, no os apartéis del Señor: servid al Señor de todo corazón, no sigáis a los ídolos, que ni auxilian ni liberan, porque son puro vacío. Por el honor de su gran nombre, el Señor no rechazará a su pueblo, porque el Señor se ha dignado hacer de vosotros su pueblo. Por mi parte, líbreme Dios de pecar contra el Señor, dejando de rezar por vosotros. Yo os enseñaré el camino recto y bueno; puesto que habéis visto los grandes beneficios que el Señor os ha hecho, temed al Señor y servidlo sinceramente y de todo corazón. Pero, si obráis mal, pereceréis, vosotros con vuestro rey.»

RESPONSORIO    Sir 46, 22. 17

R. Cuando descansaba en su lecho de muerte, invocó por testigos al Señor y a su ungido: * «¿De quién he recibido un par de sandalias?», y nadie se atrevió a contestarle.
V. Según la ley del Señor, gobernó al pueblo; por su fidelidad, se acreditó como profeta.
R. «¿De quién he recibido un par de sandalias?», y nadie se atrevió a contestarle.

SEGUNDA LECTURA

Homilía de san Jerónimo, presbítero, a los recién bautizados, sobre el salmo cuarenta y uno.
(CCL 78, 542-544)

PASARÉ AL LUGAR DEL TABERNÁCULO ADMIRABLE

Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío. Como la cierva del salmo busca las corrientes de agua, así también nuestros ciervos, que han salido de Egipto y del mundo, y han aniquilado en las aguas del bautismo al Faraón con todo su ejército, después de haber destruido el poder del diablo, buscan las fuentes de la Iglesia, que son el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Que el Padre sea fuente, lo hallamos escrito en el libro de Jeremías: Me han abandonado a mí, la fuente de aguas vivas, para excavarse cisternas agrietadas, incapaces de retener el agua. Acerca del Hijo, leemos en otro lugar: Han abandonado la fuente de la sabiduría. Y del Espíritu Santo: El que beba del agua que yo le dé, se convertirá en él en manantial, cuyas aguas brotan para comunicar vida eterna, palabras cuyo significado nos explica luego el evangelista, cuando nos dice que el Salvador se refería al Espíritu Santo. De todo lo cual se deduce con toda claridad que la triple fuente de la Iglesia es el misterio de la Trinidad.

Esta triple fuente es la que busca el alma del creyente, el alma del bautizado, y por eso dice: Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo. No es un tenue deseo el que tiene de ver a Dios, sino que lo desea con un ardor parecido al de la sed. Antes de recibir el bautismo, se decían entre sí: ¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios? Ahora ya han conseguido lo que deseaban: han llegado a la presencia de Dios y se han acercado al altar y tienen acceso al misterio de salvación.

Admitidos en el cuerpo de Cristo y renacidos en la fuente de vida, dicen confiadamente: Pasaré al lugar del tabernáculo admirable, hacia la casa de Dios. La casa de Dios es la Iglesia, ella es el tabernáculo admirable, porque en él resuenan los cantos de júbilo y alabanza, en el bullicio de la fiesta.

Decid, pues, los que acabáis de revestiros de Cristo y, siguiendo nuestras enseñanzas, habéis sido extraídos del mar de este mundo, como pececillos con el anzuelo: «En nosotros, ha sido cambiado el orden natural de las cosas. En efecto, los peces, al ser extraídos del mar, mueren; a nosotros, en cambio, los apóstoles nos sacaron del mar de este mundo para que pasáramos de muerte a vida. Mientras vivíamos sumergidos en el mundo, nuestros ojos estaban en el abismo y nuestra vida se arrastraba por el cieno; mas, desde el momento en que fuimos arrancados de las olas, hemos comenzado a ver el sol, hemos comenzado a contemplar la luz verdadera, y por esto, llenos de alegría desbordante, le decimos a nuestra alma: Espera en Dios, que volverás a alabarlo: «Salud de mi rostro, Dios mío.»»

RESPONSORIO    Sal 26, 4

R. Una cosa pido al Señor, eso buscaré: * Habitar en la casa del Señor por los días de mi vida.
V. Gozar de la dulzura del Señor contemplando su templo.
R. Habitar en la casa del Señor por los días de mi vida.

ORACIÓN.

OREMOS,
Dios nuestro, que quisiste hacernos hijos de la luz por la adopción de la gracia, concédenos que no seamos envueltos por las tinieblas del error, sino que permanezcamos siempre en el esplendor de la verdad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén

CONCLUSIÓN

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.