Jesús sale al encuentro

Con frecuencia nos preguntamos dónde podemos encontrar a Dios. Pero en verdad él nos sale al encuentro. Las lecturas de este domingo aluden al monte, a la tempestad, a la brisa como posibles situaciones de revelación de Dios. El evangelio nos muestra que aun en los momentos de «poca fe» el Señor responde haciéndose presente a nuestra llamada.

Animo, que soy yo

El relato de Mateo enfatiza un contraste entre Jesús orando a solas en el monte, actitud y lugar tradicionales del encuentro con Dios, y los discípulos atravesando el lago en medio de la noche y de la tempestad. «La barca iba muy lejos de la tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario» (v. 24), expresiones que simbolizan la inseguridad y la turbación que hacen difícil el encuentro sereno con el Señor.

Jesús en medio de la noche «se acercó andando sobre el agua» (v. 25). Los discípulos no lo esperaban de esa manera, «se asustaron y gritaron de miedo pensando que era un fantasma» (v. 26). Pedro, en su confusión se atreve incluso a pedir una prueba: «Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre las aguas» (v. 28), sin caer en cuenta de que no hay prueba para la fe en la presencia de Dios sin el propio compromiso y riesgo. La presencia de Jesús no tiene por objeto suprimir las dificultades de la vida y la oscuridad de las situaciones, sino ofrecer confianza para avanzar en medio de ellas: «Animo, soy yo, no tengáis miedo» (v. 27). Su cercanía y la de su palabra reclaman nuestra fe para reconocerlo como salvador.

Por eso le dice a Pedro, entre el reproche y el aliento: «¡Qué poca fe! ¿por qué has dudado?» (v. 31). La «poca fe», para estímulo nuestro, no invalida la condición de discípulo. También permite irse abriendo al reconocimiento pleno de la presencia del Señor: «Los de la barca se postraron ante él diciendo: realmente eres Hijo de Dios» (v. 33).

Una brisa suave

La fe, aun en los discípulos, es un proceso abierto hacia encuentros más plenos con el Señor. Lo verdaderamente importante es no encasillar las formas de su presencia y de su paso por nuestras vidas. La primera lectura refiere que a Elías Dios le dijo: «Sal y aguarda al Señor en el monte, que el Señor va a pasar» (v. 11). Y he aquí que el Señor pasaba. Pero ni en el viento huracanado, ni en el temblor de la tierra, ni en el fuego, circunstancias de conocidas teofanías bíblicas estaba Dios, sino en «el susurro» (1 Re 19, 11-12). No hay circunstancia o situación cerrada a la experiencia de Dios. Sólo una condición parece requerirse: salir de uno mismo y ponerse ante él para descubrir su paso a través de nuestra vida y de los acontecimientos de la realidad. Paso que puede tener la discreción de una brisa tenue, que no se impone, ni apabulla.

En la segunda lectura (Rom 9, 1-5) Pablo se lamenta de que sus hermanos de raza, habiendo recibido tantos signos de la presencia de Dios: la adopción filial, la gloria, las alianzas, la legislación, el culto, las promesas y los patriarcas…, no hayan reconocido a Cristo que era anunciado y prefigurado en ellos. Toda la historia de la salvación apuntaba hacia él y él es la clave para leer y entender el paso de Dios por la historia. Eso es lo que pretendemos hacer cuando nos reunimos en comunidad para revisar los hechos de la vida a la luz de la fe: detectar las huellas del Señor para seguirlo más de cerca.

Gustavo Gutiérrez

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