Las parábolas
Como el domingo pasado, el evangelio nos propone una serie de nuevas parábolas de mano del evangelista Mateo. Las parábolas no son únicamente unos cuentos sencillos puestos a la altura de la comprensión de la gente campesina de los tiempos de Jesús. Son eso, evidentemente, pero son mucho más pues encierran una pedagogía muy especial mediante la que Jesús, sorprendiendo a la gente con un nal inesperado y provocador, nos interpela para que nos preguntemos si el Dios en el que creemos es el Dios de Jesús, el verdadero “Abbá”, como Jesús le llamaba. Según Jesús, ¿Dios es un amo injusto, un padre ingenuo, un pastor iluso…? ¿Es Dios quien tiene que cambiar o soy yo quien tiene que cambiar el corazón? Las parábolas de Jesús sólo se entienden desde la conversión del corazón. Por eso hay mucha gente, nosotros los primeros, que oímos sin entender… o procuramos darle la vuelta a las cosas para poderlas entender sin cambiar el corazón…
¡Hay cizaña!
¡Cómo no! Realmente hay mucha “cizaña” en el mundo… Basta con echar una ojeada al conjunto, abrir el periódico, poner la televisión, mirar al compañero, contemplar la familia… Ése no es el problema ni la cuestión. Todos nosotros y todos los días no podemos dejar de ver la “cizaña” que nos rodea. No podemos dejar de ver la realidad, de juzgarla, de hacernos una opinión, de valorar las cosas… y las personas. Hay que juzgar y valorar en una entrevista de trabajo; hay que conocer de qué pie cojea la gente, los amigos, los compañeros de trabajo, los que componen mi familia, que son más que mi pareja y mis hijos…; es imposible estar ciego con los vecinos, con la gente de la calle, en la tienda, en el autobús, en todas partes…
¿Qué debo hacer con la cizaña?
Cortarla y quemarla. Es lo que razonablemente toca hacer, para poner las cosas en orden y para que no crezca más el mal en el mundo. Pero aquí viene Jesús y nos provoca: ¡déjala crecer…! ¿Entonces? ¿Hay que cruzarse de brazos y dejar que las cosas sigan tan mal como están? Cuando un brazo se gangrena hay que cortarlo, ¿no? Pues Dios dice que no. Dice que… no lo hagas tú, porque tu corazón te puede engañar, porque tú no eres Dios: te puedes equivocar, te puedes precipitar en el juicio, puede que no dejes crecer a la persona y le niegas esa oportunidad que necesita, no ves más que las apariencias…
Porque Dios es tu Dios y tu “juez”, y él te mira –y nos mira- de un modo diferente. Y lo que Jesús nos dice es que seamos “como Dios”… Como dice el libro de la Sabiduría (1a lectura), el poder de Dios le hace perdonar a todos y reprime los ímpetus de los no lo conocen; Dios juzga con moderación, gobierna con indulgencia, y de este modo nos enseña a nosotros.: «el justo debe ser humano»…
Mi cizaña
La cizaña está por todas partes. También en mi corazón. Y Dios no te arranca el corazón: perdona siempre para que puedas arrepentirte e intentar cambiar. Confía en ti y espera que crezcas y madures, que abras los ojos y descubras lo que no quieres ver: tu cizaña. La de tu xenofobia inconfesada, la de tus rencores personales que se mantienen en el tiempo aunque los hayas olvidado, la de tu larvada envidia y tus celos, la de tu orgullo que te pone por encima de los demás.
Dios mira al mundo y no lo destruye. No destruye a los Hitler, ni a los creadores de la bomba atómica, ni a los que inician una guerra, ni a los corruptos, ni a los maltratadores incluso cuando llegan al asesinato, ni a los violadores y pederastas, ni a los malos o locos gobernantes, ni a los mafiosos de las pateras o de la trata de personas, ni a quienes edifican muros y alambradas… Dios hace salir el sol sobre buenos y malos y llueve sobre justos e injustos…, todos tienen derecho al mismo sol y la misma lluvia. No se debe cortar la cizaña y hay que esperar el momento oportuno, que será el tiempo de la siega. Dios es el único juez.
¿Y entre tanto?
Hay que combatir el mal a base de bien, no a base de bombas… Los cristianos tenemos que aprender todavía el arte divino de la no violencia activa «porque no sabemos pedir lo que nos conviene» (2ª lectura). La resistencia al mal, no la agresividad que multiplica la violencia. El dominio de sí y no la cobardía. El diálogo sobre la confrontación. La objeción de conciencia, la resistencia civil, la resiliencia. Quizás todas esas cosas juntas es lo que podríamos llamar la tolerancia que puede ser todo menos indiferencia o insensibilidad. «No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence el mal a fuerza de bien» (Rom 12, 21), porque Dios es así (1ª lectura).
Ángel Luis Gutiérrez de la Serna
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