II Vísperas – Domingo XIX de Tiempo Ordinario

II VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: SANTA UNIDAD Y TRINIDAD BEATA.

Santa unidad y Trinidad beata:
con los destellos de tu brillo eterno,
infunde amor en nuestros corazones,
mientras se va alejando el sol de fuego.

Por la mañana te cantamos loas
y por la tarde te elevamos ruegos,
pidiéndote que estemos algún día
entre los que te alaban en el cielo.

Glorificado sean por los siglos
de los siglos el Padre y su Unigénito,
y que glorificado con entrambos
sea por tiempo igual el Paracleto. Amén

SALMODIA

Ant 1. Oráculo del Señor a mi Señor: «Siéntate a mi derecha.» Aleluya.

Salmo 109, 1-5. 7 – EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»

Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.

En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Oráculo del Señor a mi Señor: «Siéntate a mi derecha.» Aleluya.

Ant 2. El Señor piadoso ha hecho maravillas memorables. Aleluya.

Salmo 110 – GRANDES SON LAS OBRAS DEL SEÑOR

Doy gracias al Señor de todo corazón,
en compañía de los rectos, en la asamblea.
Grandes son las obras del Señor,
dignas de estudio para los que las aman.

Esplendor y belleza son su obra,
su generosidad dura por siempre;
ha hecho maravillas memorables,
el Señor es piadoso y clemente.

Él da alimento a sus fieles,
recordando siempre su alianza;
mostró a su pueblo la fuerza de su poder,
dándoles la heredad de los gentiles.

Justicia y verdad son las obras de sus manos,
todos sus preceptos merecen confianza:
son estables para siempre jamás,
se han de cumplir con verdad y rectitud.

Envió la redención a su pueblo,
ratificó para siempre su alianza,
su nombre es sagrado y temible.

Primicia de la sabiduría es el temor del Señor,
tienen buen juicio los que lo practican;
la alabanza del Señor dura por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Señor piadoso ha hecho maravillas memorables. Aleluya.

Ant 3. Reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo. Aleluya.

Cántico: LAS BODAS DEL CORDERO – Cf. Ap 19,1-2, 5-7

El cántico siguiente se dice con todos los Aleluya intercalados cuando el oficio es cantado. Cuando el Oficio se dice sin canto es suficiente decir el Aleluya sólo al principio y al final de cada estrofa.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios
(R. Aleluya)
porque sus juicios son verdaderos y justos.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Alabad al Señor sus siervos todos.
(R. Aleluya)
Los que le teméis, pequeños y grandes.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo.
(R. Aleluya)
Alegrémonos y gocemos y démosle gracias.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Llegó la boda del cordero.
(R. Aleluya)
Su esposa se ha embellecido.
R. Aleluya, (aleluya).

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo. Aleluya.

LECTURA BREVE   1Pe 1, 3-5

Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para una herencia incorruptible, pura, imperecedera, que os está reservada en el cielo. La fuerza de Dios os custodia en la fe para la salvación que aguarda a manifestarse en el momento final.

RESPONSORIO BREVE

V. Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.
R. Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.

V. Digno de gloria y alabanza por los siglos.
R. En la bóveda del cielo.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Jesús extendió la mano para salvar a Pedro del agua, y le dijo: «Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?»

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Jesús extendió la mano para salvar a Pedro del agua, y le dijo: «Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?»

PRECES

Invoquemos a Dios, nuestro Padre, que maravillosamente creó el mundo, lo redimió de forma más admirable aún y no cesa de conservarlo con amor, y digámosle:

Renueva, Señor, las maravillas de tu amor.

Señor, tú que en el universo, obra de tus manos, nos revelas tu poder,
haz que sepamos ver tu providencia en los acontecimientos del mundo.

Tú que por la victoria de tu Hijo en la cruz anunciaste la paz al mundo,
líbranos de todo desaliento y de todo temor.

A todos los que aman la justicia y trabajan por conseguirla,
concédeles que cooperen con sinceridad y concordia en la edificación de un mundo mejor.

Ayuda a los oprimidos, consuela a los afligidos, libra a los cautivos, da pan a los hambrientos
y fortalece a los débiles, para que en todos se manifieste el triunfo de la cruz.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que al tercer día resucitaste a tu Hijo gloriosamente del sepulcro,
haz que nuestros hermanos difuntos lleguen también a la plenitud de la vida.

Concluyamos nuestra súplica con la oración que el mismo Cristo nos enseñó:

Padre nuestro…

ORACION

Dios todopoderoso y eterno, a quien confiadamente invocamos con el nombre de Padre, intensifica en nosotros el espíritu de hijos adoptivos tuyos, para que merezcamos entrar en posesión de la herencia que nos tienes prometida. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

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¡Señor, sálvame, que me hundo!

Seguimos a Jesús y hoy le vemos que después de la escena de la multiplicación de los panes y los peces, se retira a orar y ve cómo sus discípulos sufren una aventura en el mar y Él les salva. El protagonista va a ser Pedro. Escuchemos con cariño la escena de Mateo 14,22-33:

Enseguida Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Y después de despedir a la gente subió al monte a solas para orar. Llegada la noche estaba allí solo. Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. A la cuarta vela de la noche se les acercó Jesús andando sobre el mar. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, diciendo que era un fantasma.Jesús les dijo enseguida: “¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!”. Pedro le contestó: “Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua”. Él le dijo: “Ven”. Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: “¡Señor, sálvame!”. Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: “¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?”. En cuanto subieron a la barca amainó el viento. Los de la barca se postraron ante él diciendo: “Realmente eres Hijo de Dios”.

Mt 14, 22-33

Querido amigo, después de ver la multiplicación de los panes y los peces, Mateo nos sitúa a Jesús que quiere despedir a la gente y retirarse solo, necesita descansar, necesita hablar con su Padre y pasa la noche solo en oración. Es una necesidad vital para Él. Toda su acción, todo nace de una íntima relación con su Padre. No es que rece, necesita hablar, oír —la frecuencia de la oración— para actuar, para ponerse en servicio de los demás. Y ocurre una escena, bonita, que nos ayuda a ti y a mí a tener fe.

Él ha vivido una jornada llena de emociones y se adentra a encontrarse con su Padre y les dice a los discípulos que se adentren en el mar y ahí ocurre una lucha contra el viento, contra la oscuridad. Los discípulos están asustados, tienen miedo, pero Jesús se les acerca caminando. Pedro duda y tiene miedo: “¡Que me hundo!”, y le gritó: “¡Señor, sálvanos!”. Y Jesús se acerca, como siempre. “Señor, le dice Pedro, si eres Tú mándame ir hacia ti andando sobre el agua”. Con todo cariño Jesús le dice: “Ven, Pedro”. Y Pedro bajó de la barca y se echó a andar, pero cuando se dio cuenta de la fuerza del viento volvió a tener miedo, se empezó a hundir y volvió a gritar: “¡Señor, sálvame!”. Jesús le tiende la mano: “¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?”. El viento se calmó y todos decían: “Realmente es el Hijo de Dios”.

Este es Jesús: en nuestras dudas, en nuestras dificultades, en nuestros miedos, en nuestras tormentas, tenemos que gritarle: “¡Señor, sálvanos!”. Muchas veces tenemos el interior alborotado, tenemos muchas turbulencias y necesitamos que nos dé la mano para que desaparezcan las dudas. ¡Cómo tenemos hoy, querido amigo, que pedirle perdón por tantas dudas, por tanta poca fe, por las tormentas que sufrimos y no pedimos ayuda, por las preocupaciones que tenemos y no pedimos ayuda! Nos pasa como a Pedro: cuando sentimos su mano, cuando sentimos que nos dice: “Ánimo, soy Yo, no tengas miedo”, nos llenamos de fuerza, empezamos a caminar sobre la misma tormenta, pero cuando dejamos de mirar a Jesús, nos hundimos; la fuerza del viento nos hace hundirnos. Pedro fracasa porque pierde de vista a Jesús.

Querido amigo, fiarnos de Jesús, con todo riesgo, y atrevernos a andar sobre el agua de la vida. Correremos peligros, pero el Señor nos salva. Es la imagen de un Dios que entra en nuestra barca y que nos quita todas las preocupaciones. Hoy se nos invita a no tener miedo, a creer, a fiarnos de Él, a seguir su camino, a proclamar. Si confiamos en Él, no nos hundiremos nunca en las dificultades. Tampoco el apóstol Pedro se hundió en las aguas, pero Jesús le dio la mano. “Mándame ir a ti… ¡mándame ir a ti!”.

¡Qué texto tan bonito y cómo nos llena de alegría y de fe! Tenemos miedo a todo: interno[s], externo[s]… Los externos y los internos nos paralizan, nos dificultan, pero necesitamos la presencia de Jesús. Miedo a las dificultades, miedo a la sociedad, al ambiente que nos rodea, al futuro, a la libertad… “¡No tengáis miedo!”. “¡Hombres de poca fe!”. “¡Qué poca fe has tenido!”. Entremos en oración, querido amigo, y cuando tengamos el fantasma del miedo le digamos: Tú, Jesús, eres mi todo. Tú entra en mi barca, entra en mi nave, y cuando esté sacudida por las olas, agárrame. Tú serás mi camino y podré andar por encima porque Tú estás conmigo. En las noches, en las soledades quiero fiarme de ti; en el mundo que me rodea quiero fiarme de ti. Tendré que oír más de una vez: “¡Qué poca fe!”. Y cómo le duele a Jesús esto, que yo no tenga fe, una fe superficial, una fe de rutina, una fe de plegarias, pero dudo, todo me muestra desconfianza. “¡Hombre de poca fe! ¡Qué poca fe!”.

Querido amigo, recojamos las palabras de Jesús a ti y a mí que nos dice: “¡Ánimo, soy Yo, no tengas miedo, ven, que no te hundes!”. Y yo le tendré que gritar: “¡Señor, sálvame, que soy un pobre pecador! ¡Señor, sálvame, que soy un pobre pecador!”. Y oiré: “¿Por qué dudas?”. Me dejaré agarrar de tu mano y oiré: “¡Qué poca fe!”. Gracias, Jesús, por este encuentro, gracias por tu palabra, gracias por dirigir mi historia, por ir Tú delante, por estar en mi barca. Entro en una oración de agradecimiento, de perdón y de petición.

Querido amigo, oigamos estas palabras con fuerza: “¡Ánimo, soy Yo, no tengas miedo!”. “Ven, Pedro”. “¡Señor, sálvame!”. “Qué poca fe…”. “¿Por qué has dudado?”. Metámonos en la barca de Jesús, de su corazón y agarrados a su mano, vivamos nuestra historia con paz y con alegría.

¡Que así sea, mi querido amigo!

Francisca Sierra Gómez

Domingo XIX de Tiempo Ordinario

El relato que nos narra a Jesús andando sobre las aguas, relato que unen Mateo, Marcos y Juan con el milagro de la multiplicación de los panes, nos habla de una experiencia que dejó una impresión profunda en los discípulos de Jesús. Cada uno de estos tres evangelistas nos narra los hechos de una manera un tanto diferente de los otros dos, pero en cada caso llega la historia a su cumbre en el encuentro de Jesús con sus discípulos en el mar, y en las palabras sublimes y consoladoras de Jesús: “Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!”

Tras la multiplicación de los panes dice Jesús a sus discípulos que pasen en barca a la otra orilla del lago, al paso que él, tras haber despedido a la muchedumbre, sube al monte para orar. Entonces, hacia el amanecer, viene a su encuentro andando sobre las aguas. Marcos tiene aquí un detalle que puede parecer extraño, pero que es de suma importancia. Dice que Jesús “iba a pasarlos” o “a pasar cerca de ellos”, cuando le vieron. ¿Cómo iba a pasarlos si precisamente iba a su encuentro? La expresión es sin duda alguna una alusión a una de las escenas más fuertes del Antiguo Testamento.

Moisés quería ver el rostro de Dios. Dios le había dicho que no podía ver Su rostro y vivir, pero añadió: “Yo haré pasar toda mi bondad delante de ti, y proclamaré mi nombre ante ti” (Ex 33, 19) Y le invitó a subir a la cumbre del Monte Horeb, diciendo: “Una vez que mi gloria pase, te colocaré en la hendidura de la roca, y te cubriré con mi mano hasta que te haya pasado” (Ex 33,22).

La historia de Elías ( primera de nuestras lecturas) es una repetición de lo que le sucedió a Moisés. Elías se ocultó en la misma hendidura de la roca., “y he aquí que pasó el señor, y un viento impetuoso rasgó los montes y redujo a piezas las rocas en la presencia del Señor” (1 R 19, 11). Y cuando sobrevino la brisa ligera experimentó Elías la presencia de Dios.

En realidad, Dios pasa de continuo junto a nosotros. La mayor tiempo no somos conscientes de ese su paso, bien sea porque estamos distraídos, o replegados sobre nosotros mismos, o porque tratamos de encontrarlo en sucesos extraordinarios, cuando de hecho pasa junto a nosotros en la persona de un hermano, de un amigo, de un pobre que precisa de nuestra ayuda, etc.

Moisés fue enviado e nuevo a su pueblo. Y lo mismo le sucedió a Elías. Los discípulos, tras su encuentro con Jesús, de improviso se volvieron de nuevo en la otra orilla del lago, dispuestos a comenzar una nueva jornada de trabajo misionero con Jesús.

A lo largo de nuestra vida, nos otorga Dios momentos de intensa intimidad con Él, como sucedió con Pedro, Santiago y Juan en el monte Tabor, y más de una vez quisiéramos decir como Pedro: “Qué bien estamos aquí…levantemos tres tiendas”…Pero la experiencia que de dios tenemos aquí abajo es la experiencia de un Dios que pasa, sin más, junto a nosotros en la persona de otros seres humanos.

A. Veilleux

Con el agua al cielo

Existen programas radiofónicos que son una especie de puerta abierta al desahogo, adonde llaman una serie de personas contando sus problemas, sus angustias…, la presentadora les escucha pacientemente, intenta orientarlas, y cada intervención culmina con un cúmulo de mensajes del exterior intentando aconsejar a las personas atormentadas por su penosa situación. Los intervinientes exponen con crudeza su problema y a mí me sobrecogen algunos y me hacen meditar: la mujer maltratada por su esposo, el joven con depresiones al parecer invencibles, dramas familiares protagonizados por hijos que no se hablan con sus padres, infidelidades inesperadas… Se me arruga el alma y llego a la conclusión de que todas estas personas están como suele decirse, con el agua al cuello.

Hago este comentario con ocasión del evangelio de hoy, donde vemos a Jesús andando sobre las aguas. Los apóstoles, acostados en su barca, lo ven sobrecogidos porque creen que se trata de un fantasma.

Jesús los calma: «Tranquilizaos, soy yo. No os asustéis».

Pedro le insta: «Señor, si eres tú, manda que yo vaya hasta ti andando sobre el agua».

Jesús le contesta: «Ven».

Pedro saltó de la barca y echó a andar sobre el agua para ir hacia Jesús. Hacia viento. El apóstol se asustó. Al punto comenzó a hundirse y empezó a gritar: «¡Señor, sálvame!».

Jesús le tendió la mano, lo sujetó y le dijo: «¡Qué poca fe tienes! ¿Por qué has dudado?».

Si analizamos la escena, constatamos que Jesús, al observar que los apóstoles pensaban que se trataba de un fantasma y sintieron miedo y extrañeza, lo primero que hizo fue calmarlos: «Soy yo. No os asustéis». Otro detalle curioso es que Pedro, el impulsivo, al escuchar al Maestro, le hace un reto obligándole a que realice un milagro: «Si eres tú, haz que yo pueda andar hasta ti sobre el agua».

En tercer lugar, debido a que el viento era fuerte, el apóstol se asustó y empezó a hundirse. Y por último, el reproche de Jesús: «¡Qué poca fe tienes! ¿Por que has dudado?»…

Resumiendo: Dios es un sedante («No os asustéis») para quien está agobiado y con el agua al cuello. Sólo exige que confiemos en él. Y, si tenemos duda de ello, nos lo reprochará: «¡Qué poca fe tenéis! ¿Por qué habéis dudado?».

Pero volvamos a los programas de radio, a ese inmenso océano de tristezas, penalidades y pobrezas que se nos sirven a diario a través de las ondas. Ante este panorama tan desolador y tan necesitado de que alguien los quiera, los escuche y les eche una mano, los cristianos no podemos permanecer impasibles, sino que hemos de sentir compasión y calambre en nuestras venas dormidas. ¿No veis que este colectivo de hambrientos está con el agua al cuello?… La mayor pobreza de la persona humana es sentirse sola. Y desgraciadamente existen en nuestro entorno multitud de solos, malviviendo con el agua al cuello. Son marginados, a la vera del camino. Y en más de una ocasión, tristemente, somos nosotros los marginadores y, ciegos voluntarios, les volvemos la cara.

Y por último, quisiera concluir esta reflexión acerca de la escena evangélica de hoy puntualizando que lo que Jesús pretende es dejar bien claro que quiere que nos fiemos absolutamente de él: «Soy yo. No os asustéis», y que no dudemos de ello en ningún momento…

Esta confianza plena en Jesús la encontramos en la persona de Pedro: «¡Señor, sálvame!». Prueba de ello es que siendo, como era, pescador y sabiendo nadar perfectamente, al ver que el viento le hundía, en ningún momento se le ocurrió bracear para salir del apuro. Su confianza en Jesús fue tal, que hasta se olvidó de que sabía nadar.

Pedro Mari Zalbide

Evangelii Gaudium – Francisco I

Un pueblo con muchos rostros

115. Este Pueblo de Dios se encarna en los pueblos de la tierra, cada uno de los cuales tiene su cultura propia. La noción de cultura es una valiosa herramienta para entender las diversas expresiones de la vida cristiana que se dan en el Pueblo de Dios. Se trata del estilo de vida que tiene una sociedad determinada, del modo propio que tienen sus miembros de relacionarse entre sí, con las demás criaturas y con Dios. Así entendida, la cultura abarca la totalidad de la vida de un pueblo[84]. Cada pueblo, en su devenir histórico, desarrolla su propia cultura con legítima autonomía[85]. Esto se debe a que la persona humana «por su misma naturaleza, tiene absoluta necesidad de la vida social»[86], y está siempre referida a la sociedad, donde vive un modo concreto de relacionarse con la realidad. El ser humano está siempre culturalmente situado: «naturaleza y cultura se hallan unidas estrechísimamente»[87]. La gracia supone la cultura, y el don de Dios se encarna en la cultura de quien lo recibe.


[85] Conc. Ecum. Vat.II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 36.

[86] Ibíd., 25.

[87] Ibíd., 53.

Lectio Divina – 13 de agosto

Lectio: Domingo, 13 Agosto, 2017

Jesús camina sobre las aguas
Mateo 14,22-33

1. ORACIÓN INICIAL

Ven, Espíritu Santo, mi vida se haya en la tempestad, los vientos egoístas me empujan a donde no quiero ir, no consigo resistir su fuerza. Soy débil y falto de fuerzas. Tú eres la energía que da la vida, Tú eres mi fortaleza, mi fuerza y mi grito de plegaria. Ven Espíritu Santo, desvélame el sentido de las Escrituras, devuélveme la paz, la serenidad y el gozo de vivir.

2. LECTIO

a) Clave de lectura:

Jesús con los discípulos se encuentran en la orilla del lago, al caer de la noche, después de la multiplicación de los panes. Parte del pasaje propuesto también es narrado por Marcos (Mc 6,45-52)) y por Juan (6,16-21). El episodio de Pedro (vv.28-32) se encuentra sólo en Mateo. Algunos comentadores sostienen que se tratan de una aparición de Jesús después de la resurrección (Lc 24,37). Vienen así aclaradas las dificultades de la Iglesia y la necesidad de una fe más grande en Jesús resucitado.

b) Una posible división del texto:

Mateo 14,22-23: enlace con la multiplicación de los panes
Mateo 14,24-27: Jesús camina sobre las aguas
Mateo 14,28-32: el episodio de Pedro
Mateo 14,33: la profesión de fe

Mateo 14,22-33

c) Texto:

22 Inmediatamente obligó a los discípulos a subir a la barca y a ir por delante de él a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. 23 Después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar; al atardecer estaba solo allí. 24 La barca se hallaba ya distante de la tierra muchos estadios, zarandeada por las olas, pues el viento era contrario. 25 Y a la cuarta vigilia de la noche vino él hacia ellos, caminando sobre el mar. 26 Los discípulos, viéndole caminar sobre el mar, se turbaron y decían: «Es un fantasma», y de miedo se pusieron a gritar. 27 Pero al instante les habló Jesús diciendo: «¡Ánimo!, soy yo; no temáis.» 28 Pedro le respondió: «Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti sobre las aguas.» 29 «¡Ven!», le dijo. Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, yendo hacia Jesús. 30 Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como comenzara a hundirse, gritó: «¡Señor, sálvame!» 31 Al punto Jesús, tendiendo la mano, le agarró y le dice: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?» 32 Subieron a la barca y amainó el viento.33 Y los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo: «Verdaderamente eres Hijo de Dios.»

3. Momento de silencio orante

deseo callar y escuchar la voz de Dios.

Algunas preguntas:

En los momentos de oscuridad y tormenta interior ¿cómo reacciono? La ausencia y la presencia del Señor ¿cómo las integro en mí? ¿Qué puesto tiene en mí la oración personal, el diálogo con Dios? ¿Qué pedimos al Señor en la noche obscura? ¿Un milagro que nos libre? ¿Una fe más grande? ¿En qué me asemejo a Pedro?

4. MEDITATIO

Breve comentario

22 Inmediatamente obligó a los discípulos a subir a la barca y a ir por delante de él a la otra orilla, mientras él despedía a la gente.
La multiplicación de los panes (14, 13-21) podría haber generado en los discípulos esperanzas triunfalistas con respecto al Reino de Dios. Por tanto, Jesús ordena inmediatamente alejarse. Él “obligó”, verbo insólito de fuerte significado. El pueblo aclama a Jesús como Profeta (Jn 6,14-15) y quiere hacerlo guía político. Los discípulos son muy fáciles a malentender (Mc 6,25; Mt 16,-12), y hay el riesgo de dejarse llevar del entusiasmo del pueblo. Los discípulos deben abandonar esta situación.

23 Después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar; al atardecer estaba solo allí.
Jesús se encuentra delante de una situación en la cual la gente galilea se entusiasma por el milagro y hay el peligro de que no comprendan su misión. En un momento tan importante como éste, Jesús se retira en solitario para orar, como en el Getsemaní (Mt 26,36-46).

24 La barca se hallaba ya distante de la tierra muchos estadios, zarandeada por las olas, pues el viento era contrario.
Este versículo, en el cual se habla de la barca, sin Jesús, en peligro, se puede unir al v. 32 donde el peligro cesa con la subida a la barca de Jesús y Pedro

25 Y a la cuarta vigilia de la noche vino él hacia ellos, caminando sobre el mar.
Jesús aparece a los discípulos de modo insólito. Él transciende los límites humanos, tiene autoridad sobre todo lo creado. Se comporta como sólo Dios puede hacerlo (Job 9,8; 38,16)

26 Los discípulos, viéndolo caminar sobre el mar, se turbaron y decían : “Es un fantasma” y de miedo se pusieron a gritar.
Los discípulos luchaban con el viento contrario, habían pasado una jornada emocionante y ahora una noche sin dormir. En la noche ( entre las tres y las seis), en medio del mar, se llenan de miedo al ver a uno que va a su encuentro. No piensan en la posibilidad de que pudiera ser Jesús. Tienen una visión humana, creen en los fantasmas (Lc 24,37). El Resucitado, al contrario, ha vencido las fuerzas del caos representado por las olas del mar.

27 Pero al instante les habló Jesús diciendo: “¡Ánimo!, soy yo; no temáis”.
La presencia de Jesús aleja todo miedo (9,2.22). Diciendo “Soy yo” evoca su identidad (Ex 3,14) y manifiesta el poder de Dios (Mc 14,62; Lc 24,39; Jn 8,58; 18,5-6). El miedo se vence con la fe

28 Pedro le respondió: “Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti sobre las aguas”
Parece que Pedro todavía quiere una confirmación de la presencia de Jesús. Pide un signo.

29 “¡Ven!” le dijo. Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, yendo hacia Jesús.
De todos modos Pedro está dispuesto a arriesgarse saliendo de la barca y tratando de caminar sobre aquellas olas agitadas, en medio del impetuoso viento (v.24). Afronta el riesgo de creer en la Palabra: ¡ven!

30 Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y como comenzara a hundirse, gritó: “¡Señor, sálvame!”
Se necesita también de la perseverancia en la elección de la fe. Las fuerzas contrarias (el viento) son tantas, que hay riesgo de sucumbir. La oración de súplica lo salva.

31 Al punto Jesús, tendiendo la mano, le agarró y le dice: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?”
Pedro no ha sido dejado solo en su debilidad. En las tempestades de la vida cristiana no estamos solos. Dios no nos abandona aun cuando aparentemente parezca que está ausente o no hace nada.

32 Subieron a la barca y amainó el viento.
Apenas Jesús sube a la barca las fuerzas del mal cesan. Las fuerzas del infierno no prevalecerán sobre ella

33 Y los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo: “Verdaderamente eres Hijo de Dios”
Ahora sucede aquella profesión de fe que se ha venido preparando desde el episodio precedente de la multiplicación de los panes, purificado con la experiencia del alejamiento del Pan de vida eterna (Jn 6,1-14). También ahora Pedro puede confirmar a sus hermanos en la fe, después de la prueba.

5. PARA EL QUE QUIERA PROFUNDIZAR

Jesús, hombre de oración

Jesús ora en la soledad y en la noche (Mt 14,23; Mc 1,35; Lc 5,16), a la hora de las comidas (Mt 14,19; 15,36; 26,26-27). Con ocasión de los acontecimientos más importantes: el bautismo: (Lc 3,21), antes de escoger a los doce (Lc 6,12), antes de enseñar a orar (Lc 11,1; Mt 6,5), antes de la confesión de Cesarea (Lc 9,18), en la Transfiguración (Lc 9,28-29), en el Getsemaní (Mt 26,36-44), sobre la cruz (Mt 27,46; Lc 23,46). Ruega por sus verdugos (Lc 23,34), por Pedro (Lc 22,32), por sus discípulos y por los que le seguirán (Jn 17,9-24). Ruega también por sí mismo (Mt 26,39; Jn 17,1-5; Heb 5,7). Enseña a orar (Mt 6,5), manifiesta una relación permanente con el Padre (Mt 11,25-27), seguro que no lo dejará nunca solo (Jn 8,29) y lo escuchará siempre (Jn 11,22.42; Mt 26,53). Ha prometido (Jn 14,16) continuar intercediendo en la gloria (Rm 8, 34; Heb 7,25; 1 Jn 2,1)

6. ORATIO: SALMO 33

Bendeciré en todo tiempo a Yahvé,
sin cesar en mi boca su alabanza;

en Yahvé se gloría mi ser,
¡que lo oigan los humildes y se alegren!

Ensalzad conmigo a Yahvé,
exaltemos juntos su nombre.

Consulté a Yahvé y me respondió:
 me libró de todos mis temores.

Los que lo miran quedarán radiantes,
no habrá sonrojo en sus semblantes.

Si grita el pobre, Yahvé lo escucha,
y lo salva de todas sus angustias.

El ángel de Yahvé pone su tienda
en torno a sus adeptos y los libra.

Gustad y ved lo bueno que es Yahvé,
dichoso el hombre que se acoge a él.

7. CONTEMPLATIO

Señor Jesús, a veces estamos llenos de entusiasmo y olvidamos que eres tú la fuente de nuestro gozo. En los momentos de tristeza no te buscamos o queremos que intervengas milagrosamente. Ahora sabemos que no nos abandonas nunca, que no debemos tener miedo. La oración es también nuestra fuerza. Aumenta nuestra fe, estamos dispuestos a arriesgar nuestra vida por tu Reino

Domingo XIX de Tiempo Ordinario

Este relato tiene su clave de interpretación en el gesto final de aquellos hombres asustados por el viento, que les era contrario; y por la visión de Jesús caminando en la noche sobre el mar, en el que creyeron ver un fantasma. A ello se unió, para colmo, el incidente de Pedro, tan sobrado de audacia como falto de fe, que se vio perdido al hundirse en el mar. En tal estado de confusión, desde el momento en que Jesús se unió a ellos en la misma barca, inmediatamente vino la calma. Y fue en la calma recuperada donde descubrieron al Hijo de Dios.

El gesto de aquellos hombres fue «postrarse» ante Jesús.

Lo esencial -y también lo novedoso y lo que impresiona- en este relato, es que, en Jesús, la Divinidad se hace presente en la humanidad. En la condición y la conducta de un hombre que no ha soportado ver al pueblo desfallecer de hambre, que no ha querido poder ni populismo, que ha necesitado irse solo a rezar al monte, que ha venido en busca de aquellos pobres pescadores asustados y desorientados. Así es el Dios que se muestra en esta nueva teofanía del lago, haciendo de la noche atormentada un amanecer de sosiego de paz y alegría.

Queda, por tanto, patente una vez más, que el Dios de Jesús no se nos revela en el poder dominante, sino en la humanidad que busca a los atormentados, a los inseguros, a quienes se debaten en la noche oscura, a los que ven fantasmas y gritan de miedo, a los que se hunden como se hundía Pedro… Todo este relato es un símbolo. El gran símbolo de la bondad apasionada, que vuela sobre las aguas y las tinieblas, en busca del que sufre y se hunde. En esto descubrimos y encontramos la genialidad del Dios de Jesús.

José María Castillo

Merece la pena

Normalmente se enseña a nadar desde niños, ya que el aprendizaje es más fácil, pero también los adultos pueden hacerlo, nunca es tarde. Hoy en día se considera necesario aprender a nadar, no sólo para practicar deporte o para divertirse, sino porque en un momento dado puede salvar la propia vida o la de otros. Al principio, nos introducimos en el agua con flotadores, manguitos… y a nuestro lado está la persona que nos enseña a respirar, a movernos y, sobre todo, a no tener miedo a hundirnos y ahogarnos. Esta persona nos sostiene, nos da indicaciones, hasta que llega el momento en que nosotros tenemos que soltarnos y empezar a dar brazadas por nosotros mismos.

Hoy en el Evangelio Jesús quiere que Pedro, y nosotros, “aprendamos a nadar”. Jesús sabe que sus discípulos, más adelante, van a tener que llevar adelante la misión evangelizadora, a menudo en condiciones adversas, representadas en la barca sacudida por las olas, y por eso necesitan (necesitamos) “aprender a nadar”, es decir, a superar los obstáculos sin hundirse.

Jesús, como Maestro, actúa con sus discípulos como un instructor de natación: les acompaña, les enseña y da indicaciones, está a su lado… Ellos se sienten seguros teniéndole cerca, pero Jesús, como buen instructor, sabe que tienen que ir soltándose, y por eso después que se sació la gente, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla.

Jesús, para probarles, realiza un gesto extraordinario: la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. De hecho, así es como nos sentimos muchas veces al vivir como cristianos: estamos en un cambio de época, en general la Iglesia y todo lo relacionado con ella tiene “mala prensa”, muchos viven como si Dios no existiera y no lo echan en falta en absoluto, y sufrimos mucho por el silencio, incluso la aparente ausencia de Dios en algunas circunstancias.

Pero Jesús no ha abandonado a sus discípulos: se les acercó andando sobre el agua, e invita a Pedro a que “empiece a dar brazadas” por sí mismo: Ven, para que demuestre si de verdad ha aprendido a fiarse de Jesús. Y Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua. También nosotros tenemos momentos en los que parece que nuestra fe nos sostiene, y nos atrevemos a “nadar” a pesar de viento y olas.

Pero a Pedro, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: Señor sálvame. Muchas veces también nos damos cuenta de que no acabamos de fiarnos de Jesús: las dificultades que tenemos que afrontar hacen que surjan el miedo y las dudas, nuestra fe deja de sostenernos, y nos hundimos. Y Jesús nos dice, como a Pedro: ¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado? Y descubrimos que todavía no hemos “aprendido a nadar” bien, y no acabamos de fiarnos de nuestro Instructor.

¿Sé nadar? ¿Lo considero necesario? ¿Y como cristiano? ¿Sé moverme en mis ambientes con naturalidad? ¿Me fío de Jesús aun en medio de “vientos y oleajes”, o siento que me hundo en cuanto vienen las dificultades? ¿Me he preguntado alguna vez por qué dudo de Jesús?

Necesitamos urgentemente “aprender a nadar” para ser cristianos maduros y corresponsables, para movernos entre las aguas a menudo turbulentas de nuestra vida y nuestro mundo, para continuar la misión evangelizadora a la que el mismo Cristo nos envía.

Es verdad que necesitamos un tiempo de preparación, de “llevar flotadores”, un tiempo de formación que nos enseñe cómo proceder como cristianos, porque no podemos salir a la misión “a pecho descubierto”. Pero también es cierto que no podemos estar siempre con “flotadores”, permaneciendo indecisos, sin atrevernos a “soltarnos” como cristianos en el mar de la vida.

Como dijo el Papa Francisco en el Foro Internacional de Acción Católica: Eviten caer en la tentación perfeccionista de la eterna preparación para la misión y de los eternos análisis, que cuando se terminan ya pasaron de moda o están desactualizados. El ejemplo es Jesús con los apóstoles: los enviaba con lo que tenían. Después los volvía a reunir y los ayudaba a discernir sobre lo que vivieron.

Fijémonos de Jesús, nuestro Instructor, no dudemos de Él, porque no nos abandona nunca, siempre extiende su mano para impedir que nos hundamos y siempre nos ofrecerá los medios necesarios (oración, Eucaristía, reconciliación, formación…) para mejorar nuestra técnica como “nadadores” y sigamos anunciando su Evangelio, sin hundirnos a pesar de las dificultades.

En medio de la crisis

No es difícil ver en la barca de los discípulos de Jesús, sacudida por las olas y desbordada por el fuerte viento en contra, la figura de la Iglesia actual, amenazada desde fuera, por toda clase de fuerzas adversas, y tentada desde dentro, por el miedo y la poca fe. ¿Cómo leer este relato evangélico desde la crisis en la que la Iglesia parece hoy naufragar?

Según el evangelista, “Jesús se acerca a la barca caminando sobre el agua”. Los discípulos no son capaces de reconocerlo en medio de la tormenta y la oscuridad de la noche. Les parece un “fantasma”. El miedo los tiene aterrorizados. Lo único real es aquella fuerte tempestad.

Este es nuestro primer problema. Estamos viviendo la crisis de la Iglesia contagiándonos unos a otros desaliento, miedo y falta de fe. No somos capaces de ver que Jesús se nos está acercando precisamente desde esta fuerte crisis. Nos sentimos más solos e indefensos que nunca.

Jesús les dice tres palabras: “Ánimo. Soy yo. No temáis”. Solo Jesús les puede hablar así. Pero sus oídos solo oyen el estruendo de las olas y la fuerza del viento. Este es también nuestro error. Si no escuchamos la invitación de Jesús a poner en él nuestra confianza incondicional, ¿a quién acudiremos?

Pedro siente un impulso interior y sostenido por la llamada de Jesús, salta de la barca y “se dirige hacia Jesús andando sobre las aguas”. Así hemos de aprender hoy a caminar hacia Jesús en medio de la crisis: apoyándonos, no en el poder, el prestigio y las seguridades del pasado, sino en el deseo de encontrarnos con Jesús en medio de la oscuridad y las incertidumbres de estos tiempos.

No es fácil. También nosotros podemos vacilar y hundirnos como Pedro. Pero lo mismo que él, podemos experimentar que Jesús extiende su mano y nos salva mientras nos dice: “Hombres de poca fe, ¿por qué dudáis?”.

¿Por qué dudamos tanto? ¿Por qué no estamos aprendiendo apenas nada nuevo de la crisis? ¿Por qué seguimos buscando falsas seguridades para “sobrevivir” dentro de nuestras comunidades, sin aprender a caminar con fe renovada hacia Jesús en el interior mismo de la sociedad secularizada de nuestros días?

Esta crisis no es el final de la fe cristiana. Es la purificación que necesitamos para liberarnos de intereses mundanos, triunfalismos engañosos y deformaciones que nos han ido alejando de Jesús a lo largo de los siglos. Él está actuando en esta crisis. Él nos está conduciendo hacia una Iglesia más evangélica. Reavivemos nuestra confianza en Jesús. No tengamos miedo.

Comentario al evangelio – 13 de agosto

Vivir es confiar

El Evangelio nos plantea hoy el tema de la fe. Y lo hace de una forma muy gráfica, con un ejemplo que todos podemos entender. Creer se parece, de alguna manera, a salir de la seguridad de la barca y arrojarse al agua en medio de la tormenta. Eso es lo que Jesús pide a Pedro que haga. De alguna forma le desafía a que confíe en él. Pero Pedro titubea porque se siente inseguro. Es posible que nosotros muchas veces nos sintamos como Pedro, inseguros. Y que busquemos seguridades que, como Pedro, no vamos a encontrar. 

Es que a veces desearíamos que la fe fuera el resultado de una demostración científica. O bien que hubiese sido un milagro o algo extraordinario lo que hubiese provocado nuestra fe. En el fondo, se supone que la fe nos pone en relación con Dios. Y Dios es considerado en estos casos como un ser lejano, poderoso y en el fondo peligroso para la vida de las personas. Como no nos sentimos seguros frente a él, queremos pruebas convincentes.

La realidad es que la fe brota de la misma actitud básica sobre la que se establece cualquier relación. Un ejemplo bien claro de esto lo encontramos en la relación de amor de una pareja. Ninguno de los dos podrá decir nunca que está absolutamente seguro del amor del otro o de la otra. Él o ella solamente tienen indicios: sonrisas, palabras, caricias, llamadas telefónicas… pero nada más. Esos indicios confirman el amor pero nunca son pruebas concluyentes. Al final, la persona, cada uno, cada una, tiene que dar un paso al frente y confiar. Y fiarse del otro.

Con Dios sucede exactamente igual. No tenemos más remedio que fiarnos de él. Porque no tenemos ni tendremos nunca pruebas concluyentes de su existencia. Solamente tenemos testigos. Un testigo mayor: Jesús, que pasó la vida haciendo el bien, curando a los enfermos y amando a todos los que se encontró por el camino precisamente en nombre de Dios. Él nos dijo que su amor era fruto del amor de Dios, que nos amaba con el mismo amor de Dios y que tenemos que confiar en él. Y tenemos otros muchos testigos. Los muchos hombres y mujeres que le han seguido, que han confiado en él y que han vivido amando y haciendo el bien. Pero no tenemos pruebas matemáticas ni físicas ni químicas de ese amor. Nos tenemos que fiar. En el Evangelio de hoy, Jesús nos invita a echarnos al agua, a vivir sin miedo, confiando en el amor de Dios. Nos invita a creer en Él y confiar en que con Él podemos sortear los peligros de la vida. Porque su amor está siempre con nosotros.

Para la reflexión 

¿Somos capaces de confiar en las personas con que vivimos? ¿O quizá se ha instalado en nuestro corazón una desconfianza radical? La fe es creer que Dios está ordenando la vida y la historia para el bien. ¿Creemos y confiamos de esa manera en Dios? ¿Colaboramos con él para que su plan de salvación salga adelante?

Fernando Torres, cmf