II Vísperas – Domingo de la Transfiguración del Señor

LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR. (FIESTA)

II VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: EN LA CUMBRE DEL MONTE.

En la cumbre del monte,
su cuerpo de barro
se vistió de soles.

En la cumbre del monte,
su veste de nieve
se cuajó de flores.

En la cumbre del monte,
excelso misterio:
Cristo, Dios y hombre.

En la cumbre del monte,
a la fe se abrieron
nuestros corazones. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un alto monte, y se transfiguró en su presencia.

Salmo 109, 1-5. 7 – EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»

Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.

En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un alto monte, y se transfiguró en su presencia.

Ant 2. Una nube brillante los envolvió y de la nube salió una voz que dijo: «Éste es mi Hijo amado, en quién tengo mis complacencias».

Salmo 120 – EL GUARDIÁN DEL PUEBLO.

Levanto mis ojos a los montes:
¿de dónde me vendrá el auxilio?
El auxilio me viene del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.

No permitirá que resbale tu pie,
tu guardián no duerme;
no duerme ni reposa
el guardián de Israel.

El Señor te guarda a su sombra,
está a tu derecha;
de día el sol no te hará daño,
ni la luna de noche.

El Señor te guarda de todo mal,
él guarda tu alma;
el Señor guarda tus entradas y salidas,
ahora y por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Una nube brillante los envolvió y de la nube salió una voz que dijo: «Éste es mi Hijo amado, en quién tengo mis complacencias».

Ant 3. Cuando bajaban del monte, les dio Jesús esta orden: «A nadie deis a conocer esta visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos». Aleluya.

Cantico: ALABAD AL SEÑOR, TODAS LAS NACIONES – Cf. 1Tm 3,16

R. Alabad al Señor, todas las naciones.

Cristo, manifestado en fragilidad humana,
santificado por el Espíritu.

R. Alabad al Señor, todas las naciones.

Cristo, mostrado a los ángeles,
proclamado a los gentiles.

R. Alabad al Señor, todas las naciones.

Cristo, objeto de fe para el mundo,
elevado a la gloria.

R. Alabad al Señor, todas las naciones.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Cuando bajaban del monte, les dio Jesús esta orden: «A nadie deis a conocer esta visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos». Aleluya.

LECTURA BREVE   Rm 8, 16-17

El mismo Espíritu se une a nosotros para testificar que somos hijos de Dios; y, si somos hijos, también somos herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo, si es que padecemos juntamente con Cristo, para ser glorificados juntamente con él.

RESPONSORIO BREVE

V. Honor y majestad lo preceden. Aleluya, aleluya.
R. Honor y majestad lo preceden. Aleluya, aleluya.

V. Fuerza y esplendor están en su templo.
R. Aleluya, aleluya.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Honor y majestad lo preceden. Aleluya, aleluya.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Al oír la voz, los discípulos cayeron sobre sus rostros, sobrecogidos de temor; pero Jesús se llegó a ellos y, tocándolos con la mano, les dijo: «Levantaos, no tengáis miedo». Aleluya.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Al oír la voz, los discípulos cayeron sobre sus rostros, sobrecogidos de temor; pero Jesús se llegó a ellos y, tocándolos con la mano, les dijo: «Levantaos, no tengáis miedo». Aleluya.

PRECES

Acudamos a nuestro Salvador, maravillosamente transfigurado ante sus discípulos en el monte santo, y digámosle con fe:

Ilumina, Señor, nuestras tinieblas.

Oh Cristo, que, antes de entregarte a la pasión, quisiste manifestar en tu cuerpo transfigurado la gloria de la resurrección futura, te pedimos por la Iglesia que sufre:
que, en medio de las dificultades del mundo, viva transfigurada por la esperanza de tu victoria.

Cristo, Señor nuestro, que tomando a Pedro, Santiago y Juan los llevaste contigo a un monte alto, te pedimos por el papa Francisco y por los obispos:
que, llenos de aquella paz y alegría que son fruto de la esperanza en la resurrección, sirvan fielmente a tu pueblo.

Cristo Jesús, que desde el monte santo hiciste brillar tu rostro sobre Moisés y Elías, te pedimos por Israel, el pueblo que hiciste tuyo desde tiempos antiguos:
concédele que alcance la plenitud de la redención.

Cristo, esperanza nuestra, que iluminaste al mundo entero cuando sobre ti amaneció la gloria del Creador, te pedimos por todos los hombres de buena voluntad:
haz que caminen siempre siguiendo el resplandor de tu luz.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Cristo, Salvador nuestro, que transformarás nuestro frágil cuerpo en cuerpo glorioso como el tuyo, te pedimos por nuestros hermanos difuntos:
transfórmalos a imagen tuya y admítelos ya en tu gloria.

Llenos de esperanza, oremos al Padre como Cristo nos enseñó:

Padre nuestro…

ORACION

Señor Dios, que en la gloriosa transfiguración de Jesucristo confirmaste los misterios de la fe con el testimonio de Moisés y de Elías, y nos hiciste entrever en la gloria de tu Hijo la grandeza de nuestra definitiva adopción filial, haz que escuchemos siempre la voz de tu Hijo amado y lleguemos a ser un día sus coherederos en la gloria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

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Dios Padre habla poco, pero no se limita repetirse

En el Antiguo Testamento, Dios habla con mucha frecuencia, con las más diversas personas (incluso con la serpiente) y sobre toda clase de temas(desde la construcción de un arca que salve del diluvio hasta la táctica militar que debe emplear Josué). Sin embargo, en el evangelio de Mateo, Dios Padre solo habla en dos ocasiones: en el bautismo de Jesús y en la Transfiguración. En las dos dice lo mismo: «Este es mi hijo amado, mi predilecto». Pero en la Transfiguración añade una orden muy importante: «Escuchadle».

El relato de la Transfiguración

Podemos dividirlo en tres partes: la subida a la montaña, la visión, y el descenso de la montaña. Desde un punto de vista literario, se trata de una teofanía, una manifestación de Dios, y los evangelistas utilizan los mismos elementos que empleaban los autores del Antiguo Testamento para describirlas. Por eso, antes de analizar cada una de las partes, recordaré brevemente algunos datos de la famosa teofanía del Sinaí, cuando Dios se revela a Moisés.

En primer lugar, Dios no se manifiesta en un espacio cualquiera, sino en un sitio especial, la montaña. A esa montaña no tiene acceso todo el pueblo, sino sólo Moisés, al que a veces puede acompañar su hermano Aarón (Ex 19,24), o Aarón, Nadab y Abihú junto con los setenta dirigentes de Israel (Ex 24,1). La presencia de Dios se expresa mediante la imagen de una nube espesa, desde la que habla. Es también frecuente que se mencione en este contexto el fuego, el humo y el temblor de la montaña, como símbolo de la gloria y el poder de Dios que se acerca a la tierra. Estos elementos demuestran que los evangelistas no pretenden ofrecer un informe objetivo, histórico, de lo ocurrido, sino crear un clima semejante al de las teofanías del Antiguo Testamento.

La subida a la montaña

Es significativo el hecho de que Jesús sólo elige a tres discípulos, Pedro, Santiago y Juan. Esta exclusión de los otros nueve no debemos interpretarla sólo como un privilegio; la idea principal es que va a ocurrir algo tan importante que no puede ser presenciado por todos. Por otra parte, se dice que subieron «a una montaña alta y apartada». La tradición cristiana, que no se contenta con estas indicaciones generales, la ha identificado con el monte Tabor, que no tiene mucho de alto y nada de apartado. Lo que los evangelistas quieren indicar es otra cosa. Están usando el frecuente simbolismo de la montaña como morada de Dios o lugar de revelación divina.Entre los antiguos cananeos, el monte Safón era la morada del panteón divino. Para los griegos se trataba del Olimpo. Para los israelitas, el monte sagrado era el Sinaí (u Horeb). También el Carmelo tuvo un prestigio especial entre ellos, igual que el monte Sión en Jerusalén. Una montaña «alta y apartada» aleja horizontalmente de los hombres y acerca verticalmente a Dios. En ese contexto va a tener lugar la manifestación gloriosa de Jesús, sólo a tres de los discípulos.

La visión

La presentación de Mateo, muy parecida a la de Mc, aunque con ciertos cambios significativos, es de una agilidad y rapidez asombrosas, que puede hacer que el lector no caiga en la cuenta de todos los detalles significativos. En la visión hay cuatro elementos que la hacen avanzar hasta su plenitud:

1) la transformación del rostro y las vestiduras de Jesús;

2) la aparición de Moisés y Elías;

3) la aparición de una nube luminosa que cubre a los presentes;

4) la voz que se escucha desde el cielo.

1) La transformación de Jesús la expresaba Marcos con estas palabras: «sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no es capaz de blanquearlos ningún batanero del mundo» (Mc 9,3). Mateoomite esta comparación final y añade un dato nuevo: «su rostro brillaba como el sol». No se trata de una luz que se proyecta sobre Jesús, sino de una luz deslumbradora y maravillosa que brota de su interior, transformando su rostro y sus vestidos; simboliza la gloria de Jesús, que los discípulos no habían percibido hasta ahora de forma tan sorprendente.

2) «De pronto, se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él».Moisés es el gran mediador entre Dios y su pueblo, el profeta con el que Dios hablaba cara a cara; sin Moisés, humanamente hablando, no habría existido el pueblo de Israel ni su religión. Elías es el profeta que salva a esa religión yahvista en su mayor momento de crisis, hacia el siglo IX a.C., cuando está a punto de sucumbir por el influjo de la religión cananea; sin él, habría caído por tierra toda la obra de Moisés. Por eso los judíos concedían especial importancia a estos dos personajes. El hecho de que se aparezcan ahora a los discípulos(no a Jesús), es una manera de confirmarles la importancia del personaje al que están siguiendo. No es un hereje ni un loco, no está destruyendo la labor religiosa de siglos, se encuentra en la línea de los antiguos profetas, llevando su obra a plenitud.

En este contexto, las palabras de Pedro proponiendo hacer tres chozas suenan a simple despropósito. Generalmente nos fijamos en las tres chozas. Pero esto es simple consecuencia de lo anterior: «qué bien se está aquí». En el contexto de las anteriores intervenciones de Pedro resulta coherente con su intención de que Jesús no sufra. Es mejor quedarse en lo alto del monte con Jesús, Moisés y Elías que tener que seguir a Jesús con la cruz.

3) «Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió, y dijo una voz desde la nube: Este es mi Hijo amado, mi predilecto. Escuchadlo». Como en el Sinaí, la presencia de Dios se expresa mediante la imagen de una nube espesa, desde la que Dios habla (Ex 19,9).

4) Sus primeras palabras reproducen exactamente las que se escucharon en el momento del bautismo de Jesús, cuando Dios presentaba a Jesús como su siervo. Pero aquí se añade un imperativo: ¡Escuchadlo! Esta orden se relaciona con el anuncio hecho por Jesús una semana antes a propósito de su pasión, muerte y resurrección. A Pedro le provocó un gran escándalo, pero Jesús no dio marcha atrás: «Quien quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz y me siga». Dios Padre confirma que ese mensaje no puede ser eludido ni trivializado. ¡Escuchadlo!

El descenso de la montaña

La orden de Jesús de que no hablen de la visión hasta que él resucite se inserta en la misma línea de la prohibición de decir que él es el Mesías. No es momento ahora de hablar del poder y la gloria, suscitando falsas ideas y esperanzas. Después de la resurrección, cuando para creer en Cristo sea preciso aceptar el escándalo de su pasión y cruz, se podrá hablar con toda libertad también de su gloria.

Resumen

Este episodio no está contado en beneficio de Jesús, sino como experiencia positiva para los apóstoles y para todos nosotros. Después de haber escuchado a Jesús hablar de su pasión y muerte, de las duras condiciones que impone a sus seguidores, tienen tres experiencias complementarias:

1) ven a Jesús transfigurado de forma gloriosa;

2) se les aparecen Moisés y Elías;

3) escuchan la voz del cielo.

Todo esto supone una enseñanza creciente:

1) al ver transformados su rostro y sus vestidos tienen la experiencia de que su destino final no es el fracaso, sino la gloria;

2) al aparecérseles Moisés y Elías se confirman en que Jesús es el culmen de la historia religiosa de Israel y de la revelación de Dios;

3) al escuchar la voz del cielo saben que seguir a Jesús no es una locura, sino lo más conforme al plan de Dios.

J. L. Sicre

Transfiguración del Señor

El padre de Abraham había nacido en Ur, en Caldea (Gen 11, 31) y se había establecido en Harán, mucho más al Norte. Haber nacido en Ur equivalía a haberse visto expuesto a la cultura más desarrollada del mundo de esta época. Ur era el lugar en que habían aparecido los primeros tribunales que conocemos en la historia, así como la primera forma de legislación social. La agricultura había adquirido asimismo cumbres hasta entonces desconocidas. Ahora bien, todo este desarrollo, y los conflictos que el mismo engendra, provoca en el siglo 17mo antes de Cristo un movimiento importante de migración hacia el norte. El pare de Abraham y su familia se vieron llevados por ese movimiento migratorio. Harán, ciudad en la que se establecieron – situada a unos 1.500 kilómetros al norte de Ur – se encontraba en un cruce de rutas para caravanas Se encontraba uno allí en os confines de la civilización sumeria, a la que pertenecía Ur. Ir más lejos equivalía a cambiar de cultura.

Así pues, Abraham pertenecía a una primera generación de inmigrantes en Harán. Y todos sabemos que una primera generación de inmigrantes en un país nuevo precisa de una estabilidad y de seguridad, para poder echar raíces en el nuevo medio. Ahora bien, Abraham recibe de Dios el llamamiento de que abandone esa estabilidad y esa seguridad, y se aventure más allá de las fronteras de su cultura, a que emprenda un viaje a lo desconocido sin otra seguridad que la que le otorga la Palabra de Dios. Abraham aceptó esa palabra de Dios, y ésa es la razón de que se le llamara padre de todos los creyentes: “Marchó – nos dice el libro del Génesis – sin saber a dónde iba”. Su viaje estaba erizado de peligros y de tentaciones, pero los venció y llegó a la tierra prometida.

Casi dos mil años más tarde, fue también enviado de viaje el Hijo de Dios – un viaje que, para utilizar las palabras de san Pablo a los Filipenses, consistía en renunciar a todos sus privilegios. Se instaló en primer lugar en Nazaret, como lo había hecho Abraham en Harán. Pero un día, cuando recibía su Bautismo en el Jordán, escuchó el llamamiento mesiánico, que le enviaba por las rutas de Judea y de Galilea.

Cuando se puso a predicar en Cafarnaum y en Nazaret, quedaron admiradas las turbas, y comenzaron a reverenciarlo como a un profeta. Se libró de esa tentación. Más tarde, tras sus primeros milagros, en especial tras la multiplicación de los panes, quisieron las turbas coronarle como rey. Otra tentación de la que pudo escapar. Pero cuando los verdaderos poderes comenzaron a darse cuenta de que constituía una amenaza, le declararon una guerra sistemática y las multitudes comenzaron a abandonarle poco a poco. En un momento determinado se dio cuenta de que las autoridades del pueblo lograrían llevar a cabo sus planes y que ello le llevaría a la muerte. Ello constituyó un punto de inflexión sumamente importante en su vida activa. A partir de ese momento dedicó la mayor parte de sus tiempo y de su energía a formar a sus discípulos más bien que a enseñar a las multitudes.

El incidente, cuya narración hemos podido leer en el Evangelio de hoy, ha de situarse en ese momento crucial de la vida de Jesús. Acababa de anunciar su muerte a sus discípulos. Y entonces llevó consigo a tres de entre ellos a la montaña para una noche de oración. Y allí, cuando había quedado eliminada toda ilusión, cuando no quedaba ya más que la esperanza pura y desnuda – cuando desaparecía o quedaba derruido cuanto no constituía su misión mesiánica, se reveló su verdadera identidad. Quedó transfigurado. Toda su humanidad quedó reducida a la voluntad del Padre sobre él.

En este episodio de la Transfiguración nos encontramos no sólo con una revelación sobre la persona de Cristo, sino también con una revelación sobre la naturaleza de nuestra vida moral. Tenemos no pocas veces una tendencia a reducir nuestra fe a un ideal moral, a reducir el mensaje evangélico a una regla de vida, por muy noble que ésta sea. En realidad nos vemos llamados a ser transfigurados – a llegar a ser identificados en todo nuestro ser con la voluntad que Dios tiene para con nosotros.; a proseguir a través de nuestra fidelidad nuestro camino por el desierto.

Es un tiempo en el que se nos recuerda que formamos un pueblo en camino por el desierto. Hemos sido llamados y enviados. Aceptar la inseguridad radical de este caminar es el precio que hemos de pagar si queremos llegar a la tierra prometida de nuestra Transfiguración en Cristo.

Con acciones de gracias proseguimos nuestra celebración eucarística en el curso de la cual Cristo se nos entregará como nuevo maná, con el alimento que necesitamos para proseguir nuestro camino.

A. Veilleux

Tráiler del cielo

La palabra «tráiler» es un vocablo inglés que significa «avance» y se utiliza en el argot cinematográfico para presentar un pequeño adelanto de la película que será expuesta en pantalla en fecha más o menos próxima. En este breve avance aparece una selección de las imágenes o escenas más significativas, al objeto de incitar el interés del público y motivarlo para que se anime a acudir al espectáculo.

Hace apenas una semana, Jesús anunció a sus discípulos que las autoridades públicas le harían sufrir mucho, lo matarían y después resucitaría; añadiendo que, si alguno quisiera ser discípulo suyo, debería olvidarse de sí mismo, cargar con su cruz y seguirle. Con ello insinuaba que sus seguidores habrían de correr la misma suerte que él. Para suavizar tan impactante noticia, les añadió que recibirían una buena recompensa. Ellos se quedaron asombrados, asustados y perplejos… Ésta es la razón por la que el Nazareno pone hoy en escena la breve apoteosis de su transfiguración, que no es otra cosa que un tráiler improvisado de lo que será el cielo.

Siempre que hablamos de Dios y de sus cosas, reconocemos que nuestro pensamiento, nuestras categorías mentales se hallan muy lejos de poder expresarse con acierto y precisión, sino que más bien nos quedamos a un nivel humano con conceptos antropomórficos que elevamos al infinito, a sabiendas de que constituyen tan sólo una sombra de lo que Dios es en realidad… Con esta convicción, me atrevo a esbozar algunos perfiles de este maravilloso tráiler.

La primera escena se me ocurre que podría consistir en presentar a un Jesús erguido llamando con un gesto de mano a Pedro, Santiago y Juan. Seguidamente, aparecerían los cuatro subiendo al monte Tabor. Unos compases de música suave y tranquilizadora, que iría en ascenso hasta que se instalaran en la cima del monte… Colocados en el escenario, las connotaciones de la representación las reducimos a cuatro:

La luz. La potente luminosidad que surgió de repente. El rostro de Jesús era resplandeciente como el sol. Allí no había engaño; todo era verdad y transparencia.

La blancura. En aquel escenario no cabía la maldad ni el odio; la ropa de Jesús era blanca como la nieve. Allí no había mentiras ni tapujos tan sólo sencillez y candor.

La sensación de bienestar. Lo declaró el apóstol Pedro: «Señor, hagamos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías»… La sensación de bienestar que invadió a los tres apóstoles, y que expresó Pedro en nombre de los otros dos, era una sensación de gozo que no querían que se acabase, sino que fuese definitiva y para siempre.

La voz desde la nube. El evangelista puntualiza que todavía estaba hablando Pedro, cuando quedaron envueltos en una nube luminosa, y de ella salió una voz que dijo: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco. Escuchadle a él». Esta es la tarea del cristiano: escuchar a Jesús, dejarnos impactar por él y comprometernos a hacer su voluntad.

Éste es, a mi pobre entender, el pequeño avance rudimentario de lo que será el cielo: un derroche de luz, de blancura, y de bienestar interminable…

Ah, y me da la impresión de que allí no hay puertas; el recibimiento y el traslado al lugar merecido se hace siempre por medio de una nube que nos envuelve, nos llena de gozo y nos acomoda en la localidad que nos corresponde… Y esto, para siempre.

Pedro Mari Zalbide

Evangelii Gaudium – Francisco I

Un pueblo con muchos rostros

115. Este Pueblo de Dios se encarna en los pueblos de la tierra, cada uno de los cuales tiene su cultura propia. La noción de cultura es una valiosa herramienta para entender las diversas expresiones de la vida cristiana que se dan en el Pueblo de Dios. Se trata del estilo de vida que tiene una sociedad determinada, del modo propio que tienen sus miembros de relacionarse entre sí, con las demás criaturas y con Dios. Así entendida, la cultura abarca la totalidad de la vida de un pueblo[84]. Cada pueblo, en su devenir histórico, desarrolla su propia cultura con legítima autonomía[85]. Esto se debe a que la persona humana «por su misma naturaleza, tiene absoluta necesidad de la vida social»[86], y está siempre referida a la sociedad, donde vive un modo concreto de relacionarse con la realidad. El ser humano está siempre culturalmente situado: «naturaleza y cultura se hallan unidas estrechísimamente»[87]. La gracia supone la cultura, y el don de Dios se encarna en la cultura de quien lo recibe.


[84] Cf. III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Documento de Puebla (23 marzo 1979), 386-387.

[85] Conc. Ecum. Vat.II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 36.

[86] Ibíd., 25.

[87] Ibíd., 53.

Lectio Divina – 6 de agosto

Lectio: Domingo, 6 Agosto, 2017

1) Oración inicial

Ven, Señor, en ayuda de tus hijos; derrama tu bondad inagotable sobre los que te suplican, y renueva y protege la obra de tus manos en favor de los que te alaban como creador y como guía. Por nuestro Señor.

2) Lectura del Evangelio

Del Evangelio según Mateo 17,1-9
Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los lleva aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. En esto, se les aparecieron Moisés y Elías que conversaban con él. Tomando Pedro la palabra, dijo a Jesús: «Señor, bueno es estarnos aquí. Si quieres, haré aquí tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y de la nube salió una voz que decía: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle.» Al oír esto los discípulos cayeron rostro en tierra llenos de miedo. Mas Jesús, acercándose a ellos, los tocó y dijo: «Levantaos, no tengáis miedo.» Ellos alzaron sus ojos y no vieron a nadie más que a Jesús solo. Y cuando bajaban del monte, Jesús les ordenó: “No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos”.

3) Reflexión

• Hoy es la fiesta de la Transfiguración de Jesús. La Transfiguración acontece después del primer anuncio de la muerte de Jesús (Mt 16,21). Este anuncio transtorna la cabeza de los discípulos, sobretodo la de Pedro (Mt 16,22-23). Ellos tenían los pies en medio de los pobres, pero la cabeza estaba perdida en la ideología dominante de la época. Esperaban a un rey glorioso. La cruz era un impedimento para creer en Jesús. La Transfiguración, donde Jesús aparece glorioso en lo alto de la montaña, era una ayuda para que ellos pudiesen superar el trauma de la Cruz y descubrir en Jesús al verdadero Mesías. Pero aún así, muchos años después, cuando la Buena Nueva ya estaba difundida por Asia Menor y por Grecia, la Cruz seguía siendo un gran impedimento para que los judíos y para que los paganos aceptaran a Jesús como Mesías. “’La cruz es una locura y un escándalo!”, así decían (1Cor 1,23). Uno de los mayores esfuerzos de los primeros cristianos consistió en ayudar a las personas a que percibiesen que la cruz no era escándalo ni locura, sino la expresión más preciosa del poder y de la sabiduría de Dios (1Cor 1,22-31). El evangelio de hoy contribuye en este esfuerzo. Muestra que Jesús vino a realizar las profecías y que la Cruz era el camino para la Gloria. No hay otro camino.
• Mateo 17,1-3: Jesús cambia aspecto. Jesús sube a una montaña alta. Lucas añade que subió allí para rezar (Lc 9,28). Allí encima, Jesús aparece en la gloria ante Pedro, Santiago y Juan. Junto con Jesús aparecen Moisés y Elías. La Montaña alta evoca el Monte Sinaí, donde, en el pasado, Dios había manifestado su voluntad al pueblo, entregando las tablas de la ley. Los vestidos blancos recuerdan a Moisés que quedó fulgurante cuando conversaba con Dios en la Montaña y de él recibía la ley (cf. Ex 34,29-35). Elías y Moisés, las dos mayores autoridades del Antiguo Testamento, conversaban con Jesús. Moisés representa la Ley, Elías, la profecía. Lucas informa que la conversación fue sobre el “éxodo” (la muerte) de Jesús en Jerusalén (Lc 9,31). Así queda claro que el Antiguo Testamento, tanto la Ley como los Profetas, enseñaban ya que para el Mesías, el camino de la gloria tenía que pasar por la cruz.
• Mateo 17,4: A Pedro le gusta, pero no entiende. A Pedro le gusta y quiere asegurarse ese momento agradable en la Montaña. Se ofrece para construir tres tiendas. Marcos dice que Pedro tenía miedo, sin saber lo que estaba diciendo (Mc 9,6), y Lucas añade que los discípulos tenían sueño (Lc 9,32). Ellos son como nosotros: tienen dificultad en entender la Cruz.
• Mateo 17,5-8: La voz del cielo aclaró los hechos. Cuando Jesús es envuelto en la gloria, una voz del cielo dice: «Este es mi Hijo amado en quien me complazco; escuchadle». La expresión “Hijo amado” evoca la figura del Mesías Siervo, anunciado por el profeta Isaías (cf. Is 42,1). La expresión “Escuchadle” evoca la profecía que prometía la llegada de un nuevo Moisés (cf. Dt 18,15). En Jesús, las profecías del AT se están realizando. Los discípulos no pueden dubitar. Jesús es realmente el Mesías glorioso y el camino para la gloria pasa por la cruz, según había sido anunciado en la profecía del Mesías Siervo (Is 53,3-9). La gloria de la Transfiguración lo comprueba. Moisés y Elías lo confirman. El Padre lo garantiza. Jesús lo acepta. Ante todo lo que estaba aconteciendo, los discípulos quedan con mucho miedo y caen rostro en tierra. Jesús se aproxima, los toca y dice: «Levántense y no tengan miedo.» Los discípulos levantan los ojos y ven sólo a Jesús y a nadie más. De aquí en adelante, Jesús es la única revelación de Dios para nosotros. Jesús, y solamente él, es la clave para poder entender la Escritura y la Vida.
• Mateo 17,9: Saber guardar el silencio. Jesús pidió a los discípulos que no dijeran nada a nadie hasta que él hubiese resucitado de los muertos. Marcos dice que ellos no sabían lo que significaba resurrección de los muertos (Mc 9,10). De hecho, no entiende el significado de la Cruz que no enlaza el sufrimiento con la resurrección. La Cruz de Jesús es la prueba de que la vida es más fuerte que la muerte. La comprensión total del seguimiento de Jesús no se obtiene por medio de la instrucción teórica, pero sí por el compromiso práctico, caminando con él por el camino del servicio, desde Galilea hasta Jerusalén.

4) Para la reflexión personal

• Tu fe en Jesús, ¿te ha proporcionado algunos momentos de transfiguración y de intensa alegría? Estos momentos ¿cómo te han dado fuerza en la hora de las dificultades?
• ¿Cómo transfigurar, hoy, tanto la vida personal y familiar, como la vida comunitaria en nuestro barrio?

5) Oración final

Los montes se derriten como cera,
ante el Dueño de toda la tierra;
los cielos proclaman su justicia,
los pueblos todos ven su gloria. (Sal 97,5-6)

La Transfiguración del Señor

A continuación del primer anuncio de la pasión y del llamamiento de Jesús a «seguirle» en el camino de «la cruz» (Mt 16, 21-28 par), el mismo evangelio de Mateo relata este episodio singular y extraordinario de la transfiguración. Para un lector, familiarizado con la lectura de la Biblia, evocar la subida a un monte, mencionando a Moisés y la presencia de una nube, todo eso nos remite al episodio de Moisés en el Sinaí (Ex 24, 1. 9. 15 s). Cuando Moisés bajó del Sinaí, tenía la cara radiante (Ex 34, 29-35). Todo esto expresa la revelación de Dios. Pero en la transfiguración, que aquí relata el evangelio de Mateo, lo que se pone en evidencia es que, en Jesús, Dios se nos da a conocer, no en el resplandor de la gloria, sino en el seguimiento de aquel Jesús que luchó contra el sufrimiento hasta el extremo de ser condenado y excluido por los poderes del sistema.

Por esto, lo que resulta sobrecogedor, en este extraño relato, es que el Dios de Jesús se manifiesta en un hombre que acaba de anunciar el final de su vida, como el final de un excluido, machacado y humillado, como un cadáver colgado de un palo, sobre el que pesaba la maldición que les caía a los «extranjeros» y «rebeldes», los delincuentes violentos y a los esclavos.

Pero, ¡atención!, la transfiguración no es la exaltación del fracaso o del fracasado. Es la afirmación asombrosa de que el Dios más alto y excelso se revela y se encuentra en el ser humano más humillado y humanamente más despreciado. Aquí radica la revolución total que nos presenta el Evangelio. La revolución que no asimilamos. Y, menos aún, integramos en nuestras vidas, que siempre protegemos mediante comportamientos «bien vistos», mediante «piedades y fervores», a través de nuestras pobres «conductas intachables», que bien pueden ser la «ilusión» de los «ilusos».

Al final, los tres discípulos solamente encontraron a «Jesús solo». Es lo único que queda en pie en la vida, como fuente de vida y esperanza de futuro.

José María Castillo

Merece la pena

Hay actividades humanas que requieren una profunda preparación. Un músico debe estudiar durante años, y antes del estreno de una obra, debe ensayar durante varias horas al día. Pero cuando se interpreta la obra y suenan los aplausos del público, siente que ha merecido la pena el esfuerzo.

Un atleta, de cara a una competición, también entrena varias horas al día. Lleva un régimen alimenticio adecuado, un estilo de vida sano, privándose de actividades que le distraerían de su objetivo… pero cuando llega al podium y recibe el trofeo, siente que ha merecido la pena, y ya no le pesa ni el cansancio ni el sudor. El trabajo previo ha sido duro, oculto, ha ocupado muchos meses… pero conseguir el objetivo deseado produce una gran satisfacción y, además, motiva a superarse, a buscar nuevos objetivos, a seguir avanzando a pesar de las posibles dificultades y privaciones, porque merece la pena, es más, es lo que da sentido a la vida.

La semana pasada, con las parábolas del tesoro escondido y la perla de gran valor, vimos la necesidad de estar dispuestos a cambiar o a renunciar a algo, como los personajes de las parábolas, para disfrutar de ese Reino. No es fácil ni cómodo estar atentos a nuestra vida de fe y renunciar a determinadas cosas, podemos sentir cansancio y pensar: ¿Para qué? ¿Merece la pena tanto esfuerzo?

Por eso hoy nos ayuda la celebración de la fiesta de la Transfiguración del Señor, donde Jesús se muestra a sus discípulos, a los de entonces y a nosotros, como triunfador sobre la cruz y la muerte, triunfador sobre toda cruz y sobre toda muerte.

Con la palabra “transfiguración”, queremos indicar la experiencia de fe en la que Pedro, Santiago y Juan experimentan a Jesús más allá de su figura humana, más allá de lo que ahora conocen de Él y de lo que ahora están viviendo con Él, para contemplarlo momentáneamente en la gloria a la que llegará tras su muerte y resurrección.

Jesús está próximo a su pasión y a su muerte en la Cruz, pero les muestra que más allá de ésta hay un horizonte de Vida eterna. Jesús quería que algunos de sus discípulos tuvieran una experiencia así para confirmarles en que Él es verdaderamente el Hijo de Dios, y así pudieran afrontar lo que tendrían que pasar en el futuro.

Pero no todos los discípulos tienen esa experiencia: sólo los que suben con Jesús a la montaña, es decir, los que no se echan atrás ante el esfuerzo y las renuncias que conlleva seguir a Cristo.

Nuestro seguimiento de Jesús en la vida de fe nos resulta a veces exigente, como bien sabemos. Y en muchos momentos nos puede entrar el cansancio, las ganas de abandonar, sobre todo si tenemos que padecer alguna situación de cruz o de muerte. Pero el Señor Resucitado camina a nuestro lado, y si no abandonamos, también nos ofrecerá algunos “momentos de transfiguración”, como a Pedro, Santiago y Juan en los que percibiremos su presencia con especial intensidad, y de este modo ayudarnos en nuestro caminar.

Para ello, debemos hacer como los discípulos, y “subir a la montaña”, es decir, poner de nuestra parte lo que podamos para seguir al Señor, estando dispuestos, aunque nos cueste trabajo, a renunciar a todo aquello que obstaculiza o frena nuestro seguimiento de Cristo.

Y siempre, en todo momento, como ha indicado la voz del Padre, debemos permanecer a la escucha de Jesús, mediante la oración y la meditación de su Palabra, para no equivocar el camino, porque merece la pena para gozar de esos encuentros de transfiguración que Él nos va a ofrecer.

La fiesta de la Transfiguración nos anima a ser valientes y coherentes en nuestro seguimiento de Jesús. Nos muestra que Jesús ha vencido cualquier cruz, y que por tanto las dificultades, las cruces con que nos encontremos en la vida, no van a tener la última palabra, sino que estamos destinados a compartir con Cristo la victoria final en su Reino, y esto es lo que da sentido a nuestra vida.

El riesgo de instalarse

Tarde o temprano, todos corremos el riesgo de instalarnos en la vida, buscando el refugio cómodo que nos permita vivir tranquilos, sin sobresaltos ni preocupaciones excesivas, renunciando a cualquier otra aspiración.

Logrado ya un cierto éxito profesional, encauzada la familia y asegurado, de alguna manera, el porvenir, es fácil dejarse atrapar por un conformismo cómodo que nos permita seguir caminando en la vida de la manera más confortable.

Es el momento de buscar una atmósfera agradable y acogedora. Vivir relajado en un ambiente feliz. Hacer del hogar un refugio entrañable, un rincón para leer y escuchar buena música. Saborear unas buenas vacaciones. Asegurar unos fines de semana agradables…

Pero, con frecuencia, es entonces cuando la persona descubre con más claridad que nunca que la felicidad no coincide con el bienestar. Falta en esa vida algo que nos deja vacíos e insatisfechos. Algo que no se puede comprar con dinero ni asegurar con una vida confortable. Falta sencillamente la alegría propia de quien sabe vibrar con los problemas y necesidades de los demás, sentirse solidario con los necesitados y vivir, de alguna manera, más cerca de los maltratados por la sociedad.

Pero hay además un modo de «instalarse» que puede ser falsamente reforzado con «tonos cristianos». Es la eterna tentación de Pedro, que nos acecha siempre a los creyentes: «plantar tiendas en lo alto de la montaña». Es decir, buscar en la religión nuestro bienestar interior, eludiendo nuestra responsabilidad individual y colectiva en el logro de una convivencia más humana.

Y, sin embargo, el mensaje de Jesús es claro. Una experiencia religiosa no es verdaderamente cristiana si nos aísla de los hermanos, nos instala cómodamente en la vida y nos aleja del servicio a los más necesitados.

Si escuchamos a Jesús, nos sentiremos invitados a salir de nuestro conformismo, romper con un estilo de vida egoísta en el que estamos tal vez confortablemente instalados y empezar a vivir más atentos a la interpelación que nos llega desde los más desvalidos de nuestra sociedad.

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – 6 de agosto

La Transfiguración no es un disfraz

      Una de las diversiones que más hemos frecuentado las personas de todas las culturas y de todos los tiempos ha sido el disfrazarnos. Los carnavales, las fiestas de disfraces y tantas otras fiestas populares a lo largo y ancho de todo el mundo. Un esfuerzo permanente para aparentar otra cosa diferente de lo que somos, para contarnos una mentira a nosotros mismos y a los demás, para parecer lo que no somos en realidad y poder vivir con una identidad diferente. 

      Lo que hoy celebramos, la transfiguración de Jesús, tiene algo de fiesta de disfraces. Jesús se les presenta a los discípulos con otro ropaje, con otra apariencia diferente de la que veían en su vida ordinaria. Dice el Evangelio que “su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz”. Pero hay una diferencia importantísima, fundamental. La transfiguración de Jesús no es una mentira, no fue un momento de asumir una identidad falsa. Nada de eso. Jesús mostró a los discípulos su verdadera identidad. Les abrió su corazón y su ser más allá de las apariencias. 

      Ahí está la diferencia clave. Cuando nosotros nos disfrazamos, lo hacemos para asumir una identidad que no es la nuestra, para vivir por un tiempo en la mentira, para despistar a los demás, para que nos vean de otra manera. Como no somos en realidad. 

      Jesús nos muestra su más auténtico ser siempre. Jesús no se disfraza nunca. Jesús no miente nunca. Jesús es él mismo cuando nos habla del Reino, cuando predica del amor de Dios para todos, cuando se acerca a los enfermos y a los que sufren, cuando predica de la justicia. Siempre y en todo lo que hace nos muestra el ser de Dios, da testimonio de su amor inmenso para con cada uno de nosotros. La transfiguración, lo que sucedió en lo alto de aquel monte no fue sino una forma más de manifestarse, de testimoniar ante los discípulos –y ante nosotros– que Dios es luz y vida y amor para nosotros, que el poder de Dios no es destructor ni vengativo sino que creador de vida, que es perdón y misericordia.

      En aquella montaña alta, lejos de la gente, en un momento de tranquilidad, llenos de esa serenidad que produce la montaña, Jesús abrió el corazón a sus discípulos y éstos pudieron contemplar la hondura del amor de Dios que se les hacía presente en el mismo Jesús. No fue un disfraz. No era una mentira. Era la más profunda realidad de su corazón, lleno del amor de Dios, del que se sabía hijo amado. 

      Los discípulos se quedaron con el recuerdo en su corazón –¡qué difícil contar a veces esas experiencias tan iluminadoras!–. Aquel momento les ayudó a entender mejor a su amigo y maestro. A seguirle en el camino hacia Jerusalén. A amarle, a pesar de sus miserias, de sus limitaciones…

Para la reflexión

¿Vivimos siempre con un disfraz para ocultar nuestra verdadera identidad? ¿Nos preocupamos sólo de guardar las apariencias? ¿O, como Jesús, dejamos que se transparente nuestro ser auténtico de hijos de Dios? 

Fernando Torres, cmf