Sábado XVIII de Tiempo Ordinario

Hoy es 12 de agosto, sábado XVIII de Tiempo Ordinario.

La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 17, 14-20):

En aquel tiempo, se acercó a Jesús un hombre, que le dijo de rodillas:

—«Señor, ten compasión de mi hijo, que tiene epilepsia y le dan ataques; muchas veces se cae en el fuego o en el agua. Se lo he traído a tus discípulos, y no han sido capaces de curarlo».

Jesús contestó:

—«¡Generación perversa e infiel! ¿Hasta cuándo tendré que estar con vosotros? ¿Hasta cuándo os tendré que soportar? Traédmelo».

Jesús increpó al demonio, y salió; en aquel momento se curó el niño.

Los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron aparte:

—«¿Y por qué no pudimos echarlo nosotros?».

Les contestó:

—«Por vuestra poca fe. Os aseguro que, si fuera vuestra fe como un grano de mostaza, le diríais a aquella montaña que viniera aquí, y vendría. Nada os sería imposible».

En el Evangelio de hoy, el incidente del niño poseso tuvo lugar después de que los discípulos habían acompañado a Jesús durante un tiempo. Pero Jesús conocía la verdadera condición de sus discípulos; sabía que no habían avanzado mucho en la vida espiritual y que su fe era muy frágil. Las dudas les impedían realizar las obras que demostraban la gloria de Dios.

El hecho de que los discípulos le preguntaran a Jesús por qué habían fracasado en sus oraciones es señal de que ellos querían crecer espiritualmente. Jesús los reanimó y, posteriormente, les impartió su propio Espíritu Santo en Pentecostés.

En la época posterior a la resurrección de Cristo, sus seguidores, fortalecidos con el poder venido de lo alto, crecieron bastante en la oración, la fe y la fidelidad. En los Hechos de los Apóstoles leemos que en los años posteriores ellos realizaron grandes prodigios y milagros en nombre de Jesús.

San Agustín (354-430 d.C.) habló de la fe en un sermón referente al incidente del niño poseso, diciendo: “La misericordia del Señor no los despreció por su incredulidad, sino que los reprendió, los alimentó, los perfeccionó y los coronó. Ellos mismos, conscientes de su fragilidad, le dijeron… ‘Señor, aumenta nuestra fe’.

“Saber que les faltaba algo fue su primera ventaja; y mayor felicidad aún saber a quién le estaban pidiendo… Trajeron su corazón, por así decirlo, a la fuente, y llamaron para que se les abriera, y así pudieran saciar la sed. Porque el Señor quiere que los hombres golpeen a su puerta, no para rechazar a los que llaman, sino para dar a los que anhelan recibir.”

Y prosigue San Agustín. “¿Creen, hermanos, que Dios no sabe lo que ustedes necesitan? Él conoce y anticipa nuestros deseos, porque sabe lo que queremos. Y por eso, cuando les enseñó a sus discípulos a orar… les dijo, ‘No usen muchas palabras, porque su Padre sabe lo que necesitan antes que se lo pidan’.”

Hermano, no importa cuál sea el estado actual de tu fe, el Señor está dispuesto a aumentártela. Solo tienes que reconocer tu necesidad y buscar la presencia sanadora de Cristo.

“Señor, ayúdame a no despreocuparme de mi fe, sino a desear una fe total y completa en ti. Enséñame a reconocer mi necesidad.”

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